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Medio año de servicio en la Legión extranjera de Francia en 1910




Original en alemán: Willi Wolff
Traducción al español: Elena Wolff


Estos apuntes los dedico a mi querido amigo August HABERMANN
de su fiel camarada Willy Wolff

Málaga, Abril de 1911


Fue el 18 de Julio de 1910, cuando de manera aun hoy para mí incomprensible, me dejé convencer para alistarme en la Legión extranjera de Francia. En Mars la Tour fue donde un gendarme francés me hizo el ofrecimiento de manera tan atrayente que decidí irme a Verdun a alistarme. Lo primero que hizo el gendarme, después de darle mi consentimiento, fue llevarme a una hostería donde me dio comida y bebida. Después, sobre las diez y media de la mañana, fuimos juntos a Verdun, donde me llevó al Bureau de Place y me entregó a la autoridad militar.
Aquí me encontré con dos rusos a los que querían reclutar como a mí, y nos llevaron a los tres al Regimiento de Infantería nº 162, donde nos atendieron.
El 19 de Julio nos llevaron de nuevo al Bureau de Place y un coronel nos tomó declaración, si ya habíamos servido alguna vez, si nos gustaba lo militar, si queríamos ir a gusto a la Legión, y sobre todo quería enterarse acerca del Servicio en Alemania, especialmente sobre la manera de combatir la Caballería y el uso de las ametralladoras.
Después de casi una hora de entrevista y no haberse enterado de nada por mí, pues me hice el ignorante, nos llevaron al Bureau de Reclutamiento y aquí nos hicieron un reconocimiento y nos dieron por válidos.
Por la tarde nos volvieron a llevar al Bureau de Place y tuvimos que firmar nuestros formularios de contrato, donde figuraba que nos comprometíamos por cinco años y que el gobierno francés tenía el derecho de enviarnos donde considerase oportuno, o sea, que uno se había vendido por nada. Nuestro desconocimiento del idioma francés también contribuyó a que firmásemos tan pronto, pues de otro modo lo habríamos pensado mejor.
Después de terminadas todas las formalidades, el 20 de Julio a las 4 de la mañana un cabo me llevó a la estación para viajar en tren a Marsella donde se reunían los transportes que se trasladaban a Africa. Yo llegué a Marsella sobre la una y fui recibido en seguida por un cabo que me llevó a un viejo edificio.
Nada más llegar me llevaron a un dormitorio donde pude pasar la noche. Allí había unos veinte hombres que también iban a la Legión. Dormí poco esa noche y ya me fue entrando algo así como pesar, pues me acordaba de mis padres y hermanos, a los que había ocasionado con mi ida un gran dolor. Quizás fuera también porque al día siguiente debíamos abandonar Europa por mucho tiempo; nos enfrentábamos a un porvenir incierto, quien sabe si y cuando podríamos volver a nuestra patria.
Comenzó el nuevo día y con él volvieron a nosotros nuevas sensaciones. Sin recibir por las mañanas café o cualquier otra cosa para mantenernos, nos ponían en la mano una escoba y debíamos trabajar, ya éramos soldados franceses y nos teníamos que aguantar. Sobre las diez de la mañana nos llevaban al fuerte Saint Jean donde debíamos pasar el día hasta las cinco de la tarde, hasta el día de nuestra salida. A medio día nos dieron algo de comida y un vaso de vino, al menos debía ser vino. Por l a tarde nos hicieron otro reconocimiento médico.
El 23 de Julio a las cuatro de la tarde nos trasladaron al barco, un viejo vapor francés de nombre “Augustin” que nos debía trasladar a Africa. A las cuatro y media de la tarde poníamos por primera vez los pies sobre la cubierta del barco y habíamos abandonado suelo europeo. A las cinco de la tarde el barco levó anclas y con sensación dolorosa nos vimos cada vez más lejos de tierra; “quien sabe si nos volveremos a ver”, cantaban algunos alemanes, mas esta canción pronto enmudeció. Apenas llevábamos una hora de viaje cuando llegaron los primeros avisos de tormenta y algunos empezaron a marearse. Sobre las ocho de la tarde también yo noté los primeros indicios de mareo, y cuanto más arreciaba la tormenta más lo hacía mi mal. Sobre un rollo de cuerdas que había por allí me busqué un sitio donde pude pasar la noche. Tiritando de frío y calado hasta las rodillas por las olas que saltaban sobre la borda, estaba allí tumbado más muerto que vivo, lamentando las consecuencias de mi estupidez. Por fin amaneció y mi mal también pasó.
El 24 de Julio comenzó y el tiempo mejoró. El 25 hacia las ocho de la mañana vimos tierra, arrecifes y yermos, la primera vista de Africa. A las diez y cuarto entramos en el puerto de Oran, y después de otro cuarto de hora pisamos por primera vez suelo africano. En seguida fuimos recibidos por un comando de la Legión y pasaron lista para ver si estábamos todos. Entonces nos llevaron al Fuerte Theresia, donde tuvimos que esperar hasta la salida. Allí nos preguntaron uno a uno a qué regimiento queríamos ir, al primero o al segundo, aunque era igual uno que otro. Yo me decidí por el primero aunque diera lo mismo. Mientras se completaban todos estos trámites se hizo mediodía, y cuando terminamos de comer nos condujeron al Cuartel de Artillería, donde pudimos lavarnos y ponernos ropa limpia.
El día siguiente lo pasamos entretenidos con trabajos de diferente índole. El 27 de Julio, sobre las 5 de la mañana marchamos a la estación, para llevarnos a Sidi Bei Abbes donde estaba establecido el Batallón principal de nuestro Regimiento. Sobre las ocho de la mañana llegamos allá y tras una marcha de media hora pasamos por los portones del Cuartel. La primera impresión que recibí del Cuartel no fue desfavorable; al contrario, me gustaron bastante el patio bien limpio y las construcciones grandes y espaciosas.
Desde luego, no nos quedó mucho tiempo para mirar alrededor; uno tras otro tuvimos que ir a la oficina donde recibieron nuestra afiliación, después al almacén donde nos vistieron, recibimos nuestros fusiles y bayonetas y entonces fuimos a comer. Pasamos la tarde limpiando, pues a la mañana siguiente ya debíamos ir a la instrucción. Pasó el tiempo desde el 27 de Julio hasta el 31 de Octubre yendo cada día a la instrucción, pero no se debe imaginar uno estos ejercicios tan bizarros y metódicos como los nuestros en Alemania. La disciplina y el brío no existen, eso no lo conoce el francés. En ese tiempo me acordé mucho de mi lejana patria y a menudo me arrepentía de haber puesto el pie en esa tierra africana. Lo mismo le ocurría a mi amigo, un alsaciano. Nosotros nos habíamos unido mucho y pasamos juntos alguna que otra hora amarga, y también buenas. Los sentimientos que cultivamos durante ese tiempo, y con nosotros algún otro camarada alemán, va a ser expuestos en las siguientes líneas:
¡ARREPENTIMIENTO!
1. En Africa bajo ardiente calor solar, algún legionario de la patria alemana,
lejano recuerdo, que él ha abandonado en una hora oscura, sin pensar
que le seguirá el arrepentimiento.
2. Un revés de fortuna le alcanzó en la patria alemana, que él allí no creía
poder resistir, guió sus pasos a la frontera francesa y dio su palabra con
demasiada rapidez.
3. Él no recuerda la bandera que había jurado ni el dolor de los padres
mayores en casa, ni recordó la felicidad de la novia, que él destruyó
llevándolo con oscuro sentido.
4. El arrepentimiento llegó despacio, luego con ligeros pasos, en noches
pasadas insomnes, sin paz se echó sobre la yacija, sintió mil veces más
el dolor hecho a los padres y a su amor.
5. ¡Oh dolor, remite!, qué amargamente hay que sentir las consecuencias
de una jugada impensada: no sólo destruyó la felicidad de nuestra vida,
no, también nos quitó la patria.
6. Como quiera que se comporte el destino, nosotros continuaremos fieles
a la patria alemana, a la novia y también a los padres.
7. Guárdeos Dios, el saludo desde tierra lejana Dios será cumplido. En
fidelidad tuyo “un juramento en hora triste en fidelidad tuya tanto tiempo
yo viva.
Entre tanto se habían pasado los tres meses, los comandos franceses y los modos de combate nos habían sido transmitidos, y estábamos tan instruídos como para pasar al batallón, cuando ocurrieron diversas turbulencias en Marruecos y las tropas allí estacionadas necesitaban refuerzos. El 2 de Noviembre se movilizaron las Compañías 10 y 11 estacionadas en Sidi Bei Abbes y con ellos unos 150 hombres de la Compañía Depósito a la que pertenecíamos nosotros. En total éramos unos 500 hombres que el 3 de Noviembre marchábamos a la estación para ser llevados en un tren especial a la frontera marroquí.
No puede ser descrito con qué sentimientos nos marchábamos: ¿quien sabe si nos volveríamos a ver en Bei Abbes?, o ¿quien sabe cómo nos irá?, nos preguntábamos unos a otros, mas con el tiempo también pasó este sentimiento, pues íbamos aprendiendo a aguantar de todo. Tras un viaje en tren de 10 horas llegamos a Marnia, la última estación en tierra francesa.
Después de descender todos, todavía nos quedaba casi media hora de viaje hasta alcanzar el lugar de acampada. En seguida empezó la vida de campamento, fueron levantadas tiendas de campaña e hicimos de todo lo que trae consigo este tipo de vida. Entonces nos tumbamos a descansar, cada vez 6 hombres juntos, bajo una carpa sin paja, sobre el suelo pelado, y así pasamos la primera noche. A las 4 de la mañana nos despertaron y sobre las 5 salíamos de marcha. Teníamos 27 km de camino hasta Oudjda; pasaron las dos primeras horas y ya empezaron algunos a tener heridas en los pies, pues marchar con zapatos nuevos al principio se va mal. Además el sol cada vez
subía más, no se veía ni un matorral ni un árbol, íbamos solos en medio de una carretera polvorienta del desierto africano. Además la mayoría no llevaba agua, de manera que cuanto más nos acercábamos a la meta, más se retrasaban los que no podían marchar. Es que con 30º C de temperatura y cargados con una mochila de 17 kg no es fácil caminar, teniendo en cuenta que la mayoría de nosotros no habíamos hecho aún grandes marchas.
Cuando aún nos quedaban unos 4 km de marcha, se habían retrasado tantos que el comandante que nos conducía ordenó parar, para que pudieran acercársenos una algunos de ellos. Tras una pausa de media hora seguimos, y con más o menos trabajo y apuros alcanzamos finalmente nuestro destino. En cuanto llegamos al pueblo fuimos a un riachuelo, donde se estaban lavando unos árabes y estaba todo muy sucio, pero sin importarnos esto, la gran mayoría nos tiramos al agua como animales para apagar nuestra sed. Tras una breve parada a la entrada del campamento pasamos por él co n el arma al hombro, aunque la mayoría se balanceaba, más que desfilaba. A las 12 del mediodía habíamos colocado las carpas y por la tarde pudimos descansar.
Oudja es una fuerte Estación francesa, la mayor de la frontera marroquí, más o menos a 15 km al interior de Marruecos. La frontera sólo consta en los mapas, en realidad todas las estaciones se han cambiado lejos en Marruecos. Al día siguiente, 5 de Noviembre, fueron separadas las tropas que habíamos llegado, y la 11ª Compañía marchaba con unos 50 hombres, que debían ir a la 17ª Compañía en Taforael, alejada unos 80 km de Oujda. Aquí tuve que separarme de mi camarada, pues él iba a la 17ª Compañía. Rara vez se me ha hecho tan difícil una separación, pues habíamos compartido alegrías y penas mientras estuvimos en Africa.
La 10ª Compañía quedó en Oudja hasta nuevas órdenes. Además también quedamos 13 hombres que debíamos ir, si venían nuevas órdenes, a la 4ª Compañía hasta que un convoy fuera a Berguent, nuestra guarnición futura.
El 11 de Noviembre tuvimos que presenciar el fusilamiento de un soldado. Era un guerrillero que había tirado 84 balas al campo y herido a un oficial. Fue condenado a muerte y degradación militar. El fusilamiento ocurrió como sigue:
A las 5 de la mañana todas las tropas establecidas en Oujda marcharon al lugar del patíbulo. Cuando llegaron aquí, apareció el condenado llevado en una ambulancia a toda velocidad. Cuando llegó al lugar de la ejecución paró el coche y acompañado de dos gendarmes el condenado saltó con un cigarrillo en la boca y fue hacia el poste, se arrodilló y se dejó atar a él. Los gendarmes se apartaron y un ayudante, al tiempo que bajaba una espada que llevaba en alto, dio la orden de fuego. En ese momento estallaron los disparos, la cabeza horadada por doce balas cayó sobre su pecho y los primeros rayos de sol cayeron sobre la pálida faz del ejecutado. Al mismo tiempo el ayudante saltó hacia delante y le dio el tiro de gracia en un oído. Entonces se le limpió entre cuatro y se pasó desfilando en su honor o para asustar, o quizás por ambas cosas.
El 13 de Noviembre que era domingo, llegó al fin el día en que debíamos ponernos en marcha; sobre las 5 y media de la mañana debíamos irnos, pero ocurrió que el tren no estaba aún cargado por lo que eran las 7 cuando salimos. El sol ya lucía alto en el cielo y se esperaba un día caluroso, más de uno temía ya la marcha, pues teníamos que recorrer 44 km. Fue una marcha aburrida, ningún árbol ni matorral, atravesando un desierto pedregoso e interminable; el sol quemaba desde el cielo, cada cual seguía callado su camino. Uno iba por aquí, otro por allá, uno iba muy deprisa o el que no podía seguirles se quedaba atrás. Sobre las tres de la tarde alcanzamos un lugar con agua, un pequeño arroyo que corría por allí entre montañas. Habíamos recorrido exactamente 30 km.
Después de guisar algo, seguimos sobre las cinco y media pues aún nos quedaban 14 km de marcha. A muchos se nos hizo muy pesado, pero no había remedio. Ahora llegaba la parte más difícil: cansados como estábamos ahora el camino seguía subiendo y además anocheció. Al fin , sobre las tres y media de la madrugada alcanzamos el Col-Hirad-scda y con él nuestro punto de descanso. Después de guisar algo nos acostamos bajo nuestra carpa, ya que estábamos cansadísimos de nuestra difícil marcha.
A la mañana siguiente, sobre las 6, seguimos, pues aún nos quedaban 34 km de marcha y esperábamos llegar a Berguent sobre las cuatro de la tarde, Hacia las dos alcanzamos una fuente que estaba a 22 km de nuestra meta y queríamos guisar aquí. Pero para nuestro espanto, estaba seca, así que tuvimos que desistir de la comida, y tras disfrutar de algo de pan y sardinas de lata seguimos la marcha. El sol quemaba y pasamos mucha sed. Pero nos acercábamos a nuestra meta y cuando nos hallábamos a unos 4 km de Berguent, vino hacia nosotros un aguador montado en una mula, a traernos agua. Pero el sargento que nos guiaba nos prohibió beber esa agua, por lo que tuvimos que caminar sedientos al lado del aguador. Alguna maldición caería sobre la cabeza del sargento, pero no había remedio, pues no queríamos ser castigados por desobediencia.
A las cuatro y media llegamos a Berguent, un pobre pueblo árabe en medio del desierto africano. La estación está ocupada por una compañía de la Legión, una compañía de Tiradores, una “tren Spahis” y una sección de ametralladoras. Aquí nos teníamos que quedar en espera de órdenes, no precisamente muy contentos de pasar nuestra joven vida allí.
Desde el 15 de Noviembre hasta el 8 de Diciembre pasábamos cuatro días a la semana transportando o labrando piedras para una nueva obra, un día teníamos marcha militar y otro día ejercicios y tiro, ese era nuestro deber.
Del 9 al 14 de Diciembre estuvimos de reconocimiento con la compañía de Tiradores y la de “tren Spahis”. Marchábamos en dirección a Debdou, una estación marroquí que los franceses ambicionaban ocupar. Tras dos días de marcha alcanzamos un pueblo marroquí que había sido ocupado. Después de estar allí dos días, volvimos sin más. Era sobre las tres de la tarde y nos habíamos alejado sólo unos kilómetros cuando recibimos inopinadamente unos disparos. Un teniente y un tirador cayeron heridos; salimos en seguida de nuestras líneas y ocupamos las alturas desde las que habían salido los tiros. Pero por desgracia eso no sirvió de nada porque no vimos ni rastro de los marroquíes.
Después de media hora más o menos tocaron a reunión. Se puso a los heridos sobre mulos y seguimos la marcha. En vez de recibir el ansiado descanso, todavía tuvimos que marchar unos 20 km antes de parar. Por la noche se reforzaron las guardias y el vivac transcurrió sin contratiempos. Por la mañana, a las 5 seguimos la marcha y a mediodía llegamos a Berguent. Habíamos estado seis días de camino sin lograr nada.
El 15 de Diciembre nuestra Compañía recibió la orden de cambiar la guarnición con la 18ª Compañía. La alegría que nos embargaba se podía comprender, pues íbamos a recibir una ordenada guarnición, o sea, Nemours, que era el mejor puesto de toda Argelia. El 25 de Diciembre, primer día de Navidad, tuvimos que desalojar nuestras barracas, porque el día siguiente llegaba la 18ª Compañía.
El 26 de Diciembre llegaron y al día siguiente nos marchábamos. El primer día 34 km, el siguiente 14 km y el tercer día 30 km, para llegar el 28 de Diciembre a Oudjda, donde paramos hasta San Silvestre. El primero de año marchamos hacia Marnia, el 2 de Enero, Marnia - Nedrohmah y el 3 de Enero llegamos a Nemours. No quedamos defraudados en nuestras esperanzas, pues Nemours es una bonita pequeña ciudad situada en medio de altas montañas junto al mar Mediterráneo. Bonitos jardines con muchos naranjos que se doblaban por el peso de las frutas maduras, le daban una vista agradable. Aquí esperaba conseguir mi largamente ansiado deseo de huir de la Legión, pues aquí no estábamos bajo las severas constituciones de guerra como en Marruecos.
El 5 de Enero a medio día se acercó a mí un camarada, de Pfälzer de St.Ingbert y me preguntó si quería desertar con él esa noche. Yo me fiaba de él, pues ya había pasado dos años en la cárcel (cuando la deserción masiva de 1908 estuvo conmigo en el 2º Regimiento), y le dije que sí. Sin volver a hablar una palabra de nuestro plan, abandonamos el cuartel sobre las 6 de la tarde, nos compramos pan y dátiles, llenamos una cantimplora de agua y abandonamos la ciudad. Nos habíamos propuesto tomar siempre el mar como indicador del camino y evitar la carretera en lo posible. Desde luego el camino era bastante difícil y era muy penoso escalar las altas montañas. La primera noche pasó sin contratiempos y cuado amaneció nos buscamos junto al mar y entre los montes un escondite donde pasar el día. En todo el día no nos
atrevimos a salir de nuestro escondite por miedo a ser eventualmente descubiertos por los árabes. Cuando al fin se puso el sol volvimos a tomar el camino. Ibamos directos hacia el mar, pero antes de un cuarto de hora y al rodear unas rocas, vimos de pronto dos cañones de fusil de dos marroquíes apuntando hacia nosotros. No teníamos armas y ya era tarde para huir, así que tuvimos que rendirnos. Cuando nos quitaron todas las prendas superfluas, etc. nos dejaron pasar. Antes aún nos indicaron el camino que debíamos tomar y nos dieron su pan para el camino. Estábamos contentos de haber escapado tan bien y nos alejamos de ellos lo más pronto posible. El resto de la noche así como el día siguiente pasaron sin problemas. Al anochecer retomamos el camino, teníamos ante nosotros la última etapa y esperábamos encontrarnos en sitio seguro al amanecer. Sobre las 9 de la noche pasamos Port Say, el último pueblo francés, dando un gran rodeo. Entonces llegamos a una llanura, la parte más peligrosa de toda la huída, pues aquí debíamos cuidarnos de las Patrullas Gun (Gendarmería indígena). Una vez pasó a caballo una patrulla a 20 pasos de nosotros pero no nos vieron porque nos tiramos al suelo de golpe.
Entonces seguimos, hasta que sobre las dos de la mañana, y sin esperarlo, llegamos al río Mulaya. Este era el mayor obstáculo, pues con 150 m de ancho, tenía una corriente muy fuerte, mi camarada no sabía nadar y para chapotear era demasiado profundo. Ya no cabía la posibilidad de volver y llegando a la otra orilla se podía decir que estábamos salvados. Por tanto, nos dispusimos a construir una balsa, atando unos palos con nuestras corbatas y pañuelos.
Entonces nos desnudamos e hicimos un envoltorio con las ropas, que colocamos encima y nos metimos en el agua helada, habiendo sentado antes a mi camarada encima del lío. Pero a mitad del camino la fuerte corriente hizo que se volcase el lío y sólo con gran dificultad alcanzamos la orilla opuesta medio helados, más muertos que vivos: estábamos salvados. Por desgracia toda nuestra ropa se mojó y aún así mojados nos vimos obligados a seguir corriendo unos seis kilómetros, hasta llegar a Alfa, donde pudimos hacer una hoguera. Por casualidad me había guardado una cerilla en la gorra, que estaba seca, con la que pudimos encender un fuego. Después de dos horas se secó nuestra ropa y seguimos nuestra marcha. Al amanecer llegamos al primer puesto español “Cabo de Agua” donde estábamos a salvo. Aquí quedamos
desde el 14 al 26 de Enero, hasta que llegó la comprobación de que no habíamos cometido delito alguno que les obligara a entregarnos. El 27 de Enero nos llevaron a Melilla en un barco militar español y el 28 de Enero a Málaga en un barco de pasajeros. El 29 de Enero nos transmitieron al consulado alemán y nos dejaron libres. Este es el transcurso de mi servicio en la Legión francesa, que, aunque sólo duró medio año, he pasado en este tiempo tantas cosas, que para siempre he perdido las ganas de volver a pisar alguna vez suelo francés.
Pero no hay que pensar que cualquiera podía lograr la huída tan bien como nosotros; más de uno fueron muertos o devueltos a los franceses. Sólo quiero recordar lo que les pasó a tres jóvenes alemanes. Fue en Septiembre de 1900 cuando desertaron de El Aioun y en la zona del Rif, cerca de la frontera española fueron capturados por los marroquíes. Dos fueron ejecutados de inmediato y el tercero, llamado Held, se pudo escapar con dos heridas de bala, una en la pierna y otra en un costado, pero fue capturado por la gendarmería y llevado a Oudjda. Aquí aún fue condenado a cinco años de trabajos forzados a pesar de estar lisiado y tener que usar muletas. Lo difícil
que es desertar se puede ver en estas líneas que nos envió un camarada:

NEMOURS, 25 de Marzo de 1911
Querido Willy,
Muchas gracias por tus postales y tu carta. Te pido perdones mi tardanza y que te conteste hoy tras tu segunda postal. Puedes estar seguro de que no te he olvidado y que pienso diariamente en ti. Ya sabes cómo van las cosas en la Legión. Normalmente falta dinero para sellos, luego dudé si estarías todavía en Málaga y más tarde estuve “de sablazo”. Precisamente llevo 14 días “fuera del cajón”. Bueno, mejor quiero seguir escribiendo, te vas a asombrar. Cuando os marchásteis andando esa noche aún os nombraron y seguramente pensaron cogeros en Port Say. Yo os compadecía porque debíais tener un tiempo miserable. No preguntaron si alguno os había visto esa noche. El domingo, Unger, Diemunsch, Peschkes (éste murió aquí) y Fleschli se largaron. Llegaron hasta Port Say y allí los cogieron. Resultado: 30 latigazos.
Un lunes, Seeber, Niessen, Hay, Rot y Kaspar echaron una lancha al mar y se escaparon. Pero los divisaron, los siguieron y les hicieron fuego sin resultado. A la altura de Port Say se vieron obligados a desembarcar por el mal estado del mar. Los cogieron y los devolvieron aquí. A Niessen y Hay les tocó arresto en prisión y a los otros treinta de latigazos a cada uno.

Epílogo 1 (por Andreas Wolff)
Mi abuelo Willy vivió en Remscheid y soñaba de joven en hacer unos estudios en Paris. Por la situación política de esa época su padre estaba estrictamente en contra y apuntó a su hijo como voluntario en la armada del Keiser. Fue estacionado en Elsass Lotringen, cerca de la frontera francesa, donde reclutantes de la Legión extranjera buscaban soldados alemanes descontentos.
Después de entrar en la Legión, en Alemania se le tenía como desertor, lo cual suponía la pena de muerte. Con ello no hubo más que no poder volver a la patria en su vida. El sueño de los estudios en Paris también se perdió, porque ahora era un desertor. Así terminó su aventura en la Legión, teniendo que vivir en España y no pudiendo volver nunca a su patria ni a Paris.

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Tag der Veröffentlichung: 26.02.2010

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