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Los cuentos de Ismael Camacho Arango

6

 

La selva y yo

Por

Ismael Camacho Arango

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mr. Smith descendió del barco, vestido con el estrafalario atuendo que usan todos los paisanos, cuando se atreven a echar una ojeada por estos incultos y misteriosos territorios.

Mr. Smith era un escritor y había venido a Colombia con el objetivo de escribir un libro sobre el país y sus habitantes, y escribir un libro que pensaba llamar: La selva y yo.

Era grande el prestigio que Mr. Smith se había creado en su patria y en el mundo entero, como escritor original y crudito. Había escrito treinta temas de películas, veinte cuentos policiales, cinco libros religiosos y dos ensayos sobre problemas raciales pero su último libro titulado: Estudio sobren los accidentes auto mobiliarios en Estados Unidos lo había llevado a la antesala del premio nobel y al pedestal de la fama, reservado en su país para los genios auténticos. Era casi tan grande como Elvis Presley.

Lo que más había llamado la atención en esta, su última obra, era la agudeza con que se adentraba en los intrincados problemas técnicos de los accidentes auto mobiliarios. Presentaba un estudio científico para demostrar que los accidentes auto mobiliarios fueron posteriores a la invención del automóvil. El haber llegado a tal conclusión le valió a Mr. Smith el ser colocado por sus paisanos al lado de Emerson y William James.

Del feo y húmedo puerto sobre el Pacifico salió Mr. Smith al día siguiente, asfixiado por el calor y fastidiado por la suciedad ambiental. En el destartalado tren que se encaramaba trabajosamente por las ariscas montañas, Mr. Smith se percato de que le habían robado su cartera. En la estación del terminal del ferrocarril le robaron el reloj. La estilográfica la perdió en el hotel.

Con lo que le restaba del equipaje, que era por cierto muy poco, el escritor llego al pequeño pueblo del interior, en el cual se podían estudiar las costumbres de los nativos.

El general

Cuatro Velas

se había radicado allí unas semanas antes. Cansado de matar hombres, mujeres, niños y ancianos, había aceptado una hacienda de unas fanegadas que le regalara el gobierno, a más de unos miles de pesos en efectivo y crédito abundante. Los habitantes del pequeño villorrio consideraban como un gran honor de contar como vecino al renombrado guerrillero. Todos se hacían lenguas de su valor inaudito. Su última hazaña, que había consistido en quemar vivos a veinte niños de una escuela con su respectiva maestra, era considerada por ellos más gloriosa que la batalla de Boyacá.

Zambo de grande estatura y extraordinaria fealdad, el general era el ciudadano más respetado y admirado del lugar. Mr. S. con sus pantalones cortos de un color indefinido, camisa ricamente coloreada., sombrero mejicano y botas altas, se instalo en la única posada del lugar que no era ciertamente el Waldorf Astoria. Al día siguiente le pidió audiencia al general my este se la concedió para el otro día.

Con el mal castellano del gringo y el peor del general, la entrevista se convirtió en una ensalada idiomática, incomprensible para todos, inclusive para ellos mismos. Mr. S. escribía y escribía en su libreta de apuntes, hasta que el general decidió terminar la entrevista en la forma más expedita para él, pero más dolorosa para las asentaderas de Mr.S.

Aquella noche el general cansado de la monótona vida pueblerina, resolvió divertirse. Con dos de sus tenientes se emborracho de lo lindo, y a eso de las once de la noche andaban gritando y disparando sus armas por las silenciosas calles del pueblito. Los habitantes llenos de temor, se asomaban tímidamente por las rendijas de las ventanas de sus casas, cuidándose mucho de ser vistos por el general o sus acompañantes.

Frente al hotelucho donde dormía Mr. S., la simpática comparsa encontró un perro famélico, al cual el general resolvió cortarle la cola, posiblemente porque la tenía muy larga. Los alaridos del pobre animal y los gritos de sus verdugos, despertaron a Mr. S., quien salió a la calle en paños menores llevando una biblia en la mano, pues quería leerle al general los versículos relativos a la embriaguez y el amor a los animales. \Un machetazo hizo rodar por el suelo mano y libro. La otra mano le fue cortada cuando aun no se había desmayado. Después le cortaron la cabeza.

La cola del perro, la biblia, la cabeza y las manos de Mr. S., fueron llevados en procesión por las callejuelas del pueblo, hasta que el general y sus alegres muchachos resolvieron irse a dormir.

Ocho días después, la alcaldía comunicaba a Bogotá la muerte de un extranjero. La autopsia practicada por el farmacéutico del pueblo, demostraba que Mr. S., había muerto de neumonía por salir a pasear de noche en calzoncillos y, había sido enterrado den urgencia por temor a una epidemia. El investigador especial enviado desde la capital, se aparto un poco de las conclusiones originales de la investigación, asegurando que Mr. S., habiendo sufrido un súbito trastorno mental, salió a la calle en ropa interior, con su machete le corto la cola a un perro, luego se corto el mismo la mano derecha, posteriormente hizo lo mismo con la izquierda y, por último se corto la cabeza. Una vez hecho lo anterior, se puso a leer la biblia hasta, que murió por hemorragia cerebral. El asunto fue archivado.

Hoy el general Cuatro Velas, es un destacado parlamentario, mientras el frustrado Novel americano duerme el sueño eterno, en compañía de una sarnosa cola de perro.

Domingo, n14 de junio de 1959. El Espectador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Impressum

Tag der Veröffentlichung: 25.03.2013

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Widmung:
A mi padre que murió hace 15 años.

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