La creación de Adán y Eva, de José Villegas Cordero (1844-1921)
Olga González del Pico
El primer Hércules divinizado
quizás, amado por una deidad
se reflejó en el espejo de mis sueños.
Le dije: Soy una mujer del siglo XX
estoy saturada de inquietudes.
Vienes de muy lejos...
El círculo mayor del tiempo
te señala, tú serás
el padre de la criatura.
¡Los afiches del planeta
serán testigos de nuestro amor!
Piérdeme en el marasmo de tus lunas.
La genital cifra te hará sentir
un poderoso deleite.
Mírame, soy una mujer del siglo XX
te ofrezco la rosa de mi sexo
dame la gestación necesaria.
La era presente, tendrá un niño
besado por el rayo cósmico
de tu siglo y el mío.
¡Oh, noche... ! Rasga la nebulosa
de este hechizo, y despiértame.
Estoy cansada de esperar el tiempo
aquél que el Oráculo de Delfos
marcó la pulsación de las constelaciones
germinando en el pólen de la rosa
en el negro equilibrio de los murciélagos
cuyo vuelo de misterio cae
sobre la heredad de los relojes.
Estoy cansada de los artificios humanos
eclosiones que invaden la materia
y hacen crecer al monstruo de una
fecundidad innecesaria.
Cansada de musitar una música
parecida a esos cuadros abstractos
donde sólo la mente del artista penetra.
Oyendo el trino del ruiseñor
que muere cada noche, sin hallar
el estuche cuyo terciopelo
tiene el color de la primera pupila.
La primera pupila quedó cegada
por no ver el cuadro demoníaco
cuyo corazón de fuego, hizo desprender
la corteza virgen de una naturaleza diferente.
El pecado de la primera fecundidad de
Adán y Eva...
señaló la primera muerte.
¡Oh, cráneo del primer dolor!
¡Oh, rostro de la divinidad!
Imaginando beber el licor de los dioses...
No destruyas la torre del ensueño
sobre la boca abierta de la rosa
tu fusta de ciclón enrojecido
lacera el pentagrama de sus pétalos.
Tu festín de prosaicas veleidades
devora las manzanas de diciembre
mientras los niños lloran:
¡Oh, sempiterno lastre de Caín!
No destruyas la torre del ensueño
hay un huésped que vino de la aurora
una beldad que suma nueve lunas
senos adulterados de su pecho
esperan al lactante... adoración
de todos sus reflejos.
No destruyas la torre del ensueño
posado en una rama un pájaro agorero
peina sus tersas plumas
y tuerce en su garganta la clavija
de un monocorde trino sin respuesta.
No destruyas la torre del ensueño
deja caer tus párpados de plomo
sobre tu falso pedestal.
Uno sumado en cientas hectáreas
para un grito ovillando en la rueca
de tu propia maldad.
No destruyas la torre del ensueño
tu aleteo de cóndor deformado
está junto a la urdimbre
de la paloma agonizante.
Lunático emistiquio del poeta
que ve morir la oveja descarriada
lana para el sudario del dolor.
No destruyas la torre del ensueño
sobre la boca abierta de la rosa
el aguijón de oro de la abeja
se llevará el secreto clausurado
de la beldad que suma nueve lunas.
Mañana no lo sé, habrá pasado
el vértigo, un inútil cansancio
de la hormiga y el sueño.
Afiebrado antojo a tu decir
aquí estamos dividiendo
el escape meditabundo
de las horas y el tiempo.
Viendo oficiar la misa del domingo
litúrgica expresión del rezo
mañana la gravedad del cisne
anillando a su cuello
el velamen de un sueño.
Dándole cuerda a tu reloj
escucho cuando dices:
El ensayo del tiempo
va quebrando las piezas
en las jugadas del ajedrez
todo queda en suspenso.
En la visión del pensamiento
el poeta no alcanza a firmar
el final del poema.
El veneno fatal de la serpiente
paraliza el éxtasis del sueño
y siento en lo profundo
la lágrima que rueda
del árido contorno del desolado
misterio del invierno.
Y tú, en forma desairada
te burlas del bostezo sonámbulo
de un adiós en el tiempo.
Abres un parabán y desolada
ves cruzar la inútil caravana
que lleva misceláneas de recuerdos.
Los tuyos van también y de pronto
cierras el parabán y te pierdo
vas ajeno a tu decir, sigues
la caravana doblegada al insomnio
de una marcha sin tiempo.
Había un pescador.
En su malla de sueños
se reflejó una estrella;
el pescador creyendo
que era un regalo
concedido por Dios
dijo a todos gritando:
¡Soy dueño de una estrella!
A un ritmo acelerado
su corazón latía
volvió a decir gritando:
Aquí traigo mi estrella.
Al quererla tomar
se difundía ante su vista.
Espacio azul de una quimera.
Hincado de rodillas
miró al cielo y dijo:
Gracias, Señor, por dejarme
ver la aureola de una estrella.
Debían de llegar los elegidos
para el festín funesto de esa fiesta.
Helénicos atuendos lucirían
y cintos con cabezas de culebras.
En los labios carmín de capulíes
en las sienes cintillos de diamelas.
Sólo uno lucía sobre el pecho
tatuado un signo, con fulgor de estrella.
¡Viva Roma, clarines y banderas!
En el marco de aquel festín funesto
dibujaba la muerte sus ojeras.
Allí estaban Caínes y los buenos
las rameras y púdicas doncellas.
Estaban los celosos veladores
acechando el momento de las cuentas.
¡Viva Roma, clarines y banderas!
En la mente de un sádico crecía
darle vida y color, a aquella fiesta
a la luz mortecina de velones
y el vaho fantasmal de una caverna.
Develando sus cuerpos escultóricos
Afroditas, cosecha del espanto
ya sin pudor movían las caderas.
¡Viva Roma, clarines y banderas!
Rebosaba el licor en cada copa
había ojos con chispas de candela.
Laberintos, de potros desbocados
en el regio oropel de aquella fiesta.
Torbellino, lujuria y desenfreno
eran el centro terrible de la escena.
¡Viva Roma, clarines y banderas!
En un "ay" suspendido por el miedo
clímax real de exótica grandeza
en fiera lucha, como toros bravos
como un Atlas rendían su faena
todo hacía pensar en el momento
del regio coliseo de las fieras.
Tras la mueca siniestra ya la Parca
una vida ganaba para ella.
¡Viva Roma, clarines y banderas!
La orgía dilataba a cada paso
el abrazo carnal y otras ideas.
Sangría de los nuevos gladiadores
diluir la energía retadora
frente al festín funesto de la fiesta.
Un psicópata, morboso, arrepentido
Emperador siniestro de esta era
lloró sus culpas en estrecha celda.
No me esperes…
mañana voy de viaje
citada estoy al punto
de un noche sin término.
Hay un batir de alas
cruzando velozmente
incierto Laberinto.
Pasarán muchos días
muchas lunas de enero
hasta llegar al punto
de una noche sin término.
Jamás preguntes nada
una ebriedad de antojos
se diluye en el vaso
nostálgico del tiempo.
He bebido el elixir
agridulce del beso
y mi flor de amaranto
ha deshojado el viento.
No me digas que hay una
fatiga sin preámbulos
ya el otoño dibuja
su corona de invierno.
Un turbión de gaviotas
ha de marcar el punto
de mi noche sin término.
Algebra de las estrellas
sumario de una sola
transparencia de luna.
Estupor de plumíferos
alas quebradas al vacío
inexacto contorno de los vuelos.
Trivial devaneo de un punto
fatiga múltiple del cansancio
tabla de un juego para dos.
Centro vital del espejismo
línea de un dividendo
ceros al lado opuesto
frente al asombro de alguien
llamado Don Quimérico.
Ajenos a toda acción de ser
impotencia de un siglo
nocturno en la enferma
garganta de un ruiseñor
intermitente rayo de luz
lacerando la espalda del miedo
ajenos a toda acción de ser
fina punta de acero
perforando el pozo del misterio.
Azogue de los relámpagos
Colombina y Pierrot
perfilando los Nelumbios
horizontales de los sueños.
Arlequines rellenos de aserrín.
Burlesco ensayo de la risa
lágrima cayendo sobre la ira
antifaz negro cubriendo el rostro
fantasmagórico de una noche.
Suma y resta de un imposible
ocatsilábicos arpegios
agónico nocturno del ruiseñor.
El, la rosa y un suspiro
caen azogues de relámpagos
dividiendo esféricas líneas
para el apunte demoniaco
en un tiempo neutro.
Dentro de un corazón enfermo
se proyectaba un claustro
de silencio lastimando
la virginia corola de una rosa.
El extracto de una resina
en la boca sedienta de un por qué.
Silencio, dilación y deseo
agridulce sustancia
de una vida en suspenso.
Negras hilachas van trenzando
los cabellos del tiempo y El
señalando el absurdo
de un estar en el tiempo.
En su mano derecha su pañuelo
en su pecho el más lánguido
de todos los suspiros.
A lo lejos una barcarola
tras el lírico acorde
de sublime recuerdo
anacoreta del silencio.
El murciélago negro de la noche
ya no existe, su mórbido equilibrio
se ha quedado sin alas...
Densas telarañas formaron
el velo insustancial de una pregunta
un poeta sembró margaritas allí
donde estaba señalada
la escritura de un anatema.
Los cuatro jinetes del Apocalípsis.
El perímetro azul de los vientos
besó las alas del murciélago
murió de tristeza, ya no existe.
Los juegos acrobáticos de la noche
dejaron de ser misceláneas
del cuadro dantesco del misterio.
La muselina verde de la primavera
renovó la psiquis enfermiza
del acosado corazón del sueño.
Una gota de sangre cayó
sobre la nitidez de un blanco lirio.
Un maléfico escorpión
imprimió su veneno
en el abdomen de una abeja.
Las octavas del miedo pulsaron
en el clavicordio de la noche
un preludio de Mozart.
Conmovido el poeta, volvió
a sembrar margaritas
allí donde estaba señalada
la escritura de un anatema.
Los cuatro jinetes del Apocalípsis
dejaron caer una nube rosa
sobre el pálido rostro de la noche
el velo nupcial de Osiris.
La sombra se proyecta
camina, danza, se inclina.
Está vacía, en supenso.
Ella fue simetría de lo bello
sola, triste, desvelada.
Pétalo convertido
perla cristalizada.
La noche la seduce, la guía
¿a dónde va insustancial
con levedad de cisne?
Misterio, pena, sudario.
Imagen de lo que fue
escultura, beso, flor.
Etérea sombra desligada
silencio, reposo, eternidad.
El abanico del viento
rozó sus sienes
y se quedó impreciso
de llegar a otro planeta.
Lunática transparencia
del taciturno tiempo
haciendo girar la ruleta
para el ensayo onírico
de un adiós sin regreso.
En ese extraño mundo
estaba El herido por
tubérculos marcados
del árbol venenoso
cuyo campo de acción
dilataba la retina
de un abstracto crepúsculo.
El emprendía una rara
y enfermiza traslación
del fabuloso germen
que llamamos Destino.
Del bostezo de la noche
surgía la ingravidez
del gemir de los pinos.
Como el cristal de murano
El dejaba de ser, Uno
de tantos y tantos pensamientos.
Frágil esfinge simbolizaba
la voz del tiempo y El
quedaba para siempre detenido.
Había llegado al corazón de la palabra
la noche con su túnica de sombras
la difundía en solitario grito.
Yo estaba en el velamen de las horas
descifrando un absurdo Laberinto.
La noche martillaba impíamente
el eco moribundo del sonido.
Clápsula de errabundo manifiesto
me señalaba el claustro
del corazón dormido...
No pude resistir y con mis dedos
a manera de garfios encendidos
doblegué los cerrojos y de repente
irrumpía con fuerza un alarido.
El corazón de la palabra es...
el vuelo de un suspiro.
Una voz desairada respondía
llegándome del fondo del olvido
me sangraban los dedos
era mucho decir, absurdo Laberinto.
Un relámpago azul desvanecía
de la noche el extraño desafío
y sentí que mis pasos, ya no eran
agujas del martirio.
No me señales los signos
la noche ha comenzado
un baile de máscaras.
Hay un ajuste de expectantes
del melodrama del terror.
Dime, ¿dónde están
los andamios del viento?
No me señales los signos
¿en qué sumario de infinitudes
se dividen los sueños?
¿En qué plataforma
construyen otra Torre de Babel.
Me verás vestida de luna
en el baile de las máscaras.
Y tú, amor mío... amor mío
esa noche expectante
llevarás en afelpado estuche
las cenizas de mi estrella.
La noche octava
la clásica, la infinita
cubrió con un velo
la virginal colora
del nacimiento de una rosa.
Las arácnidas pulsaron
con hilos de seda
los sumarios en la agenda
de las revelaciones.
Una energía casi celeste
de la noche octava
dejó caer en la tiara
de una novia
claridades de auroras
poniendo en su dedo
el anillo de desposada.
El pintor dejaría terminado
el óleo que representa
el espejismo de un sueño.
La noche octava de un laberinto.
Era una mole de granito
edificada allá, lejos de la visión
de ti, de todos, del mundo...
Una bola de fuego intermitente
un movimiento cósmico, ¡un grito!
Todo pasó en segundos
la estructura caía
y los aros concéntricos
del más extraño Laberinto.
Era como decir, estoy aquí
cuidado con mis sienes
me laten los sentidos.
Deseo ver los últimos colores
formando afiches de calidoscopios.
Exóticos abanicos, esos
que en el Oriente
perfilan juegos mágicos.
Era una mole de granito
roca viva que hace sangrar
los pies de un peregrino.
Gigantesca tarántula
tejía sin cesar el blanco
velo, para la novia azul
de impávido espejismo.
Era justificar toques
de seda, en el lago
ondulante de los cisnes.
Era, el triángulo opuesto
al deseo de un imposible
la mole de granito
ya no existe, quedó desintegrada
en el gastado eco de aquel grito.
Ayer vi el ojo luz
del Polifemo cavernario
las piedras de su aposento
estaban desgastadas
los terribles garfios
de la naturaleza, los habían
dejado en vibrátiles
movimientos inseguros.
Una estridente voz le decía:
¡Cuidado, Polifemo!
Vas a morir sepultado.
Como una libélula en vuelo
desprendida del éter del espacio
a mis pies caía una inmensa
y cristalina lágrima.
Alguien susurró a mis oídos:
Deja que Polifemo admire
tu singular y radiante belleza...
Tomé un peine y sirviéndome
aquella indefinida lágrima
comencé a alisar mis cabellos
invisible y poderosa aguja
movida por los dedos del viento
conjugaba sutilmente
una expresión de amor:
Soy tuyo..., tuyo, tuyo.
De mis sienes se desprendía
otro hilo de mis cabellos
Polifemo lo tomó en sus manos
y llevándolo a sus labios
anudó el más infinito
de los suspiros, angustioso
Laberinto se posesionaba de mí
¡Soy tuyo..., tuyo, tuyo!
No laceres mis vigilias
no me señales, cíclope
el arrobamiento de un deseo.
Un anillo de esmeraldas
circundaba mi afinado dedo
el artífice de las revelaciones
lo había cincelado para
una Diosa mitológica.
Oh, vehemencia del amor
el ojo luz cerró su párpado
aquel espacio de tiempo
había terminado.
Las piedras de su aposento
sepultaron la magnética
sublimidad de un imposible.
Sentado en la baranda
de un absurdo silencio
estaba el visionario.
Se quebraban las horas
de un día fatigado
y fue preciso un viaje
tan lejos, que la noche
no ha cerrado su párpado.
Con los remos del viento
surca mares de sombra.
Visionario incansable
que no llega a ser nunca
el árbol de una casa
que florece en invierno.
Jamás regresa al sitio
que tuvo por estancia
ni perfiló una estrella
ni señaló un deseo.
Va diciendo a la luna:
Me entrego al abandono
de sumarios sin tiempo.
Visionario incansable
su agenda lleva nombres
de aquellos que existieron
en veleros nocturnos
y cruces de misterio
con la luz de los siglos
para medir exacto
la lámpara del tiempo.
El visionario errante
lleva atado a su sombra
escrito este soneto.
Son interrogaciones
los ojos de los gatos
en el teatro único
de crueles marionetas.
Alpinistas que llevan
los músculos de seda
presionando gacelas.
Magos de los ensueños
multiplicando estrellas.
Los ojos de los gatos
cortan las madrugadas
en tajadas de espera.
Voy soltando mis trenzas
y me quito los guantes
de una esperanza muerta.
Frías lunas de enero
van congelando huellas
que en mí, se desintegran.
La noche va pasando
y aún titilan las últimas
caravanas de estrellas.
Son interrogaciones
los ojos de los gatos
pertenecen al reino
de una heredad incierta.
¿Quién achicó sus formas?
¿Quién doblegó el instinto
de ser como los tigres
que habitan en la selva?
Hoscos, fieros, terribles
hay gatos que en la noche
anillan Laberintos
con sus colas eléctricas.
Era la vigilia de los buenos
y la inmadurez de los malos.
Era el sonido musical de voces
y el sonido ronco de los truenos
un fluir en la matriz de los océanos
caracoles cuadrados y conchas triangulares
imperfectos desajustes de la naturaleza
una pupila azul desprendiéndose del cielo
la pupila negra saliendo por el brocal
de un pozo mutilado por la hiedra.
Los plumíferos con las alas
plegadas después de una lluvia
de punzantes alfileres desiguales.
Era el no, frente a todas las urgencias
era el sí, sosteniendo el peso de los siglos
la lepra sobre la piel indefensa de los pobres
la inercia en el corazón de los ricos.
Unos tratando de alcanzar lo prohibido
otros avivando el fuego después de cazar
una indefensa liebre.
La bolsa de valores con ceros a la izquierda
como trapecistas en la cuerda floja.
En una aurora boreal una estrella
fugándose del cielo, pidió asilo
en la fugaz embajada de los sueños.
Ya todo se transforma
iracundo, soberbio y tempestivo
huracanado antojo de la fuerza
volcánico estupor, lava sin tino.
Acerados pulmones del poniente
traspasan lo imprevisto
y hacen eco en el eco multiforme
grito deshabitado del sonido.
El diagonal influjo atraviesa
la artería a lo infinito
se nubla en el ocaso
la hora del crepúsculo
ya todo se transforma
la razón se hace un mito.
Las paredes se quiebran
del claustro del olvido
una legión de alas
forman la caravana
de un sueño detenido.
Línea divisoria fraccionada
ingravidez y espacio
margen en centésimas partes
ajenas al diario opositor
de razones centradas.
Decir, yo soy, tú estás
ellos no están, hace mucho
que su fichero de sueños
terminó sus jugadas.
Muchos les lloran y llevan
tallos con rosas sin espinas
donde el eco no cesa en el follaje
articulado de los arqueados
y majestuosos pinos.
La nitidez de un cuadrante
circunda las lápidas
donde quedan los rosarios
en las lágrimas del tiempo.
Las alondras apartadas
al intento de un vuelo
cuyas alas se desplazan
atravesando el espacio
de un viaje indefinido.
Mientras allá se desprende
enigmática sonrisa
asiático mandarín
en su pipa de bambú
absorbe el opio sin prisa.
Suspenso ya fraccionado
en las vértebras del viento.
Fue una aparición reveladora
los balances celestes del espacio
iban marcando pautas
detrás de los suspiros...
El Mago señalaba
entre aros de sombra
un furibundo genio, detenía
aquella aparición indefinida
y vi cómo los míos
mis sueños ilusorios
se esparcían en ávidas corolas.
Ya no volví a soñar
unos niños cantores
pulsaban sus laúdes.
El flamboyán encaje de la llama
centralizaba el mes de mayo
coronaba la luz, la sensitiva
energía de ser frente a la vida.
En los aleros de mi casa
los gorriones anidaban
y captaban mis pupilas
la suprema grandeza
viendo llegar las golondrinas
mensajeras de Dios.
Siempre la duda, el miedo
visones espectrales
fatigados momentos
eclipse total de un extravío.
Puntos indefinidos
sudarios de una verdad
sobre el silencio múltiple
de un corazón sin vida.
Laberintos cegados
una y otra vez la transparencia
líquida del mar
dejando caer gotas de púrpura
sobre la blancura de las olas.
Después la noche cincelando
horizontes nublados
todo en el turbulento marasmo
de una sinrazón.
Penetrando el oculto ser
de las deformaciones.
Todo, la duda, el miedo.
Visiones espectrales
hacen sentir la ingravidez
de un desajuste insustancial.
La verdad se antepone y señala
interrogaciones de un por qué
muerte, sobre muerte y nada más.
De la corteza viva de la tierra
surgió una llama
el ave taciturna se abismó
en los andenes de la noche
tres ecos quedan tensos
en las cuerdas de un Stradivarius
tres rostros delineados
estremecen los cuerpos.
Se agudizan dentro
del extravío de las horas
perforando el silencio.
Un ave deja caer de su pico
tres pentragamas
la llama se evapora
y quedan suspendidos
en las aspas del viento.
Tres energías y un signo.
Los tres gritos ahogados
quedan fijos en el cuadro
deshilando el misterio.
La nebulosa de un laberinto
despertaba a las valquirias
tránsito de una fuga diferente
bellas amazonas del mar
van desafiando las olas
intrépidas y delirantes
salen montadas en briosos corceles
van rasgando con sus fustas
la sostenida lágrima del tiempo.
Gris espacio de una lánguida
y tormentosa tristeza.
Tintes dorados
en sus cabellos encrespados
trajes metálicos ciñendo
sus cuerpos esculturales,
radiantes y furibundas
siguinedo los silbos del mar
tras una rompiente de olas.
La zarina del mar
novia de los velos azules
sería desposada con el príncipe
de un reino desconocido.
Las valquirias entregarían
a la desposada
un collar de corales.
Un brindis del yodado
champán de los mares
hacía crecer el espejismo
magnético de un laberinto.
Planos astrales
nenúfares del éter
clarines disonantes
con notas al revés.
Espaldas flageladas
con látigos de acero
torres que se desploman
piezas de un ajedrez
donde el hombre traspone
a la reina, al caballo
y al imperio del rey.
Llevando una energía
malévola y sin ley
el taciturno búho
se asoma a la ventana
se escucha un eco grave
repitiendo: Después...
Así van por la vida
desafiantes y absurdos
los hombres, al revés.
El polen de las rosas
vigoriza las sienes
y nacen como estrellas
los hijos del desdén.
Bajo un arco de fuego
el beso se hace llama
se refleja un espacio
del cielo sobre el mar
breve como una onda
se desnuda el silencio
de la seda de un capuz
ya comienza a volar
la bella mariposa.
Quiebra el viento sus alas
se evapora en el aire
en el agudo tránsito
de un sueño al revés.
¡Oh! ... Pesadilla horrible
te tétricos ultrajes.
Buitres en mi aposento
queriendo descarnarme.
Devoraban segundos
sentenciando mi vida.
Devoraban minutos
gustando mi amargura.
Llegaron los vampiros
como duendes, sin treguas
con las bocas sedientas
de tan negra dulzura...
Clavaron impetuosos
su sabia mordedura
succionaban mi sangre
sin dolor a mi herida.
Un látigo de plata
anudado a mi cuello
suspendía mi grito
en la escala del sueño
sin voz para quejarme
ni arcángel protector.
¡Oh!... Diabólica escena
averno sentenciado
al caos del terror.
desfilaron a verme
todas las criaturas
que subsisten al soplo
del fuego destructor.
Con sus lenguas de llama
acariciar querían
la desnuda tortura
como dardos clavados
al drama del dolor.
Ataron mis cabellos
a la cuerda del viento
farándula invisible
de algún "genio burlón".
¡Oh!... Pesadilla horrible
de tétricos ultrajes
tatuaje de las horas
sobre mi rosa en carne.
Llegaron retrasados
amaneciendo el día
los cocuyos gigantes
con luces de linterna.
Oh, que frío tan hondo
sacudía mis huesos...
Un abrazo de abismo
me tendía un fantasma
comprendí que mis ojos
aún tenían reflejos
y rasgué con mis uñas
la corteza del sueño.
Anudado a mi pecho
absurdo y temible Laberinto
demasiada palpitación extraña
hace presa en mi corazón...
¿Hacia dónde me lleva? No lo sé
abismo, cumbre, cielo al infinito.
No cede el Laberinto, se complica
ha perdido la ruta de su viaje
rompe un zafiro en tres pedazos
y una rosa estruja entre sus manos.
La ira lo somete y se hace bestia
me fija su mirada que fulmina.
Comienza a caer densa escarcha
del asolado invierno; el Laberinto
no resiste el frío y se pierde
en la neblinosa noche desolada.
Queda bajo un estado depresivo
y vio en la rama de un árbol
un bello ruiseñor, volvió a casa
llevando una pluma satinada
de sus alas.
¡Soñar no cuesta nada!
Se desdobla, se evapora
y de pronto se fulgura
un suspiro la detiene
un abrazo la reclama
y la musa se aproxima
lleva un pétalo de gracia
¿de qué punto toma vida
de qué margen toma alas?
Ay, si la Musa es el vacío...
sin sustancia, sin ropaje
que le cubra las espaldas.
Se apodera del sonido
se hace dueña del castillo
donde reina un Laberinto
succionando el frío enlace
de un por qué que no se alcanza.
¿Será acaso el tacitunro
desafío de una lágrima
de los sueños de un poeta?
Y la Musa lo convida
a la gala de los Duendes
donde todo es mascarada.
Sólo el frío de una entrega
desafía los empeños a seguir
el poeta, lira en mano no se asusta
no se alarma, atraviesa con su mente
lo insondable del misterio.
Y le dictan al poeta proseguir
el vuelo altivo de las águilas.
El silencio se alimenta
se difunde, se traslada
y tropieza como un niño
que corriendo se resbala.
La quimera se hace vuelo
gira y vuelve desgastada.
Era una fúlgida mirada
de aquel Genio furibundo
que sin pena doblegaba
mi angustiado corazón.
Su crueldad fiera y lasciva
daba toques a mi puerta
con sarcástica intención.
El balance de mis horas
divagaba por segundos.
¡Fiero Genio alucinado
vete, vete, por favor!
Y su fúlgida mirada
sin piedad me lastimaba
lacerando impiamente
con su fusta de diamantes
el sentir de mi razón.
Aquel Genio furibundo
ya de pronto proyectaba
iracundos espejismos
y con torpes desatinos
al teatro de las máscaras
¡me llevaba, me llevaba!
Llevo el alma destrozada
ironía de un contraste
me dejaba sobre el lecho
el desdén de sus caricias
y entre luces marfilentas
¡se reía, se reía a carcajadas!
Era un torpe Laberinto
de un por qué, que no se alcanza
como un dardo penitente
ya en la fría madrugada
ya cegado por la ira
frente a mí, se suicidaba.
Con los ojos muy abiertos
me decía, ya me marcho
ya me alejo, inefable amor.
Esa fúlgida mirada
todavía me dañaba
y dos lágrimas rodaban
por las pálidas mejillas
de ese Genio furibundo
y con voz casi apagada
me decía: Ven conmigo
hacia el reino de la Nada.
Como un rayo tempestivo
desprendido de su entraña
comprendí que era el engendro
concebido por las llamas.
Nube roja del poniente
donde quedan mariposas
con las alas destrozadas.
Era inútil desprenderme
de ese Genio furibundo
quedé presa de un delirio
día y noche yo buscaba
en la agenda de mis sueños
¡ésa, esa fúlgida mirada!
Fuego, llama y humo
tú mirando el horizonte
¿qué piensas?, no respondes.
La pupila del sol
se va quedando pálida
detrás de la sombra.
Fenece el antepenúltimo
y delirante pentagrama
de las cuerdas del viento.
Azul, verdemar o negro
incertidumbre de un deseo
reclamando el tapiz
de titilantes estrellas.
Tú te pierdes en la nebulosa
espiral de las nubes.
Fuego, llama y humo
el escultor va cincelando
el corazón de púrpura
en la columna del silencio.
Pulso mi nave, deliro
voy a sus brazos
al mar me entrego.
Rielan las lunas
ebrias de ensueños
sobre sus olas
hilos de plata,
y en cada punta
se ve una estrella.
El mar se iriza
y me desnuda
¿de dónde vienes?
Cifrado en una
pasión de un beso;
soy del Planeta
llamado Tierra.
Traigo conmigo
un sortilegio.
Seré tu amante
porque te quiero.
Llegan delfines
y en un momento
ellos se tornan
como testigos
al casamiento.
A mis oídos
me llegan ecos
corres peligro
los tiburones
están hambrientos.
Tras un sollozo
que nubla el tiempo
al mar le digo:
¡Yo fui tu amante!
Jamás lo niegues.
Cuando yo muera
serán tus brazos
quien me sostengan.
Busco mi nave
y me regreso.
Se va muriendo en dos partes
y no quiero que se muera...
Por las ventanas del aire
y por sombrías cavernas.
¡Ay!, misterio de esta pena.
Se van plisando las horas
en el mar que se lo lleva
aquel tatuaje en el pecho
de una gaviota en espera.
Ya no percibo su voz
ya mi ansiedad no le llega.
Magia de los caracoles
silvo azul de las sirenas.
No se lo lleven ventanas
no se lo lleven cavernas.
Se va muriendo en dos partes
y no quiero que se muera.
¡Ay!, mi saeta llorada
mirando el rostro divino
de la virgen Macarena.
Mis lágrimas fueron una
caravana de sorpresas
la noche ya difundía
el declive de sus huellas.
Se ha posado una gaviota
en la mayor de mis penas.
Fuertes vientos acoplados
que luego se desintegran.
En el mar de los suspiros
hay una barca desierta.
Se va muriendo en dos partes
y no quiero que se muera.
Acompáñame a ver
el cielo diferente.
Hoy está vestido
de púrpura y violeta.
Un sonido espectral
que anuncia un duelo...
Visión que se desliza
a mis pupilas.
Me asomo al cristal
de mi ventana.
Se rebosa la copa
nota del silencio.
Yo espero al alba,
se me quedó la llave
de mi casa,
como una cenicienta
sin ruta de salida.
Se fractura una voz;
no la busques Amor
tengo la llave...
Y una ráfaga de ira
se vislumbra
y al mar tira la llave.
Y quedó la cicatriz del tiempo
sobre la blanca piel de los hijos
de Adán y Eva.
Terrible ironía, la luz se hizo tiniebla.
La corola de un lirio comenzó a sangrar
se formaron eslabones uniendo la ira
de los necios.
Una transfiguración de Amor
modeló en barro dos cuerpos,
Adán y Eva; cerníase
el alpiste dorado
sobre la jaula de los canarios.
Insatisfechos los torpes hijos
de la descendencia de la primera pareja
creada por el supremo Hacedor
y el redondel de la luna
fue formando cráteres.
Las horas se diluyen
en la esfera noctámbula...
Dos nombres y un lucero
ha bordado una dama
con sus dedos de seda.
Un duende ha perfilado
de Pierrot la silueta.
Se diluyen las horas
en la mansión que nunca
nadie dejó sus huellas,
y la esfera noctámbula
se hace escala de un grito.
Infaustas primaveras
las horas se diluyen
como ondas de un río,
y la Dama se anuncia
y se va en un velero.
Y la pupila grave se torna
como el ave que nunca
regresará al nidal
de los caros empeños.
Se engarza en el anillo
de su propia faena
Aries, era su signo
como una cinta elástica
divagaba en sus noches
la duda, una borrasca
dilatando el misterio.
Se afinan los violines
en las fugas del tiempo,
insólito derrumbe
clausura como un templo,
la voz cruel e indolente
de aquél que nos pregunta
imposible el espacio
taciturno si lloramos
por dentro; caen gotas
del manantial del tiempo.
Y tú, que aspiras el humo
del opio que te hace divagar
y caen mojadas de ti mismo
gotas absurdas rodando al vacío.
¿De qué poros, de qué sustancia
de qué tinta de siglos
vas marcando tu cuerpo
de calcinados tatuajes?
Lastre de la húmeda hiedra
sucio ejercicio del sexo
cuando la entrega es vana
y el placer queda suspendido
en el hilo cortante de un silencio.
Mercadería que se llama insomnio
y mansedumbre que se llama horror.
Vives con la prisa del que no llega
a tocar la aldaba, puerta sagrada
de los Dioses Eternos.
Aspiras el humo del opio
y divagas entre rejas de humo
jaula donde el alpiste dorado
no te llega a la boca
el ave que sostenía el flujo
de tu corazón, ya no existe.
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Bildmaterialien: La creación de Adán y Eva, de José Villegas Cordero (1844-1921)
Tag der Veröffentlichung: 17.12.2013
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