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LA MANSION

 

  

Siempre fue una alucinación pasar por aquella calle de casas coloniales con jardines grandes. Observar la casona que se levantaba en medio de las otras me llevaba a intuir que algo raro la habitaba. Nunca pregunté a los mayores qué había en ella que las otras viviendas no tenían. Era grande con muchas puertas y ventanas con postigos por si no querían abrirlas del todo. Todas las moradas de esta calle se abrían para dar paso a la luz mañanera, pero ésta no. Cada mañana al pasar, la miraba como si algo perverso se escondiera allí. Era un encanto: sus dos pisos pintados, las puertas de verde oscuro, sus paredes blancas. En las tardes, cuando regresaba de la escuela, me paraba al frente, para ver si algún viviente se asomaba a sus balcones, pero todo era inútil.

Una noche cuando comíamos mamá nos anunció que nos mudaríamos de casa. Yo, un poco triste, no quería preguntar hacia qué lugar nos íbamos. Imaginaba perder ese sueño de pasar por esta calle y pararme a gozar de su belleza, de su embriaguez... de descubrir su interior. Ya no esperaría algún ser desconocido que abriera sus puertas y me invitara a conocerla. Estaba triste y no presté atención a mi madre. Vivíamos tres calles más arriba de la casa misteriosa. Me gustaba pasar y envolverme en sus olores, en su  jardín imperial, imaginar sus cuartos, husmear el olor a caoba, a pino, a tierra cálida, sentir su perfume. Cuando despertaba de mi arrobamiento me veía frente a ella como el ser más pequeño del universo. En las noches quería escapar de casa e ir y mirarla, para ver sus luces encendidas, pero mi madre era miedosa y no nos dejaba alejar de la calle en que residíamos.

El pensar mudarnos de lugar me desconcertó y me alejé de mis estudios. Mi única obsesión era la casona. Ella semejaba a un castillo con paredes de bareque. Varias veces intenté tocar la puerta pero algo dentro de mi me decía que era malo. Toda esta fantasía terminó cuando nos fuimos a vivir fuera del pueblo.

Ya no había palacios de boñiga que me sedujeran, no quería ir a la escuela, ni que mamá me hablara. La odié tanto... Dejé de comer,  me fui debilitando. Ella, muy preocupada, me preguntaba por qué no quería hacer las cosas como todos mis hermanos. No contestaba. Mi silencio obligó a mi madre a investigar con los médicos sobre mi salud. Yo me negué ir a cualquier lugar. Dejé de hablarles. La única persona que me hacía reir o cambiar mi tristeza era mi padre. A él le pregunté si podíamos volver a la casa de antes, allí todo sería distinto. Papá lo consultó con los médicos y  regresar fue la medicina que me recetaron.

Se planeó con cuidado. La casa donde vivimos antes no podía ser, así que nos mudamos frente a la casona. Yo me alivié y volví a comer. Mi madre no entendía por qué me sentía tan feliz. A ella la notaba un poco extraña y cuchicheaba con los sirvientes. Papá se paseaba silencioso por la casa después de regresar del trabajo. Todo se realizó como yo lo quise. Los primeros días de vivir frente a la casa, me levantaba temprano y corría las cortinas, luego abría uno de los postigos y miraba hacia el frente. Todo estaba como el día anterior. Para mi cumpleaños pedí a papá que me regalara unos binóculos. Sorprendido me preguntó para qué los necesitaba. Le mentí. El era muy ingenuo y quería complacerme en todo. Con mis binoculares me dedicaba a observar la casa cada vez que regresaba de la escuela. No observé ningún cambio. Sin embargo, una mañana vi abrir un postigo en la segunda planta. En ese momento papá salía de casa para el trabajo.

Observé que él miraba para allá y movió su mano como sí saludara a alguien. Preocupada por esto saqué mis lentes y miré de nuevo. Nada vi excepto lo obscuro de una ventana. En casa mi padre era una persona normal que amaba mucho a su esposa e  hijos. Nunca hubo discusión entre ellos, ni escena de celos ni quejas. Lo que sí recuerdo cuando nos mudamos aquí es que mi madre cambió su actitud conmigo. Me miraba con rabía como si yo fuera la culpable de algo, cosa que a mí no me importó. Yo había ganado ante ella. La casa era mi fantasía. La debía de proteger contra todo. Un día inventé estar enferma y mamá quiso obligarme a ir a la escuela. Papá apareció en ese momento y la llamó aparte. Nada se dijo al respecto y yo quedé en casa. Así que me puse  espiar la casona. Esa mañana como a las once vi que una mujer rubia, alta, de pelo largo, muy hermosa, abrió la puerta y luego cerró al entrar. De ahí en adelante me pasé mirando para ese lugar, pero nadie salía. En la tarde como a las dos se abrió un postigo del segundo piso. En su interior no había nadie, sólo obscuridad. Esa noche sentada en el comedor con mis hermanos, pregunté quién vivía frente a nuestra casa. Todos me miraron perplejos; creo que hasta ahogo y toses escuché por respuesta. Nadie dijo nada. Mamá no terminó la comida. Se levantó. Salió sin mirar a nadie. Papá comió un poco más y ya ya se iba a levantar cuando le dije: Esta mañana vi una mujer muy hermosa entrar a esa casa. El contestó que allí no vivía nadie. Me prohibió mirar hacia aquel lugar o que ni siquiera lo mencionara. Mamá no volvió a salir de su dormitorio. Presentí que estaba muy enojada. Luego, vi a papá  sentado en la sala leyendo el periódico.

Yo, con mi idea de entrar al interior de la casa, pedí permiso para salir a jugar en la calle. Me prometí que esa noche entraría. Llevaba debajo de mi suéter los binóculos para mirar su interior. Las luces estaban apagadas. Tenía miedo pero quería invadir ese mundo que me prohibían desflorar. Caminé por el jardín tropezando con las plantas, casí corría. Cuidaba que los vecinos no me vieran. Caminé hacia la puerta del servicio. Llegué temblorosa. Quise regresar, pero una fuerza luciferina me llevaba de la mano. Empujé la puerta y ésta se abrió con un chirrido escalofriante. De pronto las luces se encendieron y me ví frente a un espejo; era rubia, alta, esbelta con el cabello largo. Esa noche no pude dormir. Alguien debía limpiar todo. Devolverle a la casa la belleza y suntuosidad del pasado. Reía de felicidad. Ahora con los trajes nuevos del ropero antiguo, luciría mejor que nunca. Es más, me parecía a la mujer del cuadro que colgado en la pared, encima de la chimenea, me miraba sonriente. Todo estaba cubierto por pañuelones blancos. Pensé cada detalle con mucho cuidado. Esa noche procuré no encender todas las luces. Quería evitar llamar la atención de los vecinos. La casa estaba como antes, como en los cuadros. Ahora faltaba llenarla de invitados, de mujeres bellas y hombres hermosos. En las noches debían abrirse ventanas y puertas, encender sus luces y esperar agasajados.

A la mañana siguiente, abrí uno de los postigos de la segunda planta. Con los binóculos miraba a la casa de enfrente. Esperaba ver salir de allí aquel hombre rubio, maduro que siempre miraba para este balcón y saludaba. Desde temprano permanecía al pie del postigo para verle. Le he enviado varias invitaciones a cenar. Esta noche lo espero.

LOS PASOS

 

 

Cerró la puerta del ascensor. Sus pasos resonaban en el pasillo. Al fondo del único cuarto donde estábamos sonaban las Tocatas... un dos, un dos ya se apróximaba el perseguidor. Me levanté en silencio y miré por el ojo de la puerta. Sólo percibí la luz del pasillo y el sonar de un timbre en la lejanía. Observé que en una de las ventanas la cortina estaba a medio cubrir. Salté por encima de Miguel y la cerré. En ese mismo lugar estaba la escalera de escape en caso de fuego, abajo la gran avenida. Todo lo hice en un instante suficiente como para volver donde él, que me esperaba en su  sexto éxtasis, listo para cabalgarlo y viajar de nube en nube. La tormenta llegaría en cualquier momento. No me sorprendería. Tendría el tiempo conveniente para vivir con él el último encuentro.

-Estás ahí- , preguntó Miguel.

-Sí, aquí estoy, ya voy. Déjame ponerle el seguro a la puerta y cerrar la ventana- . El sol había descendido su último crepúsculo. El tiempo era nuestro. Nadie vendrá ya a fastidiarnos.

-No creo que vengan hasta aquí. ¿Quién conoce este lugar?

-Tú y yo solamente, nadie más- , respondí sin dejar espacio para la sospecha.

-¿Cuántos días tengo de estar aquí encerrado? Creo que estoy despierto. He vivido una pesadilla. ¿Qué me has dado a beber? ¿Qué me has hecho inhalar? Vuelvo a tí mi mirada. Estás desnuda y siento que siempre estuviste en mí. Tu rostro y tu cuerpo me han pertenecido. Descubro que desde niños somos una sola persona.  Recuerdas cuando paseabamos por las calles enlodadas del barrio o fue ayer que te conocí.

-No, sólo hace tres días. Me viste bella y me invitaste a que te acompañara. Yo encantada. Quisiste contarme tu vida y yo te cerré la boca con besos y nos amamos noche y día-.

-¿Quieres saber quién soy?

-¿Para qué?, basta con estar juntos, experimentar las cosas más absurdas, encontrarnos en nuestros cuerpos. Qué vale saber quién soy o quién eres si al final somos entes que viajamos por dimensiones diferentes. Serán pocas las horas que estaremos juntos. Serán pocas las horas que estaremos juntos, serán pocos los minutos para inventarnos.

-Nos estaremos viendo cada día. Ahora me tengo que ir. Tengo una familia.

-Yo no tengo nada, sólo este momento que vivo, ¿para qué me devuelves a esta realidad absurda?  ¿Por qué me despiertas y me obligas a ver esta cinta magnética que pasa ante mis ojos? Escucho los pasos en el pasillo. Se acercan. El taconeo de sus botas cae como las notas en el piano tatatataaaaaa. Sé que está en la segunda puerta después del ascensor. Escucho su voz:  "- Soy agente de la policía.  ¿Conoce usted a esta mujer?  Entró a este motel el jueves en la tarde. Hay un hombre con ella. Me urge encontrarla -" . La mujer responde que no me conoce. Ya imagino al agente mostrando una foto ajada. Ahora soy otra; he cambiado y los he podido burlar. Siempre he salido viva escapando a esa mano mordaz que me busca incesante en la noche. Mi nombre actual es Elena.

-¿Qué te pasa? Te has quedado en silencio. ¿Te preocupa que me vaya? Hay algo que quiero saber de tí. ¿A cuántos hombres has traído aquí?

-Fuiste tú quien me trajiste, te has olvidado.... tus brazos son musculosos, tu abdomen fibroso, tus piernas blancas cementadas se tensan al acariciarme. Me gusta verte desnudo, retratarte con mis ojos cafés. Permíteme endiosarte con mi mirada para verme en tí. Deja que tu semen trascienda en mi túnel para llevarte por la pendiente estrecha de mi boca. Quiero sentarte en mi trono arcilloso para lubricarte y juntos llegar al dios que tiene la puerta abierta en este mismo momento. Así te podré amar sin saber quién eres. Nadie podrá arrebatarte de mis manos- . Vuelvo a escuchar los pasos como a tres metros de mi puerta. Una puerta más se abre, otra mujer mira la foto. " -No señor, no la conozco. ¿Es peligrosa? Dígame quién es ella-" .  Escucho la voz del agente, dice que viene tras de mí, y que quiere salvar a Miguel, que ahora soy Elena, que la semana pasada era Gabriela, y que... -"  me río de esa tonta vecina que teme por su vida ignorando que estoy aquí para alimentar a estos hombres ávidos de mujeres. Vuelvo mi rostro hacia Miguel y le pregunto si alguna vez ha oído hablar de mí, si me reconoce cuando introduzco mi lengua en su boca que lenta se va deslizando hasta obstruir su epíglotis. Ahora voy enredando mi pelo en su cuello mientras lo voy amando. Si ha bebido el olvido en el anís de mi cuerpo ya sabrá en el momento preciso quién soy y desde luego a quién ha amado segundos. La puerta se cierra y yo sigo trenzando mi pelo en tu garganta. Su falo se erecta, estoy con mi dios, estoy a las puertas del infierno, estoy entrando al cielo. Los pasos se aproximan, es poco el tiempo que me queda. Veo que sus ojos se agigantan y enrojecen. Nerviosa le digo muy cerca al oído cuando el timbre suene en esta puerta sabrás que has estado en el infierno, de aquí no sales porque yo no me quedaré sola. No tendrás tiempo para contar quien fue tu amante. Eres otro más que arrastro por la vida.

-Elena calma tu ímpetu. Sé que me amas pero estoy aquí para salvarte de los que te persiguen. Áfuera hay otro hombre como yo que te busca no para amarte, sino para desquiciarte. Elena este cuarto es grande y tiene dos ventanas, por ellas podemos huir. No recuerdo ahora exactamente dónde están, pero tú sí lo sabes. La tiniebla cierra mis ojos, sé que a un lado está la puerta. Escucho los pasos de mi jefe. El viene a buscarme.

Afloja un poco tu pelo que me ahogas, te digo que aflojes. Aprovecharé este momento para levantarme. No puedo. Un rayo de luz entra por el orificio de la puerta. Levanto con fuerza mi mano. La busco a ella en el espacio. Mi rostro y mi cuerpo tiemblan. El quejido agudo del monstruo que me posee aulla. No logro soltar el nudo que va cerrando mi cuello, estiro mis piernas, tanteo el aire. La busco hasta en mis bronquios. No la encuentro. Mis manos sin fuerza van cayendo, mi cara se va tornando fría, mis pies están entumecidos. Afuera la bocina de los carros lloran el ruido lastimero de un día que se va; es largo su lamento. Un vientecito fresco se cuela por una de las ventanas. Me desplomo. Sólo escucho a lo lejos el sonar de un timbre.

                                octubre 26,1991

EUNUCO

 

 

Agustín leyó:

"Me estoy muriendo, monje."

"A ver hijo cuéntame tus pena. No hay don más grande que un pecador arrepentido antes de su muerte. Llegarás a las puertas del cielo. Dios te recibirá."

No, prefiero el infierno a su misericordia."

"No hay en tus palabras un arrepentimiento sincero.'

"Escuché monje, a El menos que ha nadie le perdono lo que me hizo. Necesito  tu perdón, estoy cansado y tengo muchos años de esconder mi alma para que se la coman los gusanos y no vaya a meterse en otro cuerpo inocente. No permita que deambule por ahí, antes de separarse de mi cuerpo asegúrate que no va a salir de este cuarto oscuro y sucio: cierra bien la diminuta ventana alla arriba, es preciso que quede atrapada en este túnel. No dejes ni un orificio abierto, se puede colar por cualquier lado y ya sabrás lo que pasará. Ya te voy a contar todo. Pero antes de esto, ¿me promete que por tu boca todos comprenderán la miseria humana en que he vivido?"

" Te lo prometo. ¡No hay tanto mal en la tierra!"

" Lo hay. Hace mucho años, mi madre vivía en un pueblo muy tranquilo rodeado de montañas. Allí todo era paz, el verdor de los campos se confundía con los pobladores. Mi madre recién casada tuvo la visita de un hombre quien le aseguró que su hijo sería un varón eunuco. Como ella no conocía el significado de la palabra lo olvidó. Pero al correr del tiempo nací. Se me comparó con Jesús, me pasaron cosas igual que a él. Naci en un establo pero no por las mismas razones. A los meses mi madre salió del pueblo para la ciudad a celebrar la crucifixión y muerte de Jesús. Me llevó a la iglesia y ahí empezó la cosa."

"¿Qué cosa empezó, en un día santo?"

Un profeta, predicador en las montañas de Alcalá, dijo que yo era otro redentor como Jesús. Debía hacerme la circuncisión precisamente el mismo día que se celebraba la del Nazareno, porque mi espíritu como el de él se proyectaría en otro cuerpo recién nacido. Los doctores de la iglesia vieron en esto un milagro. Se me señaló. Yo era el hijo de Dios. Coincidía: Nací un 25 de diciembre a la misma hora, mi madre y mi padre se llamaban igual que los suyos. Yo había sido anunciado por un viejecito; él por un Arcángel."

"¡No puede ser!, algún charlatan que quiso hacer una broma."

"No, todo esto es cierto. Ellos nunca dudaron de las palabras del profeta. Se planeó mi circuncisión con un hombre muy docto en la medicina pero de mente siniestra y oscura. Al circundarme se llevó todo. Así me convertí en un eunuco. Se me vistió como Jesús, y hablaba las mismas peroratas. A los doce años me reuní con los doctores de la ley. Mandaba y ordenaba."

"¡Ellos aceptaron tu condición de eunuco!, ¡no entiendo nada, absolutamente nada!"

"Ya comprenderá. A los doce años fui a la plaza de mercado, encontré a una niña llorando; la consolé. Me sentí bien. Ella conocía las rutas del amor: la dejé jugar con mi cuerpo sin resistencia y decubrió mi castigo. Desde ese día se enteró  el gobernador de mi existencia. Me mando a buscar, me abrazó y allí me tuvo para sus necesidades. Fui usado de mil formas por él. Fui su favorito. Después con su ayuda pase a las serrallos. Allí se me escupió y se me vendió por oro. Viví muy amargado pero aprendí a discurrirme entre ellos. Así planeé mi venganza. Me doctoré en el discurso, en la medicina; practiqué todo lo que hicieron conmigo. Tenía gente que me apoyaba el mismo gobernador auspició. Fui su súbdito. Era el culpable de mi desgracia. El mismo lo contó. Ese fue su oficio en su juventud, antes de ser mandatario. Sin embargo, en sus días sin inspiración éste era su deporte favorito. A su lado practiqué las formas de eunucar a hombres  y mujeres. Empecé a llenar el pueblo de estos seres. Muchas veces repitió este estribillo: "el discípulo supera al maestro" quizás para que yo lo aprendiera o lo memorizara. Además, debía de enseñar mi tarea a otros que la continuarían por siglos. Hasta que un día le tocó el turno a sus hijos. Ahí desahogué todo el dolor que llevaba. Esa noche fue mía. Me vengué del gobernador que había sido mi castrador. Hice lo mismo que en los noventa días de Sodoma y Gomorra. Al día siguiente después de tanta orgía, descubrió que sus hijos se encontraban en el palacio de la tortura;  para ese entonces yo ya había huido. La historia se repite."

"¿Cómo sabes tú? ¡No sentiste pena, u otro deseo para detenerte!"

"Esto lo sé porque en mi huída terminé en los monasterios de los Jesuitas donde me escondí. Allí permanicí por diez años, sabía que a los treinta y tres tenía que morir crucificado como Jesús. Me dediqué en el monasterio a leer las sagradas escrituras, a estudiar los mohomistas, a Martín Lutero y Juan Calvino. Así descubrí la verdadera suerte de seres como yo. Con mi muerte otro cuerpo recibiría mi espíritu y continuaría la historia. Conocí en estos libros que hubo eunucos en el imperio Romano, entre los faraones, en las guerras napoleónicas, con Hitler, con Franco, con Regan y que se seguirían sucediendo. Tenía que encontrar el río de la inmortalidad para purificar mi cuerpo?"

 "¡El río de la inmortalidad! ¿Acaso hay un río que te purifique de tus crímenes?"

 "No, de mis crímenes sino de buscar la ciudad inmortal. Sabía que viajaría por el desierto donde la arena es infinitamente blanca. Llegaría a través de caminos circulares. Sabía que llegaría en medio de la fiebre y el calor. Bebí en sus aguas fangosas la eternidad. Tuve tiempo de meditar y traer conmigo parte de esa agua inmortal. Así no habían herederos. Aquí está mi arrepentimiento. ¿No lo ves?

 "Sí.  sí, todo eso está muy bien, no te estoy recriminando, estoy sorprendido, eso es."

 "Mi desaparición del mundo de los creyentes, detenía un proceso histórico. Esperaban mi regreso a la edad de Jesús para la continuación de un hecho que se debía suceder cada treinta y tres años. La inventaron los cristianos. Seguirían apareciendo Jesuses con mi muerte. Me burlé de todos. Desafié a Jesús, porque a esa edad vivía en los montes de Piedad. Para ese entonces era un gran predicador, tenía creyentes. Doce apóstoles me seguían de montaña a montaña, hombres sencillos e humildes. Ese día los esperaba en el monte a la hora de costumbre. Todos me protegían porque me buscaban para matarme, cuando apareció un hombre muy hermoso que me ofreció todo: las montañas, el agua, el poder de los hombres. Sólo una cosa simple exigía: tenía que demostrar que era superior a Dios."

 «"Si eres superior a Dios atrévete y lánzate desde esta peña a las tinieblas de la profundidad".»

 "Me arrojé al abismo. Abajo estaba esperándome. Me abrazaba, estaba feliz. Arriba en la peña quedaba mi rebaño, los pescadores: hombres que confiaron en mi retórica, pero ahora me condenaban, arrojando piedras. Me botaron del paraíso, preferí ser Lucifer. Ves, tenía que acabar con esta juerga. Ahora tú has llegado. Tú eres mi testigo. Lee aquí lo que dicen la Sagradas Escrituras: «Aunque, las escrituras dicen que llegará un eunuco disfrazado de monje para condenarme, la ley se cumplirá.»  He vivido por más de doscientos años en el monte aislado de los hombres. He meditado por mucho tiempo. He sobrepasado la inmortalidad, conmigo  se repitirán los eunucos."

 "¡No puedo ser.  Has detenido el curso de la historia de los cristianos por veinte siglos!"

 "¡Por dos siglos y medio querrás decir! pero si me encierras en este túnel, desmentiremos los libros Sagrados. Ellos esperan al Mesías. Cambiemos el curso de la historia, pero antes yo te ofrezco beber este elíxir que te transformará en un hombre  fuerte; no envejecerás. Seguirás mis pasos. Tómalo porque conseguiremos la eternidad. No te vayas. Cierra la puerta. Oye no te vayas. Regresaaaa. "

 "Tengo que irme. Voy a hacer la anunciación. "

 Agustín cerró el libro.

ALMA

 

 

Te estás muriendo. No es malo fallecer entre nubes grises que cubren la ciudad y a los árboles con sus hojas de colores que nos cantan otro otoño digo y sonrío.

Tú ríes porque no me puedo mover. Espera que pase este dolor que me inmoviliza y sabrás que de mí no te burlas, menos frente a esta gente que nos mira.

Tu rostro café pálido denso va descendiendo hasta el cuello. No veo si trasciende por tu cuerpo. No me atrevo a abrirte la camisa y desnudarte frente a estos imbéciles que no dicen nada, que sólo te miran sin pena.

Eso quiero que me toques, que me poseas.

Tus ojos vidriosos y débiles no te permiten verme del todo. Parece que duermes, pero tus ojos siguen semiabiertos y nos observas sin una mueca de lúcidez, de alegría o de rabía. No te mueves. No te quejas.

No me desconcentres. Cállate de una vez. Déjame en paz.

Tu rostro no me dice nada. No dice si tu mal es grande. Si sufres, pero yo te haré sufrir. Tu barba es una hilacha tejida por arañas. Hiedes, apestas. Y yo siento que traspasas el aire; las moscas viajan por tu cuerpo, no te molestas. Estás inerte a su zumbido, a las cosquillas que producen sus patas en tus brazos desnudos, en tus pies descalzos. Te miro y sonrío, ¿por qué no acabas de morirte? Déjame me que te ayude a descender a la tierra antes que volver a amar tu cuerpo.

“Me estás mirando y no me ayudas. Te alegras de verme asi. Te sientes fuerte ahora que mi energía se acaba. Te ries de mi pero… ¿quién eres tú? Tú que tantas veces me animaste a hacer el mal, a buscar en los placeres la lujuría, la gula".

Por favor cierra los ojos. No me culpes de tus malos ejemplos.

Ahora entiendo y trato de reconocer quién eres, porque cuando tuve dinero, cuando tuve amores, cuando lo tuve todo, tú estabas conmigo. Ahora no tengo nada. Sólo un banco callejero de este parque que me sostiene. Sólo estos árboles deshojados por el tiempo son mi abrigo. El calor se ha ido, el adiós de una tarde gris, el sol descendiendo en el ocaso me anuncia tu  partida.

¡Cállate de una vez! ¿Quién te dijo que te fueras de tu casa? Por tu culpa he padecido!

¡Ah Alma! ahora quieres alejarte. Ahora quieres dejarme solo, porque no tengo bacos que ofrecerte, porque no tengo placeres que darte, porque no tengo licores con que engraciarte. La botella de vino se acabó. Tú la botaste en tu pelear angustioso de bebértela. Aunque somos una pareja, tú fuiste mas egoísta. Me dominaste. Me llevaste de la mano por el mundo.

Ya vez que no me he alejado de ti, a pesar de despreciarte. Por tus deleites yo pagaré, porque seguiré viva, mientras tú te vas pudriendo, yo estaré gritando de dolor. Desde siempre fuiste malo. Yo no te enseñé el camino, tú me llevaste. 

¿Cuándo aprenderemos a reconocer nuestros errores?  ¿Cuándo tendremos la dignidad de reconocer quienes somos?

¿Recuerdas tu primera tentación?  Te amaba. Te rogué que no lo hicieras, que te alejaras, e insistí que el hurto era malo, que los remordimientos me hacían saltar en tu cuerpo de niño. Fue tu primer engaño la mentira, te gustó porque te creyeron. ¿Tú sentiste pena por mí? En las noches te desperté molesto por tu gran necedad. Tú te comiste los panes, la mermelada, las aceitunas. Fue un banquete es cierto yo lo disfruté. Pero fuiste tú el que incitabas. Tu primer engaño lo triunfaste y seguiste jugando a las trampas hasta que te convertiste en una de ellas.

¡Dime! ¿fui yo quien te rogó que lo hicieras? ¡Habla traidor!

Lo siento pero es tarde. Tengo que irme. Acaba de morirte. Me oyes. Tengo que ir a otro lado.

¡ Ah con que estás frente a mí para acusarme! De qué vale que estés ahí, de qué vale que me grites lo que hice, si al final somos un solo ser. Tantos remordimientos pesan en mí que los estoy sufriendo. Me levantaré de este maldito banco de piedra. Te buscaré donde estés en este parque. Te aniquilaré para que no te subleves. Yo soy tu fuerza. Yo fui tu armazón donde posaste. Yo fui tu cuerpo donde te regodeaste; ¿quién eres para decirme tantas sandeces? Si los pies se movilizaran, te juro que caminaré. Saltaré y de un jalón te atraparé entre mis manos para hacerte añicos, para desbaratarte fantasma que viajas por los aires. Ahora que te enredas por los árboles, que te arrastras por la tierra. ¿Crees que no te veo? ¡Estás bajo mi banco! Estás lamiendo el vino que la tierra se bebió. Ebrio de licor estás tú. No perdonas que no te busque con qué comprar tu alcohol. Me estoy moviendo. Te voy atrapar.

-Sigue forzándote, que así te quiero. Otro empujón. Ya los pies vestidos del cascarón reseco de tu piel se traslucen café pálido denso. Tus dedos largos flacos tostados por el tiempo anuncian tu despedida. Tus uñas garras son garfios que se mueven como las patas de las águilas. Giran. Ya vas a caminar. Mueve tu pierna con violencia...   ¡Cálmate!; ¿qué sientes? ¡Otro sacudón...!  No me finjas que no tengo pena. ¿Te duele? Dime. Hazme señas para entenderte. Mueve tus labios. No me acercaré ¿Y si me atrapas, y si me encierras en tus brazos flácidos, en tus huesudas manos?. No te quejes. Tus labios púrpura carnoso gesticulan. ¡Ah cuerpo mío, no me llames porque soy sordo a tus quejas! Soy sordo a tu clamor. Soy inmortal a tu cuerpo; ya vez transparente y liviano me sostengo sin él. ¿De qué vale estar junto a tí, si por tí estoy padeciendo? De qué vale estar cerca si el frío pasó por mi tantos atardeceres que ya no me asusta tu muerte. De qué vale estar aquí si el placer y la mundanidad se acabó.

Si pudiera llegar hasta tí, pero este dolor que oprime mi corazón no me deja. No quiero retorcerme delante de estos imbéciles. Seré fuerte hasta mi último momento.

¡Te quejas ahora! No llores. Si tus lágrimas son lluvias de un invierno pasado. Si la máscara de risa que cubre tu cuerpo ahora es de un verano tibio que ya no vuelve.

Te estoy engañando. Ya verás como volverás a mí sin yo pedírtelo. Te estoy conmoviendo. Me estoy acercando a tí con mi risa, con mis dientes acicalados por la fiebre de no perderte. Si logro convencerte que puedes vivir en mí otras dos décadas de lujuría triunfaré. Destruiré a la muerte porque soy inmortal. ¡Ay! corazón por qué punzas, cuando ya estoy conquistando esta traidora. No te muevas músculo. No te muevas cuerpo. Soy tu Dios.

¿Qué es lo que dices? ¡qué eres inmortal! Esa es tu miseria. Tu cuerpo no es eterno. Mírame. Yo sí lo soy. No necesito tu cuerpo para vivir. No te muevas que estás hostigando el aire. La gente te rehuye, se tapan las narices. Ya vienen por tí los de la morgue. Me río.

Te juro que antes de alejarte entrarás en mi ser porque estoy esperando por tí.

Te dije que no te movieras, plas, plas, plas, plas has explotado. Los gusanos salen de tu podredumbre armazón. Huyo de ti. No te levantes esqueleto. No te acerques con tu rostro descuartizado, con tus manos lánguidas. No camines hacía mi... No quiero entrar en tu cuerpo. Déjame soslayar en otroooooo.....

Te atrapéeeeeeeeé.

COLECCIONISTA

     

 

Hay que botar la lengua de suegra de la casa. Eso es, y la falta de respiro se acaba. Habla con el doctor de las cincuenta y ocho plantas que hay en esta salita con dos ventanas hacia el patio trasero, donde cuelgas los helechos, las azaleas florecidas, los novios, las violetas blancas, lilas. Menciona ese baño largo, estrecho, donde dos cuerpos no caben, donde la luz permanece siempre encendida y está lleno de plantas en el piso, en los estantes: la oreja de burro, el jasped, la millonaria, la mala madre que bota los hijos por todas partes de la maceta. Te tropiezas con ellos, te rozan el cuerpo y la cara cada vez que entras al baño. Caminas de lado como si escalaras los Himalayas. Haz una lista de las cosas que vas a decir. Díle de los helechos que necesitan de la humedad para vivir. Los riegas todos las noches en la tina del baño, para luego colgarlos cerca de las ventanas, el cortinaje de sus hojas rozan el piso. Háblale de la conga para la buena suerte, de la sábila que no deja entrar los males a tu casa. De cómo Stanislavsky hace bebidas con sus hojas y con las flores de la azalea todas la noches. No se te olvide decirle: el chiflero abraza el techo, las palmas, se agigantan sin su playa. Tienes que cóntarle todo. Ya no aguantas este catarro, te debilita. Tal vez necesitas vitaminas e inyecciones para cortar esa tos flemática que te ataca en las noches. Que corres a abrir las ventanas para que tus pulmones se llenen de aire.

 Mamá está loca, no puedo hablar al médico sobre tantas plantas en un apartamento tan chico. Me dirá que las arroje a la basura. ¿Y qué dirá Stanislavsky? ¡No... se irá de mi lado! Mi cuarto es diminuto: caminar de la puerta a la cama es como dar un salto de una silla a otra que distan diez pasos. Estoy débil es verdad; pero estas plantas están aquí desde hace mucho tiempo y es ahora cuando él me regaló la lengua de la suegra que empiezo a cambiar. Claro sabe que soy una fanática. Cualquiera lo nota al llegar a mi casa. Ve una plantita en la mesa de noche, otra en la repisa, hasta pinos diminutos tengo en la consola, junto a la ventana esquinera a la cocina.

Todo empezó cuando Stanislavsky llegó un sábado en la tarde con la planta envuelta en papel de regalo, siempre me traía algún presente, esa tarde de primavera me dijo:

Compré esta planta. Sé que te gustan mucho, pero cuídala, ten mucha atención: éste que ves verde con los bordes más oscuros es el macho, observa las rayas verdes que tiene la hoja; la hembra, ¿ves? Tiene los bordes amarillos, aunque también es verde pero más oscura.

¿Cómo sabes tú?

- Me explicó el hombre de la tienda. Me gusto su finura. Sus hojas salen de la misma tierra. No necesitan tallos para vivir. Mírala bien -.    

- La observé con cuidado, sus hojas eran largas y gruesas, terminaban en una punta finísima. La puse en la mesa de centro, pero él dió un grito tan fuerte que resonó en mis oídos como las campanas de la iglesia. Entonces, la coloqué en una mesa esquinera, diagonal a la puerta de mi cuarto cerca a la ventana. El sonrió, me abrazo.

- Ahí está bien -.   Susurró a mi oído.  - Nos puede ver cuando hagamos el amor -.

Me estremecí al oír esas palabras. Empezamos a hacerlo cuantas veces él quería, de mil formas. No había minuto que él no aprovechara para estar encima. Miraba la planta que se movía al mismo ritmo que él sobre mi cuerpo, de sus hojas largas, erectas manaban leche.

Empecé a sentir un afecto especial por la planta. Todas las tarde me sentaba cerca para mirar una por una sus hojas voluminosas, finas difícil de partir. Las del macho largas  fuertes se alzaban cada vez más. Les echaba pequeñas porciones de agua a diario, pero en las tardes cuando me sentaba de nuevo a su lado para mirar su color, su finura (observaba otra vez)  estaban seca.

Stanislavsky se quejaba. Decía que yo lo había abandonado por la planta. En verdad le prestaba poca atención cuando llegaba, me pasaba horas enteras observándola. Dejé de salir a la calle. Ya para ese entonces, él comenzó a darme esos brebajes. Una noche arrancó una hoja de la lengua de suegra, lechosa, la unió con la sábila y la flor de la azalea. Las cosió, después las bebí lentamente; la infusión viscosa  cremosa me excitaba y lo hacia feliz. Era lo que importaba. Siempre estaba hablando de la lengua de suegra. Me olvidaba de regar las otras plantas. Muchas veces él me substituyó. Las palmas fueron perdiendo sus hojas. Los helechos se estaban secando. El chiflero que estaba llenito de hojas como un cerro verde terminó en un palo flaco sin ramas. La millonaria que era frondosa acabó siendo una escoba vieja y gastada. Se me olvidaba darles la vitamina. Toda atención era para la planta nueva que me seducía y me acercaba a Stanislavsky. Me fui debilitando, olvidaba comer. Entre hacer el amor y mirar la lengua de suegra prefiria a ésta. Exigía todo mi tiempo. A veces él llegaba hasta la mesa desnudo, donde yo arrinconada miraba obsesionada la planta y me despertaba seduciéndome con el bolero de Ravel. Lo miraba como si estuviera en otra dimensón. No faltaba un reproche a su falo que no tenía la esbeltez de la lengua de suegra. Otras veces me dejaba llevar sin ganas, de reojo miraba la planta, sus hojas se iban doblando me espiaban. Me hacian señas. Me llamaba, pero no respondía al amor. Stanislavsky sin entender por qué yo estaba muda, se quejaba de mi desconsideración, de la falta de ánimo. Se burlaba de mi tos, de cómo las plantas se estaban apagando. Se marchitaban. Se morían mientras que la lengua de suegra macho continuaba creciendo. Cada dos días brotaba otra hoja, sin explicación. La hembra se iba volviendo menudita, se achicaba mientras Stanislavsky se traslucia en un ser egoísta, calvo, sin nada que decir. Un día reaccioné y saqué la planta de la casa. Bajé a la entrada del edificio y deposité la planta entre la basura. El la recogió y la trajo de nuevo a la casa. Estaba furioso que le hubiese botado su regalo. La planta me sedujo de nuevo. No podía decir nada. Se empeñaba en que la planta debía estar en esa esquina diagonal a mi cuarto. Me vigilaba. Otro  día, agotada, después que me penetró tantas veces seguidas, sin quejarme, con mi armazón dolorido, mirando la planta con los ojos lloviznados, la saqué por la ventana que daba a la escalera de incendio. Por primera vez Stanislavsky trató de levantarme la mano, pero la bajo inmediatamente al verme escuálida, sin ánimo. Sentía miedo por él, su vida iba mejorando. Yo me iba apagando. El se fue ese día de la casa.

En estos días de encierro, he estado sola, tratando de recuperarme. Me ha faltado la bebida de la sábila, de la flor de la azalea, la lengua de suegra. Mamá llegó precisamente hoy, para salvarme. Me encontró debilucha; por poco le da un infarto. Soy dizque un cádaver andante. Estaba escandalizada por tomar esa infusión. Esto es lo que debo contarle al doctor. He terminado de vestirme. Mamá está en la salita esperándome. Ha limpiado el apartamento, deshojado las plantas, sacado el montón de ellas. Estamos listas para salir. Abro la puerta y allí estoy yo con varias plantas de lengua de suegra. Sonrió.

NACIANSENO

 


 

La historia empezó ahí, en aquel día de pascua, cuando Nacianseno salió a visitar a los santos. Eso dijo aquella mañana cuando se despidió de su Juana.  Nadie hasta ahora conoce la verdad de a dónde fue. Ella esperó toda la noche, sentada en la mecedora, frente  a la ventana que daba a la calle principal.

Nacianseno no regresaba, pero la Juana abrigaba la esperanza de que en cualquier momento entraría con su cantar.   ....."Ya viene el 20 de enero, la fiesta de Sincelejo....." Todos los vecinos lo conocían  y apreciaban por su bullaranga dicharachera, sus besos largos y estruendosos que  lanzaba a las vecinas.  Todas las mujeres salían de sus casas haciendo camino y aplaudiendo al negro más caliente de la región. Ellas danzaban, cada vez que él pasaba a su lado, con el ritmo  de tongolele, que representaba muy a gusto al negro guapazón. Todas le querían. "…Buenas noches señora sofía… Qué las tenga muy buenas…" Decía con su danzar de hombre alegre y picante.  

Era muy insinuante en sus decires.   Y ellas contestaban al unísono, entre risitas cómplices, sospechosas de lo que pasaría después.  "....Muy buenas las tenga usted...! !Qué suerte la de su mujer...!"  Gritaban a coro, entre suspiros prolongados.  Despertaban del hechizo, cuando embelesadas chocaban entre ellas, después de dar unos pasos tras él. Juana siempre escuchaba esto y sonreía. Su pecho se hinchaba orgullosa de ser la negra con más suerte de la región. El, el macho más deseado, era suyo. ¡…Qué satisfecha se sentía…!  Se erguía, levantando la cabeza en alto, como si quisiera tocar el techo de la casa.  … Pero esa noche su Nacianseno no llegaba. Era extraño que desapareciera en época de Semana Santa, cuando Dios manda a los hombres a la abstinencia. Su negrito más querido estaba violando las leyes de la iglesia. Por eso, entre suspiros y rezos pedía perdón por sus pecados.

La Juana empezaba a desesperar al ver que su papazote, el más coquetón, tardaba. De momento entraba en cólera y se pasaba por la casa dando gritos.  Sí. El estaría con otra, mientras ella estaba sola, rogando por sus desvios. Sí, él haciendo de las suyas: mujer fresca y carne tierna. No respetaba un día tan sagrado.  Ya no la miraba con ese deseo incontrolable de los años pasados.  Ya no era la negra joven y buena para esos entretenimientos, decía Nacianseno. Pero él no seguía tan joven y lozano, así que estaban mano a mano.  De repente se consolaba así misma; sacaba conjeturas de conversaciones tenidas en otros tiempos. La amaba muchísimo como para cambiarla por otra.  Esto se lo había dicho millones de veces, entre besos, abrazos, mordiditas y promesas que  repetía constantemente.  Sólo ella era su mujer, para eso se habían  casado, a nadie mas  soportaría a su lado !...Antes de acostarse con otras se cortaría..! Sí se lo cortaría...., decía la negra a sus amigas, que ella le rogaba por lo que  más amaba en el mundo no lo hiciera.  Estaba asustada que cumpliera su promesa, el muy bandido lo haría, por eso nunca le hizo escenas de  celos, ni reclamos de noches de soledad y abandono. La Juana prefiría sufrir a solas, antes moriría, que hacer que su Nacianseno sintiera remordimientos y se cortara lo que ya otras estaban deseando.  También se encargarían de contarlo y el pueblo se enteraría que él no era el negro jactancioso; el chulo mas caliente y deseado.  Ya nadie la envidiaría.

Nacianseno no llegó esa noche, ni a la segunda, ni después.  La Juana continuaba ahí sentada balanceándose en su mecedora. Estaba segura que no pasaría una semana fuera de casa. El regresaría, con su cantar, dándole disculpas ya aceptadas. Continuó allí esperando por más de dos semanas.  Ya los vecinos empezaban a suspirar y a murmurar por lo bajo.  Pasaban frente a la puerta sin saludarla, sólo agachaban la cabeza, con la quijada metida en el pecho,  y continuaban de largo.  Nadie se atrevía a preguntarle que pasaba con el negrito querendón de la región.  Ellas estaban alertas a la radio; escuchaban las noticias, pero nada se decía.  Aseguraban que el hombre más macho por esos lugares no se había ido con nadie.  Ya se hubieran enterado, porque le tenían el ojo puesto. Pero la Juana no se movía de su mecedora.  En las tarde, sentadita ahí, abanicándose, esperaba recibir noticias de su Nacianseno.  Ninguno la despertaba de ese enajenamiento; no se atrevían a insinuarle que hacer, ya el negrito chunguero se los tenía prohibido de llegar hasta allí, con sus lenguas largas.  Ya  no era la misma negra alegre y feliz.  Su hombre la había abandonado por otra, se decía a ratos. Sollozaba triste.

Una noche se levantó sorprendida. Dejó la mecedora a un lado y fue derechito al espejo. Sonreía, como si Nacianseno estuviese ahí.  Lo miraba largamente, enlazando las manos, y suspirando, empinada en la punta de los pies, se arrimaba al espejo, dándole un beso largo y ruidoso en la nariz a su negrito gracioso.  Los saludos iban y venían de parte y parte.  Desde ¿cómo has estado?, ¿me has extrañado?, hasta los reproches por su desaparición tan prolongada y sus silencios en estos días de tanto peligro.  Esperaba un rato a que él contestara. Entonces, la Juana empezaba a quejarse de los ruidos de la noche anterior, en que voces lo llamaban con sonidos quejumbrosos.  Ella, con la facilidad de imitar la voz de su negro presumido, respondía por él.  Contaba todos los pormenores de la noche, que él estaba ahí para protegerla de todo y contra todos los males.  Se quejaba que lo cuidaba demasiado. Porque no lo dejó levantarse a espantar a esas intrusas que lo perseguían.  La Juana tenía tan guardada la voz de su marido que hasta este instante salía igualito como si él estuvíese ahí frente a ella.  No  extrañó al vecindario que la Juana empezara a imaginar a su negro pachanguero, y aun que lo imitara tan bien.  Tanto era el parecido en su voz que la gente se asomaba a la ventana para escucharla.  Todos empezaron a llamarla Nacianseno.

Juana tomó tan en serio como los vecinos la llamaban y veían  por su ventana, que fue creyendo poco a poco que Nacianseno estaba ahí.  Era divertido verla, vestida con la ropa de su negrito valentón. Hasta ese momento, ella, no se había atrevido a salir a la calle.  Sola en su casa, se divertía haciendo el  papelón de los dos. Poco a poco se fue transformando en él.  Se cortó el pelo chusco. Frente al espejo fue recortando cada mechón de su marana gruesa y tosca, hasta quedar el pelo pegado al cuero.  Entre risas y charlas lo halagaba, que cada día estaba más guapo, que las mujeres estaban locas por él, pero que sólo ella era la señora, dueña de su amor y fidelidad.  Sonreía frente a ella, le preguntaba por qué le amaba tanto, qué había hecho de su bigote, por qué se lo había razurado. La Juana como un sonrisal le respondía que ya volvería a crecerle.   Ella se encargaría de que apareciera el bozo más gustado de los alrededores. Desde entonces, empezó a razurarse el mostacho, hasta que lentamente fue apareciendo el vello grueso y áspero en su cara.  Le fastidiaba un poco, pero  sonreía;  así su Nacianseno no le reprocharía más por su bigote, admiración de las mujeres.

En las tardes lo llamaba. Se concentró tanto en él, que cambió sus batas por la ropa del negrito guapachoso. Empezaba a danzar toda ceremoniosa como antes lo hacía Nacianseno.  Lo imitaba tan bien  que la muchedumbre que llegaba a su casa era enorme.  Todos comentaban, colgados de las ventanas, puertas y techos.  Nadie quería perderse la escena fantástica que la Juana les regalaba.  Ninguno pensó que ese domingo en la mañana, se atreviera a salir de su casa bien vestida, llevando al negrito a su lado.  Había que verla.  Ella, caminaba del brazo  de Nacianseno, mientras  arrastraba los pies por las calles.  Iba pintarrajeada, y él con su bigote largo y grueso, vistiendo un terno blanco, haciendo juego con sus zapatos y sombrero.  Juana lucía mas delgada, decía la gente: sus senos abultados estaban disparejos; detrás de su  vestido, se veía un fruncido, y de piernas llevaba dos medias veladas, llenas de algodón.  Los vecinos al verla, corrían tras ella. La animaban  a que no lo soltara, porque las mujeres de por ahí se lo podían  robar.  La Juana respondía muy contenta y animada repetía  que por nada del mundo lo dejaría solo, ya conocía el ambiente.  Llegó a la iglesia esa mañana,  con música y cohetes. Tocaban panderetas, tambores, flautas. Todos estaban alegres.  Celebraban el regreso del negro  salsero, el amante de todas las mujeres de la región.  Ella, la Juana, presumía alegría ante todos.  Festejaba  con platillos y trompetas, su triunfo.    Nacianseno llegaba sano y salvo, según decía la Juana.  El sacerdote se santiguó, al verla llegar vestida de hombre y que al lado llevara esa escoba pelirroja que hacia de Juana. Trató de reponerse de esta sorpresa y fue hacía ella  que, tendiéndole la mano e imitando la voz de su negro cumbianbero, se arrodilló. Sonreía y el cura se resignó a darles la bendición.  Dando por aceptado el retorno de Nacianseno.

De regreso a su casa, ella iba feliz.  Todos habían festejado, dado la bienvenida a su negrito charanga. Se la merecía.  Llegó a la esquina de la casa y como el negro más importante empezó a danzar, dando risas y lanzando los mismos besos largos y fragosos que él había regalado la última vez. Se despidió de todos. Dijo que más tarde los vería. Entró en su casa. Esa misma noche salió haciendo el mismo ruido parrandero.  Se despedía de la Juana.  Aseguraba que esa noche regresaría para amarla, como antes; que le sería fiel hasta la muerte.  Toda la muchedumbre esperaba allí. No se movían, querían ser testigos del final de los acontecimientos.  Hacían cortejo al negrito rumbero.  "....Ahí viene el salsero, el más picante !...Qué dichosa la Juana....! Casarse con éste..."  Esta se balanceaba en sus piernas como el negrito pachanguero.  Enviaba besos ruidosos aquí y allá.  Al llegar a la esquina de la casa, entre la gente, encontró a una mujer sentada en la  acera, la tomó por los brazos, la atrajo hacía él, dándole un beso largo y grande en la boca le dijo:

"Vamos Juana Soler!"

Sí, vamos  NACIANSENO

QUERIDA TIA

 

"Soy un niño malo." Tu me lo dijiste ayer en la noche y por eso no dormí. Te miraba en mi sueño a través del espejo que está en tu cuarto frente a tu cama. En ese espejo curtido por los años, de puntos opacos por el moho, por el frío que fue calándose en tu cuarto. Te vi cual larga y fea te estirabas y te encogías en tu lecho. Tu seno izquierdo grande como my pelota verde se asomaba a través de la friza de  seda deshilachada. No me atrajo. Ya no quería rozar mis labios en el pezón rosado de tu juventud. Volví a mi cuarto lleno de dolor. Espasmos aguijoneaban mis glándulas genitales.

Querida tía, ya no me regocijaré en tí. Hay otras mujeres a quién mirar, a quién tocar. Ellas me cargan; yo soy un niño hermoso, por eso juegan conmigo. Me acuesto con ellas. Juegan con mi sexo. Me hacen cosquillas y ya vez que tan embelezado estaba que me descubriste con tu mejor amiga. Ellas también tienen derecho a  estar conmigo.

Soy un corrupto. Te miro a través de mis ojos, te visto y te desnudo cada vez que quiero. Ahora puedo entrar a tu cuarto sin esconderme. Lo sigo haciendo en mis sueños, paso facilmente a tu cama, me meto en ella y quedito como si alguién te fuera a escuchar me dices: agáchate sin hacer ruido para que mamá no te vea. Y me introduces entre tus piernas. Allí donde hay un sol ardiente, donde huele a pan recien hecho. Pongo mis labios en esa maraña negra de hilares que me van envolviendo alocadamente. Te siento transpirar, te siento sonreir, eres mía. Coges mi mano y me llevas por tu cuerpo; te voy dibujando en el silencio de la noche, en la oscuridad, pero mis ojos te ven sonreír con tus labios sonrosados; te apasionas.

Tía, hoy en la mañana me he levantado e ido a tu cuarto; ya no estabas. Sentí frío, me metí en tu cama.  Mamá llegó hasta aquí, sabes a nuestro cuarto, ahora es mío. Me ha preguntado por qué estoy triste. ¿Por qué mis ojos no tienen ese brillo de los días pasados? ¡Qué sabe ella de mi dolor!, ¡qué sabe lo que un adolescente de trece años puede sentir..! Estoy aquí atado a ti, esperando que vengas a verme, ya sabes que te espero, me lo dijiste en tu mirada, esa tarde que fuiste a verme al hospital de psiquiatria. No quiero ver a nadie que no seas tú.

Querida tía, hoy en la mañana abrí la gaveta de tu comoda, allí estaban tus pantaletas, tus brasieres, tus enaguas. Los apreté junto a mi pecho. Metí mi cabeza en ellos para sentir tu olor, para husmear tu sexo. Pronto me desnudé y los pasé a través de mi cuerpo como cuando tú me acariciabas. Caracoles de colores rodaban por mi cuerpo hasta saciarme en ti. No tengo miedo si me descubren, tampoco lo tuve ese día que estuve en tí y tu en mí. No me dolería que mamá llegara en el preciso instante que estoy contigo.  Desnudo juego; un ruído lento de pisadas en el pasillo del hospital anuncian tu llegada. Estoy feliz, siento tu olor, tu colonia, tus dientes transparentes, tu sonrisa cálida, otro rato de ensoñación, el crujir de los zapatos se alejan de mi cuarto has ido a ver a Manuel que esta cerca del mio. Un olor a alcohol invade el espacio, me tapo la nariz.  Un llorar en la lejanía se va acercando aqui donde estoy. Es tu llanto, es tu dulce voz la que gime.  Me levanto, pocos pasos me alejan de la ventana cubierta de barrotes. Abajo ellos giran en círculos, miran a la luna. Te busco entre ellos ya no estás.  Nadie conoce nuestro secreto.

Tia, de mi padre te diré que ha leido mi dolor, la ausencia que crece en mi cuerpo sin tu manantial de secretos. Esta mañana me ha preguntado como me siento sin ti. Su mirada cómplice suaviso mi rabia, su risita escabrosa me encegueció.  Quería saber como la pasaba sin tus cuidados. Quise gritarle que te amaba, pero calle.  Para qué hablar con sordos, enrostrarle el amor que siento, que no puedo dormir sin tu persona. Qué en las noches me paso mirando tu ropero, tus esclavas, tus zapatos que los tiendo sobre mi cama, tu cama y te visto y te desnudo cada vez que quiero. Primero te pongo las pantaletas suavecita, te levanto una pierna luego la otra hasta cubrirte ese monte donde tantas veces me he bañado.  Después te pongo tus brasieres, te toco tus senos suaves y tiernos melocotón fresco de la mañana. Luego te pongo tu blusa y tu falda. Te miro te abrazo ya no estas. Lloro.  ¿Por qué  me abandonaste?

Ayer frente al espejo vi tu rostro. Giré sobre mis piernas tiernas, mi sexo estaba en brote salte sobre ti, digo sobre mi y tú te vas alejando...  Me quedo solo en este cuartucho, prisionero por esos barrotes que cubren la ventana, en esta inmensa habitación de mi soledad.  Estás ahí ausente, sin que los años te olviden.  Recojo la carta, releo:

Hoy en la mañana antes de asomarme  a la ventana y mirar a través  de las columnas, te vi parada frente al espejo, mis manos suaves y tiernas contorneaban mi cuerpo, esbelto y ágil, terso  mis dedos se deslizan por tu piel, tu amiga Marta se quedo a dormir en casa. Durmio en tu cuarto digo mi cuarto.  De noche hice lo mismo que contigo. Me aceptó y nos amamos, nos acariciamos.  Pregunté por ti. Solo el silencio volvió a mi.  ¿Dónde estás tía?  ¿Dónde te fuiste?  Camino por la habitación, me siento frente a la puerta, escucho  ese llorar que se va aproximando. Espero.  Creo sentir tu voz, creo saber que te estás muriendo poco a poco como yo en este momento.  Si sientes el mismo espanto y soledad  que sentí años atrás cuando te fuiste detrás de Manuel.  Verdad que duele. Se que te está cayendo tu piel a pedacitos.  Siento tus lágrimas aquí en mi pecho. Amé a Manuel como tu lo amas.

Esta mañana me levanté temprano.  Busqué en tu cuarto todos tus recuerdos.  He llorado al encontrar la carta de Manuel.  ¿Quién es él?  Dime.. ¿Te has ido con él?  He buscado su dirección, su teléfono... Estoy releyendo una de sus cartas: "Amada Eloisa, hoy he comprado tu pasaje, ahí te lo envió.  El departamento es lindísimo, pero sin tí es frío, hay un vacio que solo tu llenaras.  Te espero ansiosamente.  Te adora, Manuel."  Cómo un loco he revolcado el cuarto, buscando la dirección.  ¿Dónde estás?  Sólo el dolor, la soledad son mis compañeros.  Tus gritos anuncian la muerte de Manuel.  Mi sufrimiento y el vacio han cobrado una deuda vieja. Me apodere de Manuel, como él se adueñó de tí.

Me levanto y abro el gavetero del nochero, releo la carta:  "Querida tía hoy he robado por ti.  Tengo bastante dinero como para comprar un pasaje de esos que te envió Manuel.  Quiero estar junto a ti.  Voy a ir a esa agencia, donde él compró el tuyo, ¡quizás ellos sepan donde estás!  Hoy me he levantado con odio hacia a ti. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste de quererme?  Recuerdo con dolor que esa misma mañana me gritaste que era un niño malo. ¿Por qué?  Todavía me preguntó.  Te mordí tu seno, como he mordido hoy el cuerpo de Manuel, como él mordió mi sexo. Así lo  hicé, como tu me lo pediste un día, como él me exigió esta mañana.  Tu amiga Margarita le gusta, a Manuel también y ¿por qué tu me gritaste que soy malo....?

Querida tía, hoy 28 de Noviembre estoy en nuestro cuarto.  He sacado tus vestidos, tus aretes, tus medias me los he puesto.  Estoy frente al espejo mirándome, viéndome en tí, somos igualitos, con tus pintalabios he delineado mis labios gruesos y húmedos. He delineado los ojos y tengo como tú, el pelo un poco largo.  Estoy feliz porque esta noche mi hermano Felipe viene para nuestro cuarto.

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Texte: Copyright@ No se permite la reproducción parcial o completa del texto sin autorización del autor
Bildmaterialien: Adán en la puerta del infierno, por Augusto Rodin (Museo de Rodin, Filadelfia)
Tag der Veröffentlichung: 24.06.2013

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Widmung:
a Jesús I. Callejas mi cómplice en mis viajes por el mundo.

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