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Los ángeles también lloran


Concepción Liébana García

La medida del amor es amar sin medida.

San Agustín


En asuntos de amor los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca.

Jacinto Benavente


Prólogo


Ya habían pasado cerca de dos años desde que ella se separó definitivamente de él. Quizás nunca tuvo ningún buen motivo para hacerlo, pero sentía que era lo correcto. Jamás había soportado la distancia que les había separado por breves períodos de tiempo y estaba claro que no lo soportaría de manera permanente. No habría soportado las llamadas escasas de sentimiento, los olvidos de alguna fecha importante y, menos todavía, la impotencia de saber que le iría perdiendo sin que ella pudiera hacer absolutamente nada. Así que prefirió tomar el control de la situación y acabar con esa relación antes de que el gran amor que sentía la destruyera sin avisar.
Nunca hubiera podido superar el hecho de que la dejase, por eso fue ella quien dio el primer paso. Sin embargo, eso provocó una reacción en cadena. Además de romper el corazón del hombre al que amaba, también rompió el suyo propio.
Aún recordaba sus ojos; la expresión casi inerte de su rostro. No fue capaz de decirle la verdad. Se excusó diciendo que lo suyo no funcionaría de aquella manera; la declaración inapropiada salpicada por miles de kilómetros. La cama sería demasiado grande y vacía sin él, y no estaba dispuesta a pasar por algo como aquello.
El tiempo había pasado, pero sus sentimientos por él no. Pero ya no podía hacer nada. Había tomado una decisión y sería para siempre. No volvería a verle, o eso era al menos lo que quería creer.


1


Sus planes habían cambiado de manera fortuita. Ángela había recibido una llamada de última hora de su hermana pequeña y no había encontrado ninguna buena escusa para negarse a ir a verla. Aún seguía en shock cuando recordaba mentalmente la conversación que había tenido con ella. «Angy, voy a casarme». Esas cuatro únicas palabras sirvieron para hacerla despertar de su letargo.
Se encontraba demasiado lejos de casa y a decir verdad, demasiado lejos de todo el mundo. Se había pasado los dos últimos años de su vida viajando de aquí para allá, con mucha más frecuencia que antes, haciendo su sueño realidad. Y es que ser actriz era algo que le encantaba. Subirse encima de un escenario e interpretar miles de papeles diferentes la hacía sentirse viva. El teatro era su gran pasión y desde luego suponía la mayor de las recompensas al finalizar un duro día de trabajo. Le gustaba lo que hacía, y al parecer conseguía transmitir ese mismo efecto en todo aquel que permanecía cerca el tiempo suficiente. Había recibido muchísimo reconocimiento y era responsable de las buenas críticas hacia su compañía de teatro.
Decidió arreglarlo todo en cuestión de un par de días. Sentía un leve cosquilleo en su estómago, asomándose en los momentos menos apropiados. El frío la ayudaba a pensar con más calma, pero en el fondo sabía que todo aquel inesperado asunto carecía de toda meditación. Conocía muy bien a su hermana. Nora era propensa a dejarse llevar por sus impulsos, y por eso la mayoría de las veces se había metido en líos. Ahora sin embargo, parecía algo cambiada. Su voz había reflejado ilusión cuando la llamó. Había decidido que darle una sorpresa era la mejor opción y desde luego lo había conseguido.
En cuanto las primeras luces de la mañana se divisaron a lo largo de todo el horizonte, Ángela salió de casa. Metió la única maleta que llevaba en el taxi que la había estado esperando desde hacía un buen rato. En cuanto se acomodó en el asiento, los nervios aumentaron. El aeropuerto estaba prácticamente desierto, algo bastante raro pero muy gratificante. A ella no le gustaban las multitudes colapsadas en espacios reducidos. Cuando subió al avión, comenzó mentalmente una cuenta atrás. Es lo que siempre hacía cuando el estómago vibraba por tanta incertidumbre. Podía considerarse una mujer muy valiente. Le daba pánico volar y aun así era justo lo que iba a hacer. Por esa vez, debía hacer una excepción. Su hermana pequeña se iba a casar y eso era algo que no pasaba todos los días.
Durante el viaje intentó dormir en varias ocasiones pero le fue imposible. Demasiados pensamientos le venían a la mente y le era imposible desconectar. Se había bebido tres botellas de agua y aun así tenía la garganta reseca. Tenía el enorme defecto de tomárselo todo muy a pecho, dándole demasiada importancia a asuntos que no merecían tenerla.
Serían cerca de las nueve de la noche cuando el avión por fin aterrizó y ella pudo volver a respirar con más calma. No tardó demasiado en abandonar aquella estructura voladora que le había dado tantos dolores de cabeza. El frío la golpeó en la cara y su cuerpo comenzó a tiritar. Se dirigió a una cafetería cercana y entró rápidamente. Pidió un café bien cargado y se sentó en una de las mesas más apartadas. El calor la reconfortó bastante. Buscó su móvil en el bolso y marcó el número de teléfono de Nora. Tres pitidos y después la dulce voz de su hermana pequeña resonó desde lejos.
—Nora, soy yo. —Estaba tiritando de frío—. ¿Dónde estás?
—¡Angy! ¿Ya has llegado? ¿No se suponía que ibas a avisarme con un poco de antelación?
—¿Avisarte? Te he mandando dos mensajes. ¿No los has recibido?
—Me temo que no. —Hubo una pausa breve al otro lado de la línea—. En seguida estoy ahí. No te vayas a ningún lado, ¿de acuerdo?
—Tranquila, hermanita. No me moveré ni un ápice.
No tenía ni la más mínima intención de esperarla en la calle. Hacía demasiado frío y no estaba dispuesta a enfermar, así que terminó su café y se acomodó en el asiento de cuero granate. Se masajeó las sienes y comenzó a pensar una vez más en el motivo que la había llevado hasta allí.
Media hora después, un coche comenzó a pitar. Ángela se sobresaltó e inmediatamente se puso en pie. Cogió la maleta y salió afuera. La noche era oscura y el alumbrado público no parecía ser muy eficiente. Dio unos cuantos pasos y paró en seco. Entrecerró los ojos para intentar ver mejor. Cuando divisó la delgada figura que se aproximaba con grandes pasos, suspiró. La joven que se acercaba con los brazos extendidos era su hermana. De eso no había duda. Su larga cabellera rubia ondulada se retorcía graciosamente debido a la corriente.
—¡Angy! —Nora abrazó a su hermana mayor con fuerza—. ¡Por fin estás aquí! No puedo creerlo, te he echado tanto de menos…
—Lo sé. —Ángela le devolvió el achuchón—. Tú también me hacías falta. Por lo que veo, sigues estando igual que cuando me marché. Me haré cargo de tu alimentación durante unos cuantos días. Estás demasiado delgada.
El comentario provocó una risa alocada en Nora. Estaba acostumbrada al carácter protector de su hermana. Siempre veía las cosas por el lado negativo.
—Esta es mi constitución —comentó—. Además, tú tampoco estás para tirar cohetes. Has perdido peso.
—Lo sé, pero eso no tiene nada que ver. Ya sabes que el estrés me acompaña a todas partes.
—Espero que eso no sea cierto. —Cogió la maleta de Angy y se dirigió lentamente al coche—. Voy a necesitarte al cien por cien.
El rugido del motor sonó en todas partes. El coche tomó velocidad y no tardaron demasiado en dejar atrás el aeropuerto. La carretera estaba desierta salvo por algunos coches dispersos en diferentes puntos. El cielo amenazaba con lluvia. La musiquita que sonaba en el interior del vehículo era agradable y les servía para mantener una buena atmósfera. Angy había decidido sentarse en la parte de atrás. Nora conducía mientras canturreaba las notas en voz baja.
Ángela estaba agotada. Apenas había dormido lo suficiente y se moría por una buena cama en la que poder descansar al menos unas horas. No obstante, y a pesar del cansancio, hizo un último esfuerzo para no desfallecer mientras bostezaba cada pocos segundos. Su hermana la miraba desde el espejo retrovisor. Siempre hacía lo mismo cuando quería que la preguntasen por algo en concreto. Sin esperar demasiado, Ángela hizo lo propio.
—¿Y bien? —susurró—. ¿Quién es el afortunado?
Nora esbozó una sonrisa pícara y movió la cabeza en ambas direcciones.
—No puedo decírtelo todavía. Es un secreto.
—¿Un secreto? No me vengas con esas, Nora. He cogido un avión sólo para verte. Creo que merezco saberlo.
—Lo sabrás —dijo Nora—, pero más adelante.
Angy no estaba dispuesta a tirar la toalla. Podía llegar a ser muy persuasiva, pero conseguir que su hermana pequeña hablara era otra cuestión.
—Dime al menos su nombre.
—No
—¿No? ¿Acaso no te cansas de tanto secretismo?
—Vamos, tú eres la cabeza pensante. Creo que ya eres bastante mayorcita para rogar. No te impacientes. Lo sabrás muy pronto.
—¿Y me lo dices tú? Soy yo la que tiene que actuar por las dos. Tienes veinticuatro años pero sigues comportándote como una adolescente.


La casa parecía silenciosa. Unas luces tenues se asomaban por las ventanas. El piso de arriba se mantenía en la más absoluta oscuridad. El camino de entrada estaba repleto de montones de piedrecitas. Nora aparcó el coche en el garaje y abrió la puerta de entrada. Angy sonrió abiertamente. Su antiguo hogar seguía con un aspecto impecable. Un color blanco inmaculado adornaba la fachada.
Todo estaba bien hasta que, después de indagar por todas las estancias de la casa no consiguió encontrar a sus padres. Se dirigió a Nora para encontrar una explicación.
—¿Y papá y mamá? Creía que estarían aquí.
—Vendrán mañana —dijo Nora—. Han estado un poco liados con el trabajo. Ya les conoces, quieren encargarse personalmente de todo.
—¿Saben que estoy aquí?
—Sí. Les llamé esta mañana para avisarles. Están encantados.
Se pudieron cómodas mientras comían algo de comida china y estuvieron viendo la tele hasta pasadas las doce. Después de eso, Angy se fue directamente a su antigua habitación.
Era imposible no recordar nada de todo aquello. Seguía igual que cuando vivía en esa casa. Las paredes estabas llenas de pósters y dedicatorias. El escritorio continuaba allí presente, con ese olor a madera tan característico.
Suspiró de alivio cuando se metió entre las sábanas. Por un momento, volvía a sentirse como la adolescente que un día fue.
Tenía los ojos cerrados cuando la puerta de la habitación se abrió. Nora entró y se quedó mirándola con cara de satisfacción. Le gustaba saber que su hermana había vuelto, al menos durante un par de días.
—Creo que empiezas hacerte mayor —bromeó—. Antes podías aguantar perfectamente sin dormir.
—Eso era antes, me temo. El cuerpo me pide dormir y no voy a llevarle la contraria.
—En ese caso, será mejor dejarte descansar.
Se miraron en silencio durante un par de minutos. Era algo raro que las dos volvieran a coincidir bajo el mismo techo. Nora aún vivía allí con sus padres, pero Angy hacía años que se había marchado de casa para probar suerte e independizarse.
—¿Cuánto tiempo pretendes que me quede? —preguntó de repente Angy.
—¿Acabas de venir y ya quieres marcharte? —aventuró su hermana.
—No, claro que no. Sólo digo que aún falta un mes para la boda y yo tengo mi vida, ¿recuerdas?
Nora se cruzó de brazos. Estaba apoyada en el resquicio de la puerta, con los hombros encogidos.
—Tú y tu gran vida teatral.
No lo digas así —gruñó cariñosamente Angy—. Sabes que adoro mi trabajo.
—Razón demás para que me preocupe. Gracias al teatro te olvidas de tu familia.
—No me he olvidado de vosotros. Ahora mismo estoy aquí.
—Lo sé, y te lo agradezco, pero creo que pasas demasiado tiempo fuera de casa.
—Nora, ya no soy una niña. Tengo veintinueve años y me conoces muy bien. Me gusta viajar.
—Está bien, como quieras. —Nora puso los brazos en alto, dando por acaba esa conversación—. Si a ti te convence, a mí también.
Apagó la luz de la habitación pero aún permaneció allí de pie un poco más de tiempo, el necesario para que Angy volviera a la carga.
—Aún sigo dándole vueltas —susurró.
Nora se acercó y se sentó en el borde de la cama. Le gustaba esa conexión especial con su hermana.
—No te rindes, ¿verdad?
—Claro que no. Quiero saber con quién vas a casarte, eso es todo. —Se incorporó y le dio un fuerte abrazo a su hermana pequeña—. Espero que hayas elegido al chico adecuado.
—Es el candidato ideal. —Suspiró profundamente—. Cuando le veas, sabrás lo que quiero decir.
—Vaya, me cuesta trabajo creer que seas la misma persona. Que yo recuerde, mi hermana siempre ha sido reacia a las relaciones estables y todo lo que ello supone.
Nora volvió a encogerse de hombros. Rebosaba felicidad por cada poro, eso era evidente. No lo podía ocultar y tampoco tenía intención de hacerlo.
—Las personas cambian, y me temo que mi prometido ha provocado que yo también lo haga.
—¿Tu prometido? —Angy puso los ojos en blanco. Lo hacía cada vez que quería burlarse cariñosamente de alguien—. Vale, creo que empiezas a asustarme. Esa no es tu forma de hablar.
—Ya te lo he dicho, hermanita —insistió Nora—. He cambiado.
2


Ángela decidió quedarse el fin de semana. Podía posponer sus asuntos un poco más de tiempo. Al fin y al cabo, una noticia de tal magnitud debía de tomarse con cautela, en especial si su hermana se mostraba en un estado continuo de ensimismamiento. Esperaba ansiosa volver a ver a sus padres. Les adoraba, y se sentía orgullosa de ser su hija. A su parecer, seguían siendo las dos mejores personas que había conocido. Vladimir y Julia, que así era como se llamaban sus padres, tenían una vida bastante ajetreada. No permanecían en casa demasiado tiempo y cuando lo hacían, intentaban aprovechar cada segundo lo mejor posible. Aquella iba a ser una de esas grandes ocasiones. Cuando Nora avisó a su madre de la inminente llegada de Ángela, estallaron en pura alegría. Se morían de ganas por ver a su hija mayor.
Las dos de la tarde era la hora que marcaba el reloj de pared. Un ruido de neumáticos se filtró a través de la ventana para anunciar la llegada de los anfitriones. Nora salió corriendo y Angy la siguió de cerca. El todoterreno de color negro que había aparcado justo delante de la entrada rugió por última vez. Las puertas delanteras se abrieron y de él salieron esas dos personas tan importantes para ellas.
Julia sonrió con ganas y salió al encuentro de sus hijas. Tenía el pelo algo revuelto a causa del viento, y unas oscuras gafas de sol cubrían sus preciosos ojos claros. Estaba a un palmo de Ángela cuando estuvo a punto de gritar de la emoción, como si le costase creer que la tenía justo delante.
—¡Mi pequeña! —exclamó su madre—. ¡Has venido!
Le dio un abrazo tan fuerte que a Ángela le empezaron a doler las costillas en ese preciso momento. Aguantó la respiración hasta que segundos después se separaron.
—¿Cómo estás, cariño? Hace mucho tiempo que no te veíamos.
—Lo sé —admitió Angy—. He estado muy ocupada…
—No importa —interrumpió su padre—. ¿Le das un abrazo a tu viejo padre?
Angy sonrió de oreja a oreja. En momentos como ese se veía a sí misma convertida de nuevo en una niña, deseando que su padre la cogiese en brazos y la hiciera sentirse especial. A pesar de los años que habían pasado, en el fondo todo seguía igual que siempre.
Después de organizar el innecesario caos que se había formado, Nora y Julia se pusieron manos a la obra. Se metieron en la cocina y estuvieron un buen rato preparando la comida. Era una pasión que ambas compartían. De igual modo que Angy se tomaba las cosas con más calma, como su padre. Los dos estaban en el salón, percibiendo ese agradable silencio que envolvía la colorida estancia llena de cuadros, flores y una cantidad infinita de recuerdos.
Vladimir leía el periódico al mismo tiempo que tenía puesta toda su atención en su hija mayor.
—Bueno, ¿qué opinas de lo de Nora? —susurró.
—No lo sé, papá. —Angy se encogió de hombros—. A mí me ha pillado totalmente por sorpresa, pero creo que por esta vez debemos hacer una excepción.
Su padre arqueó las cejas, como si aquello no le convenciera del todo.
—¿Tú crees? A mí me parece un error más.
—Lo sé, pero ya no es una cría. Antes podíais obligarla a seguir vuestras normas, pero ya no tiene dieciocho años. Hace tiempo que no se mete en líos, así que supongo que debemos darle una oportunidad.
—¿Y si se equivoca? No sería la primera vez —carraspeó—. Ni la segunda, ni la tercera…
—Papá, Nora debe equivocarse para seguir madurando. En algunos aspectos aún debe mejorar bastante, pero no podemos interponernos entre ella y sus planes por el simple hecho de tener presente el pasado. —Se cruzó de brazos—. Ella misma me lo dijo anoche.
—¿Qué fue lo que te dijo?
—Dijo que las personas, ya sea de un modo u otro, cambian.
—¿Y tú estás convencida de eso? ¿Crees que Nora ya no es la misma de antes?
Se tomó unos largos instantes para contestar. Era una pregunta de doble filo y no quería cortarse.
—Bueno, sólo digo que, si se equivoca, puede enmendar su error.
—¿Cómo?
—Para algo existe el divorcio, ¿no?


Nora era el vivo retrato de su madre. Ambas compartían el pelo claro y unos profundos ojos azules. Por su parte, Ángela había heredado las características físicas de su padre: un tono negro azabache coloreaba su pelo y sus ojos se asemejaban a dos pequeñas esmeraldas. Formaban la familia casi perfecta, pero se esforzaban para que la atmósfera que reinaba entre ellos fuese lo más agradable posible.
Estaban sentados a la mesa terminando el exquisito guiso que habían preparado cuando una pregunta se materializó en el aire, desgarrando el silencio y dando paso a unas caras llenas de curiosidad, salvo la de Ángela.
—¿Y bien? —se interesó Julia—. ¿Hay algo que debamos saber?
—¿Algo como qué?
—Vamos —insistió su padre—. No te desentiendas, Angy. Tu madre y yo queremos saber si hay alguien especial en tu vida.
La pregunta la dejó desarmada. Se habría atragantado si en ese momento hubiera probado la comida del plato. Jugueteó varios segundos con el tenedor hasta que por fin decidió dar una respuesta.
—Siento decepcionaros, pero no. —Se llevó la servilleta de tela a la boca en un intento de disimular su incomodidad—. No tengo un príncipe azul por el que suspirar. Me temo que será Nora la encargada de haceros abuelos.
Nora soltó una risa bastante sonora. Era incapaz de disimular su buen estado de ánimo.
—Aún tengo veinticuatro años, Angy. Soy demasiado joven para tener hijos.
—Ya, pero en cambio sí te consideras madura para casarte. Creo que eso es algo que deberíamos discutir.
Nora hizo una mueca de asombro. Frunció el entrecejo y bebió un largo sorbo de agua. Estaba molesta por ese comentario y no podía disimularlo.
—Lo creas o no, sé lo que hago —espetó.
—Vamos, chicas —interrumpió su padre—. No quiero nada de discusiones. Además, ahora sería un buen momento para hablar de mi futuro yerno. —Entrelazó los dedos—. ¿Y bien? ¿Quién es ese gran desconocido?
Nora desvió la mirada al mismo tiempo que su hermana se removía en su silla. Ángela no podía dar crédito a lo que acababa de oír y mucho menos al significado que acababa de extraer de las palabras de su padre. Era perfectamente comprensible que ella no hubiera recibido noticias antes. Se pasaba la vida viajando y nunca estaba cerca de ellos. Lo que no entendía cómo era posible que Nora no hubiese sido capaz de decirles la verdad a sus padres. Hablarles acerca de sus intenciones. En definitiva, hacerles partícipes de su vida personal.
—No puedo creerlo —soltó Ángela—. ¿Ellos tampoco saben nada de él? ¿Ni siquiera se lo has presentado?
—Así es —confirmó Nora—. Quería que todos os enteraseis al mismo tiempo.
—Vaya, que considerada…
—Pues a mí me parece una idea estupenda —aseguró Julia—. Es una gran detalle por tu parte.
—Y dinos —intervino su padre—, ¿cómo es ese chico, Nora? Espero que por tu bien sepas lo que haces. —Bebió un largo trago del vino de su copa—. Aún eres muy joven para comprometerte.
—De eso nada —gruñó Nora—. Además, mamá y tú os casasteis muy jóvenes. No creo que seáis los más indicados para criticar.
—No es una crítica, si no una opinión.
—Papá, ya no soy una niña. Sé lo que hago y os aseguro que estoy convencida.
La situación amenazaba con volverse algo incómoda si la conversación continuaba por ese camino, lleno de mensajes subliminales infestados de desconfianza.
—¿Cómo lo ha conseguido? —preguntó Julia.
—¿Conseguir qué?
—Me pregunto cómo ha conseguido que mi hija pequeña asiente la cabeza de una forma tan drástica. —Dejó escapar una sonrisa—. Ya veo que has cambiado.
—Eso es lo mismo que dije yo —apuntó Ángela.
—A decir verdad, aún no lo sé. —Nora arrugó inconscientemente la servilleta—. Tiene todo lo que necesito. Es… diferente.
—¿Diferente a todos los chicos con los que has estado?
—Desde luego que sí. No parece que sea de este mundo.
—Oh, por favor —masculló Angy—. Creo que voy a vomitar...
—No te burles, Ángela —soltó Nora.
—No lo haría si no estuvieras hablando de esa forma. ¿Te estás escuchando? Hace un año ni siquiera te comportabas de esa manera. ¿Cuánto tiempo has necesitado para transformarte en lo que ahora eres?
—Que yo recuerde hace un año ni siquiera estabas aquí. No me conoces lo suficiente.
—Desde luego que te conozco…
Vladimir no lo pensó dos veces para volver a intentar poner un poco de orden. Era un hombre tranquilo y sereno, y por nada del mundo le gustaba hablar empleando un tono más alto de lo normal.
—Hablando de tiempo… ¿Cuánto?
Nora no le entendió. Esperó unos segundos para intentar comprender lo que su padre quería decir pero no lo logró.
—¿Cuánto qué?
Su madre era ahora la que reía. Le dedicó una mirada cómplice a su marido, como si estuvieran disfrutando de ese breve momento de confusión.
—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? —preguntó Julia—. ¿Dos años? ¿Uno tal vez?
—En realidad… —Nora cogió el vaso y se bebió toda el agua—. De eso quería hablaros. —Carraspeó—. Siendo sincera, sólo llevamos seis meses juntos.
El silencio envolvió sus cuerpos durante un largo rato. Los cuatro estaban perplejos por aquella sacudida de sinceridad. Una bomba de relojería que acababa de estallar.
—¿Qué? —susurró Vladimir.
—¿Seis meses? —repitió su madre—. ¿Hablas en serio?
—Por supuesto que sí —dijo Nora—. Estamos muy enamorados.
—¿Crees que en seis meses te ha dado tiempo a conocerle?
—Le conozco lo suficiente, papá.
Vladimir dejó escapar un largo suspiro al mismo tiempo que se llevaba la mano derecha a su barbilla, gesto que repetía siempre que intentaba entender algo que se le escapaba.
—Eso es lo que tú crees.
—Desde luego que lo es. De lo contrario no estaría segura de casarme.
La tensión podía cortarse con un cuchillo. Nada de eso había estado previsto.
—Cariño, tienes que entender que te estás precipitando —comentó Julia—. Tu padre y yo estuvimos saliendo durante años antes de atrevernos a dar el paso.
Nora resopló y apretó los puños. Bajó la mirada durante un segundo y al final acabó por explotar, diciendo algo que habría preferido no mencionar.
—Deja atrás el pasado —gruñó—. Siento deciros que vosotros dos no sois los protagonistas. Soy yo. Es mi vida.
Ángela se sentía culpable de aquello. En cierta manera había sido la chispa que acababa de prender fuego a esa comida familiar. Intentó sosegarse y quitarle hierro al asunto de la mejor forma que supo.
—Bueno, al menos sabemos que es algo romántico —intuyó Ángela—. En lugar de pedirte que os vayáis a vivir juntos, te ha pedido que te cases con él.
Nora estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba. Estaba molesta con todos ellos, al ser incapaces de ponerse en su piel.
—Vuelves a equivocarte, hermanita. —Le guiñó un ojo—. Fui yo la que se lo pidió.
El segundo impacto fue todavía mayor que el primero. Demasiadas noticias desconcertantes un muy poco tiempo. Vladimir y Julia se miraban atónitos mientras que su hija mayor hacía esfuerzos por no caerse de la silla.
—¿Por qué? —preguntó Ángela.
—No hace falta que lo preguntes. Creo que es evidente.
—Querer a una persona no implica cometer una estupidez de ese calibre —soltó su padre.
—¿Así es cómo lo ves? ¿Una estupidez?
—Si no lo es, al menos sí que se parece mucho. —El tono de su voz ni siquiera se irritó—. No entiendo cómo se te pudo ocurrir algo semejante.
Nora se levantó de su asiento. Al parecer, ya había oído suficiente. Su mirada estaba llena de decepción, al igual que las lágrimas que amenazaban con desbordarse de un momento a otro.
—Gracias por vuestra comprensión —susurró—. Ahora sé que nada de lo que haga os parecerá correcto. Nunca seré lo suficientemente buena y responsable para vosotros.
Salió a toda prisa del comedor y subió las escaleras directa a su habitación. El portazo pudo escucharse incluso en la calle.
—No deberías haber dicho eso —apuntó Julia.
—¿Por qué? —preguntó su marido, visiblemente molesto—. Es la verdad. Sé que piensas igual que yo.
—Sí, pero procuro evitarle problemas de cabeza a nuestra hija.
—¿A cambio de que ella nos los de a nosotros?
—Cariño, Nora ya ha sufrido bastante.
—De eso se trata. No quiero que vuelva a hacerlo una vez más.


Ángela estaba de pie justo delante de la puerta de la habitación de su hermana pequeña, decidiendo si entrar o permanecer allí quién sabe cuanto tiempo, intentando esculpir en su mente una disculpa que al menos resultase un poco convincente.
Finalmente dio dos golpes secos en la puerta y giró el pomo. Asomó la cabeza con cierta cautela.
—Nora —susurró—, ¿puedo pasar?
Ella ni siquiera contestó. Estaba sentada en la cama, con las piernas recogidas y los brazos alrededor de ellas. Su mirada estaba perdida y triste.
—¿Podemos hablar un momento?
Segura del nuevo silencio que obtendría como respuesta, Angy cerró la puerta y se aproximó lentamente hasta sentarse justo al lado de Nora. En cierta forma, era como volver al pasado. Había repetido esa misma operación cientos de veces, siempre que su hermana tenía problemas o se sentía insatisfecha con la vida que le había tocado vivir.
—¿Cómo estás?
—Es absurdo que hayas venido a preguntarme algo como eso —espetó—. Creo que ni siquiera hace falta que te responda.
—Lo sé, era una forma de romper el hielo.
—Muy graciosa, Angy. No necesito que te arrastres hasta aquí para pedirme perdón cuando sé muy bien que no lo sientes ni lo más mínimo.
—Nora, no he venido para pedirte perdón.
—¿Entonces para qué has venido? Te aseguro que estoy bien. No necesito que finjas preocuparte por mí.
—Maldita sea, eres mi hermana. No quiero que sufras por ningún motivo, ¿es que no lo entiendes?
Nora cerró los ojos un momento. Comenzó a balancearse, simulando columpiarse en el jardín de atrás.
—Si eso es verdad entonces ayúdame. —Su rostro cambió súbitamente de registro—. No te pongas de su parte, Angy. Necesito que me apoyes.
Ángela suspiró amargamente. Odiaba cosas como esa. Posicionarse a favor de uno o de otro siempre implicaba problemas de diversa índole. Quería a sus padres y a su hermana por igual, razón demás para que la propuesta de Nora fuera todavía más difícil de llevar a cabo.
—No me pidas eso —rogó—. Sabes que detesto estar en medio de las peleas.
—Pero no puedes partirte en dos. O estás de su lado o del mío. —Agachó la cabeza, visiblemente afectada—. Algo tienes que opinar, ¿no? Es imposible que puedas mantenerte neutral de forma indefinida.
—Eso es lo que intento la mayoría de las veces.
—Pues no lo hagas ahora. Esta vez no.
El viento golpeaba con cierta fuerza el cristal inmaculado de las ventanas de la habitación. El color rosa pálido de las paredes intentaba conseguir un efecto tranquilizador en sus dos ocupantes, pero resultaba más complicado de lo que parecía.
Ángela sabía que algo no encajaba y hacía grandes esfuerzos por encontrar esa pieza perdida del puzzle.
—Vamos, dime algo —suplicó—. No te quedes callada.
—¿Y qué quieres que diga? Estoy decepcionada. ¿Sabes? Me imaginaba las cosas de otra manera. Creía que saldría bien. —Tragó saliva—. Creí que se lo tomarían bien. Ya sabes, esta es la primera vez que realmente voy a hacer algo por mí misma…
Ángela decidió tomar el control. No le gustaba el tono victimista de su hermana. No todo era blanco o negro, y Nora se empeñaba en no aceptar algo como eso.
—Vamos, Nora. No seas así, por favor. Tienes que entenderles. Es normal que se sorprendan. —Se cruzó de brazos—. Seis meses quizás no es tiempo suficiente para…
Dejó de hablar. Nora la estaba fulminando con la mirada. Tenía los puños apretados.
—Pero yo le quiero, Angy. Y sé que él también a mí. Entiendo que visto desde fuera quizá parezca una locura pero sé lo que hago. Tú me conoces mejor que papá y mamá. Sé que he cometido mil errores pero esta vez es distinto. Es algo… especial. No sé cómo decirlo pero te aseguro que es lo que el cuerpo me pide. —Se recogió el pelo en una improvisada coleta—. Si le conocieras lo más mínimo… Te caerá bien, estoy segura. Es todo un caballero. Y no solo eso, también es atractivo, amable, atento… —Comenzó a ruborizarse—. En fin, creo que si los dos estamos seguros del paso que queremos dar no hay por qué esperar.
Angy hacía esfuerzos por entenderla. Sabía que era algo muy importante para ella pero tenía presente el pasado. Nora solía encapricharse con facilidad de algo que más tarde desechaba. Quería creer que esta vez era diferente.
—Nora, escucha. —Colocó la mano sobre su hombro—. Ponte en su lugar. De las dos eres la más joven y vives con ellos. Aún te consideran pequeña. No me malinterpretes, no estoy diciendo que lo seas pero mamá y papá quieren protegerte de cualquier cosa, incluso de ti misma. Creo que has dado un paso gigantesco si has decidido reunirnos a todos para darnos la gran noticia, pero debes entender que algo de este alcance no resulta tan fácil de asimilar en un par de segundos. —Se mordió el labio—. Cuando me llamaste para decírmelo me quedé helada. Imagina cómo han debido de sentirse ellos dos. Sabes que te apoyan pero necesitan un poco de margen. Debes dárselo. Recuerda que, aparte del hecho de que vas a casarte, lo vas a hacer con alguien a quien ni siquiera conocen. Todo este tiempo lo has mantenido en secreto y no es algo que te esté reprochando. Sólo digo que son muchas cosas en poco tiempo.
—De eso precisamente se trata. No confían del todo en mí y es normal. Les he dado muchos quebraderos de cabeza a lo largo de toda mi vida y por eso quería que esta vez fuera algo distinto. No quería decepcionarles. Lo he pensando mucho. —Se acarició el cuello con ambas manos—. Le conocí por casualidad y no niego que todo ha ido demasiado rápido pero no es algo de lo que me arrepienta. Al contrario, me ha permitido ver mi vida con otros ojos. A su lado todo es especial, Angy. Soy mejor persona y gracias él encuentro un sentido que creía perdido. No necesito que pasen otros seis meses para casarme con él. Sé que el tiempo es ahora.
—Y él es el elegido —susurró Ángela.
—Sí. —Asintió repetidas veces con la cabeza—. No podría hacerlo si fuera otro.
Ángela se mordió el labio con asombro. Seguía sin entender el motivo de su silencio.
—Entonces, ¿si sabías lo que sentías por él desde un principio por qué no se lo dijiste a papá o a mamá?
—Tenía miedo de lo que pudieran pensar.
—¿Y crees que decirles todo al mismo tiempo iba a resultar una táctica más eficaz? Es complicado, hermanita. Una boda es algo serio. Y tú has hecho que lo sea aún más porque nuestros padres no tienen ni la más remota idea de quién va a ser tu futuro marido. —Se encogió de hombros, aturdida por el efecto aplastante de sus propias palabras—. Lo siento, no quiero confundirte más. Es que estoy sorprendida.
—¿Qué fue lo que pensaste tú? —preguntó sin avisar Nora.
—Di mejor qué fue lo que no pensé. —Por un momento dejó escapar una tímida sonrisa—. Estaba ojeando el nuevo papel que voy a interpretar cuando me llamaste. Lo único que recuerdo es que me quedé completamente quieta, como si me hubiese quedado de piedra.
—¿Pero por qué resulta tan extraño? —protestó Nora—. Casarse es algo normal. Es algo que se hace prácticamente todos los días.
—Sí, pero se hace siguiendo una serie de normas. —Le pellizcó suavemente una de las mejillas—. Tú te las has saltado todas.
Ahora era Nora la que sonreía. Le había hecho gracia y no hizo esfuerzos por disimular.
—Bueno, que yo recuerde nunca he sido alguien normal.
La conversación por fin parecía volver a su cauce. Nora era demasiado temperamental, pero por suerte podía contar con la paciencia de su hermana mayor.
Cansadas de discutir entre ellas, decidieron darse un tiempo muerto. Las dos se tumbaron sobre la cama, fingiendo que ambas tenían menos de trece años, cuando los problemas no iban más allá del maquillaje o las notas finales.
Ángela se removió un par de veces y contuvo el aliento. Lo repitió varias veces hasta que consiguió captar la atención de Nora.
—Vale, me rindo —dijo—. ¿Qué quieres, Angy?
Ella sonrió por dentro. Al parecer, la vieja táctica de mostrarse impaciente por algo seguía funcionando a la perfección. Segura del siguiente paso, no se lo pensó dos veces antes de disparar.
—Bueno, creo que ya no lo soporto más —aseguró.
Nora se incorporó de repente, como si las palabras de su hermana se hubieran transformado en un peligroso mensaje.
—¿Qué quieres decir?
Una mueca divertida surcó el rostro de Angy. Le encantaba actuar, sobre todo cuando interpretar un papel que no iba con su personalidad resultaba tan sencillo.
—Un nombre, Nora. Sólo necesito un nombre. —Se acercó con decisión hasta su oído—. ¿Cómo se llama tu caballero de blanca armadura?


3


Esa noche ni siquiera pudo dormir. Una parte de su pasado había vuelto de repente a su mente por el simple hecho de haber escuchado un nombre que a toda costa habría preferido enterrar en lo más profundo de su ser.
Había estado insistiendo para que su hermana le dijese algo acerca de su futuro marido y ahora que por fin lo había logrado todo se había vuelto un desastre. El corazón le dio un vuelco cuando Nora pronunció todas esas letras juntas: «Dorian».
¿Podía ser cierto? No, claro que no. Incluso se sentía estúpida por permitirse pensar en algo como eso. Las posibilidades eran increíblemente remotas, ¿cómo iba a ser verdad? Un nombre. Un maldito nombre no podía hacer que se sintiera de esa manera. Al fin y al cabo, había miles de personas que lo único que tenían en común era un nombre, un apelativo insignificante e inofensivo.
Se levantó sin hacer ruido. Cogió su abrigo y salió al jardín de atrás. Se sentó en el columpio que años atrás le había encantado. Ahora también, pero ya no era una mocosa. Aún le gustaba balancearse, sintiéndose ingrávida y poderosa por un fugaz instante.
Dejó que sus pies decidieran por ella y caminó con paso lento pero decidido. Era lo mejor que podía hacer, ya que dar vueltas en la cama no lo había considerado como una buena alternativa.
La isla en la que estaba asentada la casa de sus padres resultaba preciosa a esas horas de la madrugada. Las estrellas parecían estar incluso más cerca de lo habitual, ya que no había ninguna clase de contaminación lumínica. Los árboles que rodeaban todo el perímetro se alzaban con gran envergadura, impregnando el aire con su dulce olor afrutado, y el mar se sentía tan increíblemente cerca, que las olas podían divisarse sin apenas esfuerzo, maravillándose con el color celeste de su espuma.
Era una fortuna poder vivir en un sitio así. Sus padres habían trabajado muy duro para poder conseguirla y desde luego el esfuerzo había merecido la pena. No había ruidos molestos, ni vecinos, ni nada relacionado con el ajetreo habitual de la ciudad. Apenas se encontraba a media hora de la urbe central y a cambio podían respirar con calma y paz.
El puente que servía como acceso a la isla estaba en perfecto estado. Un vigilante de hierro que velaba por su seguridad. No había verjas ni nada parecido. En un lugar como aquel las precauciones estaban demás.
La luna brillaba en lo más alto, sin compañía de ninguna nube. El silencio era algo digno de admirar, y desde luego Ángela lo hacía de buena gana. Le ayudaba a pensar, sobre todo en momentos como ese en los que su mundo amenazaba con derrumbarse de forma inminente si no encontraba un poco de sentido común.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Ángela estuvo a punto de sufrir un infarto. Se dio la vuelta y pudo comprobar que justo a su lado había una delgada silueta. No le llevó mucho tiempo darse cuenta de quién era.
—Nora —susurró—. ¡No vuelvas a hacer eso!
—Lo siento, no quería asustarte. —Se ajustó la manta que llevaba puesta sobre los hombros—. ¿Qué estás haciendo aquí afuera?
—No podía dormir.
—Ya, eso ya lo veo.
—¿Y tú? ¿Aún sigues espiándome igual que antes?
Nora sacudió la cabeza al mismo tiempo que tiritaba.
—Claro que no. Yo tampoco podía dormir. He ido a tu habitación y he visto que no estabas, así que por eso estoy aquí.
—Vaya, tienes un gran corazón —bromeó.
El perfume de Nora podía sentirse en el aire. Sus ojos resplandecían al igual que los de su hermana mayor.
—Vamos, vuelve a la cama —dijo Ángela—. Es muy tarde. Una futura novia tiene que descansar, ¿no te parece?
Ella no se movió ni un ápice. Era propensa a pasar por alto las recomendaciones de los demás la mayoría de las veces.
—Ni hablar —dijo—. No hasta que tú entres.
—Ya veo que eres incapaz de hacer caso a la primera.
Ella asintió con la cabeza mientras la sonrisa que había aparecido fugaz en sus labios se evaporaba igual de rápido, como si de repente tuviera miedo.
—¿De verdad crees que me estoy equivocando?
Sus palabras sonaron tan sinceras que aunque Ángela hubiera querido decirle la verdad no habría podido.
—Bueno, es tu vida, Nora. Pareces muy segura de lo que quieres, y si casarte es lo que deseas no veo que tiene de malo.
Su hermana pequeña se abalanzó contra ella con una sonrisa en los labios. El pelo alborotado había adquirido un precioso tono dorado bajo la luz de la luna.
—Gracias.
—No, gracias a ti. —Ángela miró hacia el cielo antes de fijar la mirada en la de Nora—. Gracias por invitarme a tu boda.
—Aún no está decidido —mintió Nora—. Eso depende de cómo te comportes todo este tiempo antes del gran día.
—¿Piensas ponérmelo muy difícil? —Pasó el brazo por los hombros de su hermana pequeña y la estrechó con cariño.
Nora fingió pensarlo durante unos minutos hasta que volvió a sonreír.
—Para ti nada es complicado. Nunca he sabido cuándo decías la verdad y cuándo no. Está en tus venas, por eso eres actriz.
—Vamos, eso no implica que no tenga mis sentimientos. Puedo ocultarlos pero eso no significa que no los tenga.
La brisa se elevó y se volvió más fuerte, pero no era desagradable. El cielo seguía despejado y ese paisaje merecía ser contemplado con detenimiento.
—¿Damos un paseo?
A pesar de la oscuridad que brillaba a lo largo de todos los senderos, era imposible que se perdieran. Conocían cada rincón de la isla como la palma de la mano. Se habían pasado toda su infancia y parte de la adolescencia inspeccionando cada ápice de roca, flor o animal que se encontraba de paso. Era un precioso paisaje al que sólo tenían acceso ellas dos, como dos princesas herederas de un reino apartado de los demás.
No tenían necesidad de hablar, pero la mente siempre despierta de Angy había sufrido un grave colapso y no tenía ni idea de cómo reaccionar. Las preguntas se sucedían en su cerebro una y otra vez, volviéndose casi imposible permanecer de una sola pieza. Aparentaba tranquilidad, pero por dentro se estaba tambaleando en todas direcciones, incapaz de seguir el rumbo marcado años atrás.
Cuando estaban de regreso a la casa, a tan sólo unos pocos metros, se dio por vencida. La presión le estaba desgarrando el pecho y al final tuvo que soltarlo, como si fuera cuestión de vida o muerte.
—¿Y Dorian?
Su voz resonó en todas partes.
—¿Qué pasa con él? —preguntó Nora.
Hubiese querido retroceder y evitar pronunciar su nombre. Era imposible quitárselo de la cabeza cuando sentía pánico sólo al pensar que quizá…
—¿Tiene familia por aquí? —susurró—. ¿Cómo es físicamente? ¿A qué se dedica?
Sus preguntas consiguieron que Nora parase bruscamente de caminar. Era algo que no había previsto. Por su expresión, no sabía por dónde empezar.
—Pues…
Su indecisión fue la oportunidad perfecta para Angy. Volvió a interpretar una gran actuación sin que su hermana se percatase de ello.
—¿Sabes qué? Olvídalo. —Ángela torció la cabeza y levantó las manos en señal de rendición, fingiendo quitarle importancia—. No quiero saberlo. Por el momento, con su nombre es suficiente. Creo que seré capaz de mantener a raya mi curiosidad.
—Eso espero. Además, todo se aclarará muy pronto.
—¿Por qué?
Su hermana dio unos últimos pasos hacia delante para situarse justo delante de la entrada. Ángela hizo lo mismo para no quedarse rezagada.
—Él vendrá la semana que viene —sentenció—. Está deseando conoceros.


La cama resultó ser un escenario vacío. Habría preferido salir corriendo y no escuchar esa voz interior que resonaba una y otra vez en sus sienes. Se sentía una cobarde. ¿Qué estaba pasando?
En su mente seguían intactas las palabras que Nora ni siquiera había llegado a pronunciar. No quería escuchar nada de eso. Confirmar sus temores habría sido como una fuerte sacudida a todo su ser. Sentía pavor al pensar en la posibilidad de que realmente fuera verdad. Comprobar a través de alguna sencilla pregunta lo que intentaba ocultar. Peor aún, ¿y si por alguna extraña razón era justo lo que quería escuchar?


4


Intentaba mantener la cabeza fría y la mente en blanco. Lo había hecho miles de veces, y nunca había fallado así que, por su bien, aquella no debía convertirse en la excepción a su regla número uno.
Dos días después de la discusión que Nora había tenido con sus padres, parecía que todo había vuelto a la normalidad. Vladimir le había pedido perdón a su hija y eso disipaba cualquier clase de duda. Se habían puesto manos a la obra, tomándose su tiempo para comenzar a establecer algunas de las pautas necesarias para organizar la boda que se celebraría tan sólo un mes después.
La tarde rebosaba belleza en cada ápice de ella. La temperatura era perfecta y el sol se asomaba tímidamente entre nubes azuladas de algodón.
Las dos hermanas estaban en la habitación de Nora, suplicando un poco de tranquilidad a pesar de saber todo lo que estaba por venir. Ángela meditaba una y otra vez sobre el asunto. Después de todo, un mes le seguía pareciendo un tiempo excesivamente corto para preparar una boda que fuese decente. No era una experta en ese tipo de asuntos, pero suponía que llevar a cabo todo el proceso no era una tarea fácil por más que su hermana pequeña insistiera en lo contrario. El banquete, los anillos, los invitados… miles de elementos para resplandecer en un día tan especial.
—Un mes —susurró Ángela—. ¿Cómo vas a hacerlo?
Nora había estado esperando una pregunta muy parecida y por eso no esperó ni dos segundos para contestar.
—Angy, voy a casarme. No me voy al fin del mundo.
—Pero, ¿tienes idea de la cantidad de cosas que hay que organizar?
—Relájate —sugirió Nora—. Todo será muy sencillo.
Ángela torció la cabeza. No parecía demasiado convencida.
—Aun así…
—Vamos, no te preocupes. —Le dio un suave empujón—. Parece que eres tú quien se casa.
—Ya, muy graciosa. —Puso los ojos en blanco—. Creo que ese honor te corresponde a ti.
—Vamos —insistió—, algún día tendrás que hacerlo.
—¿Así? —Arqueó las cejas—. ¿Quién lo dice? Además, cómo voy a hacerlo si no tengo a nadie…
Nora no se daba por vencida. Le gustaba tomar la iniciativa en las juguetonas charlas con su hermana
—En ese caso, tendrás que darte prisa, Angy. —Le guiñó un ojo—. Empiezas a hacerte mayor.
—¿Hablas en serio? —preguntó—. No tengo ni treinta años, Nora.
—¿Y eso qué importa? Las cosas importantes de la vida hay que hacerlas cuánto antes.
—Vale, creo que esto empieza a afectarte más de lo normal.
Nora escondió la cara detrás de la almohada, comportándose como una adolescente con el estómago repleto de cosquilleos y mariposas.
—¿Tanto se me nota? —Se ruborizó—. Estoy feliz, eso es todo.
—Me alegro por ti, pero debes tranquilizarte. Aún quedan varias semanas antes de la boda y necesito que te centres. —Soltó un largo suspiro—. Con mamá hecha un mar de lágrimas creo que será suficiente.
—Lo sé —admitió Nora—. Creo que el día de la boda le dará un ataque o algo parecido.
La conversación de las dos se interrumpió de repente. El móvil de Angy comenzó a sonar.
—¿Diga? —dijo—. Hola, Evan. ¿Cómo vas las cosas sin mí? —Se alegró de oír esa voz grave al otro lado del teléfono. Evan era su mejor amigo y ayudante de la compañía de teatro. En realidad, ambos eran socios, pero a él no le gustaba tomar las decisiones importantes y dejaba que Ángela las tomase por los dos—. ¿Cómo están los chicos?
—Bien, Angy —dijo Evan—. Ya les conoces. Se lo toman muy en serio. —Hizo una pausa—. Además, todo está perfectamente. Ni siquiera han notado tu ausencia. Creo que puedes tomarte todo el tiempo que quieras.
—Eso me gustaría, pero me temo que no. Luego me costaría volver a ponerme al día.
—¿Bromeas? Eres la más cualificada para esto. Debes sacarle partido de alguna forma.
—Sí, pero no de la manera que estás pensando.
Hubo un breve silencio. Angy miraba de reojo a Nora, que no apartaba la vista ni un segundo, mostrando gran curiosidad.
—¿Y qué me dices del asunto que te ha llevado a coger un avión? —aventuró Evan—. ¿Es cierto?
—Me temo que sí.
—¿Y cómo está la futura novia?
Ángela no contestó. Desvió la mirada e intentó pasar desapercibida a pesar del silencio que dio como respuesta.
—Está justo a tu lado, ¿verdad?
—Sí —admitió.
—Vale, entonces supongo que todo irá bien. No hay nada como los consejos de una hermana mayor.
Angy iba a decirle un par de cosas pero no tuvo tiempo de hacerlo. Evan ya se estaba despidiendo de forma prematura, igual que hacía siempre.
—Te volveré a llamar —puntualizó—. En cuanto a tus días libres… Por una vez, hazme caso. Tú estás fuera y ahora soy yo quien manda. Tómate unas merecidas vacaciones. No recuerdo cuándo fue la última vez que me libré de ti.
Automáticamente después de colgar el teléfono, se topó con la mirada azul de Nora. Sabía de buena mano qué era lo que venía justo después.
—¿Quién era? —preguntó Nora.
—Evan, mi ayudante… —Ni siquiera pudo terminar la frase. Esa mirada inquisidora de su hermana le hizo perder los nervios—. ¿A qué viene esa mirada?
—¿Quién es ese tal Evan?
—¿Es que no me has oído? Acabo de decírtelo. Es mi ayudante. Trabajamos juntos en el teatro.
—¿Nada más?
Ángela soltó un suspiro. No le gustaba dar explicaciones a nadie y mucho menos a alguien que creía ver más allá de lo evidente.
—¿Qué más quieres que diga?
—Vamos, Angy. No te hagas la tonta conmigo. —Jugueteó con uno de los mechones de su cabello—. A mí puedes contarme cualquier cosa. Sea lo que sea…
—Te estás precipitando —advirtió Ángela—. No es lo que crees.
—¿Y qué es, según tú, lo que creo?
—Pues… Maldita sea, ya sabes lo que quiero decir. O sea, lo que quieres decir…
—Calma, no hay por qué ponerse nerviosa.
—Nora, déjalo ya. Evan y yo sólo somos amigos.
Volvió a la carga, convencida que era su deber extraer información de algo que no estaba siendo mostrado al resto del mundo.
—¿Y eso quién lo dice?
—¿Cómo que quién? —Abrió la boca pero no dijo nada hasta segundos después—. Yo lo digo.
—Está bien, gruñona. Era una broma.
—Pues no me hace ninguna gracia.
—¿Lo ves? Ahora es evidente que te vuelves mayor de forma prematura. ¿Qué hay del sentido del humor?
Angy suspiró y cerró los ojos. Contó mentalmente hasta cinco.
—Basta de tanta charla —dijo—. Por ahora, ya he tenido suficiente. Además, tengo que hacer un par de llamadas.
Se dio la vuelta y caminó con paso decidido hasta la puerta del dormitorio.
—Espera —soltó de repente Nora—. No te vayas.
Angy se volvió y formuló la pregunta evidente.
—¿Por qué?
Su hermana se mordió el labio.
—Verás, he olvidado decirte algo.
Sorprendida por la actitud de su hermana, Ángela torció el gesto, impaciente.
—Vale, ¿de qué se trata?
—Bueno, quería hablar contigo…
—Ya estás hablando conmigo, Nora. Sé un poco más precisa.
Nora se levantó de la cama y se cruzó de brazos. Comenzó a mover la pierna derecha en un constante movimiento de repetición, como si tuviera un calambre.
—Nada —se apresuró a decir—. Es sólo que… me preguntaba...
—¿Sí?
—Me preguntaba... —Bajó la cabeza un instante—. Angy, tú me quieres, ¿verdad?
Ángela estaba al borde de un colapso. Conocía bastante bien a su hermana, pero aquello acababa de dejarla todavía más estupefacta. Era imposible concebir el motivo de esa tonta e inesperada pregunta.
—¿Qué? —musitó—. ¿A qué viene esa pregunta? Pues claro que te quiero. Eres mi hermana.
—Entonces, ¿harías cualquier cosa por mí?
Ahora todo parecía algo más claro. Detrás de esa repentina muestra de afecto se escondía el verdadero motivo.
—Bueno, eso depende.
—¿De qué? —quiso saber.
—De lo que quieras pedirme.
Nora parecía confusa. Era un manojo de nervios y se encontraba bastante aturdida, como si fuese incapaz de dialogar consigo misma.
Una estaba justo delante de la otra sin decir nada, conservando la aparente calma y aguardando al final de esa conversación que había adquirido un semblante poco convencional.
—Está bien, me rindo. —Angy apoyó la espalda en la pared—. ¿Qué es lo que quieres?
—Quiero... Necesito pedirte un favor. —Se acercó tímidamente a su hermana mayor, temiendo escuchar una respuesta que no quería oír—. Un favor enorme.
—De acuerdo, tú dirás.
Las palabras tenían miedo a salir de su boca. Tenía la impresión de parecer una especie de tartamuda, haciendo esfuerzos por soltar su gran discurso final.
—¿Antes puedo hacerte una pregunta? —susurró—. ¿Para qué crees que te llamé?
Otra pregunta sin sentido y sin salida, al menos para Ángela. Creía firmemente que Nora empezaba a perder la cabeza, si es que acaso no lo había hecho ya.
—¿Cómo que para qué? —reprochó—. Soy tu hermana. Creo que merezco estar presente el día más importante de tu vida.
—Ya, pero no me refería a eso...
—¿Entonces? No te sigo...
Nora la cogió de la mano, intentando ganarse su compasión.
—No puedes negarte.
—Por Dios, Nora —gruñó Angy—. Deja de darle vueltas al maldito tema sea cuál sea. —La sujetó por los hombros—. ¿Qué quieres que haga?
Nora cerró los ojos y apretó los párpados. Instantes después volvió a abrirlos, mostrando una mirada que se asemejaba a la de un animal pidiendo clemencia. Tragó saliva y finalmente tuvo valor para soltarlo.
—Angy, sé la madrina de mi boda.


5


Nora estaba segura de vivir un sueño; el sueño de toda su vida. Jamás había hecho las cosas como debía, y por una vez sentía que todo su mundo era diferente: su humor, su sonrisa, su comportamiento, su corazón… Él había hecho posible todo eso y mucho más. Dorian se había convertido en algo más que un novio; un compañero perfecto para compartir el bien y el mal, por eso estaba segurísima de querer casarse con él. A fin de cuentas, ¿quién no lo estaría?
Aún recordaba con cierto sonrojo el instante fugaz en el que sus miradas se cruzaron por primera vez. Ella estaba en la biblioteca pública, decidida a encontrar un viejo libro sobre jardinería especializada que pudiese ayudarla en su nuevo trabajo como ayudante en un invernadero. Él, empeñado en descubrir algo distinto, estaba buscando desesperadamente algo que pudiera servirle como inspiración para futuras ideas.
Todo surgió muy rápido. La escasa luz y las estanterías repletas de silenciosas historias sirvieron como escenario a esa mágica conexión inesperada, creando algo muy especial sin que ninguno de los dos pudiese hacer nada para impedirlo. En un abrir y cerrar de ojos sus latidos habían comenzado a correr más rápido; las pupilas se dilataban progresivamente y un cosquilleo nació en sus respectivos estómagos. Algo que llaman amor a primera vista, y todo por cruzarse en el momento y lugar precisos. Después de aquello las citas y veladas hasta altas horas de la madrugada se habían convertido en algo rutinario, transformando sus días en algo más que una sucesión de veinticuatro horas. Se estaban enamorando, y no les habría importado la opinión de los demás si la hubiesen tenido. En ese sentido, los dos tenían secretos que guardar, y por eso establecieron una única norma entre ellos: no hablar de nadie más salvo de ambos. Ni familias, ni amigos, ni conocidos. Un universo inventado por dos recién conocidos en el que no tenía cabida nadie más. Y es que mantener su relación en secreto incrementaba todavía más las ganas de verse, como un tornado desatado a punto de entrar en colisión con otro muy semejante.
Nora jamás había sentido nada parecido. Claro que había estado con más chicos, pero una palpitación constante dentro de ella le decía que esta vez había elegido bien. Más que bien, ya que se volvía alguien completamente diferente y mejor cuando estaba cerca de él. Ya no le importaba lo más mínimo captar la atención de todo hombre que se cruzaba en su camino; ahora sólo deseaba apropiarse de la mirada de uno en particular, y lo conseguía cada vez que se veían a escondidas, comiéndose a besos y prometiéndose que estarían juntos todo el tiempo que fuera posible.
Un día de lluvia, cuando estaban juntos en un motel a las afueras de la ciudad, perdidos entre la carretera y la distancia, Nora había mencionado lo sola que se sentía cuando él tenía que marcharse debido a su trabajo. Dorian, en un arrebato de compasión, la abrazó fuertemente al mismo tiempo que le aseguraba que su situación no tardaría demasiado en cambiar. No quiso decir más, pero sus palabras fueron suficientes para que ella comenzara a indagar en lo profundo de sus propios sentimientos. Dos días después, paseando tranquilamente bajo una tenue luz de luna, Nora ya no pudo reprimir su deseo. Le miró directamente a los ojos y pronunció el discurso más breve pero sincero de toda su vida: «Dorian, te quiero como nunca he querido a nadie. Cásate conmigo».
Fue en ese momento cuando Nora se dio cuenta que su verdadero cuento de hadas acababa de empezar.


No podía disimular; tenía la sonrisa dibujada en su boca y nada ni nadie conseguirían que se borrase. Se encontraba en una nube, deseosa de volver a verle. Una princesa del siglo veintiuno suspirando por su príncipe azul en mitad de toda esa gente. Había estado nerviosa durante el trayecto para ir a recoger a su hermana mayor al aeropuerto, pero esta vez era distinto. Las mariposas revoloteando en el estómago eran un claro síntoma del enamoramiento intenso que padecía. El viaje en coche no se había demorado por ningún motivo, pero las ganas que tenía de estar nuevamente a su lado le provocaban una distorsión del tiempo, como si fuera incapaz de controlarse a sí misma.
Cuando quiso darse cuenta de su presencia, ya llegaba tarde a su encuentro. Lo tenía justo delante de ella, a unos pocos metros en línea a recta. Los ojos de ambos centellearon en silencio, muriéndose de las ganas por tenerse cerca el uno al otro. Nora ni siquiera esperó dos segundos. Salió disparada para recorrer esa mínima distancia que les separaba. Saltó a sus brazos en cuanto tuvo la oportunidad, olvidándose por completo de toda la gente que contemplaba esa escena sacada de alguna película romántica.
Ahora volvía a ser feliz, justo en ese preciso instante en que su corazón dejaba de sentirse abandonado. Estaba completa cuando él permanecía cerca lo suficiente como para sentirse casi invencible. Una dependencia totalmente óptima y saludable, que le había otorgado los seis meses más dulces y felices de su hasta entonces complicada e incomprendida vida.
Dorian era un hombre muy atractivo. Tenía las facciones cuadradas, tensas, bien definidas; unos ojos color avellana increíblemente magnéticos y una sonrisa cautivadora. Tenía el pelo corto, alborotado por la parte de arriba dibujándole una graciosa cresta informal, y la piel suave como la de un bebé, perfectamente afeitado y desprendiendo una fragancia irresistible. Tenía el cuerpo musculoso, con una considerable altura. Vestía con vaqueros oscuros, deportivas usadas y una cazadora de cuero negra, y de su hombro izquierdo colgaba su inseparable maletín con cierres dorados. Todo un hombre de negocios, pero también alguien bastante familiar y tradicional, o eso era al menos lo que aparentaba ser, un hombre con las ideas bastante claras acerca de su presente y su futuro.
—Dorian —susurró Nora—. Ya estabas tardando en volver.
Él sonrió con ganas, al mismo tiempo que la estrechaba entre sus brazos y la dejaba suspendida a unos considerables centímetros sobre el suelo.
—Vaya, ¿es así cómo saludas a tu futuro marido? —Su expresión era la de un hombre enamorado, o al menos se le parecía mucho. Su sonrisa confería una cantidad bastante considerable de agradables pensamientos, cada cual más risueño que el anterior. Sus treinta años recién cumplidos le sentaban de maravilla, convirtiéndose en una especie de catalizador para la mayoría de las féminas que conocía.
Su beso fue largo y cargado de sentimiento, como si hubieran pasado años desde su último encuentro, pero en realidad no hacía ni dos semanas que se habían separado. Dorian había tenido que tomar un avión por cuestiones de trabajo, pero no por ello se había descuidado en absoluto; conocer a la familia de su novia era algo de vital importancia ahora que estaban convencidos de llevar a cabo un paso tan importante como el que estaban a punto de dar.
—Estás preciosa —dijo—. Igual que todas las mañanas.
—¿Te refieres a todas las mañanas sin excepción o a todas aquellas en las que me despierto contigo? —Nora parecía una chica de apenas quince años.
Dorian le devolvió la sonrisa al mismo tiempo que empezaba a caminar con ella de la mano, en dirección a la salida.
—Cuando digo todas, me refiero a todas y a cada una de ellas.


Nora había preferido sentarse en el asiento del copiloto. Estaba demasiado ensimismada para conducir, y los reflejos de Dorian eran muy superiores a los suyos. Estaban escuchando su disco favorito, una recopilación de canciones que habían estado escuchando durante sus seis meses de relación. Todas eran canciones amorosas, llenas de mensajes que predicaban un mismo significado.
Estaba sonando la última de ellas cuando Nora apagó bruscamente el reproductor de música. Dorian desvió la mirada hacia ella, buscando una explicación lógica.
—¿Por qué has hecho eso?
—Sabes que con música no puedo pensar con claridad.
—Ahora no hay nada de lo que debas preocuparte. —Encendió de nuevo el reproductor—. Relájate.
Nora no obedeció. Volvió a apagar el aparato y se revolvió en el asiento. Comenzó con su típico movimiento de pierna.
—Está bien —dijo Dorian—, ¿vas a decirme qué ocurre?
—Nada —mintió ella.
Él soltó una carcajada sonora mientras volvía a prestar más atención a la carretera, aferrando con fuerza el volante.
—Nora, a mí no puedes engañarme. —Posó su mano derecha sobre la rodilla de su novia—. Eres más transparente de lo que crees.
—No lo creo.
—Oh, desde luego que sí —insistió—. Vamos, dímelo. ¿Por qué estás así?
—¿Acaso no es evidente? —pronunció Nora—. Vamos directos a mi casa. Vas a conocer a mi familia y…
Dorian torció la cabeza y suspiró con franqueza. No le gustaba que Nora se encontrase de esa forma; él ya estaba suficientemente nervioso y necesitaba que ella tuviera la cabeza despejada.
—Fue tu decisión, Nora. Tú dijiste que sería mejor conocerles antes de la boda.
—Lo sé, pero ahora estoy tan nerviosa que no puedo pensar en nada. No sé cómo van a reaccionar. —Su voz temblaba—. Es decir, sí que lo sé, pero no al cien por cien…
—Escucha, pase lo que pase, nada va a cambiar. Vamos a casarnos dentro de apenas unas semanas y no tendremos que darle explicaciones a nadie. Nunca lo hemos hecho y menos a partir de ahora. —Los músculos de su cuello se relajaron—. Todo va a salir bien, ¿vale?
Cruzaron el largo puente que conducía directamente a la isla. El cielo estaba despejado y todo apuntaba a un día cargado de buena temperatura. La casa se volvía más grande con cada metro recorrido, y cuando finalmente estuvieron cerca, Dorian redujo la velocidad. Tenía un nudo en la garganta y otro en el estómago, pero estaba empeñado en no mostrar miedo. Estaba exagerando las cosas y al final no sería para tanto. Después de todo, ¿qué era lo peor que podía pasar?
—Oh, Dios mío —susurró Nora—. Nos están esperando afuera.
—Nora, relájate. Que yo sepa, son tus padres, no los míos.
Salieron lentamente del coche, como si retrasar su encuentro fuese a servir de algo.
Dorian tenía la impresión de estar a punto de desvanecerse en un mar plagado de tiburones, en especial cuando interceptó la mirada verdosa del padre de Nora; unos ojos grandes y verdes que parecían estar perforando su cabeza.
Julia esperaba impaciente al lado de su marido; sonreía de oreja a oreja y no dejaba de moverse, con un tic nervioso en ambas manos. El padre de familia se mostraba más bien en un estado de vigilia, como si su deber fuese controlar la situación.
Nora se adelantó y saludó con la mano a sus padres. Se volvió hacia su novio y se preparó para el primer contacto directo entre ellos.
—Mamá, papa, este es Dorian. —Cambió la dirección de su mano—. Dorian, estos son mis padres.
Dorian estaba a punto de extender su mano cuando Julia le dio un gran abrazo, dejándole parcialmente confuso.
—¡Dorian! —gritó—. Vaya, ¡qué nombre tan bonito! —Se separó rápidamente de él—. Bienvenido a la familia.
—Gracias —susurró tímidamente.
Tragó saliva y volvió a repetir el mismo gesto con la mano con la esperanza de que su futuro suegro no hiciera el mismo numerito. Por suerte o por desgracia, así fue.
Vladimir le estrechó la mano con decisión, apretando lo suficiente como para no hacer daño pero sí para dejar claro quién mandaba allí.
—Señor, es un placer conocerle.
—Ya —gruñó—, lo mismo digo, Dorian.
Era una estampa curiosa. Los cuatro allí amontonados justo a la entrada intentando disimular la incertidumbre que reinaba en la atmósfera.
—Bueno, ya está —susurró Julia—. Al fin te conocemos.
Dorian asintió en silencio, con el nudo en la garganta apretándole cada vez más.
—¿Tenéis hambre? —preguntó.
—Sí —se apresuró a decir Nora.
—Genial —dijo su madre al mismo tiempo que se hacía a un lado para dejar libre la entrada de la casa—. ¿Pasamos dentro?
La casa estaba impecable y reluciente, más que de costumbre. Estaba claro que Julia quería causar una buena impresión a su invitado y a juzgar por la expresión de Dorian, desde luego lo había conseguido.
Pasaron al salón pero ninguno tomó asiento salvo Vladimir, que estaba más interesado en las noticias del periódico que en su yerno.
Nora parecía haber dejado arrinconados a sus nervios. Su cara ya no estaba tan tensa y respiraba con normalidad. No dejaba de mirar de un lado para otro, como si estuviera buscando algo o a alguien.
Le guiñó un ojo a su novio.
—Espera aquí —dijo con una sonrisa—. En seguida bajo.
—Pero... —Sus ojos pedían clemencia—. ¿Qué vas a hacer allí arriba?
—Voy a buscar a mi hermana.
Dorian palideció. La escena era curiosa: tres desconocidos compartiendo un mismo habitáculo. Por fortuna, su tortura no fue demasiado larga, ya que Nora apenas tardó en volver a bajar del piso de arriba.
Su expresión estaba cubierta de incertidumbre, como si algo no encajase.
—Mamá —dijo—, ¿dónde está Angy?
Julia la miró con asombro, como si no entendiese la pregunta que acababan de formularle. Frunció el entrecejo.
—¿Angy? En su habitación. La he escuchado remover las cosas de su armario justo antes de que llegarais.
La cara de su hija pequeña se estremeció.
—Pues no está.
—¿Cómo que no está? —repitió.
Vladimir carraspeó ligeramente, lo suficiente para que Nora centrase su mirada en él, con la esperanza de encontrar la respuesta que quería oír.
—Papá, ¿tu sabes algo?
Vladimir arqueó las cejas y levantó las manos, como si no tuviese ni idea.
—A mí no me mires —dijo—. He estado todo el tiempo en la entrada. No la he visto.
Dorian estaba algo confuso. No entendía la complejidad de la situación, pero a juzgar por la cara de su novia, algo no iba bien.
Nora comenzó a andar de un lado para otro, intentando encontrar a Ángela en algún sitio. Buscó en la cocina, en los dos cuartos de baño, en el resto de los dormitorios e incluso en la parte de atrás de la casa, pero no logró dar con ella.
—¿Dónde diablos se ha metido?
—Tranquilízate, cariño —aconsejó Julia—. Seguro que aparecerá de un momento a otro.
—Esto es absurdo, mamá —rugió Nora—. No he tardado ni dos horas en volver. Antes de marcharme estaba en su habitación. ¿Adónde ha podido ir?
—A lo mejor ha tenido que marcharse por cuestiones de trabajo —aventuró su padre—. Quizás algo urgente. Ya sabes cómo es tu hermana.
Nora le fulminó con la mirada, como si no contemplase esa posibilidad.
—Espero que por su bien, no tarde demasiado en volver.
Dorian sentía que era el momento, si no el adecuado, sí el único para hablar.
—Nora, tranquila. No pasa nada. No hay prisa. Seguro que aparecerá pronto.
—No, Dorian. Tú no lo entiendes. —Se mordió el labio y apretó los puños—. Se pasa todo el año fuera de casa por culpa de su trabajo, y nunca está cuando la necesito. Prometió que estaría presente y acabas de comprobar que no es así. Odio que no cumpla sus promesas. Soy parte de su familia, maldita sea. ¿Acaso tenía algo más importante que hacer aparte de conocer al novio de su hermana?
A pesar de sus seis meses de relación, Dorian no recordaba haberla visto de esa manera, tan enfadada y decepcionada al mismo tiempo.
Nora se revolvió el pelo con una de las manos y fue directamente a coger su abrigo. Dorian se estremeció por ver esa simple escena y la siguió hasta la entrada.
—¿Te vas? —preguntó Dorian.
—Sí, voy a ir a buscarla.
—Vivís en una isla. —No daba crédito a lo que acababa de oír—. ¿Crees que va a estar ahí afuera?
—Al menos voy a echar un vistazo.
Dorian se acercó a un palmo de su cara.
—No vuelvas a dejarme solo, por favor. —De repente se le ocurrió una posible solución—. Voy contigo.
—¿Qué? —Nora arqueó las cejas—. Ni hablar. Tengo que hablar con ella. Es decir, si la encuentro. —Resopló con énfasis—. Quédate con mis padres. Estaré de vuelta lo antes posible.
Ni siquiera le dio opción a contradecir sus palabras. Nora salió con paso decidido, abandonándole a su suerte en esa casa que acababa de pisar.
Dorian se sentía como un estúpido, allí de pie y reacio a entablar conversación con esos dos desconocidos que pronto dejarían de serlo.
—Dorian —dijo Julia—, ¿te gustaría tomar algo de beber?
Una pregunta sencilla pero complicada a la vez. Si decía que no, quedaría como un maleducado; si decía que sí, quizás se mostrase confiado antes de tiempo.
—Agua —respondió—, por favor.
—¿Nada más?
—No. —Esbozó esa sonrisa tan característica suya con el fin de encandilar a su amable suegra—. Es más que suficiente, gracias.
Al cabo de un minuto Julia volvió con un enorme vaso lleno hasta el borde.
Para no mostrar signos de mala educación, Dorian decidió bebérselo de un trago. Una mala idea ya que, como pudo comprobar, el agua estaba demasiado fría, lo que le provocó un breve pero intenso dolor en la garganta.
—¿Quieres otro?
—No, gracias. Ya he bebido bastante.
La cara de Julia era todo un poema. Se había esforzado para que ese día fuese especial y de momento lo único que tenía entre manos en aquel momento era una familia dispersa, con sus hijas afuera, un marido ausente mentalmente y un yerno especialmente tímido.
—Voy a volver a la cocina —apuntó—. Aún tengo que preparar la comida…
En el salón quedaban ellos dos, como los competidores más fuertes para lucha, pero Dorian no tenía intención de luchar contra él.
—Tienen una casa muy bonita —comentó.
Vladimir se cruzó de brazos y asintió.
—Puedes echarle un vistazo. Mira todo lo que quieras.
Se tomó aquello al pie de la letra, confiando en hacer lo correcto. Comenzó con pasos torpes, observando con detalle cada elemento del salón. La cálida pintura que envolvía las paredes suponía una estimulación para relajarse, y las flores que descansaban en ese enorme jarrón de una mesilla lateral inundaban con su olor la estancia. Recorrió cada estantería con ojos atentos, sonriendo por dentro. Sentía que los nervios se iban disipando poco a poco. Lo que más le llamaba la atención al ir desplazándose era la cantidad de cuadros que había diseminados por allí. Ni siquiera se tomó la molestia de contarlos para darse cuenta que eran demasiados. Un montón de imágenes de una bonita familia: padre, madre e hijas. La sonrisa de Nora aparecía en cada una de ellas.
Todo parecía ir bien hasta que algo dentro de la mente de Dorian se accionó. Con manos temblorosas, cogió un pequeño cuadro con bordes plateados y se lo acercó a los ojos, intentando comprender lo que éstos le decían. Lo que vio en aquella fotografía le paralizó el corazón.


6


Ni en la peor de sus pesadillas habría podido toparse con algo semejante, por eso huyó tan rápido como pudo. Ángela estuvo a punto de perecer si no fuera porque algo dentro de ella la obligó a reaccionar, arrinconada como un animal salvaje, saltándose todas las reglas posibles. Aún el corazón le latía como un loco dentro del pecho, mandando a todo su cuerpo oleadas de sangre en llamas, ya que sentía un calor prácticamente insoportable, asomándose en su piel y sin ninguna intención de marcharse. No se lo pensó dos veces para salir disparada, rápida como una bala. Sintió que era una cuestión de vida o muerte, por eso optó por el camino fácil, saliendo por la ventana de su antiguo cuarto, sintiéndose una extraña en la que un día fue su casa.
Las imágenes se sucedían en su cabeza a una velocidad de vértigo, relatando hasta la actualidad su vida pasada, en concreto, su tormentosa e imperfecta vida personal. ¿Qué había hecho para merecer algo así? Si el destino existía, había trazado un plan para vengarse de ella de la peor de las maneras.
El viento cortaba su cara con afán mientras seguía su incansable marcha hacia ningún sitio en particular. Hacía un frío de muerte pero no podía reparar en algo tan trivial como eso. Apenas había tenido unos pocos segundos para ejecutar su plan de escape, así que mucho menos habría podido coger algo de abrigo.
Cuando sentía que las fuerzas se estaban consumiendo en los músculos de sus débiles piernas, su marcha se volvió progresivamente más lenta, hasta que al final ni siquiera pudo dar un paso tras otro. Cayó al suelo sobre las rodillas, salpicándose el cuerpo con el agua de los charcos diseminados por todas partes. La lluvia caía con fuerza y estaba empapada hasta los huesos, pero en momentos tan sombríos como ese bien poco le importaba los resfriados o la sensación de sentirse profundamente calada. Seguía mirando con ojos inexpresivos en todas direcciones, temerosa de que en cualquier momento pudieran atraparla, y entonces ya no podría volver a huir. Su cuerpo se encontraba ausente, todo lo contrario que su mente, que se afanaba en asimilar lo que acababa de ver en la isla. ¿Era cierto? Sí, sus ojos no podían engañarla, y la distancia que les separaba no había sido suficiente para dejar algún rastro de duda. Era una desgracia y al parecer no tenía arreglo. Era lo que más deseaba, pero el pasado que una vez enterró acababa de volver de golpe a su vida, abriendo bruscamente viejos recuerdos y grandes heridas que habrían desestabilizado a cualquiera y, lógicamente, ella no era la excepción.
¿Cómo podía explicarse un momento como aquel? Ángela ni siquiera tenía palabras. Todo había sucedido demasiado rápido y las preguntas estaban en busca de alguna respuesta que tuviera cabida en la realidad. Y lo peor de ese infierno resultaba demasiado evidente. ¿Qué iba a hacer después de esa tremenda colisión e impacto emocional? ¿Adónde iba a ir? Estaba claro que no podía volver, a menos que tuviese valentía para afrontar lo que se le venía encima, y desde luego ese no era el caso, porque le resultaba imposible concebir la sola idea de retroceder en sus pisadas y aparecer por allí como si nada le importase realmente, ya que su cuerpo le había pedido enérgicamente que huyera, pero era inevitable pensar en su familia, sobre todo en Nora. ¿Qué pensaría ella?
El silencio que emanaba cada rincón de ese páramo desierto no la ayudaba lo más mínimo. Al contrario, se esforzaba por no caer rendida ante el miedo. Acababa de volverse como una chiquilla, indefensa ante el mundo y totalmente incapaz de volver a empezar su camino, evitando tropezar con la piedra más grande.
Años atrás prometió no volver a verle; olvidarle había sido lo más doloroso que había tenido que hacer en toda su vida, pero se obligó a sí misma a seguir adelante, ignorando por completo sus sentimientos. Ahora se había dado de bruces con un futuro que no lo quería ni regalado. Es más, con esas condiciones ni siquiera quería seguir disponiendo de un futuro próximo.
¿Él lo sabría? ¿Habría atado cabos antes de tiempo y la respuesta habría estado en su mano? O por el contrario, ¿lo habría descubierto al mismo tiempo que ella, nada más atravesar las paredes de esa casa desconocida para él? Ángela temía aquello. No podía soportar la idea de que Dorian se hubiera dado cuenta de todo por el simple hecho de contemplar las fotografías que había repartidas por las paredes. Aunque hubiera querido impedirlo, de nada hubiera servido. Tantas y tantas imágenes diferentes de toda una vida hablaban por ella.


Esa misma tarde llegó a la ciudad con el alma convertida en un suspiro. El cansancio físico no era lo más molesto, si no asimilar lo incierta que acababa de volverse su existencia. Pasó la noche en un hotel algo destartalo, moviéndose una y otra vez en la misma dirección, bajo la atenta mirada del televisor estropeado que se encontraba en el centro de la habitación, olvidado y lleno de polvo. La cama hacía unos ruidos increíblemente molestos, provocándole todavía más malestar e incomodidad, llegando al extremo de levantarse; de todas formas no hubiera podido pegar ojo.
A la mañana siguiente su rostro presentaba una expresión bastante deplorable; unas cuantas horas sin dormir además de una sesión infinita de sentimientos adversos habían acabado por dejarla hecha añicos, con unas feas ojeras surcando su cara, como dos curvas moradas a cada lado de la nariz.
Se había dado una ducha rápida y llenado el estómago con un café templado. Las horas se esfumaban delante de ella en el reloj de su muñeca y no tenía intención de reaccionar como la mujer adulta y responsable que se suponía que era.
Lo más curioso había sido su reacción cuando, a altas horas de la madrugada, se puso a hurgar en su mente, convencida de no haber dejado ningún cabo suelto. Nunca había sido propensa a romper a llorar, pero su umbral de sensibilidad se había visto superado considerablemente, por eso acabó estallando en silencio, de la mejor forma que supo: llorando a escondidas y rezando para que su móvil no recibiera ninguna llamada, a pesar de encontrarse apagado. Estaba sola; no podía contar con nadie en esos difíciles momentos, y por un lado se sentía aliviada por esa misma razón. Una ambigüedad que no la llevaba a ninguna parte. Su universo estaba tambaleándose sobre un fino hilo colgado de un precipicio.
Su carácter siempre había sido reservado en todos los sentidos; sus sentimientos eran de ella y de nadie más, en todo caso haciendo una excepción con quien compartiera su vida, su vínculo de pareja. Por eso nunca le había hablado a sus padres acerca de sus relaciones amorosas, y a Dorian por supuesto, también lo mantuvo en silencio durante los años que duró su relación, alegando que estaba muy ocupada para enamorase, cuando en realidad cada día se sentía más unida a él.
La piel se le erizaba al recordar el momento en que su hermana Nora por fin le había confesado algo acerca de su prometido. No tenía ni la más remota idea de cómo diablos había conseguido disimular su impresión. Aunque claro, siendo actriz de teatro tampoco es que resultase algo demasiado enrevesado. Recordaba perfectamente qué era lo que había sentido al escuchar su nombre por primera vez en mucho tiempo. Se había esforzado en sobreponerse y fingir que todo estaba bien, cuando más bien resultaba todo lo contrario: su infierno acababa de empezar y ni siquiera se había dado cuenta. Ahora entendía muchas de las cosas que su hermana pequeña le había dicho. Y es que con un hombre como Dorian a su lado, todo se trasformaba mágicamente, como si el mundo hubiera decidido contar con dos únicas personas. Las sonrisas, los sonrojos, las miradas perdidas… Todas esas pequeñas e insignificantes cosas que Ángela había criticado en Nora, las había experimentado ella misma no hacía demasiado, y lo peor de todo, es que había sido con el mismo hombre. Dos mujeres distintas en todos los aspectos salvo en uno: enamorarse locamente de él.
Angy formaba parte de un pasado que no iba a volver, y para colmo su hermana iba a tener en su futuro a alguien a quien no merecía tener, o eso era al menos lo que ella creía, aunque ya no importaba lo que pensase, ya que no podía decir absolutamente nada. Para el resto del mundo, Ángela nunca se había cruzado con Dorian; se suponía que nunca había sabido de su existencia. También se suponía que debía alegrarse por el paso enorme que Nora iba a dar, pero no podía mostrar la mejor de sus sonrisas por algo como aquello. Aceptar irremediablemente que el hombre al que tanto había querido iba a estar presente en la vida de su hermana pero en la suya propia no, y todo porque ella tomó esa decisión dos años antes. Se moría de ganas por saltarse ese desagradable capítulo, pero no podía hacerlo. Tenía que afrontar la situación, y quedarse escondida entre las paredes de una habitación que se caía a pedazos no iba a ayudarla, porque de manera inconsciente, revivía el momento una y otra vez, una tras otra, como si castigarse de esa forma pudiera salvarla del sentimiento tan nefasto que la estaba invadiendo por dentro.
Estaba esperando de mala gana en su habitación a que Nora llegase con su novio, ese al que en cierta forma, tenía miedo de conocer. No había dejado ni un solo momento de mirar por la ventana, como si prefiriese mantener la situación vigilada desde lo alto. Repasaba mentalmente todo el papeleo que tendría que hacer para su próxima representación cuando a sus oídos parecían llegar unos ruidos extraños de afuera. Se acercó todavía más a la ventana, quedándose a tan solo un par de centímetros del cristal. Había visto salir a Nora y a su acompañante del coche, divirtiéndose por la expresión corporal de ambos. Conocía de buena mano esa sensación, ya que ella la experimentaba segundos antes de salir a escena. El extraño tenía algo que le resultaba familiar, pero no llegaba a adivinar qué. Lamentablemente, no tuvo que esperar demasiado para saber por qué. Habría podido caer fulminada en ese instante, pero las ganas de comprobar que estaba en lo cierto eran superiores al miedo que la acongojaba. Su aliento se volvió frío como el hielo, al igual que su interior. Hubiese dado cualquier cosa por no tener que contemplar esa horrenda visión que era profundamente real. Sus gestos, la forma de caminar, su odioso maletín… Era totalmente imposible que se tratase de otra persona aunque eso era justamente lo que más deseaba.
Ya no había vuelta atrás. Era él, Dorian. Su Dorian… El mismo chico que conoció con apenas veinte años y con quien había pasado los peores y mejores momentos que podía recordar…
Totalmente abatida y apartada de la civilización que conocía, aún seguía pensando en Nora, y cómo no hacerlo. Le debía una explicación. La llamaría, de eso estaba segura; lo que aún no sabía era cuándo, y sobre todo, qué decirle.


7


Siempre había querido creer que era el hombre perfecto, a pesar de sus muchos y variados defectos. Se había entrenado literalmente en cuerpo y en alma para ser alguien en la vida, y a veces conseguía forjar en su cerebro la idea de que así era, todo un hombre de provecho, admirado por todo aquel que ansiaba parecerse a él.
Esa noche sin embargo no había podido dormir, ya que se había llevado la sorpresa más grande de toda su vida, y los cimientos sobre los que estaban asentados los últimos seis meses de su ajetreada existencia se habían movido peligrosamente, haciendo tambalear un presente que tanto se había empeñado en no dejar escapar. Estaba en su casa, a las afueras de la ciudad, en el norte, donde las casas son iguales y los vecinos buenas personas. Milagrosamente, había sobrevivido a ese día; había superado la prueba de fuego ya que conocer a sus suegros no había resultado nada fácil, en especial teniendo un nudo en la garganta durante todo el tiempo.
Echaba de menos tener cerca el cuerpo de Nora, abrigándole en esa noche tan fría como muchas otras. Ella se había quedado en la isla, en la que aún seguía siendo su casa pero no por mucho tiempo. Habían pasado el día allí, pero Dorian se había marchando, excusándose de la peor de las maneras, con lo primero que le vino a la mente. Y es que no se encontraba bien, a decir verdad, se sentía a morir, peor que nunca. Cómo no estarlo cuando había sido golpeado por una infinita cantidad de recuerdos que tiempo atrás le había partido en dos.
Todo había comenzado con una foto; una simple e insignificante imagen ensartada en un marco plateado. Sus ojos habían ido mucho más allá al examinar la instantánea. Creía que el tiempo se había parado tan sólo porque él acababa de hacerlo. Había sufrido un latigazo en su alma y lo había hecho en silencio, sin tan siquiera alterar a su suegro, presente en el momento justo. Después de esa increíble y aterradora revelación no podía pensar, y se había limitado a asentir con la cabeza todo el tiempo que le fue posible, manteniéndose en un segundo plano y aguantando las ganas de desaparecer. Su cuerpo había estado allí, junto con el de Nora, hablando con Vladimir y Julia sobre su futuro, pero su mente había viajado tiempo atrás, como una máquina del tiempo insertada en sus retinas, para volver a un pasado que habría jurado desintegrar. Pero ya no estaba seguro de eso. A decir verdad, ya no estaba seguro de nada.
Habrían podido trascurrir veinte o treinta años pero Dorian jamás hubiera podido olvidar esas dos luces centelleantes de color verde. Esos ojos por los que habría sido capaz de entregar hasta lo más vital, y sin embargo todo había quedado reducido a las suposiciones que generaba su herida mente al imaginar qué hubiera pasado, si el transcurso de su amor no hubiese acabado de esa forma tan precipitada.
Era ella, claro que lo era. ¿Acaso dos personas en el mundo y tan distanciadas entre sí podían ser exactamente iguales?
Sentía odio, pena y decepción. Un vacío casi imposible de llenar, porque la confusión se hacía cada vez más visible, convirtiéndose en su compañero de habitación mientras pensaba en la mala suerte con la que acababa de toparse. Tenía miedo de pronunciar su nombre, aunque de buena gana lo hubiera hecho para acabar con esa farsa, sobre todo cuando Nora le había apretado la mano con fuerza para hacerle saber que todo estaba bien, pero era mentira, porque en lo más profundo de su ser había algo que le incomodaba, porque en sus ojos azules vislumbraba sin querer un tono verdoso.
Habría podido jurar que ellas dos nada tenían que ver la una con la otra. ¿Cómo había podido cruzarse en la vida de ambas únicamente separadas por la vía temporal? No se parecían en nada, ni en físico ni en personalidad, y sin embargo había caído rendido a los pies de esas hermanas que, por otra parte, nunca mencionaron la existencia de la otra así que, ¿cómo saber que eran de la misma sangre?
Nora era temperamental, orgullosa y con carácter, además de poseer una belleza aniñada casi imposible de superar. Sin embargo, Ángela… era todo lo opuesto. Sus rasgos eran penetrantes y muy atractivos, al igual que su interior; era dulzura pura, la delicadeza había tomado forma en ella.
Quizás el azar hubiera sido el responsable de que conociera a Nora, pero ahora temía darse cuenta que había acabado con ella porque en lo más interno de su pensamiento algo le había mandado hacerlo, en un desesperado intento por recuperar a esa otra persona que había considerado totalmente imprescindible.


8


Ángela siempre había sabido mantener la calma incluso en las peores situaciones, sin embargo, aquella iba a ser la primera vez que se tambalease como un flan. Aún no tenía ni idea de cuál iba a ser su discurso, y mucho menos la postura que debía tomar. ¿Debía sentirse ofendida o actuar con un semblante de alguien que no entiende nada?
Lo más desagradable había sido la breve pero intensa conversación telefónica con Nora. Se había mentalizado durante horas para ser capaz de marcar su número y cuando por fin logró hacerlo, no pudo emitir ni un mísero sonido al percibir la voz furiosa de su hermana. Limitándose a hablar prácticamente con monosílabos durante la llamada, había conseguido darle la dirección del hotel en el que se encontraba, supuestamente para explicarle el motivo de su inexplicable marcha de la isla. Una mentira tras otra ya que, muy a su pesar, Ángela le debía una explicación que aún no había sido capaz de encontrar, porque no estaba dispuesta a confesarle abiertamente todo lo que se escondía detrás de su huida. Sería como una especie de suicidio por su parte, porque estaba segura de no poder continuar con su vida normal si cometía semejante locura así que, de una forma u otra, tenía que trazar un plan en esa mente que nunca había sido retorcida y que, por causas del destino, ahora tenía que cambiar a marchas forzadas. Cada centímetro de piel temblaba ligeramente, y su cara no tenía el aspecto de una persona sana. Creía firmemente que por esa vez sus dotes interpretativas no podrían salvarla del ataque de cólera de Nora. Y tenía razón; su hermana tenía todo el derecho a odiarla, y bajo ninguna circunstancia podría contradecirla.
Si hubiera sido capaz de prever el futuro… No, claro que no. Una cosa así era totalmente imposible, y aunque así hubiera sido nada hubiera cambiado. ¿Acaso habría tenido agallas para plantarse delante de su hermana y decirle al oído que su prometido había estado con ella durante siete largos años? ¿Hubiera sido valiente para confesar que su corazón había dejado de latir durante un segundo cuando le vio aparecer en la casa de sus padres? ¿Hubiera servido para algo admitir que cuando volvió a verle de nuevo sintió un cosquilleo en el estómago? Todo era absurdo. Ni ella misma sabía qué era lo que sentía, así que mucho menos debía confesarlo. ¿Confesar qué exactamente? ¿Qué había logrado olvidarle pero que no le quería cerca? ¿Confesar que aún se moría por él a pesar de ser algo ya titánicamente imposible?
Cada terminación nerviosa de su sistema se activó al mismo tiempo cuando escuchó dos golpes secos en la puerta. Además de resultar obvio quién era, tampoco hacía falta preguntárselo, ya que Nora siempre emitía los mismos movimientos en puertas diferentes, como un distintivo propio. Dos golpes rápidos, secos y directos.
Ángela se quedó paralizada durante un minuto al mismo tiempo que tragaba saliva. Se aproximó a la puerta con pies de plomo y agarró con fuerza el pomo, haciéndolo girar y encontrándose cara a cara con esa persona tan débil y fuerte a la vez.
El silencio cortó sus miradas; Angy bajó la suya pero los ojos claros y furiosos de Nora seguían impasibles, emitiendo una especie de transmisión, un mensaje encriptado para que sólo pudiera ser revelado delante de su destinatario.
Ángela, todavía hecha un manojo de nervios, se apartó de la entrada.
—Pasa.
De mala gana su hermana pequeña obedeció, ejecutando grandes pasos, situándose finalmente en el centro de la habitación, mirando cada esquina de ese antro intentando entender cómo su hermana había acabado en un lugar como ese.
—¿Quieres algo de beber? —susurró Ángela.
—No me hagas perder el tiempo —espetó Nora—. Ya sabes a qué he venido, así que no hagas como si no pasara nada. No quiero permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario.
Por su expresión, debía de estar furiosa o tal vez, algo mucho peor.
—De acuerdo, sé por qué estás aquí, pero dame un minuto para pensar —suplicó Ángela.
—¿Pensar? Esto es el colmo. —Nora suspiró amargamente—. Has estado dos días enteros desaparecida, sin coger el teléfono ni nada que se le parezca. ¿Pretendes que me comporte de manera normal cuando tú no has sido capaz de hacerlo?
Ángela se sentía pequeña en todos los aspectos, sobre todo cuando las palabras se negaban a salir de su garganta, porque aún seguía con la mente en blanco y odiaba tener que improvisar una maldita escusa que estaba segura de no ser suficiente para convencer a nadie y mucho menos a Nora.
—¿Qué quieres que diga? —masculló—. Siento decirte que mi vida no gira en torno a ti, y a veces no me queda más remedio que acudir cuando la gente me necesita.
Nora abrió todavía más los ojos, incapaz de asimilar esas palabras tan absurdas.
—Angy, yo te necesitaba —sentenció—. Te necesitaba ese día porque lo creas o no, eres importante para mí y consideraba crucial el hecho de que Dorian y tú por fin os conocierais.
Otro pinchazo más en el estómago. Nora hablaba con la rabia de una persona adulta, pero también se expresaba con las palabras de alguien que no sabía nada de nada, ignorando por completo el oscuro secreto que se escondía justo delante de ella pero que, por otra parte, era imposible de saber.
—Desapareciste —siguió diciendo—. Sin decir nada, Angy. ¿Adónde demonios fuiste? ¿Acaso había algo más importante ese día que conocer al futuro marido de tu hermana?
Ángela iba a contestar pero no tuvo ocasión.
—¿Por qué siempre huyes? —preguntó Nora—. Es como si no encontrases tu sitio en ninguna parte. Como si tuvieras miedo de anclarte y de comprometerte con las personas que se supone que quieres.
—Nora, estás exagerando —intervino—. Siento mucho lo que pasó el otro día, pero eso no tiene nada que ver con lo que hago. —Se mordió el labio—. Me gusta viajar, conocer sitios diferentes y no quedarme mucho tiempo en el mismo lugar, pero eso que yo sepa, no es ningún delito.
—No, desde luego que no lo es, pero desgraciadamente todo eso que a ti te encanta también provoca que vayas alejándote cada vez más de nosotros. De mamá y papá, de mí…
—Nunca voy a alejarme de vosotros, Nora.
—Es injusto que digas eso cuando sabes que ya lo has hecho. Demasiadas veces, diría yo. —Cerró los ojos con un gran dolor en sus palabras—. Escucha, no quiero esto, Angy. No quiero una discusión tras otra que ni siquiera llego a comprender del todo. Quiero que estemos unidas, como siempre. Respeto tu trabajo pero tú también debes respetarnos a nosotros.
—Créeme, ya lo hago.
—Pues entonces deja de pensar en ti todo el tiempo, porque de vez en cuando la gente necesita que la escuchen, y es en este momento cuando necesito que tú me escuches. Estoy a punto de dar el paso más importante y necesito que me apoyes en todos los sentidos, por eso quería que le conocieras, porque sé que esa es la única manera correcta de hacer las cosas. Porque sólo entonces podrás comprenderme y desearme la mejor de las suertes antes de que mi dedo lleve la alianza que me recordará para siempre que estoy unida a alguien que considero muy especial. Quiero recordar ese día por lo bonito que será, y eso incluye que todo sea perfecto, incluso tú. De nada me servirá casarme con el hombre al que quiero si mi hermana no está presente para alentarme. —Se acarició las sienes—. Siempre has sido la pieza imprescindible del rompecabezas y nunca vas a dejar de serlo.
Ángela estaba literalmente sin palabras. ¿Cómo se suponía que debía contestar a algo de semejante envergadura?
—Nora, yo… No tienes idea de cuánto lo siento. —Afortunadamente le estaba poniendo las cosas más fáciles de lo que pensaba, por eso su nudo se deshacía lentamente—. Fue una emergencia de última hora y por eso tuve que irme, así sin más. Debí haberte avisado pero me fue imposible. Ni siquiera pude pensármelo dos veces. Supongo que no todo puede salir bien siempre, pero espero que no sea demasiado tarde para pedirte perdón.
—No es por mí, Angy. Si no por él —aclaró—. Estaba ilusionada por presentaros y quedé en ridículo. No te imaginas lo decepcionada que me sentí. ¿Sabes? Cometí el error de dejarle solo en casa con papá y mamá.
La expresión de Angy se contrajo bruscamente.
—¿Por qué hiciste eso?
—¿Cómo que por qué? —Nora arqueó las cejas—. Salí a buscarte.
—¿Buscarme? —repitió—. ¿De verdad creías que me encontrarías en la isla?
—No, pero al menos tenía que intentarlo…
—No iba a estar en la isla, Nora. Me marché por cuestiones de trabajo, ¿cómo iba a permanecer allí? —Se sintió mal consigo misma por interpretar un papel que no iba con ella—. ¿Acaso creías que me estaba escondiendo?
—No lo sé, eso dímelo tú. Nunca te han gustado las multitudes.
—Una persona no es una multitud.
—¿Entonces por qué te marchaste? Dorian sólo quería conocerte.
Ángela se desmoronaba por dentro. Quería formular la pregunta que se asomaba en su quebradiza mente pero desconocía si sería capaz de escuchar la respuesta que, en el fondo, ya sabía.
—Supongo que de todas formas ya me habrá conocido. —Se encogió de hombros, intentando fingir una vez más su inservible indiferencia—. Seguro que mamá le habrá mostrado todas y cada una de nuestras fotos, ¿verdad?
—En realidad, creo que eso no pasó exactamente así. —Lo meditó durante un momento—. Cuando no conseguí dar contigo regresé a casa. Entré en el salón y vi a papá leyendo el periódico, pero también vi a Dorian observando con detenimiento una foto.
Angy sintió pavor.
—¿Qué…foto? —preguntó.
—Una nuestra, en realidad. Si no recuerdo mal, es la foto más reciente que tenemos de nosotras dos, la que está en un marco plateado. Ya sabes que el resto de fotografías se han quedado un poco anticuadas.
Ángela estaba recibiendo un golpe tras otro y sin inmutarse. Ya no podía esperar nada peor, porque lo peor ya había ocurrido, y todo sin estar presente. Finalmente su pregunta ya tenía la respuesta que tanto había evitado: Dorian se había enterado prácticamente al mismo tiempo que ella, salvo por una pequeña diferencia: ella le había visto venir y por eso huyó; él, en cambio, ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar.
—¿Y qué pasó después?
—Pues, después de discutir con todo el mundo gracias a tu repentina huída nos sentamos en la mesa a comer.
—¿Y después? —Se sentía ridícula por esa especie de interrogatorio—. ¿Cuánto tiempo se quedó? ¿Pasó la noche allí?
—¿Dorian? No, que va. Me hubiera gustado, pero se marchó a su casa... Vive en las afueras, hacia el norte —aclaró—. A decir verdad estuvo algo callado durante el resto del día. Era como si tuviera la cabeza en otra parte. Sus ojos… No sé, parecían algo raros. —Se tiró de uno de los mechones que le caían por la cara—. Supongo que conocer a los suegros no debe ser nada fácil, así que ese debió de ser el motivo.
Ángela quería creerlo también, pero sabía de buena mano que la razón de su comportamiento había sido otro. Era comprensible, ¿no? Se suponía que iba a conocer a los padres de su novia y no a toparse con alguien que había dejado atrás.
—¿Y papá? —preguntó Ángela—. ¿Se portó bien con él?
—Bueno, ya le conoces. No habla mucho, pero estuvo decente. Mamá habló por los dos. —Puso los ojos en blanco—. Se pasó toda la tarde hablando de mí, saltándose las peores partes, ya sabes. En cuanto a ti, también habló bastante. Ya que no estabas presente, quería que de alguna forma lo estuvieras.
—¿Qué dijo sobre mí?
—¿Tú que crees? —Hizo una graciosa mueca—. Adora a su pequeña Angy. Te puso por las nubes, como bien supondrás. No dejaba de exagerar en lo que se refiere a tu carrera como actriz. Quiero decir, no me refiero a que no tengas talento, pero tienes que reconocer que mamá está interesada únicamente en el lado positivo de todo…
Era inevitable pensar en él todo el tiempo. Había estado segura de haberlo pasado realmente mal cuando se dio cuenta que el novio de Nora era él, pero por nada del mundo habría preferido estar en la piel de Dorian, y ver con asombro cómo sus recuerdos volvían a aparecer como por arte de magia.
—¿Y qué opina Dorian de mí? Quiero decir… del teatro.
—Bueno, siento decirte que a él no le van demasiado ese tipo de cosas. Valora el esfuerzo que hacéis los actores, pero no está de acuerdo en muchas cosas.
—¿Sí? ¿Cómo en cuáles?
—Dijo algo como que ese tipo de vida te acaba arrancando lo mejor de ti mismo y al final provoca que todo se acabe —apuntó Nora—. No sé a qué se refería exactamente, pero el mundo del espectáculo no le gusta demasiado. Por su forma de hablar era como si hubiera tenido algún tipo de mala experiencia…
—¿No lo sabes?
—¿Saber qué?
A Angy le latía el corazón velozmente.
—¿No le preguntaste si en efecto le había ocurrido algo desafortunado relacionado con la interpretación?
Nora negó efusivamente con la cabeza.
—Por suerte o por desgracia, aún hay cosas que no sé de él.
Eso representaba un gran alivio para Ángela.
—Sí, supongo que hay cosas que es mejor no saber.
—¿A qué te refieres?
La tensión se disparó nuevamente en sus venas.
—Oh, a nada —mintió—. Digo que me parece normal que no conozcáis completamente la vida del otro. Al fin y al cabo, compartís el presente y un futuro cercano. —Se pasó el dedo por la barbilla—. ¿Qué importa el pasado?
Después de esa intensa conversación que nada había tenido que ver con lo que se suponía que pasaría, las dos se tomaron un respiro, haciendo que el aire que entraba en sus pulmones circulase a un ritmo más lento.
—¿Aún quieres que sea la madrina de tu boda? —Las lágrimas se asomaban en el verdor de sus iris.
Nora se encogió de hombros, mostrándose indiferente por ese tema en un momento tan delicado.
—Eres mi única hermana, pero no pretendo obligarte a hacerlo si no estás totalmente convencida.
—Lo estoy —mintió.
—Entonces, por mí no hay ningún problema. —Se revolvió intensamente el pelo con la mano—. Te quiero presente el día de mi boda, Angy. Espero que no me defraudes otra vez. No vuelvas a hacerlo, por favor. Por esta vez, todo queda olvidado, pero no puedes fallar en el día más importante de mi vida. —Se cruzó de brazos—. Dime que no lo harás.
Ángela emitió un suspiro al mismo tiempo que asentía levemente con la cabeza, disimulando el dolor que recorría su espinazo.
—Prometo no fallarte, Angy.
Una sonrisa rápida e inesperada apareció en los finos labios de su hermana.
—Sé que no lo harás.
Nora se marchó de allí y Ángela sintió una oleada de pánico y alivio al mismo tiempo. Acababa de hacer las paces con su hermana a expensas de no volver a cometer un error tan grave, sin embargo no estaba segura de poder cumplir su promesa. La sola idea de visualizarse en la iglesia, cerca de los novios y fingiendo alegría a base de grandes sonrisas le paralizaba el ánimo. ¿Sería capaz de permanecer de una sola pieza cuando Dorian dijese que sí a Nora?


9


Le gustaba trabajar cuando no había nadie. Solía ser el primero en llegar y el último en irse, aprovechando esos armoniosos ratos de silencio para pensar en todo lo que le importaba. Dorian trabajaba en el centro de la ciudad, haciendo lo que más le gustaba. Poseía un estudio de grabación, y podía ser capaz de pasarse allí días enteros sin salir, creando una música con gran calidad. Y es que a pesar de ser el jefe, adoraba aportar su granito de arena, trabajando codo con codo con sus compañeros, fieles amigos desde hacía años. Era productor musical, el encargado de transformar las canciones y darle su particular punto de vista, cambiando partes o estructuras si lo consideraba apropiado, además de controlar y supervisar las sesiones de cada grabación. También tenía gran habilidad con un sinfín de instrumentos, pero su favorito desde niño siempre había sido el piano, ya que desde el día que se descubrió a sí mismo hipnotizado con la melodía que emanaba de las teclas del antiguo piano de su padre, nunca había dejado de tocar, alcanzando gran maestría y talento. Antes de que ningún disco, maqueta o canción saliera de allí, él debía darle el visto bueno.
Ese día sin embargo, estaría solo durante todo el día. Había decidido darle a sus chicos un respiro. Las horas a veces se hacían demasiado largas y él era el único capaz de trabajar bajo presión. Se encontraba revisando un último trabajo que había caído en sus manos. Estaba de buen humor y desde luego no quería complicaciones, por eso acabó antes de tiempo, rodeado constantemente de ese sonido vacío y estanco que inundaba todo el estudio.
Estaba especialmente pensativo cuando se le ocurrió la idea de coger la vieja guitarra que se encontraba en la parte más escondida del armario con puertas de cristal, olvidada desde hacía aproximadamente un par de años. No recordaba cuándo había sido la última vez que sus dedos habían tocado cada una de esas finas cuerdas. Quizás dejó de hacerlo cuando inesperadamente perdió a la musa que le servía de inspiración. Si ahora volvía a tocar, era por una razón: su musa, o alguien que lo había sido, había vuelto a aparecer, aunque fuera en una fotografía. Se estremeció cuando entró en contacto con la madera del instrumento. Aún conservaba ese olor característico y ese tacto que invitaba a tocar casi de manera interrumpida. El sonido le llegaba hasta el alma y sintió la necesidad de cerrar los ojos, imaginándose tal vez en un lugar mejor, evitando la soledad que a veces le atacaba el pensamiento.
En un instante, sus párpados se movieron, y sus oscuras pupilas pudieron examinar el entorno que le rodeaba. No se lo pensó dos veces para dejar de tocar y levantarse. Había escuchado perfectamente ese ruido tan característico: la pesada puerta de la entrada se había abierto. Consultó el reloj digital que colgaba en la pared del fondo. No podía ser nadie del estudio, y mucho menos alguien de la limpieza a esas horas. Esperó pacientemente a que alguien se materializara delante de él pero no se encontró con nadie, por eso volvió a sentarse en su cómodo sillón de cuero negro, creando nuevamente esa melodía que había creído olvidar.
Cinco minutos después, tuvo la sensación de que alguien le estaba observando. Molesto y confundido, se levantó con decisión y se cruzó de brazos.
—Vale, chicos. Si esto es una broma, os aseguro que no tiene gracia. —Su cuerpo se puso rígido—. Ya no sois unos críos para ir asustando a la gente por ahí, y menos a vuestro jefe…
Aún conservaba las últimas palabras en la boca cuando por fin vio a alguien. Inexplicablemente, no se trataba de nadie de su equipo, si no una persona más baja de estatura y del sexo opuesto. Su pelo dorado y esos ojos que echaban pistas la delataron casi al instante.
Dorian se sorprendió, pero no sabía si para bien o para mal.
—Nora —susurró—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Nora se abalanzó directamente sobre él sin dejar de emitir la brillante sonrisa que le colgaba en los labios.
—Vaya, nadie diría que te alegras de verme.
—No seas tonta, claro que me alegro. —Le dio un beso en la frente—. Pero no te esperaba. A decir verdad, no esperaba a nadie. Quería trabajar solo.
—¿Debo considerar eso como una indirecta? —preguntó—. ¿Quieres que me vaya?
—Sabes muy bien que no. Tú eres la excepción. —La abrazó con fuerza—. Puedes quedarte cuánto quieras.
Nora emitió una risita casi imperceptible. Volvía a comportarse como una adolescente recién salida del instituto.
—Eso quería oír.
Dorian se sintió aliviado por la presencia de su novia. En cierto sentido, eso equilibraba la balanza: su silueta contorneada en la silla de al lado le obligaba a concentrarse únicamente en su trabajo en lugar de hacerlo en otros asuntos que no debía.
Las horas se esfumaron casi con la misma rapidez en que Dorian había acabado su trabajo, después de repasar algunas bases instrumentales y retocado la duración de alguna de ellas. Nora se esforzaba por no desentonar demasiado, pero carecía de una mínima paciencia, así que no tardaba en desesperarse demasiado. Por suerte, Dorian ya la estaba mirando, logrando que se sintiera la única protagonista.
—¿De verdad te gusta pasarte el día metido aquí? —preguntó Nora.
—Claro que me gusta. Es mi trabajo.
—Ya sé que lo es, pero es un poco agobiante...
Dorian arqueó las cejas, sorprendido.
—¿Desde cuándo tienes claustrofobia?
—No tengo claustrofobia —aseguró—. Es que es un sitio tan cuadriculado, frío y… cerrado. No acaba de convencerme.
—Pues a mí me gusta. A decir verdad, me encanta trabajar en este sitio, por eso lo compré.
Nora se levantó de la silla y rodeó con sus brazos el cuello de Dorian. Su diminuta sonrisa volvió a aparecer fugazmente.
—¿Te gusta igual o más que yo?
Dorian rio con ganas. Le encantaban esos comentarios de su novia, provocando que aparentara aún menos edad de la que tenía.
—A decir verdad, no me gusta mezclar mi vida personal con el trabajo.
—¿No? —Nora estaba en una nube—. Pues creo que acabas de hacerlo al permitir que me quedara…
Se besaron en silencio, mientras Dorian sentía algo raro dentro de su cabeza, como si por primera vez no deseara tanto los labios de ella…
—Hablando de trabajo —dijo mientras le acariciaba con el dorso de la mano la larga melena rubia—. ¿Qué tal vas en el invernadero? ¿Has hecho alguna amiga entre todas esas plantas?
—Muy gracioso —gruñó ella—. Me temo que aún no sé hacerlo bien. Mi jefa empieza a creer que soy demasiado altiva para seguir. Dice que me paso todo el día refunfuñando pero eso no es verdad. Sólo me quejo de vez en cuando.
—¿De vez en cuándo? —Los ojos de Dorian brillaban.
—Sí, bueno… Siempre hace demasiado calor y sabes que mi humor cambia con facilidad. Intento hacerlo lo mejor que puedo, pero a veces es insoportable…
Dorian se inclinó aún más y la besó en la mejilla.
—No te preocupes, acabarás haciéndolo estupendamente. Date un poco de tiempo.
Nora se sentía afortunada por tenerle, sobre todo en momentos como ese, cuando lograba todo a base de nada.
Se quedaron sin palabras durante un rato hasta que algo en concreto captó la atención de Nora.
—¿No decías que estabas solo? —preguntó.
Dorian se estiró y la miró con algo de incertidumbre.
—Claro, ¿por qué lo dices?
—¿Y esa guitarra, entonces? ¿Por qué está ahí?
Dorian dirigió la mirada en la dirección que Nora le señaló.
—Una vieja amiga —comentó—. Hacía mucho tiempo que no la veía. Estaba muy sola en el armario y he decidido comprobar si aún sigue sonando igual de bien.
—¿Y por qué ahora? —preguntó ella—. ¿Por qué has vuelto a tocar?
Dorian se removió por dentro ante esa pregunta. No quería pensar demasiado en la verdadera razón por lo que lo había hecho, así que decidió no decir nada.
—La verdad, no lo sé.
Nora se separó de él y dio unos pasos justos hasta situarse delante de la guitarra. Se agachó para cogerla. Por su expresión, parecía conforme.
—Esto está demasiado silencioso —apuntó Nora—. ¿Por qué no tocas?
—¿Qué? Oh, vamos. Creo que no sería una buena idea.
—¿Por qué no? Nunca has tocado para mí.
Dorian soltó un gracioso gruñido.
—No seas mentirosa, Nora. ¿Cuántas veces me has oído tocar el piano?
Nora volvió a su lado y le obligó a coger la guitarra.
—Ya, pero no es lo mismo —puntualizó ella—. Por favor, sólo un poco…
—Está bien, como quieras. —Se destensó y volvió a tener la guitarra en sus manos—. Creo que al final tendré que cobrarte.
Como si no hubiera pasado el tiempo, Dorian consiguió volverse uno con la guitarra, fusionarse de tal manera que la música que brotó de sus dedos al contacto con las cuerdas fue absolutamente perfecta, sin desentonar ni desafinar ni un instante.
Estaba tocando una antigua melodía que se sabía de memoria, pero en cambio prefería actuar como si estuviese improvisando. Después de unos minutos de música constante, decidió que ya era el momento de parar y escuchar a la jueza más estricta.
—¿Y bien? Dime que al menos te ha gustado —suplicó—. Llevaba años sin tocar…
Nora estaba completamente callada, pero sus ojos hablaban por ella.
—¿No vas a decir nada?
—Genial —logró decir—. Ha estado genial…
—Ya —gruñó—. Debes de quererme mucho para decir algo así.
—¿Qué? No, lo digo en serio. Ha sido estupendo. Creo que no has perdido práctica.
—Si tú lo dices…
Nora le arrebató con suavidad el instrumento de las manos y le abrazó.
—Es increíble que sepas hacer todo tan bien —susurró.
—¿No crees que estás exagerando?
—Para nada. Sé de lo que hablo. —Se ruborizó ligeramente—. No he podido encontrar a nadie mejor para casarme.
Ese tema le dio de lleno. Dorian quería casarse, desde luego que quería, pero por dentro sabía que de alguna forma había perdido el encanto por el compromiso; desde siempre había creído en un primer y único amor, considerándose afortunado por haberlo encontrado tiempo atrás y ahora, se iba a casar con el que accidentalmente consideraba el segundo.
—Dentro de nada estaremos juntos —dijo él.
—Pero hasta que eso ocurra tenemos que hacer fuerte nuestra conexión con los demás.
Dorian se removió con mucha incertidumbre. Había momentos en los que era incapaz de interpretar correctamente las palabras de Nora.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada. Era un simple comentario.
Dorian iba a decir algo pero no pudo.
—Me encantaría seguir aquí, pero tengo que volver a casa, Dorian. Mamá me necesita.
—¿Quieres que te acerque? —se ofreció él.
—Tengo coche, ¿recuerdas? —Le dio un rápido beso en los labios—. A propósito, antes de marcharme me gustaría proponerte algo.
—¿De qué se trata?
Los ojos azules de ella volvían a la carga, eclipsando todo lo demás.
—Tú y yo, dentro de cuatro días en mi restaurante favorito a eso de las diez.
—¿Me estás proponiendo una cita?
—Sí, algo así —admitió—. ¿Puedo contar contigo?
Dorian sonrió de oreja a oreja y asintió.
—Allí estaré, pero no llegues tarde.
Nora reprimió una carcajada.
—Lo intentaré, pero no prometo nada.
Ella ya se estaba ajustando el abrigo y aproximándose hasta la puerta cuando escuchó la voz grave de Dorian.
—Por cierto —susurró—, ¿dónde está la trampa?
Ella le devolvió la misma sonrisa, tan enérgica y perfecta al mismo tiempo.
—Eso es algo que no pienso desvelar.


10


El sol alumbraba con fuerza cada centímetro de la isla. El mar estaba algo revuelto y la espuma de la superficie golpeaba con fuerza la orilla. La arena estaba reluciente, brillando desde lejos y adquiriendo un tono claro. La visión le proporcionaba a aquella mujer tambaleante un suspiro de alivio. Ángela había vuelto a casa de sus padres después de admitir que era lo mejor que podía hacer. No serviría de nada esconderse, y menos en un sitio tan desolado como el hotel de la otra vez. Se sentía aliviada por volver a estar bien con su hermana. A pesar de todo, Nora era completamente inocente y por esa misma razón nada debía salir a la luz.
Su pelo todavía estaba algo húmedo; la ducha de minutos antes había conseguido calmarla lo suficiente para pensar con tranquilidad, aunque pensándolo bien no disponía de demasiados segundos para malgastar. Esa misma mañana, a una hora demasiado temprana, había recibido una llamada de Evan, suplicándola indirectamente que volviera. A pesar de ser algo repentino, Ángela estaba encantada por algo como aquello, porque suponía la ocasión perfecta para marcharse lejos de allí, sintiéndose en paz consigo misma porque por esa vez diría la verdad.
Estaba metiendo ropa nueva en una bolsa de deporte oscura cuando sintió unas pisadas en la escalera. En efecto, Nora acababa de subir y estaba en el umbral de la puerta, expectante por la escena que estaba contemplando.
—Creo que tienes un grave problema —susurró—. Eres incapaz de permanecer dos días seguidos en el mismo sitio.
Por esa vez, Ángela no iba a perder la calma. No había sido idea suya marcharse, así que nada tenía que temer.
—Esta mañana me ha llamado Evan.
—Ah, tu novio —masculló—. ¿Qué quería?
—En realidad, no me lo ha pedido directamente, pero creo que me necesita.
—Vaya, ¿al fin va a declararse?
Ángela reprimió una sonrisa. Sabía que los comentarios de Nora se debían a su confusión. Y es que a pesar de los años que habían transcurrido, su hermana pequeña seguía sin acostumbrarse a los viajes de última hora.
—Verás, Evan es un poco… ineficaz. Quiero decir, hace un gran trabajo, pero aún no está preparado para asumir el cargo más alto. Se agobia con facilidad y…
—Está bien, no hace falta que me des explicaciones —gruñó Nora—. De todas formas vas a marcharte.
—Quiero explicarte por qué me marcho. No quiero cometer el error de la última vez.
—Ya, pero eso no va a impedir que cojas un avión.
Ángela dejó de preparar la bolsa y se quedó observándola, tratando de entender qué era lo que iba mal.
—¿Por qué estás tan enfadada? —preguntó—. Sólo serán dos días…
—¿Estás completamente segura de eso?
—Claro que sí. —Asintió varias veces con la cabeza—. Dos únicos días, para poner todo en orden, hermanita. No tardaré demasiado. Estaré de vuelta antes de que te des cuenta.
—Ya, seguro…
—Esta vez será diferente —prometió Angy—. Te juro que volveré enseguida, y entonces podrás involucrarme en el asunto que estás tramando.
La expresión de Nora se contrajo. Abrió la boca en un intento de decir algo, pero estaba sencillamente sorprendida por aquello.
—¿Cómo…? ¿Cómo sabes que…?
—Vamos, Nora. Eres demasiado transparente. Siempre tienes algún as escondido bajo la manga. —Cerró la cremallera de la bolsa—. ¿Acaso me equivoco esta vez?
—No…
—¿Lo ves? —Sonrió con ganas—. Hablo en serio. Dos días. Cuarenta y ocho horas.
—Tienes que cenar conmigo —dijo de repente Nora.
Ángela relajó los hombros y lo meditó durante un minuto.
—¿Así que era eso?
—Sí.
—Entonces creo que no habrá ningún problema. —Se pasó las manos por el pelo a modo de peine—. ¿Quieres que cocine yo?
Nora negó con la cabeza en ambas direcciones.
—No me refiero a cenar en casa, Angy. Quiero salir a tomar el aire. —Suspiró profundamente—. Hay un restaurante de la ciudad que me gusta mucho, así que pasaré a buscarte por aquí sobre las nueve y media. Más te vale que para entonces hayas vuelto si no…
—Nora —interrumpió—, estaré esperándote en la puerta.


11


Empezaba a acostumbrarse a los aviones. Después de todo, no parecían tan inseguros. La noche era especialmente oscura así que Angy optó por bajar la pequeña persiana de la ventanilla. No le gustaban demasiado las alturas, así que lo mejor que podía hacer dormir.
Abrió los ojos en el momento adecuado. Tanteó su muñeca izquierda en busca del reloj. Al parecer, había dormido todas esas horas del tirón, y sin ayuda de pastillas. Nada más salir del aeropuerto, levantó la mano para parar al taxi que acababa de materializarse al lado de la acera. Subió en la parte de atrás y le indicó al hombre la dirección de su casa.
Todo estaba tal y como lo había dejado. No habían pasado ni dos semanas pero había necesitado profundamente sentir todo en orden. Necesitaba volver a su verdadera casa aunque fuera un instante.
Sacó con cuidado la ropa que había traído en la bolsa de deporte y la colocó de nuevo en el armario. Segura que tardaría un poco más de lo normal en volver por allí, sacó de uno de los enormes cajones de madera la maleta que había estado utilizando durante el último año de idas y venidas.
Consciente de que debía cumplir su promesa y estar de vuelta dentro de dos días, quería preparar todo lo necesario para su escapada, sin perder ni un momento. Se dio una ducha rápida y fue a la cocina. Abrió la puerta de la nevera y se encontró con un interior prácticamente vacío. Había olvidado por completo pasar por el supermercado para comprar lo más básico.
Con las tripas rugiendo de vez en cuando, se alisó el pelo y se vistió con lo primero que encontró: pantalones oscuros ajustados y una bonita camisa blanca, además de unos considerables tacones negros, relucientes desde cualquier punto de vista.
Antes de llegar al teatro, pasó por la cafetería que solía frecuentar antes de cada ensayo para comprarse un café bien cargado y un bollo relleno de crema. Así pudo pensar mejor con el estómago lleno.
Para evitar perder más tiempo buscando otro taxi, decidió llegar a su destino a pie. Cuando divisó la entrada principal, suspiró de alegría. El frío era casi mortal.
El interior del teatro estaba desierto. El pasillo que rodeaba la enorme estancia estaba a oscuras, y la única luz que alumbraba ese fantasmagórico sitio provenía del mismo escenario, viejo pero encantador al mismo tiempo.
Ángela recorrió sin prisa el pasillo. Se sentía extraña, como si hubieran pasado años desde la última vez que había pisado ese suelo.
—¿Evan?
No obtuvo respuesta. Todo seguía igual de silencioso, así que no parecía haber nadie por allí.
Decidida a organizar todo como se debía, pasó de largo y abrió una puerta que estaba parcialmente escondida al fondo de una de las paredes de hormigón, donde el frío también inundaba esa parte del edificio, pero no podía hacer nada.
Siguió el camino de ascenso por aquellas escaleras salpicadas de imperfecciones que tantas y tantas veces había subido.
Podía haber cogido uno de los ascensores que se encontraban disponibles en la planta baja, pero siempre se mostraba reacia a los cubículos cerrados, por eso se excusaba diciendo que prefería hacer un poco de ejercicio.
Después de acabar algo cansada por tanto escalón, llegó a la planta más alta de la estructura del edificio. Las oficinas contrastaban enormemente con el resto de todo el equipo ya que, visto desde fuera, tenían pinta de tratarse de oficinas de algún banco o empresa importante. Nada más lejos de la realidad porque, en el fondo, un teatro no era más que eso: una función tras otra incluso después de bajar el telón.
Ángela sacó tranquilamente el móvil del bolso y marcó el número de Evan, con la esperanza de poder localizarle.
Al cabo de unos segundos comenzó a escuchar la melodía tan divertida del teléfono de su amigo. A pesar de las burlas por parte de sus compañeros, Evan se negaba a cambiar de tono para sus llamadas.
No contestó. Volvió a intentarlo y no hubo suerte. Si su móvil estaba allí, probablemente él no andaría muy lejos.
Se hizo paso entre las puertas de cristal y plástico y llegó al despacho de Evan. Todo era bastante sencillo, al igual que él. Ni grandes ventanales ni un gran escritorio de madera de roble. Un ordenador bastante aceptable y estanterías llenas de ensayos, periódicos y recuerdos.
Estaba a punto de volver a utilizar el teléfono cuando unos pasos se escucharon justo a la entrada de las oficinas. Segundos después, Evan aparecía en su despacho.
Su pelo canoso le hacía bastante atractivo, además de poseer una considerable altura y unas facciones curvas y pronunciadas, con una fina barba de pocos días realzando su expresión de hombre soltero y sin ataduras.
Estaba tan ensimismado con el montón de folios que sostenía entre las manos que ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de Ángela.
—Vaya, creo que no hacía falta que viniera —susurró—. Veo que lo tienes todo bajo control.
La espalda de Evan se puso recta, y hubiera podido tocar el techo si sus pies se hubiesen alzado un poco más.
—¡Angy! —entonó—. ¿Qué haces aquí? No te esperaba hasta dentro de unas cuantas horas.
—Lo sé, pero he dormido en el avión y tengo energía suficiente. —Se acercó y le dio un abrazo—. ¿Y bien? ¿Qué tenemos?


Sus compañeros de profesión eran todo un espectáculo, en todo el sentido de la palabra. Sus más allegados siempre eran los mismos, y disfrutaba enormemente cuando tenía que compartir el escenario con ellos.
No sabía ni la hora que era, pero no le importaba lo más mínimo porque volvía a sentirse viva allí arriba. Los focos la hacían brillar más que nunca. El teatro suponía la droga más adictiva para Ángela. Se mantenía en un segundo plano, convirtiéndose en una espectadora más del público, pero situada en el mejor de los sitios para observar todo aquello.
Andrea, Paolo y Demetrio se encontraban en un extremo del escenario, calentando sus cuerdas vocales. Por su parte, Valentina y Fabio revisaban una y otra vez sus diálogos. Formaban una familia teatral bastante convincente, aportando cada uno de ellos su particular esencia.
Paolo y Fabio, eran primos de sangre, y ambos habían venido desde Italia para probar suerte en lo que más les gustaba. Paolo era rubio con ojos azules, mientras que Fabio resaltaba por sus gafas de pasta y unas pronunciadas entradas. Luego estaba Andrea; era la más joven del grupo, contando con apenas veintidós años pero con una gran trayectoria. Había nacido en Francia, pero apenas conservaba el acento. Una larga cabellera oscura le colgaba siempre por los hombros. Por su parte, Demetrio era el actor con más edad, rondando los cincuenta, pero con una energía desbordante sobre el escenario imposible de superar. Tenía algo de Rusia corriendo por sus venas, y es que su madre había sido toda una mujer de aquellas tierras heladas. Por último y no menos importante, estaba Valentina. La mujer búlgara que había luchado con uñas y dientes para luchar por un sueño que únicamente ella veía. Cerrando ese vínculo estaban Evan y Ángela, como los padres de toda esa camada de actores. Diferentes pero iguales, todos ellos constituían el verdadero espíritu de su pequeña pero gran compañía de teatro, forjada desde los cimientos más humildes.
Entre los muchos motivos por los que Evan había decidido llamar a Angy, se encontraba una moderada reforma en el guión de su nueva obra. Evan se mostraba preocupado por aquello, como si fuese cuestión de vida o muerte que su socia le diera el visto bueno.
Después de que todos hubieran ensayado el tiempo necesario, se tomaron un descanso. Entretanto, Evan fue a buscar a su despacho el borrador que había creado. Se lo entregó en mano a Angy. Después, desapareció un momento, alegando que tenía que hacer una llamada de bastante importancia.
Con aire algo despreocupado, Ángela cogió el montón de folios y comenzó a ojear entre todas esas páginas. Desde luego, el argumento había tomado una forma diferente, y sus ojos no pararon de leer esas líneas modificadas hasta que ya no pudo seguir haciéndolo más. Tenía el estómago revuelto y el corazón encogido por lo que acababa de leer. Una maldita pesadilla convertida en una obra de teatro. Creyendo que nadie la escucharía, pronunció en voz baja lo primero que le vino a la mente.
—Tiene que ser una broma, ¿no?
Evan se acercó por detrás.
—¿A qué te refieres?
Angy estuvo a punto de caerse del escenario. No le había visto acercarse.
—¿Qué?
—Has dicho que si era una broma —comentó Evan—. ¿Acaso no te gusta los cambios que hemos hecho?
No habría sabido qué contestar a pesar de haberlo pensando durante horas. La historia era buena, pero por desgracia parecía señalarla a ella, como si de repente todo el universo se hubiera alineado para actuar en contra de su voluntad.
—Sí, claro que me gusta —susurró—. Pero creo que es un cambio algo brusco…
—¿Por qué?
—Bueno… —Se mordió el labio—. ¿A quién se le ha ocurrido algo tan desconcertante? ¿Ha sido algo que habéis planeado entre todos?
—Para ser sincero, he de admitir que he sido yo. —Se rascó la barbilla—. Creía que la historia merecía tener una estructura más enrevesada.
—¿Enrevesada? —repitió con un hilo de voz—. ¿Y para eso tienes que hacer que la protagonista de la historia se enamore de la persona menos indicada?
—Angy, no es algo nuevo —gruñó Evan—. Quería que la historia fuera menos empalagosa. Ya sabes, siempre hemos tenido éxito logrando el final feliz que todo el mundo quiere, pero esta vez quería que fuese distinto.
—Lo sé, y he de admitir que es una buena idea pero…
—¿Sí?
—No lo sé —confesó—. Necesito pensar…
Angy estaba confusa. No entendía cómo demonios podía existir tanta coincidencia en el mundo. Creía firmemente que aquello era un mal presagio.
Los chicos se reunieron en torno al escenario, acompañando a Angy y a Evan. Esperaban ansiosos la respuesta de su jefa, que aún conservaba el borrador en las manos.
—Siento ser así de directa —confesó—, pero me temo que no puedo aceptar el papel principal.
Todos los que estaban allí presentes dejaron de hablar, como si las palabras de Angy se hubieran transformado en una jarra de agua fría arrojada a sus cabezas.
—¿Qué? —pronunció Andrea.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Evan.
Ángela no sabía cómo decirlo, pero ni loca quería interpretar ese papel. Ya tenía que hacerlo en la vida real así que, hacerlo sobre un escenario ya sería insoportable.
—Ya me habéis oído —insistió—. No lo quiero.
—¿Por qué?
—Creo que no sería capaz de darle todo el dramatismo que merece.
—¿Pretendes que nos creamos algo semejante?
—Angy, aparte del hecho indiscutible de ser nuestra jefa, deberías pararte a pensar por qué interpretas casi siempre todos los papeles femeninos protagonistas —intervino Fabio—. Eres, con diferencia, la mejor de todos nosotros.
—Pues esta vez siento decepcionaros, pero creo que no podría estar a la altura.
—¿Y crees que Valentina o yo sí? —preguntó Andrea.
Ángela se encogió de hombros, deseando que el instante de tensión se acabase de un momento a otro.
—Sois exactamente iguales que yo. Cualquiera de nosotras podría interpretar ese papel.
—De eso precisamente se trata —gruñó Evan—. Angy, hemos hecho esto entre todos porque queríamos darte una sorpresa.
Ángela arqueó las cejas.
—¿Una sorpresa? ¿Por qué?
—Siempre dices que quieres seguir creciendo como actriz —continuó hablando Evan—. El público nos adora, pero tienes que admitir que nunca vamos un paso más allá. Siempre nos mantenemos en el mismo registro y creo que ya va siendo hora de modificar algunos detalles. —Carraspeó—. Creo que todos estamos de acuerdo en esto.
—¿De acuerdo en qué? —se atrevió a preguntar.
—Queremos que tú seas la protagonista.


Llevaba un buen tiempo allí arriba. Hacía mucho frío pero eso había dejado de tener relevancia. Ángela se había refugiado en el único sitio que nadie visitaba, salvo ella. La azotea del edificio estaba a oscuras, a expensas de las escasas luces que reflejaban las ventanas vecinas.
Tenía el cuello escondido detrás de una gruesa bufanda y las manos extendidas en el borde de hormigón, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, apoyada en el saliente. No se movió ni un ápice cuando escuchó la puerta de acceso de allí arriba abrirse. El único que podía saber que estaba allí era Evan, así que no necesitó pronunciar su nombre. Suspiró dos veces seguidas e inclinó todavía más la cabeza.
Como un enorme pilar de hierro, aquel hombre se colocó justo a su lado, haciéndola saber que no se marcharía de allí sin que ella lo hiciera al mismo tiempo.
—Angy. —Evan se tranquilizó y esperó pacientemente—. ¿Vas a contarme qué ocurre?
A Angy le hubiera encantado poder hacerlo; decirle a su mejor amigo que su mundo se había ido a pique por culpa de un error del pasado. Le hubiera encantado confesar que estaba enamorada del hombre que muy pronto se convertiría en el marido de su hermana.
—No sé cuál es la respuesta que quieres oír, así que no sé qué decirte.
—Para empezar, explícame por qué te has comportado de esa manera.
Clavó sus ojos verdes en los de él.
—Creo que no es justo, eso es todo. Os pasáis la mayor parte del tiempo recordándome lo buena que puedo llegar a ser, pero al mismo tiempo os cerráis puertas a vosotros mismos y eso es algo que nunca he querido. Somos un equipo, ¿no?
—Quizás tengas razón, pero si todos estamos de acuerdo en algo, a lo mejor eres tú la que se equivoca por esta vez.
—No lo creo. —Su voz se cortó—. Siempre salgo en escena, llevándome los mejores aplausos y reconocimientos. Creo que estoy cansada de comportarme como la mejor cuando ni siquiera lo soy la mayoría de las veces.
Evan carraspeó un par de veces y fijó la mirada en el cielo cargado de estrellas que se cernía sobre ellos. Después la miró, intentando comprender lo que realmente escondían esas esmeraldas silenciosas de sus ojos.
—Tu vida es el teatro —dijo—. Nunca has rechazado un papel, nunca. ¿Por qué ahora es distinto?
—No lo sé, Evan. No lo sé. —Cerró los ojos—. A veces estoy demasiado cansada y…
—¿Qué ha cambiado?
—¿Qué?
—¿Qué es lo que ha cambiado?
Otra pregunta sin una respuesta clara. Angy estaba perdiendo sus facultades para interpretar.
—Escucha, aún es pronto —aseguró Evan—. Lo que has leído era tan sólo un borrador y nada está decidido. Eres la persona que dirige todo esto, así que puedes hacer lo que quieras.
—No puedo hacer eso, Evan. —Se llevó las manos a las sienes—. He visto vuestras caras. He visto cómo os decepcionaba con mis palabras, así que dudo mucho que pueda hacer algo al respecto.
—Angy, tú eres la jefa. Ellos… sólo actúan. —Le colocó la mano sobre su hombro—. No quiero alagarte sin ningún motivo, pero ellos no saben todo lo que tienes que hacer. Todo el papeleo, la administración… El peso recae sobre tus hombros y yo soy el principal testigo. Si hay alguien aquí que puede hacer y deshacer a su antojo, eres tú.
—No voy a hacerlo —dijo ella—. No voy a tachar de la lista algo que habéis hecho con tanto esmero cuando yo ni siquiera he estado presente. Si ha sido un regalo, así será. —Contuvo el aliento—. Interpretaré ese papel.
Como si hubiera leído su mente, ese hombre volvió a la carga.
—¿Hay algo más que quieras decirme?
Ángela desvió la mirada. Un error ya que, eso era justamente lo que siempre hacía cuando tenía algo en la punta de la lengua.
—Vamos, suéltalo.
—Pues… —Frunció el ceño—. No, olvídalo. No es nada.
—¿A quién pretendes engañar con eso? —aventuró—. ¿A ti o a mí?
—Supongo que a los dos.
Por esa vez, los dos rieron a la vez. Ángela sabía que podía contar con él para cualquier cosa, pero no sabía cómo formular la pregunta adecuada.
—Evan…
—¿Sí?
—Verás, supongo que este no es el mejor de los momentos pero quizás sí el único.
Su amigo se acercó aún más y le levantó la barbilla con dos dedos.
—¿Qué ocurre?
Ángela se sentía violenta por lo que estaba a punto de decir.
—Sé que no tiene nada que ver con esto, pero me preguntaba si querrías venir conmigo a la boda de mi hermana. Es injusto que te pida algo como eso, pero no me queda más remedio. No quiero aparentar ser la típica hermana mayor, solterona y sin suerte en la vida.
Por su expresión, muy probablemente hubiera estado esperando otro tipo de comentario.
—Como siempre, vas directa al grano.
—¿He de considerar eso como un sí?
Evan rio con fuerza y le dio un fuerte achuchón a su amiga de ojos verdes.
—Claro que sí —dijo—. Así podré conocer a tu encantadora hermana.
Ángela se apartó del borde. Caminó unos pasos hacia el centro.
—Me harías un enorme favor. Sé lo que implica —susurró—. No conocerás a nadie y todo el mundo te mirará…
—Somos amigos, ¿no? —Se dirigió a la puerta de la azotea—. Además, ¿qué es lo peor que podría pasar? Somos actores, Angy. Aunque no queramos, a veces seguimos actuando en nuestra vida diaria, y eso es justo lo que haremos el día de la boda de tu hermana.


Angy estaba metida en la cama, con la luz encendida y las ideas todavía más confusas, porque a pesar de querer dormir, le era totalmente imposible.
Las palabras de Evan estaban grabadas a fuego en su mente. Era totalmente cierto aquello de que los actores se pasaban la vida actuando, siendo incapaces de separar su profesión con el resto de su vida. Para ella, ser actriz estaba suponiendo el mejor de los disfraces, porque no concebía la idea de cómo hubiera sido capaz de tolerar todo eso sin poderse esconder tras su perfecta máscara teatral. Estaba convencida de que tendría que seguir interpretando durante un tiempo indefinido, hasta que pasase la tormenta.
Seguía dándole vueltas a la propuesta que le había hecho a Evan. Se sentía conforme por la respuesta que había obtenido, pero no sabía cómo actuar. Es más, ni siquiera sabía a ciencia cierta por qué lo había hecho.
Se incorporó levemente y apagó la luz de la lámpara de la mesita de noche. Antes de cerrar definitivamente los ojos, lo pensó por última vez. ¿Acaso había decidido casi inconscientemente asistir a la boda de su hermana con su mejor amigo para tratar de darle celos al novio?


12


Tal y como prometió, Angy no perdió el tiempo para cumplir su promesa. Después de haberlo organizado todo y de darle algunas instrucciones a Evan para que no volviera a desestabilizarse, paso una última vez por su casa, para recoger la maleta que ya había preparado dos días antes.
Estaba en el cuarto de baño, preguntándose constantemente quién era esa que reflejaba el espejo. Había dejado de reconocerse a sí misma. No sabía qué hacer y mucho menos sabía cómo acabaría todo eso. Tenía las manos congeladas, guardadas en los bolsillos de su largo abrigo, esperando a que de una vez por todas apareciese el taxi que había pedido por teléfono.
Aún tenía tiempo de sobra, pero esperar no era precisamente uno de sus mejores pasatiempos, sobre todo cuando le esperaba un largo viaje sobrevolando el horizonte. El aeropuerto la estaba esperando, emergiendo de su estructura de acero y cristal. Consultó el reloj. Faltaban apenas veinte minutos para que su avión despegara.
La vuelta en el avión no fue lo que esperaba. Había tenido que aguantar a dos niños pequeños peleándose todo el rato. Tenía la cabeza a punto de estallar. Respiró aliviada cuando se sintió cerca de la isla. Había decidido atravesar el puente a pie, dando un largo paseo para serenar sus ideas.
Al entrar en casa, su madre le dio una calurosa bienvenida, como si hubiera estado lejos de ella demasiado tiempo.
—Mamá, sólo me he ido un par de días.
—Lo sé, cielo —dijo—. Es sólo que me gusta tenerte en casa, aunque sea de vez en cuando.
Ángela fue a la cocina y se preparó un vaso de agua y una aspirina, deseando de una vez por todas que el dolor de su cabeza se disipase, justo antes de darse un buen baño caliente y espuma. La temperatura perfecta y el ambiente ideal. Estaba encantada por haberse tomado unos minutos para ella. Lo cierto es que lo necesitaba urgentemente.
Todo iba bien hasta que escuchó su móvil, sonando como un loco en el bolsillo de sus pantalones. Salió de mala gana de la bañera para intentar llegar a tiempo, pero apenas se colocó una toalla alrededor de su mojado cuerpo cuando el sonido cesó.
Poco tiempo después estaba retocándose ligeramente: un poco de maquillaje por aquí y unas gotas de perfume por allá.
El reloj marcaba las ocho de la tarde cuando Nora llegó a la isla. Ángela miró varias veces el reloj, como si temiera haberse retrasado. A decir verdad, era su hermana la que se había adelantado. No la esperaba hasta dentro de algo más de una hora. Bajó los escalones de dos en dos y se quedó parada justo en la puerta de entrada de la casa.
—Aquí me tienes —dijo con una gran sonrisa—. Tal y como te prometí.
Nora, que había estado ocupada con las cosas que guardaba en el maletero del vehículo, se colocó justo delante de ella para examinarla a fondo.
—¿Qué tal el viaje? —preguntó.
—Bien, supongo. —No entendía la expresión en su rostro añiñado—. No ha habido demasiadas complicaciones.
Algo no iba bien, de lo contrario Nora no tendría ese gesto.
Creían que eran imaginaciones suyas, pero nada cambió. Visiblemente molesta, no pudo aguantarlo más.
—¿Qué? —gruñó Ángela—. ¿Por qué me miras así?
—No pensarás ir a cenar así, ¿verdad?
Ángela se llevó una gran decepción. Observó la ropa que llevaba puesta: camisa azul cielo y unos pantalones de seda grises.
—¿Qué tiene de malo lo que llevo?
—Angy, vamos a ir a un buen restaurante, y cuando digo «bueno» me refiero a uno de categoría. —Resopló—. Tu ropa está bien, pero no es la adecuada para ir a un sitio como ese. Debes ponerte algo elegante.
—Ya estoy elegante.
—Más todavía —insistió—. Vamos, puedes ponerte uno de mis vestidos. Tengo que reconocer que a ti te sientan incluso mejor.
—Si tú lo dices…
De mala gana, Angy fue a cambiarse de ropa a la habitación de Nora. Se había preparado concienzudamente para no fallar en ningún detalle, y ahora era la ropa la que no encajaba.
Se pasó casi diez minutos observando todos los vestidos del armario y otros diez para probarse algunos. Por desgracia, ninguno le convencía. O demasiado escote por delante o demasiado por detrás.
Para colmo, sintió un débil ruido en las escaleras. Sabía perfectamente que Nora estaba observándola, sin haber perdido la costumbre que tenía desde que eran unas crías.
—¿Se puede saber por qué tardas tanto? —Entró y se puso a observar sus propios vestidos—. Tienes bastantes para elegir. ¿Acaso eres incapaz de decidirte?
—Nora, no voy a ponerme ninguno de estos vestidos.
—Ya, y supongo que ahora vas a darme una buena razón para no hacerlo.
—Sí. —Enmudeció un segundo, sin saber cómo expresarse correctamente—. Son todos muy bonitos pero ponerme un vestido de esta clase es algo que no va conmigo…
—¿Bromeas? —Nora bufó como un gato enseñando las uñas—. No digas tonterías. Cualquiera de estos te sentará de maravilla. Vamos, pruébatelos.
—¿Crees que no lo he hecho?
—¿Todos?
—Sí, todos —gruñó Ángela.
Sin parecer convencida, Nora inspeccionó a fondo su propio armario. Tenía la cabeza escondida entre tanto montón de ropa. Al fin, volvió a la superficie.
—¿Y este? No me digas que no es una preciosidad.
En efecto, era el mejor que Angy había visto hasta ese momento. Un bonito vestido de seda color verde esmeralda, escote de pico y dos finos tirantes.
—Tengo que reconocer que es precioso, pero aun así…
—Se acabó, Angy. —Nora fingió enfadarse—. Este es perfecto para ti. Hace juego con tus ojos, así que no puedes decir que no. —Se lo tendió con la esperanza de que lo cogiera—. Vamos, póntelo.
—Si no hay más remedio…
Sin saberlo, había dado en el clavo. Cuando se vio reflejada en el espejo incrustado en la pared, tardó algo de tiempo en asimilar que fuera ella misma.
—¿Lo ves? —dijo Nora—. De vez en cuando es buen cambiar de vestuario. Te sienta de maravilla, pero creo que te falta un bonito detalle. —Se aproximó a su joyero que tan ansiosamente guardaba en uno de los cajones de su escritorio para volver con algo entre las manos, un finísimo colgante de plata—. Con esto, estarás absolutamente perfecta.
Las dos hermanas ya estaban listas y radiantes al mismo tiempo. Vestían colores muy vivos, siendo el verde para Ángela y un rojo fuego para Nora.
Sin pensárselo demasiado y sin esperar a su hermana, Nora bajó los escalones rápidamente y entró en el salón, donde sus padres estaban viendo la televisión.
—Papá, mamá, creo que deberíais ver esto.
A regañadientes, sus padres desviaron la mirada en la dirección indicada. Cuando lo hicieron, descubrieron el motivo de la sonrisa de Nora.
—Angy… —susurró Julia—. ¿Eres tú?
—Sí, mamá. Claro que soy yo. ¿Acaso estoy tan cambiada?
—Ya lo creo que sí. Estás preciosa, cariño.
—Gracias, mamá. —Se encogió de hombros—. Papá, ¿y tú qué? ¿No vas a decirle a tu hija mayor lo guapa que está?
Una intensa y sincera sonrisa apareció en los labios de Vladimir.
—Angy, creo que estás sencillamente radiante.
Eso era más que suficiente para ella.
—Genial —dijo, cogiendo del brazo a Nora—, entonces creo que ya podemos irnos.
La temperatura se había vuelto algo más agradable, pero todavía corría algo de viento.
Ángela se paró en seco delante de la puerta del copiloto y volvió a observarse así misma antes de meterse dentro del vehículo.
—¿No crees que han exagerado un poco? —comentó Ángela.
—Para nada. —Nora se sentó en el asiento y encendió el motor del coche—. Sólo han dicho la verdad.
—¿Tú también crees que estoy guapa?
—¿Guapa? —Nora se abrochó el cinturón de seguridad—. Yo diría más bien que estás muy sexi.
—¿Sexi? Oh, Nora…
—Hablo en serio, estás increíble. Espero que eso te sirva para encontrar un novio esta noche.
Ángela sintió un cosquilleo repentino.
—¿No decías que era una cena para las dos?
—Claro, pero tu príncipe azul puede estar en cualquier parte, y eso incluye el restaurante. —Se puso en marcha—. Mantén los ojos bien abiertos.


13


Ángela no recordaba esa parte de la ciudad. Demasiado glamour y gente de etiqueta por todas partes. Hubiera deseado estar en cualquier otro sitio.
Nora entró en el parking del restaurante y aparcó en cuestión de segundos. El aire olía a gasolina y eso no pareció gustarle demasiado.
—Vamos —espetó—, no quiero acabar colocada aquí abajo. El olor es demasiado fuerte…
La calle estaba llena de gente caminando en ambas direcciones. Cuando entraron al restaurante, una agradable sensación cálida les envolvió el cuerpo.
Ángela estaba estupefacta. Todo lo que sus ojos estaban viendo era espectacular, algo que no había visto antes.
—¿Sorprendida? —preguntó Nora.
—Ya lo creo —logró decir—. ¿Has estado aquí más veces?
Nora asintió con una pizca de orgullo.
—Un par de veces —admitió—. Ya sabes que estos últimos seis meses he cambiado en algunos aspectos. —Levantó la cabeza y asintió al camarero que le estaba haciendo señas para que le acompañasen—. Vamos, nuestra mesa está más al fondo.
Nora mantenía el ritmo del camarero, pero Angy la seguía algo rezagada. Se sentía incómoda con ese vestido y sobre todo con las miradas que alguno de los comensales de las mesas adyacentes le dirigían. La hacían sentirse como una especie de objeto.
Sin querer, y cuando ya creía que los nervios se estaban disipando, dio un pequeño traspiés. Tropezó y se hizo daño en el pie derecho. Bajó la mirada y vio que el zapato de tacón se había movido ligeramente. Se agachó rápidamente para ajustárselo bien, cuando entonces creyó percibir el tono de voz algo alterado de Nora. Aún agachada en el suelo, escuchó atentamente. A pesar del ruido que reinaba allí, Angy no se estaba confundiendo. Por alguna razón, Nora estaba muy alegre.
Con el corazón incrementando su pulso, Angy volvió a ponerse de pie y dio unos pasos más. Tal y como esperaba, Nora estaba hablando con alguien, pero lo que no se podía haber imaginado era con quién. Cesó inmediatamente de caminar. El corazón le dio un gran vuelco dentro del pecho y el miedo atroz volvió a invadirla.
No podía estar pasando, o eso era lo que quería creer. Justo en su campo de visión, donde alcanzaba a ver la mesa que Nora había reservado, había alguien más, a su lado. Un hombre alto, fuerte y… elegante. Volvía a verle de nuevo, sin ninguna intención de hacerlo… El mundo se paralizó y ella más todavía. Sintió cómo sus extremidades se engarrotaban y congelaban. El nudo que se originó dentro de su garganta la estaba ahogando.
En ese preciso instante, Nora se volvió y no encontró a Ángela a su lado. Miró en ambas direcciones y no logró dar con ella hasta que sus ojos volvieron por el camino que había recorridos segundos antes. Impaciente, efectuó un sutil movimiento de cabeza para indicar que se acercara. Ángela ni siquiera se inmutó. Es más, no podía mover ni un músculo del cuerpo. Creía que de un momento a otro sufriría un ataque al corazón.
Por instinto, el calor que sintió en sus venas provocó que se diera la vuelta, planteándose nuevamente una rápida huida.
Sin ninguna otra opción, divisó la puerta del baño de las mujeres y fue directamente hasta allí. Cerró la puerta con fuerza y comenzó a respirar demasiado rápido y fuerte. Se sujetó con ambas manos al lavabo para no caerse e inclinó la cabeza, cerrando los ojos y diciéndose así misma que eso no era más que una pesadilla y que tarde o temprano despertaría, pero no.
No pasó demasiado tiempo hasta que la puerta del baño se abrió. No era ninguna desconocida, por supuesto. Nora echaba literalmente chispas.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Como pudo, Angy se incorporó y estiró la espalda, suplicando que aún le quedasen fuerzas para hablar.
—Maldita sea, Nora. —Se mordió el labio con fuerza—. Estoy es una encerrona.
—¿Qué estás diciendo?
—Dijiste que era una cena para las dos —señaló—. ¿Por qué está él aquí?
—¿Cómo que por qué? —masculló—. Por si no te has dado cuenta, aún no le conoces, Angy.
—Lo sé, pero no puedes hacerme esto. Debiste decírmelo…
—¿Para qué? ¿Para que te inventaras otra excusa y salieras huyendo justo como planeabas hacer hace un minuto?
Ángela estaba bloqueada a causa del pánico. Su hermana acababa de decirle un par de cosas increíblemente ciertas, pero por suerte no tenía ni idea de haber dado en la diana.
Se mojó las manos con el agua y se dio unas palmadas en el cuello con los dedos húmedos, tratando de estabilizar su temperatura.
—Angy, ¿por qué has reaccionado de esa manera?
—¿Por qué? —Tenía que mentir otra vez—. Es algo que no me esperaba.
—¿Tanto te sorprende verle?
—Lo que me sorprende es que me hayas mentido.
Nora negó con la cabeza.
—Eso no es cierto. No te he mentido.
—¿No? ¿Entonces por qué yo no tenía ni idea?
—No te lo dije, eso es todo. Eso no significa que te mintiese.
La cabeza de Angy daba vueltas sin parar, ya que el dolor había vuelto con demasiada fuerza.
—Pero…
—Era lo mejor que podía hacer —replicó Nora—. Esta era la oportunidad perfecta, ¿no lo entiendes? Ibas a estar de regreso y eso significaba que nadie te reclamaría, así podrías estar conmigo y con él. Charlar un poco, conoceros…
Angy hubiera hecho cualquier cosa para librarse de lo que vendría a continuación. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que su hermana hubiese organizado una cena a escondidas para presentarles de una vez por todas. Había estado totalmente convencida de que Nora quería cenar a solas con ella para tener una conversación adulta y responsable…
—Es sólo una cena —apuntó Nora—. Prometiste no volver a fallarme.
—Sí, pero eso no tiene nada que ver con esto —susurró Ángela—. No me siento preparada para...
—¿Por qué tienes que complicarlo todo? Por Dios...
—Nora, por favor...
—No te lo repetiré más veces, Ángela. —Se aproximó a la puerta—. Ve a nuestra mesa y siéntate. No me hagas volver a quedar en ridículo porque te garantizo que esta vez no tendrás mi perdón.


Deseaba con todas sus fuerzas que la tierra se la tragara, así al menos no se sentiría tan desdichada. Ángela no había tenido más remedio que hacer desaparecer sus palabras y sus fuertes impulsos de escapar para dirigirse con paso lento pero firme a la mesa que estaba en la parte más alejada. Nora iba justo a su lado, sujetándola del brazo para cerciorarse de que esa vez llegaba a su destino.
La mesa y el hombre que había sentado en ella cada vez se iban haciendo más grandes, aproximándose al momento de la colisión…
No podía creer lo que veían sus ojos. La última vez que tuvo a Dorian tan cerca había decido romper con él, además de decirle un montón de cosas que nunca habían sido verdad. Ahora que volvía a tenerle a un palmo de distancia, creía que iba a perder el conocimiento por la presión que hacía fuerza en cada poro de su piel.
La única que al parecer estaba disfrutando de aquello era Nora. Se acercó a Dorian y le dio un beso rápido en la mejilla, esbozando una de sus mejores sonrisas.
—¡Por fin! —exclamó—. Al fin os conocéis. —Se aclaró la garganta—. Dorian, esta es mi hermana Angy; hermanita, te presento a mi futuro marido.
El infierno pareció quedar obsoleto en comparación con ese mal trago.
Como si se hubiesen convertido en dos estatuas, ni uno ni otro hicieron nada para disimular. Estaban completamente atónitos.
—¿Qué os pasa? —preguntó Nora—. ¿Os ha comido la lengua el gato?
Para no desentonar más todavía, Ángela extendió su brazo derecho y, sin atreverse a mirarle directamente a los ojos, saludó.
—Hola, soy Angy —susurró—. La hermana de Nora.
Con el corazón en la mano, ni siquiera esperó a tener respuesta, ya que desvió la vista a uno de los asientos y se sentó con la velocidad del rayo. Siguiendo sus pasos, Nora y Dorian hicieron lo mismo.
El silencio entre los tres era tan espantoso que la chica de ojos azules no tenía nada claro, sintiéndose confusa porque en su mente se lo había imaginado de otra forma.
—Dorian —dijo—, ¿qué tal el trabajo?
—Pues… —Sin querer, miró a la mujer que tenía delante de él, dándose cuenta que a pesar del tiempo transcurrido, no había cambiado en absoluto—. Ha sido un día algo raro. Demasiados altibajos y demasiadas… sorpresas.
La tensión de Ángela estaba por las nubes. Era como si su cuerpo estuviera a punto de colapsarse, incapaz de aguantar el dolor, tanto físico como emocional.
—¿Tenéis hambre? —pronunció Nora, en un vano intento de romper el hielo—. Yo, sí. Tengo un hambre atroz. ¿Qué decís vosotros?
Ángela no dejaba de preguntarse lo mimo una y otra vez. ¿Por algún motivo, Nora sabría la verdad? ¿Habría sido capaz de intuirla gracias a tantos comportamientos sin sentido? No, eso era imposible. Ella no había sido capaz de mencionar nada y sabía que Dorian tampoco lo había hecho. Era algo demasiado duro, brusco, despiadado… una mala jugada del destino.
—Angy…
Se sobresaltó al escuchar su nombre. Levantó la cabeza y vio a su hermana, a Dorian y al camarero observándola atentamente.
—¿Qué?
—¿Qué vas a pedir? —insistió Nora.
—Pues… —Miró la carta pero era incapaz de decidir algo tan sencillo—. No lo sé, lo mismo que tú, supongo.
—¿Segura? —Nora arqueó las cejas—. Que yo recuerde, no te gusta la sopa de almejas…
—Da igual —espetó—. Cenaré justo eso. De todas formas, no tengo demasiado apetito para otra cosa diferente…
A partir de ese momento Ángela se tomó la cena como una interpretación más. Estaba acorralada y no podía hacer nada para cambiarlo, así que se mantenía al margen la mayor parte del tiempo, mirando a su hermana pero evitando a toda costa hacer lo mismo con Dorian.
La conversación al menos se iba haciendo algo más normal, si es que algo como eso podía considerarse como tal. Unas pocas palabras, gestos, miradas y monosílabos lograron teñir de fingida veracidad toda esa farsa.
Estaban esperando el postre pero Ángela ni siquiera podía aguantarlo más. Se estaba muriendo por dentro y al parecer lo de ser actriz lo tenía tan metido en las venas que nadie de allí se estaba dando cuenta de lo increíblemente fatal que lo estaba pasando.
No podía soportar ver la mano de Nora sujetando la de Dorian todo el tiempo…
Debía pensar en algo, y tenía que hacerlo ya. La salida no estaba demasiado lejos y si se esforzaba, podría salir por la puerta antes de que dejara de respirar.
Para comprobar si su hermana pequeña la vigilaba, hizo un amago y fingió levantarse. Tal y como suponía, Nora no tardó en reaccionar.
—Angy… —El tono de su voz cortaba como un cuchillo—. ¿Vas a alguna parte?
—Me temo que sí —dijo—. Tengo que irme ya.
—De eso nada, aún es pronto.
En eso tenía razón. No habían pasado ni dos horas pero para ella la eternidad se quedaba corta en comparación con ese calvario.
—Lo sé, pero con la cantidad de aviones que he tenido que coger en las últimas semanas estoy agotada. Hace días que no duermo lo suficiente…
—La última copa, por favor.
—En serio, Nora. —Aferró su bolso y se levantó—. Es mejor para todos que me vaya ahora.
Se maldijo por dentro. Acababa de decir algo que hubiera sido mejor no pronunciar. Por suerte, su hermana no supo leer entre líneas.
—Te lo pido por favor, Ángela. —Sus ojos raramente suplicaban y esa vez lo estaban haciendo—. Quédate un rato más. Luego Dorian y yo podemos dejarte en casa.
—No —gruñó—. Quiero decir… Es vuestra noche, Nora. Yo no pinto nada aquí y tampoco quiero que os molestéis en acercarme a casa. Ya soy mayorcita. —Respiró una gran bocanada de aire—. Cogeré un taxi.
Se separó de la mesa. Estaba a punto de echar a andar cuando clavó sus ojos en los de él. Por más que le doliera, tenía que seguir actuando delante de su hermana, y eso al menos implicaba despedirse.
—Dorian —susurró—. Ha sido un placer conocerte, pero tengo que irme ya.
Esa vez sí que aumentó la velocidad de sus pasos. Haciéndose un hueco entre las idas y venidas de los camareros, finalmente consiguió su objetivo. El aire fresco le dio de lleno en los pulmones y eso provocó que se sintiera un poco mejor, pero no lo suficiente como para no darse cuenta del fallo enorme que acababa de tener.
Comenzó a buscar con la mirada algún taxi que pudiera encontrarse cerca, pero no vio ninguno.
Mientras su cuerpo se iba relajando un poco, el corazón en cambio latía como un loco. Al parecer él también quería una explicación de todo lo que había pasado.
No todo podía salir bien y claro está, acabó por comprobarlo unos minutos después.
Convertida en un basilisco, Nora se materializó en la calle, apartando bruscamente a la gente que le estorbaba el paso.
—Esto es increíble —rugió—. ¿Vas a largarte? ¿Otra vez?
—Ya he cenado contigo y con él, Nora. ¿Qué más quieres que haga?
—Ser educada —exclamó—. Te estás comportando como una cría. —No le importaba las miradas de los transeúntes—. Se supone que yo soy la menor de las dos pero ahora no estoy convencida de eso. Mírate, ni siquiera sé por qué lo haces.
—Maldita sea, Nora. —Frunció el cejo con rabia—. No tienes ni idea…
—¿Qué quieres decir?
Había hablado sin el consentimiento de su cerebro.
—Ya sabes lo meticulosa que soy para todo —afirmó—. No me gustan las sorpresas pero eso es algo que no te importa.
—¿Qué sorpresa? —chilló Nora—. Tarde o temprano tendrías que conocerle, ¿qué esperabas?
—Pero no así.
—¿Así cómo?
—No de esta manera, sin consultarme antes.
Nora se llevó las manos a la cabeza. Sus ojos estaban casi inyectados en sangre.
—Estás muy equivocada si piensas así. Es mi novio y mi vida, por tanto no considero apropiado que deba consultarte cada cosa que haga.
—Pero esto sí —insistió—. Además, por su expresión él tampoco parecía tener idea de lo que te proponías… Yo no era la única que estaba rara. Dorian también parecía algo confundido…
—No hables de él —espetó—. Tú ni siquiera le conoces.
En ese momento, Ángela se dio la vuelta, dando la espalda a su hermana. Acababa de ver a un taxi al otro lado de la calle, y le hizo una señal con el brazo para que no se marchara de allí.
—Nora, tengo que irme ya.
—¿Y cuándo no? —espetó—. Te pasas la vida corriendo de un lado para otro, ¿cómo quieres que así las cosas te salgan bien?
Ignorando ese comentario, Angy cruzó la calle y se aproximó al taxista. Antes de subir al vehículo, miró desde lejos a Nora.
—He cumplido con mi parte —grito Ángela—. Tú deberías hacer lo mismo y no enfadarte por algo como esto.
—Vuelve a casa —chilló Nora—, o si lo prefieres vete a la otra parte del mundo. Al fin y al cabo, no soy capaz de apreciar la diferencia.


Era lo peor que había podido hacer, sin embargo estaba segura de algo: de haber permanecido allí hasta el fin, muy probablemente las cosas hubieran acabado mucho peor.
Ángela regresó a la isla, entrando en casa de sus padres por la puerta de atrás, sin hacer ruido; como una adolescente fugada de casa para irse a una fiesta. Llevaba toda la noche despierta y así seguiría hasta que el sol saliese por el horizonte. Había deseado ver aparecer a Nora de un momento a otro, pero eso no llegó a ocurrir. Probablemente, se habría quedado con Dorian toda la noche, consolándose entre sus brazos…
No tenía ni fuerzas para llorar. Todo se estaba complicando y la única responsable era ella. No podía culpar a su hermana por odiarla; había vuelto a fallarla y esta vez no tenía perdón. Ni siquiera se lo merecía.


14


Como de costumbre, tenía la cabeza en otra parte, pero esa vez era diferente. Claro que estaba ocupada con lo que se le venía encima; cada vez quedaba menos tiempo para que al fin el gran día llegara.
Nora se encontraba escondida entre las gigantescas plantas del invernadero. A pesar de no gustarle demasiado, era el único trabajo que parecía estar conservando algo más de tiempo que los otros, siendo consciente que no encontraría demasiadas puertas abiertas si no daba su brazo a torcer para cambiar el temperamento algo antisocial que corría por sus venas.
Daba las gracias por todo; no podía quejarse, pero sentía que la vida no la estaba tratando bien, de la misma forma que ella no había tratado bien a la vida nunca. Lo que recordaba de su adolescencia no tan lejana eran las noches llenas de alcohol y de numerosos ligues. Se pasaba todo el tiempo protestando y queriendo a odiar a todo el que se le acercase para intentar ayudarla; todo eso había dado sus frutos y llegó un momento en que perdió lo más importante: la familia y los amigos.
En verdad, Nora nunca había necesitado tener a nadie a su lado para sentirse realizada; miraba por encima del hombro a toda persona de su alrededor, sin hacer excepciones, pero hasta ella tenía un límite. Por suerte, todo ese mal comportamiento lleno de desgracias, decepciones y errores, terminaron por desaparecer cuando por fin logró darse cuenta de que ese no era el modo correcto de hacer las cosas. Centró sus energías en encontrar un trabajo con el que pudiera mantenerse por sí misma.
Con veinte años recién cumplidos, se marchó de la isla para probar suerte en la ciudad; quería encontrar un empleo y una casa decente donde poder empezar desde cero, en todos y cada uno de los sentidos. Sin embargo, y tal como sus padres habían predicho, Nora no tardó demasiado tiempo en volver ya que, en el fondo, cumplir la veintena era algo que no la hacía convertirse en una mujer totalmente preparada para enfrentarse a la vida real, esa que se encontraba más allá de la protección de los muros de la casa de sus padres.
Aún recordaba la manera tan sencilla en la que había conseguido el puesto de ayudante en el invernadero de las afueras. Julia, cansada de ver la gran improductividad de su hija, decidió hacer unas cuantas llamadas, y en un abrir y cerrar de ojos le consiguió una entrevista de trabajo. Y todo por conocer a las personas adecuadas.
El primer día de Nora metida dentro de ese mundo vegetal fue algo asombroso; por primera vez en mucho tiempo no se quejaba, al menos no tanto como solía hacerlo. Era como si hubiera encontrado un poco de paz entre las raíces, tallos y hojas de esas miles de plantas que parecían alegrarse por su llegada.
Con el paso de los meses, Nora se fue adaptando con facilidad, agradando a los clientes y en especial a su jefa y dueña de aquel sitio, Silvia, una mujer de bastante edad a la que había acabado por adorar.
No obstante, los cambios de temperatura además de la humedad y un montón de factores más, hicieron que la pobre Silvia enfermase y tuviera que retirarse urgentemente de la profesión que amaba.
Semanas después de aquello, los padres de Nora volvieron a intuir un mal comportamiento en el día a día de su hija; como si hubiera vuelto atrás, avanzando un paso y retrocediendo dos. La explicación era sencilla: Nora no soportaba a la sustituta de Silvia, y todo porque Claudia, que así era como se llamaba, era la mismísima hija de su antigua jefa, razón demás para tragarse sus palabras y evitarse así un despido inminente. Y es que no aguantaba su comportamiento: daba órdenes a diestro y siniestro, además de pasarse el día recordándoles a todos los empleados que ella era la dueña y señora de todo eso, y por ello tenía la opción de hacer prácticamente todo lo que le pareciese bien. En el fondo, y lo que ni Claudia ni Nora sospechaban, es que ni una ni otra eran tan distintas.
Por una vez, Nora tenía que hacer una excepción. Sus pensamientos no estaban dirigidos a imaginarse nuevas formas de acabar con su apreciada jefa, si no en asuntos mucho más personales. En su hermana, por ejemplo. Aún seguía de piedra por el comportamiento inexplicable que Ángela había tenido la noche de la cena. Nora sólo había querido que su hermana del alma y su prometido se conocieran de una vez por todas, ¿qué tenía de malo? Sus intenciones habían sido las mejores, pues quería sentirse unida a las personas que más apreciaba en la vida. Sin embargo, todo pareció complicarse aún más cuando Ángela les dejó atropelladamente en el restaurante, cuando ni siquiera habían probado el postre.
No quería hacerlo, pero comenzaba a pensar que las maniobras de evasión de Angy tenían un componente algo más secreto, como si su hermana mayor detestase verla feliz por haber logrado encontrar a alguien a quien querer mientras ella estaba tan ocupada en el teatro que ni siquiera podía disponer de una vida de las de verdad cuando el telón se bajaba.
Dorian tampoco es que presentase mejor aspecto; últimamente se pasaba más horas de las necesarias en el estudio, y ella acababa quedándose dormida con el teléfono en la mano con la esperanza de que comenzase a sonar de un momento a otro, pero al final eso nunca pasaba.
¿Acaso era la única que no se estaba volviendo loca? Todo a su alrededor estaba algo cambiado, pero por nada del mundo quería que las cosas se torcieran. No podía echar la vista atrás porque se lo había jugado todo a una sola carta, y después de tantas jugadas perdidas resulta que había acabado por encontrar el mejor premio de consolación: Dorian.
En definitiva, era feliz y mucho. No consentiría que nada ni nada le arruinase los planes, ya que vestirse de blanco era algo que estaba deseando hacer.
Con algo de nervios, podía visualizarse al lado de él, con los anillos recién puestos y la promesa de que sería para siempre escrita disimuladamente por todas partes.


15


No encontraba las palabras adecuadas para poder expresar todo lo referente a su estado de ánimo. Cualquier intento por sobreponerse estaba resultando ser totalmente un desastre que no tenía posibilidad alguna de arreglo. Ahora era ella la que comenzaba a pasarse la mayor parte del tiempo en la ciudad, caminando sin un rumbo fijo, perdiéndose en todas sus calles y deseando encontrar por algún recoveco el sentido común que acababa de perder recientemente.
Aún podía sentir las palabras llenas de odio de Nora. Era comprensible, ¿no? Muy a su pesar, lo había vuelto a hacer; había vuelto a huir, y esta vez lo había hecho delante de ellos, como si prefiriese estar en cualquier sitio menos allí, menospreciándoles y sintiéndose todavía más perdida. Por más que quisiera cambiar su desastrosa acción, no podía volver atrás. Tenía que ser consecuente con sus actos y sobre todo, ser valiente para aceptar que, si seguía sin poder disimular todo lo necesario, la verdad que tanto temía dejaría pronto de ser un secreto conocido por dos únicas personas. Lo que aún no entendía cómo era posible que su hermana no se hubiese dado cuenta ya, sobre todo por su numerito en la cena. ¿No era escandalosamente evidente?
Estaba convencida que ni el mejor de los actores habría soportado el mal trago que ella tenía que aceptar sin más. No era normal que alguien de carne y hueso tuviese que permanecer con un semblante impecable mientras por dentro se deshacía literalmente a causa del miedo y de la desesperación. Haber estado sentada justo enfrente de ese hombre había sido como soportar la onda expansiva de una bomba atómica; como si los cimientos de su presente hubieran reventado pero la fachada siguiera intacta. Las palpitaciones, el sudor frío, el intento fallido de no sentirse atraída por él… Y es que no podía quitarse de la cabeza todos esos minutos, contado uno a uno, fingiendo no saber nada; fingiendo no saber quién era. Y lo peor, fingir que no recordaba lo que había sido ella misma cuando estuvo con Dorian.
¿La quería? ¿Realmente estaba enamorado de ella? ¿Seis meses eran suficientes para él?
Ángela no entendía algunas cosas. El Dorian que se había encontrado en el restaurante no parecía el mismo que años atrás… Sí en apariencia física, pero no en esencia. Recordaba que cuando estaban juntos, el tiempo no tenida cabida en sus vidas, pero comprometerse con alguien sólo seis meses después de conocerse… No, era una locura incluso para Dorian. Con ella, él se había mostrado más cauteloso, más reservado… pero a fin de cuentas alguien mejor. Se lo había dado todo, absolutamente todo sin que ella hubiera tenido que pedírselo. Las cosas más pequeñas e insignificantes habían estado a la orden del día, convirtiendo cada segundo en un regalo más especial que el anterior.
Su unión con él, a primera vista irrompible, había acabado por desaparecer y romperse en mil pedazos. ¿Por qué? Esa era la pregunta que aún no había logrado contestar después de dos años.
Nunca habían discutido más de lo necesario; sus reconciliaciones despejaban cualquier tipo de duda, así que todo eso, unido a sus siete años de relación, presagiaban la creación de un vínculo todavía más fuerte entre ellos, pero nada acabó funcionando, y todo por el miedo; un miedo tan gigantesco como el verde de sus ojos.
No podía plantearse en serio si la cuestión a tener en cuenta era si todavía el amor no se había olvidado entre los dos. Debía asegurarse de que su hermana hacía lo correcto, esa sí era la cuestión.
Por su parte, Nora no daría su brazo a torcer; ya había dado muestras de ello cuando su padre la había criticado por precipitarse y ella se defendió con uñas y dientes alegando que lo suyo con ese chico era diferente así que, no podía contar con su apoyo. Por lo tanto, y aunque se moría por dentro sólo al pensarlo, no le quedaba más remedio que acudir a la otra parte implicada.
Se había pasado la vida huyendo y ahora no podía hacer otra cosa que apretar los dientes, tragarse el orgullo, su sentir, e ir directamente hacia Dorian, pero para hacerlo, antes tendría que armarse de valor y eso era todo un desafío.
No iba a ser nada fácil plantarle cara y averiguar si lo suyo con Nora era real o si por el contrario era una farsa. Dependía de ella la felicidad de su hermana. Tenía que hacerlo.


16


Llevaba todo el día allí, pero al parecer no era suficiente. No se encontraba preparado para volver a casa y enfrentarse con el contestar lleno de mensajes de Nora. Las sorpresas se estaban haciendo un hueco en su vida, dándole los mejores y peores momentos.
Estaba a punto de salir de ese cubículo grande con paneles de cristal, cuando un compañero suyo del estudio apareció.
—Ray —dijo Dorian, algo extrañado—, ¿qué estás haciendo aquí?
—Hola, Dorian. He venido porque sabía que estarías aquí. Verás, necesito hablar contigo.
Dorian le miró con ojos de buen entendedor. El chico alto, delgado y moreno que tenía enfrente le había ayudado desde que ambos eran unos críos. Podía considerarle su mejor amigo, y estaba claro que le devolvería el favor.
—Vamos, Ray —gruñó graciosamente—. No soy tu jefe, al menos no a tiempo completo…
Ray esbozó una sonrisa.
—Verás, lo he estado pensando y… —Contuvo el aliento—. Bueno, me gustaría poder adelantar mis vacaciones.
Dorian levantó la cabeza y se cruzó de brazos.
—Y, ¿puedo saber por qué?
—Sí, claro. —Ray se sacó la cartera del bolsillo de atrás del pantalón y extrajo una pequeña foto—. Creo que no hace falta que te diga más.
Dorian se acercó la fotografía a los ojos para ver con claridad. Sin lugar a dudas, era una preciosa chica. Seguramente, la nueva conquista de su amigo.
—Ray, ¿qué has hecho esta vez? —preguntó, divertido.
—Nada, te lo juro. —Ray levantó las manos, siguiéndole el juego—. Esta vez es diferente.
—¿Cuántas veces crees que te he oído pronunciar esas mismas palabras?
—Lo digo en serio, Dorian. Esta vez es completamente distinto. Es… la chica que estaba buscando.
Dorian rió entre dientes al mismo tiempo que volvía a mirar la imagen.
—Tengo que admitir que tienes buen gusto. —Le tendió la foto—. Es muy guapa.
—Lo sé —dijo, mientras se guardaba la fotografía de nuevo en la cartera—. Creo que es perfecta para mí.
—Vaya, esto sí que es nuevo. ¿Va en serio?
—Eso espero —comentó Ray.
—Espera —dijo de repente—. Creo que eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué quieres adelantar tus vacaciones? ¿Vas a fugarte con ella?
—Sí y… no.
—Vale, creo que no te sigo.
Ray se rascó el mentón mientras disimulaba su nerviosismo.
—Voy a fugarme con ella para que pueda ver a sus padres.
—¿Qué? —exclamó—. ¿Ya quieres echarte la soga al cuello?
—No, no… —Ray negó con la cabeza—. No es lo que parece. Verás, lleva mucho tiempo sin verles y desea presentarme… —Se mordió el labio—. Tengo algo ahorrado, así que el gasto del viaje no será un problema.
Dorian estaba sorprendido.
—¿No se suponía que el dinero lo reservabas para comprarte el coche de tus sueños?
Ray asintió fugazmente pero luego se encogió de hombros.
—Supongo que el amor ha llamado a mi puerta.
—Ya lo creo —corroboró Dorian—. Y de qué forma…
Los dos amigos rieron con ganas.
—Bueno, entonces…
—¿Entonces?
—¿Puedo irme antes? —suplicó.
—Por mí no hay ningún problema, pero tengo que encontrarte un sustituto antes de que te marches.
—Oh, no te preocupes por eso —aseguró Ray—. Ya me he encargado yo. Mi hermano David estará aquí la semana que viene. Créeme, no notarás la diferencia.
—En ese caso… —Le guiñó un ojo—. Por mí, puedes irte esta misma noche.
Como si le hubieran dado la noticia de su vida, Ray se aproximó a su amigo y le dio un abrazo.
—Muchísimas gracias, colega. No sé cómo agradecértelo.
—Vale, tranquilo. Creo que tienes las hormonas algo revolucionadas…
Ray arqueó las cejas.
—¿Y me lo dices tú? Dorian, tú estás a punto de casarte.
—Lo sé, y el hecho de que no puedas asistir es algo incómodo para mí…
—Lo siento, Dorian. Estaría encantado de poder ir, pero lo que tengo entre manos es demasiado…
Dorian movió la mano para pedir silencio.
—Tranquilo, no pasa nada. A veces estas cosas suceden. Prométeme que al menos mantendrás la cabeza fría.
—Claro.
El teléfono de Ray comenzó a sonar.
—Es ella —susurró Ray.
—¿Quieres que conteste en tu lugar? —broméo Dorian—. Anda, vete ya. Creo que tu Julieta te necesita.
Ray salió del estudio como un rayo. Todo quedó en un gran silencio.
No pasaron ni cinco minutos cuando la puerta de entrada volvió a abrirse. Dorian se aproximó y pudo ver a Ray caminando hacia él con pasos rápidos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó—. No me digas que te has arrepentido de tus vacaciones…
Ray negó con la cabeza.
—Estaba a punto de subirme al coche cuando he visto a alguien que estaba a pocos metros de la entrada.
—¿Y?
—Parecía confusa.
—¿Confusa? —Su mente comenzó a divagar—. ¿Era una mujer?
—Sí —afirmó—. Ha preguntado por ti.
Dorian dio un respingo. Pensó en Nora.
—Supongo que mi novia es incapaz de estar dos minutos sin mí…
—No —espetó Ray—. No era Nora.
—¿Entonces? —Arqueó las cejas—. ¿Qué quería?
Ray se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir.
—No me ha querido decir su nombre. Dice que es importante que hable contigo. Asegura que no va a marcharse hasta que lo haga.
—¿Sigue ahí fuera?
—Me temo que sí.
Dorian frunció el ceño. No sabía la identidad de esa persona. Si Nora no era, entonces…
—Vale, dila que pase —dijo—. Y tú vete a casa, ya es algo tarde.
Ray le dio una palmada en el hombro a modo de despedida.
—Buena Suerte, Dorian.
No tenía ni idea, pero eso era justamente lo que iba a necesitar.


17


Si hubiera podido intuirlo, de buena gana el corazón se le hubiera parado dentro del pecho. ¿Era una alucinación? ¿Por algún motivo alguien había decidido responder a sus plegarias?
Como si se tratase de un bonito sueño, la mujer que había estado esperando en la calle finalmente entró, dejando a Dorian totalmente desarmado.
—Tú…
Sus ojos verdes brillaban con intensidad, como si minutos antes hubieran estado a punto de romper a llorar.
—¿Qué…? —Las palabras eran apenas un susurro.
—Dorian —dijo Ángela—. Tenemos que hablar.
Toda la envergadura de su atlético cuerpo se tambaleó. No podía creer lo que estaba viendo, sin embargo, esa mujer era real, quizás demasiado.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —logró decir.
—Te aseguro que esto es lo último que desearía hacer, pero no me queda más remedio.
Dorian tragó saliva. No sabía cómo reaccionar. Su cabeza se llenó automáticamente de recuerdos y de sentimientos…
—Tengo que reconocer que aún me cuesta bastante trabajo admitir que sea cierto —apuntó—. Eres tú. Tú eres la hermana de Nora.
Ángela no se inmutó. Parecía un témpano de hielo.
—Exacto.
—¿Sabes? Cuando pronunció tu nombre la primera vez me vinieron a la cabeza muchos recuerdos pero ni siquiera me planteé que algo así pudiera suceder. —Suspiró lentamente—. Qué pequeño es el mundo, ¿no?
—Ya, y supongo que estás igual de sorprendido que yo, ¿verdad?
—¿Acaso no debería?
Ángela se llevó las manos a la cabeza y comenzó a andar de un lado para otro en la reducida habitación, igual que había hecho siempre cuando perdía los nervios.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
—¿Yo? —Pareció sorprendido—. Di mejor qué estás haciendo tú. Acabas de aparecer después de tanto tiempo…
Ángela le fulminó con la mirada.
—Esto no es ningún juego, Dorian. No hagas que pierda la poca paciencia que me queda.
—Es increíble que hayas venido hasta aquí sólo para decirme eso. Soy yo quien te pide no malgastar el tiempo. —Aguantó su mirada—. Tengo una boda por delante, pero supongo que ya lo sabrás puesto que eres la hermana de la novia.
—De eso nada.
—¿Qué?
—No creas que voy a dejar que te cases con mi hermana, así porque sí. No es tan sencillo.
—Espero que sea una broma…
—Te aseguro que no lo es. ¿Acaso estoy riéndome?
Dorian ya no pudo soportarlo más. Había estado esperando años para conseguir la respuesta que tanto le había atormentado. Ahora que volvía a tenerla cerca y sin nadie de por medio, tenía que desenterrar su dolor.
—Me apartaste de tu vida y ni siquiera me diste una buena razón. ¿Cómo crees que me sentí después de aquello? —Su voz se quebró—. Yo te quería, Angy. Te estuve buscando por todas partes pero resulta que te escondiste tan increíblemente bien que nunca fui capaz de dar contigo.
—Nunca me escondí —replicó ella—. Me marché lejos de todo. Son cosas diferentes.
—Maldita sea, da igual. Lo que importa es que huiste. Me destrozaste la vida con esa estúpida conversación. ¿Sabes? En el fondo fue algo absurdo. Se suponía que yo era la víctima y en cambio fuiste tú quien se comportó como tal.
Angy estaba convertida en un manojo de nervios. Era evidente que no le hacía ninguna gracia estar allí, fusionando el pasado con el presente.
—Tomaste una decisión sin contar conmigo —continuó Dorian—. Hiciste que saliera obligatoriamente de tu vida y ahora pretendes que salga de la de tu hermana. Creo que no.
—Pero sois personas completamente diferentes —alegó—. No tenéis nada que ver. Tienes seis años más que ella. En ciertos aspectos ese detalle puede resultar toda una vida.
—¿Y eso qué más te da? Deberías alegrarte, supongo.
—¿Alegrarme? Es lo peor que podía haberme pasado.
—No he vuelto por ti, Angy. Ahora Nora es mi pareja.
No lo expresó abiertamente, pero Dorian supo que sus palabras la habían herido. Sus cristalinos ojos seguían sin saber mentir después de tanto.
—¿Debo considerar esto como una especie de venganza? —exclamó ella—. ¿Yo te hice daño y por eso ahora quieres herirme a través de mi hermana?
—No. Eso es absurdo.
—Pues no te creo. —Cerró los ojos y suspiró profundamente—. Dime que me equivoco. Dime que todo esto no es más que una maldita coincidencia.
Dorian se encogió de hombros mientras hacía verdaderos esfuerzos para no venirse abajo.
—Lo creas o no, nunca planeé todo esto. Lamento decirte que ha sido una desgraciada coincidencia, pero coincidencia al fin y al cabo. Nunca mencionaste que tuvieras una hermana, ¿cómo podía saberlo? Ni siquiera me planteé volver a tener a alguien esperándome en casa, y cuando no tenía motivos para sonreír, Nora dio conmigo. Le debo muchas cosas.
—Seis meses —espetó ella—. ¿De verdad seis meses te parecen suficientes para casarte con alguien?
—Para casarme con tu hermana —puntualizó.
Ella dio un fuerte golpe en la pared. Los nudillos se volvieron de un color blanco.
—¿La quieres? —preguntó Ángela.
—Hay muchas formas de querer, supongo.
—Eso no es una respuesta. —Ella le señaló con un dedo acusador—. Conozco esa mirada. Todavía te conozco lo suficiente como para saber cuándo mientes, y sé que ahora es uno de esos momentos.
—Tú no me conoces —rugió Dorian—. Al menos, ya no. No soy como antes. He cambiado.
—Eso es lo que tú quieres creer, pero ambos sabemos que no es verdad.
—Esto es una locura. —Dorian se llevó las manos a la cabeza y comenzó a deambular por toda la habitación, resoplando y maldiciendo en voz baja—. Primero me apartas de tu vida como si fuera algo que ha perdido su valor. Me abandonas para irte Dios sabe dónde y un buen día volvemos a encontrarnos. Así, de repente. Tan lejos del sitio en el que todo comenzó. Te abalanzas sobre mí como si yo hubiera hecho algo malo y lo único que sé es que en esta historia yo salí mal parado. Ahora que no te debo explicaciones no las exijas porque te aseguro que no te las daré. Fuiste tú quien tiró la toalla, ¿recuerdas? —Tragó saliva—. No me culpes por intentar rehacer mi vida.
—No lo haría si no fuera por el hecho de que es mi hermana la que está en medio de todo esto.
Se decían cosas que en el fondo ninguno quería escuchar. Dos titanes luchando por culpa de un destino demasiado cruel.
—Quiero a tu hermana —susurró Dorian—, pero el pasado no puede borrarse y mucho menos olvidarse.
Ángela palideció levemente.
—No sigas por ahí.
—¿Qué no siga por ahí? ¡Es la verdad! —Su tensión se disparó—. Los sentimientos no pueden borrarse de la noche a la mañana. Si estás enamorado de alguien no puedes desentenderte de forma tan rápida. Siendo sincero, ahora me pregunto si esto no habrá sido un golpe de suerte.
—¿Golpe de suerte?
—Sí —insistió—. Me pasé un año entero rezando para volver a dar contigo. Ahora he vuelto a encontrarte y no sé qué es lo que se me pasa exactamente por la cabeza.
—Eso es algo que no me interesa. Ya eres mayorcito para ordenar tus ideas. Además, el pasado no va a volver.
—Te equivocas. —Dorian dio un leve paso hacia delante—. El pasado acaba de volver, de lo contrario ahora no estaríamos hablando.
—Me da igual —bramó Angy—. Sea lo que fuera lo que tuvimos, ya no está. No queda nada.
Su mente le traicionó; puede que el corazón; o puede que ambos.
—¿Y si aún no ha acabado?
—¿Qué estás diciendo? —bramó—. Vas a casarte con mi hermana. Lo nuestro acabó mucho antes de que la conocieras. Ella no tiene nada que ver en esto y por nada del mundo quiero que sufra. Es la persona más importante de mi vida.
—¿Yo lo fui? —espetó Dorian—. ¿Yo fui importante para ti? ¿Acaso ya no lo soy?
Ángela desvió la mirada. Tenía los puños apretados y el corazón debía de latirle a una velocidad de vértigo. Nunca se le habían dado bien las situaciones límite.
—Siento recordarte que yo también sabía leer tus ojos —continuó—. Sabía en qué momento decidías mentirme y aún lo sé. Ahora, por ejemplo.
—No sabes lo que dices —susurró ella.
—Desde luego que lo sé —insistió—. A diferencia de ti yo siempre he sabido lo que quiero y lo que no. He sabido aprender de mis errores y plantar cara a la adversidad. Tú me enseñaste a hacerlo, Angy. Te convertiste en una bala perdida.
El silencio hizo acto de presencia. Allí estaban nuevamente juntos, uno enfrente del otro reprochando cosas del pasado que aparentemente no tenían solución.
—Me has preguntado si quiero a tu hermana —susurró—. ¿Puedo hacerte yo a ti una pregunta de la misma clase? —Ni siquiera esperaba una confirmación por su parte, así que no esperó demasiado—. ¿Aún me quieres?
Ángela enmudeció. Estuvo a punto de desplomarse sobre el suelo pero aguantó la fuerte sacudida que le había dado de lleno en el corazón.
—Fui yo la que decidió romper —alegó—. Abandoné todo lo que teníamos. Si esa no es una respuesta entonces no sé qué decir.
—Eso es verdad. —Una sonrisa amarga apareció en sus labios—. Es cierto que rompiste conmigo pero nunca mencionaste que dejar de quererme fuera la auténtica razón. Dejaste claro que no soportabas las relaciones a distancia y que si lo intentábamos acabaríamos haciéndonos mucho daño. Lo que olvidaste mencionar fue el hecho de que de todos modos yo iba a sufrir.
—Tampoco fue fácil para mí —espetó Angy.
—¿Lo ves? Ya vuelves a hacerlo. Intentas desesperadamente creer que no tuviste la culpa, pero siento decepcionarte.
Como si esas palabras se hubieran convertido en la cúspide de las emociones, Ángela ahogó un tristísimo suspiro.
—Tú no lo entiendes. Aunque te siguiera queriendo eso no sería suficiente. —Las lágrimas comenzaron a rodar en sus blancas mejillas—. No cambiaría nada. Uno salió de la vida del otro y ya no se puede hacer nada para cambiarlo.
—Fuiste tú quien salió de mi vida, pero no me preguntaste si era eso lo que yo quería.
—De todas formas fue eso exactamente lo que pasó. Ya no te pertenezco y tú a mí tampoco.
—Entonces dime por qué te empeñas en deshacer todo esto.
—No pretendo hacerlo, sólo quiero que mi hermana sea feliz.
—¿Acosta de tu desdicha?
—Escucha, tienes que entenderlo de una vez —gruñó—. Ya no tenemos nada que ver. Formas parte de mi pasado y aún estoy intentando asimilar el hecho de que hayas vuelto a aparecer. No quiero nada para mí, pero te aseguro que si haces daño a Nora vas a arrepentirte durante mucho tiempo.
—A diferencia de ti procuro cuidar de la gente que me importa.
—Espero que así sea. No puedes jugar con ella.
—No lo hago. Llevamos seis meses juntos y estamos a un paso de casarnos. Creo que eso contesta a tu pregunta.
Dorian se sentía bien y mal al mismo tiempo. Se estaban desgarrando mutuamente, pero no dejaba de sentir un extraño cosquilleo en el estómago, como si volviera a sentirse vivo con su presencia.
—¿Por qué has venido hasta aquí?
—Quería saber si tus intenciones eran reales —masculló.
—¿Acaso no lo son?
—Aún me cuesta creer que lo sean, Dorian. En este planeta hay miles y miles de mujeres y has tenido que comprometerte precisamente con mi hermana. No me juzgues por creer que ha sido algo premeditado.
—¿Crees que me he pasado los últimos dos años de mi vida intentando trazar un plan para vengarme de ti? ¿Crees que me vine a vivir aquí con el único propósito de localizar a tu familia, de la que nunca mencionaste dónde diablos vivía? —Parpadeó un par de veces con rapidez—. Sabes que nunca he sido un hombre de ese tipo.
Ambos desviaron la mirada al mismo tiempo. Ángela estaba enfurecida pero temblaba al mismo tiempo; Dorian se moría por volver atrás. Quería mencionar todas esas cosas que nunca tuvo la oportunidad de decir, y todo porque ella se marchó demasiado rápido.
—Tú ya elegiste por mí una vez —dijo—. Ahora creo que yo tengo ese derecho.
—¿Derecho a qué?
Ahogando sus ganas de acercarse más todavía, Dorian decidió que lo mejor era acabar en ese momento. Se dirigió hacia la puerta. Sin volverse, pronunció otras desconcertantes palabras.
—Creo que tengo derecho a volver a tu vida. Ya sea de una forma u otra.
—No tienes ni idea. —Las lágrimas caían con más intensidad—. No sabes la de veces que he deseado cambiar el pasado pero eso es algo que nunca podré hacer. He estado dos años tratando de olvidarte y ahora que has vuelto a entrar en escena no puedo quedarme cruzada de brazos porque sabes tan bien como yo que nunca funcionará. —Su cara se inundó como si fuera una cascada—. No funcionará mientras uno de los dos siga cerca del otro así que, si vas a casarte con mi hermana, no me queda más remedio que desaparecer.
—No te he pedido que hagas eso.
—¿Y qué pretendas que haga? —rugió—. ¿Pretendes que actuemos con naturalidad? He pasado años enteros a tu lado, Dorian. Mi hermana ni siquiera lleva contigo lo suficiente como para saber si te quiere o no. Te conozco mejor que ella. Sé lo que te gusta y lo que no; sé lo que te asusta y sé lo que más temes. Te conozco mejor que tú mismo. —Contuvo la respiración—. Sabiendo tanto de ti, ¿cómo pretendes que pueda permanecer cerca de vosotros?
Dorian también parecía estar a punto de llorar.
—Eres actriz, ¿no? —Apretó uno de sus puños en el aire—. Entonces interpreta tu papel. Al fin y al cabo es lo mejor que sabes hacer. Nadie tiene por qué enterarse. Nadie tiene por qué saber que tú y yo estuvimos juntos una vez, ni siquiera ella.

18


Nora estaba tan nerviosa que no podía permanecer en casa ni un momento más. Decidida a finalizar los últimos detalles de la boda, no se lo pensó dos veces para terminar lo antes posible.
Julia estaba lista para salir; Vladimir y Ángela estaban desayunando tranquilamente.
Nora se materializó en la cocina y apremió a su madre para que fuera al garaje y encendiese el motor del todoterreno.
—Mamá, vamos —masculló Nora—. No quiero perder más tiempo…
—Ya voy, tesoro. Dame un minuto.
Julia se abrochó la chaqueta marrón y se colocó el bolso en el hombro. Reparó en la mirada perdida de Ángela. No pudo evitarlo.
—Angy —susurró—, ven con nosotras.
—¿Qué? —espetó Nora—. Ni hablar.
Ángela se encogió de hombros, decepcionada.
—Creo que no, mamá. Será mejor que me quede aquí.
Julia resopló y negó con la cabeza.
—De eso nada, chicas. Me da igual por qué estáis así, no quiero saberlo. Pero sois hermanas y tenéis que apoyaros la una a la otra…
—Eso díselo a ella —gruñó Nora.
—Ya está bien, no quiero ni una pelea más. —Julia se aproximó a Angy y le acarició la mano—. Ángela, vamos. Te sentará bien tomar el aire.
Ángela se levantó de la silla y resopló.
—De acuerdo, pero dame un minuto.


El todoterreno negro iba a toda velocidad. Nora estaba aferrada al volante y se negaba a soltar el pie del acelerador. Deseaba con todas sus fuerzas llegar a la ciudad. Tenía todo memorizado en su cabeza y quería ir punto por punto.
A eso de las diez de la mañana, doblaron una esquina de la calle principal y el vehículo paró en seco.
—Ya hemos llegado —anunció Nora—. La primera parada.
Ángela se bajó del coche y automáticamente sintió una punzada en el pecho. Se encontraban en la entrada de una gran pastelería.
—Vamos —instó Nora—, pasad.
Todo el aire del establecimiento olía deliciosamente bien. Era una visión literalmente dulce, con tartas, galletas, magdalenas y demás productos de bollería adornando cada centímetro de las vitrinas.
Nora no perdió ni un segundo para entablar conversación con la mujer encargada de la tienda. Quería mostrar su mejor cara para obtener lo que quería: consejo para acertar en su decisión.
Pocos minutos después, las tres se quedaron momentáneamente solas, ya que la mujer desapareció en la parte de atrás, seguramente para volver con unos cuantos álbumes y muestras para proponer ideas acerca del proyecto final.
Ángela sentía una gran desazón; ese no era su sitio y no tenía ganas para disimular. Su cara era demasiado expresiva a esas horas de la mañana.
—Ángela —susurró Julia—, ¿te encuentras bien?
No sabía muy bien qué decir.
—Sí, pero sinceramente aún no sé qué hago yo aquí.
—Puedes distraerte mirando todas esas tartas —sugirió Nora—. Nosotras mientras decidiremos cuál será el pastel definitivo.
Ángela asintió con la cabeza, sin ninguna gana para discutir.
—Está bien, como quieras.
Obedientemente se retiró y comenzó a observar con ojos mudos. Un montón de pasteles preciosos la rodeaban, recordándole inconscientemente el día inminente de la boda.
Fueron necesarios tres cuartos de hora para que finalmente volvieran a la calle, cosa que Angy agradeció enormemente.
Se montaron en el coche y Nora arrancó el motor con decisión.
—¿Y bien? —dijo Julia—. ¿Adónde vamos ahora?
—Ahora vamos a buscar a Cata y a Vera —apuntó Nora—. Querían echarme una mano y no podía decirlas que no.
Ángela se removió en el asiento de atrás.
—¿Quiénes son esas dos?
Nora la observó por el espejo retrovisor.
—Amigas mías, Angy. ¿Sabes lo que son?
—Sí, pero no las conozco.
—Eso es porque te pasas la mayor parte del tiempo fuera de casa. Es normal que las conozcas.
—Ya… —Se moría por decir un millón de cosas—. Será eso.
Después de recorrer unas cuantas calles, saltarse un par de semáforos y volver a pisar el freno de una manera tan brusca, llegaron a su destino.
Ángela pegó la cara al cristal de la ventanilla. Maldijo por dentro.
—¿Tus amigas son esas chicas de allí?
Nora miró hacia la izquierda y sonrió. Esa era su forma de decir que sí.
—Oh —dijo Julia—, parecen encantadoras…
—¿Cuántos años tienen? —preguntó Ángela—. ¿Dieciocho?
—Ya, muy graciosa —gruñó su hermana—. Te guste o no, son mis amigas.
—Está bien, eso es algo que no discuto, pero no quiero más situaciones incómodas. Creo que mejor me bajo aquí y vuelvo a casa.
—¿Qué? —protestó Nora—. Ni siquiera les has dado una oportunidad.
—Créeme, no hace falta. —Angy puso los ojos en blanco—. Creo que soy demasiado mayor para acompañaros. Tú te ajustas más a su edad, seguramente.
Salió del coche y suspiró.
—Cariño, espera. —Julia también se había bajado del coche—. Voy contigo.
Ángela pareció sorprendida.
—Mamá, no hace falta. Puedes ir con ellas, yo estoy bien.
—Lo cierto es que me apetece más disfrutar de tu compañía. Además, Nora ya tiene un par de acompañantes.
Su hija sonrió por dentro y por fuera.
—¿Damos una vuelta?


Hacía mucho tiempo que Ángela no compartía un momento a solas con su madre. Los viajes y el paso del tiempo habían terminado por desgastar su relación, pero ahora parecía como si nada hubiese cambiado. En el fondo, ambas estaban encantadas.
Se habían parado en una cafetería del centro, donde los cafés estaban espléndidos y las conversaciones tenían pinta de acabar bien.
—Y dime, ¿qué tal te va el trabajo?
Ángela apuró su café antes de dar una respuesta.
—Bueno, supongo que bien, como siempre.
A Julia no le gustó lo que acababa de escuchar.
—¿Supones?
—Sí. —Ángela se colocó el pelo por detrás de la oreja—. No puedo quejarme, siempre hay público queriendo ver nuestras funciones, pero a veces llega un momento en que todo se tuerce…
—¿Ahora es uno de esos momentos?
—Lo cierto es que no. No sé, mamá. Me encanta lo que hago, pero últimamente tengo la cabeza en otro sitio…
Julia apretó con delicadeza la mano de su hija.
—Cariño, soy tu madre. Si hay algo de lo que quieras hablar…
Angy estaba furiosa consigo misma. Al parecer, no fingía como debía y por eso todo el mundo acababa por hacer la misma pregunta una y otra vez. Lo peor era que, a pesar de querer hacer justo lo contrario, tenía que guardar silencio, mintiendo a todo el mundo.
—Estoy bien, en serio.
—Angy, no puedes engañarme.
Ángela vaciló.
—No lo hago.
—Sí que lo haces. —Julia bajó el tono—. No sé qué es lo que tendrás en esa cabecita, pero creo que últimamente te da muchos problemas.
No sabía cuánta razón tenía.
—Quizás sea depresión —aventuró Angy—. Estrés, ansiedad…
—Siempre has estado bajo presión y nunca te has rendido. Sé que no se trata de algo como eso. Puede que te ocurra algo y aún no lo sepas.
El estómago de Angy se revolvió. Se removió en su sitio y arrugó la servilleta de papel.
—Ahora que podemos hablar solas, quiero tu opinión.
Sus ojos verdes se elevaron.
—¿Sobre qué?
—La boda de Nora.
No debió hacerlo, pero su cara se desencajó, mostrando un profundo desinterés.
—Hay más cosas aparte de esa maldita boda.
Su madre se mostró sorprendida por ese repentino comentario.
—¿Acaso no te alegras por tu hermana?
—Por Dios, mamá. Claro que sí. Pero todo esto me ha pillado por sorpresa. Bueno, también a vosotros, pero siento que esta vez Nora va a equivocarse.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Mamá, seis meses no es tiempo suficiente para…
—Quizás para ella sí que lo sean —interrumpió.
—No lo sé. Es lo que ella cree, pero siempre ha sido un desastre para todo. No quiero que también se equivoque en esto, eso es todo.
—No es la misma de antes, Angy. Ha mejorado bastante.
—Sí, pero…
—¿Pero…?
—¿No crees que esto puede tirarlo todo por la borda? Una boda no es algo de un día. —Tragó saliva, intentando no pensar en Dorian—. Es un compromiso firme para toda la vida. ¿De verdad crees que Nora está preparada para algo como eso?
Julia se encogió de hombros por primera vez.
—Supongo que eso es algo que tendrá que demostrar.
Ángela se quedó mirando el interior de su taza de café. Los posos que quedaban eran oscuros, al igual que su presente e inminente futuro.
—Tú también le has visto, Angy. Sé que eres buena intuyendo a las personas y por eso prefiero fiarme de tu opinión. Siendo sincera, ¿qué te parece?
—¿Dorian? —Se mordió el labio—. No lo sé… Fue una cena, mamá. Apenas me quedé el tiempo suficiente como para averiguar cosas sobre él.
—¿Qué te dijeron sus ojos?
No podía decirlo, pero estaba claro que los ojos de Dorian le habían transmitido mucho más de lo que aparentaban. Como siempre lo habían hecho.
—Es un buen chico.
—¿Y ya está?
La actitud de su madre estaba empezando a desquiciarla.
—Mamá, creo que esto deberías preguntárselo a Nora. Al fin y al cabo, ella es su novia. Yo ni siquiera le conozco. —Otra mentira más. Deseaba con todas sus fuerzas creerse sus propias palabras.


Toda la familia estaba sentada a la mesa, disfrutando de la buena cena que Vladimir había preparado. No obstante, ninguno de los cuatro parecía tener nada que decir.
—Creo que todos estamos bastante silenciosos —comentó Julia.
Nadie dijo nada.
—Pero bueno. —Elevó el tono—. ¿Es que nadie piensa decir nada?
—¿Qué quieres que digamos? —preguntó su marido.
—No lo sé, lo que sea. Detesto este incómodo silencio. —Se limpió la boca con la servilleta de tela—. Nora, cielo. ¿Qué tal han ido esta mañana los últimos preparativos? ¿Qué tal tus amigas Vera y Carol?
—Se llama Cata, mamá. —Nora dijo algo por lo bajo—. No nos ha ido mal la verdad.
—¿Habéis concretado ya toda la gente que asistirá?
Nora asintió en silencio.
—No te hagas muchas ilusiones. No va a ser demasiada gente. Ya sabes que quiero algo íntimo.
—Claro, cielo. Es tu boda. Me parece correcto.
El silencio otra vez apareció, sentándose a la mesa y cobrando cuerpo y forma como uno más de ellos.
Sintiendo una molestia por dentro, Julia volvió a la carga, convencida de que ese día no estaba siendo el mejor después de todo.
—Nora, ¿se puede saber por qué tienes esa cara?
Su hija no vaciló ni un instante.
—No.
—¿Cómo que no?
—Estoy bien.
Julia fue entonces la que explotó.
Empiezo a estar hasta las narices de ese comentario. Todos me decís que estáis bien y al final resulta que siempre hay algo.
Ángela deseó con todas sus fuerzas que no hablase abiertamente de ella.
—¿No puedo estar nerviosa por mi boda? —masculló Nora, molesta por la situación que acababa de crearse.
—Sí, pero no me creo que esa sea la razón. Por favor, creo que merezco saber la verdad.
Nora se retiró de la mesa, permaneciendo aún sentada.
—Vale, está bien. Ya que insistes… —Se acarició un mechón de pelo—. Es por Dorian.
—¿Qué pasa con él?
—Sinceramente, no lo sé. Lleva días algo raro. No contesta a mis mensajes y se pasa todo el día en el trabajo. No lo entiendo.
—Quizás se esté arrepintiendo —aventuró Vladimir.
Nora le fulminó con la mirada, con unos ojos helados.
—No vuelvas a decir eso.
—Nora, era una broma —se disculpó—. Seguro que está muy ocupado. Además, creo que deberías darle un poco de espacio. Casarse es algo que no se hace todos los días.
—Lo sé, pero eso no significa que tengas que evadirte del resto del mundo. Yo no lo hago.
—Tu padre tiene razón —señaló Julia—. Los hombres necesitan algo más de tiempo…
—¿Tiempo para qué? ¿Para decidir si casarse es buena idea o no?
—Fuiste tú quien se lo pidió, ¿no?
—Sí.
—Que yo sepa, él aceptó —dijo su padre—. No tienes nada que temer. Va a casarse contigo, pero necesita hacerse a la idea.
—Hablando de la boda… —Nora adquirió de nuevo un semblante algo más relajado—. Hay algo importante que debería deciros.
Los ojos de sus padres vacilaron.
—No me digas que…
—Oh, no. No es lo que estáis pensando —aseguró—. Es sobre la iglesia.
—¿Qué le ocurre a la iglesia? ¿No te gusta?
Nora tardó en responder.
—Pues sí, pero sinceramente no creo que sea el lugar más apropiado para celebrar mi boda. —Se retorció los dedos—. Yo había pensado en otro sitio.
—Está bien, ¿cuál?
A Nora se le iluminó la cara, como si hubiese estado esperando ese momento para confesar sus verdaderas intenciones.
—Mamá, me gustaría casarme teniendo el mar de cerca; caminar sobre la arena y sentir los rayos del sol en la cara.
Ante tal arranque de sinceridad de su hija menor, Julia no pudo más que esbozar una sonrisa perfecta, imaginándose el sitio perfecto.
—¿Eso quiere decir que…?
Nora asintió.
—Sí, mamá. Quiero casarme en la isla; en la playa más alejada.
Julia se levantó de su asiento y fue directamente hacia Nora, abrazándola con fuerza, como si aquello supusiera la mejor de las noticias.
—Oh, cariño, eso es genial —apuntó—. ¡Será precioso!
—Entonces, ¿no te importa?
—¿Importarme? Es maravilloso, Nora. Ni yo misma habría podido imaginarme algo así. Es el sitio perfecto para una boda. —Se volvió hacia su hija mayor—. Angy, ¿tú qué dices?
Ángela intentó evitar la pregunta, pero no iba a dejar de ser el centro de atención hasta que la contestara.
—Es su boda —dijo—. Si a ella le parece bien, a mí también.
—Estupendo —comentó Nora—. Entonces todas de acuerdo. Sólo falta que papá diga algo…
—No te preocupes por eso —susurró Vladimir—. A decir verdad es lo mejor que podéis hacer. Ninguna iglesia puede ofrecer las preciosas vistas de aquí.


Ángela volvía a tener problemas para dormir. Se encontraba muy deprimida, como si nada le saliese bien. Para colmo, un cambio de última hora había acabado por atormentarla aún más. ¿Cómo podía Nora haber cambiado la iglesia por la playa? No resultaba demasiado disparatado, pero entonces tendría un motivo más para odiar la isla, y eso era algo que no quería hacer.


19


Ángela estaba en un lugar desconocido; jamás había estado allí. Tenía la carne de gallina y el cuerpo empapado a causa de la lluvia. Dorian la había estado siguiendo y se negaba a dejarla en paz. Con el corazón en un puño, ella se resistía una y otra vez, consciente de que lo suyo jamás podría ser. A pesar de eso, acababa rodeada por los fuertes brazos de él, apretándola contra su torso y diciendo verdades cerca de su oído que hubiera preferido no volver a escuchar. Sin previo aviso, el hombre al que tanto había amado, y que aún seguía queriendo, se acercaba a ella lentamente, clavando sus ojos color avellana en los suyos propios. Un destello mágico, algo imposible de describir con palabras. Después de resistirse a la tentación, la chica de ojos verdes acabó por caer en ella, besándole en silencio, pero transmitiendo un mensaje puro, más allá de cualquier palabra. Pero entonces, algo malo ocurría: Nora aparecía en medio de la oscuridad, llorando y profiriendo fuertes alaridos de dolor y decepción. Acababa de darse cuenta de la traición que se había gestado delante de sus propios ojos. En ese momento, todo desaparecía en un torbellino de imágenes borrosas.
Entonces escuchó algo más, un imperativo proveniente del mundo real.
—¡Despierta!
Angy abrió los ojos.
—Angy —susurró Nora—. ¿Estás bien?
No entendía lo que acababa de pasar. Tenía las sienes sudorosas y las manos le temblaban, frías como dos trozos de hielo.
—¿Qué? —Se incorporó lentamente—. ¿Qué ha pasado?
Nora acarició su frente, respirando algo más aliviada.
—Estabas teniendo una pesadilla. He preferido despertarte.
Ángela observó los preciosos ojos azules de su hermana pequeña.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—El suficiente para rescatarte —bromeó—. En serio, ¿ya estás mejor?
Su hermana no sabía ni qué decir. Aún creía que seguía soñando, al no acabarse de creer lo imaginativa que era su mente.
—Creo que sí. Una mala pesadilla.
—¿Qué ocurría?
Angy disimuló no entender a qué se refería.
—¿Qué?
—Tu sueño —insistió—. ¿Qué estaba pasando para que estuvieras tan rígida?
—No… me acuerdo —mintió—. Ya sabes que si te despiertan antes de que el sueño termine, al despertar no recuerdas nada.
—Lástima —comentó Nora—. Seguro que debía de ser algo emocionante.
No sabes cuánto, pensó Ángela para sus adentros. Se apartó un poco para que Nora se sentara con más comodidad. Pasados varios minutos en silencio, Nora decidió marcharse pero Ángela la sujetó con suavidad de la muñeca.
—¿Puedes… quedarte aquí un poco más? —preguntó.
—¿Quieres que me quede? Vaya, esa sí que es nueva. Se suponía que era a mí a la que le daba miedo la oscuridad.
Angy rio por lo bajo.
—A veces las hermanas mayores también necesitamos algo de compañía.
Como si en el fondo ella también lo hubiera estado pidiendo a gritos, Nora se tumbó al lado de su hermana, respirando lentamente, fijando la vista en el techo.
A su entender, debió de pasar una eternidad, pero finalmente Angy acabó por volver a hablar, intentando acortar distancias.
—Nora, yo…
—No —se adelantó ella—. Conozco esa mirada. No te disculpes, por favor. Creo que ya lo has hecho demasiadas veces…
—Nora. —Angy abrazó a su hermana con fuerza, como si quisiera deshacer el muro de hielo que últimamente se había creado entre ambas—. Sé que me has dado varias oportunidades y he cometido el error de desaprovechar todas y cada una de ellas, pero te aseguro que no era esa mi intención.
—Ya lo sé, Angy. —Suspiró larga y pausadamente—. Sé que nunca me harías daño, pero no logro entenderte. Estoy encantada de tenerte en casa, pero siento que has cambiado. Todavía no sé exactamente en qué, pero hay algo en ti que desconozco. —Se metió dentro de las sábanas—. Sé de sobra que siempre he sido la oveja negra de la familia…
—No digas eso —susurró Ángela.
—Es la verdad, y lo asumo —continuó Nora—. Tú siempre has estado para lo bueno y para lo malo, y sé que pase lo que pase, no vas a fallarme, pero quiero saber que cuento contigo, porque cada vez que quiero hacerte partícipe del acontecimiento más importante de mi vida, es como si decidieras marcharte. Y yo no quiero que lo hagas, Angy. No quiero que te vayas a ninguna parte porque te necesito aquí.
Ángela también se escondió entre las sábanas de su cama.
—Estoy aquí.
—Tú sí, pero no tu mente.
—¿Qué quieres decir?
—Lo sabes de sobra, hermanita. —Nora comenzó a acariciar el cabello negro de u hermana mayor, originando pequeños tirabuzones—. Tienes la cabeza en otra parte. No creas que soy la única que se ha dado cuenta. Mamá y papá también sospechan algo.
Ángela no sabía cómo salir victoriosa de esa conversación. Las ideas no estaban suficientemente claras a esas altas horas de la madrugada.
—Mamá ha hablado conmigo también —confesó—. Está preocupada, pero al igual que le he dicho a ella, a ti te digo lo mismo. No hay de qué preocuparse. Estoy bien.
—Pero algo falla. Antes, cada vez que volvías a casa estabas deseando aprovechar cada minuto con nosotros.
—¿Crees que ya no lo hago?
—Parece que no, porque te pasas los días enteros moviéndote de aquí para allá.
Eso era una verdad absoluta; no tenía posibilidad alguna de réplica.
—Anclarme definitivamente a un lugar es algo que no va conmigo.
—Pero nosotros estamos aquí, y deseamos verte más a menudo.
Angy apoyó su cabeza en el brazo.
—No puedes quejarte, últimamente me dejo ver demasiado.
—Bueno —gruñó graciosamente Nora—, creo que eso es algo relativo…
Quizás con el gran deseo de poder cambiar de tema, en su mente se forjó un pensamiento fuerte, capaz de hacer olvidar a Nora el debate principal.
—A propósito —dijo Ángela—. Tengo que decirte algo.
—¿Qué?
—Cuando me marché esos dos días para solucionar todo lo del trabajo, estuve pensando en algo en particular y al final he tomado una decisión.
Nora no la interrumpió. Guardaba silencio con gran expectación.
—Verás, he decidido que Evan venga conmigo a la boda. Así, no pareceré tan sola…
Aunque no podía verla con claridad, sabía de sobra que su hermana tenía la boca abierta, sorprendida por esa confesión.
—¿Evan? —Se incorporó en un segundo—. ¿Hablamos del mismo Evan? ¿Tu misterioso amiguito del teatro?
Ángela emitió una risa apenas perceptible.
—Sí, el mismo. Ese que me llama para confesar cuánto me necesita —bromeó.
—Vaya, entonces sí que vais en serio.
La sonrisa de Angy se esfumó con la misma velocidad con la que apareció.
—¿De qué estás hablando?
—Por favor, deja de disimular —objetó Nora—. Está claro que si has decidido traerle a la boda es porque realmente sientes algo por él.
Ángela no daba crédito a lo que estaba escuchando.
—Ni hablar —gruñó—. De ninguna manera. ¿Cuántas veces tengo que decirte que es un simple amigo?
—¿Amigo con derecho a roce?
Ante aquello, Ángela cogió la almohada y la empuñó como si de un arma misma se tratara. La dirigió directamente hacia la cara de su hermana, dándola de lleno.
Volvieron al pasado, cuando las dos no eran más que unas crías y se pasaban el día entero regañando y jugando prácticamente al mismo tiempo. Después de unas sacudidas cariñosas, cesaron su pelea.
—Lo digo en serio, no es más que un amigo —protestó—. Le conozco desde hace mucho tiempo y nunca ha habido nada. Te aseguro que ahora no será distinto.
Nora soltó un gritito ahogado.
—Está bien, si tú lo dices… Pero creo que tendrías que dejárselo claro a mamá. En cuanto le vea aparecer, se echará a sus brazos, deseando que te pida matrimonio para conseguir que sus dos únicas hijas se casen el mismo día.
Ángela no pudo evitar reírse con ganas. En eso, Nora tenía toda la razón. Deberían andarse con cuidado antes de que su madre comenzara a echar chispas por la boca, proclamando a los cuatro vientos que su hija mayor había encontrado un enamorado.
—Espero que en eso puedas ayudarme.
—¿Yo? Creo que no, Angy. Yo ya estoy suficientemente liada. No necesito más problemas —bromeó.
Sintiéndose algo más cómoda y confiada, Ángela decidió cambiar otra vez de tema, centrándose en uno muy particular.
—Oye, lo que has dicho de Dorian en la cena… —Se mordió el labio—. Haz caso a papá. Los hombres suelen ser algo más inseguros y necesitan un poco de tiempo.
—Sí, pero Dorian no es como los demás.
Ángela podría haber asentido de buena gana. Estaba en lo cierto.
—Cuando quiere algo, va a por ello —siguió diciendo—. No se lo piensa dos veces, ¿sabes lo que quiero decir? Es lo que más me gusta de él. Es directo, no se anda con rodeos.
—Pero puede que los nervios le estén jugando una mala pasada. —Se llenó de valentía—. ¿Qué fue lo que te dijo cuando le pediste que se casara contigo? Quiero decir, está claro que dijo que sí, pero…
—Fue total y absolutamente precioso, Angy. Un momento que no voy a olvidar jamás. —Nora suspiró como una colegiala—. Dijo que era lo más bonito que le habían propuesto nunca.
Ángela sonrió por fuera pero por dentro sintió la carne desgarrarse. Un puñal en el fondo de su ser.
—¿Pero fue algo premeditado?
—La verdad es que no —admitió Nora—. Fue más bien un impulso. Ya sabes, uno de los muchos que me definen.
Las dos guardaron silencio. El reloj de la mesilla de noche marcaba las cinco de la madrugada pero ellas aún se resistían a dormir.
—Lo tengo claro —susurró Nora—. Ahora sé que quiero casarme aquí.
Ángela se acercó con cautela.
—¿Por qué has decidido cambiar de lugar? La iglesia hubiera sido perfecta.
—Probablemente, pero creo que la playa es un escenario todavía mejor. No sé, cuando pasen diez o veinte años y eche la vista atrás, quiero recordar el día de mi boda como algo muy especial.
—¿Acaso casarte en la iglesia supone quitarle su encanto?
—No, pero quiero hacer algo distinto —alegó—. La mayoría de los novios se casan dentro de una iglesia, Angy. Yo quiero hacerlo al aire libre, sin muros de por medio.
—En eso tienes razón.
—Además, quiero casarme justo cuando salga el sol.
Angy no pareció entender demasiado bien ese último comentario.
—¿Cuándo salga el sol? ¿Te refieres a…?
—Quiero casarme justo en el momento del amanecer.
—¿Estás segura?
—Completamente.
Angy se acomodó en el colchón. El suelo volvía a ella a una velocidad increíble. Para zanjar todo aquello, y ya que volvían a hablar en el tono normal de siempre, Ángela susurró algo que estaba deseando cumplir.
—No más discusiones —prometió Ángela.
—Sobre todo, no más caras largas —completó Nora—. Odio cuando te pones así. Eres preciosa, pero si continuas transformándote en semejante monstruo, acabarás por tener arrugas antes de tiempo.


20


No era el gran día pero como si lo fuera. Ángela tenía el estómago revuelto desde hacía rato, y apenas había podido terminarse el desayuno. Estaba claro que tenía un gran talento para somatizar sus emociones mentales.
Nora conducía el todoterreno de sus padres; al parecer disfrutaba conducir en ese vehículo en particular, haciéndola sentir grande y poderosa por un momento. Se dirigían al este de la ciudad, donde las amigas de Nora, Cata y Vera, las esperaban.
—¿Les caeré bien?
Sin apartar la vista de la carretera, Nora gruñó cariñosamente.
—Eres mi hermana, supongo que eso es un punto a tu favor.
—Lo digo en serio —masculló Angy—. Ahora siento haberme ido el otro día… Pensarán que soy una amargada…
—Relájate, ¿quieres? Después de todo, creo que no te mereces la hermana que tienes. —Le sacó la lengua—. Les dije que te había surgido un imprevisto de última hora. A fin de cuentas, eso es algo muy común en tu rutina, ¿no?
Doblaron a la derecha y Nora paró bruscamente.
—Nora, deja de hacer eso. Parece que no sabes conducir.
—¿Qué quieres que haga? Es que es bastante difícil de controlar…
Unos golpes secos retumbaron en el interior del coche. Angy dio un respingo. Miró hacia su ventanilla y vio una cara desconocida literalmente pegada al cristal.
—Bueno —espetó Nora—, creo que ya conoces a Vera.
Angy arqueó las cejas.
—Vaya, ¿son así de simpáticas todo el tiempo?
Se bajaron del coche y entonces Ángela pudo comprobar que su hermana seguía siendo aún una cría, ya que rejuvenecía todavía más cuando se juntaba con esas dos chicas, salidas de algún anuario de película. Cata parecía una chica sensible; de rasgos suaves y finos, cabello pelirrojo y sonrisa angelical. Vera en cambio, poseía un encanto algo más posesivo, con más carácter; tenía unas graciosas pecas en ambas mejillas y cabello largo y castaño recogido en una coleta.
—Cata, Vera, os presento a mi hermana Ángela. —Le dio un suave empujón—. Angy, estas son mis dos grandes amigas, y futuras damas de honor de mi boda.
—Hola, chicas —dijo con un hilo de voz—. Encantada de conoceros. Soy Angy.
Como si se hubiesen aliado, las dos amigas de su hermana la estrecharon la mano con entusiasmo.
—Oh, vaya —dijo Cata—. Al fin te conocemos. Es un placer. —La observó con una expresión agradable—. Eres muy guapa.
Angy no supo qué decir.
—Perdonadla —se adelantó Nora—. Es un poco tímida al principio.
—Pues me temo que eso no funciona con nosotras —apremió Vera.
—Bueno, basta de perder el tiempo —instó Nora—. Hay mucho trabajo por hacer.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Ángela.
Sus ojos azules la atravesaron en un segundo.
—Bueno, como sabía que estabas tan ocupada, me he tomado la libertad de ayudarte a escoger tu vestido.
—¿Vestido para qué?
Vera y Cata soltaron una risita al mismo tiempo.
—Espero que por tu bien, haya sido una broma —gruñó Nora.
Angy tardó bastante tiempo en caer en el cuenta.
—Ah, claro —susurró—. La boda…
—Mi boda, hermanita —puntualizó la chica rubia.
—¿Por eso me has traído?
Las tres asintieron al mismo tiempo. Era una divertida visión, como si en realidad esas tres chicas fueran trillizas. Una sincronización apabullante.
—Está bien. —Por una vez, quería hacer las cosas bien. No volvería a pelearse con su hermana y menos por algo como aquello. Además, sería de gran ayuda. Ellas pensarían en su lugar—. Sólo por hoy, vosotras mandáis.


Llevarían cerca de cuarenta minutos metidas allí cuando Ángela acabó por desesperarse. Se había probado una infinidad de vestidos pero no acababa de decidirse por ninguno. Si no eran las caras largas de las amigas de Nora, era la propia Angy quien se quejaba. Habían arrasado con todas las provisiones de la tienda y la mujer encargada de atenderlas parecía querer librarse de ellas lo antes posible. En un último intento, aquella mujer apareció con los dos últimos vestidos disponibles. Se los dejó y automáticamente volvió a desaparecer.
—Nora —bufó Ángela—. Estoy cansada…
—De eso nada. Vamos, aún tienes que probarte esos dos más.
Ángela desvió la mirada hacia los dos vestidos que Cara sujetaba entre sus manos.
—No pienso ponerme el rojo —aseguró—. Ni hablar.
Nora se encogió de hombros.
—Vale, pero al menos debes probarte el otro. Tienes que admitir que es muy bonito.
—Si me lo pongo, ¿dejarás de ponerte tan melancólica?
El calor dentro del probador la estaba ahogando. Nunca había sido una fanática de las compras y mucho menos lo sería ahora, cuando tenía que encontrar algo que le sentase como un guante, para un día tan especial para su hermana.
A decir verdad, no se reconocía delante del espejo. Giraba sobre sí misma una y otra vez, convencida de que aquel vestido era el adecuado, o eso era al menos lo que pensaba.
—Vale, voy a salir —anunció—. Decidme que este es el adecuado, por favor.
Angy se dio cuenta que a veces su instinto acertaba. Nada más descorrer la cortina, y salir a la claridad de la tienda, las miradas cómplices de esas tres jóvenes expresaron su mutuo acuerdo.
—Sensacional —susurró Cata.
—Magnético —opinó Vera.
Ángela desvió la mirada hacia su hermana.
—¿Tú no vas a decir nada?
Nora se aproximó hasta ella y la abrazó.
—Estás absolutamente preciosa. Espero que no eclipses del todo a la novia.
Angy se sonrojó levemente.
—No seas tonta, tú serás la mejor de todas.
Después de conseguir el preciado vestido de Angy, las cuatro decidieron tomarse un ligero descanso, tomando algo para llenar sus estómagos. Se pararon en un bar no muy lejos de allí.
—Y dinos, Angy —susurró Vera—. ¿Con quién vas a ir a la boda?
Ángela no pudo disimular. Fulminó con la mirada a Nora.
—¿Se lo has contado?
—Eh, tranquila —rogó Nora—. Tu secreto está a salvo con ellas.
—¿Secreto? No es ningún secreto. Quiero decir, no me importa que lo sepan, pero parece algo que no es…
—No te preocupes —comentó Cata—. Un amigo es un amigo.
Vera y Nora aguantaron las ganas de reír.
—Vale —bufó Angy—. Podéis hacer todo tipo de comentarios. Por vuestras caras, se ve que es justo lo que estáis deseando hacer.
Las tres se miraron perplejas ante aquel permiso.
—No es necesario —rectificó Nora.
—Adelante —susurró Angy—. Ya que estáis tan interesadas, quiero vuestra opinión.
—Bueno, eso es algo difícil, ¿no te parece? —dijo Vera.
No supo a qué se refería.
—¿Por qué?
—No sabemos nada de él. —Apuró su cerveza—. ¿Tienes una foto o algo así?
Ángela lo pensó durante un minuto. Luego, afirmó con la cabeza.
—Creo que tengo una en el móvil… —Comenzó la rápida búsqueda entre los archivos de su móvil. Segundos después, encontró una vieja foto en la que aparecían Evan y ella en el teatro, al poco de empezar ese proyecto en común—. Aquí está.
Dio la vuelta al móvil para que las tres pudieran verla sin problema. Arquearon las cejas y se miraron las unas a las otras, cosa que Angy no entendió.
Sin avisar, Nora cogió el teléfono y se lo acercó todavía más a los ojos.
—¿Este es Evan? —No acababa de creérselo—. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—¿Decirte qué exactamente?
Le devolvió el móvil con gesto lento.
—Es perfecto para ti. Mírale, estáis tan monos en la foto. Los dos juntos…
—Ya le he visto durante años, Nora. Créeme, no es mi tipo.
—¿Bromeas?
Ángela guardó el móvil de nuevo en su bolso mientras sonreía.
—Para nada. Es un buen hombre, pero sinceramente no me atrae lo más mínimo.
Nora parecía no entenderlo.
—Pues no entiendo por qué.
—A decir verdad, yo tampoco —dijo Vera—. Es el típico hombre maduro, atractivo y con canas. —Suspiró descaradamente—. Me gustan los hombres así…
—Te lo regalo —susurró Angy, todavía sin ser capaz de esconder su sonrisa.
—¿Y nunca ha habido tensión entre vosotros? —quiso saber Cata.
—Al menos por mi parte, no. Dicen que entre un hombre y una mujer no puede haber una amistad, pero eso es algo con lo que no estoy de acuerdo. Yo soy la prueba más evidente.
—¿Y… es cierto eso que dicen que cuándo te enamoras de verdad, lo sabes?
—Vera, tú jamás lograrás enamorarte de nadie —bromeó Nora—. Tú problema es que eres incapaz de estar con uno solo.
—No, en serio —insistió la chica pecosa—. ¿Es algo que se sabe por uno mismo?
Ángela se encogió de hombros.
—A veces ocurre y a veces no —comentó—. A veces crees que no tienes suerte y parece que el mundo va a acabarse de un momento a otro. Otras en cambio, te llega el hombre adecuado y lo sabes sólo en un segundo. Con mirarle a los ojos es suficiente, y entonces descubres que esa es la persona adecuada para ti.
Ese comentario tan profundo las dejó sin aliento. Arrepentida por lo que acababa de decir, Ángela bebió un largo sorbo de su refresco.
—Vaya, que comentario tan… profundo —susurró Cata.
—¿No tienes nada que contarme? —masculló Nora.
—¿Por qué? ¿Por qué he dicho la verdad? Creo tú también sabes de lo que estoy hablando, Nora.
—Sí, pero jamás te he oído hablar de esa forma. A decir verdad, ahora que lo pienso nunca he conocido a ningún novio tuyo.
—Bueno, soy algo reservada para cierto tipo de cosas.
—Oh, cielos. Soy tu hermana. Se supone que las hermanas se cuentan ese tipo de cosas.
—Pero yo no.
—Vamos, Angy. —Sus ojos cristalinos se transformaron en una súplica—. Creo que ahora es el momento apropiado para sincerarte.
Cata y Vera se sumaron a la súplica.
—¡Sí! Por favor…
—No diremos nada, Angy —aseguró Vera—. Necesitamos tus consejos…
A Ángela le divirtió aquello.
—¿Mis consejos? Apenas tengo unos cuantos años más que vosotras. No creo que deba considerarme vieja…
—Ya sabes lo que queremos decir. Seguro que tú tienes más experiencia…
A decir verdad, no. Angy sabía la verdad pero no podía confesarlo allí, delante de tres chicas prácticamente adolescentes; no podía confesar que su vida amorosa se reducía a un único amor.
—No sé qué decir. Es algo simple. Tarde o temprano a todo el mundo le pasa.
—Pero no a nosotras —se quejó Cata, mostrándose algo deprimida.
—Bueno, entonces me reafirmo en mis palabras —dijo Angy—. Cuando llegue el hombre perfecto, lo sabréis. Es algo automático, como una lucecita que se enciende dentro de vuestra mente. Es una reacción en cadena. Cuando ocurre, sucede todo lo demás.
—Eso sólo puede decirlo alguien que está enamorado —aventuró Vera.
—Tienes razón —puntualizó Cata.
Ángela estaba hablando más de la cuenta; lo estaba haciendo pero por una vez no se sentía obligada a callar. Hablar desde una perspectiva en tercera persona y sin pronunciar ningún nombre que pudiese comprometerla, hacía todo más fácil.
—Chicas, yo no soy de hielo. También tengo mi corazoncito.
—Angy —susurró Nora—. No te has tomado ni una cerveza y ya empiezas a hablar de esa forma…
—Perdona, pero siento recordarte que eres tú la que se pasa todo el día hablando así.
Vera y Cata rieron, corroborando las palabras de la hermana de Nora.
—Siento interrumpiros —dijo Vera—, pero me gustaría saber algo acerca de la vida amorosa de Angy.
—¿Qué?
—Creo que es justo que lo sepamos —insistió—. No puedes hacer que nos olvidemos del asunto después de dejarnos con la miel en los labios.
Angy se mordió el labio. A decir verdad, acababa de reaccionar. El resorte de sentido común acababa de saltar dentro de su cabeza. Por desgracia, acababa de meterse en un callejón sin salida.
—Chicas, eso es privado…
—No me vengas con esas —espetó Nora—. Queremos saberlo.
—¿Saber qué? Ni siquiera estáis siendo claras con lo que queréis decir…
—Está bien —aventuró Cata—. Un nombre, un chico. Creo que es justo, ¿no?
—Me parece bien —opinó Nora—. Dinos un nombre y la historia que hay detrás, y creo que por hoy te dejaremos en paz.
La situación acababa de empeorar y bastante. Decir la verdad era como dispararse una bala en la cabeza. Su único chico había sido Dorian y no podía decirlo, a menos que cambiase un poco la historia y por supuesto, el nombre. Era actriz; eso implicaba saber salir airosa de situaciones incómodas como esa.
—Está bien. —No creía que fuera capaz de hacerlo, y sin embargo ya estaba creando en su mente una nueva perspectiva de su vida pasada—. Pero nada de nombres.
—Oh, sí. Claro que sí —bufó su hermana—. No te saltes la primera norma.
—Vale —gruñó—. Pues… No sé, fue hace mucho tiempo. —Se imaginó encima de su querido escenario, preparándose para interpretar un papel crucial—. Se llamaba… Ulises.
—Venga ya —espetó Nora—. Te lo estás inventando.
Ángela la sostuvo la mirada, para que así fuera más creíble.
—Se llamaba así, pero si quieres contar la historia en mi lugar…
—Vale, vale —refunfuñó—. Continúa…
Satisfecha, Ángela volvió a servirse de su imaginación.
—Se llamaba Ulises. Era un gran chico, en todos los sentidos. Tenía todo lo que en ese momento podía necesitar e incluso más. Era atento conmigo; no se parecía en nada a los demás. No sé, una versión mejorada del típico príncipe azul, supongo. —Hizo una pausa—. Comenzamos poco a poco, sin saber si lo nuestro podría llegar a funcionar. Era tímido. —Sonrió—. En esencia, un caballero del siglo pasado. Algo que mis ojos no habían visto jamás.
—¿Cómo era físicamente?
—Bueno, unos rasgos bastantes normales —confirmó Angy—. No sé, ojos grandes y oscuros; piel algo morena y cabello negro y corto. Una considerable altura. Fuerte, enérgico…
—¿Llegasteis a vivir juntos? —quiso saber Cata, totalmente sumida en una nube.
—Sí, desde luego —afirmó Ángela.
Nora soltó un bufido.
—No puedo creer que me esté enterando ahora.
—Bueno —dijo Angy—, habías dicho que este era el momento adecuado.
—Por favor —rogó Vera—, sigue.
Sabiendo que aquellas tres chicas la estaban escuchando con los cinco sentidos, continuó su relato.
—Bien… Ulises y yo teníamos bastante en común. Ambos compartíamos una gran afición por la música, los animales y un millón de cosas más. Me sentía completa cuando estaba con él. No sé, a su lado no me hacía falta nada más. Literalmente, lo tenía todo.
—Oh, qué romántico…
—Sí… —Angy se removió en su silla—. Lo cierto es que creía haber encontrado al amor de mi vida. Suena algo cursi, pero cada mañana que despertábamos uno al lado del otro tenía la sensación de estar feliz, pero feliz de verdad. Una sensación que podría haber revivido hasta la saciedad.
—¿Querías estar con él de forma indefinida? —preguntó Vera.
—Ya lo creo que sí —aseguró Angy—. Siempre he sido bastante insegura para la mayoría de las cosas, pero os aseguro que sabía lo que quería en ese momento de mi vida. Sabía que había encontrado a la persona que se asemejaba a mí en todos los aspectos. —El estómago se revolvía con mariposas del pasado—. Pude comprobar que eso de las almas gemelas es cierto. Os aseguro que yo encontré a la mía.
Nora estaba atónita. Jamás había visto a su hermana de esa forma, tan sincera y cálida contando algo de ese calibre…
—Los meses se esfumaban delante de nosotros… —Sin querer, emitió un largo suspiro cargado de emoción—. Todo era perfecto. Nunca caíamos en la rutina, y por ello nos complementábamos a la perfección. Nada de llamadas a todas horas o una convivencia empalagosa… No, nada de eso. Teníamos nuestro propio espacio y eso era algo que respetábamos siempre.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?
—No lo recuerdo con exactitud —mintió—. Probablemente unos cuantos años…
—¿Y lo dices ahora? —masculló Nora—. Podías haberlo traído a casa.
—Dor… —Se contuvo a tiempo—. Ulises y yo no éramos precisamente la clase de pareja convencional. Con que lo supiéramos nosotros, era suficiente.
El camarero del bar pasó por delante de todas ellas, acaparando las miradas por un breve espacio de tiempo.
—No parecía que lo nuestro tuviera fisuras pero entonces…
—¿Sí?
Por esa vez, iba a decir algo muy cierto.
—Y entonces se acabó.
Sus caras mostraron decepción y sorpresa al mismo tiempo.
—Hay algo que no entiendo —comentó Vera, con cara de concentración—. Si tan bien estabais el uno con el otro, ¿qué fue lo que no funcionó?
En cierto sentido, Ángela había estado temiendo esa pregunta. Era lógico, sobre todo después de esa confesión sacada de un cuento de hadas.
—Siendo sincera, no lo sé.
—Eso no puede ser verdad —dijo Nora—. No me lo creo. Si una relación es tan perfecta, algo tiene que ocurrir para que se rompa. ¿Qué fue lo que pasó?
—Quizás tuviera miedo al compromiso…
—¿Miedo al compromiso? —Nora arqueó las cejas—. ¿No se supone que vivíais juntos? ¿Qué puede haber más comprometido que eso?
—No es lo que crees —susurró Angy.
—¿Entonces? No lo entiendo. Si tanto le querías no deberías haberle dejado escapar.
—En realidad, fui yo la que se escapó —confesó, hecha un mar de dudas—. Literalmente…
—¿Te fuiste? —preguntó Vera—. ¿Le abandonaste?
Sin emitir ningún sonido a través de su garganta, Angy lo confirmó.
—¿Pero por qué?
—Ya os lo he dicho… —Bajó la mirada, arrepentida—. De repente, un día tuve miedo. La inseguridad me invadió y no podía dejar de lado mi trabajo…
Nora abrió la boca, en un gesto de súbita sorpresa.
—No me digas que rompiste con él por culpa del teatro.
—En cierta forma, sí —contestó Ángela.
—¿Dejaste escapar al amor de tu vida por tu trabajo?
—Nora, sabes de sobra que mi trabajo es lo que más quiero en este mundo.
—Lo sé, pero el amor no puede compararse a nada. Creo que por una vez debiste pensar con los sentimientos y no con la cabeza.
—¿No te arrepientes? —preguntó Cata.
Ángela no contestó a esa última pregunta. Estaba más concentrada en intentar disimular las lágrimas que amenazaban por acabar apareciendo en sus verdes ojos.
—Escuchad, la vida de una actriz de teatro es algo complicada —alegó—. Da muchas alegrías, pero también implica cierto sacrificio. Mi mayor deseo era triunfar, darme a conocer; actuar en miles de escenarios diferentes. Aún no sé cómo, pero finalmente lo logré, pero a cambio tuve que pagar un precio muy alto. —Se mordió el labio—. Era evidente que siempre iba a estar viajando la mayor parte del tiempo y aunque quizás al principio no fuera demasiado consciente, sabía que al final acabaría por romperse todo lo que hasta ese momento consideraba imprescindible. Jamás hubiera podido soportar la distancia entre los dos…
—¿Y por eso decidiste dejarle? ¿Sin ni siquiera intentarlo? Pero él te quería…
—Pero no así —espetó Angy—. No de esa manera.
—Eso tú no lo sabes, Angy —protestó su hermana—. Si de verdad sentía algo fuerte por ti, seguro que hubiera esperado todo lo necesario para volver a verte.
—Puede que al principio sí, pero más adelante hubiéramos acabado aún peor, haciéndonos daño… Las relaciones a distancia no funcionan. La gente cree que sí, pero es un engaño más. De nada sirve seguir conectada mentalmente a esa persona que quieres si no puedes verla o si no puedes tocarla. Los sentimientos dejarían de tener sentido porque al final sólo serían palabras vacías a través del teléfono o de cartas leídas una y otra vez. Sé que él no habría soportado los celos, de la misma manera que yo tampoco habría soportado sentirme cada vez más lejos de él, convirtiéndonos en dos completos desconocidos después de haber pasado tanto juntos. Por eso decidí cortar antes de intentarlo. Suena egoísta y también sé que puede parecer una locura, pero si el tiempo y la distancia me lo iban a arrebatar de todos modos, quería hacerlo por mí misma, tomar la decisión cuando estuviese preparada.
—¿Y cuándo se supone que se está preparado para hacer algo así?
Ángela negó con la cabeza, incapaz de contestar a eso.
—Entonces, le dejaste tú para evitar sufrir…
—Sí, pero eso no fue un gran consuelo. Hasta la fecha, es lo más duro que he tenido que hacer en toda mi vida.
El ánimo de la conversación había caído en picado. Las risas ya no tenían cabida y ahora era la decepción y un mal sentir los que reinaban en el ambiente.
—¿Has vuelto a saber algo de él? —preguntó Vera en un suspiro.
Una puñalada en el corazón. Otra más, una detrás de otra.
—No, me temo que no. Hace años que perdimos el contacto.
—Qué pena —gruñó Cata.
Nora comenzó a acariciarse el pelo, con el rostro pensativo y seguramente con ganas de resolver las dudas que invadían su joven e inexperta mente. Vera tenía la mirada perdida, como si intentase imaginar todo lo que había estado escuchando, mientras que Cata se esforzaba por aparentar serenidad.
—Vaya…
El suspiro de Cata provocó que Angy la mirase. Sus ojos se clavaron en los de la pelirroja y no pudo contenerse.
—¿Qué?
—Oh, nada…
—Venga, ¿qué? —insistió Angy, presa de la incertidumbre—. ¿Qué pasa?
Como si Vera hubiese percibido la indecisión de su amiga, se adelantó, expresando en voz alta lo que pensaban todas.
—Bueno, por tu expresión, cualquiera diría que sigues enamorada de él.
Eso sí que no se lo esperaba. Fue como un puñetazo directo al estómago, como una jarra de agua fría, como mil alfileres clavándose simultáneamente en la piel…
—Queríais que os lo contara —susurró Ángela—. Ya lo he hecho. Lo que no podéis esperar es que os cuente todo esto sin volver a sentir cierto… cosquilleo. Es imposible que me exprese con palabras pero que no lo haga con mi cuerpo. Soy de carne y hueso…
Ya está. Lo acababa de hacer y aún no sabía cómo. No era exactamente de la misma forma que había planeado pero, de una manera o de otra, lo cierto es que acababa de sincerarse consigo misma después de tanto tiempo. Se había atrevido a contar sus emociones más profundas y enterradas entre los retazos de todas esas pinceladas vocales. Había sido capaz de enfrentarse a su pasado aunque no hubiera pronunciado ni una vez el nombre de esa persona que nunca había dejado de ser irreemplazable.
Nora carraspeó un par de veces y se estiró en la silla.
—Bueno, creo que ya es suficiente por hoy —aseguró—. No más historias románticas.
—Nora, te aseguro que estoy bien —dijo Angy—. Está superado…
—Aun así, creo que ya deberíamos irnos.
Era verdad. Entre una cosa y otra, el tiempo se había esfumado justo delante de ellas, por eso minutos después de aquello salieron del bar. Se metieron en el coche y recorrieron la ciudad. Nora quería asegurarse de que sus dos mejores amigas regresaban a casa sin ningún problema, a pesar de saber que el sol brillaba en lo más alto del cielo.
—Un momento —dijo Angy, como si hubiera caído en la cuenta en ese preciso instante—. Yo ya tengo mi vestido pero… ¿y vosotras?
Cata y Vera rieron disimuladamente.
—Oh, en realidad hace ya tiempo que están en nuestro poder —admitió Vera.
Ángela asintió de buena gana. Parecía que las amigas de Nora se lo tomaban muy en serio.
—¿De qué color?
—Tienen un tono anarajando —puntualizó Nora—. Son perfectos.
—¿Por qué ese color? —quiso saber Ángela—. Siempre has preferido otros colores todavía más alegres.
Nora se cruzó de brazos mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde.
—Lo sé, pero quería que hiciesen juego con la arena.
—Vaya —soltó—, veo que piensas en todo.
—Es mi boda, Angy. ¿Qué esperabas?
Después de unas cuantas calles y cruces más, Nora pisó el freno y redujo la velocidad. Cuando el coche estuvo parado, Vera y Cata se dispusieron a bajar, no sin antes despedirse.
—Gracias por traernos, Nora —dijo Vera.
—De nada, chicas.
—¿Sabes? Creo que Angy podría acompañarnos más veces…
—Sí —confirmó alegremente Cata—. Tu hermana es muy enrollada. Tienes que traértela más a menudo.
Ángela estaba sin palabras. Al parecer, lo había hecho todo bien y acababa de ser aceptada entre ellas.
—¿Tú qué dices, Angy? —susurró Nora.
—Por mí, no hay ningún problema.
Cuando se quedaron solas en el vehículo, Ángela sonrió con gran alivio.
—Tenías razón —admitió—. Son encantadoras.
Nora sonrió con ganas.
—¿Lo dices en serio?
—Sí, me temo que estaba totalmente equivocadas con ellas. Me alegro de haberlas conocido.
—Genial. ¿Lo ves? Hacerte querer no es tan difícil, ¿a que no?


Las dos hermanas estaban tranquilamente dando un paseo por la playa de la isla, mientras se imaginaban cómo sería la boda justo en ese mismo lugar, dándole a todo un punto de magia y recuerdos que serían prácticamente inolvidables. La temperatura era perfecta, y el silencio las acompañaba de la mano continuamente, hasta que Nora decidió tomarse un descanso y se sentó sobre la arena. De buena gana, su hermana la imitó. El aire corría con ritmo y la vista era tan magnética, que no tenían prisa por volver a casa.
—Nora, ¿va todo bien? —Angy no había podido evitar la tentación de hacer esa pregunta porque la cara de su hermana había adquirido un tono algo diferente, como si los pensamientos que tatuaban su mente fueran bastante impulsivos.
—Sí —contestó firmemente—. ¿Por qué?
Angy endureció su mirada.
—No dices nada.
—Ya, eso es porque estoy pensativa.
—Eso ya lo veo…
Nora cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, dejando que el aire balancease su cabello dorado.
Angy estaba de buen humor, y no quería que su hermana se guardara lo que llevaba dentro, en especial cuando ella ya había confesado algo muy importante. Ahora, le tocaba a Nora.
—Te aseguro que no vamos a volver a casa hasta que te confieses —dijo, medio en broma, medio en serio—. ¿Qué ocurre?
—Nada...
—Vamos, dímelo.
Nora abrió los ojos y recogió las piernas, rodeándolas con sus brazos. Fijó la vista en el mar que se desplegaba no muy lejos.
—Verás, te va a parecer una tontería, pero cuando nos has contado a las chicas y a mí tu historia con ese tal Ulises...
—¿Sí?
—Pues... No sé, por un momento ha sido como si estuvieras hablando de Dorian.
La sacudida en su pecho fue tan fuerte que Ángela podría haber caído de espaldas. En ningún momento había pensado nada parecido, segura de su acierto; sus palabras habían sido capaces de esconder el secreto.
—¿Por qué? —se atrevió a preguntar.
—No lo sé. Seguramente habrá sido tu forma de hablar, la forma en la que te expresabas… —Sonrió como una niña pequeña—. Lo siento. Creo que esto de estar comprometida me está afectando más de lo que creía. Ese era tu momento de gloria y me temo que soy incapaz de dejar de pensar en mí misma por un segundo.
Aliviada por la sonrisa que veía en los labios de Nora, Angy volvió a respirar.
—Bueno, yo no lo llamaría precisamente mi momento de gloria. Más bien, creo que ha sido un momento de reflexión.
—Mira —se apresuró a decir—, ahora que lo pienso más detenidamente, creo que te debo una disculpa.
—¿Por qué?
—Nos has contado algo que yo jamás hubiera podido imaginar. Te has abierto delante de dos personas que acabas de conocer y eso requiere mucho valor.
—No es para tanto —dijo Ángela.
—Yo creo que sí —insistió—. Tenías que haberte visto, Angy. Tu cara era… una explosión de… emociones.
—Nora, soy actriz. Teniendo en cuenta eso, creo que no ha resultado tan difícil…
—Pero eras tú la que hablaba, no una actriz. Ha sido muy emotivo, algo directo… Si te soy sincera, aún sigo bastante sorprendida.
—¿Por mis dotes como narradora? —bromeó.
Nora esbozó una sonrisa algo más cautelosa, como si planease decir algo con un contenido relevante.
—Si me lo hubieras contado en su día, te aseguro que habría hecho todo lo posible por ayudarte.
Ángela sintió una punzada. Se sentía fatal por tener a su hermana justo delante y no ser capaz de contarle la verdad, no al menos como merecía ser contada, sin mentiras de por medio.
—Sé que hay cosas en la vida que deben contarse, pero he crecido con la idea de que hay que saber guardar bajo llave aquello que se considera más importante.
—Pero soy tu hermana, Angy. No tenías por qué pasar por ese mal trago tú sola.
—Te equivocas. Eso era exactamente lo que tenía que hacer. Comprometeros a ti o a papá y mamá hubiera sido un error, al menos desde mi punto de vista.
En ese momento un par de gaviotas pasaron volando justo por encima de sus cabezas, revoloteando y emitiendo graciosos sonidos a través de sus grandes picos.
—¿Por qué nunca me dijiste nada? Bueno, a todos… Es algo normal. Cuando alguien sale con una persona y la relación se vuelve estable, lo normal es presentarlo a la familia, supongo…
—Pero yo no soy normal, hermanita. —La blanca sonrisa de Ángela hacía juego con la espuma del mar—. Siempre he tenido la costumbre de ser discreta para todo.
—¿Y él? ¿Y Ulises? ¿Era igual de reservado que tú?
—Sí, supongo que sí. Cada uno tenía lo suyo…
—Pues no sé cómo pudiste mantenerte callada todo ese tiempo —refunfuñó—. Si hubiera sido algo menos importante, como un simple ligue, lo habría entendido, pero tratándose de algo más serio, yo hubiera sido incapaz…
—Oye, mocosa —dijo Angy en un tono cariñoso—. No creo que seas la más indicada para criticar. Al parecer, eso de mantener en secreto una relación está en nuestros genes. —Arrugó la nariz—. Tú tampoco nos dijiste nada de Dorian. Nos enteramos de su existencia al mismo tiempo que supimos que os casabais.
Nora emitió una carcajada cuyo eco se perdió en la distancia. Al parecer, había recuperado su buen humor.
—Espero poder hacerte cambiar de idea —comentó la joven rubia.
—¿A qué te refieres?
Nora se puso en pie y tendió la mano a su hermana para que se levantara.
—Si algún día llegas a conocer al hombre de tus sueños, quiero ser la primera en saberlo.


21


Los últimos días habían acabado por deshacerse delante de sus verdes ojos. Los nervios parecían volverse una persona de carne y hueso. Se habían convertido en su propia sombra y empezaba a aceptar que no se iban a ir a ninguna parte.
Ángela se había despertado temprano para ir a recoger a Evan al aeropuerto. Ya que finalmente iba a ser su acompañante en la boda de su hermana, debía agradecérselo mostrándose encantada de convertirse en su apéndice durante la mañana antes del gran día.
Estaba a punto de arrancar el coche cuando Nora se materializó justo delante, con cara de súplica.
Angy bajó la ventanilla y carraspeó.
—Por última vez, Nora —dijo—. He dicho que no.
Su hermana se cruzó de brazos y se inclinó hacia delante, apoyándose en la ventanilla del conductor.
—¿Estás segura? —insistió—. ¿De verdad no quieres que te acompañe?
Antes de contestar, Ángela hizo un amago de pisar el acelerador.
—No creo que sea una buena idea. Estarías todo el tiempo suplicándole que saliese conmigo.
—Eso no es cierto —gruñó—. Sólo insistiría de vez en cuando…
—Bueno, de todos modos. Tengo que hablar con él. Creo que serás capaz de aguantar sin verle por hoy. A fin de cuentas, mañana estará presente, así todo el mundo podréis acosarle sin piedad. Además, hoy es tu último día como mujer soltera. Debes prepararte para tu gran noche —bromeó—. Seguro que tus amigas te han preparado una gran despedida de soltera.
—Está bien, pero no creas que vas a librarte, hermanita. —Un gesto de victoria surcó su blanquecino rostro—. Tú también irás. Seguro que lo pasamos en grande.
Dudando del entusiasmo de Nora, Ángela se puso en camino para llegar a su destino.
El día apuntaba buenas maneras: un cielo despejado de nubes y un sol despuntando con fuerzas.
Cuando le vio aparecer a lo lejos, sonrió. Al parecer, no verle tan de seguido era algo a lo que no acababa de acostumbrarse.
—Desde luego, no dejas de sorprenderme —comentó Ángela—. ¿Desde cuándo te vistes de etiqueta?
En efecto, su amigo Evan vestía de manera intachable, con un traje beige, camisa blanca, corbata naranja y zapatos marrones. No era habitual verle vestido de esa guisa.
—¿Qué? ¿Acaso no tengo derecho a ponerme guapo?
—Desde luego que sí, pero deberías avisar con algo de antelación.


Después de dar tumbos de un lado para otro, tratando temas de todo tipo, sobre todo en lo referente al teatro, se tomaron un respiro y entraron en una cafetería. Angy empezaba a creer que el consumo tan frecuente de cafeína terminaría por dejarla absorta.
—¿Qué tal el viaje?
—Bien, sin ningún problema —contestó Evan.
—¿Les has dicho a los chicos el motivo…?
Evan levantó una mano para pedir silencio.
—No ha sido necesario. Me han dado permiso. —Sonrió—. Suponían que ahora era yo quien debía cuidarte a ti. Tú siempre lo estás haciendo con todos nosotros…
El café que sostenía Angy en las manos estaba bastante caliente, desprendiendo un aroma muy cargado pero delicioso. Bebía a sorbos lentos; no quería quemarse la lengua y estar maldiciendo por ello.
—¿Cuándo estará listo? —quiso saber ella.
—¿El qué?
Quizás no debería haberlo preguntado, pero acababa de hacerlo.
—La nueva obra —puntualizó Angy—. ¿Cuándo estará lista para empezar?
Evan se mostró precavido.
—¿Al final vas a hacerlo?
—Ya te dije que sí. No quiero desanimar a los chicos. Si tan genial creen que soy, no puedo decir que no. Debo dar ejemplo, supongo.
—Pues, como ya te dije yo, no es necesario que lo hagas. Podemos buscarte una sustituta o si lo prefieres, cambiar de nuevo la trama.
Eso era lo que más deseaba ella, pero no quería hacerlo a costa de la decepción de sus compañeros de escenario.
—Lo haré —pronunció—. Sólo necesito un poco más de tiempo para prepararme. Con todo esto de la boda, no tengo demasiado tiempo para ensayar…
—A ti no te hace falta, Angy. Tienes la increíble capacidad de meterte dentro de un personaje en cuestión de horas. Créeme, esta vez no será diferente.
No quería debatir durante más tiempo, por eso asintió obedientemente aunque por dentro opinase justo lo contrario.
—Bueno, cambiando de tema… —Evan bebió un poco de su taza—. He de admitir que estoy un poco nervioso por la boda. No recuerdo cuando fue la última vez que asistí a una.
Ángela relajó la expresión de su cara, al igual que la presión de sus nudillos sobre su taza.
—Oh, siento decirte que no pasarás en absoluto desapercibido.
Evan guardó silencio, tratando de encontrar el significado a las palabras de su amiga.
—¿Cómo se supone que debo interpretar eso?
Ángela soltó una risita en voz baja. Le gustaba despejarse la cabeza aunque fuera durante un rato.
—Lamentándolo muchísimo, te has convertido en todo un ídolo de masas. Para ser exactos, en un ídolo de unas maduras adolescentes.
—Angy. —Frunció el ceño, acompañado de una tibia sonrisa—. ¿De qué estás hablando?
Ángela no esperó ni un minuto más para sacar su móvil y buscar la susodicha foto que había acabado por convertirse en el centro de todas las miradas.
—¿Recuerdas esta foto? —dijo, al tiempo que se la mostraba.
—Claro. Pero no es precisamente actual…
—Eso no tiene nada que ver, Evan. Para tu información, sigues estando igual de atractivo e interesante.
Evan desvió la mirada y soltó una risotada.
—Si tú lo dices…
Ángela negó efusivamente con la cabeza, sin dejar de mostrar una gran sonrisa.
—No lo digo yo, si no las amigas de mi hermana.
—¿Les enseñaste la foto?
—¿Qué otra cosa podía hacer? Querían saber cómo era el tipo de hombre con el que trabajo.
Comentando el atractivo de su amigo, que al parecer mejoraba con los años, haciendo un paralelismo con el vino, a Angy le vino a la cabeza un asunto en particular.
—Oh, a propósito —carraspeó—. He olvidado decirte algo.
—¿Sobre qué?
—La boda.
Evan se puso pensativo durante un momento hasta que se rindió. Por su expresión, no se le había ocurrido nada interesante.
—¿Se cancela? —bromeó.
—Créeme, esa no sería una mala idea, pero la cuestión es otra. —Angy se tomó unos segundos para preparar la respuesta en su mente—. Verás hay un cambio en el horario…
—¿Se retrasa?
—Bueno, yo diría que más bien se adelanta. —No esperó más tiempo a contarlo, ni siquiera a que su amigo dejara de beber su café—. En realidad, la boda va a ser al alba. Justo cuando amanezca…
Evan estuvo a punto de atragantarse. Tosió con fuerza mientras se limpiaba las gotitas del líquido caliente que habían salido disparadas de su boca. Se dio cuenta que se había manchado ligeramente la corbata. Maldijo por lo bajo.
—Genial, mi corbata favorita…
Como no había dicho nada, Angy insistió para sonsacarle su opinión.
—¿Y… qué te parece?
Evan le devolvió la mirada, todavía algo confundido por la idea. Se encogió de hombros y se recostó en su asiento, acariciándose la barbilla. No parecía demasiado molesto, pero sí muy desconcertado.
—Bueno, no es mi boda. No puedo poner las normas.
—¿Te descoloca?
—¿Descolocarme? —Torció el labio superior—. No, en absoluto. He asistido a cantidad de bodas y todo tipo de eventos que se celebran justo antes de que salga el sol. No te preocupes, estoy acostumbrado.
Su sentido del humor era una buena señal. La sonrisa que se dibujó en su cara justo después, hizo el resto.
—Después de saberlo, ¿aún quieres acompañarme?
—Desde luego. No soportaría haberte dejado sola en medio de toda esa gente ávida de sentimientos.
—Por cierto, ahora soy yo quien tiene una pregunta. —Se rascó la nariz—. ¿En qué hotel voy a quedarme? —se interesó.
Angy esperó ver en los ojos de su acompañante un brillo burlón, pero no.
—¿No has hecho la reserva?
Evan se llevó las manos a la nuca, al mismo tiempo que fingía incredulidad.
—Bueno, he estado algo ocupado…
—Vale, te ayudaré. Conozco uno no muy lejos de aquí que seguramente tendrá habitaciones disponibles.
—Oh, eres un encanto.
—Ya… —Puso los ojos en blanco—. Me lo dicen muy a menudo…
Después de pedirle al camarero la cuenta y dejar una buena propina, se dirigieron al otro extremo de la calle, dando por un par de vueltas.
—¿Vas a acompañarme hasta el hotel? —preguntó Evan.
—Sí, me temo que no hay más remedio —bromeó ella—. No podría soportar tener cargo de conciencia si decidieras perderte por la ciudad…


La fachada del hotel auguraba una buena elección. Todo estaba en orden y limpio. Atravesaron las puertas giratorias de cristal y se dirigieron directamente al mostrador de mármol negro que se erigía no muy lejos de la entrada.
—Buenos días —saludó cortésmente Evan—. Verá, me ha resultado imposible hacer una reserva por teléfono y sintiéndolo mucho no me ha quedado más remedio que probar suerte. —Carraspeó—. Me gustaría saber si les queda alguna habitación disponible para pasar la noche aquí…
El joven encargado bajó la mirada en una décima de segundo, como si estuviera entrenado para hacerlo en el menor tiempo posible.
—Oh, sí. Por supuesto señor. —Consultó en el ordenador—. Por suerte, hoy no es uno de los grandes días. Hay habitaciones libres en todas las plantas. De todo tipo, señor. Puedo recomendarles la suite, aunque si quiere, pueden quedarse en una habitación más asequible. —Sonrió espontáneamente—. ¿Quieren una cama de matrimonio?
Evan arqueó las cejas.
—Perdón, ¿cómo dice?
El joven desvió la mirada hacia Angy.
—Su mujer —dijo—. ¿Quieren una cama de matrimonio o prefieren camas separadas?
Ángela estuvo a punto de echarse a reír. En lugar de hacerlo, se dio momentáneamente la vuelta y ahogó la risa dentro de su garganta.
—No será necesario —aclaró Evan—. La habitación es sólo para mí.
Percatándose del error que acababa de cometer, el joven tecleó nerviosamente en el ordenador que había detrás del mostrador.
—Habitación 109. —Le tendió la tarjeta magnética que servía como llave de la habitación—. Espero que pasen… que pase un buen día.
Evan se guardó la tarjeta en la cartera y dirigió sus pasos al ascensor, seguido de Ángela. Evan entró sin pensárselo pero tuvo que evitar que las puertas se cerraran automáticamente extendiendo uno de los brazos. Angy no había entrado.
—Oh, maldita sea… Lo siento. Lo había olvidado…
Angy quiso quitarle importancia.
—No es necesario que te disculpes. El problema es mío, no tuyo.
Evan salió del ascensor y pidió disculpas a través de su compungido rostro.
—Perdóname, yo… Bueno, a veces olvido tu pequeña fobia…
—¿Pequeña? Me temo que te quedas corto.
—De acuerdo. Vamos por las escaleras entonces.
Ángela le puso una mano en el pecho a su amigo para impedir que lo hiciera.
—De ninguna manera. —Torció el gesto—. ¿Vas a subir una infinidad de escalones sólo porque yo sea incapaz de meterme dentro de un ascensor?
—Te aseguro que no es ninguna molestia.
—Puede que para ti no, pero sí para mí. —Con un suave empujón, le metió de nuevo en el cubículo de acero y cables—. Sube. Espérame cuando llegues.
Ángela dio media vuelta y se aproximó hasta las escaleras doradas que estaban situadas justo en la otra dirección. Iba a darse un buen atracón de escalones, pero era algo que prefería a toda costa, antes que tener que encerrarse en un sitio tan reducido. Subió rápidamente en un principio, pero redujo la velocidad a medida que sentía un ligero calentamiento en sus gemelos. Se decía así misma que parecía una vieja algo prematura.
La puerta de la habitación 109 estaba abierta, indicando que su ocupante habría llegado hace bastante tiempo en comparación con Angy. Entró y se quedó bastante impresionada. Todo era bastante lujoso, con un tono muy luminoso alumbrando las paredes, con un gracioso cesto de frutas en la mesita de entrada, dando la bienvenida.
Ángela se acercó cautelosa. Sin pensarlo demasiado, y creyendo que en cierta forma se lo había merecido, cogió una apetitosa manzana roja que se encontraba en el cesto de mimbre. La saboreó con parsimonia hasta que un ruido extraño la sorprendió.
—Vaya, creo que no pierdes el tiempo —dijo Evan—. Ahora entiendo por qué dicen que la confianza da asco.
Angy se encogió de hombros mientras tragaba el trozo de manzana que estaba aún dentro de su boca.
—Deberías agradecérmelo. Vas a quedarte menos de un día y no quiero que toda esta fruta se desperdicie…
El móvil de Evan comenzó a sonar en ese instante.
—Un minuto —dijo, alejándose de ella y entrando en el dormitorio—. En seguida estoy contigo.
Angy asintió y se terminó de comer la manzana con grandes bocados. Cuando terminó, decidió husmear un poco, para contentar su repentina curiosidad.
No podía decirse nada malo de esa habitación. No tenía ni idea de cómo serían las demás, pero desde luego esa en particular emanaba una agradable sensación comodidad.
Después de diez minutos dando vueltas por todos y cada uno de los rincones, Angy calló en la cuenta de que todo estaba muy silencioso. Por lo visto, Evan ya había dejado de hablar por teléfono, pero no había vuelto a aparecer. Sorprendida, Ángela se dirigió a la puerta del fondo, la que correspondía con el dormitorio.
Al entrar, hubiera podido jurar que estaba viendo a un niño metido dentro del cuerpo de un hombre.
—Evan, ¿se puede saber qué estás haciendo?
Como si hubiera vuelto a su niñez, Evan estaba dando saltos encima de la cama, dando botes cada dos segundos. Al verse sorprendido, cesó en su juego infantil.
—¿Por qué no te unes a la fiesta?
—Creo que ya soy demasiado mayor para esas cosas. Y siento recordarte que tú también lo eres.
Evan se dejó caer en la cama, con los brazos y las pierna extendidas, probablemente imaginándose en la nieve, dibujando un ángel con su cuerpo.
—Por desgracia no podré saber del todo bien lo cómoda que es esta cama —se quejó.
—¿Por qué?
—La gran boda de tu hermana, ¿recuerdas?
Angy asintió en silencio.
—Aún estás a tiempo de arrepentirte…
—Yo no he dicho eso. —Evan se incorporó parcialmente—. Además, me muero por ver sus caras. Despertarás una gran envidia al llegar acompañada de semejante galán…
A Ángela le encantaban las bromas de su amigo. Era su punto fuerte, y desde luego sabía aprovecharlo al máximo.
—Querrás decir que tú serás el envidiado, ¿no? —Se señaló así misma, desde la cabeza hasta los pies—. ¿Acaso has visto una madrina tan irresistible como ésta?
Sus carcajadas resonaron en las paredes. Luego, el silencio se divisó a lo lejos, pero no por mucho tiempo. Evan entrecerró los ojos y se relamió los labios, en un intento por conseguir la atención de su amiga. Angy le devolvió la mirada. Un brillo pícaro en sus ojos.
—¿Qué?
Evan deslizó la mano por las blancas sábanas que cubrían la cama.
—Aunque no es una cama de matrimonio, tienes que admitir que es bastante grande…
Angy soltó una risotada antes de dirigirse a la puerta y marcharse.
—Ni en sueños.
—¿Qué? —pronunció inocentemente Evan—. No he dicho nada. Además, según el recepcionista, tú y yo hacemos buena pareja.
—Apuesto a que sí, pero dudo mucho que pudieras seguir mi ritmo.
22


Nunca le habían gustado las fiestas y esa no iba a ser la excepción; tampoco había estado en una despedida de soltera y no tenía más remedio que acudir. La novia era su propia hermana y, puesto que ya había provocado suficientes conflictos entre ellas, debía hacer todo lo posible para que aquella noche no se convirtiera en una nueva oportunidad para estropear las cosas.
Tal y como habían acordado, todas las amigas de Nora se reunieron antes, para repasar el plan; no querían que nada saliera mal.
—¿Qué se supone que debo hacer yo? —preguntó Angy, dirigiendo su tono lastimero a Cata.
—Por suerte, nada. Preocúpate por disfrutar.
Eso era algo un poco difícil, ya que se encontraban metidas dentro de un coche, en la isla, esperando a que Nora apareciese en cualquier momento.
—¿A quién se le ha ocurrido esta genial idea?
—A todas —contestó Vera.
Angy emitió un inaudible gruñido a modo de aceptación. De buena gana se habría largado, pero su mente emitía siempre el mismo mensaje de no abandonar su situación actual, en el asiento de atrás del coche de la pecosa. Además de estar ellas tres, los otros dos asientos restantes de la parte de atrás del vehículo estaban ocupados por otras dos chicas más, compañeras de trabajo de Nora, Ana y Violeta.
—¿Qué se supone que vamos a hacer cuándo llegue? —insistió Angela.
—La escoltaremos —dijo Cata, aguantándose una risita.
—¿Escoltarla? —Angy no entendía absolutamente nada—. ¿Por eso ha venido ese otro coche? ¿Van a meterla adentro, así sin más?
Todas asintieron en una perfecta sincronización.
—Es parte del juego —indicó Ana—. No sabe que estamos aquí, por eso será más divertido. No le daremos ni un segundo. En cuanto aparezca, daremos la voz de alarma y las otras chicas del coche que tenemos justo detrás saldrán a buscarla.
—Ya entiendo —mintió Angy—. Una especie de secuestro consentido, ¿no?
—Sí, algo así —confirmó Vera.
Ángela no dejaba de hablar para sus adentros. Era incomprensible que hubiera aceptado estar involucrada en algo como eso, pero por suerte, cada segundo que pasara, menos tiempo quedaría para la auténtica puesta en escena.
—Chicas, ya veo su coche —susurró Cata.
—No hace falta que hables en voz baja —se burló Vera—. No puede oírte.
En ese momento Ana cogió su teléfono móvil y se puso en contacto con el otro coche. La escena parecía sacada de una película de acción de bajo presupuesto.
—No la perdáis de vista. Hay que actuar con rapidez.
En efecto, todo ocurrió literalmente en un abrir y cerrar de ojos. En cuanto Nora se bajó de su vehículo, el coche encargado de llevar a cabo la misión recorrió esos pocos metros que había de por medio y a Nora no le quedó más opción. Tres chicas la levantaron literalmente por los aires y la introdujeron en la parte de atrás.
—Vale —dijo Vera—, nos toca.
Arrancó el motor y rápidamente se posicionó detrás del otro coche.
Todavía más insegura y desconcertada que minutos antes, Angy se esforzaba por no exteriorizar lo que llevaba dentro de su pensamiento.
—¿Y ahora? ¿Adónde vamos?
Ana encendió su ipod para la música y el sonido fue casi ensordecedor.
—A nuestro propio palacio privado.


En realidad, decir que se trataba de un palacio era exagerar de manera descomunal. Lo que Ana había querido decir era otra cosa, pero había preferido adornarlo con esa incomprensible ilusión.
Habían reservado un local de proporciones más que considerables para ellas solas, en el centro de la ciudad. Desde luego, habían pensado en todo, porque a Angy no se lo ocurrió ninguna pega. A decir verdad, todo resultaba en cierta forma atractivo, con todo tipo de detalles: luces de infinidad de colores, globos sugerentes, un escenario en la parte más alejada de la entrada, confeti, música de fondo, y lo más curioso de todo: una tarta de dimensiones desproporcionadas situada en el centro mismo de todo el recinto.
—Vale —dijo Nora, atónita por lo que veía—. ¿Qué es lo primero que me toca?
Vera y Violeta la vendaron los ojos en un segundo, asegurándose de que no podía ver nada.
—Para empezar —comentó Violeta—, hemos preparado algo de picoteo. Sabemos que tener el estómago lleno te ayudará a aguantar mejor lo que te espera.
—¿Puedo fiarme de vosotras?
Las risas se escucharon de fondo como única respuesta.
—Bueno, ya es demasiado tarde para arrepentirse.
La llevaron a un lateral de la gran sala, donde había dispuestos varios sofás de color rojo fuego, y una mesita con diferentes bandejas de platas cubiertas, sin desvelar su contenido.
—Debes guiarte a través de tu gusto —susurró Vera—. ¿Crees que serás capaz?
—¿Y si no qué? —retó Nora.
—Bueno en ese caso, algún chico malo tendrá que castigarte.
Todas guardaron silencio.
—Vale, este es el primer plato —dijo la pecosa, al mismo tiempo que levantaba la tapa plateada y dejaba al descubierto un plato lleno de ostras—. Agudiza todos tus sentidos.
Angy no sabía muy bien cómo tomarse ese primer juego. No creía que eso fuera demasiado normal, pero prefirió mantenerse en silencio y observar la cara de confusión que muy pronto pondría su hermana.
En cuanto Nora comió de ese primer plato, su expresión se modificó considerablemente.
—¿Y bien? ¿Cuál es tu respuesta?
—Oh, Dios… —Nora no dejaba de mover los labios—. ¿Qué es?
—Eso mismo queremos que nos digas. La que juega eres tú. —Ana se acercó a su oído—. Te daré una pequeña pista: es algo afrodisíaco.
—Pues… —Nora parecía tener la mente en blanco—. No lo sé…
—¿Cómo que no lo sabes? No puede haber algo tan sencillo…
Nora quiso volver a probar. Por fortuna, eso fue lo que la ayudó a identificar ese característico manjar.
—Vale, creo que ya lo tengo. —Se pasó los dedos por los labios—. ¿Ostras, tal vez?
Su acierto provocó una oleada de vítores y aplausos que resonaron por todas partes.
—¡Genial! —exclamó Vera—. Ahora, probemos con algo de bebida.
Intentando no hacer demasiado ruido para evitar dar pistas, las chicas sacaron con cuidado una fría botella de champán de un cubo lleno hasta los topes de hielo. Vertieron el dorado líquido en una finísima copa y se la entregaron en mano.
—Creo que este segundo reto no te resultará complicado.
Sin esperar, Nora se llevó con cuidado la copa hasta la boca, pero antes de beber, se la llevó a la nariz, para ver si su olfato podía ayudarla.
—Relájate —dijo Violeta—, no vamos a envenenarte.
Con la sonrisa en los labios, la rubia probó de buena gana la copa. Identificándolo al momento, apuró hasta la última gota.
—¿Podéis servirme más?
—¿Más de qué? —preguntaron todas a la vez.
—Oh, chicas… —Nora fingió inocencia—. Ya sabéis que adoro el champán.
Otra vez los mismos aplausos y el mismo nivel de ovaciones. Al parecer, eso les resultaba gratamente divertido y entretenido.
Después de alguna que otra risotada más, y del baile improvisado de alguna de las chicas presentes, Vera se dispuso de nuevo a seguir con el procedimiento.
—Bien, por último, tenemos algo muy especial para ti. Un delicioso postre.
Levantaron la última tapa y pudieron ver un cuenco negro lleno de apetitosas fresas cubiertas de una fina capa de chocolate y nata, lo que provocó varios comentarios dispersos en el aire. La boca se les hacía agua.
Ana cogió una de las fresas y se aseguró de que estuviera bien cubierta antes de ofrecérsela a Nora.
La rubia masticó con calma y empezó a mover la cabeza en un gesto afirmativo, indicando que ese último manjar le parecía bastante adecuado y delicioso. Sin embargo, se tomó su tiempo para dar una respuesta final.
—¿Aún no lo has adivinado o es que estás aprovechando para comer todo lo que puedas?
Antes de contestar, Nora tragó.
—Sí, algo así. Es que las fresas están tan buenas…
Una tercera vez; un tercer concierto de aplausos.
Cata le quitó el pañuelo que había cubierto sus ojos. Nora esbozó una gran sonrisa. Estaba satisfecha.
—Bueno, creo que estoy preparada para la siguiente fase.
Vera se colocó justo delante de ella, mostrando un brillo curioso en sus pupilas.
—Seguro que sí. —La agarró del brazo e hizo que la siguiera al centro de la sala—.
Por si te has quedado con hambre, ahí tienes tu tarta. No es precisamente tu pastel de boda, pero creo que te gustará.
Nora miró esa enorme tarta con ojos extraños, dudando de su posible contenido.
—Vamos, no seas tímida. Acércate.
Como si lo hubiera estado deseando, su sueño se hizo realidad en ese mismo instante, ya que de la tarta salió un chico musculoso y en prendas menores, despertando el frenesí y la locura de las espectadoras.
—¡No puedo creerlo! —exclamó Nora.
—¡Oh, desde luego que puedes! —dijo Vera—. Es todo tuyo. Nos ha costado un dineral, así que espero que sepas aprovecharlo.
Por si acaso eso resultaba escaso, de la parte de atrás del escenario, aparecieron otros dos strippers, aterrizando en el suelo gracias a su bajada espectacular desde las dos barras situadas a ambos lados, mientras el volumen de la música aumentaba.
—¿Tres? —Nora estaba eufórica—. ¿Queréis matarme?
Todas las chicas estallaron en carcajadas. Angy también quería hacerlo pero se veía incapaz. No estaba precisamente cómoda.
—Cariño, te casas dentro de unas horas. Lo justo es que disfrutes de tu escaso tiempo como soltera lo mejor posible, ¿no crees?
Nora se sentó en una silla que habían colocado las demás en el centro, para que fuera la principal testigo de lo que vendría a continuación.
—Espero que este secreto te lo lleves a la tumba —comentó Ana—. Que Dorian no se entere jamás de esto…
La música se volvió más sexy y los bailarines se pusieron manos a la obra, acercándose peligrosamente a la futura novia, dejándola literalmente con la boca abierta, mientras intentaba dirigir la vista hacia otra parte.
—¡No te resistas! —se oyó decir.
—¡Son todo tuyos! —clamó Cata—. ¡Hazles saber quién manda!
El espectáculo era curioso, algo que los ojos de Ángela no habían visto jamás. El baile parecía alargarse hasta límites insospechados, mientras que esos tres chicos salidos de algún tipo de anuncio se afanaban por agradar a su invitada.
Después de lo que pareció una interesante eternidad, llena de luces de neón y vapor, los movimientos salerosos se esfumaron, y entonces las chicas pudieron volver a ver a Nora. Su expresión lo decía todo.
—Supongo que estás sin palabras…
—¡Estáis como una regadera! —chilló, riéndose sin esfuerzo.
—Lo sabemos, pero también sabemos que te ha gustado. No intentes negarlo.
La temperatura aumentó considerablemente debido al entusiasmo, los chicos y el vapor que había salido de las rendijas de las paredes.
—Creo que necesito un descanso —dijo Nora—. Todo esto me está dejando exhausta…
—De acuerdo, pero como eres la reina de la noche, lo justo es que te sientes en tu trono.
La llevaron a trompicones a lo largo de la sala para hacer que se sentara en un curioso sillón de orejeras de color dorado.
—Espera —susurró Cata—. Te falta un último detalle.
Cogió la corona de plástico que estaba escondida en la parte de atrás del sillón y se la puso en la cabeza.
—Ahora ya eres oficialmente nuestra reina.
Todo estaba saliendo según sus planes, sin interrupciones ni problemas. Hasta para Angy comenzaba a ser algo divertido. Al menos no miraba el reloj con tanta frecuencia.
—Me gustaría tomar algo de beber…
—Tus deseos son órdenes para todas nosotras —bromeó Vera.
Con un simple silbido como señal, los atractivos chicos bailarines volvieron a la carga, situándose esta vez detrás de la barra para improvisar como camareros, manteniendo su torso al desnudo pero llevando en sus cuellos graciosas pajaritas de lentejuelas rojas.
—¡Una ronda de chupitos! —gritaron las féminas.
—¡Que sean dos!
En un abrir y cerrar de ojos toda la barra adquirió una perspectiva diferente, presagiando una noche segura de alegría máxima y despreocupación.
Angy no pudo saber con exactitud cuántas clases de chupitos diferentes había, pero desde luego sí eran los suficientes para dejar sin sentido a la mayoría de ellas. Todo un arsenal de ingredientes llenos de potencial: tequila, vodka, ron, licor de manzana, whisky, lima, zumo de piña, ginebra, martini…
Ángela observó el mismo movimiento una y otra vez: las chicas cogían con fuerzas los diminutos vasitos y se los llevaban a la boca, bebiéndose el contenido de un solo trago. Así trascurrieron los siguientes treinta minutos hasta que Vera se hizo un hueco entre toda esa multitud femenina para volver a hablar.
—Bueno chicas, ¿qué tal si ahora que tenemos bien ardiendo nuestras respectivas gargantas cantamos un poco?
Los chicos guapos prepararon el escenario para todas ellas, colocando varios micrófonos en diferentes ángulos del escenario.
A pesar de que Nora insistió varias veces para que su hermana la acompañara al ritmo de la música, Ángela no se movió de su sitio. Por nada del mundo lo habría hecho. Estaba segura de que la vergüenza la habría dejado helada.
Entre canto y canto, las malas notas y las grandes meteduras de pata aparecían con más frecuencia, dando a entender que las copas se les estaban subiendo progresivamente a la cabeza.
La hermana de la novia observaba esa escena. De vez cuando se sorprendía así misma riéndose con ganas, dándose cuenta de que al fin y al cabo no estaba resultando ser tan desastroso como en un primer momento había supuesto.
Cuando sus gargantas desafinaron hasta el extremo, decidieron que lo mejor que podían hacer era descansar sus cuerdas vocales, de lo contrario al día siguiente no tendrían ni un hilo de voz con el que poder felicitar a los felices novios.
Nora aprovechó ese momento de respiro para sincerarse.
—Chicas, no tengo palabras para agradeceros todo esto. Es la mejor fiesta que me han preparado…
Todas se juntaron a su alrededor y la abrazaron, dejando escapar un sonido tierno.
—Todavía no debes ponerte melancólica —dijo Violeta—. Debes esperar a ver el vídeo.
Nora se colocó el pelo detrás de la oreja y sonrió.
—¿Qué video?
—¿Acaso pensabas que podrías escaparte sin recordar viejos momentos?
Violeta fue a buscar una especie de mando diminuto y pulsó uno de los botones. De repente, y surgido como por arte de magia, una de las paredes se abrió para dejar salir una gran televisión de plasma. Con otro botón, la chica dio comienzo al video. Las luces se volvieron algo más tenues, y la música adquirió un tono radicalmente diferente, mucho más calmado y emotivo.
Esa parte fue indudablemente la mejor para Ángela. Sabía de buena mano que a su hermana le daría una especie de ataque; aunque no lo expresara del todo, por dentro se llevaría una grata sorpresa.
—Oh… —susurró Nora.
Fueron diez minutos llenos de intensos recuerdos, fotos y multitud de sensaciones que a más de una le pusieron la carne de gallina. Podía verse a Nora en todo momento, en diferentes etapas de su vida, pero todas ellas alegres, obviando todo lo malo. Cuando el vídeo llegó irremediablemente a su fin, la novia parecía estar en una especie de trance, incapaz de articular palabra. Todas guardaron silencio, expectantes.
—¿Y bien?
Nora se adelantó y se colocó justo delante de ellas, mostrando una sonrisa tan exquisita, que apenas pudo contener la emoción.
—Sois… —comenzó a decir—. Sois…
—Geniales, ya lo sé —concluyó Ana.
Todas, incluso Angy, se fundieron en un cálido abrazo colectivo. Cuando se dieron cuenta de la hora que era, Vera soltó un chillido.
—¡Oh! —exclamó—. ¡Casi se me olvida!
—¿El qué? —quiso saber Nora, totalmente fuera de sí.
—Tenemos una última sorpresa para ti. —Se llevó las manos a la cabeza y se despeinó intencionadamente—. Una sorpresa sobre cuatro ruedas…
La cara de Nora se iluminó en cuestión de segundos.
—No me digas que…
Vera le guiñó el ojo al mismo tiempo que la conducía lentamente hasta la salida.
—Cenicienta, tu carroza te espera.


Angy nunca había subido a una limusina. Siempre le habían parecido ineptas; algo demasiado pomposo e innecesario, pero cambió totalmente de idea cuando estuvo sentada en uno de los numerosos asientos.
La fiesta continuaba en ese alargado vehículo de color blanco, con la música a todo volumen y más copas de por medio. El conductor intentaba prestar atención a la carretera, pero con semejante espectáculo de hormonas situado en la parte de atrás, le resultaba algo complicado.
Sintiéndose algo mareada, Ángela decidió que lo mejor para ella era acabar con la fiesta cuanto antes. Esperó a que la limusina se parase en un semáforo en rojo y no se lo pensó dos veces.
—Chicas, como la mujer de más edad dentro de este vehículo, me temo que he de deciros adiós.
Algunas caras largas se dibujaron en sus caras.
—Lo siento, pero yo me bajo aquí.
—¿Qué? —espetó Nora—. Aún es pronto...
Angy consultó su reloj para estar segura de que no se equivocaba.
—Nora, es media noche. No es precisamente pronto. Necesito descansar y tú también, de lo contrario tendrás resaca el día de tu boda…
—Es mi despedida de soltera —musitó—. Yo diré cuándo acaba.
—Está bien, pero vuelve sana y salva. —Le dedicó una enternecedora mirada—. ¿Podrás hacerlo?
Su hermana pequeña asintió con fuerza.
—Desde luego. ¿Acaso te mentiría?


El aire frío en sus pulmones la hicieron un favor. El ruido que había estado taladrando durante horas sus oídos por fin había desaparecido, y la cabeza pensaba con mayor eficiencia y rapidez. Sabía que estaba demasiado lejos de la casa de sus padres para volver andando, pero se resistía a coger un taxi; prefería dar un largo paseo hasta que sus piernas se quejasen en silencio.
La ciudad tenía un encanto sumamente especial cuando el manto de estrellas la cubría. Los edificios brillaban gracias a sus magníficas luces y las calles estaban tranquilas, recibiendo con entusiasmo a algún que otro transeúnte, paseando sin prisa por esas aceras impolutas.
Ángela tenía la cabeza en otra parte cuando escuchó el pitido de un coche muy próximo a ella. Se dio la vuelta y se encontró con un tipo de tez curtida, barba, y varios pendientes en la misma oreja.
—Bonita noche —dijo—, pero no tanto como tú.
Ángela arqueó las cejas.
—¿Cómo dice?
—Si no te importa, prefiero que me tutees, al igual que yo a ti.
Ella se cruzó de brazos, extrañada por la actitud tan relajada y desinhibida del hombre.
—Pues sí, la verdad es que me importa. Prefiero que me traten de usted.
—Vale, nena. Como quieras.
—Oye, no soy ninguna nena.
—¿A no? ¿Y qué eres exactamente? —La sonrisa amarga del tipo descubrió unos cuantos dientes de oro—. ¿Qué hace una chica tan guapa como tú tan sola a estas horas?
—Eso es algo que no te incumbe.
Le dio la espalda y se puso a caminar. El coche siguió con ritmo lento sus pasos.
—Dime dónde vives, y podré acercarte a casa.
—Lo siento, pero prefiero estar sola. Ya sabes lo que dicen.
—No, nena. No lo sé. ¿Qué es lo que dicen?
—Mejor sola que mal acompañada —espetó.
La sonrisa del tipo se esfumó. Frunció el ceño y piso el acelerador y el freno casi al mismo tiempo, provocando que las ruedas desprendiesen un olor a neumático quemado.
—Vamos, estoy siendo agradable contigo, pero tú no lo estás siendo. ¿Eres una chica mala?
Angy estaba a punto de perder los nervios. No estaba para nada asustada. Por desgracia, los tipos como ese habían acudido a ella en busca de alguna oportunidad cuando volvió a estar sentimentalmente disponible.
—Oh, cariño —dijo alguien—. ¿Dónde estabas? Siento haberte gritado. Te prometo que no habrá más peleas…
Atónita, ella dirigió la mirada en la dirección de donde procedía la voz. Un hombre alto, atlético y vestido elegantemente, se aproximaba con grandes pasos.
—¿Qué…?
La situación no podía ser más alucinante. Ese otro hombre era ni más ni menos que el mismo hombre que Angy había estado intentando evitar en las últimas semanas. Ahora acudía a su rescate como por arte de magia. Ni siquiera le había visto venir.
—Volvamos a casa —siguió diciendo—. Oh, vaya. ¿Haciendo amigos o qué?
El tipo del deportivo se le quedó mirando con rabia. Tenía las manos aferradas al volante. Sus brazos dejaban ver grandes tatuajes de serpientes y duendes.
—¿Es tu marido?
Ángela se quedó estupefacta, pero no sabía si por esa pregunta o por encontrarse tan cerca de Dorian, que al parecer había decidido pasarle un brazo por los hombros para hacer de la curiosa estampa algo más creíble.
—No me hagas perder el tiempo —masculló—. ¿Es tu marido o no?
Ángela asintió lentamente, mientras bajaba la mirada al suelo.
—Genial. Las mejores siempre están cogidas.
Aquel hombre aceleró en cuestión de milésimas de segundo y se alejó de allí a toda prisa. Entonces el silencio volvió, acompañando a Ángela y a Dorian.
—¡Suéltame! —gritó Angy.
Estaba confusa por lo que acababa de pasar. No tenía ni idea de dónde demonios había aparecido Dorian, pero siendo sincera era algo que agradecía y mucho. Lamentablemente, eso era algo que no podía confesar.
—¿Estás bien? —se interesó Dorian.
Ella soltó un gran bufido; estaba muy molesta e incómoda.
—Hace cinco minutos lo estaba.
—Vaya, ¿esa es tu forma de darme las gracias?
Le atravesó con la mirada.
—¿Y exactamente por qué debería agradecértelo?
Dorian se desabrochó un par de botones de la camisa blanca.
—Bueno, ese tipo te estaba molestando. Yo sólo pretendía ayudar.
—Pues no tenías por qué haberlo hecho. Ya soy mayorcita para cuidar de mí misma. —Estuvo a punto de retomar su camino pero decidió quedarse un segundo más—. Además, sinceramente me cuesta encontrar una diferencia clara entre ese hombre y tú. Por lo menos a él le he visto venir, pero a ti no. ¿Has estado siguiéndome?
—Bueno, si lo hubiera hecho, ¿no crees que de todas formas te habría salvado?
Ángela maldijo por lo bajo. El corazón sufría una rápida transformación, creando una oleada de adrenalina y feniletilamina dentro de su organismo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con un hilo de voz.
Dorian ni siquiera se inmutó.
—Lo mismo que tú, supongo. Huir de todo ese ruido. Nunca me han gustado las fiestas, eso es algo que seguimos teniendo en común.
—Quizás deberías aprovechar el poco tiempo que te queda como hombre soltero.
Él la miró con los ojos llenos de un brillo especial.
—Eso es justo lo que pretendía al venir aquí.
Ángela se maldijo por dentro, deseando haber cogido un taxi en lugar de dar un estrepitoso paseo por allí.
—Pues entonces siento decepcionarte, pero pierdes el tiempo.
—¿Eso es lo que crees o lo que quieres creer?
Angy aguantó allí de pie, reprimiendo las ganas de acercarse.
—Ya veo que has bebido demasiado.
—No niego que quizás haya bebido dos o tres copas, pero puedo asegurarte que no estoy borracho. —Bajó la voz—. De todas formas, si lo estuviera sería una ventaja. Ya sabes, por eso que dicen que los borrachos siempre dicen la verdad.
—Mira, sea verdad o mentira lo que pretendes decir, te garantizo que no quiero oírlo —espetó Angy—. Te lo pido por última vez: vete. Te aseguro que no tienes nada que hacer aquí.
—Yo no estaría tan seguro.
Sabiendo que no podría mantener la situación durante mucho más tiempo, Ángela le dio la espalda y caminó con pasos rápidos, uno detrás de otro. Por desgracia, eso no resultó ser ningún problema para Dorian, que no tardó ni un par de segundos en alcanzarla y en interponerse entre ella y su camino, copiando sus mismos movimientos, desesperándola.
—No lo hagas —rogó Dorian.
Ángela le miró extrañada, sin llegar a comprender del todo.
—¿Qué no haga qué?
—No hagas como si no me conocieras. Al fin y al cabo, no soy ningún desconocido.
Angy no podía creer lo que acababa de escuchar. La rabia invadió su mirada verde.
—¿Que no haga…? —Ni siquiera pudo terminar la frase. Estaba hecha una completa furia—. Por si no te has dado cuenta eso es exactamente lo que tengo que hacer. Para el resto del mundo nunca hemos cruzado más dos de dos palabras. Se supone que tú no me conoces y yo a ti tampoco. —Contuvo la respiración y los puños apretados—. ¿De verdad no puedes asumirlo?
—Lo haré cuando tú seas capaz de admitir todo lo que hay detrás.
—No hay nada, Dorian. Las cosas tarde o temprano se acaban quedando atrás. Las personas olvidan.
—Yo, no. Y sé que tú tampoco.
—¿Cómo? —Por primera vez se acercó peligrosamente a él, intentando demostrar que hacía tiempo que no sentía nada—. ¿Cómo vas a saberlo? No estás dentro de mí cabeza para comprobarlo.
—No, ahí no. —Dorian se acercó todavía más y extendió uno de sus brazos, colocando la mano sobre el pecho de Ángela—. Aquí.
Sobrecogida, dio un paso atrás. Su pulso se disparó y fue incapaz de devolverle la mirada, aún sabiendo que era lo que deseaba hacer.
—No vuelvas a hacer eso —susurró—. No vuelvas a tocarme.
Volvió a andar, confiando en su lenguaje corporal. Estaba vez él no la siguió, pero Dorian fue incapaz de mantenerse callado.
—Dijiste que no podrías vivir alejada de mí. Mírame, ahora no estoy más que a un paso de ti. La distancia ya no supone un problema.
Ángela se dio la vuelta, mostrando un rostro compungido. Estaba harta de leer entre líneas una y otra vez.
—¿De verdad crees que la distancia es el mayor de nuestros problemas?
—Puede que no sea el único, pero al menos ya no es el más importante.
Ella no dijo nada, cosa que él aprovechó para sacar todo lo que llevaba dentro, sabiendo que volvía a transformarse en alguien que había dejado de ser años atrás.
—No sé amar de otra manera —sentenció—. Y me temo que aún sigo sin saber amar a nadie que no seas tú.
Ángela se hundió literalmente. Reprimiendo las ganas de llorar y deseando estar en cualquier otra parte. No podía ignorar aquellas palabras salidas directamente del alma.
—No puedes decirme esto, Dorian —sollozó—. Ahora no.
—¿Y por qué no? Este es el único momento que he podido encontrar.
—Maldita sea, vas a casarte con mi hermana. Mañana es el día de la boda. Se supone que dos personas se casan porque están seguras de hacerlo. Porque se supone que ambos se quieren. ¿No se supone que estás enamorado de ella?
—Sinceramente creía que sí, pero todo cambió cuando vi aquella fotografía en casa de tus padres —confesó—. Cuando vi esa foto de Nora al lado de alguien quien nunca he olvidado...
—No sigas con esto, por favor...
—Nunca he sentido tanto miedo —continuó—. Nunca he sabido lo que era volver a recuperar un pasado que creía totalmente perdido. No sabes lo que sentí en ese preciso momento.
—Sí que lo sé —dijo ella.
—¿Cómo? Ni siquiera estabas allí. Nora salió a buscarte.
Ángela negó con la cabeza, manteniendo los ojos bien cerrados.
—Sí que estuve allí, al menos el tiempo suficiente para reaccionar y marcharme.
Los ojos de Dorian se abrieron hasta el extremo.
—¿Estabas… allí?
—Sí. Estaba en mi antigua habitación cuando vi llegar el coche de Nora. —Sonrió amargamente—. Se suponía que debía estar presente porque mi hermana iba a presentarme a su novio. Lo que ocurre es que todo cambió cuando te reconocí.
—¿Me reconociste al instante?
—¿Cómo no hacerlo? Llevabas ese estúpido maletín. Nunca te has separado de él.
Ante ese comentario, Dorian rió por lo bajo.
—No te rías —exigió Angy—. Esto no tiene ninguna gracia.
—¿Saliste corriendo de la isla al saber que era yo? ¿No crees que deberías haberte quedado?
—¿Para qué? —exclamó ella—. ¿Para ver en nuestras caras la decepción, el miedo y la incertidumbre? Ya fue demasiado duro volver a verte, aunque fuera de lejos. No habría soportado haberme dado cuenta de que eras tú en el mismo momento de presentarnos. Hubiera sido macabro.
—Oh, lo habrías hecho bien, Angy. Habrías sabido disimular muy bien, lo suficiente como para ser capaz de engañar a toda tu familia, en especial a Nora.
Ángela no supo qué decir.
—Lo que más me sorprendió fue tu actuación en la cena —siguió diciendo, hecho una furia contenida, apresado por la impotencia—. ¿Cómo pudiste hacerlo tan bien? Por un momento, hasta yo me lo creí.
—Cierra la boca. Si hubiera sabido que tú estarías presente, nunca habría asistido.
—Bueno, supongo que lo más característico de tu hermana es hacer los planes sin consultar a nadie. A mí tampoco me dijo nada respecto a ti. —Se encogió de hombros, visiblemente pensativo—. Me volví loco cuando te vi allí de pie, tan guapa con ese vestido verde…
Ángela levantó una mano para implorar silencio. Estaba rota por dentro y por fuera y a punto de desplomarse. En un intento por una reconciliación bastante improbable, Dorian se acercó a esa mujer temblorosa, pudiendo percibir en el aire una fragancia suave.
—Esto aún puede acabarse —susurró—. Sólo tienes que decirlo.
—Basta, por favor…
Sin avisar, colocó los dedos índice y corazón en la barbilla de Ángela para que le devolviese la mirada.
—Dime que no me quieres. —Su voz sonó más sincera que nunca—. Dime que no me quieres y te juro que no volveré a molestarte.
—No te quiero, Dorian.
—Eso no es cierto, y lo sabes tan bien como yo. —Miró hacia el oscuro cielo, impregnado de diminutos puntos luminosos—. He visto cómo me miras; he visto cómo evitas estar cerca de mí…
Estallando como una bomba, Ángela se agitó fuertemente, alejándose otra vez de él y reprimiendo continuos gritos ahogados.
—¿Y qué si no lo es? ¿Qué importa que no sea cierto? —Su voz se quebró—. ¿Y si te dijera que sí? Eso no cambiaría nada.
Un atisbo de esperanza. Una diminuta posibilidad, quizás.
—Entonces… lo admites.
—No admito nada. ¿Por qué pretendes quedarte sólo con las palabras? Mis hechos ya hablaron por mí. Lo hicieron desde el primer momento en que me marché. Te dejé solo, Dorian. Te abandoné, y nada de lo que pudiera hacer ahora sería suficiente para enmendar mi error… Lee mis labios: ya no te quiero; ya no siento nada.
A pesar del dolor en su pecho, Dorian no quería rendirse.
—Sigues sin entenderlo, Angy. —Su piel estaba fría como el hielo—. Pretendes que crea algo cuando tú ni siquiera puedes hacerlo. No eres tú la que habla, si no la persona que aparentas ser. Si no lo oigo de tus propios labios aún puedo conservar la esperanza de que no sea cierto.
—Soy yo quien lo dice —insistió—. Soy yo la que elige una vida lejos de ti.
—Pues no quiero que te alejes —susurró—. No quiero que vuelves a hacerlo. Antes prefiero contemplar tus ojos y saber qué es lo que me dicen.
Ella no podía creer lo complejo que se había vuelto todo. Una pesadilla dentro de su propia realidad.
—¿De verdad esperas que sea yo quién te diga lo que debes hacer?
—Sí —admitió—. Aún sigo esperando a que tú decidas.
Por un momento Ángela deseó tener la oportunidad de elegir, pero por desgracia eso era un privilegio con el que no podía contar.
—Olvídame, Dorian. —La voz apenas salía de su dolorida garganta—. Olvídame porque yo ya lo hice contigo.
—¿Y después?
—Cásate con mi hermana. —Desvió la mirada, incapaz de completar la frase manteniendo el contacto visual—. Ella te quiere a ti.
Él dibujó una amarga sonrisa en sus labios, consciente de la cruda realidad que se expandía más allá de ese momento de la noche.
—Ya, pero la cuestión no es esa.
—¿Y cuál es entonces?
Dorian volvió a acercase lentamente hasta situarse a unos pocos centímetros de su cuerpo. Se moría por confesar que su amor por ella nunca había acabado.
—La pregunta es a quién quiero yo.


23


Las tibias luces del alba comenzaban a dejarse ver a través de las nubes que adornaban todo el horizonte. Un gran colorido adornaba el inmenso paisaje, resaltando los matices azules, rosas y naranjas del cielo. Un precioso retrato de los primeros instantes de un nuevo día, con el mar como telón de fondo.
Los invitados comenzaban a llegar, algunos con escasez de horas de sueño en sus caras y otros más despiertos, con sonrisas ensayadas y trajes relucientes con los tímidos rayos de sol.
La puesta en escena era simple, tal y como había pedido Nora. Blancos y alargados bancos dispuestos a ambos lados, para los conocidos de la novia a la izquierda y los del novio a la derecha, respectivamente. Unas finas sábanas de seda blanca los cubrían, como si una fina capa de luz los envolviese. A cada extremo de los bancos, pequeños ramos de flores sobresalían de sus soportes, dando un toque floral a esa atmósfera inmaculada. Había un considerable espacio entre los bancos de uno y otro lado, el suficiente para que la novia, así como el resto de personas imprescindibles, pudieran llegar al altar sin ningún problema. El altar propiamente dicho, distaba mucho de ser como lo sería uno convencional. En realidad, se trataba de una plataforma color marfil de dimensiones reducidas en la que descansaban velas encendidas también de color blanco, una cruz de plata anclada en el suelo, y demás adornos y matices que expandían la idea de que aquella era una boda religiosa y católica, a pesar de no celebrarse en una iglesia.
La hierba fresca, reluciente, y de un color verde intenso, se desplegaba en todo el perímetro, resaltando aún más el encanto, contrastando con el color blanco. Pero a pesar de todo, y en opinión de los invitados, no era una mala combinación. Todos estaban en sus correspondientes puestos, menos la familia más cercana de la novia. Julia se encontraba con Ángela, haciendo verdaderos esfuerzos por no llorar antes de tiempo.
—¡Dios! —exclamaba una y otra vez—. Este es uno de los días más felices de mi vida…
Reprimiendo una expresión de enojo, Angy la invitó a que se calmara.
—Mamá, relájate. La boda ni siquiera a empezado. Sabes que si Nora te ve llorando, ella te seguirá automáticamente.
Llevaban un buen rato allí de pie, a pocos metros de la casa, saludando y recibiendo cortésmente a los invitados.
—Voy a ir a ver a tu hermana —comentó—. Ven conmigo.
Ángela se negó en rotundo.
—No es una buena idea. ¿Acaso no has escuchado lo que acabo de decir? Vas a ponerla todavía más nerviosa. —Su voz se volvió más serena—. En serio, mamá. Quédate aquí. De todas formas vas a verla dentro de un momento.
—Pero tu padre la verá antes —gruñó—. No es justo.
—¿Justo? —Ángela puso los ojos en blanco—. Papá es el padrino de la boda. Va a llevar a Nora hasta el altar. Creo que es normal que la vea antes que nadie.
—Sí, pero… Me gustaría verla ahora. Debe de estar preciosa…
—Sabes que Nora dejó bien claro que no quería que nadie la molestase antes de empezar. Quería hacerlo por ella misma. Creo que debes quedarte aquí, si no quieres que se enfade.
La tranquilidad de la mañana se esfumó de un plumazo al llegar dos señoras de bastante edad, apoyándose en gruesos bastones de madera y literalmente embutidas en sus vestidos despampanantes, con colores vistosos. Eran unas primas lejanas de la madre de Ángela. En cuanto Julia las vio acercarse, fue a su encuentro con gran entusiasmo y fervor, profiriendo voces agudas y abrazos cada dos segundos.
Volvió a su encuentro con Evan. Él estaba algo aturdido, con sueño acumulado en sus visibles ojeras.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Claro. Un poco nervioso, pero bien.
Ángela sonrió y le dio una palmadita en el hombro.
—Vamos, relájate. No eres tú quien se casa.
—A decir verdad, no estoy muy seguro de eso. —Evan destensó levemente el nudo de la corbata—. Todas esas mujeres no dejan de acosarme con la mirada.
—Bueno, eso es porque todavía eres un hombre atractivo. Considérate afortunado.
—¿Por qué?
—Evan, quizás después de este día hayas conseguido pescar a alguna mujer desesperada y entrada en años que se muere por un hombre como tú.
El móvil de Evan comenzó a sonar, con su tono tan característico.
—Espero que no olvides apagarlo antes de que todo comience.
—Descuida —dijo, alejándose a grandes zancadas.
Mientras Angy se encontraba en un agradecido segundo plano, lo cierto es que se esforzaba agónicamente por aparentar serenidad, pero acababa experimentado todo lo contrario una y otra vez, sumergida en una espiral que parecía no tener fin. Un volcán a punto de entrar en erupción.
Cuando el cielo comenzaba a clarear, un pensamiento inquietante le cruzó la mente, provocando que se sintiera débil, como alguien tozudamente insignificante. Comenzaba a notar un cosquilleo por las yemas de sus dedos y un escalofrío por toda la piel, por eso se alejó lo suficiente de todo el mundo. Ahogó un grito y reflexionó para sus adentros, siendo consciente de lo que se le venía encima ya que, no era la boda misma lo que la atormentaba, si no saber todo lo que ésta implicaba: los silencios, las lágrimas, las voces del interior… Quizás fuera su última oportunidad antes de que todo se complicase aún más. Debía ser valiente para hacer lo que debía, aunque ello implicase un dolor prácticamente insoportable.
Se deslizó rápidamente hasta la casa, inspeccionando con cautela cada una de las habitaciones hasta que consiguió dar con la puerta adecuada. Acercó la oreja a la superficie de madera para asegurarse del todo. Con un nudo recién formado en su garganta, giró el pomo y se encontró con un hombre elegantísimo, perfecto.
La cara de Dorian podía verse a través del reflejo del espejo. Sus ojos, redondos como platos, presagiaron un motivo totalmente distinto al que había traído a Ángela hasta allí.
—¿Qué haces aquí? —preguntó en voz baja.
Angy miró en todas direcciones para asegurarse de que no había nadie más. Se alejó apenas unos centímetros de la puerta, y comenzó a mover las manos en un gesto de nerviosismo e histeria.
—Sólo he venido a desearte suerte. Quiero que estés preparado cuando vayamos en dirección al altar. No quiero que los nervios nos traicionen.
Sus miradas colisionaron a través del aire. Era como si estuvieran empeñados en nadar a contracorriente.
—¿Y… nada más? —preguntó Dorian, esperanzado.
—Sí…
Se dio la vuelta. Estaba a punto de desaparecer por la misma puerta que había cruzado instantes antes cuando se paró bruscamente. Volvió a mirarle directamente a los ojos. Parecía totalmente aterrada, pero dispuesta a sincerarse del todo, sin esconder nada; sin reprimir ni una sola palabra. Si lo suyo debía terminar allí, debía ser algo directo, sin rodeos.
—Dorian, lo nuestro jamás podrá ser —confesó—. Te aseguro que nunca podré olvidar todo lo que viví a tu lado pero eso forma parte del pasado. Ahora estamos aquí. —Clavó la mirada en el suelo—. Es la boda de mi hermana y tú eres su prometido. Cuando este día acabe te habrás convertido en su esposo y ella será tu mujer. Para siempre. Eso es algo sagrado, y nada puede interponerse entre los dos, ni siquiera yo. Jamás podría hacer daño a mi propia hermana. Sé lo mucho que te quiere y puedes creerme cuando te digo que Nora haría cualquier cosa por ti. Nunca se ha comprometido con nada ni con nadie y fíjate, está a punto de hacer algo verdaderamente serio. No quiero que nada salga mal. No quiero que nada se eche a perder. Se supone que este es el día más feliz de tu vida y así debe ser. No quiero que pierdas el tiempo recordando un pasado que no va a volver. Concéntrate en el futuro que tienes por delante. —Apretó los puños—. Si de verdad te importo, hazme un favor.
—Lo que sea.
—Haz feliz a Nora. —Una punzada enorme le atravesó el pecho—. En cierta forma, así yo también podré serlo.
Dorian se quedó perplejo por esas palabras. Su tez se puso pálida, casi tanto como las paredes de la habitación. No obstante, no dio su brazo a torcer. Dio tres pasos y la sujetó por la muñeca, con decisión pero sin hacerla daño.
—Espera…
—No —dijo ella.
—Espera un minuto, por favor. —Levantó su barbilla tal y como había hecho la noche anterior.
—Esto se acaba aquí y ahora, Dorian. La única mujer que puede tener un sitio en tu vida es Nora.
Por primera vez, y sin oponer resistencia, él asintió con la cabeza, con un semblante gris y triste.
—Tengo que irme —susurró Angy—. Seguro que estarán preguntándose dónde estoy.
Sin embargo, y a pesar de querer hacerlo, no se movió ni un ápice. Permaneció cerca de él, muy cerca, siendo consciente de que aquella sería la última vez que ambos podrían estar en contacto, al menos de esa forma tan directa.
Sabiendo que era una despedida, Dorian levantó su mano y acarició la mejilla de Ángela, dándole un tierno beso en la frente justo después.
—Te veo dentro de un rato —susurró ella.
Se separó definitivamente de él. Agarró con fuerza el pomo de la puerta pero otra vez fue incapaz de reaccionar. No pudo mover sus dedos para ejecutar un movimiento tan simple como abrir una puerta. En lugar de eso, se volvió loca e hizo algo completamente imprevisible; algo que ni siquiera había estado dentro de sus planes; algo con lo que ni siquiera había contado. Volvió a darse la vuelta y fue directamente hacia él. Se puso de puntillas y le besó en la mejilla; un beso corto pero lleno de sentimiento.
La complicidad entre los dos fue breve debido a unos golpes secos en la puerta. Sus corazones se sobresaltaron y se separaron inmediatamente.
—Angy…
Vladimir contrajo su expresión al encontrar a su hija hablando con el novio, apenas minutos antes de que la ceremonia empezase.
—¿Qué estás haciendo aquí? Tu madre te está buscando por todas partes.
—Nada —se apresuró a decir—. Dorian está especialmente nervioso y quería desearle suerte.
Salió prácticamente corriendo de allí. El corazón se afanaba por no dejar de latir pero eso era algo bastante difícil teniendo en cuenta lo que acababa de pasar. Había bajado la guardia un segundo y a punto había estado de costarle caro.
¿Por qué había hecho algo así? Quizás necesitaba desesperadamente sentirse en paz consigo misma, convenciéndose de que su historia realmente había terminado entre las paredes de esa habitación. Ya no podría verle como el hombre que una vez fue a su lado; a partir de ahora sería el marido de su hermana, alguien totalmente inalcanzable.


La banda de música, situada a una distancia prudencial de toda la gente, estaba lista para interpretar. A una señal, imperceptible para los demás, la suave melodía de los violines comenzó a sonar, en una total armonía con el sonido de las leves olas del mar que se removían no muy lejos de allí.
Ese era el momento que más había estado temiendo, pero ya daba igual. No podía salir corriendo. Debía apretar las mandíbulas y suspirar al cielo pidiendo ya no clemencia, si no la fuerza necesaria para ser capaz de fingir con una sonrisa aceptable. Ángela estaba dispuesta al principio del camino marcado para dirigirse al altar, en el lado izquierdo del verdoso sendero, viendo aproximarse a Dorian a pasos lentos, hasta situarse justo al lado de ella. Tal y como debía de hacerse, ella le cogió por el brazo izquierdo y, tras un breve momento de incertidumbre, comenzaron a andar hacia delante, acompañados de la música que endulzaba sus oídos.
Mientras caminaba, era incapaz de pensar en otra cosa que no tuviera que ver con él. Era una locura lo que estaba haciendo. Por nada del mundo habría podido imaginar que después de dos años sin tener noticias suyas, el destino había querido que se acabaran encontrando de esa forma. Estaban en una boda, pero no eran ellos dos los que se casaban; no iba a ser ella la grandísima afortunada de tenerle de forma indefinida. Era como estar en su propio funeral, y ni siquiera tenía la opción de llorar. Eso era algo que estaba prohibido en ese día, pero saber que estaba a punto de ser testigo de un enlace falso, la hacía comprender la gravedad de su error; haberle abandonado había sido lo más detestable que había hecho y sin embargo, gracias a ese accidente, ahora se dirigía a un altar artificial para entregar al gran amor de su vida a unos brazos que no eran los suyos.
Se sintió invadida por las miradas de todos ellos. Miraba disimuladamente a ambos lados, pero no conocía a la mayoría de los invitados, ya que nunca estaba en el mismo lugar durante demasiado tiempo. Las sonrisas aparecían en sus caras, pero en la suya propia no. Tampoco es que pareciese demasiado afligida; sabía disimular muy bien. Podía escuchar claramente los susurros; los comentarios suspendidos en el aire empezaron a hacerse un hueco y el nudo en su estómago se acrecentó. Intuía con facilidad el pulso en sus sienes. También podía darse cuenta del nerviosismo que recorría el torrente sanguíneo de Dorian, sereno en apariencia pero desecho por dentro.
Finalmente, estaban a unos pasos del altar. Con cuidado, subieron el escalón del principio y se dispusieron a ocupar sus respectivos puestos, Ángela a la izquierda, y Dorian a la derecha, habiendo un hueco entre ellos para la novia.
Respiraba alocadamente mientras su boca se resecaba. Sentía todos aquellos ojos clavársele en el cuerpo, sabiendo que estaba siendo analizada punto por punto por esos improvisados jueces vestidos de forma impecable. No podía mirar hacia delante, por eso mantenía la mirada hacia el blanco suelo, sin centrarse en nadie en particular y mucho menos en él. Suponía que debía estar estupefacto por su breve encuentro justo antes de que la ceremonia hubiese empezado. Estando allí de pie, con el amanecer asomándose cada vez con más fuerza en el horizonte, presagiaba que la boda sería larga, quizás demasiado para ser capaz de aguantar.
Un cambio sutil en la música despejó las dudas. Llegando a sus oídos la Marcha Nupcial, Angy levantó la mirada y se preparó a conciencia para divisar a la que sería la novia más bonita del mundo, su hermana y parte irreemplazable de la familia.
Unas diminutas figuritas se materializaron en el camino; un niño y una niña interpretando el papel de pajes, portando con cuidado las arras y los anillos. Vestían de blanco, despertando en los invitados graciosas carantoñas y signos de admiración. Justo después de ellos, se encontraba la verdadera protagonista.
Creyó paralizarse de la emoción. Un destello blanco, puro y mágico se desató a lo lejos. Dos personas caminaban hacia ellos con paso firme, despuntando con gran maestría a la sombra del paisaje verde. El rumor de las palabras que había estado presente durante unos minutos se silenció. Todos estaban expectantes, con las cabezas vueltas hacia atrás, sorprendiéndose al instante. No hacerlo hubiera sido ilógico: la novia era preciosa, y el adorable padre que ejercía como padrino estaba henchido de orgullo, formando una curiosa pareja que se estaba acercando cautelosamente al altar.
Ángela no podía dejar de estar impresionada. Sabía que su hermana era increíblemente atractiva y hermosa, pero jamás imaginó que su belleza pudiera alcanzar límites insospechados. Con el blanquísimo vestido dispuesto hasta el suelo, la novia emitía una tímida sonrisa, dirigida a aquellos con los que cruzaba una mirada nerviosa. Con sumo cuidado, subieron el escalón que minutos antes Dorian y Ángela habían subido. En un acto simbólico, Vladimir le tendió la mano de su hija a Dorian, dirigiéndole una mirada serena y directa. Después ocupó su sitio, al lado derecho del novio.
Por primera vez, Angy pudo sonreír; pudo hacerlo de verdad. Le resultó fácil porque la visión de su hermana la ayudaba a tranquilizarse aunque fuera por unos minutos. Su mirada azul la saludó en silencio. Al fin y al cabo, había podido cumplir su promesa: ser la madrina de la boda de su hermana.
La música cesó y todos los invitados volvieron a sentarse. El cura estaba preparado, situado justo en el centro de la gran plataforma blanquecina, con una biblia entre las manos y la mirada concentrada en los novios, probablemente deseando terminar lo antes posible. Hizo un gesto con la mano y comenzó con el típico discurso de bodas, con una voz clara y aguda, haciéndose oír por cada rincón de la isla.
En ese momento, la mente de la madrina regresó al pasado. Si su cuerpo debía estar presente, al menos su cabeza estaría en otra parte, alejada de allí.
Volvió tiempo atrás, cuando todo estaba bien y su vida estaba en armonía, con el trabajo bien hecho y alguien llenando ese otro lado de la cama. Le tenía a él; tenía a ese hombre grande por fuera y por dentro, con unos sentimientos desbordantes, capaz de traspasar cualquier barrera, hasta la que parecía infranqueable. Moría por su besos, por sus llamadas sin ningún motivo y por las miles de cosas que le decían sus miradas aunque no abriese la boca en ningún momento. Disfrutaba de los largos paseos con él, de las amanecidas contando estrellas, de la música que infinidad de veces había escuchado desde la cama cuando Dorian se fusionaba con esa guitarra tan especial. Una de las cosas que más adoraba era poder quedarse dormida en sus brazos sabiendo que al despertar se encontraría nuevamente allí, siendo consciente de que él no se había movido ni un centímetro por temor a despertarla. Se había convertido en parte de su vida; en una parte esencial no para vivir, si no para poder respirar. Cada día era mejor que el anterior y el cosquilleo en el estómago nunca la abandonaba. Sus ojos verdes brillaban con intensidad, como dos esmeraldas grabadas a fuego en el corazón de ese hombre tan único. A pesar de no saber lo que el futuro les tenía preparado, Ángela sabía de buena gana que siempre estarían conectados, como dos diminutos puntos suspendidos en lo alto del cielo. Pero también recordó lo malo, cuando sin previo aviso el miedo comenzó a invadirla y los días a su lado ya no parecían tan seguros en sus cimientos. Porque aunque no decía nada, por dentro sabía que ese precioso cuento de hadas tenía una fecha de caducidad, y todo porque ella había decidido hacerlo cuando profundizó en su vida laboral, cuando el teatro exigió un compromiso más fuerte y Ángela aceptó sin dudarlo, sabiendo que lo que perdía en el camino era irremediablemente insustituible…
Volvió a la realidad; volvió a estar allí de pie, junto a la novia y al novio, con un puñado de tristeza y amargura por sentimientos al escuchar la inquebrantable voz del cura.
—¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?
—Sí, estamos dispuestos.
—Así, pues, ya que queréis contraer santo matrimonio, unid vuestras manos, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.
Nora y Dorian unieron sus respectivas manos derechas, mientras sus ojos emanaban alegría y nerviosismo a partes iguales.
—Yo, Dorian, te quiero a ti, Nora, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Los ojos azules de la novia estuvieron a punto de llorar, sin dejar de sonreír en ningún momento. Era su turno.
—Yo, Nora, te quiero a ti, Dorian, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Un breve silencio fue cómplice de esas palabras y promesas tan profundas, justo antes de que el novio volviese a hablar.
—Nora, ¿quieres ser mi mujer?
—Sí, quiero.
Con la miel en los labios y un tono de voz algo quebradizo, Nora repitió exactamente las mismas palabras.
—Dorian, ¿quieres ser mi marido?
—Sí, quiero.
—Nora, yo te recibo como esposa y prometo amarte fielmente durante toda mi vida.
—Dorian, yo te recibo como esposo y prometo amarte fielmente durante toda mi vida.
El sacerdote carraspeó y continuó encabezando esa unión a ojos de Dios.
—Dorian, ¿quieres recibir a Nora, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Sí, quiero.
—Nora, ¿quieres recibir a Dorian, como esposo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Sí quiero.
—El Señor confirme con su bondad este consentimiento vuestro que habéis manifestado ante la Iglesia y os otorgue su copiosa bendición. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. —Hizo una pausa—. Bendigamos al Señor.
—Demos gracias a Dios.
—El Señor bendiga estos anillos que vais a entregaros uno al otro en señal de amor y de fidelidad.
—Amén.
Con un temblor en sus dedos, Dorian cogió uno de los anillos y se dispuso a ponérselo a la novia.
—Nora, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ella repitió la misma operación con la otra alianza.
—Dorian, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Finalmente, llegó el momento más doloroso para Ángela, por eso evitó a toda costa mantener los ojos fijos en la pareja. Los recién casados se fusionaron en un largo y romántico beso, siendo Nora la que rodeaba con verdadero énfasis el cuello de su ahora marido.
La gente estalló en vítores, aplausos y alabanzas. La música volvió a cobrar vida y las sensaciones estaban a flor de piel.
Tal y como estaba previsto, los novios fueron los primeros en abandonar el altar, seguidos de cerca por Vladimir y Ángela, cogidos del brazos y emitiendo sonrisas para todo el mundo.


El sol ya estaba en lo más alto cuando fue testigo de las primeras horas como marido y mujer de esa pareja joven, despertando emociones intensas, sin dejar de sonreír y sintiéndose en una nube.
Todo estaba preparado para dar comienzo al banquete, aunque a esas horas de la mañana no fuese lo más indicado. Una gran carpa de color blanco se erguía en la gigantesca explanada verde, con vistas a la playa de la isla. Con una altura de al menos ocho metros, creando una atmósfera de iluminación y relajación. La cantidad infinita de comida estaba allí, aguardando, con varias personas de servicio trabajando codo con codo para que todo saliese literalmente a pedir de boca. Pero antes del gran festín, estaba preparado un pequeño aperitivo, dispuesto en unas cuantas mesas al aire libre, con el propósito de entretener a los invitados mientras los novios se perdían a lo lejos en ese paraíso terrenal, enfrascados en su reportaje fotográfico.
Ángela tenía el estómago cerrado y por eso, aunque estaba a un paso de todas esas mesas con deliciosa comida, era incapaz de llevarse nada a la boca. Todo lo contrario que Evan, moviéndose en todas direcciones para permitir que su paladar disfrutase simultáneamente de esas delicias.
—¿Te ha comido la lengua el gato? —La voz de su amigo provocó que despertara de su amargo letargo.
—¿Qué?
—¿Por qué no comes? —preguntó Evan—. Todo está absolutamente delicioso.
—No tengo hambre. A estas horas de la mañana… En fin, no entra dentro de mi rutina atiborrarme. —Se encogió de hombros—. Estoy un poco desconcertada por el horario y todo eso.
Su amigo esperó una respuesta más convincente pero no la tuvo.
—Como quieras, pero deberías alegrar esa cara. Nadie diría que estás en la boda de tu propia hermana. —Cogió una copa llena de lo que parecía champán y se la ofreció, empeñado en que la aceptase—. Al menos, mójate los labios. Espero que el alcohol te sirva para darte cuenta de que no estás en un funeral.
Ante ese comentario, Angy consiguió dibujar en su boca una leve sonrisa, pero demasiado breve para apreciarla. Bebió un poco pero enseguida dejó apartada la copa.
—Sinceramente, estoy deseando que este día acabe. Lo único que me apetece es volver a mi vida normal. —Y en efecto, esa era una de las mayores verdades—. La última vez que estuve en casa de mis padres aún era una adolescente. —Sonrió—. Este ya no es mi hogar.
—¿Te estás poniendo sentimental? —bromeó él.
—Claro que no. Sólo digo que esto me ha descolocado bastante. Siempre sigo la misma rutina y no quiero perder más tiempo con esto. En cuanto acabe, cogeré el primer avión que salga. Ya sabes que el teatro es como una segunda casa para mí.
Evan asintió en silencio mientras apuraba su propia copa.
—Ya veo que eres incapaz de desconectar del trabajo.
—No tengo por qué. Es la mayor de mis pasiones.
—No digo que no lo sea, pero si continuas con ese ritmo el trabajo te matará.
—Si tú lo dices… —Angy resopló—. Míranos. Ni siquiera sé qué hacemos aquí realmente. Soy la madrina de la boda, la hermana de la novia, pero aún así…
—¿No te sientes cómoda?
—Creo que no hace falta que te responda —susurró—. Además, toda esa gente… Es demasiado molesto saber que están continuamente observándome, y todo porque no han tenido la ocasión de conocerme porque con mi profesión eso no ha sido posible.
—Angy, respira. Relájate. Nadie te está juzgando…
—Tú no, pero ellos sí. ¿No ves sus caras? Son como buitres, acechando a su presa…
Sin dudar, Evan se aproximó a su amiga y le pasó un brazo por los hombros descubiertos, mientras emitía una sonrisa conciliadora, en un intento por llamar la atención.
—Creo que estás demasiado viva para considerarte una posible víctima de todas esas amargadas señoras. —Se acercó a su oído—. Démosles justo lo que quieren.
Angy contrajo su rostro, sin entender.
—¿Quieren cotilleos? ¡Pues que hablen! —chilló.
—¡Evan! —El pulso de Angy se aceleró—. Baja la voz, no quiero que nos oigan.
—Está bien, tú mandas. —Hizo una reverencia—. Pero, ¿no crees que así es más divertido? Así serás el tema principal de sus conversaciones durante largos años. Es un buen plan, ¿no?
—Oh, desde luego que sí —ironizó—. Sobre todo para mi autoestima.
Evan la agarró del brazo a propósito y se alejaron un poco más del resto de invitados. Al parecer, su amigo se lo estaba pasando en grande.
—Tenías razón —admitió Angy—. Nunca dejamos de actuar.
—En efecto. Ahora es un momento igual de bueno que los demás. Sé que así te sentirás como pez en el agua.
Ahora fue ella la que se aproximó a él, preparada para ese improvisado papel.
—Vale, te pondré las cosas fáciles —susurró—. Pero tienes que prometerme que después de este día, no volverás a recordármelo nunca. Lo que pasa en la isla, se queda en la isla.
Él asintió de manera pronunciada, encorvando la espalda. Se miraron con profesionalidad, fingiendo naturalidad. La química ficticia siempre había estallado entre ambos.
—Espera. —Evan se puso serio en una décima de segundo—. Antes que nada, me gustaría aclarar cierto asunto. Es importante.
La chica de ojos verdes se dispuso a escuchar algo que probablemente no le haría ninguna gracia.
—Espero que nunca te enamores de mí —espetó Evan—. Sabes que yo jamás podría corresponderte…
Angy se abalanzó hacia él para intentar darle una cariñosa sacudida, pero él la esquivó con relativa facilidad.
—¡Ven aquí! —exclamó ella.
—No. Si me quieres, ¡antes tendrás que cogerme!
Otra vez, al igual que en muchas otras ocasiones, estaban actuando para ahuyentar los males. Fue todo un alivio temporal para ella aunque no lo expresase abiertamente. Le debía muchas cosas, en especial la gran capacidad para conseguir sacarle una sonrisa en los peores momentos. Desde luego, ese era el peor de todos.
Al final, entre bromas, discursos sin sentido, monólogos y muecas disparatadas de Evan, los minutos no parecieron tan largos, en especial para toda esa gente que se mostraba interesada en la nueva pareja que al parecer acababa de formarse.
La hora precisa del banquete había llegado, y los presentes se dispusieron a entrar dentro de la carpa para sentarse en sus respectivos asientos. Lo bueno era que todos podían mantener el contacto visual con el resto, ya que a pesar de ser una gran cantidad, eran justo los suficientes para que se colocasen en torno a una gigantesca mesa redonda, situada en el centro. Un poco más alejada, situada a una distancia cercana, se divisaba la mesa principal, una superficie rectangular y alargada en la que los protagonistas podrían divisar todo el perímetro que abarcaba de la carpa.
Era el momento adecuado. Cada uno ocupando su lugar: Angy ocupaba la posición más extrema de la mesa al lado izquierdo; a su derecha, estaba su padre, luego la novia, a continuación Dorian, y por último, a la derecha de éste, Julia.
El silencio por fin apareció. Vladimir se levantó con solemnidad y dedicó una mirada general, preparándose para dar uno de los discursos más emotivos.
—Como todos sabéis, hoy estamos aquí reunidos porque es el día más feliz de mi hija, y por eso, también yo soy feliz. —Sus labios dibujaron una especie de sonrisa contenida—. Las familias nunca son fáciles. A decir verdad, ¿cuál lo es? Se pueden cometer errores pero también pueden acontecer cosas maravillosas, y ésta es una de ellas. Siempre pensé en la posibilidad de que un día como hoy llegase, pero jamás pude imaginar el hecho de sentir tanta emoción recorriendo mis venas. ¿Por qué? la respuesta es sencilla —Le dedicó una tierna mirada a la novia—. Estoy viendo a una mujer renacida de sus propias cenizas, y aunque quizás es joven, cuenta sin embargo con un carácter ejemplar. —Carraspeó—. Sé que mi hija ha tomado la decisión adecuada, y como padre que soy, le deseo todo lo mejor. He de admitir que al principio me mostré un poco reacio ante este compromiso; es algo que no pienso esconder, pero tampoco quiero ocultar lo equivocado que estaba. Me negaba a ver más allá de lo que veían mis ojos, y ahora que he logrado ver a esta pareja desde otra perspectiva, no tengo ninguna objeción. Sé que Dorian es el hombre adecuado para mi hija. Sabrá hacerla feliz y Nora hará exactamente lo mismo. —Levantó la copa de champán que sostenía en la mano—. Simplemente me gustaría brindar por la pareja más bonita de toda la isla.
Una oleada de aplausos cerraron su turno de palabra. Acto seguido, el novio se levantó de su asiento y tragó saliva. Parecía realmente nervioso, ya que todas esas personas eran desconocidas. Cuando por fin logró serenarse, clavó la mirada en un punto fijo de su campo visual y dejó que las palabras salieran de su garganta.
—Alguien me dijo una vez que si haces un favor, nunca debes recordarlo, pero nunca debes olvidarlo si eres tú quien lo recibe. —Miró con gran emoción a la que ya era su mujer—. Nora me hizo el mayor de los favores porque me devolvió a la vida; a una vida que creía perdida. Tuve muchos motivos para llorar, pero ahora sé que puedo volver a ser el que era antes, porque aunque a veces las circunstancias de la vida te obliguen a perder algo que quieres, puede que más adelante el futuro te haga recomponer esos trozos que estaban diseminados por todas partes para volver a crear algo incluso más fuerte que lo que hubo una vez…
Las palpitaciones en el pecho se hacían cada vez más pronunciadas. ¿Se estaba volviendo loca? Creía que sí, porque aquello no podía estar pasando. A su entender, el discurso que estaba pronunciando Dorian parecía ser un conjunto de palabras aparentemente inocentes, pero cargado con un mensaje subliminal, y Ángela era capaz de leer entre líneas. ¿Acababa de referirse a ella al mencionar que el futuro podía volver a crear algo más fuerte de lo hubo en un pasado?
—Hay gente que dice que el amor no es lo que mueve el mundo, pero están totalmente equivocados, porque desde luego ese sentimiento tan profundo consiguió desestabilizar el mío, pero para bien, claro. Puede que no sea perfecto todo el tiempo, pero llegas a apreciar las cosas más insignificantes. —Su voz parecía inquebrantable, sin pausas demasiado largas—. Las mariposas en el estómago, las miradas… Esas cosas que te recuerdan por qué tienes una sonrisa durante todo el día. En ocasiones, el amor te hace ser mejor persona, y está claro que a día de hoy soy mejor gracias a Nora. Sé que nada hubiera sido igual si no nos hubiéramos conocido. Ahora entiendo que lo bueno puede llegar de manera inesperada. Nunca he querido estar en soledad, y mucho menos ahora que tengo a una mujer tan maravillosa a mi lado. Quiero despertarme cada día y que su cara sea lo primero que vea, sabiendo que no va a marcharse a ninguna parte, y lo sé porque cuando quieres a alguien de verdad, mueves cielo y tierra para dar con ella si el destino decide separaros. Cuando tienes la oportunidad de encontrar al gran amor de tu vida, no debes dejarlo escapar. Puede que el camino se haga duro, pero si logras dar con tu media mitad, la recompensa es increíblemente gratificante. Puedo decir bien alto que estoy locamente enamorado de la mujer más preciosa que está entre nosotros. Simplemente es perfecta; para mí no tiene ningún defecto pero si lo tiene, es capaz de disimular increíblemente bien. Mi mayor deseo es que esto dure para siempre. —Levantó la copa con firmeza y sonrió—. Puedo ignorar muchas cosas, pero lo único que sé con seguridad, es que el verdadero amor nunca dice adiós.
Se hubiera caído al suelo de no ser porque estaba sentada. El mundo se le vino abajo y estuvo a punto de echarse a llorar. Ni siquiera pudo levantar la cabeza y aplaudir como el resto. Nadie tenía ni idea de lo que aquello significaba. Ahora sabía perfectamente que no se había equivocado en su suposición. Su instinto no la había engañado, si no todo lo contrario: la había estado preparando para algo como eso, pero se dio de bruces con un silencio lleno de amargura. Y todo por esas palabras: «el verdadero amor nunca dice adiós». ¿Cómo había sido capaz de volver pronunciar algo semejante? Esa siempre había sido su forma particular de decirse el uno al otro que su relación sería para siempre, y Dorian acababa de hacerla presente en su propia boda, sabiendo que Ángela no era la novia. ¿Se había vuelto loco? Acababa de declarar públicamente que la seguía queriendo, y que por nada del mundo renunciaría a ella. ¿Cómo seguir intacta después de aquello? No sabía ni qué hacer. Veía caras felices por todas partes, menos la suya. Miraba en una y otra dirección y no encontraba el apoyo necesario para no tambalearse.


La comida fue exquisita, o eso era al menos lo que las caras de los invitados dieron a entender, con comentarios oportunos y ojos redondos como platos. Una cantidad infinita de finas bandejas con productos del mar, ya que era lo más indicado. Un surtido de merluza con patatas en salsa verde, almejas en salsa marinera, langosta con salsa rosa, gambas con salsa de tomate, aguacate relleno de cebiche de camarón...
Después de comer hasta hartarse, toda la gente se replegó y abandonó la carpa, precedidos por los novios. Era la hora de bailar y desinhibirse un poco, con las frías bebidas que iban de aquí para allá suspendidas en bandejas llevadas por camareros siempre dispuestos a sonreír a todo el mundo. La música de los violines se cambió por otra más actual y movida, permitiendo que algún que otro tipo se pusiera a menear el esqueleto con gran ímpetu.
A pesar de las insistencias por parte de Evan para que Ángela se moviese un poco, ella no cambió de idea. No estaba precisamente receptiva en aquel momento, después de haber soportado otra vez una explosión dentro de su cuerpo, con imágenes que llenaban su mente de recuerdos que se afanaban por repetirse, incapaces de entender la realidad. Se encontraba tan mal, que amenazaba con irse de manera inminente, pero en el fondo sabía que no podía hacerlo. Tenía que continuar hasta el final, tratando de convencerse para ello, imaginando que tal vez así pudiese darse cuenta de que era más fuerte de lo que pensaba, aunque en el fondo tampoco importaba demasiado ya que no tenía elección: estaba allí; era la madrina y su papel no pasaba desapercibido. Además estaba la perfecta sonrisa de Nora. No quería que por nada del mundo se esfumara, por eso volvió a hacer nuevamente de tripas corazón.
—¡Madrina! —dijo una voz.
Levantó la cabeza y encontró a la novia corriendo en su dirección. Se abalanzó sobre ella y la abrazó.
—¿Tanto te alegras de verme? —dijo su hermana mayor.
Evan, que se encontraba al lado de esas dos mujeres, se mostró bastante conforme.
—Vaya —dijo, nunca pensé que una novia pudiera estar tan radiante. —Extendió su mano derecha—. Soy Evan.
Nora emitió una sonrisa por lo bajo.
—Al fin nos conocemos. —Le dedicó una mirada a su hermana—. Angy me ha hablado muy bien de ti.
—Eso espero. Somos socios.
Nora se le quedó mirando con curiosidad. Estaba analizándole a fondo, preparada para dar su veredicto aunque no hiciera falta.
—¿Podría robarte a tu querida socia un minuto? —preguntó.
Evan sonrió y le dio un empujoncito sutil a Ángela.
—Toda tuya.
Nora no se hizo esperar y tiró del brazo de su hermana con fuerzas, llevándola hasta la zona de baile, donde los invitados estaban perdiendo la vergüenza, pasándoselo en grande.
—¿Le concedes este baile a la novia?
Ángela sonrió. Su hermana estaba preciosa y, aunque por dentro sentía todo ese fragor de dolor, lo cierto es que se sentía orgullosa de Nora.
—Claro.
Como si volvieran a tener pocos años, las dos hermanas se movían con desparpajo, atrayendo las miradas de unos cuantos.
—¡Estás preciosa! —exclamó Nora.
—Tú sí que lo estás. Nos has dejado a todos impresionados. —Le pellizcó en la mejilla—. No tenía ni idea de que el blanco te sentase tan bien.
Siguieron dando vueltas, giros, amagos divertidos, y toda una cantidad variada de movimientos hasta que la recién casada volvió a la carga, mirando en todas direcciones para asegurarse de que nadie podía escuchar nada. Su expresión se volvió ligeramente seria. Estaba concentrada.
—Sé sincera. —No parpadeó—. ¿De verdad no hay nada entre vosotros dos?
Esa pregunta la pilló por sorpresa. Contrajo el cuerpo.
—¿Qué?
—Ya no puedes seguí negándolo, Angy. —Nora se acercó a su oído—. Está demasiado claro.
Creía que iba a caer de rodillas. ¿Estaba hablando de lo que creía que estaba hablando?
—Nora, yo…
—¿Creías que no me iba a dar cuenta? —interrumpió su hermana—. ¡Salta a la vista! Creo que todo el mundo ha podido percatarse de lo vuestro…
Angy dejó de bailar. El estómago se le acababa de revolver. La presión era máxima y no sabía cómo salir de esa situación tan punzante.
—No es lo que crees…
—¿Estás bien? —Nora la agarró de la cara, asustada.
—Creo que sí…
—¿Y esa cara, entonces?
No obtuvo respuesta, pero en lugar de seguir seria, volvió a mostrar su encantadora sonrisa.
—Tranquila, era una broma. Sé que Evan sólo es un amigo. —La abrazó otra vez—. Me lo has dicho miles de veces…
Ángela sintió que volvió a la vida en cuestión de un segundo. Había sido tan ingenua… ¿Cómo no se había dado cuenta? Había estado a punto de cometer un error y todo por los nervios. Su hermana se estaba refiriendo en todo momento a Evan, y no a su propio marido, pero al parecer se había quedado tan bloqueada que había sido incapaz de verlo, creyendo que la verdad había salido a la luz.
—¿Evan? —musitó—. ¿Te refieres a Evan?
—Claro —confirmó—. ¿Quién si no? ¿De quién creías que estaba hablando?
Angy se encogió de hombros, disimulando su nerviosismo.
—No lo sé. —Sonrió—. Tú siempre tienes más tacto para ese tipo de cosas. Creía que te referías a alguno de los invitados…
Después de ese gran susto, siguieron bailando durante un buen rato, siguiendo el ritmo a pesar de los incómodos tacones.
Creía que estaba recuperándose de su conmoción cuando vio a Nora salir disparada, corriendo con agilidad. Se abalanzó a los brazos de Dorian, que había decidido acercarse después de estar en un plano menos relevante. Sin apenas esfuerzo, la levantó por los aires, creando una bonita estampa para los demás, pero no para ella.
—Angy —pronunció Nora—. ¡Ven!
No pudo moverse, al igual que aquella vez en el restaurante, sólo que esta vez la situación era peor. No eran novios, eran marido y mujer, un compromiso serio…
—Testaruda —profirió—. ¡Ven aquí! Los recién casados quieren estar cerca de la madrina.
A regañadientes, recorrió con pasos de tortuga esa pequeña distancia mientras intentaba pensar en otra cosa, pero era imposible. Cuando llegó, mantuvo la mirada apartada.
—¿Has visto lo guapa que está mi hermana? —apuntó la novia.
—Sí —reconoció Dorian—. Realmente preciosa. Pero eso es algo que está en vuestros genes, porque tú estás sencillamente espectacular.
Nora le dio un beso para agradecer esas palabras. Ángela sintió algo moverse dentro de ella. Tal vez fueran celos, quizás…
—¿No tenéis sed? —preguntó de repente Angy, en un intento por alejarse de allí.
—Un poco —dijo Nora—. Tanto baile me está dejando la garganta seca.
—Vale, entonces iré a buscar un par de bebidas.
Creyendo estar libre, Ángela dio un paso pero ninguno más. Nora aferró su muñeca, y negó con la cabeza.
—De eso nada. Tú te quedas aquí.
—No es molestia, de verdad. No tardaré nada…
—He dicho que no. —Frunció el ceño, divertida—. Aún no has bailado con el novio.
Con uno rápidos movimientos de manos, Nora dispuso a su hermana y a su recién marido en una posición óptima para bailar.
—¿Qué? —El corazón de la madrina se paró—. No, mejor no…
—¡No seas tonta! —chilló—. Dorian ya es oficialmente un miembro más de la familia. —Soltó una risotada—. Aunque no quieras, tendrás que llevarte bien con él.
—Pero…
—En seguida vuelvo.
Contento y risueña a partes iguales, la chica rubia con vestido blanco se alejó con pasos acompasados, tarareando la música que se oía de fondo, una balada. Justo en el momento apropiado.
Con delicadeza, él colocó una de sus manos en la cintura de Angy mientras que con la otra envolvía la frágil mano de ella. Comenzaron a girar lentamente, al compás de la música, siendo los únicos que sabían la verdad; esa verdad que estaba justo delante de todos, pero que pasaba completamente desapercibida.
—Estás preciosa —susurró.
Angy desvió la mirada, incapaz de aguantar la presión de sus ojos.
—Ya está —dijo ella—. Ya eres el marido de Nora. Por lo tanto, acabas de convertirte formalmente en mi cuñado.
Dorian emitió un largo suspiro como respuesta.
—Aún no me he ido a ninguna parte. —Se acercó a su oido—. Ahora mismo estamos tú y yo bailando, como solíamos hacer antes.
La piel se le erizó. Sus palabras contenían un mensaje oculto; un mensaje que Ángela no podía descubrir otra vez y menos delante de todo el mundo. Su mayor temor era que la indiscreción del novio fuera demasiado grande, atrayendo la atención de toda esa gente congregada en un mismo espacio, pero se llenó de valor para echarle en cara lo que había dicho antes.
—¿Cómo has podido decir eso delante de todo el mundo? —Su voz estaba resentida—. Ha sido demasiado cruel…
—¿Cruel para quién? ¿Para Nora o para ti?
No pudo contestar.
—No has debido hacerlo —insistió—. Aunque ya no exista nada entre los dos, esa frase era nuestra. No has debido utilizar algo tan íntimo y personal para referirte a Nora.
La mano de Dorian se cerró con un poco más de firmeza sobre la de Angy.
—No me estaba refiriendo a ella.
Pudo jurar que en ese momento el tiempo dejó de correr, como si los segundos se hubieran detenido, así como el resto del mundo. Estaba tan cerca de él, rozando su cuerpo y aún así…
—Sabes tan bien como yo que esto no debería haber sido así —dijo de repente, con unos ojos expresivos, más vivos que nunca.
—No digas eso…
—Sabes tan bien como yo que la novia debería haber sido otra persona. Debería haberme casado con otra mujer. —Desafiando a las reglas se volvió a acercar a ella, con apenas un susurro saliendo de sus labios—. Sabes que hubiera dado cualquier cosa para que hubieras sido tú.
La sacudida fue tan grande que Angy tuvo que dejar de bailar, temerosa de caer al suelo sumida en un profundo pesar. No podía creer que Dorian siguiera empeñado en algo imposible; acababa de casarse y seguía proclamando en voz baja su amor por ella. Era demasiado doloroso, en especial para su alma partida en dos, porque de buena gana se habría fugado con él si se lo hubiera pedido, pero estaba claro que lo habría hecho si su hermana no hubiera sido la verdadera novia.
Se separó de él, decidida a tomar el aire.
—¿Adónde vas?
—Necesito estar sola —dijo con un hilo de voz.
—Te acompaño.
—No —gruñó—. He dicho que necesito estar sola. El novio no puede ausentarse bajo ninguna circunstancia.
Se alejó de allí con grandes pasos, decidida a aislarse nuevamente porque era algo que necesitaba urgentemente, consciente de que las lágrimas estaban a punto de desbordarse.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos de todo el mundo, se quitó los tacones, cosa que agradeció. Dio unas vueltas tanteando el horizonte y al final decidió quedarse allí, a un par de metros del agua salada. Se sentó en una de las rocas que se encontraban ancladas en la blanca arena. El viento en la cara secó sus primeras lágrimas pero no pudo hacer lo mismo con todas las que vinieron detrás. Lloró desconsolada, como una niña pequeña. Lloró con fuerzas y en silencio, deprimiéndose aún más con cada nueva bocanada del aire que llenaba sus pulmones.
Había vuelto a perder, y esta vez había sido mucho más duro que la anterior. Era un desastre emocional, volviéndose más estúpida por momentos. Estaba literalmente partida en dos, con un corazón que había dejado de hablar su mismo idioma, y no sabía lo que quería. En realidad, sí lo sabía, pero estaba prohibido, por eso mismo no podía soportar la ira reprimida al verles tan felices. ¿No había dejado claro que seguía enamorado de ella? ¿Entonces por qué parecía tan feliz al lado de Nora? No sabía ni qué pensar. Quería gritar y desahogarse de alguna manera, porque estaba claro que esa situación se le iría de las manos si es que acaso no lo había hecho ya.
Pasó algo más de media hora cuando una sombra se proyectó sobre la arena, pero Angy siguió sin moverse, concentrada en no volver a llorar, mirando a ninguna parte en concreto, con los ojos serenos pero con una cara demasiado triste.
Intuyendo que su hija ni siquiera se había percatado de su presencia, carraspeó intencionadamente.
Angy giró la cabeza en dirección de ese sonido y se encontró con su padre. Dio un leve salto sobre la roca, sorprendida.
—Papá —susurró—, ¿qué haces aquí?
Vladimir se metió las manos en los bolsillos del elegante pantalón, sin dejar de mostrarse totalmente relajado.
—Vaya, yo iba a hacerte la misma pregunta.
Ángela se mordió el labio. Ni siquiera le había visto venir, pero no hubiera servido de nada si lo hubiera hecho. No tenía fuerzas para hablar con nadie, ni siquiera con él.
—¿Por qué no estás con los demás?
—No me gustan demasiado las multitudes —comentó.
—Pero esto es una boda, cariño. Se supone que en las bodas toda la gente está… feliz. —Se acercó y se sentó en una roca próxima—. ¿Debo suponer que tú no lo estás?
Ese comentario la dejó desarmada.
—Claro que lo estoy. Estoy feliz por Nora.
—No me refería a tu hermana, cariño. Estoy hablando de ti.
—Estoy bien, de verdad. Quizás algo cansada, pero bien.
Su padre extendió el brazo y apretó con dulzura la mano de su hija. Además de compartir ese mismo verdor en la mirada, también tenían actitudes similares.
—Sé que hace mucho tiempo que no tenemos una conversación de padre a hija, pero sabes que puedes pedirme ayuda o consejo cuando lo necesites. Sea lo que sea, sabes que nunca diría nada.
Eso último hizo tambalear su secreto. Se miraron fijamente, hasta que Angy tuvo la necesidad de dirigir sus ojos a otra parte.
—Si hay algo de lo que quieras hablar, cualquier cosa… Soy tu padre, tesoro. Junto con Nora y tu madre, para mí eres lo más importante, y no puedo verte así.
Su mirada… Era como si en el fondo supiera la verdad.
—Todo este último mes me ha cambiado en algunos aspectos —acabó por decir—. La boda, los viajes… Ha sido muy repentino. No estoy acostumbrada a estar lejos de mi casa durante tanto tiempo. No sé dónde estoy. Quiero decir, me gustaría volver a centrarme. Hacer lo que hacía antes, tener una rutina, una constancia…
—Puedes irte mañana mismo si es lo que quieres, Angy. Mientras tú estés bien, no me importa que puedas estar en la otra parte del mundo. Sabes que nos vas a tener siempre cerca, de una forma u otra.
Esas cariñosas palabras de aliento supusieron un ápice de motivación. Se acercó un poco y se dejó caer sobre el hombro de su padre, pudiendo oler la colonia que se había puesto para la ocasión.
—Muchas gracias, papá. —Respiró lentamente—. Ya no soy una niña pero sigues cuidando de mí.
—Cielo, siempre serás mi niña. Eso es algo que no va a cambiar.
Se quedaron sin decir nada durante unos minutos, apreciando la vista y disfrutando mutuamente de su compañía.
—¿Sabes? Echo de menos vuestras visitas inesperadas. Aún me gusta recordar cuando os sentabais en primera fila para verme actuar. Era todavía más gratificante.
—Tu madre y yo somos tus más sinceros admiradores.
—Lo sé —dijo, riéndose—. Mis mejores fans.
—Sabes que me gustaría poder verte siempre, Angy. Me encanta verte actuar, pero estando tan lejos… Me temo que eso es algo que escapa a mi control, y todo por ser débil…
—No digas eso. —Se le quedó mirando con preocupación—. No eres débil, papá. Tú no elegiste tener problemas de corazón. No podías hacer nada.
—Lo sé, pero me apena saber que estoy perdiéndome grandes cosas, como esas.
—No te preocupes. Siempre os tengo presentes.


24


Tenía que volver a la realidad. Su pesadilla, o al menos gran parte de ella, por fin había acabado. Ya no tendría que poner su mejor sonrisa para despejar cualquier atisbo de duda; se había despertado con los sabores de un nuevo día, una nueva oportunidad para volver a empezar de cero. No había imaginado que coger un avión directo a su hogar pudiera reconfortarla tanto, y es que le gustaba la idea de imaginarse a cientos de metros sobre el suelo, deslizándose sobre el cielo, sabiendo que su paradero estaría a salvo, lejos de aquella mirada que había vuelto a encontrar tanto tiempo después. Por primera vez, tenía la osadía de quedarse anonadada con las vistas que se observaban a través de la ventanilla. Las nubes estaban en el mismo nivel, con aspecto de algodón dulce, brillando con furor gracias al cálido color dorado del sol.
Le daba vueltas una y otra vez, siendo consciente de su error. Ahora que podía pensar con la cabeza un poco más fría, no encontraba ningún rastro de cordura. Todo era caos, una absoluta contradicción. Los sentimientos podían llegar a ser devastadores, pero debía darle una oportunidad a la distancia, confiando en que tarde o temprano ella misma volviera a convertirse de nuevo en un recuerdo, porque no podía ser nada más.
Un tiempo después, su sentido común la hizo despertar de golpe, encontrándose en el asiento del avión, siendo prácticamente la última pasajera que aún se encontraba abordo. Se levantó rápidamente y recorrió el mismo camino que había pisado tantas otras veces, con los pasillos, la niebla, los peatones, y un oportuno taxi esperando a llevarla a casa.
Lo primero que se moría por hacer era desplomarse sobre su comodísima cama, a la que había echado tanto de menos. Por eso no se lo pensó demasiado cuando introdujo la llave en la cerradura y abrió con ímpetu la puerta. Ni siquiera se molestó en evitar sonreír. Ya no estaba en un lugar desconocido. Era su hogar, su auténtico hogar, por eso se quitó las botas y fue corriendo a su dormitorio, saltando como una niña sobre esas finas sábanas color caoba que parecían ofrecer una calurosa bienvenida. Sin tener ninguna intención de hacerlo, se pasó toda la tarde allí, mirando el blanco techo, pensando en todo y en nada a la vez. Por un lado, estaba anímicamente mejor; volvería al trabajo de forma inminente y no tendría que preocuparse durante más tiempo por saber que estaba ausente. Sin embargo, y a pesar de querer alejar esos pensamientos que la aturdían, no podía olvidarse de lo inquietante que se había vuelto su organizada vida en cuestión de un mes. Todo se había vuelto del revés, y estaba segura de que nada podría ir peor. Las cosas ya se habían torcido demasiado y por eso lo mejor era poner tierra de por medio, así al menos tendría la conciencia limpia, porque seguía sin poder soportar la idea de la ingenuidad de Nora. No tenía ni idea del infierno que se había creado justo entre ellos, amenazando con echar por la borda los sentimientos de ambos, formando un inconcebible triángulo amoroso. Aunque se negara a creerlo, ella era la pieza más importante, la clave de un mismo presente y pasado. ¿Qué pasaría con el futuro?
No podía reprimir esa cálida sensación recorriendo cada centímetro de su cuerpo, inundando cada rincón, haciendo que se sintiera presa de algo que no había experimentado jamás: los celos. Sí, era absurdo, pero también tenía cierta lógica, ¿no?
Abandonó a Dorian para evitar su pérdida, pero nunca dejó de estar enamorada. Ahora que él ya tenía una vida propia, no podía abrir la boca. Es decir, quizás lo había hecho en sus encuentros fortuitos con él, pero había sufrido por dejar las cosas claras, porque a veces las cenizas no consiguen reavivar un antiguo fuego.
La noche se cerró sobre el cielo, y las estrellas pululaban por la atmósfera oscurecida. Un característico sonido llegó a sus oídos, incentivando su pequeño estado de ánimo concentrado en unas pocas sonrisas que poco o nada tenían que decir. Se levantó despacio, palpando con sus pies la moqueta. Recorrió unos cinco pasos, y se posicionó a un palmo de la ventana, contemplando ese espectáculo que disgustaba a la mayoría de la gente pero no a ella. Le encantaba la lluvia; siempre lo había hecho. Esas diminutas gotas deslizándose en un abrir y cerrar de ojos por el cristal, realzando su paz interior, aunque paz era precisamente lo que no tenía. Su antónimo había decidido acompañarla, lo que no sabía era por cuánto tiempo, pero a decir verdad comenzaba a acostumbrarse a su serpenteante silueta, dispuesto a atacarla en los momentos de debilidad, que se volvían cada vez más frecuentes. Una inesperada rutina cargada de decepción.
Su estómago rugía pero su cerebro no, por eso quiso ignorar el hambre fisiológica de su organismo para concentrarse en otros asuntos. Pensó en llamar a su padre, pero desechó la idea tras pensar en lo que vendría después. No quería deprimirse más, por eso se convenció de que marcar su número no sería buena idea, así que fue directamente al salón. Se sorprendió gratamente de que el ambientador aún siguiera funcionando, impregnando la estancia de un agradable olor a vainilla, uno de sus favoritos, llegando hasta la estantería cargada de libros, con sus lomos relucientes e impolutos. Les tenía especial aprecio a todos ellos. Le encantaba la lectura y era un vicio que no había perdido, por eso se entretuvo deslizando el dedo por un conjunto de ellos situados en el estante paralelo a su vientre, a la altura ideal para observarlos con detenimiento. Se llevó uno de los libros cerca de los ojos, oliendo sus tapas duras de color rojizo. Ese pequeño movimiento consiguió que los demás se deslizaran hacia uno de los lados en un curioso efecto dominó. Lo que no se esperaba era encontrar algo extraño en la parte del fondo de la estructura de madera, en uno de los extremos. Introdujo la mano con cuidado y sintió algo moverse, como si la tabla de madera estuviera suelta. Presionó con fuerza y al final pudo ver cómo se abría un hueco oscuro. Palpó el interior con lentitud y sus dedos se toparon con lo que parecía ser un cofre o una caja de dimensiones bastantes reducidas. Lo sacó y pudo ver su pasado de nuevo, como una proyección de imágenes virtuales sobre esa misma superficie de madera. En el fondo era inútil que se desentendiera, jugando a ser alguien diferente. Sabía lo que era, porque ella misma lo había guardado allí hace tiempo al poco de adquirir la casa, creyendo que no volvería a necesitarlo. Casi lo había olvidado… Habría estado a punto de hacerlo si Dorian no hubiese vuelto de entre los muertos, porque a veces cometía la estupidez de creer que su muerte había sido algo real, para convencerse de que nunca podrían estar juntos de nuevo, pero ahora que sabía que estaba mejor que nunca, tenía dudas.
A pesar de no ser el sitio más cómodo del mundo, se sentó sobre el frío suelo de parquet, acariciando los bordes de la caja pero sin atreverse a descubrir su contenido, pero entonces recordó algo vital, unas palabras que habían salido de la boca de Dorian durante su propia boda, dando a entender que el amor era una fuerza en potencia. La voz de ese hombre resonaba en su memoria reciente, acrecentando las inseguridades. Finalmente abrió la caja y lo que había allí dentro la devolvió a un pasado oculto en las profundidades; un pasado más allá de sus dos últimos años de vida, cuando contaba con apenas veinte años y un montón de fobias como recompensa a su esfuerzo. Su relación con Dorian apenas estaba empezando pero no estaba segura de si le quería; sentía cosas agradables cuando estaban juntos pero no sabía si debía llamarlo amor. Eso era algo demasiado grande para ella, y no le quedó más remedio que decírselo, confiando en él y en su buen criterio, sobre todo en su paciencia. Como respuesta a su confesión, Dorian se enojó, pero de una manera un tanto inusual, mostrándose complacido y molesto a partes iguales, como si él sintiese lo mismo pero sin atreverse a dar el paso de admitirlo. Se pasaron semanas sin hablarse. No contestaba a sus llamadas y Ángela empezaba a perder la esperanza, ya que le consideraba como alguien bueno, pero por eso mismo se asustaba. Era demasiado bueno para ella y sentía pavor al pensar que podía herirle. Pero todo cambió cuando recibió un curioso sobre. Descubrió una nota en su interior, con una caligrafía bastante esbelta. Entonces no tuvo duda. Cuando terminó de leer esa nota, la mayoría de sus miedos se fueron al instante. No tenía sentido, pero a ella le bastó para saber que sí que podía confiar en lo que sentía, entregándole lo mejor de ella sin pensar demasiado en las consecuencias.
Años después, y tras haber sufrido múltiples transformaciones y golpes de la vida, desdobló ese pequeño trozo de papel, apenas afectado por haber estado a buen recaudo. Su pulso se aceleró en silencio, inyectando adrenalina en sus venas como si estuviera a punto de saltar en paracaídas. Sus ojos se desplazaron lentamente, palpando cada palabra que decía así:
¿Cuándo se supone que es demasiado pronto? Para ti siempre lo será pero, ¿sabes qué? Prefiero creer que aún es demasiado pronto antes que aceptar que ya es demasiado tarde; que me digas que te importo, y no me mates en silencio por ser demasiado cobarde. Ojalá me entendieras. Me paso cada minuto del día pensando en ti, y cuando estoy a punto de concentrarme en otros asuntos que nada tienen que ver contigo, vuelves a aparecer de repente. Cómo se explica la rapidez extrema del pulso, la mirada perdida, y un millón de cosas más que ocurren precisamente en el momento que te veo llegar. Es ahí donde descubro una vez más que dependo de ti. No me preguntes cómo, simplemente es algo que se sabe. Sé que te quiero, y esa es una razón mucho más que suficiente para equilibrar esa gran balanza de todo lo que no sé. Porque después de todo, el verdadero amor nunca dice adiós.


Volvió a leerla una y otra vez, haciendo especial hincapié en esa última oración, convertida en protagonista quizás de manera involuntaria, pero en el fondo sabía que no podía ser cierto. Si Dorian había dicho eso, era porque lo seguía sintiendo. Le conocía demasiado bien, y sabía que nunca sería capaz de expresar abiertamente sentimientos que no estuviera seguro de experimentar. Había confesado delante de todos que la quería, que la amaba, y de nuevo se sorprendía por bajar la guardia y sonreír, porque ese hombre nunca había tirado la toalla, y era un poderosísimo incentivo para inundar su estómago con renovadas mariposas. Pero luego estaba la otra parte accidentalmente implicada: Nora. Le dolía admitir que muy probablemente también sentía algo por ella, pero quizá no lo suficientemente fuerte. Unos cuantos meses no podían sustituir a un amor prolongado de siete años.
Hurgaba en su cerebro tratando de encontrar una posible explicación. Aunque hubiese vuelto a encontrarla, su boda ya se había llevado a cabo, ya era algo real; un compromiso, unos brillantes anillos colocados en los dedos de ambos, proclamando su amor. Nora estaba perdidamente enamorada de él, de eso no cabía duda; pero Ángela temía descubrir el otro lado de la cuerda. Si Dorian quería lo suficiente a su mujer, la relación duraría. La pregunta era qué ocurriría si él se empeñaba en volver a vivir su pasado. Lo peor sería convertirse en testigo del fracaso de su enlace si Dorian no lograba distinguir entre fantasía y realidad, dejando de palpar ese amor que se suponía que debía de hacerle tiritar con la presencia de su joven esposa… Ángela no quería ser la responsable directa de la destrucción del matrimonio de su propia hermana, por eso estaba allí; por eso había vuelto a casa. Si la distancia antaño fue la causa de que rompiera con él, ahora debería considerarla una aliada, confiando en su poder para devastarlo todo a su paso. Rezaba en contra de sus propios deseos, manifestando algo contrario. Prefería que la lejanía los mantuviera separados porque volver a estar en contacto sería demasiado peligroso.


25


El brillante anillo de platino colocado en su dedo anular confirmaba lo que era evidente: era un recién casado. Dorian ya se había vuelto un hombre completo, o eso era lo que decían los de a su alrededor. Había llegado a la cumbre en lo referente a su vida personal. Y es que casarse era todo un reto. Acababa de empezar a escalar la montaña, pero no se veía capaz de vislumbrar el final.
El zumbido en sus oídos le recordó su destino. Estaba sentado en un avión, al lado de su mujer, esperando a desembarcar en lo que sería una inolvidable luna de miel, pero la felicidad que albergaba en su pecho no era precisamente por aquel motivo, si no por alguien a quien había dejado en tierra.
—¿En qué piensas?
La inesperada pregunta de Nora le bombardeó las sienes, sin saber muy bien qué contestar, a menos que fuera sincero, y ese no iba a ser el caso.
—No lo sé. Son muchas cosas inundando mi cabeza. —Sonrió con calma—. Aún me da vértigo pensar en todo esto, la verdad…
—Te quiero.
Esa declaración de amor le golpeó metafóricamente en el pecho. Sabía que tenía que decir lo mismo.
—Yo también, cielo.
Ella arqueó las cejas.
—Pues nadie lo diría. No pareces muy convencido.
Sabiendo que tenía razón, entrelazó su mano con la de ella, besando sus nudillos.
—Te quiero, princesa.
—Eso ya está mejor. —Se acercó y le besó con ternura—. Me encanta que me llames princesa.
—Lo sé. —Sonrió sin esforzarse—. Eres mi pequeña princesa de melena dorada.
—¿Así que te gustan las rubias?
—Lo siento, pero mi corazón no está en venta. —Señaló su anillo—. ¿Ves esto? Significa que tengo a alguien. No puedo comprometerme con nadie más.


Literalmente habían aparecido en un paraíso en mitad de la nada. El sol estaba bien a la vista, incrementando la temperatura hasta unos agradables veinticinco grados, marcando el ritmo y el buen humor. Parecía un mundo paralelo, sacado de alguna película romántica, perfecto para ello y perfecto para la ocasión. Y es que su luna de miel tenía que ser inolvidable, quizás más que la propia boda. Se encontraban de camino a uno de los exclusivos hoteles de la isla Mauricio, al suroeste del océano Índico. Nora no había querido reparar en gastos. Quería pasárselo en grande, y desde luego sus padres habían aceptado correr con todos los gastos con tal de ver feliz a su hija. En ese sentido, Dorian estaba un poco asqueado. No le había gustado lo más mínimo que sus suegros despilfarraran tanto dinero en algo así; él habría sido feliz con algo más humilde. Claro que le gustaba lo que veía, pero eso no significaba que lo mereciese.
—¡Dios mío! —exclamó Nora con entusiasmo juvenil—. ¡Esto es precioso! ¿No te parece?
Dorian asintió de mala gana mientras se esforzaba en cargar las dos maletas que sostenían sus manos. Tampoco iban a quedarse a vivir allí, pero a su mujer le gustaba la idea de saber que tendría ropa para cada ocasión, aunque allí lo más ideal fuera un bañador y una copa en la mano.
—Disculpen —dijo una voz cálida a sus espaldas—. ¿Puedo ayudarles?
Todo salió a pedir de boca. Los trabajadores del hotel fueron increíblemente amables y serviciales, asegurándose de que su llegada fuera lo más gratificante posible. Cuando estuvieron en su particular suite, los ojos centelleantes de ambos miraron en todas direcciones, frenéticos por tanto encanto contenido entre gruesas paredes blancas, iluminándolo todo.
Nora salió literalmente disparada.
—¿Nora? —Dorian se quedó con la boca abierta—. ¿Adónde…?
Siguió sus pasos y acabó en el dormitorio. Volvía a contemplar a una adolescente en lugar de a su mujer. Nora estaba tirada en la cama, de blanquísimas sábanas y pétalos de rosa esparcidos por toda la habitación. Estaba encantada con aquella visión.
Parcialmente más relajado, se quedó en la entrada, revuelto por sensaciones simultáneas.
—Creo que no has podido empezar de mejor forma —dijo.
Ella le devolvió la mirada, mostrándose totalmente de acuerdo.
—Oh, me muero por recordar esto cuando seamos mayores, cogidos de la mano, celebrando nuestros cincuenta años de casados.
—¿Cincuenta años? —Sintió una leve nausea—. ¿No crees que vas demasiado rápido?
Con un ligero movimiento de cabeza, ella le invitó a acercarse. Así lo hizo.
—Desde que nos conocemos, no me da miedo ir deprisa. —Se acarició el anillo de su fino dedo—. ¿Acaso necesitas más pruebas aparte de esta alianza?
Otra vez ese incómodo nudo en la garganta. No recordaba estar tan seco.
—Por el momento, es mejor disfrutar de todo esto, ¿no te parece? —Acarició su diminuta mano—. Ya habrá tiempo para pensar en un futuro lejano.
Ayudándose mutuamente, abrieron las maletas y lo dispusieron todo dentro del armario. Cuando terminaron, se pusieron el bañador.
—¿Y bien? —preguntó Nora, con una mezcla de picardía y curiosidad—. ¿Cómo estoy?
Dorian levantó las manos, en señal de rendición. Estaba totalmente impresionado.
—No sé cómo demonios lo haces, pero tienes la gran capacidad de dejarme con la boca abierta. Estás… espectacular.
Complacida por el piropo, Nora se llevó las manos a la cara, intentado fingir vergüenza.
—No hagas eso —bromeó Dorian.
—¿Por qué?
—Porque sabes tan bien como yo que te encanta que te piropeen.
—Eso era antes.
—¿Antes de qué? Ahora sigues encantada con todos mis piropos.
Nora se le acercó y le rodeó el cuello firme con los brazos.
—De eso se trata. No quiero ninguna clase de piropo que salga de unos labios que no sean los tuyos.


El agua turquesa les rozaba los pies, mientras las blanquísimas arenas rodeaban todo el perímetro, convirtiendo el paisaje en el más bonito del mundo. Las palmeras se erguían con fuerza y proporcionaban un encanto especial, con sus sombras alargadas proyectándose desde todos los puntos de vista, con algún que otro coco suspendido a gran altura. El silencio de las olas del mar era sumamente agradable, con su impoluta espuma avanzando y retrocediendo continuamente por el vaivén de las aguas. El cielo estaba despejado de nubes, con lo cual todo era perfecto: una visión panorámica irrepetible, un paisaje inyectado de preciosos tonos azules. El horizonte no tenía límite; se perdía a lo lejos, con apenas una imperceptible línea irregular fusionando los distintos tonos de color del cielo y el mar.
—¿Sabes nadar? —preguntó Dorian, con una sonrisa atravesándole la cara.
Nora se encogió de hombros.
—Bueno, para eso te tengo a ti. Sé que me salvarás si corro peligro.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque tu vida depende de ello. —Le colocó un dedo índice sobre el torso sin camiseta—. Además, sé que estarías encantado de reanimarme.
—¿Y supones eso porque…?
—Porque yo también estaría encantada de que lo hicieras.


Se pasaron las primeras horas de la mañana allí, salpicándose con el agua y riéndose con estruendosas carcajadas, sabiendo que nadie les reclamaría. Estaban solos por aquella zona, así que tenían el camino libre para hacer lo que consideraban oportuno. Se abrazaban, se tiraban hacia el agua continuamente, llenándose la boca con el agua cristalina para luego expulsarla a modo de juego. Nora estaba encantada, y por primera vez Dorian estaba concentrado en ella, sin pensar en nadie más.


Serían las tres de la tarde cuando la puerta sonó con dos ligeros toques. Dorian se levantó y charló amigablemente con el empleado encargado de traerles su comida. Les deseó buen provecho y desapareció con naturalidad, como si hubiera repetido la operación miles de veces.
—¿Preparada para la comida local?
Nora sonrió entre dientes.
—Eso espero. De todas formas, me muero de hambre.
Sus respectivos estómagos se acabaron llenando hasta los topes, bastante complacidos. Habían probado de todo: arroz con especias, carne, pescado, tallarines con salsa de soja… Múltiples opciones acompañadas por deliciosos cócteles tropicales bien fríos y cervezas.
Se encontraban medio adormilados, uno junto al otro, tumbados en una gran hamaca, que se balanceaba al compás del viento. Por el momento, estaban satisfechos y henchidos de orgullo. Unas primeras horas gratificantes.
Cuando el sol estuvo demasiado ardiente, se refugiaron en la habitación del hotel. Nora no paraba de suspirar, tendida bocabajo sobre la cama.
—Estoy agotada.
—¿En serio? Nada más que nos hemos bañado.
—Sí, pero con el viaje en avión… —Se removió—. Bueno, supongo que no tengo escusa. Estamos de luna de miel.
—No, es verdad. No la tienes, así que procura recobrar fuerzas. La segunda parte está preparada para dentro de un rato. ¿Estás lista?
—¿Lista para qué?
—¿Acaso lo has olvidado? —Dorian se puso intencionadamente las gafas de sol, provocando un risa en su mujer—. Nuestra particular carroza aparecerá en cuestión de una hora.
—¿Vamos a recorrer la isla en coche?
—Sí, un agradable hombre conducirá para nosotros todo el tiempo que queramos.
Nora inclinó la cabeza hacia delante. Eso era buena señal.
—De acuerdo, entonces. Pero ya que aún tenemos tiempo… ¿Por qué no vuelves a decirme lo guapa e irresistible que estoy?


El Jeep iba a bastante velocidad, lo suficiente para mover el aire a su paso y conseguir una mejor temperatura. El conductor tenía la piel bastante dorada, con unos rasgos agradables y un sombrero de paja despuntando en su cabeza. Tenía un característico acento pero era todo amabilidad. No había puesto ningún inconveniente y estaba concentrado en lo que mejor sabía hacer: conducir.
—¿Has traído la cámara? —preguntó Nora.
—Desde luego que sí. —Dorian sacó de su mochila la cámara digital metalizada—. No te preocupes. Inmortalizaré cada rincón de la isla.
Y así fue. Todo quedó grabado a fuego en las múltiples instantáneas. El dedo de Dorian no dejó ni un momento de presionar el diminuto botón de la cámara. Al final necesitó tomarse un descanso. Tenía la muñeca algo agarrotada.
El cielo había seguido despejando con esa temperatura de ensueño. Las ligeras sacudidas del vehículo debido a las irregularidades del terreno no fueron un problema. Los dos seguían embobados por tanta preciosidad, y es que resultaba misión imposible mostrarse de piedra ante tanta belleza, personificada en lugares tan increíbles como El Valle de los Colores de Chamouny o Las Tierras Coloreadas, rocas con diferentes composiciones químicas y tonalidades. También echaron un vistazo al Jardín Botánico de Pamplemousses, a las Cascadas de Rochester y Chamarel, una peculiar reserva de cocodrilos, sin contar con el hecho de contemplar continuamente a la fauna del lugar, compuesta en sumatoria de conejos, pavos reales, ciervos, aves, tortugas gigantes… Toda una aventura comprimida en las horas del reloj de sus muñecas.
Sin avisar, y después de terminar con su inacabable paseo, Nora se agarró a su cuello y le besó con una intensidad poco convencional. Sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas y sus ojos despuntaban una claridad desconocida. Literalmente se encontraba en una nube.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Dorian, aún ligeramente boquiabierto.
—¿Acaso no puedo agradecerte todo esto? —Su sonrisa se asemejaba bastante a las perlas—. Eres el mejor.
Sintió sus tripas removerse. Era una mezcla entre compasión, dulzura y obligación… No recordaba haber experimentado presión antes. Pero claro, su cerebro había sido golpeado por el pasado a través de esa otra mujer… Pero en ese momento no. No era el segundo certero para volver a perder la cabeza. Maldita sea estaba de luna de miel y no podía echarlo a perder. Si seguía con lo establecido, sabía que de alguna forma u otra, ella estaría bien, tal y como prometió. Eso contribuyó enormemente a la relajación de sus anchos hombros. Comenzaban a adquirir un tono peculiar. Incluso en algún momento se permitió sonreír sin tapujos. Al menos en ese momento, se sentía seguro. El anillo brillaba con fuerza bajo los últimos rayos de sol y estaba seguro de quererla. Ese era el futuro que él mismo había elegido.
Cuando quisieron darse cuenta, era hora de volver. La isla estaba realmente preciosa a aquellas horas de la noche pero tenían que regresar al hotel. La cena les esperaba.
Una vez de vuelta en su habitación, Dorian se observaba delante del espejo, conforme con su vestimenta: pantalones de algodón egipcio color beige y camisa a medio abotonar. Sonrió para sus adentros. Esa pinta medio arreglado medio informal no le disgustaba lo más mínimo.
—Cielo, creo que voy a tardar un poco más.
La voz de Nora desde el otro lado de la enorme estancia le llegó a los oídos.
—¿Puedo saber por qué?
Acto seguido, atendiendo a sus palabras, Nora se materializó a unos metros, en la entrada del dormitorio, con el pelo algo alborotado y en ropa interior. Sujetaba en ambas manos dos vestidos.
—No me digas que estás indecisa —apuntó Dorian.
—Sí —resopló Nora—. No sé por cuál decidirme. Los dos son preciosos…
—¿Qué más da? Quiero decir, ponte uno de ellos, así sin más. Mañana podrás ponerte el otro.
Nora cambió su mirada por una más fría.
—Eso no te ayuda demasiado, ¿eh?
—No, pero creo que tienes razón. —Se quedó mirando ambos vestidos—. Vale, creo que me pondré este.
Desapareció con la misma rapidez.
—Dame cinco minutos más.
—Te espero aquí. —susurró—. No tardes demasiado.
«Que sean veinte».


26


La iluminación era perfecta, pero no se encontraba preparada para interpretar. Tenía un dolor de cabeza insoportable y los focos no la estaban haciendo ningún favor.
—¿Quieres un descanso?
La voz de Evan resonó en todos sitios, haciendo especial énfasis en la última palabra.
—No es necesario. Estoy bien —fingió Angy.
—Por nosotros no hay ningún problema —puntualizó Paolo.
—Tómate un respiro —ordenó Valentina.
Con tal de no discutir, Ángela fue la primera en abandonar el escenario. A decir verdad, resultó un alivio. Llevaba todo el día revuelta, sin llegar a estar como pez en el agua, y eso era algo inquietante. Nunca había tenido problemas, es más, éstos se esfumaban en cuanto asumía el papel de algún personaje, pero ese día tenía pinta de convertirse en la excepción.
Estaba sentada en el despacho de Evan, en las oficinas, la parte más elevada del edificio. Allí el silencio era abrumadoramente inmejorable. Al menos, se reconfortaba dándose mentalmente una palmadita en el hombro.
—¿Hablando contigo misma para variar o qué?
Ángela sabía lo testarudo que podía llegar a ser Evan. A veces era exasperante, pero no tenía una buena razón para criticarle. Si había decidido seguirla, era porque no quería perderla de vista. Sabía que no estaba precisamente en su mejor momento.
—Creo que estás obsesionado conmigo —bromeó la chica de ojos verdes.
—Lo suficiente para asegurarme de que estás bien. —Le guiñó un ojo—. ¿Cómo llevas tu transformación?
No supe a que se refería. Frunció el ceño y esperó una respuesta.
—¿Qué…?
—Tu papel, Angy. ¿Te sientes cómoda?
Hubiera podido dar cientos de motivos por los cuales sentía que no encajaba con su nuevo personaje, pero en lugar de eso se limitó simplemente a morderse el labio y desviar la mirada, indecisa.
—No sé qué decirte. Entre nosotros, sigo pensando que el papel me queda grande.
—¿Un papel demasiado grande para Ángela? —Torció la cabeza con renovadas energías—. De eso nada. Sé lo que mis ojos han visto durante años. Puede que necesites un poco más de descanso, pero no creas que vamos a renunciar a ti. Además, ya no puedes retroceder. Dijiste que lo harías.
—Lo sé —gruñó con dulzura—. ¿Por qué crees si no que estoy ensayando?
—A propósito… —Carraspeó—. ¿Quién te parece mejor para el otro papel principal?
Había estado temiendo esa pregunta. No se le daban bien las apuestas de doble opción. Alguien siempre salía perdiendo y no quería formar parte.
—He visto a Paolo y a Fabio. Sinceramente, creo que los dos son capaces de transmitir todo el potencial del papel.
—¿Tú crees? —Se acarició la barbilla, pensativo—. Yo más bien apostaría por Paolo.
—¿Y qué pasa con Fabio? También merece una oportunidad.
—No estamos hablando de oportunidades, jefa. Si no de calidad. Paolo se adapta con más facilidad. No niego que Fabio también es condenadamente bueno, pero a veces tiende a encasillarse.
—De eso se trata. —El tono de su voz aumentó pero ni siquiera se dio cuenta—. Si no quieres que lo haga, dale una oportunidad. No siempre puede mantenerse a la sombra de los demás, ¿no te parece?
—¿Estás discutiendo conmigo?
Evan escrutó la mirada de su amiga. Al ver su hundimiento emocional, cambió de registro.
—Eh, ¿estás bien? —Se acercó hasta ella—. Era una broma, Angy. Lo siento.
—No, perdóname tú. No sé dónde diablos tengo la cabeza.
Mostrándose de acuerdo, asintió en silencio, titubeante.
—No quisiera decírtelo, pero últimamente estás un poco…
—¿Ausente?
—Exacto. —Permaneció un rato con la boca abierta, dándose cuenta de lo que aquello significaba—. Así que eres consciente.
—Desde luego que sí —confesó—. Estoy tan perdida en alguna parte que ni siquiera estoy concentrada en esto.
—¿Y eso te preocupa?
—Por supuesto que sí, Evan. Creo que debe ser bastante grave si ni siquiera mi mayor pasión puede otorgarme un poco de paz.
—No te tortures. Todos pasamos por malas rachas.
—Sí, pero…
—Lo peor que puedes hacer es autocompadecerte. Eso es algo que no va contigo. Si quieres que esto siga para adelante, baja las escaleras y cómete el escenario. —Le rozó la mejilla suavemente con su puño—. Te aseguro que es lo que estamos esperando todos nosotros. Sé que puedes hacerlo. Nunca te has debilitado ante nada.
No dijo nada pero su sonrisa fue suficiente. Respiró con lentitud, intentando serenarse e ir a por todas. Estaba decidida. Si realmente quería que todo aquello saliese bien, tendría que empezar por lo básico, y eso incluía aprenderse todo su papel. Jamás —salvo casos realmente excepcionales— había tenido problemas con eso. Las palabras se sintetizaban con su piel y al final acababa convenciendo al mundo entero de su nueva faceta. ¿Qué estaba pasando por su cabeza para que no fuera capaz de decir dos frases seguidas sin tener que apoyarse en el borrador sujeto entre las manos?
—¿Preparada para el segundo asalto?


Los ojos azules de Paolo la miraban con entusiasmo. Desde luego, el rubio sí que sabía meterse en la piel de su personaje, metamorfoseándose casi en cualquier ser.
—Sé que tú me quieres, Samara. —Lo dijo con determinación, mirando a la débil mujer que interpretaba su compañera Ángela—. Y lo sé desde el primer momento…
Era su turno. Ahora no debía fallar. Era fácil. Una simple rutina, mostrar apego y viveza en los ojos.
—¡Qué sabrás tú de sentimientos! —bramó—. ¡Ni siquiera sé lo que me dicen tus ojos! ¿Cómo puedo saber lo que eres si te escondes bajo tu armadura?
—Si me escondo no es por placer, si no porque la vida a veces se hace dura. Tú eres la cura a tantos males, señora.
—Eso es lo que aseguras ahora, pero no debo entrar en tus planes. —De momento no iba mal; lo decía todo sin consultar las líneas escritas—. Nos correspondemos en silencio, pero eso nunca será suficiente.
Sintió una punzada en el pecho. Sentía dolor al pronunciar esas frases. Eran unas palabras más de la obra, pero para ella significaban mucho más. Una nota mental que se repetía cada poco para recordarle lo que se suponía que debía olvidar.
—Puede que lo sea si me mientes —continuó Paolo—, pero conoces mis intenciones. ¡Por Dios, eres musa de mis mejores actuaciones! No puedes negarte.
—¿Negarme…? —Necesitó leer lo siguiente—. ¿Negarme a qué? Sigo sin saber lo que dices, y puesto que no quiero sobre mi pecho más cicatrices, esto debe acabarse aquí.
—Esa parte no saldrá de mí —musitó el rubio—. De mis labios no saldrá nada parecido, y pongo como testigo al mismo destino. Yo, juro no dejar de quererte.
Y entonces se le ocurrió emplear una inusual táctica. Ya que le resultaba imposible olvidarse de Dorian, ¿por qué no lo utilizaba a su favor? Si llegaba a controlarlo, podría utilizarlo como señuelo, imaginándole sobre el escenario y provocando que sus reacciones fueran realmente auténticas.
—¡No lo hagas! —chilló—. No dejes de quererme, porque si al final no soportas perderme, te conformarás con la misma muerte.
—¡Qué así sea si lo deseas! ¡Qué mis ojos proyecten lo mismo que tú veas!
—No lo entiendes. Dices que no quieres perderme pero te deprimes por algo que nunca ha sido verdad. No malgastes tu tiempo en fantasías que nunca se tornarán realidad.
No sabía cómo, pero realmente funcionaba. Se mostraba más segura y por el rabillo del ojo podía ver las caras satisfechas de sus compañeros.
—A esa locura te aferras, pero en el corazón te late el gruñido de una fiera. Te pido, no te desentiendas.
—No lo hago. Es que insistes en algo imposible. ¿No ves que ante mí resultas invisible? Hasta tus más sutiles actos se me antojan previsibles.
—Entonces no lo entiendo. Si me consideras como un cero, ¿por qué en tu mirada diviso un te quiero?
—Tu vista está mal, entonces. Si en verdad no me conoces, dejemos la farsa.
—¿Qué farsa? Si no entiendes lo que pasa; hasta el hielo de tus ojos me abrasa…
El encanto se esfumó, arrancándose de las voces de los intérpretes. Todos giraron la cabeza en la misma dirección. El inaguantable tono de llamada del móvil de Evan comenzó a sonar, arrasando con la atmósfera que tan difícilmente se había creado entre los protagonistas.
—Genial, Evan —gruñó Angy—. Ahora que iba moderadamente bien…
—Os pido mil perdones, a todos. —Desconectó su móvil—. Ha sido un tremendo error, pero creo que tenemos suficiente.
—¿A qué te refieres?
—A esto me refería —sonrió—. Te hacía falta un ligero empujoncito para levantar el vuelo. Ya vuelves a estar en tu zona.
Ángela intentó concentrarse de nuevo. Volvía a mirar a Paolo pero éste parecía estar esperando algo… Movía la pierna frenéticamente.
—¿Y cuándo llegará la escena del beso? —espetó.
—No te impacientes, Paolo —advirtió Evan—. Todo a su debido momento.
Al parecer era la única que desconocía esa parte. Arqueó las cejas descaradamente, sin saber si debía sentirse alagada o profundamente ofendida.
—¿Qué beso?
Aturdidos, todos la observaron en silencio, lo que provocó que se ruborizase levemente.
—Bueno —gruñó Evan—, se supone que ya deberías haberte leído la obra entera.
—Oh, sí… Lo siento. Me temo que aún no he llegado a esa parte…
—¿Qué dices Angy? —bromeó Paolo—. ¿Crees que este joven semental podrá contigo?
Soltó un soplido sonoro mientras intentaba ahogar una carcajada.
—Paolo —dijo Angy con voz calmada—, no eres más que un crío. Además, por si no lo sabes, esto es pura ficción.
—Lo sé, por eso resulta tan divertido…
—¿Preferís que os dejemos solos? —gruñó animosamente Andrea.


27


Los demás hacía rato que se habían ido, dejando las luces apagadas, sumiendo el escenario y el resto del edificio en un profundo y casi aterrador silencio, con la parte de las oficinas todavía en activo.
—¿Quieres que te lleve a casa? —se ofreció Evan.
—Creo que no —musitó Angy, con la cabeza ligeramente torcida—. Me quedaré un rato más leyendo. —Señaló el borrador definitivo de la obra—. Tengo que… acabármelo.
—Puedes terminar de leerlo esta noche si quieres, pero debes saber que hay lugares más acogedores que éste para hacerlo, ¿no crees?
Angy no sabía qué decir.
—Me gusta estar aquí.
—Lo sé, pero no me gusta dejarte aquí sola. No hay nadie por los alrededores…
Ese comentario la dejó parcialmente confundida. Su amigo siempre se preocupaba, pero ya no era una niña.
—¿Desde cuándo estás tan protector? —bromeó ella—. ¿Debo considerarme especial o lo haces por igual con todas las demás?
Le tendió su abrigo y el bolso.
—Créeme, tú eres la excepción.
Fue sin querer, pero entonces Angy decidió analizar hasta el extremo cada ápice del rostro de su amigo. No sabía cómo ni por qué, pero intuía algo diferente; algo que no estaba antes.
Salieron a la calle, y entonces Angy se alegró profundamente de no haberse quedado durante más tiempo. No había nadie por allí. Mejor contar con la compañía de un buen hombre.
El coche de Evan estaba algo apartado, como de costumbre. Le gustaba pasear por las mañanas, con la esperanza de que el viento le despejara las ideas. En aquella ocasión, sus ideas parecían estar visiblemente transparentes…
No pudo aguantarlo más. Le agarró de la manga de su chaqueta de cuero y tiró hacia atrás.
—Espera. —Le analizó con más detenimiento—. Tu cara…
—¿Qué le pasa a mi cara?
—Vale, Evan. —Hizo una señal de tiempo muerto—. Ahora lo entiendo todo.
—¿Así?
—Hay algo que no me estás contando.
Él torció el gesto y siguió caminando, intentando quitarle importancia, pero la chica de ojos esmeralda ya lo tenía aprisionado entre sus imaginarias garras. Intuición femenina, seguramente.
—Estás… distraído. Más que de costumbre.
—¿Eso es malo?
—No, al contrario. Pero me parece raro en ti. Siempre estás de buen humor, pero esto es diferente.
Un ligero brillo se acentuó en la sonrisa perfilada de Evan. Movió los pies hacia dentro.
—Bueno, creo que contigo puedo hacer una excepción.
Ángela se sobresaltó.
—¿Así que hay algo?
—Bueno, yo diría que más bien hay alguien.
Eso era lo último que esperaba oír. Miró a su amigo desde diferentes ángulos, creyendo que se trataba de un error.
—¿Alguien?
—¿Tanto te sorprende?
En realidad, sí. A pesar de su apariencia física, que lo clasificaba automáticamente en la categoría de conquistador rompecorazones, lo cierto es que Evan resultaba ser todo lo contrario. Una bonita fachada y un interior todavía mejor, por eso era a él a quien le habían roto el corazón la mayoría de las veces.
—¿Y no pensabas decírmelo? ¿A mí? ¿A tu mejor amiga?
—No dramatices —gruñó—. Te habrías acabado enterando de una forma u otra. Pero bueno, ya lo sabes.
Se metió las manos en el bolsillo y sacó las llaves. Estaba a punto de entrar en el asiento del conductor cuando se topó con la mirada usurpadora de Angy justo en la otra puerta.
—¿Qué?
—¿No pensarás dejar la historia así? Aún no me has contado nada.
—¿Cómo que no?
—Lo he averiguado yo solita. —Frunció el labio—. Así que merezco saber los detalles.
—Está bien, pero entonces vamos a mi casa. Conozco nuestras charlas y no quiero pasar horas sentado dentro de un coche.
—Vaya —murmuró, visiblemente divertida—, acabáis de empezar a salir y ya planeas serle infiel conmigo…
—¿Recuerdas el día anterior a la boda de tu hermana? —espetó—. ¿Recuerdas cuándo insinué que tú y yo…?
—Claro, ¿por qué? ¿Qué tiene que ver eso?
—¿Qué fue lo que me contestaste?
Angy lo pensó durante varios segundos. Se le iluminó la cara mientras le sostenía la mirada.
—Oh, qué ironías de la vida…
Evan rió por lo bajo.
—Exacto —pronunció—. Ahora te digo lo mismo: ni en sueños.


Angy había estado en casa de Evan muchas veces. Se conocían desde hacía años y por eso la complicidad había estado presente en todo momento, sin saltarse ninguna regla. Porque era sencillo: amigos, nada más.
—¿Quieres una copa?
—¿Ya quieres emborracharme? —Ahogó una risa—. No, tranquilo. Estoy bien así, gracias.
Como si estuviera en su casa, Angy se sentó de buena gana en el sofá color crema. Le encantaba ese sofá. Podría pasarse horas allí tumbada sin ninguna mínima intención de mover un músculo.
Evan se sentó a su lado con la copa que él sí que iba a beber. Le dio un corto sorbo y movió la copa en todas direcciones.
—¿Nervioso?
Sus miradas conectaron. Evan siempre hacía las bromas oportunas pero ahora resultaba que él era la víctima.
—¿Debería estarlo?
Ángela se incorporó, y le dio un suave empujón con su pie. Estaba ansiosa por conocer a la afortunada.
—Bueno, ¿vas a desvelar tu gran secreto o tendré que sacártelo por la fuerza?
—¿De verdad lo harías?
Angy recogió sus piernas y las envolvió con los brazos. El sofá era realmente cómodo para su espalda.
—Eso depende. Venga, Evan. No me hagas rogar. Te prometo que seré buena.
—¿Prometes hacer críticas no destructivas?
—Lo intentaré.
Acto seguido, viendo que no podía demorar más tiempo la situación, Evan se levantó como un rayo del sofá y a los dos minutos volvió con su inseparable portátil. Lo dejó en la mesita que hacía juego con el sofá.
—¿Guardas sus fotos en el ordenador? —intuyó Ángela—. Sospechoso…
—No digas tonterías… —Parecía avergonzado, como un adolescente—. Hablamos por chat y nos enviamos correos, por eso todas sus fotos están aquí.
Animada, Ángela levantó una sarcástica ceja.
—¿Sus fotos? —Fingió escandalizarse—. Evan, te aseguro que no quiero ver nada escatológico…
—¿Así soy yo durante todo el tiempo? —preguntó, entre irritado y divertido.
—Sí, más o menos. Es necesario que de vez en cuando pruebes de tu propia medicina.
Buscó entre sus archivos recientes y pinchó una carpeta. No tenía nombre.
—Ahora en serio, Angy. —Por primera vez se escuchó a un hombre ligeramente temeroso de hablar—. Quiero tu opinión. Ante todo, quiero que seas sincera. Sabes que confío plenamente en ti. —Se llevó la mano al cuello—. Yo soy un desastre para las relaciones con el sexo opuesto…
—Tranquilo, te garantizo que seré directa. No compasiva, pero te prometo que no me andaré con rodeos.
Le dedicó una gran sonrisa, rezando entre dientes para que ese diminuto gesto sirviese de algo, aunque para sus adentros lo dudaba. Evan era frágil ante determinados acontecimos de su vida, y éste era uno de ellos. Se había pasado demasiado tiempo buscando a su media naranja, y cuando por fin tenía la seguridad de haber dado con ella, se despertaba a la mañana siguiente en la cama, completamente solo y con una nota en la almohada.
Cuando una foto de gran calidad se materializó en la pantalla, Angy se inclinó hacia delante, posando sus codos sobre los muslos, prestando meticulosa atención. Para su sorpresa, lo que vio le gustó. Una sensación de franqueza inundaba la mirada azul de esa mujer.
—¿Y bien? —susurró él—. ¿Primeras impresiones?
—Vale… De momento, lo único que veo es una cara bonita, pero no me desagrada en absoluto. —Se llevó el dedo índice a la barbilla, pensativa—. Mirada penetrante, gesto serio, facciones finas… Sí, ya veo que sigues manteniendo tu buen gusto.
Esas primeras reflexiones le permitieron respirar con más calma. En momentos como aquel ese atractivo hombre podía intuirse con la misma facilidad que un libro abierto.
—¿Desde cuándo…?
—Un par de meses, más o menos —confesó con un hilo de voz.
—¿Un par de meses? ¿Nadie lo sabe?
—Bueno, de los chicos, tú eres la primera.
No sabía si sentirse afortunada o verse nuevamente como la cabeza de turco. No le importaba en absoluto, pero ella siempre era su paño de lágrimas. Los demás ni se imaginaban el caos de vida sentimental que llevaba el jefe número dos.
—Sé que debí habértelo dicho antes, pero quiero tomármelo con calma. —Se quedó embelesado contemplando la imagen digital mientras que se palpaba el pecho con la mano—. De lo contrario, este amigo sufrirá un infarto.
—Me parece bien. Ahora empiezas a actuar de acorde con tu edad.
—¿Insinúas que antes…?
Esa parte de la conversación era un poco incómoda. Ángela odiaba decir verdades molestas, sobre todo cuando tenía que mantener bien firme la mirada.
—Evan, tienes que ser sincero. Si echas la vista atrás puedes comprobar por ti mismo que tu afán por encontrar a la mujer ideal te ha llevado muchas veces a tirarte de cabeza a la piscina sin saber a ciencia cierta si había agua…
—Tú y tus metáforas…
—No te enfades, sabes que lo digo con objetividad.
—Lo sé. Tienes toda la razón. Las hormonas me han dominado, obstaculizando mis capacidades cognitivas, enamorándome de la primera que se cruzaba en el camino…
—¿Y con ella? —Señaló la pantalla con el dedo anular—. ¿Qué tiene de especial?
—Aún estoy tratando de descubrirlo.
Ángela reprimió los deseos de arquear la ceja. Sabía que Evan no solía soportar ese tic nervioso todo el rato, por eso se movió un poco, cambiando de postura.
—¿Sabes al menos cómo se llama?
Por primera vez, Evan soltó una pequeña carcajada. Eso era buena señal. Los músculos de su cuello ya no estaban tan rígidos.
—Martina. Se llama Martina.
—Bueno, tengo que admitir que su nombre suena muy bien viniendo de tus labios.
Evan cerró el portátil y se dejó caer sobre el sofá, ocupando el resto del hueco libre.
En un intento por cambiar de opinión, Angy soltó lo primero que se le vino a la mente.
—Tú tenías razón —susurró.
—¿Puedes ser un poco más específica? Siempre tengo razón —bromeó.
—Paolo debe quedarse con el papel principal. Creo que, después de haber ensayado algo más conmigo, se lo ha ganado.
—¿Lo ves? —Evan asintió con la cabeza, complacido—. Es el más apto. No te preocupes por Fabio. Tendrá su oportunidad muy pronto.
—Sí…
Como si se hubieran puesto de acuerdo en el momento preciso, las bocas de ambos se abrieron para dejar escapar un largo bostezo. Se sonrieron.
—Bueno, será mejor que me vaya —susurró ella—. Mañana nos espera otra día de largos ensayos.
Evan alzó su larga pierna para impedirle el paso.
—¿Adónde crees que vas?
—¿A… mi casa?
—No seas tonta, ya es muy tarde.
—¿Sabes? Creo que empiezas a hablar como mi padre.
—Razón demás para que me obedezcas.
Con un ligero movimiento de caderas, Angy se liberó. Le observó desde su privilegiada posición, erguida sobre sus talones.
—En serio, no me pasará nada.
—En serio —repitió él—, he dicho que te quedes aquí.
Aguantaron la mirada el uno al otro. Terminaron echándose a reír.
—¿Tu nueva conquista sabe lo mandón que eres?
Evan se encogió de hombros.
—Se lo imagina. No es bueno mostrar todos mis encantos en la primera cita.
—¿Y le contarás que voy a pasar la noche aquí?
Evan se levantó y se estiró con fuerzas, aparentando la juventud de un crío de apenas unos años.
—Ese será nuestro secreto.
—Te aconsejo evitar los secretos, colega. —Se alborotó el pelo—. A una mujer no le gusta compartir con otra lo que considera que por derecho le pertenece.


Estaba en la cama de la habitación de invitados, con la ropa interior rozándose con las agradables sábanas. Estaba desconcertada por lo que había dicho, pero en el último momento su subconsciente la había traicionado. ¿Estaba tan despechada que aprovechaba cada nueva oportunidad para desahogarse con mensajes subliminales que nadie conseguía descifrar?


28


El paraíso seguía estando en el mismo sitio a la mañana siguiente. Lo primero que Dorian vio al despertar fue la larga cabellera dorada de su mujer. Todavía se estremecía al pensar en ella con ese calificativo. Cuando la veía se encontraba con una niña recién graduada en la vida, intuyendo que sabía todo cuando lo cierto es que no sabía nada de la vida y por desgracia tampoco sabía nada del amor. De eso podía estar bien seguro.
Había intentado dormir un poco pero las horas de la noche le acabaron desvelando a pasos agigantados. Se había empeñado en girar una y otra vez sobre el colchón, posando la mirada en la esbelta figura que dormía plácidamente a su lado. Harto de esperar algo que no iba a ocurrir, se levantó con cuidado para no despertar a Nora.
Decidió que no se alejaría demasiado, pero sí lo suficiente… Los primeros rayos solares estaban dibujando sombras sobre la pálida arena, rebosando energía magnética desde lo más alto de los despejados cielos. No se veía a nadie, así que se concentró en darse unos momentos para sí mismo.
Era evidente que tenía que aceptar lo que tenía entre manos, pero no estaba muy seguro de lo que tenía. ¿Una adolescente con un anillo en su dedo? Aparte de eso, poco o nada más se podía añadir. Y lo peor de todo es que comenzaba a darse cuenta en ese momento… No, eso no era posible. Las personas estaban hechas para equivocarse y él estaba gravemente equivocado. No podía… Mejor dicho, no debía tirar los últimos seis meses de su vida a la basura. No podía hacerlo aunque una vocecita de su pasado le gritase a todas horas que lo hiciera; no podía hacerlo porque quería a Nora. Es decir, sentía algo profundo por ella. Era una joven preciosa y con temperamento, pero en las entrañas sentía una punzada porque se moría del dolor al pensar en la verdad, al saber que su esposa jamás podría convertirse en esa otra mujer a la que no había olvidado… Se sentía incomprendido, solo, aturdido, aterrado… Nunca había pensado en esa posibilidad, pero ahora no le quedaba más remedio. ¿Se podía estar enamorado de dos mujeres al mismo tiempo? Se suponía que al estar casado esa pregunta no tendría ni que existir, pero teniendo en cuenta las circunstancias…
Aún recordaba con exactitud el momento antes de casarse, cuando estaba en una habitación, mirándose en el espejo, preguntándose si en el fondo era eso lo que quería. Y entonces, como si los mismos dioses hubiesen hecho acto de presencia, la mujer más bonita que había visto en su vida atravesó la puerta, mirándole a través del espejo, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Ese vestido azul la catapultaba al mismísimo cielo, porque Dorian supo al mirarla que no podía existir ser más exquisito. Pero se dio de bruces cuando Ángela le soltó todo aquello. Sus palabras le dolieron, como puñales clavándosele en algún lugar del alma. «Haz feliz a Nora». La odiaba por haber sido capaz de decir algo como eso, pero también sentía profunda admiración. Era capaz de renunciar a sus propios sentimientos a cambio de ver a su hermana feliz. ¿Cómo podía dejar de sentir locura por ella si cada cosa que hacía era más increíble que la anterior?
Perdió el juicio cuando decidió seguirla la noche anterior a la boda. Aún no sabía cómo logró dar con ella, pero se alegró de haberlo hecho. Si Angy, si su Angy hubiera subido al coche de ese tipo… Los celos le mataban por dentro, sobre todo al acordarse de ese amigo suyo… Evan. Vale, eran amigos, eso estaba claro. Pero también era evidente que entre ambos existía una química, una conexión que él no conseguía entender. ¿Ese hombre sentiría algo por ella? Si hubiera sido así, nada podía decir. ¿Qué podía decir? Él era el menos indicado, cuando confesaba entre líneas que quería a esa mujer adulta y responsable pero en lugar de fugarse con ella hacía lo peor que podía hacer: casarse con su hermana.


La temperatura del agua era increíblemente agradable. Los hombros quedaban fuera del agua y se doraban por el sol. Un agradable viento corría en ambas direcciones. El agua del mar era tan cristalina que podían ver todo lo que se extendía a su alrededor. Dorian y Nora disfrutaban de otro día de luna de miel, nadando a sus anchas, sin prohibiciones… Un lujo para los sentidos.
—Podría pasarme el día aquí —murmuró Nora, agitando los brazos lentamente sobre la superficie—. Es tan bonito…
—Pues quédate —apuntó Dorian—. Es nuestro viaje, cariño. Debemos hacer lo que nos apetezca.
Con aire juguetón, ella se acercó a Dorian manteniendo los ojos fuera del agua, acechando a su presa. Se abalanzó sobre él, salpicando a diestro y siniestro. Por suerte, logró esquivarla dando una brazada hacia atrás.
—¡No es justo que hagas eso! —protestó, entrecerrando los azules ojos.
—¿Por qué? —Una inmaculada sonrisa le dibujó la cara perfecta.
—Tienes ventaja sobre mí. Yo soy de constitución mucho más pequeña que tú.
—¿Y me lo dices tú? —Ahora fue él quien se acercó—. Has intentado ahogarme…
Se salpicaron otra vez, rodeados de un pequeño banco de peces de colores reflectantes.
—¿No piensas bajar a echar un vistazo?
Nora se quedó pensativa, algo indecisa.
—No lo sé. Me da un poco de miedo…
—¿Miedo? —Dorian la apretó suavemente contra su torso—. Puedes ver todo lo que está a tu alrededor. No hay ningún peligro.
Pudo sentir la tensión en los músculos del cuerpo de Nora.
—¿Y si viene un tiburón?
Aquello le provocó una carcajada imposible de reprimir, pero dejó de reírse al ver que Nora mantenía arrugada la frente.
—Lo espantaré.
Nora arqueó las cejas, ahogando una risa.
—¿En serio? ¿Y cómo piensas hacerlo?
—No lo sé. Ya pensaré en algo si veo aparecer alguno.
—¡Qué gran consuelo! —gruñó ella.
Sin avisar, la cogió por la cintura y la elevó por encima del agua sin apenas esforzarse, removiendo el agua que la cubría, asemejándose a una especie de sirena actual, pero sin aleta.
—¿Este es tu maravilloso plan? ¿Levantarme a pulso?
—Bueno, así el tiburón no se fijará en ti —bromeó.
Con cuidado, bajó los brazos de nuevo y la dejó suspendida en la superficie, cerca de él. Nora soltó un suspiro, con el rostro algo relajado. Le abrazó con una infinita dulzura.
—¿Te alegras de haberte casado conmigo?
—¿Qué? —Creía haber escuchado mal.
—Dorian, ¿eres feliz conmigo?
Sus ojos se conectaron con los de ella. No sabía por qué demonios le había hecho esa pregunta. Siempre salía con cosas de ese tipo, antes las cuales resultaba complicado dar una respuesta coherente.
—Nora, ahora mismo estoy feliz. Si estás intentado vislumbrar algún rastro de duda te aseguro que no vas a poder encontrarlo. —Le acarició la mejilla, sonrosada por el reflejo del sol—. No hay nada.
—¿Nada de nada? —insistió.
—Cielo, ¿por qué me preguntas eso? —El cuerpo se le contrajo rápidamente dentro del agua—. ¿He dicho o hecho algo que haya podido ofenderte?
La sonrisa en sus finos labios era francamente desconcertante, sin tener la certeza de que fuera real o un intento por sonsacarle información altamente secreta.
—Te lo pregunto porque quiero saber si estás igual de completo que yo. —Sus ojos se iluminaron con ternura—. Me gustaría saber si de verdad crees que soy la mujer adecuada para ti.
Dorian comenzó a sentir un calor profundo en su cara, imaginando cosas totalmente imposibles. ¿Acaso había alguna posibilidad de que Nora supiese la verdad? ¿Había en alguna ocasión hablado en voz alta creyendo que ella no estaría cerca? Nada de eso. Estaba seguro de lo que hacía y de lo que no, especialmente en ese tema. Pero aún así… Maldita sea, acababan de casarse. ¿Qué era lo que había llevado a Nora a hacerse todas esas preguntas?
—Creo que tienes las hormonas bastantes alteradas —dijo al fin.
—Debe de ser eso. No sé, eso del matrimonio me ha cambiado por completo, Dorian.
—Ya lo veo. No pareces la misma de antes. ¿Qué ha pasado con esa chica rebelde y temperamental con mirada de hielo?
—Se ha tomado unas largas vacaciones —apuntó—. Ahora creo que empiezo a calmarme. Me tomaré las cosas con precaución.
—¿Precaución? —repitió, visiblemente sorprendido—. Nora, esa palabra no está en tu vocabulario.
—Ahora sí —aseguró—. Podrás comprobarlo de ahora en adelante.
Sintió ganas de abrazarla, y así lo hizo.
—¿Comprobar qué exactamente?
—Comprobar que me he vuelto alguien mejor.
—Yo no quiero que cambies.
—No te estoy pidiendo permiso, tonto. —Juntó su frente con la de él—. Quiero que esto funcione. Es algo increíble, y nunca me había sentido así.
Dorian se sentía confundido, pero agradecido por esas palabras que le llegaban hasta el corazón.
—Me encantó el discurso que pronunciaste en el banquete. —Se sonrojó—. Fue precioso. Nadie me había dicho nada parecido en toda mi vida.
—Entonces, me alegro de haber sido el primero.
—No eres el primero únicamente en eso.
—¿En qué más lo soy?
Otra vez se ruborizó. Eso no era demasiado frecuente en ella.
—Eres el primer hombre que ha conseguido enamorarme —susurró—. ¿Tienes idea de lo difícil que es eso?
—Oh, sí que lo sé, Nora. Lo supe desde que nuestras manos se chocaron a oscuras en esa biblioteca.
Sintió sus finos labios junto a los suyos. Nora tenía el cuerpo relajado, flexionado, con las rodillas alrededor de la cintura de Dorian. El beso fue tan largo que se olvidó de todo lo demás al menos durante unos agradecidos minutos.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —La vocecilla que salía de su pequeño cuerpo no se correspondía con su tono habitual de siempre, característicamente enérgico.
—Dispara.
—¿Serías capaz de hacer cualquier cosa por mí?
—¿De verdad necesitas que responda a esa pregunta? —susurró Dorian.
Volvió a besarle. Era como su talismán de ojos penetrantes.
—La verdad es que no, pero ha sonado muy bien en mis labios.
—¿Y tú? —interrumpió él—. ¿Lo harías todo por mí?
—Cualquier cosa.
—¿Cualquier cosa? —repitió.
Se acercó hasta su oreja y le mordió sumamente el lóbulo.
—Lo que sea, Dorian.
Acto seguido Dorian cogió las gafas de buceo con el tubo que habían estado todo el rato flotando cerca de ellos y se las colocó a Nora con cuidado en la cabeza.
—De acuerdo, entonces ahora te pido que te sumerjas y eches un vistazo.
—¿Vienes conmigo?
—Desde luego. Por nada del mundo me perdería ese precioso arrecife de coral.


29


La noche seguía manteniendo la temperatura ideal. No podían haber elegido un lugar mejor para disfrutar de sus primeros momentos como un feliz matrimonio, paseando a cada rato sobre la fina arena, bebiendo cócteles, y diciéndose cosas que únicamente ellos entendían.
Dorian esperaba a Nora en la parte de atrás del restaurante, con el mar como fondo, y la peculiar melodía que emitían los comensales de las otras mesas. Miraba sus manos con determinación, haciendo girar el anillo y una y otra vez, consiguiendo que emitiera pequeños destellos de plata. Llevaba unos pantalones elegantes de color gris oscuro y una camisa blanca, abierta por el pecho.
—¿Desea tomar algo el señor mientras espera? —preguntó una voz.
Dorian se sobresaltó. Se dio parcialmente la vuelta y encontró a una pequeña mujer ataviada con el uniforme; de mirada oscura y sonrisa natural.
—Oh, no se preocupe —dijo—. Estoy bien así. Pediré todo cuando venga mi mujer. Gracias.
Con un fiel gesto de inclinación de cabeza, la mujer se despidió y desapareció entre la oleada de las demás mesas.
—Vaya, veo que no pierdes el tiempo en charlar con otras mujeres, y todo a mis espaldas…
Otra vez recibió una sacudida eléctrica por la espalda. Ahora era Nora la que estaba intentando provocarle un ataque al corazón. Ni siquiera la había visto venir.
—Por Dios, Nora…
—¿Qué?
—No vuelvas a hacer eso. Sabes que soy muy sensible para esas cosas…
No pudo terminar la frase tal y como quería. Su visión se concentró en la impresionante mujer que se encontraba de pie, a un metro de distancia y con la larga melena rubia suelta. Llevaba un ajustado vestido color dorado, que hacía juego con su cambiante tono de piel, ahora mucho más aceitunado. No recordaba haberla visto así antes.
—Por tu expresión, yo diría que también eres sensible a otro tipo de cosas, ¿verdad?
Ese comentario provocó una risa pícara. Era evidente que lo había hecho a propósito para dejarle sin respiración.
—No recuerdo haberte visto ese vestido. ¿Es nuevo?
—Sí —dijo suavemente—. Esta era una ocasión especial.
Instintivamente, Dorian bajó la vista, y encontró justo lo que estaba buscando. Los altísimos tacones en los delicados pies de ella.
—Cielo, algún día esos demoníacos tacones te acabarán matando.
Nora soltó una carcajada mientras tomaba asiento.
—¿No crees que estás exagerando un poco?
—En absoluto —aseguró Dorian—. Entiendo que eso es algo personal y no pienso oponerme, pero creo que son demasiado altos. No sé por qué lo haces. Para mí, sigues siendo igual de perfecta con los pies descalzos.
Nora le atravesó dulcemente con la mirada. Sus ojos cristalinos parecían dos pedacitos de cielo.
—Eso ya lo sé —dijo con un tono juguetón—. Pero quiero sentirme bien conmigo misma. —Deslizó una pierna por debajo de la mesa y colocó su pie junto a los de Dorian, acariciándole el gemelo—. Lo hago por ti.
—¿Por mí? —repitió—. ¿La indomable Nora cambiando por un hombre? Vaya, esa sí que es nueva…
—Sabes que quiero estar a la altura —comentó ella—. Y en este caso, lo digo literalmente.
Otra vez la risa contagiosa entre ambos. Sus pupilas centelleaban.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Nora? —bromeó.
—Me temo que la que ahora habla es su hermana gemela.
Dorian sonrió por fuerza pero sintió una leve molestia por dentro. Llevaba todo el día de buen humor pero al escuchar eso se contrajo levemente. Volvía a pensar en quien no debía.
—¿Y eso lo dices porque…?
—Pues, lo digo porque es precisamente lo que pienso. Desde la boda no soy la de antes. —Se mojó los labios con el vino de su copa—. ¿Y sabes qué? Me alegro. La antigua Nora necesitaba desparecer. Ahora debo pensar con la cabeza fría; no debo ser tan impulsiva. No significa que haya cambiado de los pies a la cabeza, pero esta nueva versión de mí misma es más acorde con mi reciente estrenada vida.
Él deslizó la mano por el finísimo mantel y entrelazó sus dedos con los de ella.
—Cielo, tú eres perfecta desde todos los puntos de vista.


Cenaron pescado a la vindaye, marinado en un delicioso sofrito acompañado de arroz. También probaron la ensalada de corazón de palmito, y como postre optaron por dos bizcochos rellenos de mermelada de guayaba china.
Era pronto para irse a dormir, y se morían por dar un paseo bajo la luz de la luna, por eso nada más de terminar, abandonaron el hotel y se fueron directos a la playa. Por esa vez, y con gran alegría en el rostro de Dorian, Nora se quitó los tacones, volviendo a su altura real.
—Mira la luna —susurró Nora—. Está preciosa.
—No tanto como tú.
—Eso lo dices por quedar bien.
Dorian la abrazó por detrás, apoyando la cabeza en uno de sus finos hombros, sintiendo el tacto de su pelo al moverse.
—¿Tú crees? A mí me pareces la cosa más bonita que puede haber. Y no me refiero únicamente a lo que pueda haber en esta isla.
Con la agilidad de un felino, Nora se revolvió y dio un salto, colocando las piernas alrededor de la cintura de Dorian para no tocar el suelo. Se agarró a su fuerte cuello con los brazos, pegando sus labios a la oreja de él.
—De verdad, no puedo ser más feliz… Ahora mismo mi bienestar lleva tatuado tu inicial. —Respiró con lentitud—. Una bonita D.
Dorian apretó sus labios contra los de ella, fundiéndose en un beso tan largo como la extensión del mar. Dio dos pasos hacia el agua con ella en brazos, y se quedó mirándola, embobado.
—Eres lo mejor que la vida podía otorgarme después de tanto tiempo —susurró.
—Estás equivocado. —Posó su dedo índice en los labios de Dorian—. Eso tendría que salir de mis labios, no de los tuyos. Recuerda, yo soy la hija descarriada.
Volvió a besarla. No sabía si las ganas se debían al alcohol proyectado en sus venas o al fuego que emanaba de la cándida mirada celeste de su mujer.
—¿Recuerdas aquella noche en la que te pedí que te casaras conmigo?
Él la estrechó contra su pecho e inclinó la cabeza para darle un delicado beso en la comisura de los labios.
—¿Cómo podría olvidar algo como eso? Gracias a ese momento, ahora estamos aquí.
—No te imaginas lo que siento cuando estás cerca. —Su voz se convertía de nuevo en un susurró—. El corazón me golpea tan fuerte en el pecho que es como si quisiera salir.
Dorian se inclinó y acabó sentado sobre la arena, con Nora justo encima de él, manteniendo las piernas alrededor de su tronco, tocando con los dedos de los pies la arena blanca, ahora grisácea por el efecto de la luna.
—Tengo que confesarte una cosa, Dorian.
Él analizó sus ojos. Asintió.
—Lo que sea.
—Te aseguro que ya no tengo miedo al compromiso. Es más, ahora es algo que me apasiona.
—¿Puedo preguntar por qué?
Nora colocó su frente en la de él, suspirando lentamente y dibujando una sonrisa.
—Ya no tengo miedo al compromiso porque tú te has convertido en el mayor de todos ellos. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.


30


Había merecido la pena tanto esfuerzo. Se había empeñado en dar lo mejor de sí misma y lo consiguió, metiéndose a sus compañeros en el bolsillo. La antigua Ángela volvía a la carga, quizás más fuerte que nunca, con unas tremendas ganas de comerse el escenario; tenía hambre de eso.
Eran las diez de la noche y, tras ensayar por última vez, había decidido encargar pizza por teléfono, para cenar juntos y exponer sus ideas en grupo. Así, con la comida entre las manos, las risas, opiniones y críticas se manifestaban en el aire.
—Creo que Paolo acabará por enamorarse de Angy —aventuró Andrea.
—Si es que no lo ha hecho ya —bromeó Fabio.
Los ojos azules de Paolo se movían en todas direcciones, escrutando las caras del resto de sus compañeros. No le gustaba ser el centro de las miradas y menos todavía de la conversación.
—Eso es porque lo estoy haciendo bien —se excusó—. ¿Verdad que sí, Angy?
Ángela asintió con la cabeza, incapaz en ese segundo de contestar con la voz; estaba terminándose su último trozo de pizza.
—¿Lo veis? —insistió el rubio—. Si lo dice la jefa, será verdad...
—Lo que aún no entiendo es por qué el papel protagonista lo tiene Paolo —dijo de repente Valentina, creando expectación—. Creo que Evan podría hacerlo mucho más que bien.
Tanto Evan como Angy se mostraron sorprendidos, mirándose el uno al otro sin llegar a entenderlo.
—¿Y por qué crees eso? —espetó Evan—. Paolo ya es nuestro chico principal y va a seguir siéndolo.
—Eh, alto —dijo Valentina—. No os confundáis. No estoy diciendo que Paolo no se lo merezca, pero creo que tú y Ángela tenéis más cosas en común… —Se encogió de hombros, meditando su respuesta—. No sé, tenéis mucha química.
El silencio se hizo presente. Las caras de todos ellos adquirían versiones muy diferentes, desde la incertidumbre, la sorpresa y el enojo.
—Yo también puedo crear química entre ella y yo —protestó Paolo.
—Ya, pero seguro que no tienes la relación que tienen ellos…
Eso provocó que Angy se sintiese todavía más incómoda. ¿Estaba hablando de una relación más allá del trabajo y la amistad?
—Primero, no creo que este sea el lugar más apropiado para oír hablar acerca de nuestra vida privada —dijo tranquilamente Evan—. Y en segundo lugar, debo decirte que estás bastante desencaminada en cuanto a la relación que crees que tenemos Angy y yo. Aunque, como ya imaginareis, no tengo por qué daros explicaciones.
Angy estaba en lo alto del todo, en su oficina, terminando unos papeleos cuando Evan llamó a la puerta, que se encontraba abierta.
—¿Puedo pasar?
Ángela hizo una rápida inclinación de cabeza para afirmar.
—Dame un minuto, Evan. En seguida estoy contigo.
Tras aguardar pacientemente a que su amiga terminara con lo que tenía entre manos, Evan le dedicó una curiosa mirada a Angy.
—Estás molesta conmigo.
Ella se cruzó de brazos, balanceándose en la silla giratoria.
—¿Es una pregunta o una afirmación?
Evan avanzó hacia ella con unos ojos expresivos. No le gustaba verla de esa manera, cuando sus verdes luceros mostraban un matiz poco frecuente.
—Puedes decirme lo que se te pasa por la cabeza ahora mismo. Creo que lo estás deseando así que, suéltalo ya.
Dio en el clavo. Sus palabras fueron el disparo para que Ángela comenzase a hablar con una incómoda mueca en la comisura de los labios.
—¿Sabes? Después del numerito que has montado allí abajo creo que ya va siendo hora de que les digas la verdad.
—¿Qué numerito?
—Oh, Evan. No me gusta cuando te haces el loco. Sabes de lo que te hablo. —Se levantó y guardó la carpeta en un armario con llave—. La forma que has usado para contestar a Valentina no ha sido, ni de lejos, la más apropiada.
—¿Por qué? —preguntó, con el ceño fruncido—. Quería ser directo.
—Lo sé, pero me temo que tus buenas intenciones se han quedado por el camino. Has dado a entender precisamente lo contrario.
Evan siguió tranquilo, impasible. Sin preocupaciones a la vista.
—¿Eso es lo que te preocupa? ¿Temes que crean que estamos liados?
Angy soltó un suspiro. Su amigo se equivocaba totalmente.
—En absoluto, pueden pensar lo que quieran. Es lógico que puedan vernos de esa manera; nos pasamos el día juntos. Quizás yo también creería algo que no es…
—¿Entonces por qué te lo tomas tan mal?
—No me lo tomo a mal. Pero sí que es cierto lo que dicen. Nos conocemos fuera y dentro del escenario. Yo te conozco a ti y tú me conoces a mí. Ahora que lo pienso, la idea de Valentina no me parece tan mala idea. Podría funcionar.
—Escucha, eso no va a pasar —gruñó, visiblemente molesto—. Me encanta actuar, pero sé cuando debo dejarle el puesto a alguien que pueda hacerlo mucho mejor que yo. Paolo sabe hacerlo y no pienso arriesgarme. Puede que tengamos química, pero lo echaría a perder si no soy capaz de transmitir al público lo que buscamos. —Se rascó la barbilla—. Prefiero quedarme sin actuar y tener la seguridad de que conseguiremos el éxito.
—Está bien, como quieras. Era una simple observación —aseguró Angy—. Pero bueno, no cambies de tema.
—No lo hago. Estaba contestándote.
—Vale, entonces dime si les hablarás de Martina.
Pudo vislumbrar un diminuto gesto de reparo en sus ojos. Estaba cantado.
—No vas a hacerlo, ¿no?
—Es demasiado pronto —argumentó.
—No te estoy pidiendo que le pidas matrimonio; lo que te pido es que les informes a los chicos.
—¿Para qué? No les importa.
—A ellos no, pero a mí, sí.
—Hace un momento creía que habías dicho que no te importaba…
—¿Chicos?
Se sobresaltaron y miraron a la puerta. Andrea estaba en la entrada, con las manos metidas dentro de los bolsillos de sus inseparables vaqueros.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Angy.
—Oh, nada —respondió Andrea—. Vamos a salir a tomar algo, y queríamos saber si os apuntabais.
—De acuerdo —dijo Evan.
—Yo todavía no he dicho nada —objetó su socia.
—No, pero como ya sabemos la respuesta de antemano, es mejor que decidamos por ti.


El local que habían elegido no estaba del todo mal; buena música, la proporción adecuada de gente… No apuntaba malas maneras. Habían cogido una mesa grande, de madera oscura. Tenían varias copas en la mesa, y charlaban amigablemente.
—¿No queréis bailar? —preguntó Andrea.
—No con esta música —objetó Fabio.
—¡Qué aburridos! —susurró Valentina.
Paolo apuró su segundo Martini y sonrió.
—Pues… yo sí quiero. —Se levantó y le tendió las manos a Valentina y a Andrea—. Vamos a movernos un poco.
—Genial.
—Fabio, vamos. Yo no puedo con estas dos. Échame una mano.
Tardó en decidirse, pero al final él también acabó por levantarse. Estaban dirigiéndose hacia la pista de baile cuando Valentina se pasó en seco y levantó la cabeza.
—Eh, vosotros —masculló—. ¿Venís o qué?
—El baile no es lo mío —aseguró Evan—. Y tampoco lo es para Angy.
Valentina se encogió de hombros y se dio la vuelta. En un segundo se perdió de vista entre el resto de bailarines.
Ángela agradeció enormemente ese mínimo descanso verbal. Tenía las sienes doloridas.
—Siento haberte arrastrado hasta aquí —susurró Evan.
—Ni lo intentes. Sé que eso no es verdad. No lo lamentas en absoluto.
—Lo sé. —Dejó escapar una sonrisa—. Era para romper el hielo. Estás muy callada.
—Es que estoy cansada, Evan. Lo último que quiero es estar aquí, pero no me has dejado otra opción…
—Quiero que te diviertas. No puedes pasarte el día encerrada en casa o en el teatro. No es sano para ti.
—¿Y crees que estar aquí metida sí lo es? La música está altísima —gruñó—. Apenas puedo entender lo que dices.
—Deja de quejarte, gruñona. —Le pellizcó la mejilla—. Así puedes cambiar de aires.
—Sí, precisamente de aires… Aquí adentro apenas hay oxígeno suficiente.
Entre regañadientes, se terminaron la copa. Evan pidió dos más; quería repetir. Mientas esperaban a que se las trajeran, escrutó la mirada verde de Angy. Estaba claro que le daba vueltas a algo.
—¿Cómo la definirías?
Ángela arqueó las cejas, preguntándose para sus adentros si tal vez se trataba de una pregunta trampa. ¿A qué se refería? Creía que el alcohol ya empezaba a hacer sus efectos.
—¿Definirla?
—Sí, eso es lo que he dicho —insistió Evan—. Me gustaría saber tu punto de vista, las palabras que emplearías para definir lo que ahora tenemos entre manos. La nueva obra.
Como si se hubiera convertido en una pendiente infinita, Angy se bebió de un trago la copa que el camarero acababa de traer.
—Podría darte un millón de puntos de vista, pero creo que necesitas que sea algo más precisa.
—Touché.
—Bien, pues me temo que es un drama anticipado. La gente sabrá lo que pasa mucho antes de que ocurra. La química entre todos nosotros es favorable, y acentúa los sentimientos de los personajes. Creo que Paolo será la estrella por esta vez, y me alegro muchísimo. Está dando pasos de gigante y a este ritmo nadie le parará los pies. Tiene talento de sobra, y su mirada es mágica…
—Te recuerdo que tu historia con Paolo es ficción —bromeó.
—Evan, el que emplee halagos para referirme a Paolo no implica que esté enamorándome de él. —Le guiñó un ojo—. Si te hago creer eso entonces sé que soy condenadamente buena.
—En eso tienes razón. Eres buena.
Unas voces se materializaron a su lado.
—¿Se puede saber por qué no os unís a la fiesta?
Evan y Ángela levantaron la cabeza. Los demás habían vuelto; tenían el ritmo en las venas, pero querían tomarse un descanso.
—¿Ya habéis vuelto?
—Sí, Evan. Ya hemos vuelto —puntualizó Andrea—, pero si lo prefieres, podemos dejaros solos…


Después de dos horas aún seguían allí, incluso Angy; las copas que estaba bebiendo la ayudaban a desinhibirse un poco, y hacía rato que había dejado de quejarse. Por su parte, Evan charlaba amigablemente con el resto. Todo parecía ir bien hasta que una vocecita interrumpió la charla.
—¡Dios mío!
Todos dejaron de hablar y se concentraron en la cara distraída de Valentina. Tenía los ojos abiertos como platos, con una diabólica sonrisa.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Andrea.
—Pellízcame.
—¿Qué?
—Que me pellizques. —Bebió un largo sorbo de su whisky—. Quiero saber que esto no es un sueño.
El grupo se quedó sorprendido. No tenían ni la menor idea de por qué esa temperamental mujer búlgara se comportaba de aquella manera, con los niveles de hormonas al máximo.
—¿Se puede saber qué te ocurre? —preguntó Fabio.
—Decidme que ese hombre de la barra es tan real como nosotros.
Ahora todo cobraba más sentido. Giraron sus cabezas y examinaron la superficie que se encontraba a unos cuatro metros. Había gente de todo tipo en ella, por eso la búsqueda de ese don Juan era complicada.
—El de la americana azul —bramó Valentina.
—Oh, vaya —dejó escapar Andrea.
—Sí, eso mismo he pensado yo…
Sin lugar a dudas, era el hombre más atractivo de todo el local. Vestía con una impecable americana azul, unos vaqueros negros y una camisa azul. Un pelo perfectamente milimetrado y unos ojos que echaban chispas. Era alto, fuerte, con un rastro de infinita seguridad en sus movimientos. Al parecer, tenía a la mitad del público femenino metido en el bolsillo.
—Creo que no pierdes el tiempo —apuntó Evan—. ¿Tienes una brújula para encontrar a tipos guapos o qué?
Valentina ni siquiera escuchó esas palabras de su amigo. Estaba nerviosa, impaciente, contando los segundos para lanzarse sobre su objetivo.
—Ve a por él —susurró Paolo, divertido por la peculiar escena—. Lánzate a su cuello, Valen. Tú eres la experta en este dominio.
—Sabes que de buena gana lo haría, pero me temo que no es mi día de suerte.
Angy, que había permanecido en un discreto segundo plano, habló por primera vez.
—Creo que esta noche has pescado un pez gordo —comentó.
Valentina sacudió la cabeza, arrugando la frente.
—¿Estás ciega? —espetó.
El repentino cambio de humor de su amiga la sorprendió. ¿Acababa de meter la pata sin ni siquiera haberse dado cuenta?
—¿Por qué… dices eso?
—Angy, ese guaperas no me está mirando a mí, si no a ti.
Eso le provocó una leve sacudida, con el rubor apareciendo en sus blancas mejillas. Con precaución, se dio la vuelta y posó los ojos en ese tipo. En efecto, Valentina tenía razón. No la estaba mirando a ella.
—¿Y bien? —susurró Evan—. ¿Qué piensas hacer al respecto?
—¿Hacer de qué?
—Por Dios —gruñó Valentina—. No me digas que te vas a quedar aquí con nosotros.
—Valentina, he venido con vosotros —musitó Ángela.
—Sí, pero nadie te obliga a que te marches también de nuestra mano. —Le dio un empujoncito con el codo, cambiando su semblante rígido por uno más amigable—. No vaciles.
—No lo hago.
—Oh, claro que sí.
—Que no…
—Dejad de discutir —interrumpió Andrea—. Angy, yo que tú no desperdiciaría la oportunidad. Está buenísimo.
—Si tú lo dices…
—¿Qué? —exclamó Andrea.
—No es mi tipo.
—Maldita sea, Angy. Para ti ninguno es tu tipo —masculló Valentina—. Siempre los rechazas a todos.
—Eso no es cierto…
—Ay, mi madre…
Todos prestaron atención a ese hombre vestido de azul. Se aproximaba a su mesa, pero en el último segundo pasó de largo, no sin antes emitir una mirada de escándalo. Salvo Paolo, Evan y Fabio, incluida la misma Angy, que no tenían ni el mínimo conocimiento de flirteo, las otras dos se lo estaban pasando en grande, parpadeando con entusiasmo y ahogando sonoras risas.
—¿Tienes idea de lo que está haciendo? —preguntó Andrea.
—¿Se larga? —intuyó Ángela.
—Más quisieras —espetó Valentina—. Está tanteando el camino, las posibilidades. Está nadando alrededor tuyo para saber si eres vulnerable.
El comentario de su amiga la dejó más confundida, por eso se limitó a encoger los hombros.
—Ah —dejó escapar—. Eso quiere decir que soy su presa.
—Angy, yo me dejaría comer por un tiburón como ese.
Valentina y Andrea estallaron en carcajadas mientas el resto seguía con miradas ambiguas.
—Ya vale —gruñó Angy.
—¿Por qué? Te estamos dando nuestra opinión —se defendió Andrea, todavía con la sonrisa en la boca.
—¿Qué opináis vosotros?
—Creo que tenéis razón —confirmó Paolo.
—No te pongas de su parte —imploró Angy.
—Angy, tienen razón. Es la verdad. —Buscó con la mirada al objetivo de la discusión—. Ese tipo no ha dejado de mirarte ni un segundo. No creo que sea simple curiosidad.
—Y es ahí donde entras tú —susurró Evan.
Sorprendida, Ángela le desafió con la mirada, como si no se pudiera creer lo que acababa de salir de la boca de su amigo.
—Eso sí que no me lo esperaba de ti.
—Vamos, Angy. Relájate. ¿Qué hay de malo en divertirse un poco?
—¿Divertirse? —repitió Angy, confundida y atónita—. Ni siquiera le conozco.
—Ahí está la gracia —apuntó Valentina.
Ángela sentía revolverse su estómago. Estaba increíblemente incómoda. Paradójicamente, no sabía cómo demonios actuar. Mantenía la mirada fija en la mesa, sin levantarla. No quería ruborizarse, pero no podía hacer nada para impedirlo.
—Apuesto un billete de veinte a que Angy no es capaz de acercarse y saludarle.
—Por si no lo sabes, me tienes delante de ti, Valentina —espetó Angy.
—Es un incentivo para animarte. Venga, sé que puedes.
—Puedo, pero no me apetece en absoluto.
—Eso es lo que crees, pero yo no estaría tan segura.
No dejaban el tema y comenzaba a cansarse. Estaba cansada de ser el centro de atención, sobre todo por ese nuevo motivo. A Angy no le iban ese tipo de cosas. Ligar no era lo suyo.
—Te sentará bien —aseguró Andrea.
—Sí —dijo Valentina—. Además, ¿hace cuánto tiempo que no estás con nadie?
Sin querer, eso último fue la gota que colmó el vaso, provocando que se sintiera aún más inútil.
—Vale, creo que ya he escuchado suficiente. —Se levantó, cogiendo el bolso y la chaqueta—. Me voy a casa.
Una mueca de decepción se dibujó en sus compañeros.
—Oh, Angy. No te vayas —suplicó Andrea—. Lo estábamos pasando bien…
—Vosotros, pero yo no. En serio, me voy a casa. Os veré mañana, ¿de acuerdo?
Se disponía a salir, con la cabeza dando tumbos y la mirada llena de enfado. Estaba a punto de empujar la puerta cuando paró en seco. Una desagradable visión le perforó la mente, sin proponérselo; sin avisar. Por más que insistía, era incapaz de borrar esa imagen. No tenía ni idea de por qué, pero acababa de acordarse de Dorian y de Nora. Se los imaginaba juntos, uno al lado del otro, besándose… Sintió puro dolor en el pecho. Las mejillas le ardían y no sabía que hacer. Los incontrolables celos se apoderaban de ella a una velocidad de vértigo y cuando quiso darse cuenta estaba literalmente echando chispas, con los puños apretados y un nudo en el estómago.
Al cabo de un minuto, volvió a la mesa, sorprendida por lo que estaba a punto de hacer. Extendió la mano y cogió el billete que Valentina todavía sostenía entre los dedos.
—Vas a tener que tragarte tus palabras —espetó Angy.
Todos la miraron sorprendidos, con la boca muy abierta.
—¿Vas a hacerlo? —murmuró Andrea, sin poder creérselo.
—No me habéis dejado otra opción.
Se incorporó y analizó al tipo de la americana. Seguía sin apartar la vista ni un momento.
—¿Sabes qué? —dijo Valentina, sonriendo efusivamente—. Sabía que terminarías haciéndolo.
—Ya, seguro.
Se dio la vuelta y comenzó a andar. Se posicionó justo al lado del hombre, mostrando indiferencia. Él no tardó en morder el anzuelo.
—¿Te apetece una copa?
—Claro —mintió ella—. Tengo la boca muy reseca.
El tipo levantó la mano hacia el camarero y en un abrir y cerrar de ojos dos nuevas copas se divisaron en la barra, justo delante de ellos.
—¿Y a qué debo el honor de tan excelente compañía?
Angy bufó por dentro. Odiaba los tipos como aquel, pero ya no podía marcharse. No a menos que quisiera perder la apuesta.
—No te hagas el loco. Sé que has estado todo el rato acechándome.
—¿Acechándote? Bueno, yo no lo diría de ese modo, pero me vale.
—¿Qué quieres exactamente?
El tipo, sorprendido nuevamente por la actitud de esa atractiva mujer de mirada verde, se pasó una mano por el pelo engominado. La colonia que usaba se le metió a Angy en la nariz. Era demasiado fuerte.
—¿No crees que vas un poco deprisa? —Su voz era grave, acentuada—. Ni si quiera sé cómo te llamas.
—¿Acaso vas a acordarte de mi nombre por la mañana?
No sabía qué demonios estaba haciendo. Esa no era ella misma; ella jamás hablaría de esa forma, pero comenzaba a entender que era presa de los celos. La estaban matando en silencio y la única forma que había encontrado de callar esas insoportables voces era a través de un tipo que acababa de conocer.
—¿Es un tipo de apuesta o algo así?
—¿Cómo lo sabes? —Ni siquiera intentó disimular delante de él.
—Bueno, estabas a punto de largarte y de repente has decidido venir hasta aquí. Además, tus amigas parecen encantadas.
—Sí, estaban deseando que lo hiciera…
—¿Por qué?
—No lo sé —gruñó—. Pregúntaselo a ellas.
El hombre apuró su última copa.
—No sales mucho, ¿verdad?
—Ahora estoy aquí. Es lo único que te preocupa.
El hombre esbozó una sonrisa perversa. Le había leído la mente. No dejaba de analizarla de la cabeza a los pies. Estaba encantado.
—Escucha, no vivo muy lejos de aquí —susurró en su oído—. Si quieres, podemos ir a mi casa...
Desde luego, iba directo al grano.
—De acuerdo.
—¿Sí? —Estaba impresionado—. Vaya, no pareces de esas mujeres fáciles. Creía que me costaría más trabajo…
—Escucha, no quiero perder el tiempo. Si prefieres quedarte aquí, perfecto. Pero entonces yo me voy.
El tipo le pasó una mano por la cintura y se aproximó a su cara.
—Vale, vámonos.
Ante la atenta mirada de los chicos, Ángela se dirigía a la salida del local seguida de ese hombre. Se volvió por última vez para ver las caras de sus compañeros. Hubiera preferido no toparse con la expresión inerte de su mejor amigo. Evan no daba crédito a lo que veía y, en el fondo, ella tampoco.


31


Se despertó en una cama que no conocía, con un hombre desconocido durmiendo al lado y una sensación también desconocida. Comenzaba a preguntarse quién era, y qué es lo que había hecho con su antiguo yo.
La luz se colaba tímidamente a través de la persiana bajada, proyectando rayos diversos por toda la estancia. Mantenía los ojos cerrados, intentando acostumbrase de nuevo a la luz del día. Tenía el cuerpo sumergido entre sábanas negras, de aspecto elegante. Las levantó con cuidado y pudo verse el cuerpo semidesnudo, con la ropa interior puesta. Miró a su lado y al hombre que estaba junto a ella. Dormía plácidamente hacia un lado, con el torso descubierto. Muy a su pesar, Ángela seguía percibiendo ese intenso olor de colonia. Se dio la vuelta y pudo ver el reloj digital de una de las mesitas señalando las ocho de la mañana. Sin hacer apenas ruido, se levantó lentamente de la cama, posando en el suelo un pie y luego el otro. Estaba frío. La habitación en conjunto era de aspecto moderno, con toques grisáceos, blancos y negros. El cabecero de la cama era un curioso espectáculo de formas diáfanas y misceláneas.
Tras permanecer un minuto de pie, preguntándose si aquello era real, se agachó y, sintiendo una gran vergüenza, recogió su ropa dispersa por todas partes. Deseaba olvidar lo que había pasado, pero el poco alcohol que bebió durante la noche no consiguió nublarle el juicio. Todo lo contrario, recordaba demasiado bien lo ocurrido, y se gritaba en silencio con duras palabras, reprochándose esa locura que ya no tenía remedio. Perturbada, salió de allí todo lo rápido que pudo.


El agua cayendo sobre sus hombros no parecía tener ningún efecto calmante; se pasaba las manos por la piel en un intento de borrar las huellas que seguramente aquel tipo habría dejado en ella. Comenzaba a sentir repulsión, un vacío inexplicable, como una pérdida parcial de su identidad. No sabía cuál debía ser el siguiente paso. ¿Cómo se suponía que tendría que sentirse? Pasar la noche con un completo desconocido era algo nuevo para ella y, aunque se esforzaba por sentirse aliviada, lo cierto es que experimentaba una caída en picado. No se reconocía a ella misma estando delante del espejo. Sus ojos seguían siendo los mismos pero la mirada que proyectaban había cambiado, y todo por culpa de los celos.
Se puso ropa cómoda y se quedó mirando la pared, pensando en tantas cosas al mismo tiempo que su cabeza daba vueltas sin parar, como si no encontrara el eje perfecto en su estabilidad emocional. Su dignidad se había marchado a otra parte, y ni siquiera tenía fuerzas para suspirar. Estaba claro que había cometido un error, y al igual que muchos otros, ya era imposible de enmendar.
Aún podía sentir el extraño tacto de las manos de ese hombre sin nombre; el contacto piel con piel. Aunque en principio pudo resultar tentador, lo cierto es que ella no estaba hecha para ese tipo de cosas. Los besos no sabían a nada, y aunque era realmente atractivo y cautivador, Ángela fue incapaz de sentirse verdaderamente atraída por él; su cuerpo desnudo había estado tanto tiempo sin saber del amor que había olvidado cómo actuar. Y lo peor es que fue imposible no pensar en Dorian. Cada caricia, cada gesto, o cada beso derramado por esas manos extrañas, suponían un recuerdo doloroso para sus entrañas, porque sabía perfectamente que hubiera dado cualquiera cosa para que hubiera sido él. Pero no. Él estaba lejos, en su viaje de luna de miel, pasando los días y las largas noches con su hermana. Era Nora la nueva dueña de su piel, la que se pasaría horas a su lado, sintiéndose realmente afortunada por haberle encontrado, mientras que Angy se sentiría completamente abatida por haberle perdido por segunda vez.
Estaba intentando convencerse a sí misma para desayunar algo cuando escuchó unos insistentes golpes sobre la puerta. Con el corazón en la boca, fue directamente a la entrada y abrió. Se quedó paralizada al ver a su mejor amigo plantado allí, justo delante de ella, con los ojos bien abiertos y una expresión que no recordaba haber visto antes.
—Evan —susurró, visiblemente sorprendida—. ¿Qué haces aquí?
—No contestas a mis llamadas.
—Lo siento. —Se mordió el labio—. Ayer se me acabó la batería.
—Ya, hay muchas cosas que se te acabaron ayer —gruñó.
—¿Qué?
—Nada… —Puso los ojos en blanco—. Creo que tú y yo tenemos que hablar.
—¿Por qué?
Estaba sorprendida incluso de sí misma. No parecía la de siempre. La mujer agradable y atractiva que solía ser acababa de convertirse en un torrente de hostilidad.
—¿Desde cuándo empleas ese tono conmigo? —reprochó él.
—Desde que intentas comportarte como alguien que no eres.
—¿Cómo se supone que debo interpretar eso? —masculló—. Me preocupo por ti, eso es todo.
—Oh, pues siento decírtelo, pero no es necesario que estés pendiente de mí las veinticuatro horas del día.
Evan soltó un bufido.
—Créeme, no lo haría si te comportaras de manera adecuada. ¿Qué demonios te pasó anoche?
En el fondo, ella también se moría por saberlo.
—No lo sé…
—Eso no me vale.
—Escucha, Evan… —Se llevó una mano a la cabeza mientras que con la otra sujetaba la puerta—. De verdad, no quiero discutir. Me duele la cabeza y creo que lo mejor será que te vayas. Ya hablaremos más tarde.
—No —dijo, adelantando un pie para impedir que Angy le cerrase la puerta en la cara—. Es mejor que hablemos ahora.
—¿Sobre qué?
—Tu comportamiento de ayer, por ejemplo.
—¿Mi comportamiento? —El enfado que llenaba sus venas comenzaba a despejar su aturdimiento—. No me eches la culpa. La idea de fue de Valentina.
—¿Sí? ¿Acaso ella te puso una pistola en la cabeza para que te largaras con ese imbécil?
—No…
—¿Entonces? No le eches la culpa a los demás. Eres adulta, se supone que tomas tus propias decisiones. —Frunció automáticamente el ceño—. Aunque a veces no sean las más adecuadas.
—Oye, no quiero escuchar tus sermones de hermano mayor. Tú mismo dijiste que sería bueno que me divirtiera.
—Por Dios, claro que lo dije, pero no me refería a nada de eso. ¿Desde cuándo te gusta correr peligros innecesarios?
—¿Peligros innecesarios? —Puso los ojos en blanco—. Creo que te estás pasando.
—No. —Dio un leve empujón para que la puerta cediera y finalmente consiguió entrar en casa de Angy—. Eres tú la que se pasa, y estás tan asustada que te da miedo reconocerlo.
—De verdad, Evan. No te entiendo.
—¿Y crees que yo sí? —replicó, con un hilo de voz—. ¿Cómo crees que me hiciste sentir anoche?
—¿Qué estás diciendo?
—¿Crees que me gusta ver cómo mi mejor amiga se larga con un hombre que se pasea luciendo miradas lascivas?
—Cierra la boca.
—No —gruñó—. No pienso hacerlo. Quiero que me escuches.
—Pues te aseguro que yo no quiero hacerlo.
—De todas formas vas a escucharme. No pienso irme hasta que entres en razón.
Angy se llevó las manos a la cabeza y le dio la espalda. Estaba confundida y le dolía sentirse así, porque sabía que en el fondo Evan tenía razón.
—¿Puedes explicarme por qué ayer hiciste lo que hiciste? —Su voz intentó sonar algo más calmada—. Sé que no estabas borracha, Angy. Así que, sea lo que sea, quiero que me lo cuentes.
Esa mujer de ojos verdes temblaba de la cabeza a los pies.
—Supongo que a veces pierdo la paciencia —pronunció, ahogando un doloroso suspiro—. Hasta yo tengo un límite, y me canso de hacer siempre lo correcto.
—¿Y esa es tu forma de revelarte? ¿Acostándote con el primero que se cruza contigo?
—No tengo por qué darte explicaciones.
—A mí, no —reconoció—. A ti misma.
Sabiendo que ese hombre no se marcharía de allí, Angy acabó por ceder, pasando al salón y derrumbándose sobre el sofá. Se escondió detrás de un gran cojín mientras intentaba acumular el valor suficiente para aguantar la mirada de Evan.
—Angy. —Su voz sonaba más suave—. Te aseguro que no quiero pelearme contigo pero entiéndeme. No podía quedarme cruzado de brazos…
—Bueno, eso es lo que hiciste. Te quedaste sentado con los demás, a pesar de atravesarme con la mirada.
Evan dibujó una breve sonrisa en sus labios.
—Habría hecho mucho más, pero supongo que no podía levantarme e impedir que te fueras con ese.
—¿Por qué no?
—¿Acaso lo has olvidado? —gruñó—. Si lo hubiera hecho, probablemente ahora los chicos sí que tendrían una buena razón para pensar que estamos liados.
Era verdad, se había olvidado de eso.
—Ya veo que estás en todo…
—Por la gente que me importa, sí. —Suspiró—. Pero tienes razón. Es tu vida y no puedo decidir por ti, pero me gustaría que tuvieras en cuenta las consecuencias…
—Sé que por mi culpa has debido de pasarlo fatal. Lo siento de verdad, Evan.
—Lo creas o no, me he pasado la noche entera sin dormir. —Se pasó una mano por el pelo—. Creía que podría haberte pasado algo…
Sintiéndose agradecida por la sinceridad de su amigo, Angy se acercó a él y le abrazó. Evan le pasó el brazo por encima y le dio un cariñoso beso en la frente.
—¿Estás bien?
—Ahora mismo, me siento confundida.
Evan le apartó el pelo de la cara.
—Te aseguro que si ese cabrón te ha hecho daño voy a romperle la cara…
—No, Evan. Estoy bien. No… me hizo daño.
—¿Entonces? —Levantó lentamente su barbilla con los dedos—. ¿Por qué pareces a punto de romper a llorar?
Angy sentía crecer ese irremediable nudo en la garganta. Si pudiera decirle la verdad…
—Porque no sé qué me pasa.
Evan volvió a darle un beso en la frente.
—Cuéntamelo.
—No sé por dónde empezar…
—¿Qué tal por el principio?
Dejó que las palabras invadieran su mente. No iba a contarle la verdad tal y como era, pero sabía que a Evan podría contarle cualquier cosa porque tenía la gran virtud de saber escuchar y no preguntar más de lo necesario.
—¿Crees que tu vida tiene sentido?
Evan dejó escapar un suspiro.
—¿Por qué me preguntas eso?
—No lo sé… —Reprimió las lágrimas—. Presiento que mi vida ha dejado de tener el sentido que se suponía que tenía y ahora no sé qué hacer. Me gustaría saber que no soy la única a la que le pasa.
—Bueno, sabes tan bien como yo que a mí me ocurre algo parecido la mayoría del tiempo. Siento que a veces no encuentro mi lugar en el mundo…
—¿Y qué haces para remediarlo?
—Dejo que el tiempo pase —contestó—. Puedes tropezarte un millón de veces, pero supongo que no queda más remedio que volver a empezar.
—Pero no quiero empezar otra vez —susurró, llena de temblores—. Mi vida era estable hasta que…
Se contuvo a tiempo. No era buena idea sincerarse del todo.
—¿Qué? —Apretó su mano—. ¿Qué ha ocurrido para que te sientas de esa forma?
—Pues…
Intuyendo que Ángela no quería hablar, se adelantó para evitarle la incomodidad.
—Está bien, nada de nombres. Pero quiero que te desahogues.
—¿Nunca has sentido que todo marcha bien hasta que algo no encaja? ¿No has tenido miedo de volver a equivocarte?
—Oh, desde luego que sí. He tenido miedo a equivocarme pero nunca he dejado de rendirme y tú lo sabes mejor que nadie.
—Yo me rendí hace mucho tiempo y ahora sé que estaba equivocada.
—¿Alguien del pasado ha vuelto a llamar a tu puerta? —aventuró.
Ángela se rompió por dentro. Una corriente eléctrica le recorrió el espinazo. ¿Resultaba tan evidente a ojos de los demás?
—¿Cómo…?
—¿Cómo lo sé? —puntualizó—. Creo que en ese sentido eres muy previsible. Te conozco desde hace años y nunca has sido como las demás. Eres muy reservada para tu vida personal, y si ahora te muestras tan débil es por algo que realmente te está afectando.
—¿Y qué puedo hacer?
—Bueno, primero debes hacerte una pregunta.
Angy le miró a los ojos, movida por la curiosidad y el miedo.
—¿Cuál?
—¿Él merece la pena?
Le pilló completamente desprevenida. Un estallido de locura.
—Sí —confesó—. Es el único por el que haría cualquier cosa. Y lo he sabido desde siempre.
Ahora todo parecía un poco más claro. La tormenta interior de Angy se había desatado por culpa de un viejo amor.
—¿Le quieres?
—¿Crees que hace falta que conteste? —susurró ella.
—No… Sé lo que sientes con mirarte a los ojos.
Guardaron un minuto de silencio, asimilando tantos sentimientos contenidos en simples palabras.
—Si realmente es lo que quieres, puedes volver a intentarlo.
—Las cosas no son tan fáciles.
—Nada es imposible —insistió Evan.
Angy sonrió amargamente.
—Créeme, esto sí lo es.
—¿Por qué?
—Porque… —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. Yo ya tuve mi oportunidad y no funcionó.
—Pero en el fondo sabes que ahora podría ser diferente, de lo contrario no estarías tan afligida.
—Evan, por mucho que lo desee es algo totalmente inalcanzable. No puedo hacer nada por cambiar el presente.
—¿Y qué opina él? —quiso saber—. ¿También cree que lo vuestro es imposible?
—A decir verdad, no lo sé. Por momentos me hace creer que aún me quiere pero otras veces me hace volver a la realidad cuando está con otra persona…
Evan arqueó una ceja, sorprendido por esa nueva información.
—¿Hay alguien más?
—Me temo que sí.
Le hubiera encantado decirle la verdad; decirle que la otra mujer era Nora, su hermana, pero no podía hacerlo.
—¿Estás intentando decirme que mantienes una relación en secreto?
—No —aseguró Angy—. Ese es el problema. No hay nada entre nosotros.
—Pero entonces…
—Sé que es muy difícil de entender.
—Explícamelo, Angy. De verdad quiero entenderte.
Ángela se debatía dentro de su cabeza, con dos vocecitas proclamando mensajes contrarios. ¿Iba a hablar o a permanecer callada?
—Verás, yo… —Tragó saliva—. Estuve con un hombre durante mucho tiempo. Le quería, Evan. Le quería muchísimo pero al final lo nuestro acabó. Fue mi culpa, pero es lo que debía hacer en ese momento.
—Y ahora él ha vuelto.
—Sí. Ha vuelto y me ha descolocado por completo.
—Si lo ha hecho es porque todavía sientes algo por él.
—Claro. —Recogió las piernas—. Si te soy sincera, nunca he podido olvidarlo.
—¿Y cuál es el problema? —Se rascó la nuca—. Si tú le quieres, y él siente lo mismo por ti, deberíais daros otra oportunidad.
—¿Y qué pasa con ella? —preguntó Angy.
—Bueno, para empezar, si no lo sabe, creo que lo justo sería que él le dijese la verdad. Confesarle que no siente nada por ella.
—¿Así de fácil?
—No, claro que no es fácil. Pero creo que nadie debería jugar con los sentimientos de una persona si realmente no hay amor por su parte.
—Puede que sí lo haya, pero que sea un amor diferente…
Evan estaba perplejo. Intentaba comprender el escurridizo diálogo que estaba manteniendo con Ángela.
—¿Diferente? ¿Qué quieres decir con eso?
—Puede que también sienta algo por ella.
—¿Está enamorado de las dos?
Angy asintió con la cabeza. Estaba hablando más de la cuenta pero sentía que no podía parar. Estaba desahogándose.
—O sea que… está con ella porque la quiere, pero también te quiere a ti.
—Sí. Una mujer de su pasado y otra de su presente.
—Entonces tendría que elegir. No puedes mantenerte a flote durante tanto tiempo esperando a que él se decida.
—Lo sé y por eso me mantengo alejada de él. Sabes que jamás podría romper una relación, pero esto es diferente…
—¿Por qué es diferente?
—Porque yo llegué a su vida mucho antes —confesó—. Nos quisimos con locura, y ahora que he vuelto a estar tan cerca de él no me atrevo a actuar.
—¿Y qué vas a hacer entonces?
—Eso es lo que no sé. No sé cómo enfrentarme a la situación. Hay días que me muero por verle y hay días en que quisiera no volver a saber de él.
—Sabes que no puedes estar así indefinidamente. Si él no elige, tendrás que hacerlo tú. Decidir si merece la pena arriesgarse y recuperar lo que crees que te pertenece, o bien apartarte para siempre. —La abrazó con fuerza, dirigiendo los labios a su oído—. Tú eres la clave. Tú decides, Angy.
Estaba completamente atónita. Ver el problema desde esa nueva perspectiva le proporcionaba nuevas preguntas. Un callejón sin salida pero con una diminuta luz al final del camino.
—¿Y si te dijera que es más complicado de lo crees?
—¿Por qué?
Ella se incorporó y le dio la espalda por un momento. Se volvió hacia él. Iba a decirle algo crucial, y deseaba con todas sus fuerzas que no atara cabos para no caer en la cuenta de quién podía ser ese misterioso hombre.
—¿Y si te dijera que hay un matrimonio de por medio?
Tal y como esperaba ver, la cara de Evan se transformó en un laberinto de incertidumbre.
—¿Está casado?
—Sí.
—Vaya, entonces eso complica más la situación.
Angy se dejó caer sobre el cuerpo de Evan, resoplando amargamente.
—¿Ahora lo entiendes?
Evan meditó toda esa confesión en silencio, sin poder apenas disimular su sorpresa; acababa de descubrir que su mejor amiga era una caja de sorpresas.
—Resumiendo… —Carraspeó—. Sigues enamorada de un hombre que estuvo contigo en el pasado pero que ahora no puede corresponderte, al menos no abiertamente, porque está casado con otra mujer que en verdad no quiere, y ella no tiene ni la más mínima idea de lo que ocurre.
Angy estaba asombrada por esa reflexión. Lo había entendido perfectamente, y lo mejor es que no había insistido ni una sola vez en averiguar de quien se trataba. No habían sido necesarios nombres ni apellidos.
—Genial, veo que no te has dejado nada.
El teléfono de Evan comenzó a sonar, pero en lugar de responder como siempre, lo desconectó. Ella se lo agradeció apretando la mano de él entre las suyas.
—Estoy muy confundida —susurró Angy.
—¿Tan confundida como para pasar la noche con un hombre distinto al que amas?
Asintió en silencio.
—Valentina piensa que soy una amargada. Cree que nunca podré estar con ningún hombre, pero si supiera la verdad no opinaría lo mismo. Ella cree que no tener a nadie que te quiera es insoportable, pero es muchísimo peor haber encontrado a alguien y no poder decirle lo que realmente sientes.
—Te equivocas. Eso ya lo has hecho.
—Lo sé. —Apretó los párpados—. He intentando hacerle creer que no siento nada, pero es tan difícil… Me desarma por completo, y es como si pudiera leerme la mente. De nada sirve gritarle con todas mis fuerzas que no le quiero; le basta con mirarme a los ojos para saber que no es cierto.


32


Desde que su dedo anular lucía el anillo de platino, Nora no podía sentirse más afortunada. Convencida de ser la mujer más feliz del mundo, esbozaba una sonrisa de forma permanente, acentuándola aún más cuando su marido la estrechaba entre sus brazos y susurraba con un hilo de voz lo mucho que la quería.
Esa mañana se despertó mucho antes que Dorian, pero en lugar de salirse de la cama, permaneció allí, en silencio, contemplando al hombre que había conseguido cambiarla por completo; había vuelto a nacer y todo, absolutamente todo se lo debía a él. Ahora sabía lo que significaba estar enamorada.
—Te quiero tanto… —susurró, acariciándole el pelo.
Se acurrucó a su lado, cogiendo el brazo de Dorian y colocándolo alrededor de su cintura. Le encantaba sentirse segura, cerca de lo que ya consideraba suyo.
La mañana se abrió paso entre los grandes ventanales del fondo de la habitación. Un suave viento se colaba por la rendija, refrescando la expresión de Dorian, todavía algo adormilado. Se había dado una ducha y al volver al cuarto, pudo comprobar que Nora seguía plácidamente dormida.
—Princesa, despierta.
—¿Qué…? —gimoteó.
—Despierta, dormilona. —Se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Es hora de levantarse.
—Quiero dormir un poco más…
—Ni hablar —reprendió cariñosamente—. Tenemos que irnos. Un largo paseo en barco nos espera.


El viento era favorable, y reducía la sensación de calor. El cielo estaba despejado y todo estaba preparado para un nuevo día del feliz matrimonio. Estaban de pie, agarrados a la barandilla, disfrutando del precioso paisaje que se divisaba por allí, donde el cielo y el mar se entremezclaban en una gama de intensos azules.
Llevaban cerca de dos horas navegando cuando volvían lentamente hacia el embarcadero. No muy lejos de la costa, en una zona delimitada con redes y varias boyas, un pequeño grupo de delfines se arremolinaban alrededor de sus cuidadores, expectantes por conseguir algún que otro pescado que llevarse a la boca.
—¡Mira! —exclamó Nora—. ¡Son delfines!
No daba crédito a lo que veía. Se comportaba como una niña pequeña, agitando los brazos y balanceándose continuamente, con la impecable sonrisa asomada en su boca.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Dorian, también muy sonriente.
—¿Que si me gusta? ¡Me encanta!
Dorian le pasó la mano por la cintura y la atrajo hasta él, acercándose a su oído.
—Podemos nadar con ellos, si quieres.
Una expresión de súbita sorpresa surcó el rostro bronceado de Nora. No daba crédito a lo que acababa de escuchar.
—¿Lo dices en serio?
—¿Acaso te mentiría?


Los tiernos animales se movían en graciosos círculos, rodeándoles y agitando sus fuertes colas para impulsarse.
—¿Has visto eso? —exclamó Nora—. No paran de acercarse…
—Eso es porque les gustas —apuntó Dorian.
Con ayuda de los entrenadores y supervisores de los animales, además de estar equipados con gruesos salvavidas de color naranja fosforito, Nora y Dorian, acompañados de tres personas más, alimentaban a los delfines con entusiasmo, levantando los brazos con los peces en la mano y depositándolos en las bocas abiertas de los animales, que se giraban sobre sí mismos para dar las gracias.
—Me encanta —insistía Nora—. Son preciosos…
—Si por ti fuera, te llevarías uno a casa —bromeó Dorian.
Nora le salpicó a propósito con el agua.
—Sabes que sí, pero no tendríamos sitio para el pobre animalito.
—Si tanto te gusta, dale un beso.
—Me lo estoy pensando.
—¿De veras?
—Sí. —Ahogó un risita—. Es muy probable que lo haga.
—De acuerdo, hazlo. —Dorian se cruzó de brazos, fingiendo estar enfadado—. No pierdas el tiempo.
Nora no se lo pensó dos veces. Mirando de reojo al entrenador, esperó a que este le indicara el momento indicado.
—Adelante, puede hacerlo. Estos animales son muy cariñosos.
Acto seguido, Nora se inclinó y colocó las manos alrededor del morro de uno de ellos, propinándole un gracioso beso sonoro. Los demás aplaudieron ese gesto mientras reían.
—¿Qué? —masculló, totalmente satisfecha—. ¿Te ha gustado verlo?
—Oh, sí. Realmente precioso —dijo Dorian—. ¿Debo considerar esto como un engaño?
Nora le rodeó el cuello con los brazos.
—Dejémoslo en una demostración de mi amor por ti. Ahora ya sabes que soy capaz de besar a un animal si me lo pides.
—Cielo, esa es la peor escusa que he oído nunca.
—¿Sí? Qué lástima. —Se alborotó el pelo mojado—. Y yo que creía que te gustaban los animales como a mí…
—Me gustan, pero no hasta el punto de compartir con ellos a mi mujer.
—Oh —dejó escapar ella—. ¿Estás celoso? ¿Dorian, celoso de un delfín?
—Puede.
—En ese caso, tendré que remediarlo.
Dorian la miró de una forma increíblemente dulce.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
Nora se acercó lentamente a sus labios, con los ojos brillantes de felicidad.
—Haciendo lo que mejor sé.
—¿Qué es…?
Nora no le dejó terminar la frase. Se abalanzó sobre él para besarle, al mismo tiempo que se sumergían en el agua, con una tonalidad mucho más que cristalina. Giraban y daban vueltas sin soltarse ni un segundo, manteniendo los ojos cerrados.
Cuando volvieron a la superficie, todos les estaban mirando, divertidos por la escena romántica.
—Bien, señores —dijo uno de los entrenadores—, ahora pasaremos a la siguiente fase. Se trata de una pequeña caminata bajo el agua, conocida como Dolphin Trek. Podrán ver los diversos movimientos de los delfines sin necesidad de estar en la superficie. Se les dispensará un equipo de buceo especial una vez que hayan atendido a las explicaciones.


La experiencia fue totalmente gratificante para los dos, pero para Nora lo fue aún más. La caminata submarina estuvo en todo momento controlada por los entrenadores, de manera que no hubo ningún problema con los animales, que giraban sin parar, emitiendo característicos sonidos, mientras sus cuerpos plateados brillaban con el reflejo del sol. Por suerte, no estaban a demasiada profundidad, y eso permitió que la luz inundara el agua, evitando rincones de sombra. Gracias a cámaras especiales, pudieron inmortalizar algunos de los momentos en los que los delfines parecían posar junto a ellos, abriendo sus bocas y bailando al compás de una música imaginaria.


33


Evan mantenía los ojos fijos en Angy, que parecía haberse quedado sin habla después de que su amigo le confesara los planes que tenía para ella.
—¿Estás completamente seguro?
—¿Por qué no iba a estarlo?
—Bueno, siempre te tomas tu tiempo para decidir estas cosas. Además, tú mismo dijiste que era demasiado pronto para presentárnosla.
Evan negó con la cabeza, totalmente convencido.
—A los demás sí, pero tú eres la excepción.
—¿Por qué?
—Porque resulta que eres mi mejor amiga, y porque sabes perfectamente que te necesito. —Apuró su taza de café—. Necesito tu aprobación.
—Ya la tienes, ¿recuerdas?
Evan volvió a negar con la cabeza.
—Enseñarte una foto en el ordenador no implica nada. Lo que cuenta es el contacto cara a cara, y necesito que estés presente para comprobar que te causa buena impresión.
—¿Y si no lo hace? —dejó escapar—. ¿Vas a romper con ella sólo porque a mí no me caiga bien?
—En absoluto. Aunque no lo creas, no corro riesgos. Si insisto tanto en presentártela es porque sé que te caerá bien.
—Ya —masculló—. ¿Y se puede saber en qué te basas para decir eso?
Se encogió de hombros, mostrándose tranquilo.
—Me lo dice mi instinto.
Ángela no pudo evitar poner los ojos en blanco.
—He aquí una razón más para cerciorarse de que es imposible entender a los hombres.
—Angy, por favor. Sabes que es muy importante para mí. Me sentiría muy agradecido si accedieras a venir con nosotros. Será una simple cena, nada más. Para tantear el camino…
—Hablas como si la tuvieras miedo —bromeó—. ¿Ella es la dominante?
—No demasiado —dejó escapar—. De verdad, quiero que os conozcáis. Me paso el día hablándole de ti, y al final ha sido ella quien me ha pedido que organice una cena para conoceros.
La expresión de Ángela se torció. Estaba segura de haber oído bien, muy a su pesar.
—¿No lo dirás en serio?
—¿El qué?
—Espero que sea una broma…
Evan arqueó una ceja. Era como si su amiga hubiera empezado a hablar en un idioma diferente.
—No te sigo.
Angy acabó por desesperarse todavía más.
—Oh, Evan —masculló—. ¿Es que no entiendes nada? ¿Hablarle de mí? Eso no tienes que hacerlo bajo ninguna circunstancia…
—¿Por qué? Eres mi amiga, además de trabajar en el mismo sitio. ¿Qué hay de malo en hablar un poco de ti?
—Tratándose de ti, dudo mucho que hayas hablado poco. La habrás sermoneado a todas horas —gruñó—. ¿Me equivoco?
—Pues… —Se rascó la nuca—. Ahora mismo, no lo sé.
—¿Lo ves? Siempre te excedes.
Evan cambió totalmente de registro, reafirmando su expresión de súplica, con unos ojos vidriosos por la expectación.
—¿Te veré en el restaurante?
Ángela vaciló a propósito; luego dejó escapar una sonrisa.
—Si no hay más remedio.


Ángela había llegado con tiempo de sobra. Le gustaba la puntualidad, por eso la mayoría de las veces se presentaba antes de la hora señalada. Esperaba en silencio, mirando a todas partes, como si la gente de por allí la estuviera analizando. Llevaba el pelo recogido en una elaborada coleta, con varios mechones sueltos a ambos lados de la cara, con unos ojos todavía más atrayentes gracias a la sombra verdosa que resaltaba el color de su iris.
Hacía rato que murmuraba para sí misma. Estando en un restaurante, le venía a la cabeza el numerito que montó la vez que Nora preparó la cena con Dorian, cuando ella ni siquiera estaba preparada para volver a verle de cerca. Ese recuerdo no demasiado lejano le nublaba parcialmente el juicio, provocando ligeras taquicardias, pero al menos tenía la certeza de poder salir de una sola pieza aquella noche; la novia de Evan no parecía una mujer temperamental, pero de todas formas quería evitar a toda costa las evaluaciones antes de tiempo, ya que la fotografía que su amigo le enseñó no daba más pistas aparte del increíble color de los ojos de Martina, azules oscuros como el fondo del océano.
Tenía la mirada perdida sobre el fondo de cristal cuando su móvil comenzó a vibrar dentro de su pequeño bolso. Se apresuró para cogerlo pero no llegó a tiempo.
—Maldita sea, Evan —dijo por lo bajo.
Estaba a punto de dirigirse al lavabo, convencida de la tardanza de los otros dos, cuando se topó de frente con Evan.
—Angy —exclamó Evan—. Estabas aquí. Creí que no vendrías...
—¿Qué? No seas tonto. Pues claro que iba a venir —gruñó—. ¿Cómo estás?
—No lo sé —dijo, al mismo tiempo que se aflojaba el nudo de la corbata—. ¿Estás tan nerviosa como yo?
Ella se encogió de hombros, sin saber qué decir.
—No lo sé. Creo que estoy bien, pero tú pareces al borde de un ataque. Relájate, ¿quieres?
—Bueno, eso es un poco difícil teniendo en cuenta las circunstancias…
—¿Qué circunstancias? —Puso los ojos en blanco—. No te comportes como un crío, por favor. Se supone que la intimidada debo ser yo.
—Tienes razón. —Se pasó una mano por el pelo y sacudió los hombros, dando largas bocanadas de aire—. ¿Preparada?
—Sí —masculló—. ¿Tú lo estás?


La mesa para tres que habían reservado se encontraba al final del restaurante, en una zona bien iluminada, con buena música de fondo. Para sorpresa de todos, mantenían una charla agradable, abordando diversos temas, entre ellos la música, las relaciones amorosas inestables, y en especial, el teatro. Al parecer, Martina era una gran aficionada a ese particular mundo del espectáculo, y ésa era una razón de peso de las muchas por las que se había sentido atraída por Evan.
Por alguna extraña razón, Ángela se sentía intimidada por esa mujer, que tendría unos cinco años más que ella. Desconocía el verdadero motivo de su aprensión, pero recurría exitosamente a su vena artística para salir del paso, al mismo tiempo que se repetía para sus adentros que ella no parecía tan mala; en apariencia física sí desprendía cierto control sobre la situación, clavando sus ojos azul marino sobre cualquier punto de referencia, pero más tarde todo el encantamiento se rompía porque era transparente y fresca; una agradable compañía en momentos como aquel.
—Y dime —pronunció Martina—. ¿Desde cuándo os conocéis?
—Bueno, siendo sincera, creo que he perdido la cuenta —bromeó Angy—. Diría que desde hace demasiados años. —Tragó saliva—. Más adelante decidimos crear la compañía y desde ese momento nos volvimos inseparables.
Los ojos de Martina se clavaron aún más en los tímidos verdosos de los de ella. Acababa de meter la pata pero no podía hacer nada. Sabía que si intentaba arreglarlo sería aún peor, así que intentó disimular, desviando la atención con una nueva pregunta sobre el aire.
—¿Y vosotros? ¿Cómo os conocisteis? —Miró descaradamente a su amigo, que se mantenía demasiado callado—. Evan no me ha contado nada acerca de eso.
—¿Y qué te ha contado exactamente?
Era una pregunta esperable, gracias al fallo que había tenido Ángela. No podía sentirse atacada. Estaba claro que la nueva novia de Evan pretendía marcar su territorio de una forma sutil.
—No mucho la verdad, pero sí lo necesario. Me ha asegurado que eres lo mejor que le ha podido ocurrir en mucho tiempo.
Por primera vez, Angy pudo ver a su amigo sonrojarse en un segundo. Se lo tenía bien merecido por mostrarse tan inseguro.
—¿De verdad? —La cara de Martina se relajó—. Vaya…
—Bueno, es la verdad —corroboró tímidamente Evan.
—¿Entonces? —insistió Angy—. ¿Cómo os conocisteis?
Por primera vez en toda la noche, Martina dibujó una simpática sonrisa en su cara, acentuando su atractivo.
—La verdad es que nos conocimos de forma bastante patosa, al menos por mi parte.
—En eso tienes razón —susurró Evan.
—Entiendo —dejó escapar Angy, aunque en realidad no tenía ni idea de qué estaban hablando ese par de tortolitos.
—Verás, Angy —dijo Martina, optando por un tono de voz más desinhibido—. Lo cierto es que Evan y yo nos conocimos por mi ineptitud como conductora. Mi coche chocó contra el suyo en un cruce. Fue mi culpa —insistió—. A veces cometo la torpeza de distraerme fácilmente…
Impulsado por un resorte imaginario, Evan alargó su mano por encima del mantel para enroscar los dedos con los de ella, en un intento de demostración amorosa.
—No te disculpes —susurró—. Si no hubiera sido por ti, no habría tenido la gran suerte de dar contigo.
Ángela se sintió bastante incómoda. Aparte de cenar con una pareja en la que no tenía cabida, además estaba el hecho ineludible del comportamiento anómalo de Evan; su amigo no tenía la costumbre de mostrarse tan receptivo.
—¿Amor a primera vista? —aventuró Angy.
—Lo cierto es que tardó un poco en llegar —comentó ella, con la sonrisa todavía pegada a sus labios—. Después del aparatoso accidente y de arreglar todo el papeleo, insistió en llevarme al hospital aunque no tenía ni un rasguño.
—Oh, sí —dijo Angy, más para sí misma que para los otros—. Típico de Evan. Sumamente protector. ¿Cómo te resististe?
—Bueno, tuve que ponerme realmente seria para que dejara de insistir. —Bebió un poco de vino—. Recuerdo que tenía una expresión aterrada, como si temiera que de un momento a otro me desplomase sobre el suelo.
—Afortunadamente no fue así —puntualizó Evan, sumido en sus propios pensamientos empalagosos.
—¿Y a partir de ahí comenzasteis a salir?
—Sí, algo así —admitió la mujer de mirada azul oscura—. Nos tomamos un café y empezamos a hablar de nuestras respectivas vidas. —Hizo una pausa, acentuando a propósito su sonrisa—. He de admitir que cuando me dijo que trabajaba en el teatro me quedé muy impresionada…
—Sí —murmuró Evan entre dientes, satisfecho—. Ese es mi gran secreto.
—A partir de ese momento le vi de otra manera. Una cosa llevó a la otra y… aquí nos tienes.
Angy sonrió de buena gana. Comenzaba a gustarle aquella mujer. Tenía el carácter suficiente para no dejar lugar a dudas pero sin llegar a intimidar demasiado. Un equilibrio perfecto. Desde luego Evan había encontrado la horma de su zapato.
—Bueno, pero no hablemos más de nosotros —se interrumpió Martina—. Cuéntame cosas de ti, por favor.
No sabía por dónde empezar. ¿Debía decirle que su vida amorosa era un caos absoluto por luchar contra el destino al intentar recuperar a alguien que hacía tiempo que había dejado de pertenecerle?
—Sinceramente, no hay gran cosa cuando se baja el telón…
—Seguro que tendrás algo especial escondido bajo la manga. Todo el mundo lo tiene.
Angy miró de reojo a Evan, confundida. ¿Había sido capaz de contarle a su recién estrenada novia el secreto que había compartido con él?
—No lo sé. Mi vida es el teatro. Me paso el día encima del escenario, y cuando llego a casa estoy tan cansada que apenas tengo fuerzas para mantenerme en pie.
Estaba claro que había exagerado, pero lo había hecho con el único propósito de dificultar el terreno para que no siguiera insistiendo en el mismo tema.
—Pero el trabajo no es suficiente. No te proporciona una felicidad estable. ¿Realmente es lo único que te importa?
Ojalá hubiera tenido fuerzas para decir que sí, pero no pudo mentir.
—Hay ciertas cosas que me gustaría poder tener. Sé que lo mejor es tener a alguien a tu lado o tener proyectos de futuro, pero por el momento no he… tenido tanta suerte.
—¿Sales con alguien? ¿Comprometida, tal vez?
Negó con la cabeza.
—Oh, vaya.
—No pasa nada. Creo que empiezo a acostumbrarme a la soledad.
—Eso sí que no —espetó Martina—. En cuanto quieras darte cuenta tu vida habrá pasado delante de tus ojos y para entonces ya será tarde. Puede que te cueste encontrar al hombre de tu vida, pero te aconsejo que no lo dejes escapar una vez que hayas logrado dar con él.
Ángela rió amargamente para sus adentros. Eso era algo fácil de decir, pero era una misión suicida en su caso.
—¿Y alguna vez has estado a punto de casarte?
Angy volvió a negar con la cabeza, con el nudo aprisionando las paredes del estómago.
—Me temo que lo más cerca que he estado del altar ha sido como madrina en la boda de mi hermana.
—¡Anda! —exclamó Martina de repente—. ¿Tienes una hermana?
—Sí —confirmó—. Se llama Nora. Tiene unos cuantos años menos que yo.
—¿Y es tan guapa como tú?
Eso sí que no se lo esperaba. Un grandioso punto a su favor. Acababa de dar un paso gigantesco.
—Bueno, siendo sincera, ella lo es mucho más que yo.
—Angy, no debes hablar de esa forma. Puedo decir bien alto que eres una mujer muy atractiva. Si tu hermana también lo es, será porque se parece a ti.
Angy se estaba quedado literalmente con la boca abierta. No entendía demasiado bien ese revés de comportamiento y actitud, pero estaba encantada.
—En realidad no nos parecemos mucho. Yo diría que no coincidimos físicamente en nada. ——Carraspeó—. Yo he salido a mi padre, con el pelo oscuro y estos ojos verdes. Ella en cambio es la réplica exacta de mi madre, con los ojos azules y el pelo dorado.
—Vaya… Entonces soy una familia muy particular, ¿eh?
—Bastante.
—¿Y dónde vive?
—Por desgracia, demasiado lejos de aquí. Antes de casarse vivía con nuestros padres, pero a partir de ahora lógicamente vivirá con su marido. —Acababa de decir eso sin llegar a inmutarse—. De todas formas, igualmente tendría que coger un avión para ir a verla. Mi trabajo me hace estar lejos de mi familia, pero no es algo que me afecte realmente.
—Entiendo —susurró Martina—. Eres una mujer totalmente independiente.
—Al menos lo intento.
Evan seguía sin intervenir en la conversación moviendo la cabeza en ambas direcciones como si estuviera viendo un complicado partido de tenis.
—¿No has pensado en tomarte un descanso para ir a ver a tu hermana?
—Oh, pues… —Se colocó cuidadosamente uno de los mechones sueltos detrás de la oreja—. Aunque quisiera, no podría. —Se removió en su asiento—. No sé a ciencia cierta dónde está. Ahora mismo debe de estar en algún lugar de una isla paradisíaca… Está de luna de miel.
Los ojos intensos de Martina experimentaron un cambio. Estaba sorprendida con cada nueva palabra que escuchaba.
—Qué envidia… —dejó escapar.
—¿Eso es una indirecta? —apuntó Evan, con el ceño fruncido.
—No, Evan. Sabes que no podría dejar mi trabajo en este momento, pero me encanta la idea. Tiene que ser tan romántico…
La presión contenida en sus venas amenazaba con incrementarse, por eso Ángela se obligó así misma a cambiar de tema.
—A propósito —interrumpió, fingiendo algo de curiosidad—. ¿A qué te dedicas?
—Soy oncóloga.
Una sorpresa mayúscula apareció en la cara de Ángela. Desde luego, esa mujer no era únicamente una cara bonita. Tenía cerebro y sabía utilizarlo increíblemente bien.
—¡Guau! Debe de ser un poco agotador…
—Sí, pero también es frustrante la mayoría del tiempo.


Cuando quisieron darse cuenta ya era más de media noche. La velada no podría haber ido mejor. Abandonaron el restaurante y dieron un largo paseo, hasta llegar a la zona donde se encontraba el coche de Evan, reluciente a la luz de las farolas incluso estando a bastantes metros.
Ángela estaba a punto de empezar a despedirse cuando Evan intuyó lo que estaba pensando.
—No pienso dejar que huyas —dijo, medio en serio, medio en broma.
—¿Qué? Oh, no os molestéis. No es necesario.
—Vamos, Angy —dijo Evan—. Te llevamos a casa.
Ángela sintió una leve punzada ante la insistencia de su amigo y también por la mirada fría de Martina.
—No te preocupes, de verdad. Es… temprano. Hay gente por aquí. —Ladeó la cabeza—. No me pasará nada.
—Pero…
—Nada de peros —espetó—. Por una vez, deja de insistir. No siempre puedes salirte con la tuya.
—En eso estoy de acuerdo —corroboró Martina, que estaba cruzada de brazos observando esa escena de amigos especiales.
—Está bien, como quieras…
—No pongas esa cara, Evan. Soy adulta.
—Eso no quiere decir que seas inmune…
—Cielo, si Angy quiere marcharse, no veo dónde está el problema. Sabrá cuidar de sí misma, ¿no crees?
Otra vez ese repentino cambio de humor. Ahora parecía impaciente, con ganas de terminar esa absurda conversación.
—Vale, me rindo —masculló él—. Entonces te veré el lunes a primera hora…
La situación cambió bruscamente. La tensión se podía cortar. No sabían muy bien cuál era la forma correcta de decirse adiós, pero Martina potó por quitarse de en medio para facilitar las cosas.
—Tranquilos —dijo, levantando una mano—. No hay prisa. Evan, te espero en el coche.
Con graciosos movimientos de cadera, Martina se fue alejando de ellos hasta que se perdió en la oscuridad del coche, situado a unos cinco metros.
—¿Y bien? —murmuró Evan, convertido en un manojo de nervios—. ¿Cuál es tu veredicto final?
Angy reprimió una carcajada ante la atenta mirada de su amigo. Estaba claro que se moría por oír algo bueno.
—Tú tenías razón. Me ha caído bien.
—¿De verdad?
—Desde luego. —Le puso una mano en el hombro—. Eres un tipo con suerte.
A ese atractivo hombre se le iluminaron los ojos, como si hubiera vuelto automáticamente a su adolescencia.
—Lo sé. Soy muy afortunado.
—Pues no la pierdas, ¿de acuerdo? Se nota que le importas.
—Sí, es muy cariñosa. Nunca deja de agarrarme la mano…
—No —susurró ella—. No me refiero a eso.
—¿Entonces?
—No hay más que observar cómo nos mira en este preciso momento. Te tiene bien vigilado.
Evan no supo cómo reaccionar.
—¿Y… eso es bueno?
—Mucho más que eso. Significa que no quiere que ninguna otra mujer permanezca cerca de ti durante mucho tiempo así que, si no quieres tener problemas, lárgate ahora mismo —espetó, luciendo una sonrisa inquieta.
—¿No te importa?
—¿Importarme? Oh, Evan. En absoluto. Tú te lo mereces mejor que nadie. —Le dio un pellizco en la mejilla—. Anda, vete. Tu Julieta te espera ansiosa.
—¿No vas a darme un abrazo?
—¿Estás loco?
—¿Por qué? —No lo entendía—. Siempre nos despedimos así.
—Pero ya no.
—No lo entiendo.
Angy se desesperaba ante la inocencia de su amigo. Tenía problemas para separar los gestos amistosos de una acción que, vista desde fuera, podía interpretarse como algo más.
—Mi querido amigo, no voy a arriesgarme a darte un abrazo cuando la tigresa que está dentro de tu coche me está fulminando con la mirada. Si lo hiciera, probablemente sería lo último que haría, sin contar el escándalo que te montaría a ti.
—Ah, claro —se limitó a decir—. Bueno, de todas formas, creo que exageras. Martina no es de ese tipo de mujeres.
—Créeme, yo tampoco. Pero si tuviera a un hombre que me gusta charlando animadamente con otra, al final acabaría sacando las uñas.
Evan no pudo contenerse y soltó una carcajada.
—Shh… —instó Angy—. Tampoco es buena idea que te rías conmigo. Podría enfadarse.
—¿Acaso no voy a poder disfrutar de tu compañía?
—Bueno, eso depende. —Su cuerpo se relajó—. En serio, hasta que se acostumbre a mi presencia, es mejor que mantengamos las distancias. Será lo mejor. No quiero que me considere como una amenaza.


El coche se marchó a toda velocidad. Estaba claro que era Martina la que conducía. Con un gran alivio al saber que aquella noche ya se había terminado, Angy suspiró, rezando para que la nueva novia de su mejor amigo no la hubiera apuntado a su particular lista negra.


34


Tras unas largas semanas de viaje de en sueño, el último día acababa de llegar a la isla Mauricio. Lo peor era el clima; había decidido estropearse precisamente en esos decisivos momentos, impidiendo a los recién casados disfrutar del último día de playa. Encerrados en su habitación, estaban tumbados en la cama, Nora encima de Dorian, sintiendo su acompasada respiración.
—Maldita sea —dijo ella—. ¿Por qué ha tenido que ponerse a llover precisamente hoy? Es nuestro último día…
—Nora, que llueva es lo menos importante —apuntó Dorian, clavando la mirada en los ventanales próximos a ellos—. ¿Acaso no ves el fuerte viento y los relámpagos?
—Sí —gruñó.
Dorian la abrazó con fuerza, hundiendo su cara en el cuello de ella.
—No te preocupes. Lo pasaremos igualmente bien cuando lleguemos a casa.
—A tu casa, querrás decir.
—Cariño, creo que mi casa ya es tuya también. Que yo recuerde, estás casada conmigo.
—Sí, pero es un poco raro… Todo va a ser de golpe. Quiero decir, en cuanto aterricemos iremos directos a tu casa sin pasar por la de mis padres. —Dejó escapar un nostálgico suspiro—. Se me hace raro…
—Nora, no te preocupes. Es normal, pero te aseguro que no te arrepentirás.
—No he dicho que vaya a hacerlo.
—Entonces con mayor razón. —La besó en la frente—. Será nuestro sueño, princesa. No más hoteles ni despedidas en secreto. No tenemos por qué escondernos.
Permanecieron en silencio durante un rato más, pero Nora fue incapaz de reprimir otro suspiro todavía más melancólico que el anterior.
—¿Sigues triste por la lluvia? —susurró él.
—Sí.
—¿Y… no hay nada que pueda hacer para alegrarte?
—No, a no ser que puedas meter la playa dentro de la habitación. —Se incorporó sobre sus codos en el pecho de Dorian—. ¿Puedes?
—Aún no.
—Lástima —dejó escapar, con una breve sonrisa—. Y yo que creía que harías cualquier cosa por mí…
—Eso intento, pero no puedo rebasar las leyes de la física, Nora.
Impulsada por algún tipo de resorte espontáneo, Nora se incorporó de un salto y se quedó pensativa, con los brazos cruzados, mirando una vez más el exterior.
—Voy a darme una ducha —comentó—. Estoy agotada.
—¿Quieres que te acompañe? —dejó escapar, mostrando una mirada pícara.
—Mejor la próxima vez…
—¿Por qué? —protestó, fingiendo enfadarse.
Nora le tiró un gracioso beso con la mano desde la entrada del dormitorio.
—Porque me gusta dejarte con la miel en los labios.


Tenía la cabeza en otra parte cuando se sobresaltó. Un pitido cobró vida en alguna parte de la estancia. Se levantó y buscó el responsable de ese sonido. Al segundo encontró el móvil de Nora parpadeando.
A pesar de no tener ni la más mínima intención de hacerlo, al final la curiosidad pudo con él y quiso saber de qué se trataba. Pulsó de nuevo en la pantalla y abrió el mensaje. Dejó escapar un suspiro. Era un mensaje de su madre. Dorian no pudo evitar poner los ojos en blanco. Apreciaba a su suegra, pero le molestaba esos pequeños detalles.
—Recién casada y aún sigue controlando a su hija…
Iba a dejar en el mismo sitio el móvil cuando de repente un pensamiento le quebró la mente, separándola en dos. Una subida de adrenalina inundó sus poros, provocando que su respiración se entrecortase. Acababa de tener una idea; lo que no sabía era si buena o mala. Es decir, sí que sabía lo inoportuna que era, pero en el fondo tenía que reconocer que se moría por hacerlo.
Con gesto preocupado, se aseguró de que la puerta del baño estuviera cerrada totalmente, con Nora ajena a lo que pretendía hacer. Se acercó el móvil a los ojos y, con dedos intranquilos, pulsó la pantalla táctil para entrar en la agenda, intentando localizar a alguien en concreto entre todos los contactos. El corazón se paró al leer ese nombre, que precisamente aparecía en el primer puesto. Contuvo la respiración hasta que se atrevió a marcar ese número desde su propio móvil. Tres tonos secos y entonces…
—Ángela —dijo una voz—. ¿Quién es?
Sintió cómo el corazón le daba un vuelco al oír su melódica voz. No podía creer lo que estaba haciendo, pero se sentía complacido, porque esa mujer tan especial estaba al otro lado del teléfono.
—¿Quién es?
Estaba claro que Dorian no iba a contestar; no podía. Sin embargo, estaba extasiado, con la cabeza por las nubes.
—¿Se puede saber quién llama? —insistió Ángela—. Voy a colgar…
Sin querer, Dorian dejó escapar un suspiro. Por desgracia, se dio cuenta de su error. El silencio se alargó hasta ella, que parecía que había olvidado respirar.
—¿Quién es? —volvió a preguntar, aunque por su tono, ya sabía la respuesta.
Volviendo de golpe a la realidad, Dorian colgó, justo cuando la puerta del baño se abría.
—Dorian —dijo Nora, que acababa de salir del baño, envuelta en una toalla blanca—. ¿Qué haces? ¿Con quién hablabas?
—Oh, con nadie —logró decir, con el corazón todavía en la garganta—. Se han equivocado.
Conforme con la respuesta, Nora se puso una toalla alrededor del cabello mojado.
—Voy a vestirme —informó—. No te muevas de aquí, ¿de acuerdo?
Dorian se dejó caer en el amplio sofá, exagerando sus movimientos.
—Te espero impaciente, señorita.
Nora soltó una pequeña carcajada y negó con la cabeza. Con gusto, jugueteó con su alianza de platino.
—Creo que ya puedes llamarme señora, ¿no crees?


35


El viento del norte ya volvía a hacer de las suyas, como si hubiera echado de menos a esas dos personas en concreto. Después de volver al presente, Dorian y Nora habían regresado, con las maletas llenas y unos nuevos aires en su ahora vida en común.
—Ya falta poco —concluyó Dorian.
—Lo sé.
Nora no dejaba de mirar a ambos lados de la carretera, intentando analizar todo en un segundo. Tenía las manos sobre las rodillas, mientras que una de sus piernas se movía frenéticamente, siguiendo el mismo patrón una y otra vez.
—¿Qué ocurre?
—Estoy nerviosa —confesó, mordiéndose el labio.
—No tienes por qué estarlo.
—Lo sé, pero quiero llegar cuanto antes y desempaquetarlo todo.
—¿Todo?
—Bueno, al menos lo más esencial.
Dorian dejó escapar una risa ahogada.
—Nora, siento recordarte que mi casa está perfectamente equipada. No echarás nada en falta, te lo aseguro.
Nora soltó un bufido mientras apoyaba su barbilla sobre la palma de la mano derecha, escrutando el paisaje relleno de pinos.
—No me refería a eso. Quería decir que quiero acostumbrarme cuánto antes, por eso quiero instalar algunas cosas mías. Supongo que no te importará, ¿verdad?
Dorian se atrevió a desviar un segundo la mirada de la carretera para posarla en su mujer. Estaba realmente preciosa cuando se mostraba frágil e insegura, como la niña que aún seguía siendo a tiempo parcial.
—Puedes hacer lo que quieras.


Más allá del inmenso verdor de los árboles de los alrededores, la magnífica casa de Dorian se erguía con plenitud detrás de una alta verja de hierro negro; un gigantesco chalet moderno de formas cúbicas construido en mármol negro, con inmensos ventanales, y una piscina en la parte de atrás, con miles de metros de hierba fresca.
—Vaya, no recordaba lo fantástica que era —susurró Nora.
Dorian se acercó por detrás y la abrazó.
—Ahora lo será aún más porque no tendré que vivir solo. Ya no será tan… solitaria. —Le dio un beso en el cuello—. Toda nuestra.
—¿Estás seguro de eso? —bromeó Nora—. Sabes que puedo ponerlo todo patas arriba en cuestión de minutos.
—Haz con ella lo que quieras —susurró él, mientras introducía el número de acceso de seguridad.
El inmenso vestíbulo tenía techos de al menos ocho metros de altura, con un color marfil impregnando cada rincón. La escalera kilométrica que se divisaba en el lado izquierdo dibujaba un elegante paisaje elevándose hasta la planta superior, haciendo un trayecto en el aire que alcanzaba el extremo derecho. Había varios pilares negros, contrastando con el blanco. Esculturas y cuadros se arremolinaban cada cierta distancia, originando la idea de parecerse más a una galería de arte que a un domicilio.
Los dos atravesaron esa primera estancia hasta llegar al fondo, donde existían dos puertas; la de la izquierda daba a la biblioteca, y la de la derecha al pequeño pasillo para acceder al grandísimo salón comedor. La perspectiva era excelente, con infinitos rayos atravesando el cristal, dando de lleno a cada rincón.
—Creo que no podré acostumbrarme a tanta luz —resopló Nora—. ¿De verdad te gusta tanto las ventanas?
—Me gustan los espacios abiertos —murmuró Dorian—. Así no da la sensación de muros claustrofóbicos y cerrados. No me gusta que sea algo hermético.
—Ya, pero tampoco es cuestión de poder ser observados por el resto de vecinos.
—Nora, son buena gente. Además, si quisieras podrías espiarles, pero con la garantía de saber que ellos no lo harán.
—¿Cómo estás tan seguro?
Él se echó a reír.
—Bueno, aparte de la buena educación que estoy seguro de que tienen, lo cierto es que puedes bajar las persianas cuando las necesites, ¿de acuerdo?
De mala gana, Nora asintió. Volvía a quedarse boquiabierta con los ventanales y los altos hechos.
—No sé cómo puedes permitirte una casa como ésta. —Levantó graciosamente una ceja—. ¿De verdad tu estudio de grabación es tu único trabajo?
—Te garantizo que no trabajo para ninguna banda organizada ni nada parecido. Soy legal.
—Eso habrá que verlo. Durante los próximos treinta años —añadió.
—Si no hay más remedio —bromeó Dorian.
Después de observarme el uno al otro, se decidieron por soltar el equipaje que traían en el coche. Unas cuantas entradas y salidas y las cajas y maletas llegaron a su nuevo destino. Subieron a la parte de arriba, donde estaba el dormitorio principal además de otros dos, una gigantesca habitación habilitada como vestidor, y otro par de cuartos de baño a cada extremo.
La cara de Nora expresó perfectamente su sorpresa al llegar al que sería su dormitorio.
—¿Desde cuándo tienes un piano? —masculló—. ¿Un enorme piano en mitad de la habitación?
Dorian se encogió de hombros, orgulloso.
—Ya sabes que no puedo vivir sin la música.
—Oh, pues te garantizo que al final tendrás que elegir. —Sonrió—. Si me despiertas antes de tiempo tocando ese piano te aseguro que al final tendrás que aprender a vivir sin mí.
—Bueno, estoy dispuesto a correr el riesgo.
—¿Estás seguro?
Con una sola zancada, Dorian se posicionó al lado de Nora y la levantó por los aires, para después dejarse caer intencionadamente sobre la cama. Nora se revolvió y le abrazó por detrás.
—Ya me siento mucho mejor.
—¿De verdad?
—Sí. —Le besó en la nuca—. Creo que al final me va a encantar vivir contigo.
—No tienes otra opción.
—¿Cómo que no? —dijo ella, fingiendo reproche.
—Para toda la vida, ¿recuerdas?


Dorian había ido a trabajar por la tarde al estudio, para ir organizándolo todo; no le gustaba dejar su trabajo en otras manos que no fueran las tuyas, por eso se fue a toda prisa después de la hora de comer, y no volvió hasta pasada la media noche.
Con el cuerpo totalmente derrotado, se bajó del coche y vaciló unos instantes antes de entrar. Le gustaba saber que a partir de ahora no estaría solo en ese enorme chalet; tendría a Nora a su lado, despertándose con ella todas las mañanas.
Entró en el salón y vio un montón de cajas desperdigadas por el suelo de parqué, con la luz del techo bañándolo todo a su paso.
—¿Nora?
No obtuvo respuesta. No la veía por ninguna parte, así que fue a la planta de arriba por una de las numerosas escaleras que había repartidas por toda la casa. Subió rápidamente los peldaños de dos en dos, sin hacer ruido. Entró al inmenso dormitorio de color crema y encontró lo que estaba buscando.
—Princesa…
Nora estaba allí, completamente dormida, con las sábanas hasta la cabeza. Se aproximó con cuidado y la observó de cerca, con ojos vidriosos. Le encantaba encontrarla así, tan indefensa y a la vez tan perfecta…
Volvió a la planta de abajo sumido en sus pensamientos. Colocó debidamente las cajas a un borde de la estancia y fue a la cocina plateada para coger una cerveza de la nevera. Apenas solía beber, pero suponía que aquella era una noche especial. Volvió al salón y se sentó en el extenso sofá de color negro. En ese momento, el teléfono comenzó a sonar. Se levantó rápidamente para que el sonido no despertara a Nora.
—¿Diga?
—Dorian, por fin —exclamó una voz—. Temía que te hubieras perdido.
—En absoluto, Ray. —Se rascó la barbilla—. ¿Cómo estás?
—Oh, genial. Ya sabes, estoy enamorado. ¿Qué más puedo pedir?
Hubo un breve silencio en la línea.
—¿Y cómo va el feliz matrimonio? ¿Cuándo habéis vuelto?
—Hoy mismo, a primera hora de la mañana.
—¿Ya tienes a Nora a buen recaudo en esa mansión?
Dorian puso los ojos en blanco, esbozando una sonrisa clara.
—Sí, ahora mismo está durmiendo. Ya es tarde. A propósito, ¿no tenías nada mejor que hacer a estar horas que llamar a mi casa?
—Lo siento, Dorian. Quería saber cómo estabas. Llevaba semanas sin tener noticias tuyas y como mi hermano me ha dicho que te has pasado por el estudio eso significaba que ya habías vuelto.
—Desde luego. Ya estoy en casa —gruñó con gracia—. ¿Y tú? ¿Cuándo piensas volver? ¿Tu enamorada te tiene secuestrado?
Ray rió con ganas.
—Más o menos. Me tendrás de vuelta la semana que viene.
—Más te vale. Sabes que te necesito.
—Lo sé. —Carraspeó orgullosamente—. Bueno, creo que será mejor que te deje descansar. Estarás agotado.
—La verdad es que sí. Lo único que quiero es dormir.
—Entonces no te entretengo más —sentenció—. Cuídate, Dorian.
—Lo mismo digo, Ray. Gracias por llamar.
Colgó el teléfono mostrando una sonrisa reservada. Ahora todo volvía a la normalidad, con los pies bien plantados sobre el suelo.
Entre unas cosas y otras, al final el reloj digital colgado de una de las paredes señalaba la una y media de la madrugada. A pesar de tener sueño, Dorian quiso ordenarlo todo un poco más. Le daba la sensación de haber estado meses fuera de casa, por eso se decidió a dar un paseo por su propio hogar, mirándolo todo con ojos exhaustos y risueños. Sonreía de vez en cuando, dándose cuenta de que Nora ya había hecho algunos cambios y aquí y allá, extendiendo su propia marca de identidad: libros, pequeñas macetas, figuritas, cuadros…
Su atención se vio sorprendida de repente. Recorrió en un suspiro todo el perímetro del salón para situarse al otro extremo, donde había una gigantesca estantería de madera maciza con sus discos, trofeos y enciclopedias. No le sorprendía aquello; eran los mismos artilugios de siempre, sin embargo había varios elementos nuevos, que contrastaban visiblemente allí. Muy a su pesar, sintió un incómodo nudo formándose alrededor de su garganta. Con detenimiento, observó los cuadros que había repartidos por cada estante, mostrando las caras sonrientes de los padres de Nora, de ella misma, y de alguien más… Sí, Ángela también aparecía. Para su sorpresa, allí estaba la famosa foto que provocó que todo empezara de nuevo, con Nora y Angy sonriendo, posando alegremente una al lado de la otra.
—¿Dorian?
Estuvo a punto de darle un infarto.
—¡Joder!
Nora soltó una risotada ante la doble puerta de entrada del salón.
—Lo siento.
—No pasa nada —logró decir, aturdido por la fuerte sacudida en su pecho—. ¿Qué haces levantada a estas horas?
—Hace rato que me he despertado y no podía volverme a dormir. He oído unos ruidos y quería asegurarme de que eras tú.
Dorian suspiró, aliviado.
—Claro que era yo. Siento haber vuelto tan tarde, pero necesitaba poner orden…
—Tranquilo —dijo, acercándose lentamente hasta él—. ¿Qué haces aquí? Creo que deberíamos irnos a dormir. Los dos.
—Lo sé —susurró—. Pero estaba entretenido mirando todas estas fotos.
Nora se acercó más y se le quedó mirando. Se mordió el labio.
—¿Te molesta? —preguntó—. No sé si ha sido una buena idea, pero quería ponerlas en un lugar visible. Si lo prefieres, puedo ponerlas en otro lado…
Dorian negó con la cabeza.
—En absoluto. Me gustan donde están. Así la estantería tiene un toque diferente.
—Mi toque —añadió Nora.
En un acto irrefrenable, Dorian cogió la fotografía que estaba en el marco plateado, esa misma que le dejó sin aliento la primera y única vez que estuvo en casa de los padres de Nora. Al igual que en ese momento, ahora también sentía un hormigueo, una sensación cálida y fría al mismo tiempo. Los ojos verdes de esa mujer resaltaban incluso en papel, y parecían llamarle en silencio.
—¿Crees que estará bien? —dejó escapar.
Nora le miró con incertidumbre, extrañada por la pregunta.
—Claro que estará bien. ¿Por qué me preguntas eso?
Sintió una repentina molestia en el estómago. Habría preferido hacer la pregunta mentalmente.
—Bueno, creo que después de todo lo que ha pasado, debe de estar un poco aturdida —dijo, intentando mostrar indiferencia—. Creo que no le caigo demasiado bien.
—Oh, no digas tonterías —susurró Nora—. Le caes bien, pero antes debes hacerte una idea correcta de la forma de ser de mi hermana. —Se encogió de hombros, pensativa—. Angy es reservada, y hasta que se libere de la timidez que tiene con los recién llegados, me temo que vas a tener que acostumbrarte a sus huidas y escasas apariciones.
En eso tenía toda la razón, pero por suerte o por desgracia él ya la conocía muy bien, quizás demasiado. La echaba tanto de menos que había cometido la estupidez de hablar en voz alta.
—¿Y cuando vendrá a visitaros? ¿Se pasa todo el tiempo trabajando?
Nora bostezó, parpadeando con énfasis.
—Sí, así es Angy. Da la vida por el trabajo. Dice que la familia es lo primero, pero yo no estoy tan segura. Se pasa alejada de nosotros casi todo el año, así que me temo que tardarás bastante en poder tener una conversación normal con ella.
Dorian asintió en silencio, reprimiendo una mueca de dolor al escuchar a Nora. Eso significaba que podrían pasar meses enteros sin tener noticias suyas y, ahora que había vuelto a encontrarla, la sola idea le hacía estremecerse, porque le gustaba saber que la tenía cerca, pero si estaban separados por miles de kilómetros, tendría que conformarse con pensar en ella, imaginándola cerca y dedicándole palabras que ni siquiera podría oír.


36


Tras ensayar a fondo durante largas semanas y dejándose aconsejar por colegas de profesión, la nueva obra ya estaba prácticamente terminada y pulida, habiendo reservado la mejor parte para el final, a petición expresa de Angy.
—¿Desde cuándo te da vergüenza besarte con alguien encima del escenario?
La pregunta de Evan sobrevoló todo el espacio.
—No me da vergüenza —protestó Angy.
—¿Y pretendes que me lo crea? Tu cara dice todo lo contrario.
—Oh, Evan. Sabes perfectamente que no tengo ningún problema. —Se alborotó el pelo con las manos—. El problema lo tiene Paolo. ¿Has visto cómo se comporta? Parece que es incapaz de diferenciar fantasía y realidad.
—Pues entonces déjaselo claro.
—¿Yo? Ni hablar. Soy su compañera de trabajo, no su niñera.
—Te recuerdo que también eres la jefa de todo esto, así que no está de más que de vez en cuando des alguna orden.
Ángela puso los ojos en blanco. Llevaba semanas discutiendo con Evan la escena que tenían entre manos.
—Menos mal que no se trata de algo más comprometido.
Angy le fulminó con la mirada. Una fría mirada verde.
—Cierra la boca, Evan. Para mí no es divertido.
—Pero para mí sí que lo es. —Le guiñó el ojo—. Vamos, no te enfades. Paolo es sólo un crío.
—De eso se trata. Se comportaba perfectamente antes de que todo esto pasara. Está entusiasmado por un beso —espetó—. ¡Un beso! ¿Crees que podrá controlarse?
—Eso depende de lo receptiva que te muestres después…
Sin avisar, ella le tiró un viejo periódico a la cabeza, echando chispas por los ojos. Evan en cambio, se partía de la risa.
—¡Era una broma!
—Pues empiezo a cansarme de tus bromas, idiota.
Evan se acercó y le pasó un brazo por los hombros.
—Ahora en serio —susurró—. No te preocupes. Sabrá actuar correctamente.
—Eso espero —masculló—. De lo contrario…
—¿Qué? ¿Vas a echarle?
—Claro que no, pero no tendré más remedio que hablar con él. No quiero que alardeé por una tontería como ésta.
—No lo hará.
—¿Y cómo estás tan seguro?
—Porque me encargaré de ello.
Angy se encogió de hombros, sintiéndose incapaz de tomar el control por una cosa tan absurda como las fantasías de un joven actor.
—No creo que eso me sirva.
Evan se dejó caer en uno de los asientos del público.
—Míralo desde su punto de vista. Le encanta actuar; le gusta lo que hace pero por desgracia no tiene demasiados años de experiencia. Aún está experimentando, y ahora se ha topado con una minúscula escena que entraña cierta… sensualidad.
—Por favor… Es un beso, nada más.
—Lo sé, pero él no lo ha hecho nunca. Está acostumbrado a papeles secundarios y ahora se enfrenta a algo más importante. Si a eso le añades una secuencia en la que tiene que besar a su jefa… Le resulta raro.
—Eso no es escusa —gruñó ella—. También es extraño para mí.
—Pero tú tienes experiencia, él no. Estás curtida en este mundo. Puedes hacer cualquier cosa que te propongan, así que juegas con ventaja.
—¿De qué me sirve esa ventaja si cada día tengo que lidiar con sus miradas estridentes?
—Aún faltan unos meses antes del estreno. Para entonces estará preparado, y se comportará de la manera adecuada, te lo garantizo.


Además de su grupo cotidiano, Ángela y Paolo estaban siendo observados por un pequeño grupo de actores que se habían unido al repertorio, ocupando los papeles secundarios. En total, serían unas doce personas las que intervendrían en esa obra tan especial. Si conseguían captar la atención del público, pronto empezarían a moverse en otros escenarios más distantes y conocidos.
Era el turno de Paolo, que se movía con soltura por el decorado básico, alzando las manos y mostrando una mirada intensa.
—Se me rompe el alma en mil pedazos cada vez que te apartas.
—Lo mismo me ocurre a mí —entonó Angy—. No puedo entender esta vida si me faltas.
—Entonces, cállame.
—¿Cómo?
Paolo se acercó bruscamente, tal y como estaba escrito en el guión.
—De la mejor de las maneras. Haz que estas miradas sean las primeras y bésame.
—¿Besarte?
—Eso he dicho.
—Es lo que más ansío, pero no puedo hacerlo. En realidad, sigues sin ser mío.
Paolo aferró con suavidad su delicada mano, provocando que se incomodase, pero tenía que disimular… Estaban ensayando, nada más. No era real.
—Si me besas, lo seré. No creas que no me he dado cuenta que tus labios lo desean también.
—Claro que lo deseo. —Elevó el tono—. Me muero por acercarme y darte un beso, pero no sé si podré contenerme después.
—¿No podrás dejarme marchar?
—No —susurró, mostrándose tácticamente herida—. No podré ver cómo te alejas y sola me dejas, porque no respiro cuando la distancia me deja tan perpleja.
—La distancia se recorre en un segundo. Puedes estar en la otra parte del mundo y aún así te seguiría imaginando de cerca.
—Imaginando, pero no sintiéndome. ¿No ves cómo estoy rogándome a mí misma que no te hiera?
—Lo sé, pero también sé que tu alma te gritó en algún momento para que no me mintieras. Y sé que deseas vernos juntos, da igual donde sea, pero próximos el uno al otro.
—Con tantos amores rotos, tiemblo de miedo. Pero me temo que no puedo señalarte con un dedo y elegirte como mi definitivo amor.
—¿Por qué no puedes?
—Porque no se debe. No debemos, y si a los demás nos oponemos, nos toparemos con un muro de acero que no cede.
Se separaron con su suavidad, mientras que Paolo seguía con su particular danza de adelantarse dos pasos y luego retroceder otros dos.
—Prefiero tener al mundo entero en contra antes que perder a la persona que más me importa. —Clavó sus ojos azules en ella, tomándoselo tan en serio como podía—. Dime que me harás feliz ahora.
—No me queda más remedio que decirte que sí. No puedo ignorar el amor que fluye por mis venas. Si te dejara escapar me moriría de pena.
—Entonces se acabó. Demuéstrame lo que dices. Quiero para los dos a nuestros corazones felices...
Y sin quererlo, el momento esperado se acercaba estrepitosamente, a pesar de la reticencia de Ángela. Se acercaron peligrosamente, andando en círculos para dar más expectación. Después, justo cuando el encargado bajó las luces, esos dos actores tan diferentes acabaron besándose sumidos en el mayor de los silencios, como si el resto de la plantilla hubiese decidido simultáneamente contener la respiración.
Angy se fue a otra parte durante dos segundos, porque le hubiera gustado que Paolo fuera otra persona; un hombre con más edad, más estatura y más sentimientos por ella de lo que nadie podría imaginar.
Una oleada de aplausos recorrió el recinto, alcanzando estrepitosamente el techo.
—¡Ha estado genial! —exclamó uno de los actores secundarios.
La sonrisa que recorría la cara de Paolo era sencillamente kilométrica. Estaba eufórico, como si acabara de llegar a la cima de un alta montaña, todo lo contrario que Angy, que se contentaba con que la escena hubiera terminado.


Los demás se habían ido a otra parte, pero Ángela todavía seguía allí, escondida detrás del decorado, pensando en el beso. No había sido algo desagradable; se lo había imaginado mucho peor, pero aún así seguía con ciertas dudas. No quería que Paolo cambiase con respecto a ella, no de la manera que tanto temía.
—¿Lo ves? —susurró una voz grave—. No lo has hecho nada mal.
Angy salió de su escondite y se encontró con Evan, sonriendo con ganas. Tenía dos cafés y le tendió uno a ella.
—Teniendo en cuenta que él se movía como un flan…
Evan soltó una carcajada.
—Creo que a partir de ahora te tendrá todavía más afecto.
Sin querer, resopló.
—Me conformo con que el día del estreno no se desmaye de la emoción.


37


A pesar de los grandes espacios, la luz cegadora, el prominente piano de cola en el dormitorio, y un montón de curiosidades más, Nora no podía quejarse. Estaba siendo tratada como una reina; Dorian se pasaba a su lado todo el tiempo libre que tenía, y la hacía sentirse como una niña con zapatos nuevos. Todo era tan especial que no encontraba motivos para arrepentirse, si no todo lo contrario; debería haberse ido a vivir con él nada más conocerle.
Después de estar una semana entera con viajes en carretera para traer todas sus pertenencias a su nuevo hogar, lo cierto es que Nora estaba agotada. Gruñía por lo bajo al pensar que tendría que volver al trabajo en cuestión de días; no podía posponerlo durante más tiempo, aunque habría estado encantada si por alguna maravillosa fuerza interplanetaria no tuviera que volver a ver a su apreciadísima jefa nunca más.
Estaba esperando a Dorian para comer; él no tardaría en llegar así que se entretuvo con el ordenador portátil que descansaba sobre sus rodillas. Pulsaba las teclas con afán, inspeccionando alguno de los numerosos pedidos que estaban pendientes en el invernadero. Le esperaba un duro trabajo y se malhumoraba al pensar en el calor agobiante que experimentaba cada vez que se encerraba en ese particular palacio de cristal.
El teléfono móvil comenzó a sonar en alguna parte de la habitación, y Nora salió disparada para poder llegar a tiempo.
—¿Sí?
—Cariño, soy mamá.
El rostro de Nora se desencajó de la alegría.
—¡Mamá!
—¿Cómo estás cariño?
—Genial —contestó—. Tendrías que ver la casa de Dorian. Es enorme.
—¿Cómo de grande?
Nora soltó una risita.
—Tan grande como puedas imaginarte, con piscina y una vistas preciosas. Aún me cuesta acostumbrarme a todo esto.
—No te preocupes, cariño. Lo harás bien. Es cuestión de tiempo, pero ya estás preparada para empezar otra vida.
Sin querer, Nora puso los ojos en blanco.
—Lo dices como si me hubiera marchado a la otra punta del mundo. Apenas son dos horas de camino, mamá.
Pudo escuchar perfectamente el sonido de un sollozo incontrolado en la garganta de su madre.
—Lo sé, pero para mí también es algo difícil. Ahora es cuando me he quedado un poco sola.
—¿Y qué pasa con papá?
—No me malinterpretes cariño. Ya sabes lo que quiero decir. A una madre siempre le cuesta separarse de sus hijos, y en mi caso, es más difícil todavía —aseguró—. Primero se fue Angy, y ahora tú. La isla no va a ser la misma sin vosotras. Se ha quedado demasiado… grande.
Nora sonrió en silencio. Por muy dura que aparentase ser, adoraba a su madre.
—No creas que te vas a librar de mí tan fácilmente. Iremos a veros muy pronto.
Se tomaron una ligera pausa para ordenar las ideas.
—¿Y has sabido algo de tu hermana? ¿Te ha llamado?
—¿Llamarme? No, mamá. Angy no me ha llamado. —Se quitó un mechón de pelo de la cara—. ¿No da señales de vida?
—Me temo que no. No sabemos nada de ella desde la boda. —Suspiró con cierto temor—. Empiezo a preocuparme.
—Tranquila, mamá. Ya conoces a Angy. En su caso, tenemos que pensar en sentido contrario. Sabes que siempre está atareada, o eso es al menos lo que nos dice. Preocúpate el día que te llame; en ese momento sabrás que algo no irá bien. Mientras tanto, no lo pienses. Sabes que es una especie de espíritu libre…
—Aún así, Cielo. No sé, me preocupa. Antes de que se marchara… Bueno, creo que algo importante le rondaba por la mente. Estaba ausente la mayor parte del tiempo.
—Mamá, hablamos de Ángela. Tu hija mayor es experta en quedarse pensativa bajo cualquier circunstancia. Ya deberías haberte acostumbrado.
El silencio se prolongó en la línea durante largos segundos.
—¿Si recibes noticias suyas me avisarás?
—Dudo mucho que algo así ocurra…
—¿Lo harás?
Nora puso los ojos en blanco. Odiaba la sobreprotección de su madre a esas alturas. Era razonable cuando sus hijas eran pequeñas, pero ahora ya no hacía tanta falta.
—Claro que lo haré. En cuanto se ponga en contacto conmigo, si es que por algún extraño motivo decide hacerlo, te llamaré. ¿Conforme?
—Esa es mi niña.
—Mamá, aunque te cueste aceptarlo ya no lo soy. Estoy casada…
—Nora, para mí… siempre lo vas a ser.
Tras un par de sollozos más, la comunicación cesó y Nora volvió al ordenador. Estaba entretenida buscando plantas exóticas para ampliar su conocimiento cuando algo le cruzó el cerebro en una milésima de segundo.
—Me pregunto dónde demonios habrá guardado Dorian la cámara…
Estuvo buscando durante un buen rato hasta que milagrosamente logró dar con ella. Se le acababa de ocurrir pasar las incontables instantáneas que habían tomado durante su larga luna de miel al ordenador, reprimiéndose mentalmente por no haberlo hecho antes. Ya que no tenía noticias de Angy, estaba decidida a dar el primer paso. Le enviaría un correo con las preguntas clásicas preocupándose por su integridad tanto física y mental y a continuación le adjuntaría varias fotos para que le diera su opinión.
Después de media hora, al parecer quedó satisfecha con el resultado y las muestras fotográficas seleccionadas. Pulsó la tecla de enviar y suspiró, conforme.
—¿Hablando con desconocidos?
Nora levantó la cabeza de la pantalla y vio a Dorian justo en la entrada del dormitorio, vestido con un elegante traje gris.
—Creo que eso debería preguntártelo yo a ti —bromeó—. ¿Desde cuándo es necesario que te vistas de forma tan impecable para meterte dentro de ese cubículo hermético?
Dorian gruñó graciosamente mientras se quitaba la corbata.
—He tenido una pequeña reunión con el representante de varios grupos, cielo. No me ha quedado más remedio que ponerme de esta guisa.
Nora bajó la tapa del ordenador y acto seguido se levantó de un salto, colgándose del cuello de su marido como una quinceañera compulsiva.
—Deberías tener más reuniones así —dijo, al mismo tiempo que le besaba con intensidad—. Estás realmente sexy con una corbata colgando de tu cuello.
—Lo cierto es que ahora mismo tengo algo más pesado que una simple corbata colgando del cuello.
Le pasó los brazos por debajo de las piernas y la levantó aún más del suelo. La abrazó con fuerza y le dio un beso en la frente. Los ojos se le iluminaban.
—¿Qué tal te ha ido por tu palacio, señora?
—Te gustará saber que ya me defiendo bastante bien —susurró Nora.
—Oh, desde luego que sí. Me hacía falta a una mujer en mi vida.
—Por tu bien, creo que deberías ser algo más específico.
Dorian puso los ojos en blanco a propósito.
—Está bien —susurró—. Mi vida necesitaba urgentemente a una mujer llamada Nora, y precisamente ahora la tengo conmigo.
—¿Lo ves? Eso ya está mejor…
Volvió a dejarla en el suelo con cuidado y se quitó la chaqueta en dirección a la parte de su vestidor.
—A propósito —dijo—. ¿Qué hacías con el ordenador?
—Oh, bueno, ya que Angy está demasiado ocupada en coger aviones para venir a vernos, confío en que al menos revise su correo de vez en cuando.
Dorian se asomó por la entrada del vestidor, mostrando una cara de incertidumbre, con el ceño fruncido.
—¿Y se puede saber por qué? ¿Le has enviado alguna nota confesando lo mucho que la echas de menos?
Ella ladeó la cabeza con gracia, entornando los ojos. Se encogió de hombros.
—Lo cierto es que sí, pero también le he enviado algunas fotos de la luna de miel.
El rostro de Dorian cambió por momentos. Nora se apresuró en averiguar el por qué de su expresión.
—¿Crees que no debería haberlo hecho?
Dorian se encogió de hombros, arqueando automáticamente las cejas.
—Oh, no. Me parece una buena idea, pero…
—¿Qué?
Él se llevó la mano a la nuca.
—¿Crees que le sentará bien?
Nora se sintió confundida. No sabía cómo debía de tomarse aquello.
—¿Por qué habría de sentirse ofendida?
—Bueno, no digo que se sienta ofendida, pero si aseguras que tu hermana tiene esa personalidad tan especial…
—No lo he hecho con mala intención —se defendió Nora—. Sólo quería que viera dónde hemos estado…
Dorian levantó una mano tranquilizadora.
—Lo sé, únicamente era mi punto de vista.
Nora se cruzó de brazos, visiblemente molesta.
—Me temo que ya es algo más que tu opinión —gruñó—. Probablemente tengas razón, pero ya no puedo hacer nada. Ya deben estar en su correo.


Angy acababa de darse un merecido baño después de otro día interminable de ensayos, reuniones, charlas informales y bromas. Tenía la cabeza en otra parte, así que decidió entretenerse viendo la tele. Se sentó en el sofá y se sirvió una cantidad minúscula de vino para mojarse los labios para después desviar la mirada a todas partes. En un segundo, sus ojos se pararon en su ordenador de mesa, al fondo del salón, sobre un magnífico escritorio de madera oscura. Únicamente lo utilizaba cuando recordaba que lo tenía.
Sin tener nada mejor que hacer, apagó la televisión y se sentó en su cómodo sillón colocado detrás del escritorio. Encendió el ordenador y entrelazó los dedos mientras esperaba a tener acceso a la red. Tecleó un par de contraseñas y accedió a su correo; acababa de recordar que Evan le había enviado unas gráficas y proyectos secundarios que tenía que revisar.
Cuando se hartó de encontrar números por todo su campo visual, hizo una pequeña pausa. Retomó el contacto con las teclas para salir de la bandeja de correo cuando divisó un mensaje nuevo, recibido ese mismo día a unas horas algo extrañas. Para su sorpresa, era un correo de Nora. Pinchó sobre el mensaje y lo abrió, desplegándose un pequeño escrito y un montón de imágenes coloridas.
Fue necesario que transcurrieran cerca de diez minutos para que fuera capaz de reaccionar. Temiendo lo que podría encontrarse, optó por leer la carta en primer lugar.

Mi queridísima (y a la vez desaparecida en combate) Angy. ¿Recuerdas que tienes una familia que te adora? Creo que merezco saber cómo estás, y mamá también debería saberlo si no quieres que tu ausencia de llamadas le provoque un infarto.
¿Cómo van las cosas en el teatro? ¿Alguna vez serás capaz de actuar en la ciudad que te vio crecer? Siempre estás disponible para cualquier punto terrestre del planeta pero a la hora de la verdad te mantienes alejada. Creo que no llegaré a entenderte nunca, pero supongo que como todos, tienes algún defecto.
¿Sabes? Lo de estar casada es un chollo. Tú también deberías hacerlo, pero antes asegúrate de que te traten como a una princesa. Sólo así podrá merecer la pena. Sé de lo que te hablo porque estoy encantada con la nueva vida que tengo entre manos. Dorian es un encanto, y su casa es sencillamente espectacular. Tienes que venir alguna vez, estoy segura de que te encantará; está a las afueras y apenas hay gente por los alrededores.
En fin, no quiero entretenerte más, pero me gustaría que me respondieras cuánto antes, y si no es mucho pedir, llama a mamá. Un beso de la hermana que seguramente no mereces tener, Nora.

P.D.: Te envío unas cuantas fotos de mi viaje para que compruebes por ti misma lo guapa que está tu hermana pequeña.


Angy tuvo el atrevimiento de releer la carta un millón de veces. En cierta forma, no podía creer que algo tan simple como unas palabras y unas fotos pudieran herirla de semejante manera. No tenía ni idea de cómo le iban a afectar esas fotos; las había intuido por el rabillo del ojo, pero la curiosidad ya era demasiado grande para permanecer un minuto más sin verlas.
Con el corazón en la boca, deslizó el dedo y pulsó dos veces. La colección de imágenes se desplegaron de nuevo pero esta vez en un formato mucho más grande. Sintió una oleada de agujas enormes clavándosele en la piel, de forma lenta y dolorosa. Sus ojos se esforzaban por no llorar, pero lo que veían acababa de superar cualquier expectativa; ya no podía sentirse más abatida, porque las fotografías le mostraban una vida maravillosa que ella nunca podría tener. Un matrimonio recién formado y aparentemente feliz que se entretenía nadando con delfines, disfrutando de bebidas exóticas y demostrándose con cada beso lo mucho que se querían.
Apagó el ordenador y se fue directamente a la cama. Tardó demasiado tiempo en conciliar el sueño porque el dolor no le permitía dormir. Las lágrimas inundaron la almohada y evidenciaron aún más lo grande que era ese otro lado de la cama desde que tuvo que acostumbrarse a estar sin él.


38


Angy tenía el teléfono en la mano desde hacía un buen rato pero se sentía incapaz de marcar; temía que las palabras no pudieran salir de su boca. Obligándose así misma, finalmente marcó el número de teléfono de su madre.
—¿Angy?
—Sí, mamá. Soy yo —dejó escapar—. ¿Cómo estás?
Un suspiro se escuchó al otro lado de la línea.
—Oh, tesoro… Ahora mismo me encuentro mucho mejor. Estaba preocupada por ti. Hace semanas que no tenemos noticias tuyas.
—Lo sé —susurró Angy—. Lo siento, mamá. He estado ocupada. Nora me envió un correo y bueno, pensé que lo justo sería que te llamara.
—Sí, cariño. Has hecho bien. Ya sabes lo obsesiva que puedo llegar a ser a veces —se disculpó—. Siempre estás tan ocupada…
Angy no sabía ni qué decir. Aún seguía afectada por el cargante correo de su hermana.
—Bueno, te alegrará saber que estoy trabajando en algo nuevo; más inesperado y más… dramático.
—¿Si? Es genial, hija. Me alegro mucho por ti.
—Sí… Tengo que trabajar mucho. Los ensayos son agotadores y últimamente no dejo de tener reuniones…
—Debes tomarte un descanso —apuntó Julia—. ¿Qué tal tu amigo Evan? Podría sacarte por ahí a bailar o…
—Mamá…
—¿Qué? Sólo era una idea…
Angy dejó escapar un largo suspiro. En ese momento no tenía la cabeza para bromas de ese tipo.
—No te preocupes por mí. A diferencia de lo que todos creéis, tengo una vida que va más allá del teatro.
—Bien —carraspeó—. A propósito, ¿cuándo vendrás a vernos?
Angy se encogió de hombros, sorprendida.
—Mamá, hace apenas un mes que estuve allí…
—Lo sé, pero ahora que tu hermana tampoco está por aquí, la isla está muy cambiada y vacía. —Hizo una pausa intencionada—. Además, no falta mucho para mi cumpleaños…
—No intentes hacerme chantaje emocional —bromeó Angy—. Tu cumpleaños no es hasta dentro de varios meses. No creo que sea precisamente la semana que viene.
—¿Al menos puedo contar con que me llamarás más a menudo?
Angy asintió en silencio, tratando de convencerse a sí misma en primer lugar.
—Claro.
—Espero que no sea simple palabrería. Ya sabes lo mucho que te quiero.
—Mamá, creo que deberías hablar con alguien que te ayude a superar el mal trago. Tus hijas son mayorcitas y alguna vez tenían que independizarse. Sabías que este día iba a llegar tarde o temprano, así que no te angusties. Nos veremos, ¿de acuerdo?
Su madre soltó otro suspiro tan característico.
—De acuerdo.
—¿Y papá? —preguntó de repente—. ¿Cómo está?
—Bien, la verdad. Como siempre. Un poco callado, pero supongo que eso está en sus venas… al igual que en las tuyas.
—Ya sabes que sí. Nora es tu réplica; yo tenía que parecerme a papá.
Julia rió por primera vez.
—¿Quieres que se ponga?
—Oh, no es necesario. No quiero molestarle. Dile que me acuerdo mucho de él… y también de ti.
Con el corazón en un puño, colgó el teléfono, sabiendo perfectamente que aún quedaba la parte más importante, pero no tenía la valentía para llamar a Nora. No estaba preparada para fingir estar bien y comentar lo maravillosas que eran las fotos de la luna de miel. Por el momento, su hermana tendría que conformarse con otro correo así que, después de darse una larga ducha y pensarlo detenidamente, fue a su escritorio y encendió el ordenador. Pulsó las contraseñas y se quedó observando su reflejo mientras el correo se abría.
Tardó unos veinte minutos en ser capaz de escribir apenas unas cuantas líneas, pero estaba relativamente conforme.

Querida Nora:
Me alegra saber que estás en buenas manos; te mereces lo mejor. Las fotos son de lo más curiosas, y a juzgar por tu sonrisa, creo que no hace falta que te pregunte si eres feliz. En cuanto a mí, creo ya conoces todo lo que debes saber, así que no creo que te sorprenda lo desconectada que estoy de todo el mundo. Algún día volveré por allí, pero hasta entonces, piensa en mí y vive tu vida de casada. Disfruta de la vida que otras ni siquiera pueden llegar a imaginar.

Besos, Ángela.


Sin estar totalmente convencida, envió la pequeña nota. Con semblante algo sombrío, se retiró del escritorio.
Estaba medio dormida con el guión entre las manos cuando su móvil empezó a sonar. Se levantó a regañadientes y extendió los dedos para cogerlo, pero se estremeció al ver el nombre de su hermana parpadear en la pantalla.
No pudo evitar vacilar. Sabía que Nora insistiría todo lo que hiciera falta, así que de nada servía no contestar. Se llevó el móvil a la oreja y apretó la tecla.
—Nora —pronunció—. ¿Ha pasado algo?
—Vaya, ¿esa es tu forma de saludar? —espetó Nora—. Es lo mismo que iba a preguntarte. ¿Qué ha pasado para que contestes tan rápido?
Angy resopló, estaba cansada y por nada del mundo quería seguirle el juego.
—Se supone que era lo que querías que hiciera.
—Ya, pero otras veces has tardado semanas, incluso meses en responder. Sí que estás cambiada.
—Me encanta la forma que tienes de darme las gracias, hermanita.
—Oh, no uses ese tono conmigo —suplicó Nora—. Sabes que me alegro de tener noticias tuyas, sobre todo desde que vuelves a estar en paradero desconocido.
—No estoy desaparecida. Sabes perfectamente dónde estoy.
Se escuchó una risotada algo infantil.
—Bueno —dijo Nora, adoptando un tono normal—, ¿qué tal estás? ¿Alguna novedad que deba saber?
—¿Cómo qué?
—No sé… ¿Cómo va tu relación con Evan?
Angy se dejó caer sobre la pared, molesta.
—¿No te cansas nunca?
—¿Y tú nunca aprendes? Siempre picas…
—Ya, supongo que ahora mismo no estoy para pensar. —Se llevó la mano a la cabeza—. ¿Qué tal tú? ¿Cómo te trata la vida de casada?
La sonrisa de Nora volvió a aparecer, con varios suspiros de por medio.
—Oh, no te lo puedes ni imaginar. Esto es mucho mejor de lo que pensaba. Todo va bien, y no tienes idea de lo enamorada que estoy de Dorian. Es como si me volviera a enganchar a él cada vez que estamos juntos. No sé si sabes a qué me refiero…
Hubiera colgado el teléfono en ese preciso momento, pero no podía hacerlo. Su hermana hablaba desde los sentimientos, y no pensaba con claridad, pero no podía culparla. Sabía exactamente a lo que se refería; ella misma había vivido así durante los años que duró su relación con Dorian.
—Lo creas o no, yo también he tenido vida amorosa —espetó, sin poder disimular demasiado bien.
—No quería ofenderte —se disculpó Nora—. No lo decía en ese sentido…
—Lo sé, Nora. Perdóname, es que hoy no estoy de humor, pero gracias por llamarme. —Frunció el ceño—. Por cierto, ¿por qué lo has hecho? ¿No te bastaba con el correo?
—Al principio sí, pero me he alegrado tanto por tus palabras que me apetecía escuchar tu voz —aseguró—. Sé que no te gusta que te llamen, pero creo que por una vez podía saltarme las reglas.
—Sí, yo también me alegro de escucharte.
Unos extraños sonidos metálicos se colaron por la línea, pero Angy no pudo identificar correctamente lo que era.
—¿Qué es eso?
—Espera —dijo Nora, alejándose del aparato.
Confundida, Angy suspiró mientras miraba al suelo. Apenas distinguía unas voces lejanas, pero no entendía lo que decían. Finalmente Nora volvió a ponerse.
—Adivina quién acaba de llegar.
La piel de Angy se puso literalmente de gallina. No había escuchado la voz de Dorian, pero Nora acababa de confirmar su presencia.
—¿Tu marido? —aventuró, segura de no equivocarse.
—Sí, tu querido cuñado —susurró, mientras soltaba una risa tras otra.
—Genial. Bueno, en ese caso me temo que ya hablaremos otro día.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Estás ocupada, Nora. Y yo también.
—¡Espera!
Temiendo lo que iba a pasar, Angy vaciló con la idea de fingir que no la había oído y colgar, pero no se atrevió.
—¿Esperar a qué?
—Alguien quiere hablar contigo.
En ese momento las piernas comenzaron a temblar, segura de acabar tirada por el suelo, con el pecho colapsado.
—¿Qué?
—Dorian quiere ponerse.
—No —espetó.
—¿No qué?
—No quiero… Es decir, no puedo hablar con él.
—¿Bromeas? Claro que puedes. —Bajó el tono de voz—. Apenas has mantenido una conversación de más de dos frases con él. Se lo debes.
—Yo no le debo nada…
—Venga, Angy. Por favor. Sólo será un minuto. Además, ahora tengo que irme. Ya me dirás qué te ha contado cuando vuelva a llamarte. ¿Entendido?
Iba a contestar nuevamente pero no le dio ni la más mínima oportunidad. La línea e quedó en silencio y Angy se quedó paralizada, con miedo por volver a oír su respiración.
—¿Hola?
Allí estaba otra vez, con esa voz grave pero suave… Desde luego era él.
—¿Angy?
—Hola… —logró decir.
—Hola —dijo Dorian—. ¿Cómo estás?
Era una pregunta cuya respuesta ya conocía de antemano. ¿Se había vuelto loco?
—Bien, supongo.
—¿No estás segura?
—A decir verdad no estoy segura de muchas cosas. Cómo ésta, por ejemplo.
—Me preguntaba cómo te iban las cosas. No sueles llamar con frecuencia.
—Ya, ¿y crees que eso es algo que deba discutir contigo?
Dorian suspiró.
—No quiero discutir contigo.
—Entonces no deberías haberte puesto al teléfono. —Aguantó la respiración—. ¿Ella está cerca?
—No, acaba de marcharse.
—Vaya, ¿así que decides llamarme cada vez que ella no está presente?
Se produjo un incómodo silencio.
—¿Qué?
—Dime que no has sido tú —susurró Angy.
—No sé de qué me hablas.
—Lo sabes perfectamente.
—No, te aseguro que no lo sé.
—Sigues sin saber mentir —gruñó—. La llamada que recibí no hace mucho, ¿recuerdas?
Dorian carraspeó, intentando aguantar el tipo.
—Alguien llamó a mi móvil y lo cogí, pero nadie contestó. Insistí y nadie decía nada. Estuve a punto de colgar creyendo que sería algún tipo de error cuando sin querer suspiraste —susurró—. No has cambiado nada, Dorian.
—Veo que tú tampoco. Me conoces perfectamente.
—No, ya no. No tanto como creía. —El nudo de su garganta crecía—. ¿A qué demonios juegas?
—No estoy jugando a nada.
—¿Entonces puedes explicarme por qué te comportas de esta manera? ¿Qué pretendes poniéndote en contacto conmigo?
La voz de Dorian ni se inmutó.
—Ya te lo he dicho. Quería saber cómo estás.
—Hace mucho que perdiste el derecho de saber todas esas cosas.
—Te equivocas —gruñó él—. Ese derecho me lo arrebataste tú sin consultármelo siquiera.
—¿Vas a empezar con lo mismo? —reprochó—. No quiero escucharte.
—Angy, ya lo estás haciendo.
Se estaba convirtiendo un manojo de nervios. Estaba alucinando por lo complicado que se estaba volviendo todo.
—Puedo colgar ahora mismo. Nadie me lo impide.
—Vuelves a equivocarte —masculló Dorian—. Eres tú la que no puede colgar. Además, si realmente lo hubieras querido hacer, ni siquiera habrías esperado a que Nora me pasara el teléfono. Habrías colgado directamente, ¿no crees?
En eso tenía razón. Era absurdo que se engañase así misma; no podía ocultar lo mucho que se alegraba de oír su voz.
—¿Qué es lo que quieres? —logró decir.
—Quería escuchar tu voz, Angy. Eso es todo.
—Pues ahora que ya lo has hecho, cuelga de una vez.
—¿Acaso tú no puedes hacerlo? —dijo con voz desafiante.
—Hay cosas mucho peores que tengo que hacer cada día —sentenció—. No creas que ésta es una de ellas.
—Lo sé, yo siento lo mismo.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Tú no sabes nada.
—Así es para el resto del mundo, pero no para ti. Eres la única persona que me conoce tal y cómo soy.
—Ahora mismo daría cualquier cosa para no tener que ser esa persona.
—¿No crees que ya es hora de dejar de mentir?
Ángela estalló en mil pedazos, incapaz de controlarse por más tiempo.
—Mi vida se ha vuelto una mentira tras otra desde que has vuelto a aparecer.


39


Evan todavía seguía con cara de póker cuando el inversor atravesó la puerta de su despacho. Angy se mantenía en silencio mientras buscaba las palabras adecuadas para definir la situación.
—¿Se puede saber en qué estabas pensando?
Evan pareció meditarlo durante un eterno segundo.
—Lo siento, tenía la cabeza en otra parte.
—Ya, de eso he podido darme cuenta.
Evan frunció el ceño.
—¿Tan callado estaba?
—¿Callado? Yo no diría eso… Literalmente estabas en otra parte. Ni siquiera le mirabas. El pobre hombre estaba alucinando.
—Genial —masculló—. Voy de mal en peor…
Ángela se cruzó de brazos.
—¿Qué quieres decir?
—Nada, olvídalo.
—¿Qué lo olvide? Me parece que no. Nos debes una explicación y, puesto que nuestro principal inversor acaba de largarse, me temo que no te queda más remedio que decírmelo a mí.
—¿Decirte qué?
—No te hagas el tonto, Evan. Sabes que eso no te funciona conmigo.
Evan cogió su chaqueta y se la puso.
—No me hago el tonto, simplemente estoy… distraído.
—¿Y ya está? ¿Has estado toda la reunión sin abrir la boca, dejándome con el agua al cuello solamente porque estabas distraído?
Evan gruñó por lo bajo.
—Ye te he dicho que lo siento, de verdad.
Angy recogió los informes y los guardó en el segundo cajón del escritorio.
—Vale, te invito a un café si así consigo que me lo cuentes.
Se rascó la barbilla, pensativo. Después dejó caer los hombros, rindiéndose.
—Si no hay más remedio…
—No, sabes que no lo hay.


La cafetería estaba prácticamente desierta; apenas un par de clientes esparcidos por las mesas del fondo, así que el silencio estaba presente, dificultando la comunicación entre ellos dos.
—Creo que ya has tenido tiempo suficiente para aclararte las ideas —comentó Ángela.
—Lo sé, pero no me apetece hablar.
—¿Lo ves? Me lo pones demasiado fácil. Para ser actor deberías interpretar mejor. —Sonrió—. En serio, no puedes decirme que todo va bien cuando tienes esa cara.
—¿Qué le pasa a mi cara?
—Eso es lo que trato de averiguar, pero por mucho que te conozca, no soy bruja.
Evan bebió de su taza.
—A estas alturas ya nada me sorprendería.
Ángela escrutó los ojos de su amigo. Algo no encajaba, y no estaba dispuesta a irse sin intentar echarle una mano.
—No pienso dejar que te vayas hasta que me digas qué ocurre.
—Angy, de verdad…
—Evan. —Puso los ojos en blanco—. Sé lo cabezota que puedes llegar a ser, pero te garantizo que yo también puedo serlo —susurró—. Además, te debo una.
—¿Por qué?
—El tipo de miradas lascivas del bar, ¿recuerdas?
Él asintió en silencio, recordando la secuencia.
—Vale, pues ahora te toca a ti confesar —insistió Angy—. No puede ser tan malo.
—Eso depende de quién lo diga.
—Es por Martina, ¿no?
Evan se empequeñeció de repente, como si su secreto hubiera sido revelado delante de todo el mundo. Permaneció con la mirada agachada, avergonzado.
—Evan… —Angy alargó la mano y la puso encima de la de él—. ¿Qué ha pasado?
Él resopló con preocupación.
—Ese es el problema —susurró—. No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes?
—No lo sé, Angy —repitió.
—¿Habéis discutido?
—No que yo sepa.
Ángela arqueó una ceja. Su amigo se expresaba con la misma claridad que un libro cerrado.
—Creo que vas a tener que esforzarte un poco más si quieres que te entienda.
Evan se incorporó lentamente sobre su asiento y encorvó la espalda, apoyando los codos sobre la mesa y aproximándose a Angy, para así no tener que levantar la voz.
—Verás, todo está bien, o eso es al menos lo que ella me hace creer, pero no estoy seguro. Últimamente se comporta de manera muy extraña, y parece que desconfía de mí todo el tiempo. —Frunció el ceño—. Es injusto, porque no le he dado ni un mísero motivo. ¿De qué me acusa?
Ángela comenzaba a tener alguna pista, pero prefirió no adelantarse.
—¿Desde cuándo se comporta de manera extraña?
—No lo sé con exactitud.
—Vamos —insistió—, piensa un poco.
Evan le dio vueltas a su taza, desviando la mirada cada pocos segundos.
—Pues…
—¿Sí?
—A lo mejor…
—Evan, suéltalo.
Su cara cambió parcialmente. Se quedó mirando muy seriamente a Angy.
—No puedo decirlo con seguridad, pero creo que todo ha cambiado desde que… Bueno, desde que os presenté.
Ángela asintió, entre preocupada y complacida por saber la respuesta previamente.
—Ahí tienes la respuesta. No lo pienses más.
—¿Tú?
—¿Quién si no?
—Pero eso es absurdo —gruñó Evan—. Ya os conocéis. Sabe que trabajamos juntos, nunca le he ocultado nada referente a nosotros.
—Escucha, los celos no se pueden controlar. Son un acto reflejo, y si ella los tiene será por lo mucho que le importas.
—Si eso es cierto, no entiendo por qué me hace sufrir de esta manera. —Dio otro largo sorbo al café—. Yo la quiero, Angy. Procuro demostrárselo a la mínima oportunidad pero parece que no es suficiente. No sé qué hacer. Apenas contesta a mis llamadas y cuando lo hace se vuelve fría.
—Dale tiempo. Tiene que adaptarse.
—¿Adaptarse? Somos adultos; se supone que no debemos comportarnos como críos. Desde luego se pasa de la línea al pensar de esa forma. Ve lo que quiere ver.
—O quizás ve lo que precisamente teme ver —puntualizó Angy—. Evan, tú la conoces mucho mejor, pero debes tener paciencia. ¿No se te ha ocurrido pensar que si tú estuvieras en la misma situación probablemente te comportarías igual que ella?
—No —contestó con rotundidad.
—¿No? ¿De verdad?
—Claro. No soy un tipo celoso, y aunque lo fuera creo que debería hacer una excepción. No me he escondido ante ninguna de sus preguntas respecto a ti; le he hablado claro y sin rodeos. ¿Qué más quiere? ¿Un comunicado por escrito asegurando que tú y yo nunca hemos sido algo más que amigos?
Angy dejó escapar una leve sonrisa.
—Debes relajarte.
—Eso me gustaría, pero no puedo. Detesto estar así.
—¿Cómo exactamente?
—Estoy contra la espada y la pared. Es como si me estuviera advirtiendo, ¿sabes? Como si me lanzara una especie de ultimátum.
—¿Crees que pretende hacerte elegir entre las dos?
—No me lo ha dicho directamente, pero todos los indicios apuntan en esa dirección.
Angy sacudió la cabeza.
—Evan, no hay ningún indicio. Deja de hablar de esa manera.
—¿Y qué pretendes que haga?
—Habla con ella.
—Ya lo he intentado.
—No te estoy diciendo que lo intentes —masculló—. Hazlo. Plántate delante de ella y consigue que se confiese de verdad; consigue que te diga lo que siente.
—¿Y de qué va a servir?
—¿Que de qué va a servir? —protestó Ángela—. Para empezar, todo puede volverse menos complicado.
—Con esa mujer nada es sencillo.


40


Dorian comenzaba a perder los nervios gracias a la poca paciencia de Nora. Julia y Vladimir estaban a punto de llegar pero su hija no parecía querer esperar ni un minuto más, moviéndose de un lado para otro, como una danza perfectamente milimetrada.
—Nora, no vas a conseguir nada moviéndote de un lado para otro.
Ella resopló, molesta.
—Eso ya lo sé, pero tampoco me puedo estar quieta.
—No tardarán demasiado en llegar.
—¿Crees que les gustará? —preguntó, removiéndose el pelo, aún más nerviosa.
Dorian torció el gesto.
—Nora, creo que eso debería preocuparme más a mí, ¿no crees?
Nora iba a contestar de nuevo pero en ese momento se escuchó un pitido agudo y breve, actuando como timbre.
—¡Ya están aquí!
—¿Abres tú?
Nora no dijo nada y salió disparada hacia la puerta principal, cruzando como un rayo el trayecto que había de por medio.
—¡Mamá! —exclamó.
Con el estómago algo revuelto, Dorian suspiró y caminó en dirección a la entrada. Cuando llegó, vio a Nora literalmente atrapada entre los brazos de su madre, que no dejaba de sollozar.
—¡Cariño! —gritó Julia—. ¡Me alegro tanto de verte!
Su hija le devolvió la sonrisa, soltándose progresivamente de esas dulces ataduras.
—Lo sé, mamá. Parece que lleváramos sin vernos demasiado tiempo.
—Eso es algo que espero que no llegue a ocurrir.
Dorian desvió la mirada y se encontró con los verdes ojos de Vladimir. Con cierto congojo, se adelantó y le tendió la mano.
—¿Cómo está?
—Bien, gracias. —Miró asombrado los altos techos—. Creo que no hace falta que te haga la misma pregunta.
Sin saber si debía tomárselo literalmente, Dorian se limitó a sonreír.
—¡Oh, dame un abrazo! —exclamó de repente Julia, tendiéndole los brazos para que Dorian se inclinara a abrazarla.
—Julia —pronunció—, ¿cómo está?
—De maravilla, cielo.
Dorian automáticamente frunció el ceño. No terminaba de acostumbrarse a los apelativos cariñosos de su suegra.
—¿Queréis que os enseñe la casa? —preguntó Nora, con gran ilusión.
—Oh, desde luego.
—Yo prefiero esperar aquí —gruñó Vladimir—. Me quedo con Dorian.
Julia le dedicó una mirada llena de súplica a Dorian.
—¿Puedo ver vuestra casa?
Dorian dibujó una sonrisa maravillosamente perfecta en su boca, complacido.
—Por favor —indicó con la mano.
Nora agarró del brazo a su madre y tiró de ella con suavidad. Aceleraron sus respectivos ritmos, con el corazón en la boca.
—Madre mía, no tenía ni idea del tipo de vida que lleva tu marido.
Nora asintió, orgullosa.
—Se pasa la mayor parte del tiempo trabajando dentro de un cubículo, rodeado de música y gente que no para de alborotar. Creo que lo justo es que sus necesidades estén cubiertas.
Julia abrió la boca, sorprendida.
—Tesoro, creo que tú y Dorian tenéis las espaldas bien cubiertas. Nuestra casa en la isla es grande, pero esto… parece demasiado.
—Es demasiado —confirmó Nora—, pero tengo que admitir que me encanta.
Con parsimonia, fueron recorriendo cada centímetro cuadrado de la enorme jaula cúbica que se desplegaba ante sus ojos; los dormitorios, cuartos de baño, y como incentivo, salieron a la enorme terraza que había en la planta de arriba, con el sol dándole de lleno y respirando un aire limpio.
La risueña sonrisa de Julia se vio eclipsada momentáneamente por una mueca de incertidumbre al llegar al dormitorio principal.
—¿Tenéis un piano en mitad del dormitorio?
Nora puso los ojos en blanco.
—Créeme, yo le hice la misma pregunta a Dorian cuando lo vi por primera vez. Ahora ya sabes lo mucho que aprecia la música. Es incapaz de separarse de ella.
—¿Toca muy a menudo?
—Por su bien, espero que no demasiado.


Dorian y Vladimir mantenían una educada conversación en el gran comedor cuando las féminas aparecieron por una apertura lateral.
—¡Ya hemos vuelto! —proclamó Nora.
—Menuda casa que tenéis, Dorian —manifestó Julia, aún con los ojos desorbitados—. Es una preciosidad.
—Muchísimas gracias, Julia —susurró Dorian—. Pueden venir las veces que quieran.
—¿En serio? —preguntaron al unísono Julia y su hija.
Vladimir arqueó una ceja, consciente de la ilusión que comenzaba a crecer en los ojos de su mujer.
—Julia, procura no asustar a los chicos. Tú ya tienes una magnífica casa y por aquí sólo estamos de paso, ¿recuerdas?
Nora se echó a reír, acompañada de Dorian.
—Tranquila mamá, las puertas siempre estarán abiertas para vosotros.
—Nora, yo que tú no lo diría más veces —bromeó Vladimir—. De lo contrario, tendrás a tu madre viviendo aquí en un abrir y cerrar de ojos.
Julia frunció el ceño, algo inquieta por esos comentarios.
—Creo que exageras.
—No, cariño. Sabes perfectamente que lo que digo es verdad. Harías cualquier cosa con tal de permanecer cerca de tus hijas.
—¿Qué hay de malo en eso?
—Oh, nada. Pero creo que ya es hora de que Nora tenga su propia vida, ¿no crees?


La comida fue exquisita: arroz tres delicias, pollo, y macedonia de frutas. Sus estómagos gruñeron con fervor, mientras la nueva familia se acomodaba en el inmenso sofá del salón de techos altos.
—¿Cómo te las arreglas para tener impecable la casa? —preguntó Julia, embobada con las alturas.
—Bueno, tengo a alguien echándome una mano.
—¿De verdad? —masculló Nora, que al parecer acaba de enterarse.
—Sí.
—Qué bien. —Se recogió el pelo en una coleta—. ¿Y quién es ella?
Dorian sonrió en silencio.
—Nora, ¿estás celosa?
—¿Yo? —Arqueó una ceja—. ¿Debería estarlo?
Dorian negó con la cabeza, divertido. Se pasó una mano por el mentón, disfrutando de esos segundos de superioridad.
—No, a menos que consideres a Gabriel como una fuerte atracción para mí.
—¿Gabriel? —preguntó atónita Nora—. ¿Es un hombre?
—Bueno, según tengo entendido, sí.
El cuerpo entero de Nora se relajó.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—La semana que viene. Aún está de vacaciones. Quería… mantener el secreto.
—Muy gracioso.
Vladimir carraspeó brevemente y emitió destellos verdes con la mirada. Eso significaba que iba a decir algo.
—Dorian, ¿no crees que todo esto es demasiado grande para dos únicas personas?
Dorian se llevó la mano a la nuca, pensando una buena respuesta.
—En realidad, sí. —Frunció el ceño, pensativo—. Siempre he llevado una buena vida, pero no entraba dentro de mis planes adquirir una vivienda de esta categoría, pero fue un buen amigo el que me convenció.
Vladimir asintió con la cabeza, permitiendo que continuase.
—Mi amigo se informó sobre la zona, los precios y posibles compradores. Al principio no le presté demasiada atención, pero cuando vine a echar un vistazo lo cierto es que no pude resistirme. —Sonrió—. La casa es espléndida, pero me gusta por lo que hay alrededor.
—Pero —interrumpió Julia—, por aquí cerca no hay nada.
—De eso se trata —aseguró Dorian—. Me encanta la tranquilidad que se respira por aquí.
—¿Y antes dónde vivías? —quiso saber Vladimir.
—Bastante lejos de aquí, en otra ciudad. Tenía un pequeño piso en el centro, pero luego opté por mudarme.
—¿Y decidiste venir aquí movido únicamente por la paz y la ausencia de ruidos?
Esa pregunta descoló por completo a Dorian, sabiendo que la verdadera razón por la que había decidido abandonarlo todo tenía nombre propio, ojos verdes y nombre de ángeles.
—Quería… dejar atrás malos recuerdos.
—¿Qué clase de recuerdos? —saltó Nora.
Dorian se esforzó por no perder la calma.
—Eso no importa. Pequeñas cosas sin importancia. —Hizo una pausa, respirando profundamente—. Supongo que quería cambiar de aires y probar suerte. Ahora lo agradezco enormemente; no me veía capaz de vivir en pleno centro de la ciudad. Hubiera sido demasiado para mis nervios.
Vladimir volvió a mirar los altos techos, como si en el fondo se sintiera incómodo.
—Aún así, todo esto me sigue pareciendo demasiado…
—Cielo, no seas cascarrabias —gruñó Julia—. A fin de cuentas, con el tiempo todo esto se irá transformando y adquiriendo un tono más… especial.
Nora y Dorian la miraron sin llegar a comprender del todo, ante lo cual Julia se encogió de hombros, mostrando una sonrisa propia de momentos de incertidumbre en los que ella parecía tener la última palabra.
—¿Y cuándo pensáis aumentar la familia?
Dorian arqueó las cejas.
—¡Mamá! —protestó Nora, ruborizándose levemente.
—¿Qué? ¿Acaso no piensas tener hijos?
—Por el momento, eso es algo que no está en mis próximos planes.
Julia gruñó por lo bajo.
—Espero no morirme sin ser abuela.
—No lo harás, pero no creo que este sea el momento más adecuado para hablar de eso. —Nora se balanceaba sobre la esquina del sofá—. Acabamos de casarnos, por Dios. Necesitamos tener libertad, vivir la vida…
—Está bien —gruñó su madre—. Pero es un don ser madre.
—¿Quieres decir que una mujer sólo puede considerarse verdaderamente como tal cuándo tiene un hijo?
Vladimir carraspeó.
—Lo que tu madre quiere decir es que desea tener nietos lo antes posible y, dado que tu hermana está fuera de su alcance, ejerce fuerza sobre ti para intentar hacerte cambiar de idea.


41


No solía ponerse guantes, pero Nora no quería arriesgarse a dañar su preciado anillo de boda. Estaba embutida dentro de su mono de trabajo, con barro en las botas y pequeñas gotitas de sudor dibujándose en sus sienes. El calor no era tan asfixiante como otras veces, pero aún así rezaba para no perder los nervios.
Ese día tenía un aspecto diferente; un tono alegre. Por fortuna, había conseguido permiso para marcharse antes, así que contaba deseosa los treinta minutos que quedaban para marcharse de allí.
—Nora, ¿puedo poner estos helechos en el fondo?
Ella se dio la vuelta y observó al joven que se erguía poderosamente con un gran tiesto sujetado por sus manos. Oliver era un compañero de trabajo que llevaba trabajando casi el mismo tiempo que ella. Era de aspecto informal, agradable y muy social. Nora le tenía un gran cariño; compartían una afición muy particular: odiar desproporcionadamente a su jefa.
—Claro —respondió Nora—. Ponlas en el rincón de la izquierda.
De forma obediente, se dirigió al fondo, en el lugar preciso. Volvió casi inmediatamente.
—Creo que hoy es nuestro día de suerte —comentó Oliver, dejando escapar un suspiro.
—Algunos más que otros —bromeó Nora—. Vamos, vete. Ya tendrías que haber desparecido hace un buen rato.
—¿No prefieres que me quede? Puedo echarte una mano antes de irme.
—No te preocupes. Lo tengo todo bajo control. —Sonrió con ganas—. Lo dejaré todo ordenado en un periquete.
—En ese caso…
—En ese caso, lárgate antes de que cambie de opinión.
Oliver le hizo un gesto con la mano y caminó en sentido contrario.
—Nos vemos —exclamó—. Procura que la jefa no te encuentre sola. Sabes que eres una presa fácil para ella.
—La estaré esperando con ansias.


Apenas quedaban diez minutos para terminar su turno y Nora ya había terminado su labor; los helechos estaban en su sitio, los sistema de riego controlados y el suelo rezumando humedad a partes iguales.
—Bueno, creo que ya puedo respirar tranquila…
En cuanto terminó de decir aquella frase, un escalofrío le recorrió la espalda. Un ruido apenas perceptible se escuchó al otro lado de la sección de plantas exóticas. Con cuidado, Nora recorrió un par de pasos agudizando el oído, desconcertada.
—¿Oliver? —dejó escapar—. ¿Eres tú?
Como no recibió ninguna respuesta, siguió caminando entre los laberínticos pasillos llenos de verde hasta situarse a una distancia prudente. No había ni rastro de ninguna persona. Creyendo que probablemente hubiera sido un ruido de algo sin importancia, volvió sobre sus pasos para salir del invernadero y quitarse el mono, pero otra vez escuchó un ruido, mucho más perceptible y de tipo metálico, como una puerta al cerrarse.
—¿Pero qué…?
Con el corazón en un puño, Nora se agazapó entre varias plantas de hojas grandes. Escuchó con atención y permaneció inmóvil durante dos minutos, tratando de pensar con lógica. Sabía que a esas horas no había nadie por allí; era la hora de comer y los trabajadores del otro turno tardarían al menos una hora en llegar.
Temiendo que se tratara de algún intruso, hizo acopio de valor y salió de su improvisado escondite, no sin antes armarse con una vara que estaba sobre una pequeña plataforma lateral.
—Sé que hay alguien aquí —pronunció, procurando resultar convincente—. Que salga ya.
Tal y como esperaba, nadie contestó. Si se trataba de algún ladrón o curioso, lo normal era tener el silencio como única respuesta, así que se movió con rapidez, con la esperanza de llegar a la salida y no encontrarse con más problemas.
Estaba a punto de alcanzar la puerta lateral de salida cuando el ruido se escuchó a un par de metros justo detrás de ella, probablemente aún más cerca. Creyendo que había llegado la hora de actuar, agarró con fuerza la vara de madera y se giró con toda la velocidad que le permitieron sus piernas, golpeando en la cara de un hombre que se había aproximado hasta ella con sigilo.
—¡Ahh! —exclamó el hombre—. ¿Qué haces, Nora?
Ante el sonido característico de esa voz, Nora bajó inmediatamente la vara, con la cara totalmente desencajada por la conmoción. Se acercó a ese hombre que ahora tenía el cuerpo flexionado, con las manos sobre las rodillas, respirando con dificultad y quejándose del golpe.
—¿Dorian?
Su aturdido marido se tambaleó hasta volver a erguirse, con la cara parcialmente cubierta por las manos, gruñendo de dolor.
—Ya veo cómo tratas a tu marido…
Nora soltó el palo e inmediatamente quiso comprobar la magnitud de los daños, deseando no haberle pegado demasiado fuerte.
—¡Dorian! Maldita sea —dejó escapar—. Lo siento mucho…
—Para ser una chica, no pegas nada mal.
Nora se tranquilizó y le pasó los dedos por la nariz hinchada.
—Déjame ver. —Deslizó los dedos sobre el rostro levemente magullado—. Creo que me he pasado…
—¿Crees? —masculló Dorian—. Te garantizo que lo has hecho.
Nora sacudió la cabeza, intentando comprender la rareza de la situación.
—¿Se puede saber por qué has entrado de esa manera? La gente suele avisar cuando entra a algún lugar de trabajo… —Suspiró, confundida y aliviada al mismo tiempo—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿No se supone que salías antes?
—Sí, pero…
—Quería darte una sorpresa —susurró Dorian.
—Oh, desde luego que sí —gruñó, poniendo los brazos en jarras—. Te felicito. Casi te rompo la nariz por ello.
Dorian se llevó las manos otra vez a su cara, todavía algo dolorido por el golpe.
—Creo que ha merecido la pena correr el riesgo.


El aire era más ligero fuera de la cúpula de cristal, y Nora seguía empeñada en comprobar continuamente la integridad física de Dorian.
—¿De verdad estás bien?
—Tranquila. Aún sigo respirando —bromeó él.
Se dirigieron a la parte de los vestuarios, y como no había nadie, Dorian pasó con ella.
—¿Qué ocurre? —quiso saber al ver a Nora refunfuñando por lo bajo.
—Tengo una pinta horrible —susurró ella, mirándose el sucio mono que le colgaba por el cuerpo.
Dorian arqueó una ceja.
—Yo creo que no.
—No sabes mentir.
Dorian desvió la mirada, fingiendo incredulidad.
—Bueno, supongo que en algún momento aprenderé.
Nora le arrojó uno de sus guantes, sonriendo de nuevo.
—Se supone que me quieres. No deberías mentirme nunca.
Dorian la rodeó con sus brazos, sonriendo con ganas.
—Eso hago. —La besó con delicadeza—. Cuando digo que estás preciosa, es porque realmente lo creo.
—¿Con estas pintas?
—Nora, con cualquier cosa resultas agradable para la vista.


42


Sabía que se estaba metiendo en aguas pantanosas, pero no tenía intención de ceder; conocía sus puntos débiles pero ayudar a su mejor amigo era una cuestión mucho más relevante, a pesar de saber que no contaba con el consentimiento de Evan.
Angy llevaba cerca de dos horas esperando a la salida del hospital en el que Martina trabajaba. Mientras permanecía allí de pie, vigilando cualquier movimiento sospechoso, repetía mentalmente el discurso que tenía intención de pronunciar, aunque temía que la escurridiza novia de su amigo no tuviera la más mínima intención de escucharla.
Salió en su busca cuando finalmente la vio aparecer por una de las salidas laterales.
—¿Martina?
Al escuchar su hombre, la mujer se dio la vuelta y su cara se transformó por completo.
—Angy —susurró—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a hablar contigo.
Su semblante se puso pálido, como si acabara de ver un fantasma o algo peor.
—¿Hablar?
—Sí, creo que ya sabes a qué me refiero.
Torció la cabeza y se dio parcialmente la vuelta, dándole la espalda.
—Escucha, tengo mucho trabajo y apenas me queda tiempo para mí…
Intentándolo una vez más, Angy se adelantó y se puso justo detrás de ella, implorando que aquella mujer no estallase en mil pedazos.
—No te quitaré mucho tiempo.
No parecía demasiado convencida.
—¿Te ha enviado Evan?
—No —sentenció Ángela—. Él ni siquiera sabe que estoy aquí.
Durante lo que pareció una eternidad, Martina meditó las posibilidades, mirando en todas direcciones, pero finalmente dejó caer los hombros, en un gesto de derrota.
—Está bien, hablemos —susurró.
—Gracias.
—No, aún no me las des —espetó—. Si no me gusta lo que oigo, te aseguro que no tendré ningún inconveniente en marcharme.


Para sorpresa de Angy, Martina condujo varios kilómetros hasta detenerse en una zona desconocida; seguramente deseaba pasar inadvertida y no cruzarse con nadie conocido.
—¿Quieres comer algo? —preguntó—. Aquí al lado hay un restaurante.
—No tengo hambre —dijo Angy.
Haciendo caso omiso, Martina empezó a caminar y al girar la esquina no esperó ni dos segundos en entrar.
La mesa que ocuparon estaba situada en uno de las laterales junto a los ventanales.
—¿Seguro que no quieres tomar nada? —insistió de nuevo.
Angy sonrió brevemente y negó con la cabeza.
—Está bien…
Permanecieron rodeadas de un incómodo silencio hasta que Martina optó por romperlo.
—Me gustaría que hablaras sin rodeos.
Angy levantó la cabeza y aguantó su mirada azul oscura, que presagiaba sentimientos contradictorios.
—Por eso estoy aquí. No he venido para confundirte.
—Créeme, no creo que pudieras hacerlo todavía más.
—Martina, escucha…
—¿Qué sientes por él? —espetó, con el rostro encendido—. Quiero que me digas la verdad.
—Creo que ya conoces la verdad.
—No estoy tan segura.
Angy no parpadeó. Quería mostrarse más segura que nunca.
—¿Qué puedo hacer para demostrarte que entre él y yo sólo hay una amistad?
Martina sonrió de forma nerviosa, acompañando al gesto de una negativa con la cabeza.
—No puede ser verdad. A lo mejor tú no sientes nada, pero no estoy tan segura de sus sentimientos.
—¿Por qué?
—La cara se le ilumina cada vez que habla de ti. No deja de repetirme lo maravillosa que eres y, aunque no pongo en duda que lo seas, lo cierto es que acaba poniéndome de los nervios. —Se removió en su asiento—. Es demasiado… pasional.
—¿Pasional? —repitió Angy, desconcertada—. Yo no lo llamaría así.
—¿Se te ocurre algún otro calificativo que sea más adecuado?
—Evan es así con todo el mundo, al menos con la gente que aprecia. No hace distinciones.
—Desde luego que las hace. Conmigo no se comporta de la misma forma que cuando está contigo, Ángela.
—Claro que no. Somos amigos.
—Los amigos no hablan de esa forma —gruñó Martina, elevando sin querer el tono—. A las personas no se les acelera el tono de voz cuando hablan de alguien que únicamente es una amistad. No se pasan todo el día juntos ni tampoco duermen en casa del otro. —Su voz sonó herida—. Dos amigos no actúan como una pareja a no ser que tengan la intención serlo.
Angy suspiró, dejando caer los hombros, decepcionada por la ceguera que presentaba esa mujer.
—Mira, sé que una cena no es motivo suficiente para que confíes en mí, pero te doy mi palabra. No soy una mujer normal y corriente —comentó—. Verás, al contrario que la mayoría de mujeres, mi referente siempre ha sido un hombre, Evan. Nunca he tenido verdaderas amigas a las que poder llamar cuando me sentía mal o cuando discutía con mis padres… En cierta forma, Evan se convirtió en la persona capaz de llenar ese vacío. Le conozco desde hace mucho y siempre ha sido muy protector; es algo que le sale de dentro. Sé que no es demasiado creíble que un hombre y una mujer puedan mantener una relación de amistad durante tanto tiempo sin que surja algún tipo de atracción, pero a veces esas cosas suceden. —Hizo una pausa—. Es físicamente imposible que pueda sentirme atraída por él. Cuando le miro, siento un gran cariño, pero no hay nada más.
—Pero tú eres muy guapa —dejó escapar Martina—. Sinceramente, me sorprende mucho que Evan no haya sentido en algún momento deseos por ti.
—Martina, de verdad…
—Tienes que reconocerlo. —Sus ojos azules se volvieron aún más oscuros—. Los dos sois atractivos y es completamente normal que entre vosotros dos haya habido algo más…
—Nunca he tenido deseos de acostarme con él —espetó Ángela, sin cambiar de semblante—. Y sé que Evan tampoco.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Porque quiero que te quede claro dónde te estás metiendo. Aquí no hay trampas ni secretos. La realidad es tal y cómo la ves, sin ir más allá. Tengo una relación buenísima de amistad con ese hombre que sale contigo, y le quiero. Le quiero como el hermano que nunca he tenido, y te aseguro que le debo muchísimas cosas. Es leal hasta el extremo, y si nunca me ha traicionado, estoy segura que muchísimo menos lo haría contigo.
—No lo sé… Todo esto es muy complicado.
—Son las dudas las responsables de complicar cualquier situación. No te estoy diciendo que hagas mal en replantearte algunas cosas, pero a veces no queda más remedio que confiar.
Martina arrugó la frente, indecisa.
—Eso es lo que más miedo me da —confesó—. He tardado demasiado en encontrar a un hombre que parece decente…
—Evan es mucho más que apariencia. Ha sufrido golpes y decepciones prácticamente desde que le conozco. Puedes creerme cuando te digo que está verdaderamente ilusionado contigo.
—¿De verdad?
Angy dejó escapar una sonrisa, en un intento de mostrarse tranquila.
—Ya son varias veces las que le he oído decir lo afortunado que se siente. —Se inclinó sobre su asiento—. Martina, él te quiere.
Esa mujer sonrió levemente para luego mostrarse igual de hermética. No quería o no podía dar su brazo a torcer, creyendo que había alguna especie de conspiración.
—Pero no hay más que miraros —masculló—. Es evidente.
—¿El qué es evidente?
—Os gustáis, Angy. No puedes negarlo. Todo el mundo se daría cuenta. Siempre estáis juntos, y tenéis muchísima complicidad. —Volvió a arrugar la frente—. Os entendéis a la perfección. Es algo que se siente. Yo no puedo competir contra eso.
—Desde luego que no puedes competir. No tienes por qué hacerlo porque yo ni siquiera estoy en juego. Tienes que entender que la única mujer por la que siente algo especial eres tú.
Martina cerró los ojos durante un largo momento, asimilando tantas palabras aparentemente vacías.
—Sé que es difícil de creer —continuó Angy—. Todo el mundo opina lo mismo, pero puedes creerme cuando te digo que entre Evan y yo no hay absolutamente nada. Le conozco desde hace años, y nunca le he visto como algo más que un amigo. En muchos aspectos lo considero como uno más de mi familia, así que dudo mucho que pudiera quererle de la forma que estás pensando.
—Oh, Angy, lo sé, pero no sé cómo comportarme. Sé que eres una buena mujer, pero no puedo dejar de envidiarte cada vez que estás con él.
Una mueca de sorpresa le cruzo la cara a Angy. No estaba segura de haber oído bien.
—¿Qué?
—Es verdad —insistió Martina—. Tienes una conexión especial que yo ni siquiera puedo llegar a imaginar. Sabes lo que quiere; sabes hacer que se ría…
—No puedo hacerle sonreír de la manera en que lo haces tú —contraatacó suavemente Angy—. No soy la mujer por la que suspira. Y lo que es más importante: no quiero serlo.
En ese momento el camarero apareció con lo que había pedido Martina, así que Ángela decidió que lo mejor era retirarse en ese momento, para no alargar la agonía.
—Mira, no quiero presionarte. Quería hablar contigo y ya lo he hecho. —Se levantó de su asiento y suspiró—. Piénsalo, ¿de acuerdo? Puedes tomar la decisión que creas más conveniente. Evan es hombre de una sola mujer y ahora está contigo. Eso significa que no hay nadie más, y mucho menos una amiga que lo único que quiere es que sea feliz. Seguro que tú también mereces serlo, pero conozco a ese hombre y sé que nadie se lo merece más que él.
Con cierto aire liberador, salió de allí con paso rápido, para evitar quedarse atrapada entre la gente que entraba y salía a partes iguales. Sentía una ligera punzada en las sienes, reflexionando sobre lo ocurrido, y repitiéndose mentalmente que eso era lo menos que podía hacer por su amigo, aunque lamentablemente no podía controlar las reacciones emocionales de esas dos personas cuya relación se tambaleaba sobre un delgado hilo al borde de un precipicio.


43


El silencio que le envolvía era increíblemente agradable; estaba solo y eso le venía bien para poder pensar en los últimos acontecimientos. Le costaba hacerse a la idea de la pequeña pero poderosa presencia del anillo en su dedo anular; se sorprendía al verlo brillar con intensidad, haciéndole saber que entrañaba un significado mucho más importante de lo que aparentaba a primera vista.
La puerta del estudio se abrió y alguien se materializó a poca distancia. Dorian se dio la vuelta en la silla giratoria.
—¿Qué haces? —preguntó Ray, con una sonrisa deslumbrante.
—Creo que lo de llamar a la puerta antes de entrar no es tu fuerte.
Ray se encogió de hombros.
—¿Para qué está la confianza? —Sonrió de oreja a oreja—. Pero no me cambies de tema. ¿Qué planeabas hacer?
Dorian se mostró reacio a confesarlo.
—Vamos, quiero saberlo. Sabes que tu secreto está a salvo conmigo.
—Si no tengo otra opción…
—Confiésalo —insistió.
—Pues… No sé, me he levantado algo pensativo esta mañana y he decidido… grabar un par de canciones.
Ray ladeó la cabeza, sorprendido.
—¿Y quién es la afortunada?
—¿Tú qué crees?
—Supongo que Nora, pero contigo nunca se sabe.
Dorian frunció el ceño.
—Muy gracioso.
Ray dio unos cuantos pasos y se situó a su lado.
—Vaya, ya veo que el matrimonio no te ha arrebatado el romanticismo.
Dorian puso los ojos en blanco.
—Ray, soy un recién casado. Sería preocupante que ya tuviera problemas con mi mujer.
—¿No los tienes?
—No.
Ray se llevó las manos al cuelo, entrelazando los dedos por la nuca, estirándose por completo.
—Bueno, ya me lo dirás dentro de diez años.
—Si sigues trabajando aquí… —bromeó Dorian.
Ray frunció el ceño, fingiendo enfadarse.
—Eso ha sido un golpe bajo, Dorian.
—Bueno, supongo que son cosas que tienes que aguantar. —Arqueó las cejas—. No me gusta alardear de ello, pero recuerda que soy tu jefe.
—Recuérdame que algún día te denuncie por acoso sexual.
Dorian soltó una carcajada inesperada, logrando que su cuerpo se relajase del todo.
—No eres precisamente mi tipo.
El móvil de Dorian comenzó a sonar, interrumpiendo la conversación.
—Lárgate ya —susurró Dorian—. Tienes que reunirte con el grupo que viene la semana que viene.
—Cierto —dejó escapar Ray, al mismo tiempo que desaparecía.
El móvil seguía sonando pero Dorian observó que lo llamaban con número oculto. De repente, el corazón le dio una fuerte sacudida, pensando en las distintas posibilidades.
—¿Diga? —susurró, con renovadas esperanzas, esperando que alguien especial estuviera al otro lado del teléfono.
—¡Cielo!
La magia que había aparecido se esfumó con la misma velocidad, dejando a Dorian aturdido y algo decepcionado al saber que era Nora.
—Oh, hola —dejó escapar—. ¿Cómo estás, Nora?
Hubo un segundo para el silencio.
—¿Esperabas que fuera otra persona? —gruñó.
—Lo cierto es que sí —dijo, aparentando tranquilidad—. No sueles llamarme con número oculto…
—Bueno, quería sorprenderte.
—Sabes que lo has hecho. —Procuró que su respiración fuese más lenta—. ¿Cómo estás?
Nora dejó escapar una risita.
—¿Cómo quieres que esté? Feliz y… casada.
Dorian sintió un leve pinchazo.
—Cielo, me encanta que me hayas llamado, pero estoy en el estudio…
—Oh, Dorian, eres el jefe. ¿Cuándo piensas actuar un poco en tu beneficio?
—Tengo que dar ejemplo, Nora.
Un largo suspiro se escuchó.
—¿Por qué tienes que ser tan increíblemente perfecto?
—¿Lo soy?
Nora cambió el tono de voz, entusiasmada.
—Podría pasarme el día diciendo las buenas cualidades que te definen.
—Eso es porque estás locamente enamorada, y el amor nos ciega.
—¿Entonces insinúas que no lo eres?
—Me temo que no. Puedo ser muchas cosas, pero creo que lo de ser perfecto no está dentro de mis posibilidades.
—Te echo de menos —susurró ella.
—Cuando quieras darte cuenta estaré en casa.
—Pero me gustaría que estuvieras aquí, conmigo…
Dorian no pudo aguantarlo más y acabó por desvelar parte de la sorpresa.
—Tengo un regalo para ti.
Hubo un breve silencio.
—¿De verdad?
—Sí, pero tendrás que esperar a que llegue para dártelo. Aún no está listo.
Nora emitió un sonoro gruñido como protesta.
—No es justo. Así el tiempo se pasará más lento…
—Confía en mí —apremió Dorian—. Te gustará.


El tiempo había empeorado bastante y Dorian se apresuraba a llegar a casa tal y como le había prometido a Nora. Tenía en un pequeño envoltorio un CD con varias canciones que él mismo había compuesto para ella, pero en el fondo no dejaba de sentir desprecio por sí mismo, ya que eso era precisamente una de las cosas que había compartido en el pasado con Ángela, y ahora volvía a hacer lo mismo con otra mujer que nada tenía que ver.
Entró en el salón y sin previo aviso, Nora se lanzó directamente a su cuello, abandonando el suelo y quedando brevemente suspendida. Él la miró con asombro, pero con un brillo especial en la mirada.
—Pues sí que tenías ganas de verme —susurró.
Como respuesta, Nora le propinó un apasionado beso en los labios.
—Hola —dijo ella, ruborizándose levemente.
—Estás preciosa cuando te pones así.
Ella le abrazó con fuerza, suspirando como una adolescente presa de un ataque incontrolable de amor.
—No quiero que esta sensación se termine nunca —susurró.
Dorian permaneció en silencio, asimilando esas palabras.
—¿A qué te refieres?
—Quiero que dentro de veinte años siga teniendo este cosquilleo en el estómago cuando te vea abrir la puerta.
Dorian se deshizo por dentro. Adoraba a esa pequeña gran mujer que no dejaba de demostrarle lo mucho que le quería.
—Ven —dijo, entrelazando sus manos—. Quiero enseñarte algo.
—¿Mi regalo?
—Sí, algo así.
Se aproximaron al moderno equipo de música que estaba en el otro extremo del salón. Dorian le ofreció el CD envuelto.
—Ábrelo.
Con dedos nerviosos, Nora desenvolvió el pequeño paquete, intentando averiguar antes de tiempo. Permaneció dos segundos callada observando el objeto brillante.
—¿Un disco?
—Lo mejor está en él —dijo Dorian, cogiéndole el disco de las manos para luego ponerlo en el reproductor.
Tal y como esperaba, la melodía no tardó demasiado en llegar. Con un poco de pudor, pudo escuchar una elegante música de fondo de guitarra, la misma que él había interpretado en el estudio, junto con su propia voz que no estaba acostumbrado a escuchar y que, después de mucho tiempo, había vuelto a desenterrar del pasado.
La abrazó con ternura y comenzó a bailar lentamente con su mujer, cerrando los ojos e intentando evitar pensar en otra persona, concentrándose en lo que tenía delante.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Protestó dulcemente Nora—. Es precioso…
—Gracias.
—Tienes una voz… increíble.
Siguieron bailando con ritmo lento hasta que Nora decidió tomar asiento en el enorme sofá, seguido de Dorian.
—Cada día me sorprendes más —confesó ella—. Cuando ya creía que no podía descubrir nada nuevo me encuentro con algo como esto.
—Quería regalarte algo… especial. No sé, darte algo que no fuera demasiado común.
—Me encanta que cantes sólo para mí.
—Desde luego que sí. Nadie más sabe mi pequeño secreto.
A Nora le brillaban los ojos como dos llamas chispeantes, llenos de vida e intensidad.
—¿Soy la única que lo sabe?
—Creo que es más que suficiente.
Nora se elevó sobre sus talones y se sentó sobre él a horcajadas, juntando su frente con la de él, sintiendo miles de mariposas en el estómago.
—Te quiero —susurró Dorian a su oído, percibiendo un pinchazo dentro de su pecho, como un viejo recordatorio.
—Yo también te quiero. Más de lo que puedes imaginar. Me encantan todos estos detalles. Así es imposible no sentirse afortunada las veinticuatro horas.
Permanecieron así durante unos minutos, sintiendo la respiración entrecortada de uno y de otro, como dos locos enamorados incapaz de expresar con palabras sus sentimientos.
—No sabes lo que significas para mí.
—Oh, sí que lo sé, princesa.
—¿Por qué lo sabes? —Le rodeó el cuello con los brazos—. Dímelo.
—Porque yo siento lo mismo, y al igual que tú me necesitas cada día, yo te necesito cada minuto.
Se besaron lentamente, con el pulso acelerando sus respectivas palpitaciones. Él la estrechó contra su cuerpo, inhalando la suave fragancia que desprendía el cabello dorado de Nora y debatiéndose con sentimientos encontrados. Quería a esa mujer, pero no sabía hasta qué punto, sobre todo cuando en su mente se dibujaba la presencia de unos ojos verdes que el fondo, nunca se habían marchado a otra parte.
—No quiero saber lo que te ocurrió en el pasado, pero te prometo que voy a hacerte feliz —aseguró Nora, con los labios próximos a los de él.
Dorian respondió de forma automática, impulsado gracias a una vocecita que rugía en su interior.
—Ya lo estás haciendo.


44


Dorian miraba ceñudo a Nora, que seguía empeñada en mostrar su mejor sonrisa si así conseguía que su marido aceptase ir a comer con ella y sus dos mejores amigas.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
—Oh, lo antes posible, cielo. Todo ha sido de repente pero las echo mucho de menos —gimoteó—. Me lo han suplicado…
—¿Tantas ganas tienen de verme? —bromeó Dorian.
—Tengo que reconocer que son un poco… curiosas, pero creo que merecerá la pena.
—Eso será para ti…
—No seas tonto, ya las conoces —gruñó Nora—. Fueron las damas de honor de nuestra boda.
—Lo sé, pero son unas crías… —Carraspeó—. Quiero decir, no sé cómo comportarme con ellas.
—Limítate a ser tú mismo. No creo que sea muy difícil, ¿verdad?
Se produjo un minuto de silencio, mirándose a los ojos para saber quién decidía rendirse. Él lo hizo primero.
—Está bien, pero con una condición.
Nora entrelazó los dedos, nerviosa.
—¿Cuál?
—Que vengan aquí. —Sonrió con la mirada—. Ningún sitio es mejor para comer que tu propia casa.
—Entonces, ¿puedo avisarlas para que vengan? —suplicó Nora, aún tanteando el terreno.
Dorian suspiró y ladeó la cabeza, pensativo.
—Vale, pero espero que no me masacren a preguntas.
Nora le dio un rápido beso en los labios para después salir corriendo a buscar su móvil.
—¡Mil gracias, mi amor!


Como era de esperar, Nora permanecía a la entrada del gran chalet con los nervios de punta, deseando ver aparecer de un momento a otro a Vera y Cata. No paraba de ejecutar su curioso baile de movimientos rápidos, bruscos e inesperados.
—¿Por qué siempre tienes que hacer eso? —gruñó Dorian.
—¿Hacer qué?
—Moverte todo el tiempo. Vas a cansarte enseguida.
Nora negó con la cabeza.
—De eso nada. Todavía soy muy joven.
Dorian arqueó una ceja a propósito, con aire juguetón.
—¿Insinúas que yo no lo soy?
Iba a contestarle pero a lo lejos pudo escucharse un ruido potente de motor. Al cabo de un minuto, una silueta de un vehículo se divisó a cierta distancia, ganando terreno en cuestión de segundos.
—¡Son ellas! —gritó Nora, balanceándose nuevamente sobre sus rodillas.
—Tranquilízate.
Dorian se apresuró a pulsar el botón que abría automáticamente la verja de hierro de la entrada, permitiendo que el coche entrase dentro de todo el perímetro.
—¡Nora! —exclamó con fervor Cata, que acababa de bajarse de un salto del asiento del copiloto.
Bajo la atenta mirada de Dorian, Nora salió a su encuentro con la pelirroja, fundiéndose en un caluroso abrazo, presagiando una amistad que al parecer no se había deteriorado lo más mínimo.
—¿Y para mí no hay una bienvenida igual de especial?
Ante la pregunta bromista de Vera, Nora repitió el mismo proceso. Se acercó con rapidez y estrechó a su otra mejor amiga con fuerza, mostrando una sonrisa magnética.
—Bueno, creo que ya conocéis a mi marido —susurró Nora, aún con el corazón en la boca, pronunciando cada palabra con verdadero énfasis.
Las dos amigas se acercaron con lentitud; Vera se mostraba más relajada, pero Cata se cerraba en banda debido a la vergüenza.
—Hola, soy Dorian —musitó él, mientras estrechaba las manos de ambas.
—Oh, lo sabemos —susurró Vera, con una mueca divertida en sus labios.
Dorian suspiró por dentro. Estaba claro que tendría que poner toda su maquinaria en marcha para así evitar perder los nervios.
—Pasad —invitó Dorian—. Estáis en vuestra casa.
Entraron al imponente recibidor, con las caras llenas de asombro. Pasaron al salón.
—Poneos cómodas —dijo Nora.
Vera se volvió hacia ella y estudió su expresión, seguramente buscando algún punto débil.
—¿Por qué no mejor damos una vuelta y nos enseñas todo esto?
Nora desvió la mirada hacia Dorian, que ya estaba mirándola con ojos inquietos.
—Eso debe decidirlo el dueño de la casa.
—¿Podemos? —suplicó Vera, mostrando una mirada llena de súplica, como si fuese un asunto de vida o muerte.
Dorian terminó por sacudir la cabeza y sonreír. Quería agradar a Nora, y eso implicaba que también debía hacerlo con sus dos mejores amigas.
—Prometedme que no romperéis nada.


Las tres nerviosas féminas pasearon tranquilamente por toda la extensión de metros cuadrados, adoptando una perspectiva que se parecía más a una observación de una galería de arte que a una casa. Las caras de la pelirroja y la pecosa despuntaban asombro, arqueando las cejas y dejando parcialmente abiertas sus bocas, en un gesto de admiración y sorpresa por todo lo que estaban viendo sus ojos, elementos lujosos que estaban al alcance de la mano.
Cuando volvieron al punto de encuentro, encontraron a Dorian sentado en la mesa de cristal, leyendo tranquilamente el periódico y seguramente tratando de ocupar sus pensamientos. Nora se acercó y le besó en la mejilla, dándole las gracias en silencio.
—¡Menuda casa! —exclamó Cata, mirando hacia arriba.
—Qué originales —dejó escapar Dorian.
Nora se acercó a su oído, sonriendo de oreja a oreja.
—Recuerda que yo dije exactamente lo mismo la primera vez que vine.
Él le pasó un brazo por la cintura.
—Lo sé, pero tú eres tú.
—¿O sea que soy inmune a tus comentarios?
—Por el momento, sí.
—¿Preferís que os dejemos solos, parejita?
Los dos levantaron la vista y se toparon con Vera tumbada en el sofá. Se estaba tomando literalmente la orden de sentirse como en su propia casa.
—¿Qué os apetece para comer? —quiso saber Nora.
Vera vaciló un instante. Eso era algo raro en ella.
—Bueno, no queremos molestar. Podemos dejarlo para otro día…
—Podéis quedaros —espetó Dorian, sorprendiéndose así mismo por su repentina impulsividad—. Sabéis que sois bienvenidas.
—¿Qué tal si pedimos una pizza? —propuso Cata.
—Me parece una buena idea —corroboró la pecosa—. Así no mancharemos nada, ¿verdad, Dorian?


El tono agudo y breve que emanó desde la otra parte de la casa anunciaba que la comida ya había llegado.
—Ya abro yo —dijo Dorian, levantándose como un resorte.
Recorrió el pasillo y llegó finalmente a la entrada. Abrió la puerta y se mostró encantado con el repartidor de pizza, dándole una propina mucho más que interesante. Cuando volvió con la gran caja, las tres ya estaban cuchicheando sentadas en el gran sofá.
—¿Preferís que os deje solas? —se burló, imitando las mismas palabras que Vera había pronunciado antes.
—Oh, en absoluto —dijo Nora—. Prefiero que estés cerca.
—¿No te fías de tus encantadoras amigas?
Vera se incorporó, levantándose rápidamente y aproximándose hasta él.
—Muy gracioso —dijo, arrebatándole la pizza de las manos—. No nos hagas enfadar.


La caja de pizza vacía anunciaba que había logrado quitar el hambre de los cuatro, que ahora se encontraban algo dispersos; Nora y Vera en el sofá, mientras que Dorian permanecía pegado a la mesa de cristal, con los codos apoyados en la superficie transparente. Por su parte, Cata daba inocentes vueltas sobre el salón, tratando de apaciguar su sed de curiosidad.
—Vaya, ¿esta es Angy?
Ante esas palabras, la mente desconectada de Dorian se activó en una milésima de segundo. Levantó la cabeza y encontró a Cata justo delante de la gran estantería de madera maciza en la que Nora había colocado varias fotos, entre ellas la de Ángela. Sintió una fuerte sacudida en su interior, tragando saliva y cambiando su expresión inconscientemente.
—Sí —dijo Nora—. Me gusta tenerla presente, aunque el modo no sea el más adecuado.
—Me parece una gran idea por tu parte —apuntó Vera—. Aunque no quieras admitirlo, eres muy familiar.
—Claro que lo soy, razón demás para no olvidarme de mi propia hermana. —Se alborotó el pelo con las dos manos—. Si no fuera por mí, creo que habríamos perdido el contacto hace mucho.
—No la tomes con ella —bufó Vera—. Le encanta su trabajo, ella misma nos lo dijo.
—Sí, recuerdo muy bien sus palabras perfectamente delimitadas —masculló Nora—, aunque es imposible olvidar la otra parte. Menudo discurso.
—Fue muy bonito —comentó Cata, iluminándosele la cara—. Tu hermana sonó muy sincera.
—¿La conocéis? —preguntó Dorian, frunciendo el ceño. Estaba sorprendido por esa nueva información hasta ese momento desconocida para él.
—¿Pero qué te pasa? —espetó Nora—. Claro que la conocen. Ha sido la madrina de nuestra boda, por si acaso lo has olvidado…
—Sí, pero no me refiero a eso. —Se pegó contra el respaldo de la silla—. ¿Ya la conocían antes…?
—¿Antes de la boda? —aventuró Vera—. Sí. Es una chica simpática, es muy agradable, aunque no se parece en nada a Nora. Es más reservada…
Dorian asintió por dentro. Desde luego, ese detalle era el primero que saltaba a la vista con echarle un simple vistazo a esa mujer que se pasaba la vida entera subida en un escenario.
—¿Qué fue lo que os dijo? —preguntó, intentando comportarse como un hombre tranquilo.
—Algo que no entraba dentro de sus planes, seguro —opinó Nora.
—¿El… qué?
—Nos comentó algo de su pasado… sentimental. —Puso los ojos en blanco—. ¿Puedes creértelo? Jamás me había dicho nada, Dorian. Me enteré al mismo tiempo que ellas. —Apretó los puños, recordando ese momento en el que conoció un poco mejor a su hermana mayor—. Fue muy desconcertante. Siempre creí que mi hermana era una especie de mujer con el corazón de hielo y cuando comenzó a hablar se transformó totalmente, hablando de un príncipe azul que ni siquiera estoy segura de que sea alguien real.
—¿Príncipe azul?
—Lo sé, es muy raro viniendo de los labios de Angy —apuntó Nora—. Creo que eso es evidente hasta para ti, que apenas sabes cosas de ella. —Chasqueó la lengua—. No sé, aún no comprendo cómo puede ser así. Es decir, entiendo que prefiera guardarse cosas para sí misma, pero creo que no presentar nunca a la familia al hombre con el que sales durante bastante tiempo me parece demasiado extraño. ¿Tú que opinas?
—¿Yo? —Dorian se estremeció—. ¿Sobre qué?
—¿Te parece normal que Angy estuviera durante varios años con un hombre y lo guardara en secreto sin que nadie de la familia lo supiéramos?
Fue una descarga de adrenalina en su cuerpo. Estaba seguro de la verdad: ese misterioso hombre era él mismo, porque sabía con certeza que había sido la primera relación estable de Angy.
—Quizás tendría sus motivos…
—¿Qué motivos? —gruñó Nora—. No sé qué motivos podría tener para desconfiar de nuestros padres o incluso de mí. Soy su hermana. Creo que un lazo tan fuerte como ese debería bastar para poder confiarse secretos, ¿no?
—Si tu hermana siempre ha sido así de reservada deberías respetarla —comentó Vera, que seguía con aspecto informal—. No todo puede decirse.
—No te pongas de su parte, Vera. —Arrugó la frente—. Ponte en mi lugar. ¿Cómo te sentirías si un buen día tu hermana te confesara abiertamente que no era la persona sentimentalmente inadaptada que aparentaba ser? —Puso los ojos en blanco—. Y encima esa forma de hablar. Os aseguro que nunca la había visto de aquella manera. Su cara… brillaba. Era como si se debatiera entre una lucha interna y la manifestación de sus sentimientos.
—Eso se llama amor, Nora —canturreó Vera—. No soy demasiado sentimental, pero tienes que admitir que tu hermana sabía de lo que hablaba.
—Por Dios, Vera —refunfuñó—. Es actriz. Sabe cómo captar la atención del público.
—¿Qué dijo? —insistió de nuevo Dorian, presa de unos nervios recién aflorados.
—Resultaba tan… convincente —susurró Cata—. Parecía totalmente encandilada… —Se mordió el labio al darse cuenta de que empezaba a fantasear—. Pero mejor hablemos de otra cosa, no queremos aburrirte.
—Oh, no. Para nada —saltó Dorian—. Me gustaría… oírte. Parece que eres buena narradora.
Vera ahogó una risa.
—Genial, Dorian. Acabas de darle alas. No sabes lo que has hecho.
—¡Vera! —gruñó Cata—. Eso no es verdad.
—Claro que sí.
—Chicas, dejadlo ya —masculló Nora—. Si Dorian quiere oírlo, adelante. Pero creo que vas a aburrirte. Aunque supongo que así conocerás una faceta desconocida de mi querida hermanita. —Suspiró—. Cuéntaselo Cata. A ti se te da mejor que a las demás.
Ruborizándose en cuestión de un segundo, Cata se removió en el sofá y puso cara de estar recordando. Tras un poco de silencio mezclado con incertidumbre, comenzó a hablar.
—Verás, insistimos un poco para que nos diera su punto de vista. Suponíamos que ella tiene más experiencia y conseguimos que al final nos hablase de un chico con el que estuvo saliendo durante un tiempo.
—¿Sí? ¿Cómo se llamaba? —Dorian estaba prácticamente al borde del colapso al creer que iba a escuchar su propio nombre, aunque en el fondo era una completa locura.
—Ulises —susurró Cata, completamente metida en el papel—. Dijo que él se llamaba Ulises.
Sintió una patada bastante real a la altura de las costillas. Un telón imaginario acababa de caerse, dejándole al descubierto de unos celos que no tenían ni el más mínimo sentido.
—Ulises…
—Dijo que le quería muchísimo —continuó Cata—. Aseguraba que vivió los mejores momentos a su lado.
—¿Y… cómo era físicamente?
—Pues ahora que lo preguntas, yo diría que se parece bastante a ti —bromeó Nora.
—¿Por qué lo dices?
—No lo sé. Lo describió de una manera tan concreta que tu imagen se dibujó en mi memoria. —Sonrió como una idiota—. Pelo castaño, ojos preciosos, fuerte atractivo… Encajas en la descripción, ¿no crees?
—Cata, sigue —susurró Vera.
—Nos contó que había encontrado a su alma gemela o algo así. Se la veía muy segura de lo que decía… —Hizo una pausa—. Aunque lamentablemente la historia no acabó de la manera que esperábamos.
La sangre se le heló en las venas. Estaba seguro de lo que escucharía a continuación. Las piezas del puzzle parecían encajar silenciosamente sin que ninguna de ellas se diera cuenta.
—¿Él la dejó?
—Oh, no —se adelantó Nora—. Y eso es lo más alucinante de todo. Fue Angy la que abandonó la relación. Dejó a ese pobre chico. —Levantó las palmas en el aire, mostrando indignación—. ¡Y todo por el teatro! ¿Te lo puedes creer?
En ese momento su mundo se vino abajo al descubrir la verdad; esa verdad que se había empeñado en no olvidar, y al parecer ella tampoco. Temblaba disimuladamente, siendo consciente del paso enorme que había dado Angy al confesar algo como aquello. Tenía sentido el cambio de algunos detalles, ya que era ilógico que hubiera perdido la cabeza para pronunciar el mismo nombre del marido de su hermana.
—¿Lo dejó por el teatro?
—Sí —confirmó Cata—. Aunque también dijo que era lo más doloroso que había tenido que hacer en toda su vida.
—Eso es algo que no entenderé jamás —gruñó Nora—. Si tanto le quería, ¿por qué eligió en primer lugar el teatro?
—A veces esas cosas ocurren —dijo Vera, incorporándose levemente—. Angy perseguía su sueño y tuvo que sacrificar todo lo demás. Ella misma aseguró que no fue nada fácil.
Dorian estaba teniendo alucinaciones, mezclándose con un presente y un pasado igual de tóxicos.
—¿Y qué fue lo que le dijo? —preguntó, temeroso de la respuesta—. ¿Qué le dijo para romper con él?
—Pues… —susurró Cata, tratando de acordarse—. Dijo que…
—Le dijo que no soportaría estar separada de él —completó Nora—. Al parecer, mi hermana cree que las relaciones a distancia no funcionan, así que ni siquiera se molestó en intentarlo aún sabiendo lo mucho que le quería.
No tenía ni idea de cómo seguía de una sola pieza. El impacto había sido tan fuerte que su cerebro se había partido en dos, rememorando ese momento del pasado en el que el gran amor de su vida había decidido acabar con todo lo que tenían.
—Vaya… —susurró—. Qué historia…
—Esa es la misma reacción que tuvimos nosotras —apuntó Vera—. Algo realmente desconcertante.
—¿Y qué pasó con él? ¿Nunca más volvió a verle? —preguntó, otra vez con la sensación de estar simultáneamente en el infierno y en el paraíso—. ¿Ni siquiera le dio una oportunidad?
—No —espetó Nora—. Angy nos dijo que, literalmente, ella fue la que salió corriendo. Se marchó, así sin más, queriéndole con todas sus fuerzas pero al mismo tiempo negándose a sí misma la oportunidad de ser feliz con él.
Unas mil dentelladas atravesaron su mudo corazón. Permanecía serio, pero por dentro experimentaba una creciente ola de calor. Por primera vez, tenía fuertes deseos de llorar por esa mujer que, en cierta manera, había vuelto a recuperar.
Tras esa historia insólita, el salón se volvió aún más grande por el silencio que se creó entre ellos cuatro, pensando en esa curiosa narración llena de sentimientos truncados por las malas decisiones.
—Es un simple comentario, pero por la forma en la que habló, creo que sigue enamorada de ese hombre —apuntó Cata—. Sea quién sea…
—¿Tú crees? —dejó escapar Dorian, con el corazón preparado para abandonar su pecho de un momento a otro.
—Estoy segura. La cara se le iluminaba cada vez que hablaba de él. Intentaba ocultarlo, pero es evidente que no ha podido olvidarle.
—Apostaría que a día de hoy se arrepiente muchísimo de lo que hizo —comentó Vera.
Eso suponía toda una revelación. Una opinión totalmente objetiva, fuera de su propia perspectiva, contaminada por el continuo fluir de viejos sentimientos reprimidos.
—¿Entonces… pensáis que Ángela podría volver con él? ¿Si volvieran a encontrarse tal vez se darían otra… oportunidad?
—Eso si él decidiese perdonarla…
—Bueno, en el caso de que así fuera, ¿creéis que volverían a estar juntos?
Nora arqueó las cejas ante el repentino interés de Dorian.
—¿Por qué te interesa tanto? —espetó.
Dorian sintió un latigazo por toda la espalda. Acababa de darse cuenta de que estaba preguntando demasiado, y de seguir así terminaría por empeorar la situación. Debía pensar en algo que fuera creíble.
—Bueno, creo que preguntar es la única forma de conocer un poco más a tu hermana. Apenas sé nada de ella… —Se rascó la barbilla—. Así puedo hacerme una idea de su… personalidad.
El rostro de Nora se relajó un poco.
—Sí, tienes razón. Si dependieras de Angy para averiguar cosas, me temo que pasarían años antes de que pudieras enterarte de mucho.


La noche se expandía por el cielo oscuro pero Dorian no podía dormir. La sola idea de imaginarse una mínima posibilidad con ella le hacía sentirse ingrávido, con una sonrisa que no desaparecía bajo ningún concepto. Estaba agradecido con Cata y Vera; de no ser por ellas no habría podido descubrir esa gran verdad que, por otra parte, ya conocía. Ya no tenía ninguna duda, no podía tenerla. El asunto prioritario estaba claro, sobre todo ahora que contaba con la opinión de dos mujeres ajenas a todo ese caos.
Aún recordaba todos esos pequeños instantes que había compartido con Angy justo antes de la boda. Tal y como esperaba, sus ojos verdes no habían sido capaces de mentir, y ahora más que nunca tenía en su poder esa maravillosa sensación avivándole el pecho: Angy seguía locamente enamorada de él.


45


El apartamento de Evan estaba algo revuelto; no era demasiado experto en mantenerlo todo en orden durante demasiado tiempo, por eso Angy quería echarle una mano, comportándose como una hermana.
Estaban en la cocina, compartiendo un rato de charla y dos tazas calientes de café.
—Creo que deberías salir un rato —apuntó Evan.
—Mejor no —susurró Angy—. No quiero que pase lo de la última vez.
—¿Y cuál es tu plan? ¿Quedarte encerrada en casa viendo alguna película tristona?
—Puede que esa sea la opción más conveniente.
Él puso los ojos en blanco, moviendo los labios.
—O también podrías quedarte aquí —propuso—. Podríamos hacer algo. Hace mucho que no salimos tú y yo de marcha.
—Creo que alguien se enfadará si descubre que estoy aquí.
—Estamos tomando un café —masculló Evan—. No creo que sea para tanto.
—Ya sabes a qué me refiero. Ella no lo ve de esa forma…
Sintió unas leves nauseas en el estómago. No lo había pensado demasiado, pero ahora que tenía a Evan justo delante de ella, le parecía injusto seguir callando, porque él merecía saber lo que había hecho.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, alarmado por la expresión extraña de su amiga—. No tienes muy buena cara.
—Oh, estoy bien de verdad.
—¿Segura?
Angy se limitó a asentir con la cabeza en varias ocasiones, intentando convencerse más así misma que a Evan.
—¿Hay algo que deba saber?
Angy apretó los labios, consciente de que debía decirle la verdad.
—La verdad es que sí.
—Vale, dispara.
Sintió un malestar repentino por todo su cuerpo, bombardeándola con mensajes subliminales llenos de culpabilidad.
—Evan, yo… Maldita sea, lo siento mucho. Ha sido por mi culpa.
Su amigo no tenía ni idea de a qué se estaba refiriendo.
—¿Tu culpa? ¿De qué hablas? —Frunció el ceño—. Tu no tienes la culpa de que Martina esté indecisa. No tienes nada que ver, Angy. Ya te lo he dicho varias veces. No es tu culpa si no logra entender la estrecha relación que tenemos.
—Yo he conseguido que se distancia todavía más de ti…
—¿Es que no has escuchado lo que acabo de decirte?
—Me temo que eres tú el que tiene que escucharme.
Una expresión de incertidumbre le cubrió el rostro. Mantuvo el tipo durante unos largos segundos.
—Vale, ahora sí que no entiendo nada.
Ángela suspiró y movió la cabeza en todas direcciones, con la esperanza de encontrar el valor de decirle a su amigo lo que había hecho.
—No sé cómo decírtelo…
—¿Decirme qué? —gruñó—. ¿Qué has hecho?
Ella se mordió el labio, dispuesta a soltárselo directamente, sin trapos calientes.
—He… hablado con Martina.
Estudió su expresión. Nada parecía haber cambiado.
—¿Y?
—¿No vas a decirme nada?
—¿Por qué habría de hacerlo?
Sin querer, Angy puso los ojos en blanco.
—Te digo que he hablado con tu novia sin que tú lo supieras, ¿y no vas a decirme nada?
—¿Qué quieres que diga?
—¿Acaso no estás… enfadado conmigo? —susurró—. Lo he hecho a tus espaldas…
Evan se rascó el mentón, pensativo.
—A veces no tengo ni fuerzas para enfadarme, y mucho menos con alguien como tú.
—Pero… —Parpadeó rápidamente—. No lo entiendo.
—¿Y crees que yo sí? —dejó escapar, acompañando su expresión con una repentina sonrisa—. De todas formas no te preocupes. Ya lo sabía.
—¿Lo sabías? —repitió ella—. ¿Sabías que había hablado con Martina?
—Sí —confirmó—. Ella me lo dijo.
—Genial —gruñó Angy—. Sinceramente, esperaba que no lo hiciera.
Evan sacudió la cabeza, sin cambiar de actitud.
—¿De verdad creías que una mujer como Martina iba a quedarse callada?
—Confiaba en que sería capaz de comportarse como una mujer… adulta. Le dejé bien claro que tú no tenías nada que ver, pero ya veo que es imposible mantenerte al margen.
—Son mis problemas, Angy. Es imposible mantenerme alejado de ellos.
Ella sentía un nudo en el estómago, una culpabilidad que se volvía palpable por el simple hecho de respirar.
—¿Y qué fue lo que te dijo? —preguntó, pero al mismo tiempo no quería saberlo.
—No creo que quieras saberlo.
—¿Por qué? —Arrugó la frente—. ¿Qué fue lo que te dijo?
—Pues… —Hizo una leve pausa—. Bueno, lo cierto es que me dijo que estaba muy confundida y que necesitaba un tiempo para darse cuenta de lo que verdaderamente siente por mí, así que por el momento, no tienes que volver a preocuparte.
La expresión de Angy se volvió literalmente de hielo. Abrió la boca pero no dijo nada. Por nada del mundo habría esperado una respuesta de tal calibre.
—Tranquila —dijo Evan—. Estoy bien, de verdad.
—Pero…
—Angy, en serio. No es la primera vez que alguien me deja.
Ángela soltó un bufido parecido al de un gato fuera de sí. Eran escasas las ocasiones en las que perdía la razón, pero esa acababa de convertirse en una de ellas.
—¿Se puede saber qué ha hecho?
—Lo mismo que haría cualquier otra mujer en su situación, supongo. Poner tierra de por medio para evitarse quebraderos de cabeza innecesarios.
—Pero…
—Deja de repetir esa palabra, Angy. Soy mayorcito. Puedo encajar el golpe.
Angy se dejó caer sobre su asiento, totalmente abatida y arrepentida.
—Angy —dijo Evan—. No hagas eso. No te tortures. Si yo estoy bien, tú también deberías estarlo.
—Ha sido por mi culpa —dijo de nuevo—. He sido una estúpida. Creí que si conseguía hablar con ella a solas podría lograr que entendiera la situación. —Escondió la cara entre sus manos—. ¡Qué he hecho!
Evan soltó una risita tranquilizadora.
—Lo cierto es que no es para tanto.
Angy volvió a tener acceso visual, apartando las manos.
—No digas eso, Evan. Sabes que no es verdad. Claro que es para tanto. Por mi culpa Martina te ha dejado.
—No.
—¿Cómo qué no?
—Escucha, el problema no eres tú. —Desvió la mirada hacia arriba—. No niego que comenzaba a sentir cosas realmente especiales por ella, pero no podía retenerla a mi lado si no era eso lo que quería. No creo que tu decisión de hablar con ella complicase la situación.
—Desde luego que sí. La confundí más todavía.
—Te digo que no —insistió Evan—. Mira, ni siquiera llevábamos el tiempo suficiente para decir que estábamos locos el uno por el otro. Unos pocos meses no aseguran nada, así que no creo que deba echarme a llorar porque haya decidido seguir con su vida y que yo ya no esté en ella. —Resopló con énfasis—. Al menos lo intentamos, y sé que he sido honesto todo el tiempo. Si no ha funcionado, no puedo cerrarme en banda, así de sencillo. Ya me llegará otra oportunidad.
Angy no sabía ni qué pensar. Desde luego, sus buenas intenciones se había ido por el desagüe, acabando con la relación de su amigo. Se sentía totalmente abatida; una extraña sensación de malestar que le recorría las venas.
—Me siento fatal —susurró.
—No tienes por qué.
Le clavó la mirada, aturdida.
—No entiendo cómo puedes seguir defendiéndome después de esto.
Evan esbozó una sonrisa que parecía totalmente sincera, vacía de odio hacia ella.
—Sería un idiota si no lo hiciera. No haces más que ayudarme, y aunque te cueste creerlo, me alegro de que decidieras hablar con ella. Así al menos no tengo que seguir aguantando sus oleadas de celos. Eso es algo que jamás me ha gustado.
—De eso precisamente se trata… se trataba. Entiendo lo que podía sentir al vernos juntos, por eso decidí hablar con ella sin rodeos, tal y como me pidió, y ahora veo que lo único que he conseguido es que salga huyendo…
—Angy, déjalo ya —susurró—. Es imposible que puedas torturarte más. No tiene remedio, así que ya vale. ¿De acuerdo?
Por primera vez, pareció ceder. Estaba claro que ya no tenía solución, o al menos no demasiadas probabilidades de encontrar una.
—¿Sabes? Creo que eres la única mujer que no sale espantada cuando me ve.
Ángela no le estaba escuchando. Tenía la cabeza llena de pensamientos que comenzaban a bombardearla con enojo.
—Ahora desearía que todas sus absurdas especulaciones fueran reales —espetó, rabiosa como un perro.
—¿Qué?
—Ojalá fuera cierto que tú y yo estamos juntos, así al menos tendría una razón de peso para mantener la conciencia tranquila por lo que ha hecho —rugió—. No puedo creérmelo. ¿Cómo ha sido capaz de hacer algo así? Lo único que quería era ayudarla; despejar cualquier tipo de duda, y ahora veo que ha sido lo peor que podía hacer…
—Angy, ni pienses por un segundo que tú has tenido la culpa. Sabes que yo habría hecho exactamente lo mismo por ti, así que no creo que debas perder el tiempo en algo como eso. Ya es agua pasada. —Esbozó una sonrisa tranquilizadora—. Ya vuelvo a ser el de antes, ¿no te alegras?


46


Dorian y Nora habían salido a dar una vuelta con Ray. Al parecer, se llevaban bastante bien, así que Dorian no tenía que preocuparse lo más mínimo.
—Podemos ir a un bar que conozco.
Nora le interrogó con la mirada, sorprendida por el comentario.
—Ni siquiera ha anochecido —apuntó Dorian—. ¿Ya quieres emborracharte?
—No, únicamente quiero refrescarme la garganta —alegó—. Pero si preferís hacer otra cosa…
Mientras se planteaban las distintas alternativas, continuaban con su largo paseo. Todo iba bien hasta que Nora se quedó rezagada, parando en seco. Los otros dos continuaban con la conversación.
—Esperad —dijo Nora—. ¿Qué es esto?
Dorian se dio la vuelta y encontró a su mujer observando atentamente el escaparate de lo que parecía ser una tienda de cartomancia, brujería o algo parecido.
—Vaya, ¿quieres entrar? —aventuró Ray.
Nora no contestó. Eso significaba que estaba planteándoselo. Dirigió la mirada a su marido.
—¿Qué? —masculló Dorian—. ¿No pensarás entrar ahí?
—¿Por qué no? Podemos… echar un vistazo.
Dorian se cruzó automáticamente de hombros. Se negó en rotundo.
—De eso nada, Nora. Todo eso no es más que un puñado de mentiras.
Sus palabras no surgieron ningún efecto sobre ella ni tampoco en Ray.
—Me gustaría echar un vistazo. No creo que eso vaya a hacernos daño, ¿no?
—Oh, vamos —exclamó Ray—. ¿Desde cuándo te dan miedo unas insignificantes cartas?
Dorian puso los ojos en blanco.
—No me dan miedo esas cosas, es sólo que no entiendo cómo queréis perder el tiempo de forma tan absurda.
—Es para probar —comentó Nora—. No puedes decirme que no.
—¿Y eso por qué?
—Soy tu mujer. —Se mordió el labio intencionadamente—. Se supone que debes complacerme de cualquier manera, y ahora quiero que una vidente me eche las cartas.
Ante el mensaje directo de Nora, Ray literalmente rompió en carcajadas, apoyando las manos sobre las rodillas, arqueado.
—¡Tocado y hundido! —chilló—. No tienes escapatoria, colega.
Dorian suspiró, metiéndose las manos en los bolsillos.
—De acuerdo, si vosotros queréis ir, por mí no hay ningún problema —gruñó—, pero yo me quedo aquí. Nunca he creído en ese tipo de cosas.
Nora volvió a la carga, sin intención de hacerle cambiar de idea.
—¿Nunca has sentido curiosidad? —preguntó Nora.
—Siento decepcionarte, pero no.
Nora cambió sus angelicales ojos por unos todavía más suplicantes.
—Por favor, cielo… Quiero que tú también estés presente.
—Sí, cielo —bromeó Ray—. Deja que alguna señora con una bola de cristal te lea el futuro.
La discusión no parecía llegar a ninguna parte, así que a Dorian no le quedó más remedio que ceder, igual que otras veces.
—Espero que tengáis los ojos bien abiertos. La de cosas absurdas que este tipo de gente está dispuesta a decir…
Ray entró en primer lugar, seguido de Nora y por último Dorian. La tienda era de dimensiones reducidas, pero acogedora. Las paredes estaban curvadas, con un llamativo color añil; las velas blancas estaban encendidas en la mayor parte de los rincones, y se podía respirar el aire cargado de incienso.
—Bienvenidos —dijo una mujer al fondo del todo, cubierta parcialmente por las sombras—. ¿En qué puedo ayudarles?
Dorian quiso intervenir, antes de hacer cualquier cosa de la que tuviera que arrepentirse.
—Estamos mirando, nada más…
No terminó de decir completamente la frase cuando se dio cuenta de que Nora ya estaba caminando hacia esa mujer.
—En realidad, queríamos preguntarle algo. —Nora retorció alternativamente los pies, nerviosa—. Me gustaría saber si… podría leernos las cartas.
La expresión de la anciana no cambió para nada. Se limitó a asentir con la cabeza.
—Desde luego, pero entonces debo pedirles que me acompañen abajo.
—¿Abajo?
—No me gusta que nada me distraiga cuando estoy haciendo el trabajo más importante, por eso tengo un pequeño cuarto destinado a esa parte.
Nora se volvió con gesto algo compungido.
—¿Qué decís?
—Creo que quiero probar —musitó Ray—. Tiene buena pinta.
Dorian le estaba fulminando con la mirada; así no le ayudaba lo más mínimo.
—Entonces, síganme. —Abrió una portezuela de la pared posterior—. Tengan cuidado con los escalones. Son algo resbaladizos.
Como si se tratara de alguna especie de cuento terrorífico, los tres siguieron a la mujer por un pasillo descendente a través de una escalera de caracol, con escalones de piedra.
—¿No es alucinante? —susurró Nora.
—Ya lo creo —corroboró Ray, que también parecía bastante impresionado.
Dorian permanecía callado, prefiriendo abstenerse de hacer cualquier comentario.
Entraron en otra sala aún más oscura, sin ventanas; la única iluminación consistía en grandes velas sobre candelabros de hierro oxidados.
—Siéntense, por favor.
Los tres se sentaron en tres sillas algo cubiertas de polvo, expectantes.
—¿Por qué han decidido hacerlo? —preguntó la mujer—. ¿Quieren saber algo en concreto?
—En realidad, no —comentó Nora—. Es nuestra primera vez y… queríamos saber de qué va todo esto.
La anciana arrugó la frente.
—Esto no es ningún juego. Me tomo mi profesión muy en serio, señorita.
—Oh, por supuesto que sí —se apresuró a decir—. No quería ofenderla. Es que estoy algo nerviosa.
La mujer hizo aparecer una baraja de cartas con caracteres totalmente extraños y fantasmagóricos, alternando las cartas de forma aleatoria.
—¿Quién quiere empezar?
—Yo misma —espetó Nora. Estaba claro que se moría por saber cosas desconocidas de su propia vida.
—Bien. —Separó la baraja en dos mitades simétricas—. Elija una mitad.
Nora alargó el brazo y posó la mano sobre la mitad que se encontraba a su derecha.
—Ahora, concéntrese en su presente.
—Oh, por favor… —dejó escapar Dorian.
La anciana levantó la vista, clavándole los ojos con una expresión totalmente fría.
—Señor, si tiene algún problema con lo que hago no tiene por qué quedarse aquí —espetó—. Pero yo que usted lo haría. Presiento que tiene un aura algo perturbada.
Reprimió las ganas de contestar y apretó las mandíbulas. Quería largarse cuanto antes, pero no podría hacerlo si interrumpía cada cinco segundos.
—Veo que es usted una mujer renacida de sus propias cenizas. No ha tenido una vida nada fácil pero ahora está orgullosa con lo que tiene entre manos. Ha experimentado grandes cambios, sobre todo por el anillo que lleva en su dedo. —Hizo una pausa—. Tiene mucho carácter, pero también sabe ser alguien dulce, cariñosa. Le gusta que la hagan sentir importante. Quiere tener un sentido en la vida y ahora parece que lo ha encontrado. No quiere lujos innecesarios, pero está conforme con su estilo de ver las cosas. —Carraspeó—. En cuanto a su trabajo, veo que tiene grandes dificultades y conflictos con alguien superior, probablemente su jefe. No quiere echar a perderlo pero sabe que un día terminará por estallar, pero le recomiendo que no lo haga. Eso es justo lo que esperan que haga, así que no debe darles esa satisfacción.
—No pienso hacerlo —dijo Nora, manteniéndose parcialmente estable.
—También veo futuros conflictos con él —dijo, señalando con la mirada a Dorian—. Le ama, pero a veces tienen opiniones muy distintas sobre las mismas cosas. Debe estar alerta. No puede bajar la guardia, porque nunca se puede estar cien por cien seguro de las personas que nos rodean. Nada es lo que parece, incluso lo que está a simple vista puede pasar desapercibido si no tenemos en cuenta pequeños detalles que escapan a nuestro control.
—¿A qué se refiere?
—No debe suponer nada de antemano. Debe vivir el día a día y olvidarse de un futuro que quizás no llegue a suceder. Aprenda a estar atenta a cualquier precio. Los sentimientos pueden acabarse pero es usted la que decide si su vida termina con ellos o si por el contrario puede encontrar otro camino que hasta la fecha nunca había considerado posibles.
Nora se removió en su asiento.
—¿Me está diciendo que mi matrimonio no va a durar?
La mujer vaciló por primera vez.
—Yo veo posibles problemas o complicaciones. Está en ustedes encontrar posibles soluciones. Las cartas advierten del posible destino que puede acontecer, pero no es totalmente infranqueable. A veces puede cambiarse si uno se esfuerza.
Nora sintió y se retiró un poco, con el rostro algo desencajado.
—Ahora usted —dijo la mujer, dirigiéndose a Ray.
—¿Por qué no mejor él?
La anciana negó con la cabeza.
—Prefiero dejar la parte más… conflictiva para el final. —Repitió el mismo proceso con las cartas—. Señor, elija una mitad.
Ray posó sus dedos sobre la mitad de cartas que había situada a su izquierda. La mujer escrutó las cartas como si tuviera en los ojos alguna especie de escáner.
—Veo que tienes talento —aseguró—. Te esperan grandes éxitos en el terreno laboral, aunque eso depende de la estabilidad emocional que tenga tu jefe. —Desvió la mirada hacia Dorian—. A veces puede tener grandes cambios de humor.
Ray se quedó con la boca abierta, sin poder dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—¿Cómo lo ha hecho? —preguntó—. ¿Cómo lo ha sabido?
—Por favor, no me interrumpa. No quiero perder la concentración. —Asintió con la cabeza, cerrando los ojos durante varios segundos—. Bien, observo que en la vida amorosa se ha topado con alguien inesperado. Probablemente una mujer que le ha cautivado hasta el extremo, sintiéndose realmente afortunado. Por suerte, ella siente lo mismo que usted, y si consiguen mantener la relación a buen recaudo, fuera de opiniones ajenas, su amor llegará todo lo lejos que ustedes quieran.
Un nuevo silencio invadió el cuarto. La mujer seguía con su particular ritual.
—No obstante —aclaró—, yo en su lugar me ocuparía de cuidar la relación con su hermano. Las constantes peleas pueden desembocar en un conflicto mucho mayor e incluso irreparable.
—¿Qué me aconseja que haga? —preguntó Ray, que parecía haberse convertido en un flan.
—Mantenga una conversación animada; hágale partícipe de sus logros y diversiones. Un hermano es un miembro esencial en la vida de uno. No malgaste el tiempo con personas que no merecen sus halagos.
Ray asintió en silencio, con la carne totalmente de gallina, perplejo.
—¿Le gustaría saber algo… más?
Él negó con la cabeza, aturdido.
—Creo que no. Para ser la primera vez, ha sido más que convincente.
—Gracias.
Dorian sintió una molestia por el estómago. Era su turno. Estaba algo asombrado por lo que había dicho de Ray, pero dudaba que pudiera descifrar el complicado algoritmo que le invadía la mente desde las últimas semanas.
—¿Quiere que lea sus cartas o… prefiere que no lo haga?
Un ligero escalofrío le recorrió la nuca. Esa mujer le miraba de una forma muy extraña, como si pudiera ir más allá del contacto visual.
—Sí —susurró Nora—. Hágalo, por favor.
La anciana asintió y comenzó a mover las cartas en todas direcciones, asegurándose de que estuvieran bien barajadas.
—Concéntrese en su presente —susurró.
Dorian apretó las mandíbulas con más fuerza. No dejaba de pensar en lo ridículo que resultaba todo eso.
—Elija una mitad.
Dorian alargó el brazo sin ningún entusiasmo y posó el dedo índice sobre el montón de cartas que descansaban a su mano derecha.
—Bien —dijo la mujer, tomándose más tiempo que antes.
—¿Y bien? —gruñó Dorian, incapaz de contener su descontento.
—Es usted un hombre enamorado —anunció—. Es feliz, pero no de la manera más adecuada. No al menos de la forma en que le gustaría serlo.
El primer disparo había dado prácticamente en la diana. Simple coincidencia, quizás.
—Toma sus propias decisiones pero tiene la costumbre de luchar contra un pasado que no deja de atormentarle, sobre todo ahora que viejos demonios de su pasado han vuelto a encontrarse con usted, provocándole toda una serie de dudas acerca de lo que quiere, y de lo que se supone que debe querer.
El latigazo en sus sienes le aceleró el pulso cardíaco. Estaba atónito por esas palabras que salían automáticamente de los labios de esa vidente que al parecer tenía la verdadera virtud de tener conocimiento de lo que ocurría.
—¿A qué se refiere? —preguntó Nora, con un tono de voz diferente.
—Me refiero a que su marido posiblemente está atrapado entre su pasado y su futuro. —Fijó de nuevo sus negros ojos en los de Dorian—. Las cartas me indican que aún se siente herido por decisiones que alguien tomó por usted, provocándole un intenso dolor que creía que no podría superar.
Se estaba volviendo del mismo color que la cera de las velas. No podía tragar saliva, y mucho menos pensar con claridad. ¿Acaso le estaban gastando una broma pesada?
—Tiene que elegir. Debe obedecer a su sentido común o dejarse llevar por lo que siente realmente. No se puede tener todo en esta vida. A veces puede perder, pero tiene la obligación de hacer lo que más le convenga, aunque eso suponga el conflicto directo con los demás.
—Dorian, ¿de qué está hablando? —quiso saber Nora, con una expresión mustia.
—No lo sé —fingió—. No tengo ni idea de lo que está diciendo. Yo no tengo… dudas. No estoy atrapado en mi pasado. Es absurdo…
La mujer ni siquiera se inmutó. Estaba claro que sabía lo que se hacía.
—Puede ignorarlo, pero su vida ahora comienza a dividirse en dos, y no puede continuar hacia delante a no ser que se decida por un asunto u otro. Tiene miedo de lo que siente por dentro, pero sabe que, si bien puede engañar a los demás, no puede hacerlo consigo mismo.
—Eso es… —Se llevó la mano a la cabeza—. Se lo está inventando, señora.
—Yo leo lo que me dicen las cartas. No tengo por costumbre inventarme la vida de las personas que deciden acudir a mí.
—No deberíamos haber venido —espetó Dorian—. Puede que haya acertado con ellos dos, pero le aseguro que conmigo se está equivocando por completo.
—Puede ser. No siempre puedo verlo todo, pero de lo que sí estoy segura es de una cosa. —Recogió las cartas—. No puede desentenderse de un amor que no ha sido del todo olvidado. Las mujeres pueden ser el arma más peligrosa y creo que usted se encuentra en la cuerda floja. Adora a su esposa, pero creo que debe replantearse algunas cosas. Su matrimonio puede que le sirva por ahora, pero lo más aconsejable es que estabilice su vida lo antes posible, si no quiere perder ambas partes.
—¿Qué partes?
—Ya se lo he dicho —susurró—. Su presente y pasado.
Nora estalló en mil pedazos, con los ojos irradiando llamaradas.
—Vale, creo que ya he oído bastante —masculló para sí misma, levantándose de su asiento—. Vámonos.
Dorian observó cómo su mujer abandonaba rápidamente el cuarto, seguido de Ray, que al parecer tenía intención de desaparecer. Sacó de su cartera unos cuantos billetes y se los entregó a la mujer, justo antes de salir a buscarla.
—Recuerde —susurró la anciana—. No se puede huir del destino. El pasado, antes o después nos acaba encontrando.


Buscó por todas partes pero no conseguía dar con ella. Temía que su secreto hubiera sido mostrado al mundo, dejándole en un estado catatónico. Cuando creía que no iba a encontrarla, la vio a lo lejos, caminando sin parar. Tras una pequeña carrera, la alcanzó.
—Nora, espera. —Alargó el brazo y la agarró de la muñeca, consiguiendo que se parase—. ¿Qué te ocurre?
—Creo que eso debería preguntártelo yo a ti.
Dorian arqueó las cejas, indeciso.
—¿A qué viene esto? ¿He hecho algo malo?
Ella arrugó la frente, cruzándose de brazos. Estaba claro que el enfado emanaba de cada uno de sus poros.
—¿Cómo se supone que debo interpretar lo que ha dicho esa mujer?
Su pregunta tenía sentido. Acababa de caer en la cuenta; Nora quería un explicación de la información que la anciana les había proporcionado y desde luego él también. Comenzaba a barajar la posibilidad de empezar a creer; esa mujer le había dicho cosas que nadie conocía. Por supuesto, Angy era la pieza elemental del rompecabezas, pero no podía salir a la luz.
—Espera —dijo, intentando parecer tranquilo—. ¿Estás así por lo que ha dicho esa loca?
Nora ni siquiera parpadeó.
—¡Es una patraña, Nora! ¿De verdad prefieres creer a una completa desconocida antes que a tu marido?
Ella dejó caer los hombros, invadida por la duda presente en su cabeza.
—Pero… en ningún momento lo has negado.
—¿Cómo que no? Lo he hecho varias veces, pero no podía interrumpirla cada dos segundos porque me habría sacado a patadas. —Se pasó una mano por el pelo—. ¿Lo ves? Te dije que no sería buena idea hacerlo.
—¿Y cómo lo explicas? —rugió—. Ha acertado en todo lo mío y también con Ray. ¿Por qué ha sido diferente contigo?
—No lo sé, pero tampoco tengo intención de saberlo.
—¿Acaso quieres ocultar algo?
Su corazón comenzaba a latir con más intensidad que antes. Debía aguantar esa mirada azul que amenazaba con atravesarle.
—En serio, creo que deberías dejarlo ya. No tienes ni idea de lo que puede llegar a hacer la gente con tal de conseguir dinero. No puedo creerme que esa mujer haya podido engañarte con tanta facilidad. ¿Tan poco vale mi palabra? ¿Acaso no te he demostrado de todas las maneras posibles lo que significas para mí?
Ella se dio la vuelta y comenzó a andar con ritmo rápido, deseando estar en otra parte. Él la siguió, pero manteniendo la distancia, con su subconsciente bombardeándole a preguntas que no tenían sentido.
Fue necesaria una hora para que las aguas volvieran a su cauce. Con cuidado, Dorian ganó progresivamente la batalla a esos centímetros que les separaban, con la respiración entrecortada. Observó en silencio y pudo darse cuenta de que Nora estaba a punto de romper a llorar. La cogió de la mano, esperando con calma sus palabras.
—Perdóname —dijo ella, al mismo tiempo que se elevaba sobre las plantas de sus pies para agarrarse a su cuello.
—Tranquila…
—No sé qué me ha pasado —susurró—. Es que no quiero perderte…
Él la abrazó con más fuerza y por un segundo la elevó en el aire, para después dejarla de nuevo en el suelo pero sin llegar a soltarla.
—No vas a perderme. —Le apartó el pelo de la cara—. Estoy casado contigo, y nadie más puede hacerme feliz. Te he elegido a ti, Nora. Eso implica que ninguna otra mujer está dentro de mi cabeza.
—Me daba miedo seguir escuchándola… —Suspiró—. Parecía tan convencida, ni siquiera parpadeaba. Era como si pudiera ver a través de ti, desvelando algún secreto oculto…
Dorian la besó en la frente, deseando que aquello acabase lo antes posible. Odiaba mentir a esa inocente cría, pero no le quedaba más remedio. Aún estaba demasiado conmocionado; no podía creerse que una desconocida pudiera saber tanto acerca de sus propios sentimientos, siempre guardados bajo llave.
—Prométeme que siempre estarás conmigo —sollozó Nora—. Prométeme que no te irás a ninguna parte.
Con el corazón dividido en dos y una sensación aterradora invadiéndole el torrente sanguíneo, Dorian asintió con la cabeza, rozando los labios de Nora con los suyos.
—El día de nuestra boda prometí que sería para siempre. —Le dio un beso casi imperceptible—. No tengo intención de romper mi promesa.


47


Ángela nunca llegaba tarde, pero ese día había decidido hacer una excepción. Las sábanas se habían enredado en su cuerpo y la habían retrasado algo más de media hora. Se levantó y salió corriendo, provocando que le faltara el aire cuando finalmente se refugió en la estructura de ese adorado edificio.
—¡Hola! —exclamó con énfasis—. Siento llegar tarde…
Para su sorpresa, sus palabras se perdieron en el silencio. Nadie respondió, ante lo cual levantó la cabeza, encontrándose con una estampa algo cambiada con la que no estaba acostumbrada a tratar.
—¿Por qué me miráis así? —preguntó, molesta por esas miradas inquisidoras.
—¿Cuándo ibas a decírnoslo?
Angy miró a Evan en busca de una respuesta. Todos sus compañeros estaban próximos a ella, lanzando miradas que iban más allá de la simple curiosidad.
—¿Deciros qué?
—Bueno, al parecer tienes un admirador secreto —comentó Evan—. Han traído un ramo de rosas para ti.
Ángela abrió la boca pero no emitió ningún sonido. El aire fue incapaz de salir por su garganta.
—¿Qué? —logró decir—. ¿De qué estáis hablando?
Evan se dio la vuelta y entonces pudo ver que realmente sostenía un enorme ramo de preciosas rosas rojas, con un color intenso, muy vivo.
—¿No piensas cogerlo?
A regañadientes, Angy se acercó y alargó los brazos para cogerlo. Enseguida percibió el suave aroma.
—¿Es el tío que te ligaste? —quiso saber Valentina—. ¿El de la americana azul?
—¡No! —exclamó Angy—. Es decir, espero que no lo sea. No quiero volver a verle.
—Qué pena…
—Déjalo ya, Valentina —espetó—. No quiero hablar de ese tema.
Con cuidado, buscó entre las rosas para tratar de encontrar alguna nota, pero no divisó nada parecido. Levantó la mirada, y sintió ruborizarse. Seguía siendo el centro de todas las miradas.
—¿Podemos volver al trabajo, por favor?


Evan estaba recogiendo sus cosas en la oficina. La puerta estaba entreabierta y por el rabillo del ojo divisó una sombra. Ni siquiera le hizo falta levantar la cabeza para cerciorarse de que fuera ella.
—No puedes estar ni dos minutos sin mí, ¿verdad?
Ángela pasó tímidamente al habitáculo con el rostro ligeramente encendido. Estaba claro que no le había hecho ninguna gracia lo del ramo.
—Si confiesas ahora mismo que no ha sido más que una broma, prometo no tomar represalias.
Evan se sentó sobre el borde de la mesa, con la cabeza ladeada y unos ojos divertidos, chispeantes.
—No tengo por costumbre enviarte flores, Angy.
No parecía demasiado convencida; ni siquiera parpadeaba.
—Hablo en serio.
—Yo también. —Se pasó una mano por el mentón—. No entiendo por qué te lo tomas de esa manera. Es un… elogio.
—¿Elogio?
—Ángela, la mayoría de las mujeres se sentirían halagas por una cosa así. Por una vez, creo que deberías comportarte como el resto.
Su amiga apretó las mandíbulas con fuerza, haciendo esfuerzos por no saltar estrepitosamente.
—No me mires así…
—Es que no lo entiendo —protestó ella—. Yo no quiero cosas de ese tipo. Me resultan demasiado incómodas.
—Venga, sea lo que sea, dispara —espetó Evan—. Ya nos conocemos.
—¿Qué? —susurró—. No tengo nada qué decir…
—No me lo creo. —Se cruzó de brazos—. Te has puesto pálida nada más ver el ramo. Una cosa es que no te agrade, pero otra muy distinta es ponerte del color de las paredes.
—Es que… no sé quién ha podido mandármelo. Bueno, a no ser que…
Evan desenfundó sus mejores armas para ser capaz de leer la mente de Ángela. No tardó demasiado en encontrar lo que estaba buscando.
—Vaya, entonces todo el numerito de las evasivas, además del color en las mejillas y las reacciones desproporcionadas, tienen un buen motivo. Crees que ha podido ser tu… amigo del pasado.
Ángela tardó un minuto en ser capaz de reconocerlo. Asintió levemente con la cabeza, con la mirada algo turbia.
—Al no encontrar ninguna nota, ni nada parecido, automáticamente he pensando en él y… —Su respiración se cortó—. Me he sentido confundida.
—Bueno, en ese caso, te aconsejo que te relajes. —Le guiñó un ojo—. Estoy seguro que no hablamos del mismo hombre.
Pudo ver que su amiga se relajaba de la cabeza a los pies, pero no bajaba la guardia del todo. Se devanaba los sesos por tomar el control.
—¿Y quién es? Últimamente no he tenido demasiado éxito con el sexo opuesto…
—Yo no estaría tan seguro.
Ángela se removió el pelo con sus finos dedos. Miraba en todas direcciones, incomprendida.
—Apenas hemos terminado de ensayar la obra por completo. ¿Cómo se ha enterado? —Un pensamiento se forjó en su mente al observar de cerca a Evan—. ¿Le has dejado entrar?
—Puede…
Ángela le fulminó con sus dos destellos de color verde. No podía entenderlo.
—¿Cómo se te ocurre? ¿Y qué pasa si es peligroso?
Evan se limitó a ladear la cabeza, mostrando una tranquilidad pasmosa.
—Lo creas o no, tengo ojos en la cara. Sé leer a las personas, y te aseguro que el sujeto en cuestión no es ni mucho menos peligroso. —Se rascó la barbilla—. Además, es un simple crío.
Ángela frunció el ceño, pensativa.
—¿Un crío? —repitió—. ¿No podrías ser algo más exacto?
—No creo que tenga más de veinticinco años.
—Genial, está claro que tengo un serio problema con lo hombres —gruñó—. No encuentro al apropiado.
Evan se incorporó.
—No exageres. Además, aún no has cumplido los treinta. Creo que todavía puedes considerarte joven.
Ella dijo algo por lo bajo, hablando para sí misma.
—Bueno, ¿qué es lo que quiere? —masculló—. ¿Le firmo un autógrafo y ya está?
Evan dejó escapar una ligera risa, contenida pero entusiasta.
—Supongo que una cena, charlar un rato… —Se mordió el labio—. Conocer a su ídolo.
—¿Cenar? ¿Te has vuelto loco? —Movió las manos como una posesa—. No pienso hacer nada parecido, Evan. Y, si por algún motivo, decides jugar sucio y hacerme una encerrona, tendremos una charla bastante seria.
—¿Me estás amenazando? —preguntó, tratando de disimular su sonrisa—. ¿En mi propio despacho?
Ángela se giró una última vez antes de desaparecer.
—Hablo en serio, Evan. No quiero más quebraderos de cabeza. Con un tipo abrasando mi cabeza cada día tengo más que suficiente.


48


Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo estaban llegando a su límite, impidiendo que pudiera volver a dormir. Había pasado una mala noche, pero confiaba en ser capaz de recuperarse, no obstante, esas palpitaciones dolorosas amenazaban con dejarle fuera de combate durante todo el día.
—Cielo, despierta. —La voz de Nora se intensificó levemente—. Dorian, tienes que levantarte…
Dorian sintió punzadas en cada una de sus extremidades. Intentó incorporarse pero no tenía fuerzas para hacerlo. Gimió dolorosamente.
—Eh, ¿estás bien? —preguntó Nora, al mismo tiempo que se acercaba a él.
—No —dejó escapar—. Me duele todo el cuerpo. Tengo temblores…
Nora se levantó con cuidado y evitó pulsar el botón situado cerca de su mesilla que accionaba las persianas. Cogió el móvil.
—¿Quieres que avise a Ray?
—Creo que no hará falta. Tengo que ir a trabajar…
—Tómate un respiro —susurró, totalmente convencida—. Podrán apañárselas sin ti, jefazo.
Nora pulsó el número y esperó a que contestaran. Mantuvo una breve conversación con Ray; evitó los detalles menos relevantes y después colgó. Le dedicó una tierna mirada a su marido. Se fue al cuarto de baño y cuando volvió al dormitorio se metió de nuevo en la cama, con la toalla cubriendo su cuerpo y el pelo húmedo.
—Me encantaría quedarme aquí contigo —susurró—. Yo también podría… enfermar.
Dorian dibujó una sonrisa entre ambos y le acarició la mejilla, pensativo.
—Creo que es mejor que no. Necesito reposo y si te quedas me temo que acabaré contagiándote, sea lo que sea lo que tengo…
—Podría correr el riesgo… —Se inclinó sobre el pecho de él y le besó, lenta e intensamente—. Me conformaré con pensar en ti mientras me dedico a podar plantas.


Tal y como suponía, pasó el resto del día metido en la cama, con el cuerpo escondido entre las sábanas y pensando en mil cosas a la vez. Deseaba que Nora estuviera allí, pero también tenía deseos con otra persona que se encontraba a demasiados kilómetros. Sabía de buena mano que Ángela también pensaba en él, ahora que conocía su secreto: no le había olvidado, y eso le hacía sentirse realmente afortunado; una hazaña que no contenía trazos de un final inesperado, si no una continuación que amenazaba con desarmarlo todo, pero en el fondo eso era lo que menos le importaba. Se estremecía de alegría en pensar en su ángel; esos ojos esmeralda que le atravesaban con mayor fervor que los zafiros de Nora. Tenía el corazón dividido, de eso estaba seguro. Se moría por tocarla, abrazarla… Deseaba que ella supiera todas esas cosas que nunca tuvo la oportunidad de decirle.
Pasaba el tiempo y hacía verdaderos esfuerzos por no hacerlo, pero acababa sucumbiendo al poder oculto de su mente y la imaginaba allí tumbada, junto a él; mirándose a los ojos sin decir nada con palabras pero expresando su amor prohibido a través del contacto visual. La gran historia que había vuelto a ser tejida con otras manos y desde otra perspectiva pero que, realmente, contenía los mismos elementos comunes: dos únicos protagonistas que se afanaban en esconder lo que sentían.


Abrió los ojos. La noche había llegado y tenía el sentido del tiempo algo descolocado. Se incorporó con cuidado y esta vez pudo hacer sin problemas. Por suerte, su cuerpo volvía a responder con la misma intensidad que siempre. Salió del dormitorio y bajó lentamente por las escaleras hasta llegar a la entrada del salón, donde Nora descansaba en la mesa de cristal, ojeando unas revistas.
—Hola, princesa —saludó él.
Al escuchar su voz, Nora levantó la mirada y se topó con Dorian al instante. Sonrió aliviada al verle después de tantas horas.
—Cielo —susurró—. ¿Cómo estás?
—Bien… —Consultó el reloj de la pared—. ¿Me he pasado todo el día durmiendo?
Nora se mordió el labio, con una expresión tierna en su cara.
—Prácticamente —apuntó—. Pero veo que te ha servido para mejorar. Ya tienes mejor aspecto.
—Sí, el cuerpo ya no me duele. Es una gran noticia.
Nora se levantó de la silla y se acercó, dándole un beso dulce en la mejilla.
—¿Quieres que te prepare algo para cenar? Debes tener un hambre atroz. No has comido nada en todo el día.
Dorian movió la cabeza en ambas direcciones. Su estómago se negaba en recibir alimento.
—No te preocupes. Estoy bien así. —Se acercó a la mesa para averiguar qué era lo que había estado leyendo su mujer.
—Interesante, ¿no? —gruñó ella.
—¿Desde cuándo eres una apasionada de la jardinería?
—Desde que tengo a una bruja como jefa. —Puso los ojos en blanco—. No deja de vigilarme, y está buscando cualquier flaqueza para acabar conmigo. Oh, Dorian. No la soporto.
—Vamos, Nora. Desconecta del trabajo. Debes seguir tus propios consejos. —Le puso las manos sobre los hombros—. Relájate.
—Pero así no puedo…
Sin previo aviso, Dorian le pasó los brazos por debajo de las piernas y la elevó por encima del suelo, balanceándose hasta dejarse caer con cuidado en el sofá, con ella sobre su regazo, con las piernas dobladas y las rodillas aprisionando su cintura.
—¿A qué viene esto? —preguntó Nora, con una sonrisa deslumbrante.
—He pensado en ti, y ahora que estás en casa, me alegro de tenerte cerca.
En lugar de besarle tal y como habría hecho otras veces, Nora se contuvo y se quedó contemplándole, presa de un sentimiento que no paraba de crecer.
—¿No terminarás aburriéndote de mí?
—No lo creo —susurró Dorian—. Eres alguien muy… interesante.
—Hablando de cosas interesantes —interrumpió repentinamente—. Creo que he encontrado algo que te pertenece.
—¿De qué se trata?
Nora se rascó la barbilla, resoplando.
—Espera aquí.
Se levantó en una milésima de segundo y desapareció, dejándole con la palabra en la boca. Volvió después de cinco minutos.
—Creía que te habías perdido —se burló.
Nora le tendió un pequeño objeto circular de color blanco, con plumas. Estaba algo deteriorado.
—Espero que la búsqueda haya valido la pena —dijo, alargándole el atrapasueños—. Estaba escondido debajo de un montón de cosas.
El corazón de Dorian se catapultó fuera del pecho. Sintió una oleada de sangre hirviendo corriendo por las venas. Un ligero mareo y sudoración repentina. No podía creer lo que veían sus ojos. Lo había estado buscando durante algún tiempo sin conseguir hallarlo y ahora lo tenía frente a él.
—¿Dónde… lo has encontrado?
—En el desván.
Dorian se incorporó, clavando la mirada en ese objeto lejano y su mujer, alternando el movimiento como si contemplase un partido de tenis.
—¿Qué hacías allí arriba?
—Entretenerme, supongo. —Arqueó las cejas—. Hay un montón de cosas viejas que deberías tirar.
—Sí… —gimoteó—. Ya echaré un vistazo.
Guardando silencio, Nora se sentó al lado de su marido, analizando meticulosamente su expresión. Había algo que se le escapaba.
—¿Una antigua novia? —aventuró.
El latigazo invisible golpeó con fuerza la estructura corporal de Dorian. Arrugó los labios, incapaz de disimular.
—¿Por qué intuyes que se trata de eso?
—Porque no hay más que ver tu cara. Ha cambiado en un segundo. Eso no ocurre por algo sin importancia.
Dorian volvió a la carga en su batalla interna. Comenzaba a acostumbrarse a los cambios repentinos de tensión y al aire nervioso que colapsaba sus pulmones.
—Puedes decírmelo —insistió Nora—. Todo el mundo tiene un pasado, aunque te empeñes fervientemente en enterrar el tuyo. Apenas sé cosas sobre esa tema.
—¿Qué deberías saber? Hice borrón y cuenta nueva. Todo lo que merece la pena está resumido en ti.
Nora soltó una risita, risueña.
—Tus piropos no van a conseguir que cambie de tema. —Chasqueó la lengua—. Tú conoces mi pasado. Sabes lo que fui. —Se colocó a su lado, resguardándose debajo de su brazo izquierdo—. Besé a muchos sapos antes de encontrar a mi príncipe.
—Así podría resumirlo yo también. Después de tantos fallos, tú eres la búsqueda más… satisfactoria.
Nora escondió su cabeza en el pecho de él, sintiendo sus latidos extrañamente acelerados.
—Pero no es divertido —gruñó—. Siempre prefieres estar en las sombras. Para ser un tipo tan extrovertido, eres bastante reservado.
—Algún defecto tenía que tener…
—Tu discreción no implica que seas defectuoso; lo que me preocupa realmente es el exceso de silencio. —Se mordió el labio, incorporándose de nuevo para mirarle directamente a los ojos—. ¿No confías en mí?
—Sabes que sí, pero no me resulta fácil hablar de mi vida pasada. No lo considero necesario.
Nora resopló, disgustada por no conseguir su objetivo.
—Desde luego, estoy rodeada de adoradores del silencio —gruñó—. Algún día acabaré enterándome —susurró, con un brillo especial en el azul de sus ojos—. Si mi hermana ha sido capaz de confesar al menos un amor en su vida, tú no tienes otra elección.
—No soy como tu hermana, Nora. —Frunció el ceño—. Puedo jurar que somos… diferentes.
—Oh, desde luego que lo sois. Ángela es cautelosa hasta el extremo y, si ella ha conseguido irse de la lengua, ten por seguro que tú acabarás haciendo exactamente lo mismo.
—¿Y si me niego?
—Puedo ser muy tenaz.


49


Era el único día libre de Ángela. Se había pasado las últimas semanas de aquí para allá, de reunión en reunión, hablando con la gente adecuada para asegurar la continuidad de su humilde compañía. Esa mañana se había teñido de gris, con espesas nubes en lo alto del cielo, por eso prefirió quedarse todo lo que pudo escondida entre las sábanas, con un sueño reparador inundándole cada centímetro de la piel.
Llamaron a la puerta, lo que provocó que el corazón se le colapsara en cuestión de un segundo. Escuchó atentamente para asegurarse del todo. Llamaron por segunda vez. A regañadientes, se levantó corriendo y se puso los pantalones del día anterior. Se pasó la mano por el pelo, confiando en que estuviera más o menos presentable. Se quedó parada justo delante de la puerta.
—¿Quién es? —gruñó, con una voz perezosa.
—Buenos, días —saludó alegremente una voz masculina—. Traigo un paquete para la señorita Ángela.
Ella asintió de mala gana en silencio. Abrió la puerta y se topó con un chico de pocos años, de mirada risueña y gorra.
—Buenos días… —susurró el joven, quedándose momentáneamente impactado por los rasgos naturales de Angy—. Traigo un paquete para usted. —Sacó de su enorme mochila un paquete de dimensiones reducidas—. Aquí tiene.
Extrañada, Angy cogió entre las manos el pequeño paquetito, que al parecer, había recorrido unos cuantos kilómetros.
—Si tiene la amabilidad de firmar aquí —dijo el muchacho, indicando el extremo inferior derecho de una página repleta de datos.
—Claro —Cogió el bolígrafo que le tendió el joven y con destreza garabateó sus trazos—. Aquí tiene.
—Muchas gracias. Que tenga un buen día.
—Sí —musitó, sin estar demasiado convencida de ello—. Lo mismo le digo.
Cerró la puerta, con el objeto sin identificar todavía en la mano. Fue a la cocina y se quedó mirando la cafetera con ojos algo turbios. La lengua parecía de caucho, y el estómago le pedía urgentemente algo con que llenarlo, así que por el momento el misterioso elemento envuelto tendría que esperar. Necesitaba una ducha para despertar del todo y en especial, un buen café.
El agua liberó los primeros pensamientos de la mañana. La calidez de cada gotita le indicaba lo agradable de esa sensación; podría haberse quedado todo el día allí metida, pero no era una opción válida. Salió de la ducha y se vistió con ropa holgada, cómoda, con un aspecto algo desarreglado incluso a esas tempranas horas. Cuando volvió de nuevo a la cocina, cogió el paquetito y se lo llevó al cuarto de estar, donde se tomó unos minutos para reposar sobre su cómodo sofá, pestañeando de forma casi automática, deseando empezar con buen pie pese a todo.
Deslizó los dedos por el envoltorio de papel marrón —que curiosamente no tenía remitente—, rasgando cada fino centímetro de ese material, con la esperanza de toparse con algo que mereciera la pena; una de aquella de sus sonrisas que hacía tiempo que no veía. Cuando finalmente descubrió el contenido del pequeño paquete se llevó literalmente la sorpresa de su vida. Se rompió en mil pedazos, quedando rota e inservible, inútil. Sostenía entre las manos un pequeño objeto blanquecino, gastado por los bordes, con ligeras plumas aún sosteniéndose sobre la parte central… Ángela calló de rodillas al suelo, con cada una de sus terminaciones nerviosas centelleando y mandando al encéfalo un mensaje descifrado violentamente. Se llevó las manos a la cabeza, horrorizada, presa una vez más de su pasado. Comprendió que, de una forma u otra, le iba a resultar imposible escapar de lo que un día fue.
La noche llegó sin avisar, descubriendo un cuerpo repentinamente débil, grisáceo, casi inerte. Las lágrimas no habían dejado de rodar por sus mejillas, inundándolo todo a su paso: párpados, pestañas, nariz, labios… Se sentía a morir, visualizando al responsable directo de aquella tragedia a través de la estancia. Si quería hacerla sufrir, desde luego lo estaba consiguiendo, porque ya había llegado a su propio límite y su cordura se negaba a responder de nuevo, catapultándola a unas profundidades demasiado dolorosas incluso para ella.


50


Después del golpe recibido con brutalidad, la mujer de ojos verdes se pasó las siguientes semanas encerrada en hoteles de mala muerte, con el teléfono apagado, incluso evitando ensayar con sus compañeros; quería evitar a toda costa las preguntas acerca de su fúnebre estado de ánimo. Un nuevo paso en falso ya habría sido demasiado, por eso se escondió detrás de mil excusas que esperaba que dieran resultado.
Se miraba atentamente en el espejo, intentando reconocerse en ese principio de saco de huesos en el que empezaba a convertirse. Apenas había necesitado unas semanas para bajar de peso considerablemente, incapaz de ganar la batalla contra su depresión, provocando que su estómago pidiera cada vez menos comida. La ropa le quedaba grande, y las ojeras que pronunciaban la inexpresividad de sus ojos daban miedo, sintiéndose inútil por no hacer nada, mejor dicho, por no poder hacer nada; había sido capaz de sobrevivir al impacto letal que recibió cuando tuvo que estar cerca de él, disimulando todo el tiempo, y ahora había sido tocada y hundida por un objeto tan simple y a la vez tan inservible como un atrapasueños. Aunque no era un simple elemento de decoración, ya que entrañaba un significado mucho más profundo que la invadía más allá de la epidermis: un amor que tuvo anhelos de no acabarse nunca; los amaneceres a su lado, las sonrisas compartiendo un mismo silencio, las declaraciones más sinceras que se habían visto jamás, las palpitaciones más arrítmicas…
Cuando creía que ya empezaba a hacerse a la idea de su nueva pérdida, ahí estaba él, haciendo que recordara algo que se suponía que había acabado hace mucho, pero que continuaba a través de un cauce peligroso, y ella temía ahogarse, si es que acaso no lo había hecho ya.
Se sobresaltó con los golpes inesperados en la puerta. Tal y como sonaban, sabía que sólo podía tratarse de una persona.
—Angy —dijo Evan—, ¿estás en casa?
Por un segundo se sintió acorralada, pensando que sería incapaz de escapar. Había supuesto que ese momento tarde o temprano acabaría por llegar; no podía pasarse todas las noches en habitaciones desconocidas y desnudas de todo sentimiento.
—¡Angy!
Sabiendo que ya era demasiado tarde para disimular, se acercó todo lo despacio que pudo y se situó delante de la puerta, escuchando con atención las palabras alteradas de su mejor amigo.
—¿Qué demonios te ha pasado? —clamó—. ¿Por qué no contestas a mis llamadas? ¿Y qué pasa con el teatro?
—No me encuentro bien… —dejó escapar.
—Desde luego que no. —Tosió fuerte—. ¿Vas a dejarme hablando solo aquí afuera?
No obtuvo respuesta, tal y como había supuesto.
—Abre la puerta —ordenó.
—Márchate.
—¿Qué?
—Ya me has oído —logró decir—. No quiero ver a nadie. Vete.
—¿Por qué no? Angy, soy yo. Maldita sea…
—No quiero que me veas así.
Hubo un breve silencio de reflexión.
—¿Así cómo?
—No quiero que te asustes… Por favor, vete.
—¿De qué estás hablando?
Angy se dejó caer de espaldas a la puerta, apoyando la columna en ella, incapaz de mantenerse de pie durante más tiempo y mucho menos de seguir discutiendo.
—No voy a irme de aquí hasta que hablemos. ¿Qué sucede? Llevas semanas sin aparecer, sin dar señales, y cuando por fin te encuentro en casa te niegas a abrirme la puerta.
Angy rompió a llorar, sabiendo que no tenía valor para enfrentarse con la realidad de la que había estado huyendo últimamente.
—Si es necesario, me quedaré aquí todo el día —continuó diciendo—. Sabes que lo haré.
—¡No quiero ver a nadie! ¿Es que no lo entiendes?
—¿Por qué? —protestó Evan—. ¿Qué ha ocurrido para que te comportes de esta manera? —Dio un golpe seco—. Sé que tu harías lo mismo por mí. Por favor, quiero ver que estás bien.
—No lo estoy, Evan. No estoy nada bien.
—¿Estás enferma?
Hubiera deseado que así fuera, pero lo que tenía entre manos era una auténtica bomba de relojería.
—Sí, eso creo —mintió.
Después de lo que pareció una eternidad, la mujer frágil abrió la puerta, sumida en una nube invisible de pavor.
—Dios mío —susurró Evan, al acercarse para comprobar el aspecto exterior de Angy—. ¿Qué…?
—Ya te he dicho que no quería que me vieras así.
Evan la agarró por los hombros con firmeza, pero sin hacerla daño.
—¿Qué te ha pasado, Angy? —preguntó, con unos ojos aterrados—. ¿Qué ha pasado?
—No estoy segura —dijo, apartando la mirada de él.
—No me vengas con esas. —La zarandeó suavemente—. ¿Quién te ha hecho esto?
No dijo nada, alargando el incómodo silencio entre los dos. Él la agarró de la mano y tiró suavemente de ella.
—Vamos, tenemos que ir al hospital…
—No.
—¿Qué dices? Necesitas que un médico te vea.
—No pienso ir a ningún lado y menos a un hospital —espetó—. ¿Entendido?


Angy sostenía en una mano el café caliente y en la otra un gran bollo de crema que Evan había traído para ella, asegurándose de no moverse ni un ápice para comprobar con sus propios ojos que se alimentaba.
—Dime que esto no tiene nada que ver con lo que me contaste —rugió—. ¿Has vuelto a ver a ese hombre?
Ángela dejó todo sobre la mesa y escondió la boca entre las manos, negando con la cabeza mientras las lágrimas seguían su recorrido por las pálidas mejillas.
—Tienes que decírmelo.
—No quiero hablar.
Evan se llevó la mano a la cabeza, asustado y sorprendido a partes iguales.
—No quieres hablar y tampoco quieres comer. ¿Cómo se supone que tengo que actuar? Jamás te había visto de esta manera…
—¿Acaso crees que a mí me gusta estar así? —sollozó—. No he podido evitarlo.
—¿Y crees que la mejor forma de solucionarlo es desaparecer mientras permites que tu mejor amigo se vuelva loco al pensar que te ha ocurrido algo? —Apretó las mandíbulas—. Tienes que dejar de ser tan egoísta, Ángela. Tus acciones no repercuten únicamente en ti, también en la gente que te rodea, y eso me incluye a mí.
—De eso precisamente se trata. No quiero que estés siempre pendiente de lo que hago. Te lo agradezco, pero tú tienes tu propia vida. No necesitas echarte a la espalda mis problemas.
—Pero quiero hacerlo —susurró él—. Sabes lo mucho que me importas. Eres una de las personas que más quiero en mi vida.
—Con mayor razón, no quiero ser una carga. —Se enjugó las lágrimas—. La última vez fue demasiado vergonzosa para mí. Jamás debería haberme ido con ese hombre… Ahora estás sentado frente a mí otra vez. Es como si ya hubiéramos vivido esta parte…
Evan alargó el brazo, posando su mano sobre la de Angy.
—Esto es totalmente diferente, y si tuviera que elegir, preferiría discutir contigo por los hombres con los que sales en lugar de tu problema con la comida.
Angy le clavó los ojos por primera vez, desinflada como un mísero globo.
—No tengo ningún problema con la comida.
—Sé que no es el problema principal, pero tus miedos han hecho mella en tu alimentación, así que ahora sí que constituye otro embrollo que debemos solucionar lo antes posible.
Tomándoselo al pie de la letra, Angy le dio un enorme mordisco al bollo de crema y los masticó con calma, rogándole a su estómago que no lo rechazara.
—¿De verdad que no has vuelto a verle?
—No, te lo aseguro.
—Pero todo esto es por su culpa, admítelo. Nada podría hacerte desfallecer de este modo a no ser que…
Angy resopló, cansada tanto física como mentalmente.
—Hay muchas cosas que aún no sabes.
—Créeme, con lo que me confesaste, sé todo lo que tengo que saber.
—Hay cosas que ni yo misma soy capaz de entender. ¿Cómo vas a poder hacerlo tú?
—Confías en mí, lo sabes.
—Claro que confío en ti —susurró ella—, pero si continúo por este camino se me irá de las manos.
—¿Acaso crees que aún sigues teniendo el control?
—Genial, gracias por tus palabras, Evan.
Él no perdió la calma, con una mirada fría y serena. Ya volvía ser el mismo.
—Prefiero hacerte daño con la verdad antes que permitirte seguir creyendo que de esta forma puedes ser feliz.
—No he dicho que lo sea.
—No, pero tampoco has decidido abandonar.
Angy se levantó de repente, sin avisar, como si en ese preciso momento hubiera recordado algo importante.
—¿Adónde vas? —La sujetó de la muñeca.
—Si quieres entenderme, tengo que asegurarme de que veas algo.
Salió de allí y al cabo de dos minutos volvió con un objeto singular en la mano, dejándolo sobre la mesa, para que Evan pudiera echarle un vistazo. Después volvió a sentarse.
—¿Qué… es esto? —preguntó Evan, bastante confuso.
—Un atrapasueños.
—Ya sé lo que es. —Puso los ojos en blanco—. Me refiero a qué pinta en todo esto.
—Es el responsable de mi estado… actual.
Evan arqueó las cejas, sin entender.
—¿No lo dirás en serio?
—Es más complicado de lo que crees.
—Sí, de eso he podido darme cuenta en este momento.
Angy se acabó el café de un solo trago, sintiéndose con un poco más de fuerza.
—Escucha, ya lo hemos hablado antes. Puede que no sea precisamente un experto en estos temas, pero al menos puedo pensar con claridad, y eso es algo con lo que ahora mismo tú no cuentas. Parto con cierta ventaja objetiva, así que, tienes que hacerme caso. —Hizo una pausa—. Tú tienes la opción de elegir. Si quieres que se acabe, puedes hacerlo.
Angy no dijo nada, incapaz de pensar como una adulta.
—Ese es el problema, ¿verdad?
Angy levantó la cabeza, con los ojos vidriosos.
—¿Qué?
—No quieres que se acabe.
—¡No! Quiero decir, sí… —Parpadeó rápidamente—. No hay nada entre nosotros…
—Le sigues queriendo y por eso mantienes la esperanza de poder volver a estar con él.
—No…
—No lo niegues. Es lo que sientes, Ángela.
La mujer de mirada verde comenzaba a desesperarse por escuchar esas palabras que le apuntaban directamente en el corazón.
—Sabes, puede que para ti todo esto resulte complicado, pero desde mi punto de vista es sencillo. —Torció los labios—. Le quieres. Nunca has dejado de hacerlo.
—Evan, yo…
—Le quieres —dijo de nuevo.
—Claro que le quiero, pero eso no significa que pueda destrozar un matrimonio sólo porque me convenga.
—No has destrozado nada.
—En cierta forma, sí —sollozó—. Puede que no haya estado con él desde hace mucho tiempo, pero permanecer cerca es suficiente para hacerme sentir culpable.
—No te culpes por algo que ni siquiera has hecho.
—No, pero en lo más profundo de mí hay una parte que desearía que fuera cierto.
Ángela se levantó, y se fue directamente a su cuarto, dejándose caer en el colchón. Evan la siguió de cerca, manteniendo las distancias, sentándose en el borde de la cama.
—Los matrimonios se acaban todos los días.
—Lo sé, pero yo no quiero ser la responsable de que uno más se vaya al traste. No quiero hacerle daño a ella.
—Mira, si tú apareciste primero, creo que tienes derecho a sentirte así, pero no trates de buscarle un significado lógico a algo que no lo tiene. A veces se cometen locuras por puro placer, pero tú te estás debatiendo contra algo que es casi imposible de controlar, y aún así te resistes para no hacer sufrir a los demás mientras que te olvidas de ti misma. —Resopló—. No conozco a mucha gente que sea así. Mereces la pena, Angy. Créeme, lo sé.
—Puede que así sea, pero no tanto como para romper una pareja.
—Quizás te equivocas. —Entrecerró los ojos—. Quizás fuera ella la que rompiera vuestra relación.
Ángela se enjugó las lágrimas, confundida.
—Eso es imposible. Le dejé mucho antes de que ella apareciera en su vida.
Evan arqueó las cejas.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
Se le cortó la respiración una vez más.
—Lo sé, eso es todo.
Hubo un silencio cortante, demasiado frío y cálido a la vez. Un montón de sentimientos impactando contra una invisible luna de cristal.
—No quiero presionarte pero aquí sólo existe una verdad —susurró—. O estás con él o no lo estás, así de sencillo. Elige, pero hazlo por ti. Si no lo dejas ahora, sea lo que sea lo que tengas con ese tipo hará que empeores, y cuando eso ocurra, será demasiado tarde para arrepentirse.
—Soy la primera que quiero olvidarme del asunto —estalló—. Quiero ser una mujer diferente pero está visto que no puedo serlo porque cada vez que intento rehacer mi vida vuelve a recordarme de una forma u otra que le pertenezco.
—Eres una mujer fuerte e independiente, Ángela. No le perteneces a nadie. No eres ningún objeto.
—Pero él sabe que le quiero —dejó escapar, con apenas un hilo de voz.
Evan se levantó, apretando los puños y las mandíbulas. Acababa de sobrepasar su límite.
—¿Y también sabe el daño que te está haciendo? —exclamó—. ¿Sabe lo débil que estás?
—Por favor, no sigas…
—¿Acaso tiene idea de lo que sufres al no permitirte seguir hacia delante? —Se llevó las manos a la cintura—. Es un completo egoísta.
—Tú no lo entiendes.
—Desde luego que lo entiendo, y lo hago mucho mejor que tú —espetó—. Mírate, ni siquiera sabes en lo que te has convertido. No eres la misma de antes. ¿Qué ha pasado con la chica que sonreía a todas horas? ¿Qué ha pasado con la Ángela que era capaz de tomar el control?
—Se ha ido.
—En eso tienes toda la razón —susurró—. Has dejado que se vaya.
—Por favor, tienes que dejarme tomar una decisión por mí misma —dijo ella, incorporándose de una vez por todas—. Que te cuente todo esto no te da derecho a interceder por mí. No puedes decidir a tu antojo.
—¿Y quién lo hará? ¿Lo harás tú?
—Sí.
Él dio un golpe seco en el suelo, a modo de protesta.
—¿Podrías dejar de mentir al menos por un segundo?
—No estoy mintiéndote.
—A mí no, si no a ti —puntualizó—. Si sigues haciéndolo, llegará un momento en que no sabrás distinguir entre lo que es real y lo que no.
—Nuestra historia… fuera real.
—Pero ya no lo es. —Frunció el ceño, completamente fuera de sí—. ¡Despierta!
—¡Ya estoy despierta! —bramó Ángela—. Cada segundo que pasa soy consciente de que todo esto está pasando de verdad, pero daría lo que fuera por despertarme en mi cama sabiendo que no ha sido más que una estúpida pesadilla, pero resulta que eso es imposible.
—¿También te resulta imposible dejar de compadecerte? —Se mordió el labio, con los ojos desorbitados y las venas marcadas en su cuello—. Ambos sabemos cómo acabará esto.
—No, yo no lo sé.
—Entonces déjame ilustrarte —espetó—. Llegará un momento en que tus sentimientos se volverán contra ti y entonces irás a buscarle, deseando recuperar todo el tiempo perdido. Y mientras los días pasen, tú se sentarás a esperarle de nuevo, con la esperanza de convertirte en algo más, cuando sabes que algo como eso nunca pasará. ¿Sabes por qué lo se? Porque los hombres somos así de imbéciles. Mientras le pongas las cosas fáciles no se sentirá en la obligación de elegir, y cuando ya se haya cansado de ti al mismo tiempo que continúa casado, se buscará a otra.
—¡Eso no es cierto!
—Claro que lo es. Siempre ocurre lo mismo, y tú serás la única que saldrá perdiendo.
Ángela se levantó, estando y gesticulando como una posesa, dando violentas sacudidas con las manos.
—¡Tú no le conoces! —chilló, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas encendidas—. No sabes de lo que estás hablando. Él jamás haría una cosa así.
—Pero ¿qué estás diciendo? Por el amor de Dios, deja de defenderle. —Ahogó un grito—. Sabes que ya lo ha hecho. Es alguien despreciable si está dispuesto a seguir con su farsa de matrimonio mientras espera poder jugar contigo cuándo, cómo y dónde le plazca.
—No está jugando conmigo.
—¿Y cómo quieres llamarlo? Es una locura. No puede pretender teneros a la dos al mismo tiempo.
—No quiere hacer eso.
—¡Pues claro que sí! —protestó—. ¿Para qué crees si no que te envía porquerías del pasado? Quiere mantenerte a la espera.
—¿A la espera?
—Sí, Ángela. Quiere asegurarse de que estás ahí, y si no haces nada por impedirlo, se creerá con el derecho de manejaros tanto a ti como a ella. En realidad, ya lo ha hecho. —Contuvo la respiración, más inestable por momentos—. Dices que no quieres romper un matrimonio. Entonces acaba con esto, porque esa maldita obsesión ya está acabando contigo, y estás tan cegada que ni siquiera puedes verlo.
—¡Vuelves a equivocarte! Por desgracia veo todo lo que está pasando a mi alrededor. Tengo que conformarme con ver cómo mi mundo se desmorona.
—¿Conformarte? —repitió—. ¡No optes por el camino fácil!
—No lo hago.
El móvil de Evan emitió un pitio pero ni siquiera pareció darse cuenta. Estaba demasiado enfadado con ella por ser incapaz de reaccionar.
—¿No quieres ser feliz? —preguntó.
—¡Claro que quiero serlo!
—¡Entonces deja de buscarle!
—¡No lo hago! Es él quien me busca a mí.
—No permitas que te convierta precisamente en lo que quiere.
Ángela soltó un suspiro, con las piernas temblándole como auténticas extremidades de gelatina.
—¿Convertirme en qué?
—Lo sabes perfectamente.
—No lo sé, Evan. No sé absolutamente nada. —Su mirada comenzaba a llenar de un odio incontrolable—. Tú en cambio, siempre pareces tener una respuesta para todo. ¿En qué crees que voy a convertirme?
—¿De verdad es necesario que lo diga?
—¡Sí! ¡Al menos así te quedarás conforme! ¡Vamos, dímelo!
Evan se encogió de hombros, totalmente abatido, con un rostro desencajado, inhumano. Estaba realmente triste.
—Deja que te atrape y conseguirás convertirte en su fulana, suplicándole entre las sombras que comparta unos minutos contigo mientras que el resto del tiempo lo emplea para decirle a su mujer lo enamorado que está de ella.
Ángela abandonó momentáneamente su cuerpo. El odio le inyectó una fuerte sacudida en las venas y se vio obligada a hacer algo de lo que nunca fue capaz. Dio un paso hacia delante y le propinó a ese hombre una bofetada en la mejilla. Acto seguido, el alto porcentaje de adrenalina concentrado en sus músculos desapareció, dejándola otra vez al descubierto.
—¡Lo siento! —susurró, sorprendida por lo que acababa de hacer—. Evan, lo siento muchísimo. No pretendía…
—Déjalo. —Se separó de ella—. Creo que la conversación se acaba aquí. No puedo convencerte de que intentes hacer algo si tu interior te grita para que hagas justo lo contrario.
Se dio la vuelta y salió del dormitorio, llegando a la puerta de salida. Ángela le siguió, sintiéndose invisible.
—Perdóname —susurró—. No sé qué me ha pasado.
—Nunca he visto que algo te afectara de ese modo. Puede que tú seas incapaz de verlo, pero te aseguro que cualquiera con dos ojos puede darse cuenta de que esto es muy grave. —Agarró con fuerza el pomo antes de marcharse de allí—. Dijiste que te quería. Ahora ya sabes que no es cierto, de lo contrario, jamás te habría hecho esto. Si un hombre quiere a una mujer, la hace saber que es la primera, y no un segundo plato al que acudir de vez en cuando.


51


Nora y Dorian estaban en casa, escondidos en el dormitorio, mirando silenciosamente el techo, cercanos el uno al otro, bajo sábanas de color marfil.
—¿No sería conveniente que nos levantásemos? —aventuró Dorian—. Debe ser tarde…
—¿De verdad crees que hay un mejor plan que quedarse todo el día en la cama?
Nora se le acercó aún más y se puso encima de él, apoyando la cabeza en su pecho, sintiendo su lenta respiración.
—Esto es mejor de lo que creía…
—¿Te refieres al matrimonio?
—Si —confirmó—. Creí que sería algo demasiado grande, pero estoy encantada. Es… fabuloso.
Dorian le acarició el pelo con los dedos.
—Me alegra oírte decir eso.
Se quedaron en silencio, abrazados. Ninguno parecía querer bajar de su respectiva nube, suspendida en algún lugar de esa habitación.
—No puedo pedir más —declaró Nora—. Tengo todo lo que necesito.
—¿Estás segura?
—Pues claro. Contigo tengo más de lo que puedo imaginar.
Dorian carraspeó.
—¿Y ya está?
—¿Qué es lo que se me escapa? —susurró ella.
—Bueno, es evidente que algún día no demasiado lejano me gustaría despertar con las voces de algún que otro mocoso que se parezca a ti.
Nora sintió un pinchazo dentro del pecho, volviéndose de cristal.
—¿Qué?
—Nuestros futuros… hijos.
Incómoda, Nora se incorporó bruscamente.
—Ya… —Se mordió el labio—. ¿No crees que vas un poco deprisa?
Dorian percibió una mirada extraña en los ojos azules de su mujer.
—Espera —susurró, incorporándose—. ¿Qué ocurre?
—Nada, sólo digo que te estás precipitando.
—¿Qué intentas decirme?
Nora se levantó y permaneció de pie, asimilando ese nuevo camino que estaba tomando la conversación.
—Tengo veinticuatro años, Dorian.
—¿Y qué?
—¿Y qué? —repitió—. Soy demasiado joven para tener hijos. En realidad, es demasiado pronto para planteármelo si quiera.
—¿Y cuándo tenías previsto decírmelo?
—¿Decírtelo? —Puso los ojos en blanco—. Se suponía que estaba claro.
—Para ti, obviamente.
—Y también para ti. ¿Cuántas veces ha salido el mismo tema?
Dorian sacudió la cabeza.
—Creía que no hablabas en serio.
Nora chasqueó la lengua. Sus ojos azules eran dos zafiros furiosos a punto de estallar en diminutas partículas.
—Esto es el colmo —bufó—. Entonces eso quieres decir que no te tomas en serio nada de lo que digo. Me estás diciendo que soy una cría.
—No he dicho nada parecido.
—No, pero lo piensas.
A Dorian también se le acabó la paciencia que tenía reservada ese día.
—A decir verdad, ahora que lo dices, sí —espetó—. Creo que a veces te comportas como una adolescente al creer que tienes la capacidad para decidir por ti misma, al mismo tiempo que te olvidas de tener en consideración a los demás.
—Te aseguro que puedo decidir por mí misma. Tengo la capacidad necesaria, y creo que te lo he demostrado.
—La tienes, pero recuerda que estás casada. Se supone que las decisiones importantes debemos tomarlas entre los dos.
Nora se cruzó de brazos, confusa. Minutos antes creía estar en el paraíso y ahora el terreno se inclinaba gracias a la creciente ansiedad de Dorian por ser padre.
—No puedo creer que estemos teniendo esta conversación —espetó.
Dorian arqueó las cejas, molesto.
—Eso mismo opino yo. Se supone que esto es algo que ni siquiera debería tener fisuras; no deberías tener dudas.
—No hagas eso, Dorian. —Le apuntó con un dedo amenazador—. No me culpes a mí. Somos dos en este matrimonio.
—Desde luego que somos dos, y hasta hace un momento creía que tenías las mismas ilusiones que yo para que aumentáramos el número.
—¿Por qué me haces esto? Deja de arrinconarme.
—No te estoy arrinconando, sólo pretendo entenderte.
—¿Entenderme? Ni siquiera me has dejado explicarme.
Él hizo una señal con la mano.
—De acuerdo —dijo—. Habla, te escucho.
Nora se revolvió el pelo con dedos rápidos, colgándole sobre los hombros.
—Ya sabes que aún estoy… madurando. No he tenido una vida fácil y ahora que he encontrado a alguien tan increíble como tú, no quiero que nada lo estropeé.
—¿Opinas que un hijo estropearía nuestra relación?
—No lo sé. Es algo muy comprometido. Quiero disfrutar de ti, de lo que tenemos. No quiero distracciones.
—Te entiendo, pero también debes comprenderme a mí. No te estoy diciendo que tengamos hijos la semana que viene, pero es bueno ir planteándonos este tipo de cosas.
—¿Por qué tienes tanta prisa?
Él torció la cabeza, preocupado.
—Tengo treinta años.
—¿Y qué? Eres joven, Dorian. Hay tiempo suficiente para organizar nuestra vida.
—Sí, pero no quiero hacerlo siempre a tu manera —puntualizó—. No me gustaría ser padre cuando los años ya seas demasiados…
Nora puso los ojos en blanco, incapaz de contenerse.
—No dramatices.
—No lo hagas tú —espetó—. Eres tú la que se pone tensa cada vez que sacamos el tema. —Se rascó la barbilla—. Dime que no lo dices en serio. Dime que quieres formar una familia.
El nudo en la garganta de Nora la asfixiaba con calma. Eran pocas las veces que conseguía ponerse al borde de un ataque de nervios, pero en ese momento ya lo había logrado.
—Sí… —susurró—. Puede que en un futuro exista la posibilidad de… aumentar la familia.
—¿La posibilidad? ¿No quieres tener hijos conmigo?
—No se trata de eso.
—¿Cómo que no? Explícate.
Nora comenzó a dar vueltas de un lado para otro, histérica.
—Tengo muchísimo miedo. No creo que esté preparada para algo como eso.
—¿Y crees que yo tengo un manual escondido en alguna parte? —reprochó él, con los dientes apretados—. También tengo miedo, Nora. Es algo que te ata de por vida, pero es lo mejor para una persona. Convertirnos en padres nos hará completos.
El rostro claro de Nora se desencajó por completo, manteniendo la boca parcialmente abierta.
—¿Insinúas que ahora mismo no eres feliz?
—Eso lo dices tú, no yo. —Negó con la cabeza—. Sólo digo que un hijo nos hará más…
—Completos —espetó, furiosa—. Eso ya lo has dicho.
—No entiendo por qué te lo tomas de esa manera.
—¿Y cómo debería tomármelo? —exclamó—. Es como si me estuvieras dando una especie de ultimátum.
Dorian no daba crédito a lo que oía.
—¿Por qué tergiversas mis palabras?
—Porque no te entiendo.
—¿Y crees que yo a ti si?
Sin previo aviso, Nora cambió de actitud. Se volvió inestable, al igual que muchas otra veces que acababa desinflándose por un pronto demasiado malo.
—¿De verdad todo esto tiene que ver con tener hijos?
—¿De qué otra cosa podría tratarse?
Nora encogió los hombros, dubitativa.
—Eso dímelo tú.
Dorian se levantó de la cama y fue hacia ella, preocupado.
—¿De qué estás hablando?
—Por favor, no disimules. Sé que hay algo que no me estás contando. Estás muy extraño últimamente. —Le agarró de las manos, agachando la cabeza—. No estás conmigo.
—¿Qué…? —espetó, incrédulo—. Nora, estoy contigo. Ahora mismo estoy contigo.
—Sí, pero no de la forma que yo quiero. No sé, cambias por momentos. Es algo nuevo para mí. Sé que tienes mucha responsabilidad en el trabajo y todo eso, pero a veces tengo la sensación de estar hablando sola, como si tuvieras la mente en otro sitio. —Suspiró profundamente—. Como si en el fondo no quisieras estar conmigo.
Dorian se sintió culpable, sabiendo que ella tenía toda la razón. Dividía su tiempo injustamente entre su mujer y Ángela. Queriéndolas de formas diferentes, con intensidades diferentes. Se aferró una vez más a lo que quería creer.
—Aunque discutamos mil veces al día, eso no cambiará lo que siento por ti. —La besó en la frente—. Te quiero.
—Y yo a ti, y no me gusta discutir contigo. Lo detesto.
—Entonces se acabó. Olvidamos lo que ha pasado.
Nora se aferró a él con fuerza, pegando la cara a su pecho.
—Perdóname —susurró.
—No, perdóname tú.
—¿Por qué?
Volvió a besarla en la frente.
—Quizás tengas razón. Quizás necesite aparcar la idea de tener hijos y concentrarme en ti. Tengo que hacerte feliz cada día. —La besó en los labios—. No quiero presionarte es que… Verás, siempre me han gustado los críos, y confiaba en poder tener uno con la mujer que comparte mi vida.


52


Las luces se entremezclaban con las sombras, proyectando figuras fantasmales en toda la estructura interna del teatro. Como de costumbre, Angy estaba sola; se había quedado la última, rezagada a propósito para pensar con claridad sin que nadie estuviera presente. La vuelta forzosa al trabajo había sido más dura de lo que en un principio pudo imaginar: las miradas de asombro, pena y preocupación de sus compañeros la atravesaron como puñales.
El silencio la envolvía con calma, sanando las heridas que no podían verse, intentando pensar en las duras aunque sinceras palabras de su amigo. No podía creer que hubiera sido capaz de ponerle la mano encima; si hubiera sido al revés, todo el peso habría caído sobre Evan, pero como ella fue la ejecutora de la bofetada, el pobre no había tenido más remedio que retirarse, herido en su fuero interno, y todo porque su querida amiga estaba demasiado ocupada tratando de evitar todo contacto con el hombre que se suponía que la quería. Hacía semanas que no se hablaban, y eso era algo nuevo para los dos. Siempre habían sido inseparables, pero ahora una fuerza imposible de parar estaba haciendo mella en la estructura de su relación.
—¿Ángela?
Una voz ligeramente grave la sacó de su ensimismamiento. Se tensó como una cuerda, alzando los hombros y levantando la cabeza. Estaba en el escenario y las luces de los focos provocaron que su visión quedase temporalmente distorsionada. Se levantó rápidamente y se movió con cautela. Al poco tiempo, una silueta masculina se materializó a poca distancia.
—¿Quién eres? —preguntó, con el corazón en la boca—. ¿Qué es lo que quieres?
El chico levantó las manos en señal de calma.
—Tranquila, no voy a hacerte daño.
Eso parecía ser verdad. No aparentaba ser ningún asesino en serie. Era de constitución delgada, pelo alborotado y ligero acné por sus mejillas. Parecía ser pelirrojo.
—¿Qué quieres? ¿Cómo has entrado?
—La puerta estaba abierta…
—Eso no es cierto —gruñó Angy—. Yo misma me he asegurado de cerrarla. No quería que nadie me molestase.
Esas palabras parecieron herirle. Demasiado sensible, quizás.
—¿Qué haces aquí sola?
—¿Te importa lo que yo haga?
Ángela no solía ser así; si hubiera llegado meses o incluso semanas atrás, probablemente se habría mostrado de otra manera, pero con todo lo que tenía encima no disponía de ganas suficientes para agradar al mundo.
—Vale, creo que no hemos empezado con buen pie.
—Si, en eso tienes razón.
—Soy Hugo. —Extendió la mano—. Encantado de conocerte.
—Angy —contestó, estrechándole la mano sin demasiado entusiasmo—. Aunque supongo que ya lo sabías.
Afirmó obedientemente con la cabeza. Parecía indeciso, nervioso, como si nada de aquello hubiera estado anteriormente planeado en su mente.
—Vale, Hugo. Agradezco que te hayas tomado la molestia de venir hasta aquí, pero estoy demasiado ocupada. A decir verdad, siempre estoy hasta arriba de papeleo y, siendo sincera, no quiero tener ninguna clase de problema.
—Yo tampoco —susurró, algo confundido—. Sólo he venido porque quería… conocerte.
El cerebro de Angy empezó a funcionar con más eficiencia.
—Espera… —Intentó recordar—. ¿Tú eres el chico de las flores?
Se sonrojó parcialmente. Acababa de dar en el clavo.
—Vale —dijo Angy, algo más calmada—. Creo que podrías haberlo dejado claro desde el principio.
—Me daba vergüenza admitirlo.
Angy evitó a toda costa poner los ojos en blanco. No quería hacerle daño de manera tan fácil.
—Curiosa forma de demostrarlo, ¿no crees? —Resopló—. Tienes miedo de admitir que eras tú y en cambio tienes valor para venir aquí y plantarte delante de mí.
—Bueno, supongo que no soy como los demás.
Ese fue un comentario bastante desafortunado en el momento menos indicado.
—Qué raro, juraría que todos aquellos que dicen ser diferentes acaban demostrando que son exactamente igual que la mayoría.
Debió morderse la lengua. El chico no tenía ninguna posibilidad de defenderse ya que estaba infestado de hormonas adolescentes. No podía ser tan cruel con él, no podía usarle como saco de boxeo.
—¿Por qué yo? —espetó, con el fin de desviar el tema.
Él la miró sin entender. Frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué te gusto?
El pobre se sonrojó hasta límites insospechados.
—Eres muy guapa.
—¿Y ya está? ¿Solo por eso?
—No. —Sacudió la cabeza—. Eres inteligente, madura…
—No puedes asegurar que sea todas esas cosas. —Sonrió amargamente—. Ni siquiera me conoces.
—Sí que te conozco. Es decir, te he visto actuar y…
—Escucha, todo el mundo del teatro es pura fachada. Cuando las luces se apagan y la gente se va a casa cambia por completo. Hazme caso, sé de lo que hablo. Puede que los mejores actores no sean más que personas detestables o sin escrúpulos…
—Dudo mucho que ese sea tu caso.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Lo sé, eso es todo.
Angy se cruzó de brazos, sorprendida por mantener una conversación de más de dos minutos.
—¿Desde cuándo estás… interesado en mí? —Sintió vergüenza inmediatamente. No podía creer que acabara de preguntar algo así.
—Desde que te vi en una fotografía del periódico.
—¿En serio?
—Sí. Recibiste muy buenas críticas. —Carraspeó—. No estás muy al día, ¿verdad?
—La verdad es que paso poco tiempo informándome de lo que ocurre a mi alrededor.
—¿Pero no es esto lo que más te gusta hacer? ¿No se supone que quieres ser una actriz reconocida?
—Llega un momento en que tus prioridades cambian.
Él asintió, al parecer convencido de lo que escuchaba.
—Créeme, no soy la mujer adecuada para ti.
—Eso no lo sabes. —Se encogió de hombros—. Puede… que te equivoques.
—Yo creo que no.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque sé diferenciar entre lo que es amor de lo que es simple fascinación. Tú estás en el segundo grupo.
El chico pareció reflexionar para sus adentros.
—Te han hecho daño, ¿verdad?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Tu voz —susurró el chico—. Ha sonado herida.
—Ya —dijo ella, dándole la espalda—, y supongo que tú vas a darme lecciones sobre el amor.
La situación cada vez se volvía más inestable, incómoda.
—Los años no importan.
Angy puso los ojos en blanco, sin volverse para que no la viera hacerlo.
—Los años no, pero sí la experiencia. —Volvió a mirarle—. Tienes que aprender a caerte muchas veces antes de aprender a levantarte.
—Si estoy aquí, es porque me interesas.
—No quiero ser el pasatiempo de nadie. —Sintió pena por sí misma, ya que precisamente era eso en lo que empezaba a convertirse al seguirle el juego a Dorian.
—Para mí no lo eres.
—Eso lo dices ahora, pero puede que cambies de opinión.
—Pero…
—Creo que empiezo a conocer un poco mejor a los hombres —dijo, recogiendo sus cosas e indicando que se iba a marchar.
—¿Y bien?
—Ninguno sabe lo que quiere.


53


El sol estaba asomándose en el horizonte, anunciando los primeros instantes de la mañana, pero Dorian llevaba un buen rato despierto. A decir verdad, no había podido dormir más de una hora seguida, intentando asimilar todo lo que se le venía encima. Y es que estaba resultando más complicado de lo que creía, aunque el conflicto era consigo mismo, por haber creído que el problema se solucionaría con casarse. No paraba de darle vueltas. ¿Cómo había sido capaz de creer que una alianza podría solucionar todos sus vaivenes emocionales?
Tenía miedo, estaba aterrado. Y Nora comenzaba a darse cuenta. Aún no sabía a ciencia cierta qué era lo que le ocurría, pero había detectado una minúscula alteración sobre la superficie. No quería ni imaginarse lo que sucedería si vislumbrase toda la extensión del iceberg que se escondía delante de sus confiados y azules ojos.
Deseaba comenzar a tocar el piano de la habitación. Era como una droga depresora; le invadía el cuerpo y le ayudaba a relajarse. Estaba arrepentido de la discusión que había tenido con su mujer respecto a tener hijos. Se había comportado como un egoísta, profundizando en las inseguridades de ella. Era lógico desestabilizarse; Nora tenía razón, era demasiado joven para pensar en algo como eso. Un intento suicida de convencer a una cría para que tuviera a otro.
La luz se coló tímidamente entre las persianas con el paso del tiempo. Dorian había vuelto al dormitorio después de preparar el desayuno para esa preciosa mujer que seguía durmiendo plácidamente. Se sentó en el piano y, con suma delicadeza, comenzó a tocar en tonos agudos. La melodía era perfecta, capaz de sustituir al más plácido de los despertadores. Cada nota se filtraba en el aire con elegancia, y el sonido armonioso no tardó demasiado en llegar a los oído de ella, que comenzó a moverse lentamente, dibujando arrugas y surcos sobre las sábanas. Cuando por fin abrió los ojos, Dorian dejó de tocar, con una fina sonrisa asomándole a los labios.
—¿Qué…? —susurró, aún con la boca dormida—. ¿Qué ocurre?
Dorian se acercó y con cuidado le dejó la bandeja del desayuno en la cama.
—Buenos días, princesa —saludó—. Aquí tienes el desayuno.
Adormilada, Nora se quedó mirando el vaso de zumo, el café caliente y las tortitas con nata que descansaban en la bandeja de plata. Después, miró atentamente a Dorian.
—¿A qué viene todo esto?
—No podía dormir… —Torció el labio—. Sé que no te gusta que te despierten de esta forma, pero quería que comprobases por ti misma que la música tiene su momento.
—Bueno, supongo que por hoy puedo hacer una excepción. —Se incorporó y recogió las piernas, rodeando las rodillas con los brazos—. Ha sido precioso.
—No tanto como tú.
Nora le cogió de la mano, clavando sus dulces ojos en los de él, inquieta.
—¿Va todo bien?
—Claro.
—¿Por qué haces todo esto? ¿Qué tienen que ver el piano, el desayuno en la cama y todas las palabras bonitas conmigo?
—Todo —susurró él—. Necesitaba pedirte perdón y no podía esperar más tiempo.
—¿Pedirme perdón? —Arqueó las cejas—. No tengo nada que perdonarte, cielo.
Dorian no quería ceder. Estaba convencido en hacer lo correcto; lo que se suponía que debía hacer. No podía dejar que el pasado le dominase.
—A veces pierdo la cabeza y acabo diciendo cosas que no son verdad. —Suspiró amargamente—. Yo nunca he creído que seas una cría, Nora. Yo jamás…
Nora le cubrió los labios con el dedo, pidiendo silencio.
—Eso es agua pasada. Para mí no hay más que hablar. Si todo esto es por ese asunto te aseguro que no tienes nada de qué preocuparte. Nada ha cambiado para mí.
Dorian se armó de valor para decir la otra parte. Quería confesar de alguna manera sus recientes ausencias mentales.
—No es sólo por eso. —Le acarició el pelo dorado—. Tenías razón cuando me dijiste que estaba ausente. No sé por qué ha podido ser, pero no me gusta que te sientas sola ni por un segundo. No puedo abandonarte y dejar que creas cosas que no son. —Sintió estremecérsele el pecho—. Eres lo que más me importa en este mundo, y no podría soportar hacerte daño de ninguna forma.
—Dorian, yo…
—Sé que esta no es la mejor de las maneras, pero no sabía qué hacer. Eres más fuerte de lo que crees y por eso precisamente me vuelvo loco sólo al imaginar que tengas que llevar el peso de esta relación tú sola.
Nora pareció quedarse embelesada con esas palabras. Estaba impresionada.
—Para tratarse de una disculpa, no ha estado nada mal —bromeó—. Creo que tenemos que pelearnos con más frecuencia.
—Sabía que te gustaría.
Se contemplaron en silencio durante un buen rato, olvidándose del resto del mundo, mirando a través de los ojos del otro, pero Dorian aún permanecía demasiado afectado, sin saber disimular demasiado bien.
—Se acabó —susurró Nora—. Cambia esa cara. Todo está bien.
De repente, y como si nadie lo hubiera previsto, Dorian comenzó a llorar, ahogando suspiros, y enjugándose las lágrimas lo más rápido posible.
—Dorian… —dijo Nora, al darse cuenta de lo que pasaba.
—Lo siento es que no puedo evitarlo…
Con un hábil movimiento, Nora apartó la bandeja de la comida y atrajo a Dorian hacia ella, envolviéndole con los brazos y las piernas.
—Mi amor, no llores —susurró—. No llores…
Dorian no decía nada. Era incapaz de articular palabra. Odiaba no reconocerse así mismo; sus planes de futuro se habían truncado por no poder olvidar el pasado, que lamentablemente estaba interviniendo en el presente.
—Me aterra cometer alguna estupidez que me haga perderte —logró decir.
Nora se estremeció al escuchar la voz tan sincera de su marido.
—No vas a perderme. Nunca pasará algo como eso. —Le sujetó la cara con las manos—. Sé que me quieres. Eso contrarresta todo los demás.
—No es tan fácil. No puedo cometer un error tras otro esperando que me perdones. No está bien.
—No estás cometiendo ningún error, Dorian. Desde que te conozco, lo único que has hecho es hacerme feliz. No tienes ni idea de lo horrorosa que era mi vida antes de que aparecieras. —Le besó en la mejilla, secándole del todo las lágrimas—. Contigo todo es diferente, y a tu lado los días merecen la pena.
—Pero…
—Si te consideras un error por darme los momentos más felices que puedo recordar, entonces eres el mejor error que he tenido en toda mi vida.


54


La tensión podía cortarse con un cuchillo. Los ensayos estaban resultando literalmente agónicos: las miradas de desconcierto y sorpresa apuntaban directamente a Angy, con las ropas colgando sobre su delgado cuerpo. De igual manera que escrutaban los ojos de Evan. No parecía el mismo; ahora se limitaba a asentir de vez en cuando y hablaba únicamente cuando le preguntaban. Todo estaba patas arriba. No había comunicación entre ellos, y Paolo, Fabio, Andrea, Valentina y Demetrio contenían la respiración, temerosos de que la bomba invisible entre ellos acabara explotando de un momento a otro. Un ambiente hostil que vislumbraban por primera vez.
—Estoy agotada —se quejó Andrea—. ¿No podríamos hacer un descanso?
Angy se cruzó de brazos, meditándolo un segundo.
—¿Qué opináis vosotros?
—Deberíamos parar —comentó Fabio—. Llevamos todo el día, y creo que todo está controlado.
—De acuerdo —musitó—. Lo dejamos por hoy. Buen trabajo, chicos.
—De eso nada. Aún no hemos acabado.
Ángela se dio la vuelta para mirarle a la cara. Evan tenía una expresión de hielo.
—¿Ahora hablas?
Evan apretó la mandíbula.
—Sí, para enmendar… tus errores.
—Esto no es un error.
—Creo que eso ya lo he oído antes. —Se rascó la barbilla—. Chicos, hay que mejorar incluso ahora. Ya descansaremos cuando la obra se haya estrenado.
—No.
—Aún es temprano para irse a casa…
—Terminamos cuando yo lo decida —gruñó Angy—. Y digo que lo dejamos ahora.
—Vaya, ¿ahora estás decidida a dar órdenes?
—Cierra la boca.
Los demás estaban algo aturdidos por esa disputa entre los mandamases.
—¿Va todo bien? —quiso saber Paolo.
—Bueno… —dijo Evan—. Eso depende de a quién se lo preguntes. ¿Verdad, Angy?
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
—Ayudarte.
—¿Ayudarme?
—Ponerte las cosas un poco más fáciles. Es lo que necesitas. Ahora mismo no estás en situación de decidir.
—Y supongo que eso me lo dice alguien con la cabeza amueblada…
—Dejadlo ya —ordenó Valentina.
—No te metas en esto —espetó Angy—. No es asunto tuyo.
—No, desde luego que no. No tengo ni idea de lo que os pasa, pero los problemas tenéis que dejarlos fuera de aquí. Se supone que estamos trabajando.
—En eso tienes razón —apuntó Evan—. Angy está algo desorientada últimamente.
Sus ojos verdes se incendiaron, rabiosos.
—¿Quieres provocarme?
—¿Provocarte? —Evan puso los ojos en blanco—. No necesito hacerlo. Tú misma te has puesto la soga al cuello. No me culpes por intentar echarte una mano.
—Siento decirte que estás haciendo de todo menos eso. Cállate de una vez, Evan.
—¿Y si no lo hago? ¿Qué harás? —Se adelantó un paso—. ¿Vas a volver a darme una bofetada?
El silencio invadió momentáneamente los cuerpos de todos ellos, a la espera de una buena explicación que no llegaba.
—¿Quieres hablar? —bramó Angy—. ¿Quieres? ¡Entonces, vamos!
—Creo que últimamente no sabes lo que quieres.
—¿Y me lo dices tú? ¿Un hombre que se pasa la mayor parte del tiempo buscando a la mujer perfecta sin ser capaz de encontrarla?
Fue un golpe bajo, y ambos lo sabían.
—Al menos mi dignidad no está por los suelos.
Ángela dejó escapar un suspiro. No podía creer que la situación hubiera llegado a tal extremo.
—Mi dignidad no está por los suelos.
—Cierto, se me olvidaba que aún no has movido ficha. —Frunció el ceño—. Como una buena mujer dócil, permites que tu apuesto príncipe comprometido lo haga por ti.
—No sigas con esto —advirtió ella—. Para.
—No, Angy. No voy a hacerlo hasta que acabes de una vez.
—Es mi vida, no la tuya.
Evan se encogió de hombros, impasible.
—Lo es, pero tengo la obligación de involucrarme cuando eres incapaz de separar tu vida profesional de la sentimental. —Suspiró—. Me veo en el obligación de ir a buscarte a tu propia casa cuando ciertos asuntos te impiden hacer tu trabajo. Deberías agradecérmelo.
—Para nada.
—Admítelo. Soy el único que está presente cuando otros ni siquiera están cerca. Te conozco, y sé lo que te conviene.
Ella estalló una vez más, como bombas ocultas diseminadas por todo el perímetro.
—¿Crees que un chico de veinte años es lo que más me conviene? —bramó—. ¿Crees que dejarle abierta la puerta de atrás es suficiente para que haga su fantasía realidad?
—Por lo menos su ilusión se sostiene sobre los pilares de algo… real.
Ella ignoró ese último comentario, y siguió, cegada por la rabia.
—¿Por qué no se lo cuentas a ellos? —Se mordió el labio, ansiosa—. ¿Recordáis aquel ramo de rosas que alguien me envió? —Señaló a Evan con el dedo—. Bien, pues aquí tenéis al responsable.
—Te equivocas —dijo él—. No fue así.
—Ya, y supongo que ahora vas a explicárnoslo.
—Sí. —Torció la cabeza—. Lo creas o no, los sentimientos de ese chico son reales. Está cautivado por ti. No le contraté si es eso lo que piensas. No es ningún actor. Quería tener la oportunidad de conocerte y yo se la di. Dejé la puerta abierta para que entrara.
—¿Y ya está? ¿Pensaste que sería amor a primera vista?
—Probablemente no. A ti te gusta correr riesgos innecesarios, Angy. A veces no sabes distinguir la fina línea que separa tus derechos de los de los demás.
—¡Cállate de una vez!
Con la respiración a punto de cesar en su cuerpo, Angy comenzó a andar hacia la salida, dejando a sus compañeros totalmente estupefactos debido a su inconcebible disputa con el que se suponía que era su mejor amigo.
—¿Vas a huir? —preguntó Evan desde lejos.
Angy se paró en seco, pero evitó volverse.
—Prefiero hacerlo antes que seguir escuchándote.
—Al menos lo que te digo es verdad.
—No. —Entristecida, negó con la cabeza—. Tú ni siquiera le conoces.
—¿Y crees que tú sí?


55


Dorian escuchó atentamente la puerta de la entrada principal abrirse a lo lejos. Las cámaras de seguridad vislumbraron la larga cabellera dorada que brillaba gracias al sol. Con el corazón temblando de pura alegría, Dorian esperó a que Nora apareciera inminentemente, con esas ganas locas de verla de nuevo, pero no ocurrió exactamente de la manera en que estaba previsto. Esa mujer pasó como una exhalación, sin emitir ningún sonido.
—Nora...
Ella no respondió. Pasó de largo, sin ni siquiera girar la cabeza. Atravesó la estancia y despareció, seguramente en dirección al dormitorio. Sin pensarlo, Dorian se levantó de su asiento y siguió su mismo recorrido.
La puerta estaba entreabierta, y pudo comprobar que ella estaba allí. Dio dos golpecitos ligeros sobre la superficie.
—¿Puedo pasar?
Nora dejó momentáneamente de lloriquear. Asintió con la cabeza, así que Dorian entró lentamente y se tumbó a su lado, paciente.
—¿Vas a contarme qué ocurre?
Hubo un silencio leve entre los dos.
—Es la odiosa de mi jefa —gruñó Nora—. No deja de hacerme la vida imposible.
—¿Qué te ha hecho esta vez?
Nora se acurrucó en el pecho de Dorian, cogiendo fuerzas.
—Me ha dejado en ridículo delante de varios clientes. Y todo por confundirme en un pedido. —Resopló—. Ha sido sin querer. ¿Acaso ella es tan perfecta que nunca comete errores?
Le acarició la mejilla, con suavidad. Le apretó la mano y respiró.
—Tranquilízate, cielo. Ahora estás aquí, conmigo.
—Pero eso no cambia nada. Voy a tener que seguir aguantándola.
Dorian suspiró.
—No tienes por qué hacerlo. No tienes por qué aguantar sus continuos desprecios. Puedes buscarte otro trabajo. Estoy seguro de que encontrarías algo en un abrir y cerrar de ojos.
Nora sacudió la cabeza, oponiéndose.
—Eso es precisamente lo que quiere —susurró—. Y no pienso darle ese gusto. Tendrá que soportarme de la misma manera que yo soporto sus desplantes.
—¿Merece la pena?
—Dorian, quiero que se trague sus palabras. Quiero demostrarle que se equivoca conmigo. Soy igual de capaz que ella misma. Ella es la que no está cualificada para dar órdenes.
Dorian dejó escapar una sonrisa.
—Princesa, tienes que reconocer que tú siempre has tenido cierta resistencia a obedecer órdenes.
—Sí, pero eso no tiene nada que ver con esto. Sé lo que hago, y mis problemas han empezado desde que esa mujer ocupó el puesto de su madre, mi antigua jefa…
Dorian le tapó los labios con los dedos.
—Basta de hablar de trabajo. Desconecta.
Acto seguido, Nora se escondió en él, cerrando los ojos y dejando que todo a su alrededor desapareciera. Por su parte, Dorian se sentía rejuvenecido a su lado.
—Tienes que comer algo.
—No tengo hambre —alegó débilmente Nora.
—Seguro que tu estómago no opina lo mismo.
—No quiero discutir contigo, Dorian.
—Ni yo contigo, pero quiero asegurarme de que todo está bien. No puedes saltarte la comida.
—Si quieres que todo esté bien, no te muevas de aquí. —Le besó en los labios—. Quédate conmigo.
Permanecieron juntos durante diez minutos, en los que Dorian se concentró en observarla atentamente, como si fuera la primera vez que gozaba de su presencia angelical. Se sentía desbordado ante tanta belleza: ojos azules como el cielo, pelo dorado, piel blanca y sin imperfecciones… Un lujo hecho de carne y hueso.
—No te duermas —susurró Dorian.
—¿Qué?
—No te duermas —repitió.
Nora se apoyó sobre uno de los codos, lateralmente.
—¿Por qué no puedo dormirme?
—Necesitas desahogarte.
—Eso es justamente lo que pretendo hacer ahora mismo.
Él sonrió con ganas.
—No de esta forma. Es conveniente que pienses en otras opciones.
—¿Alguna idea?
Dorian afirmó con la cabeza.
—Déjalo en mis manos.


La carretera estaba desierta, por eso el coche no encontraba ningún obstáculo, deslizándose sobre el pavimento con facilidad. Dorian conducía con ligereza, mientras que con el rabillo del ojo se aseguraba de que Nora cumplía su palabra. La había vendado los ojos con el propósito de salvaguardar su destino; quería darle una sorpresa y hasta el último momento deseaba que todo saliera tal y como tenía previsto.
—¿Hemos llegado ya? —preguntó Nora, toqueteando disimuladamente la venda que le cubría los ojos.
—No te quites la venda —gruñó cariñosamente Dorian—. No, ya no queda mucho.
—Eso mismo has dicho hace un rato.
Dorian sonrió.
—Créeme, ahora es verdad.
Cinco minutos después, el coche se paraba en un estrecha calle entre dos edificios que parecían estar abandonados. El viento soplaba con ligereza y el frío azul de la tarde inundaba todo lo que alcanzaba la vista.
—Creo que nunca me has abierto la puerta del coche —comentó Nora, al escuchar que la puerta del copiloto se abría sin avisar—. Deberías hacerlo más a menudo.
—Puede que lo haga.
La agarró de la mano y tiró suavemente. Se colocó detrás de ella y comenzó a guiarla para que comenzara a andar, dejando atrás los edificios y cruzando la solitaria carretera situada a la derecha. Todavía no había decidido quitarle la venda.
—¿Planeas secuestrarme?
—¿Por qué debería hacerlo? Ya estás casada conmigo.
Nora dibujó una sonrisa pícara en su rostro.
—¿Y crees que eso te da derecho a hacer conmigo lo que te plazca?
En un segundo, Dorian la cogió y la levantó por los aires, haciéndola girar.
—Me da derecho a hacerte feliz, y eso incluye varias maneras. En este caso, planeo hacerte liberar toda la rabia que llevas dentro.
—Dudo mucho que puedas hacer una cosa así.
—¿De veras?
—Sí, estoy convencida.
—En ese caso, lamento decirte que estás equivocada.
La dejó en el suelo con cuidado, volviendo a situarse detrás para guiarla.
—Está bien, me rindo —anunció Nora—. ¿Adónde me llevas?
—Es un secreto.
—No me gustan los secretos.
—En ese caso, no desesperes —susurró—. Ahora mismo vas a verlo con tus propios ojos.


Dorian cogió una llave que estaba escondida detrás de un ladrillo desgastado empotrado en la pared y la introdujo en la oxidada cerradura, haciéndola girar. Se escuchó un ruido tintineante y seco.
—Pasa —dijo—. La puerta está abierta.
—Sí, de eso he podido darme cuenta.
Con pasos torpes y algo inseguros, Nora se introdujo dentro. Dorian la siguió y la sujetó un segundo por la cintura.
—No te muevas.
Se alejó de ella y fue hacia la izquierda. Con un rápido movimiento de manos, las luces cobraron vida y entonces pudo ver aquel viejo pero aún entusiasta gimnasio. Seguía tal y como lo recordaba, tal y como lo encontró, y no pudo evitar sonreír. El cuadrilátero central, los sacos colgados del techo, los espejos, las pesas… Aún podía verse retomando los mismos movimientos que años atrás, con su entrenador y compañeros, repartiendo golpes controlados.
Se colocó detrás de Nora y con un ligero movimiento de dedos, la venda cayó de sus ojos. Se quedó sorprendida, mirándole a él y a lo que tenía alrededor, alternando la vista
—Vaya… —dejó escapar.
—¿No es lo que esperabas?
—A decir verdad, no.
Dorian se encogió de hombros.
—Bueno, dijiste que querías desahogarte.
—Sí, pero esperaba algo más… romántico.
—Lo primero es deshacernos de tu ira —susurró Dorian—. Luego ya veremos qué ocurre.
No se escuchaba ni un ruido, salvo el que emitían sus propias voces. Era como si el sitio llevase abandonando bastante tiempo.
—¿Nos hemos colado sin permiso? —intuyó Nora—. No creo que sea legal.
—Tranquilízate. Todo está controlado.
—¿Y si viene alguien?
—En ese caso, no te preocupes. Tengo carisma de sobra para convencer a cualquiera de que están ante un compañero.
Esa noticia invadió el cerebro de Nora, recapacitando en silencio.
—Espera. —Frunció el ceño—. Nunca me has dicho que hicieras boxeo.
Dorian se rascó la nuca.
—Técnicamente fue antes de conocerte, así que no creo que fuera algo necesario.
—Ahora sé que hay muchas cosas de ti que no conozco.
—Bueno, ahora ya sabes algo más de mí.
Nora seguía dando vueltas sobre sí misma, contemplando ese paisaje que en su día estuvo cargado de testosterona y golpes.
—¿Por qué lo dejaste?
Dorian se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir.
—Supongo que a veces es bueno pasar página.
—¿Pero no se suponía que te gustaba esto?
—Sí, pero mis prioridades cambiaron… —Sacudió la cabeza y se aproximó hacia un pequeño armario colgado de la pared, cogiendo un rollo de vendaje—. Pero no estamos aquí para eso. Vamos, acércate.
Nora hizo lo propio, mordiéndose el labio.
—Extiende las manos.
—¿Vas a vendármelas?
Dorian asintió.
—¿Para qué tanta protección? ¿Quieres enseñarme a boxear?
Dorian rió por lo bajo. Sus ojos brillaban.
—Quizás en otro momento. Lo que ahora quiero que hagas es bien sencillo, pero no quiero que te hagas daño, por eso es mejor tomar precauciones.
Le vendó las manos con tranquilidad, mientras sus miradas se cruzaban de vez en cuando.
—¿Y ahora? —preguntó ella, una vez que Dorian acabó.
—Ahora debes ponerte los guantes. —Volvió a su lado con un par de guantes desgastados de color negro. Se los colocó con precisión.
—Creo que no van demasiado conmigo.
—Tranquila, nadie te está viendo. —Le guiñó un ojo—. De todas formas, sigues siendo muy sexy.
—De eso no tenía ninguna duda.
Dorian caminó un par de pasos hasta situarse delante de uno de los sacos colgados del techo, asegurándose de que todo estaba en orden.
—Acércate —susurró.
Nora le obedeció, sosteniéndole la mirada, curiosa e inquieta.
—Golpéalo.
—¿Qué? —Nora arqueó las cejas—. No…
—Muy bien. Es ese caso, él te golpeará a ti.
—¿Golpearme? Es un saco, ni si quiera está moviéndose…
Con la velocidad de un rayo, Dorian empujó el saco en la dirección de Nora, golpeándola en la parte izquierda de su cuerpo.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó alterada.
—Quería romper el hielo —bromeó—. Vamos, probemos otra vez.
Nora negó con la cabeza.
—No tengo por qué golpear este saco. No tiene sentido. ¿De qué va a servir?
—En ese caso, te ayudaré. —Se colocó detrás de ella, para susurrarle unas palabras en su oído—. Imagina que este saco de boxeo es un tu jefa. Imagina que ha sido un día agotador pero ella se niega a dejar que te vayas a casa. —Le dio un beso en la nuca—. Imagina por un momento que puedes desahogarte, y decirle todo lo que piensas.
Nora cambió su lenguaje corporal.
—En ese caso…
Un breve pero potente proyectil en sentido ascendente se perdió en el saco, zarandeándolo con inesperada fuerza.
—¡Oh! —exclamó Dorian—. Pera ser el primer gancho, no ha estado nada mal.
—Bueno, supongo que imaginarme la cara de mi querida jefa es un gran incentivo para motivarme.
—¿Qué tal si lo haces de nuevo?
El tiempo pasó a un segundo plano y se concentraron en la liberación de malas vibraciones de Nora. Sus puñetazos cada vez fueron más coordinados, soltando adrenalina por cada poro, mientras que Dorian aguantaba el impacto recibido al otro lado del saco, sujetándolo con sus manos.
—¡Esto sienta de maravilla! —anunció Nora.
Dorian sonrió complacido.
—Te dije que te gustaría.
—Ojalá mis padres pudieran ver esto. Nunca he sido buena en los deportes.
—Creo que el mundo del boxeo se ha perdido a una estrella de la categoría de peso mosca.
Dorian permaneció observándola embelesado hasta que se atrevió a cambiar de táctica.
—¿Te gustaría probar con alguien de verdad?
—¿Te refieres a ti? —aventuró—. ¿No crees que estoy en clara desventaja?
—Oh, desde luego que no. —Se acercó y la rodeó la cintura—. Soy yo el que está en desventaja.


El cuadrilátero ofrecía unas perspectivas diferentes cuando se estaba dentro de él. En diagonal, mirándose de frente, Dorian y Nora permanecían a la espera. Él fue el encargado de empezar, moviéndose con soltura, con una antigua coreografía tatuada en su corteza cerebral. Para adelante y para atrás, mientras que su mujer intentaba copiar sus movimientos.
—Esto no es justo —gruñó—. Yo no tengo ni idea.
—Por los golpes que has soltado antes, yo no diría lo mismo.
A pesar de estar bien protegidos con guantes y cascos, Dorian vio a Nora poner los ojos en blanco, por eso no le dio tiempo a que reaccionara, y le propinó un suave golpe, un puñetazo directo con la mano más adelantada desde la posición de guardia.
—Levanta los brazos —ordenó—. Protégete en todo momento. No debes bajar la guardia. Sigue moviéndote, vamos. Es como una baile…
Nora soltó un bufido.
—No estoy acostumbrada a este tipo de bailes.
—Venga, te toca —susurró—. Golpéame. Ejecuta un movimiento con la mano que tienes más atrás. Un puñetazo directo.
Sin mucho éxito, Nora obedeció, pero su marido esquivó el golpe sin apenas moverse.
—No tiene gracia si te apartas —bufó ella.
—Venga, repítelo. Te aseguro que ahora no me moveré.
Volvió a intentarlo, esta vez con resultados.
—Vaya… —dejó escapar—. Sí que tienes ganas de golpearme.
—¿No decías que querías ayudarme a desahogarme?
La coreografía de movimientos improvisados se sucedió hasta un buen rato después, alternando puñetazos semicirculares, ganchos y posiciones defensivas.
Sin querer, y ante un segundo de distracción, Dorian no pudo hacer nada. Plantó mal el pie derecho y se tambaleó, lo que Nora aprovechó para propinarle un certero golpe, que supuso su victoria. Dorian cayó de espaldas. Nora se tumbó encima, con una sonrisa tan grande, que le atravesaba horizontalmente toda la cara.
—Vale —masculló Dorian, tendido en el suelo—. Me rindo.
—¿Estás seguro?
—Sí, no quiero que me des una paliza…
Nora se quitó el casco de protección e hizo lo mismo con Dorian. Después le besó con intensidad, y se quedó tumbada encima de él.
—Gracias —susurró.
—No tienes por qué dármelas.

56


Dorian quería que todo saliera a pedir de boca; había planeado esa cena en secreto durante semanas, y esperaba que la paciencia requerida hubiera merecido la pena. La había llevado a uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad, y por fortuna, había conseguido que estuvieran solos.
Nora entró en el restaurante con cautela, como si no acabara de creerse que estaba allí. Inmediatamente después de notar su presencia, un atento camarero la atendió con elegancia, pidiéndole que la acompañara a su mesa, situada en el centro de la enorme estancia, con minuciosos detalles elaborados.
—¿Quiere tomar algo mientras espera al caballero?
Nora negó con la cabeza, así que el hombre se marchó después de una leve reverencia. Tenía la carne de gallina, y eran pocas las ocasiones en que conseguía ponerse tan nerviosa. Aún no había señales de Dorian por ninguna parte; la había enviado una nota con la dirección del restaurante y unas pocas palabras más para pedirle que estuviera allí a la hora señalada. Nada más, ninguna otra pista. Por eso se preparó a conciencia y acudió allí de buena gana, esperando verle aparecer de un momento a otro, mientras dejaba volar la imaginación y se recordaba en silencio una vez más lo afortunada que era por tenerle.
—¿Me permite sentarme, señorita?
El elegante hombre vestido de esmoquin deslumbraba con su sonrisa. Dorian estaba guapísimo, y Nora lo sabía. Le dedicó una cariñosa mirada mientras él se inclinaba para besarla tiernamente en la mejilla.
—Estás completamente loco —susurró ella.
—Lo sé, pero a veces me gusta correr el riesgo.
Nora miró en todas direcciones, cerciorándose de lo que veían sus ojos: no había nadie más. Las mesas contiguas así como las más alejadas estaban desiertas.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Dorian.
—¿Estamos solos?
—Sí.
—¿Pero cómo…? —Se dio cuenta antes de terminar de formular la pregunta—. ¿Has conseguido reservar todo el restaurante para nosotros?
—Algo así.
Nora se quedó con la boca literalmente abierta.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó.
—Un mago nunca desvela sus trucos, ¿no?


La cena era exquisita y el vino que lo acompañaba todo desprendía un dulce licor inyectado en vena. La sonrisa cándida y esbelta de Nora irradiaba pura luz. Dorian no recordaba haberla visto antes de aquella manera, salvo en su boba. Estaba pletórica.
—Confiesa —susurró—. ¿A qué viene todo esto?
Dorian le acarició la mano sobre el centro de la mesa.
—Quiero darte todo lo que esté a mi alcance. Quiero sacarte una sonrisa tras otra siempre que pueda.
—¿Desde cuándo tenías planeado algo así?
—El tiempo suficiente —susurró él.
—Pero ha debido de costarte una fortuna…
—Nora, no pienses en eso —rogó—. Tú eres mi mayor inversión. Puedo gastarme hasta el último centavo sólo para ver esa mirada.
—¿Qué te dicen mis ojos ahora?
—Que eres feliz.
Nora entrelazó los dedos con los suyos. Estaba preciosa, con un vestido vaporoso y el pelo recogido hacia un lado.
—Soy mucho más que eso —confesó—. No tengo ni idea de cómo lo consigues, pero cada día es mejor que el anterior. —Dejó escapar un gritito ahogado—. ¿Por qué no te encontraría antes?
Ante esas palabras, Dorian se revolvió imperceptiblemente en la silla. Todo estaba saliendo tal y como tenía previsto, y no quería pensar en esa otra mujer, al menos no en ese momento.
—Cada cosa a su momento —dijo Dorian—. Nos conocimos en el instante adecuado.
Se quedaron embobados el uno con el otro, con ojos vidriosos por los sentimientos. A simple vista formaban la pareja ideal, dignos de despertar mucha envidia en los demás, pero estaban tan embelesados que se preocupaban exclusivamente en aguantarse la mirada. Siempre era Dorian quien acaba perdiendo el juego.
—Una más —susurró Nora.
—Esta vez te he dejado ganar.
—¿Y esperas que me lo crea? —Se mordió el labio—. Te intimido, señor Dorian.
—Puede.
—¿Puede? Sabes que es cierto.
La música que les acompañaba de fondo era melodiosa. Un par de violinistas tocaban entre luces y sombras, dándole a la atmósfera todavía más encanto. Era una verdadera escena sacada de un cuento de hadas.
—Cierra los ojos —susurró Dorian.
Ella obedeció, con una sonrisa grande sobre sus labios.
—¿qué tramas ahora?
—Enseguida lo sabrás.
Con un sutil movimiento, se levantó de su asiento e hizo lo propio con su mujer. La ayudó a levantarse con cuidado. La llevó hasta un lugar alejado de las mesas para poder bailar.
—Creo que lo de tener los ojos cerrados es una obsesión —dijo Nora—. Me das miedo.
—¿Por qué?
—La última vez que me pediste que cerrara los ojos acabé metida dentro de un gimnasio.
Dorian sonrió.
—¿Acaso no mereció la pena?
El baile se volvía lento, cálido y deseado. Las suaves vueltas conseguían un mundo paralelo, con esos dos jóvenes metidos dentro de su propia burbuja. Dorian sentía un cosquilleo en su estómago, y por primera vez en mucho tiempo, sabía que quería a esa mujer, más allá de ojos verdes.
—Si te pidiera algo, ¿lo harías sin dudar?
Nora investigó la mirada de Dorian, para encontrar el verdadero significado a aquello.
—Creo que no es necesario que te diga la respuesta.
—Pero aún así, me gustaría escucharte.
Nora se pegó a su cuerpo, apoyando sus labios sobre el lóbulo de la oreja de él.
—Cualquier cosa, lo que me pidas.
Dorian la abrazó con fuerza y la elevó unos cuantos centímetros del suelo.
—Creo que vas a matarme, pero por favor, cierra los ojos.
—¿Otra vez? —dejó escapar ella.
—Es la última vez que te lo pido —aseguró—. Al menos durante esta noche.
Tal y como se imaginó, Nora volvió a cerrar sus ojos y, sin perder ni un instante, hizo una rápida señal con la cabeza para que los encargados del restaurante apagaran las luces, quedándose parcialmente a oscuras, salvo por la luz de la luna que se filtraba por los grandes ventanales.
—¿Qué ha pasado…?
—No los abras —pidió Dorian—. Aún no…
—Está bien. Espero.
Con el corazón latiendo como un loco dentro de él, Dorian sacó del bolsillo de su pantalón un precioso anillo de diamante. Se arrodilló tal y como había ensayado y, con delicadeza, cogió la mano izquierda de Nora y le colocó el anillo en el dedo anular.
—Ya puedes abrirlos.
Nora casi se cayó de espaldas. Se quedó sin habla, muda; no llegaba a entender lo que estaba sucediendo.
—Nora, he preparado esta velada para que de verdad sientas lo especial que eres para mí. Eres la mujer que quiero, y deseo fortalecer nuestra unión, por eso he organizado todo esto. Tu pedida de mano.
Ella seguía sin habla, por eso continuó hablando.
—Sé que quizás no lo hemos hecho como el resto de parejas, pero sabes que no somos como los demás. —Sonrió—. Podremos contarles a nuestros nietos que primero nos casamos y luego yo te regalé el anillo de compromiso. Desde luego es algo que no olvidaremos.
Con lentitud, Nora se arrodilló también, con unos ojos altamente expresivos, con el alma visualizándose en ellos.
—Estás loco —logró decir.
—Estoy loco por ti.
Dorian suspiró y agarró con más fuerza la mano izquierda de ella, observando el intenso brillo del diamante.
—¿Quieres casarte conmigo?
Un silencio envolvente apareció. Ella parecía tener un colapso en su mente, incapaz de pensar con claridad.
—Ya estoy casada contigo.
—Lo sé, pero fuiste tú la que dio el primer paso. Ahora quiero hacerlo yo.
Ella seguía como un flan, a punto de desbordarse del plato.
—Bueno, ¿qué dices? —pronunció él—. ¿Aceptas?
En lugar de responder con una única palabra, Nora se inclinó en una décima de segundo hacia él y le rodeó el cuello con los brazos, besándole como nunca antes lo había hecho, mientras que finas lágrimas rodaban por sus rosadas mejillas. Esa era su particular forma de decirle que sí.


57


Tal y como esperaba, Evan seguía sin dirigirle la palabra. Los siguientes ensayos después de la pelea entre ambos se habían vuelto distantes y fríos; nadie parecía disfrutar.
—Chicos, ¿Evan se ha ido ya? —preguntó Angy, con la esperanza de que no fuera así.
—Creo que no —contestó Andrea—. Está arriba.
—¿En su despacho?
—No —aseguró Paolo—. En la azotea.


Ángela titubeaba cada dos segundos. Tenía la puerta negra de acceso a la azotea delante de ella pero aún dudaba. No sabía si sería buen idea atravesarla y encontrarse a solas con él, pero al menos tenía que intentarlo. Tal y como estaban, su relación era nula, y no podía quedarse de brazos cruzados esperando a que la suerte le diera una oportunidad que probablemente no llegaría.
El aire en su cara le recordó la altura a la que se encontraba. En efecto, un hombre de espaldas a ella estaba allí, contemplando esa parte de la ciudad, sumido en un gran silencio. Con pasos torpes, se acercó, pero manteniendo siempre las distancias. No podía creer que hubiera llegado a esos extremos con el que siempre había sido su mejor amigo. Temía haberle perdido para siempre.
—¿Qué haces aquí?
Evan no apartó la mirada del horizonte.
—Necesitaba pensar.
—Si quieres puedo marcharme…
—No es necesario. No me molestas —carraspeó—. La azotea no es mía.
Viendo su única oportunidad entre ese gran silencio, Ángela se llenó de valor y se posicionó a su lado. Colocó las manos sobre el muro de hormigón, contemplando la última luz solar de aquel día. El nudo en el estómago se volvía enorme, casi tanto como su miedo.
—¿Podemos hablar?
Evan apretó la mandíbula. Sus ojos estaban cambiados. Habló sin mirarla.
—¿Para que volvamos a entrar en una discusión que no tiene fin? —Torció la cabeza—. Mejor dejemos las cosas tal y como están.
Se dio la vuelta y comenzó a andar con la intención de abandonar la azotea, pero Angy no estaba dispuesta a dejarle marchar y le alcanzó.
—Espera. —Le sujetó de la mano, con ojos tristes—. De verdad, necesito hablar contigo.
—Mira, Angy… No quiero discutir. Lo detesto.
—Yo tampoco, y por eso he venido para pedirte perdón. —Reprimió las lágrimas—. Me he comportado como una idiota cuando tú sólo intentabas ayudarme.
—Sí, pero mis esfuerzos no sirven para nada si no estás dispuesta a dejarte ayudar. Tienes que entender que lo que te ocurre es muy serio —aseguró—. No estoy hablando de tus problemas sentimentales. Hablo de tu cuerpo. Estás más débil que nunca. Has permitido que te afecte de tal manera que has perdido un montón de peso, y es imposible que quieras que permanezca impasible mientras veo cómo mi mejor amiga acaba poniéndose enferma por alguien que ni siquiera está presente para saber lo que te ocurre.
Angy se rompía por dentro. Estaba dividida. No dejaba de pensar en Dorian, pero por nada del mundo quería perder a Evan. Le adoraba.
—He cometido un error, y sé que debo darme cuenta de ello.
—¿Ya lo has hecho? ¿Ya has podido darte cuenta?
—Sí. Sé que estoy equivocada.
Evan suspiró. Su gran estatura parecía tambalearse desde los cimientos. Su cara era difícil de interpretar.
—Eres mi mejor amigo y no puedo estar así contigo —confesó Angy—. Te necesito, Evan. Eres mi mayor apoyo, ahora más que nunca.
—¿De verdad lo crees?
—Sí —respondió—. Y sé que tú también.
—No importa lo que yo crea, pero sabes mejor que nadie que eres una de las personas que más quiero, Angy. Eres como mi propia hermana.
Esas sinceras palabras fueron suficientes para que la mujer de ojos verdes acabara por derrumbarse. Alargó sus extremidades y le abrazó, rompiendo a llorar.
—Por favor, perdóname —suplicó—. No puedo seguir con esto.
Evan le devolvió el abrazo, también arrepentido.
—No es a mí a quien le tienes que pedir perdón —susurró—. Es a ti misma, Angy.
—Jamás nos ha separado nada ni nadie, y no quiero que ahora ocurra. Perdóname.
Evan le dio un beso en el pelo, algo más calmado.
—No tengo nada que perdonarte. Está olvidado.
—No sé cómo pude pegarte. —Su voz estaba rota—. Yo jamás haría una cosa así…
—Eso no tiene importancia —dijo Evan—. Yo también me pasé. Los dos nos pasamos. Dijimos cosas graves. Yo también estoy arrepentido de lo que pasó ese día, pero no estoy acostumbrado a ver cómo las personas que más aprecio sufren de manera inevitable.
—Lo sé, y he estado tan ciega que no podía verlo. Intentabas echarme una mano y yo no hacía más que estropearlo. De verdad, no sé qué haría sin ti. No puedo imaginarme la vida sin saber que te tengo cerca.
—No voy a irme a ningún lado.
—Te prometo que voy a hacer todo lo posible para acabar con esto —sentenció Angy.
—Me alegra oír eso. —Se separó un poco y le apartó varios mechones de pelo de la cara—. Vuelve a empezar, Angy. Sé que puedes hacerlo. Te prometo que estoy contigo al cien por cien. No pienso dejarte sola.
Angy le devolvió el abrazo con más intensidad. Se sentía libre de nuevo, un alivio corriendo por su torrente sanguíneo. Había vuelto a recuperar una parte esencial de ella misma.
—Lo sé.


58


No podía creerlo, pero ahí estaba. Lo había intentado de todas las posibles maneras pero había sido inútil resistirse; esos ojos verdes le estaban observando de cerca, y Dorian sentía que se le aceleraba el pulso. Cada latido golpeaba en su pecho con la fuerza de un huracán, y pedía en silencio que ella no volviera a apartarse de él. La quería, de eso estaba seguro. A pesar de la distancia, nunca había dejado de quererla; la huella que había dejado en su alma había sido tan grande, que ni el transcurso de toda una vida habría sido suficiente para olvidarla. Así que allí estaba ella, con el silencio colgado de sus finos labios. Ya no podía ocultarlo más. Se pasaba los días en compañía de Nora, pero sabía que eso jamás sería suficiente; nunca podría darle en cincuenta años lo que Ángela pudo darle en cuestión de días. Había sido la primera y la única mujer por la que había perdido el juicio, y ahora no estaba seguro de haberlo recuperado. La sentía muy cerca, quizás demasiado. No había nada más por allí, y entonces sus alientos acababan colisionando en el aire, y el perfume que desprendía su cuello volvía a estar presente, igual que tiempo atrás. Acariciaba su mejilla tal y como solía hacer, y acababa perdiendo nuevamente la cabeza y besando a esa mujer, única responsable de que su corazón todavía no hubiese dejado de latir.
—¡Ángela!
En la oscuridad de la noche, Dorian abrió los ojos. Se incorporó como un loco y se dio cuenta que estaba en su habitación. Con la nuca empapada de sudor, calmó su agitada respiración e intentó pensar con claridad. Había sido una pesadilla, o un dulce sueño, según cómo se viese. Se giró hacia la derecha, para comprobar que Nora seguía durmiendo. Por suerte, así era. Se volvió hacia la parte izquierda; el reloj de la mesilla de noche marcaba las cuatro de la madrugada. Confundido y con el corazón todavía en un puño, se levantó.
El inmenso salón adquiría un fantasmagórico aspecto en penumbras. No estaba sentado; se limitaba a dar vueltas continuamente, intentando encontrar una buena razón que fuera capaz de explicar el sueño que acababa de tener. Por un lado, era lógico que hubiera terminado soñando con ella; reprimir sus sentimientos de forma continuada únicamente tenía una posibilidad de salir a la luz, y era a través de su subconsciente. Podía engañar a todo el mundo que estuviese a su alrededor, pero lo que estaba claro es que no podía hacer lo mismo consigo mismo. Sabía lo que pensaba y, en especial, conocía perfectamente lo que sentía. Era evidente que estaba haciendo grandes esfuerzos para que Nora encajara en su vida, pero desde que Angy había vuelto a entrar en juego ni siquiera sabía cómo actuar. Era absurdo intentar no pensar en ella; sus vanos intentos tenían un desagradable efecto rebote, y cuando menos lo esperaba, allí volvía a aparecer, con sus neuronas haciendo perfectas sinapsis con el propósito de no hacerle olvidar nada del pasado.
No dejaba de mirar la famosa foto del marco plateado, presente allí desde que Nora se había ido a vivir con él. Ambas salían preciosas, pero Ángela desprendía un encanto… diferente. No dejaba de sentirse acorralado en todos los aspectos; su cabeza daba vueltas sobre el mismo eje, y acabaría descarrilando si no hacía algo pronto. La cuestión era el qué.
El silencio lo envolvía todo con su largo manto, pero entonces un ligero sonido de pasos se escuchó al otro extremo. Dorian se alejó automáticamente de la estantería y de las fotos y se sentó en el gran sofá.
—Dorian, ¿qué haces aquí?
Nora apareció justo delante, con el cuerpo cubierto por la larga sábana. Todavía seguía algo adormilada.
—Siento haberte despertado.
Ella fue a sentarse a su lado, envolviéndole también con la sábana.
—No importa —aseguró—. No te he visto por ningún lado y quería saber dónde estabas.
Dorian torció la cabeza, pensativo.
—No podía dormir, y en lugar de dar vueltas en la cama he pensado que lo mejor era despejarme un poco.
Nora le acarició la cara, atenta a cualquier gesto extraño.
—¿Estás bien? —preguntó, al mismo tiempo que le agarraba de la mano.
—Sí…
—No es verdad —susurró—. Estás temblando, cielo.
—No es nada, tranquila.
—¿Una pesadilla? —aventuró Nora.
—Me temo que sí.
—¿Quieres hablar?
Negó efusivamente con la cabeza, sin negociar nada.
—¿Estás seguro?
—Sí. —Se levantó del sofá, dándole la espalda—. Créeme, no lo entenderías.
—¿Ni siquiera me vas a dejar intentarlo?
Dorian suspiró. No quería perder la paciencia, pero cada vez que Nora empezaba algo que estaba segura de terminar, no paraba hasta que lograba hacerlo.
—Vamos, es tarde.
Dio un par de pasos pero no escuchó los de ella. Seguía sentada en la misma posición, sin moverse ni un ápice.
—¿Quién es ella?
La sangre se le heló en las venas. Con cautela, se dio la vuelta para mirarla. No sabía si había escuchado bien.
—¿Qué?
—¿Quién es ella? —repitió.
—Nora, no sé a qué te refieres.
Su mujer se encogió de hombros, dubitativa.
—Siempre que hablas en sueños te refieres a una mujer —apuntó—. No dices gran cosa, pero repites continuamente una frase.
Creía que se iba a desmayar de un momento a otro. No podía ser verdad.
—¿Qué… es lo que digo?
—Le dices que no te abandone.
Su temperatura corporal bajó hasta el infinito, convirtiéndole en piedra en un instante. No tenía ni idea de cómo salir del paso, y mucho menos con esos luceros azules mirándole en la oscuridad.
—No lo sé, no lo recuerdo.
Sus ojos cristalinos no parecían opinar lo mismo.
—Puedes contarme cualquier cosa, Dorian. Te lo aseguro. Podría entenderlo.
—No hay nada de qué hablar, Nora. Ha sido una pesadilla, eso es todo.
—Dijiste que no me considerabas una cría —susurró—. Entonces no lo hagas ahora.
No tenía escapatoria. Tenía que decirle algo, pero las posibilidades eran escasas. A no ser que…
—Si te lo digo, ¿no harás más preguntas?
Nora le indicó con una señal que volviera a sentarse junto a ella. Obedeció lentamente, con la pesadez de la mentira colgando una vez más sobre sus hombros.
—No estoy muy seguro —empezó a decir—. No recuerdo lo que sueño, pero por lo que me dices, sólo puede ser una persona.
—¿Quién?
Contuvo un segundo el aliento. Iba a soltar otra falacia, pero no tenía elección.
—Mi madre.
Nora arqueó las cejas.
—¿Tu… madre?
—Sí. —Se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas—. Pero es una historia muy larga.
—Cuéntamela.
—Es mejor que volvamos a la cama. Tienes que descansar.
—Pero quiero saberlo —insistió—. Nunca me has hablado de ella, y tampoco de tu padre. A decir verdad, no sé nada de tus ellos.
Eso era verdad, pero Dorian tenía un buen motivo para no habérselo contado. No quería que nadie sintiera lástima por él, y mucho menos Nora. No le habría servido de ayuda confesarle que sus padres habían muerto en un accidente de tráfico cuando él era un adolescente. Pero ya había sanado su herida. Era agua pasada.
—Se suponía que no ibas a hacerme preguntas si accedía a decirte de quién se trataba.
Tenía razón, así que a Nora no le quedó más remedio que fruncir el ceño.
—Está bien, pero quizás deberías ir a ver a un experto.
—¿Para qué?
—Si no quieres hablar conmigo, al menos tendrías que hacerlo con alguien que te escuche.
Dorian negó con la cabeza.
—No es nada grave, Nora. Unos cuantos sueños no son peligrosos.
—Pueden serlo si te impides a ti mismo desahogarte —gruñó.
Él se apartó un poco. La situación era increíblemente desagradable.
—Lo siento —dijo Nora enseguida—. Es que no quiero que tengas problemas. No quiero que nada… te perturbe.
Convencido que la conversación debía terminar en ese instante, Dorian la agarró de la mano y tiró de ella con suavidad.
—Vamos a dormir.
Movida por un intento de consolarle o algo parecido, Nora se aproximó a sus labios, pero en la última milésima él se apartó.
—Siento estar así —se excusó—. Mañana volveré a ser el mismo de siempre.


La cama era acogedora, pero no lo suficiente para apaciguar el dolor que le consumía por dentro. Nora estaba a su lado, plácidamente dormida, pero le daba la espalda. Dorian tenía su brazo por encima de la cadera de ella, sintiéndola cerca. Sabiendo que no podía verle la cara, comenzó a llorar, hasta que las primeras luces del día acabaron por asomarme a través del cristal de la ventana.


59


Ese día de buen tiempo la isla estaba pletórica. Nora había decidido ir a visitar a su madre; era su día libre y, puesto que Dorian estaba trabajando, no quería quedarse sola en esa gigantesca casa, por eso se presentó sin avisar. Sin embargo, eso no resultó ser ningún problema para Julia, que no había dejado de sonreír desde que su hija pequeña estaba en casa, tomando un café en el salón.
—Se hace raro no estar por aquí —sollozó Nora.
—Dímelo a mí. Todo está demasiado silencioso.
—¿Y papá?
Julia puso los ojos en blanco.
—Ha tenido que irse. Le ha surgido una reunión de última hora.
—Creo que eso me recuerda a alguien…
Su madre se levantó para volver con más café. Volvió a sentarse.
—¿Qué estás pensando?
Nora se removió en su asiento.
—¿Qué?
—Cielo, eres como un libro abierto. Se nota cuando algo te preocupa. —Torció ligeramente la cabeza—. ¿Qué ocurre?
—Nada…
—¿Crees que es tan fácil engañar a tu madre?
El silencio duró únicamente unos pocos segundos.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro. ¿De qué se trata?
Nora resopló un par de veces antes de soltarlo.
—¿Alguna vez has tenido miedo de equivocarte y no hacer lo correcto?
—Naturalmente, Nora. No es algo exclusivo, si es eso lo que te preocupa. —Se sirvió otra taza de café—. Todos cometemos errores.
—Sí, pero… —Contuvo la respiración—. ¿Y si no pudieras controlarlo?
—No podemos tener el control sobre todas las cosas, pero no te preocupes. Es normal. Ya te acostumbrarás.
—No es por mí, mamá.
Julia la miró extrañada, con el ceño fruncido.
—Cielo, no te entiendo.
La chica de pelo dorado se mordió el labio, indecisa.
—¿Qué hacías cuando papá y tú os peleabais?
—Así que es eso, ¿no? Dorian y tú os habéis peleado.
Nora negó con la cabeza.
—No exactamente.
—Entonces, ¿qué es lo que va mal?
—Es su continuo silencio —protestó Nora—. Casi nunca discutimos pero es debido a que él ni siquiera me permite hablar. Termina la conversación en el momento que considera oportuno.
—La falta de comunicación puede tener graves problemas si no los solucionáis ahora.
—Me encanta cómo es, pero a veces me da le sensación de que es demasiado reservado. —Bebió un trago de su taza—. Sé que algo se me escapa pero no sé qué es.
—¿Se lo has preguntado?
—Claro que lo he hecho, pero nunca me cuenta nada.
Julia asintió en silencio.
—Debes respetarle.
—Lo hago, pero a veces resulta muy molesto. Es como si no confiara en mí.
—Los hombres suelen ser complicados de entender.
—Entonces Dorian se lleva el primer premio.
El teléfono comenzó a sonar. Julia inclinó la cabeza y salió del salón para contestar. Mientras tanto, Nora seguía dándole vueltas al asunto. Julia volvió cinco minutos después.
—Lo siento cielo —se apresuró a decir—. Cosas del trabajo.
—No pasa nada.
Su madre tomó asiento otra vez.
—¿Por dónde íbamos?
Nora no contestó. En lugar de hacerlo, se quedó un instante pensativa, hasta que al final explotó con aquello que no lograba entender.
—¿Crees que es normal que sueñe con su madre?
—¿Qué?
—Sé que parece una locura, pero es cierto. Al menos, es lo único que he conseguido sonsacarle.
—Espera —interrumpió su madre—. ¿Qué tiene eso que ver con lo vuestro?
—No lo sé. —Nora puso los ojos en blanco—. Sé que hay ciertas cosas de las que no le gusta hablar, pero eso no significa que tenga que apartarme de él cada vez que intento entenderle.
—¿Y crees que no quiere hablar de su madre?
—No lo creo, lo sé —gruñó—. Nunca me ha contado nada acerca de sus padres, y a lo mejor ahora creo que empiezo a entender algunas cosas…
—¿Cómo cuáles?
—Pues… —Se revolvió el pelo—. Al no tener contacto con sus padres, quizá necesita direccionar esa falta de atención con la supuesta necesidad de tener hijos.
Julia arqueó las cejas.
—¿Quiere ser padre… ya?
—Eso es al menos lo que ha dejado claro. Aunque a decir verdad ya no estoy segura del todo porque cuando nos peleamos…
—¿Os peleasteis por ser padres? —entonó Julia—. ¿No quieres tener hijos?
Nora dejó escapar un bufido.
—Ya sabes que soy joven, mamá. No tengo prisa por quedarme embarazada. Tener un hijo no hará que me sienta más enamorada de Dorian.
—A lo mejor él no opina lo mismo.
—Lo sé —admitió—. En ese sentido, os parecéis bastante. Dice que le encantan los críos, pero yo aún no estoy preparada para algo como eso.
Julia asintió varias veces en silencio.
—Bueno, debes zanjar ese tema. Probablemente vuestras ficticias discusiones tengan mucho que ver con eso.
—Ya lo hablamos. —Se ruborizó—. Al menos de momento, todo está aclarado. Me dijo que no me presionaría más para que tuviéramos hijos y que iba a hacer todo lo posible por hacerme feliz…
—Creo que eso se le da bastante bien.
Su hija asintió, aumentando el color rojo en sus mejillas.
—Aún hay algo que no te he contado.
—¿El qué?
Con gran orgullo, Nora extendió su mano izquierda, con el precioso anillo de diamante que Dorian le había regalado en su particular cena de pedida.
—¿Qué te parece?
Su madre abrió la boca, totalmente sorprendida.
—Oh, Dios mío. —Se inclinó para adelante—. No me digas que…
—Decidió organizar una cena para pedirme que me casara con él. —Su estómago saltaba de pura alegría—. Creo que somos la primera pareja que hace las cosas en sentido contrario.
—Está loco.
—Eso mismo le dije yo. —Suspiró—. Tenías que haberlo visto, mamá. Reservó el restaurante para nosotros solos y fue tan… mágico.
—Nora, puedes estar segura de una cosa —susurró—. Ese chico te quiere.
—Lo sé, y también sé que nunca me haría daño.


60


Evan quería que Angy desistiera en su intento por recuperar el control en el trabajo. La mujer de mirada verdosa quería reunir a sus compañeros para explicarles lo complicadas que habían sido las últimas semanas, en las que la tensión podía cortarse con un cuchillo.
—¿Estás segura? —insistió Evan—. No tienes por qué hacerlo. Ya son mayorcitos.
—Aún así —comentó Angy—. Les debemos una explicación.
—En ese caso, démonos prisa. Estarán a punto de irse, si es que no lo han hecho ya.


Demetrio se había marchado, pero el resto de ellos seguían por allí, charlando animadamente. El silencio se elevó por las nubes cuando Evan y Angy aparecieron con caras suplicantes.
—¿Va todo bien? —quiso saber Paolo.
—Sí —dijo Angy—, pero queríamos hablar con vosotros.
—¿No podrías dejarlo para otro momento? —preguntó Fabio, desesperado por desaparecer—. Es tarde.
—Lo sé, pero no os quitaré mucho tiempo. Os aseguro que seré breve.
—Está bien, pero cinco minutos.
El estómago de Ángela se movía estrepitosamente, sin ser capaz de cesar su continuo vaivén.
—Bueno, como ya habéis podido comprobar, últimamente ha habido cierta tensión entre nosotros… Es decir, entre Evan y yo, y no hemos sabido actuar como auténticos profesionales. —Se volvió hacia la mujer búlgara que muy a menudo conseguía sacarla de sus casillas—. Valentina, siento mucho lo que te dije. Tú tenías razón. Debimos dejar nuestros problemas a un lado y no supimos hacerlo, pero todo está olvidado. Espero que podáis pasar por alto nuestro error. Os debíamos una disculpa, y queríamos hacerlo ahora.
Valentina dibujó en sus perfilados labios una sonrisa pícara.
—Vaya, ¿ya os habéis reconciliado?
Angy puso los ojos en blanco.
—Sí, algo así. Lo único que queríamos era dejar las cosas claras. Fue un error por nuestra parte, y os aseguro que no volverá a pasar.
—¿Por qué ha sido? —preguntó Paolo.
—Cierra la boca —espetó Andrea—. No es asunto tuyo.
Paolo frunció el ceño, molesto.
—Tenéis derecho a saberlo —admitió Angy.
—No es necesario —objetó Evan—. Con disculparnos creo que es suficiente.
—Evan tiene razón —apuntó Andrea—. No es necesario que entres en detalles. Con esto no basta.
—Pero si hay alguna cosa que podamos hacer…
Evan carraspeó ligeramente, intentando no parecer demasiado molesto.
—Os agradecemos vuestro interés, pero con qué sigáis trabajando igual de bien, nos conformamos.
—¿Eso es todo? —quiso saber Fabio.
—Sí —gruñó Evan—. Eso es todo. Podéis iros.
Cuando estuvo seguro de haberse quedado a solas con Angy, Evan la reprendió ligeramente.
—¿Es que te has vuelto loca? —masculló—. ¿De verdad ibas a decirles lo que te ocurre?
—Claro que no —susurró Angy—. Al menos, no literalmente.
—Creo que empiezas a delirar…
Ángela iba a contestar pero no lo hizo. Paolo había vuelto a entrar.
—Angy, ¿podemos hablar un minuto?
—Claro.
Evan desapareció en dirección a las oficinas, dejándoles solos.
—¿Qué ocurre?
Paolo se metió las manos en los bolsillos.
—Oh, nada en realidad. Quería decirte lo mucho que agradecemos tu deseo de que todo vuelva a la normalidad. —Se encogió de hombros—. La verdad es que el ambiente se estaba volviendo demasiado raro…
—Lo sé, y yo soy la más agradecida. Me he comportado como alguien que no soy en realidad.
—¿De verdad estás bien?
Claro que no lo estaba, pero tenía que fingir una media sonrisa y hacer todo lo posible por afirmarlo.
—Sí, Paolo. Estoy bien, de verdad.
—A lo mejor no debería decirte esto, pero…
—¿Decirme qué?
—Angy, nos preocupas. —Torció el labio superior—. No sabemos qué problemas tienes, pero cuentas incondicionalmente con nosotros. No queremos que… enfermes.
Angy sintió un pinchazo en la columna. Así que era eso, dijo para sí misma. En cierto sentido, era normal. Las ojeras asomando cada día a su cara y la delgadez aguda presagiaban que nada bueno ocurría.
—Gracias, pero todo está bien. —Se cruzó de brazos—. Quiero decir que me recuperaré. Sólo estoy pasando un mal bache. Podré con ello.
Paolo sonrió con ganas.
—Seguro que sí.
Le dio una palmadita en el hombro y se marchó definitivamente de allí, dejándola pensativa sobre lo que él acababa de decir. A decir verdad, ella no estaba tan segura.


61


Creía que se estaba volviendo loco. La presión en el pecho no le dejaba vivir; se había pasado las últimas semanas bajo la influencia de sus recuerdos. La echaba tanto de menos que de seguir así no podría aguantarlo durante más tiempo. Había vuelto a soñar con ella casi de manera continua, con imágenes cada vez más cercanas a lo que realmente quería hacer. Y es que no podía engañarse así mismo, aunque sí debía hacerlo con Nora. No había estado demasiado atento con ella, y mostrarse tan distante no estaba resultando ser una buena idea; al contrario, la chica de ojos azules comenzaba a desesperarse, como si temiera haber hecho algo grave, convirtiéndose en la única responsable del comportamiento extraño de su marido, pero a decir verdad su único pecado era quererle, porque Dorian sabía mejor que nunca que no podía corresponderle, no al menos de la forma que ella quería, y todo por seguir enamorado de esa otra mujer que le inundaba las horas de sueño y también aquellas en las que estaba despierto.
Como remedio para su enfermedad, puesto que no estaba dispuesto a prolongar su agonía Dios sabe cuánto, decidió cometer una locura, algo que en sano juicio no habría sido capaz de hacer, pero sin embargo ahora estaba dispuesto a correr el riesgo y todo por volver a ver a Ángela. Se las había arreglado para hablar en secreto con la odiosa jefa de Nora, con el propósito de adelantarle las vacaciones. Se había plantado delante de ella con la mejor de sus sonrisas y puso en práctica todo lo que en su día fue capaz de aprender de Angy. Aunque sus dotes interpretativas no fueron las mejores, además de vérselas con la expresión inmutable de aquella mujer, lo cierto es que consiguió lo que quería, y todo para irse de viaje; coger un avión para ver de nuevo a esos preciosos ojos verdes.
Esperó lo suficiente para decírselo a Nora; se pondría de los nervios, pero ya estaba hecho. No había vuelta atrás, y eso era un gran consuelo. El único problema era si su mujer estaría dispuesta a viajar con la intención de ver a su hermana. Al menos, tenía que probar suerte. Esa noche después de cenar, cuando ambos estaban tranquilamente tumbados en el sofá viendo las noticias en la gigantesca televisión de plasma empotrada en uno de los grandes pilares que inundaban el salón, decidió que era un buen momento. Se movió ligeramente y empezó con lo primero que se le vino a la cabeza.
—¿Qué tal en el trabajo? —preguntó inocentemente—. ¿Alguna novedad que yo deba saber?
Nora, que estaba apoyada sobre su regazo, apenas se inmutó.
—No que yo sepa, a menos que consideres un auténtico milagro que mi jefa haya cambiado su actitud hacia mí.
—¿En serio?
—Lo sé, yo estoy igual de asombrada que tú, pero es cierto. Es como si se hubiera desinflando, ¿sabes lo que quiero decir? Su carácter ya no es tan… extremo. Hasta podría jurar que me mira con ojos de cordero.
Dorian asintió, satisfecho por el momento.
—Me alegra oírte decir eso. Es una buena señal.
Nora ladeó la cabeza.
—Yo no estoy tan segura, Dorian. Con ella nunca se sabe. Puede que no sea más que una táctica de distracción para conseguir que baje la guardia y entonces…
—No va a hacer nada de lo que te imaginas.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Lo sé, eso es todo.
Dorian le acarició la mejilla, intentando controlar su respiración.
—¿Te gustaría tomarte unas vacaciones anticipadas?
Ella suspiró lentamente, reprimiendo sus deseos.
—Créeme, aunque quisiera, no podría.
—¿Por qué?
—La estúpida de mi jefa, Dorian. —Apretó los puños—. Jamás hace favores a ningún empleado, y mucho menos lo haría conmigo.
Dorian torció la cabeza.
—Yo no estaría tan seguro.
—Muy gracioso. ¿Acaso vas a plantarte delante de ella y le vas a soltar un discurso de los tuyos?
—Hablo en serio. —Dejó escapar una sonrisa—. Además, me temo que ya lo he hecho.
Nora se incorporó de repente.
—¿Que has hecho qué?
Él alzó una mano.
—Relájate —susurró—. Todo ha salido bien, te lo garantizo.
Nora tenía la boca literalmente abierta.
—No me lo puedo creer.
—Yo en tu lugar lo haría. Eres libre.
Ella se levantó, dando pasos en todas direcciones.
—¿Por qué no me lo has dicho?
—Acabo de hacerlo.
—Ya sabes a qué me refiero —gruñó—. Puedo meterme un lío, Dorian. Puede que cuando vuelva ya tenga motivos suficientes para echarme.
—No exageres. Todo salió bien.
—¿Cómo lo has hecho? —quiso saber—. Es más, ¿cómo se te ocurrió? ¿Por qué?
—Porque te mereces un descanso.
—Ella no opina lo mismo.
—He conseguido que cambie de… opinión.
Nora sonreía y titubeaba a partes iguales. Volvió a sentarse a su lado.
—Dime que es una broma.
—Me temo que no.
—¿Qué le has dicho?
—Bueno, quizás exagerara un poco, pero resulté bastante convincente.
—¿Bastante convincente? —Se llevó las manos a la nuca, con los dedos entrelazados—. No sabes lo que has hecho.
—Sí que lo sé.
—Lo digo en serio, cielo. —Torció la boca—. ¿Por qué has hecho una cosa cómo esa?
Dorian consiguió mirar sus cristalinos ojos sin inmutarse.
—Porque soy consciente de mis fallos. Siempre estás sola más tiempo del que a mí me gustaría y, me olvido de que lo más importante en este mundo eres tú. Quiero dedicarte más tiempo; estar pendiente de ti y de lo que necesitas.
—Eso ya lo haces —susurró ella—. No has dejado de hacerlo.
Dorian torció la cabeza.
—Te equivocas. Me he comportado como no debía y tú has pagado las consecuencias. Quiero enmendar mi error.
Nora le abrazó, sonriendo por vez primera.
—¿Y no se te ha ocurrido mejor forma de arreglar las cosas que charlar animadamente con mi jefa sabiendo lo mucho que la detesto?
—Yo no diría que charlamos animadamente. Únicamente fue educada conmigo.
Nora se revolvió, inquieta.
—Tengo derecho a saberlo.
—¿Saber qué?
—No te hagas el tonto conmigo. —Le besó en la mejilla—. Quiero saber qué mentira le contaste para que accediera a hacer algo así.
Dorian se encogió de hombros. La verdad es que no había sido la manera más correcta, pero había sido eficaz.
—Pero no te enfades…
—Vale, si dices eso es porque sabes que lo haré.
—No puedes hacerlo. —Entornó los ojos como un niños pequeño—. Lo hice por ti.
—Está bien —gruñó—, pero suéltalo ya.
—De acuerdo. —Se enderezó, suspirando hondamente—. Le dije que mi padre acababa de morir y que iba a necesitar que me acompañaras para ir a su entierro. También le dije que no querías perder días de trabajo y por eso no se lo habías pedido tú.
Su cara estaba blanca como la nieve. No daba crédito a lo que acababa de escuchar.
—¿De verdad fuiste capaz de decirle algo así?
Dorian asintió.
—Pero es mentira —susurró.
—Eso ella no lo sabe, así que contamos con cierta ventaja.
—Aún así… Maldita sea, ¿no se te ocurrió nada mejor?
—La verdad es que no. Necesitábamos una tapadera que fuera lo suficientemente grave para conseguir que te ausentaras.
Nora se movía rápidamente, convertida en un manojo de nervios.
—¿Y consiguió que te creyera?
—Ya lo creo. Su expresión de muerta cambió totalmente cuando se lo dije. Me pidió que tomara asiento para hablar con más calma del asunto.
—¿De qué estuvisteis hablando?
—Le dije que te necesitaba a mi lado aunque sonara demasiado egoísta, por eso dejé claro que me urgía hablar con ella. Un par de lágrimas y palabras precisas fueron suficientes.
—¿Y ya está? ¿Te dijo que sí?
Dorian esbozó una tímida sonrisa.
—Eso es.
—Sigo sin creérmelo —gruñó ella—. ¿Hablamos de la misma mujer?
—Nora, lo creas o no, todos tenemos nuestro pequeño corazón. Incluso ella.
—¿Y no quiso hablar conmigo? —Arqueó las cejas—. Estos días que he trabajado ni siquiera me ha dirigido la palabra. Es más, si lo hubiera hecho… —Resopló—. ¿Te das cuenta que si se le hubiera ocurrido hablarme del tema yo habría metido la pata estrepitosamente?
—Sabía que no lo haría.
—¿Por qué?
—Porque le rogué que no lo hiciera. Le dije que estabas demasiado afectada y que te estabas refugiando en el trabajo para no pensar en ello, así que, se lo tomó al pie de la letra.
—Mi jefa haciendo lo que un desconocido le pide —comentó—. Eso sí que es nuevo.
Dorian aferró la mano de ella con delicadeza.
—Ahora que ya lo sabes, ¿qué opinas?
—Todavía estoy haciendo esfuerzos para procesar todo lo que me has soltado, pero tengo que admitir que estoy impresionada. Aunque sigo sin saber el verdadero motivo de tu gran acto heroico.
Él torció el gesto, disimulando la incomodidad que sentía por cada poro.
—Sé que casarte conmigo ha sido un cambio bastante fuerte en tu vida, y has pasado de vivir con tus padres a vivir lejos de ellos…
—No es ningún drama, cielo. Créeme, lo tengo más que superado.
Dorian sonrió.
—Bueno, lo que quiero decir es que en menos de un año has experimentado cambios muy grandes, y lo único que quiero es que no pierdas el contacto con tu familia. —Se revolvió por dentro—. Ya que yo no tengo ese… privilegio, sí quiero que tú lo mantengas.
Nora estudió la expresión de su marido.
—¿Estás bien? —dijo, acariciándole la cara.
—Sí, estoy bien. Lo único que digo es que no quiero que por mi culpa te aísles. Deseo que todos tengamos una buena relación y, ya que vamos a estar con tiempo suficiente para nosotros solos, espero que también puedas pasar algún que otro rato con ellos, y que yo pueda verlo.
Nora arqueó las cejas.
—¿Me estás diciendo que quieres pasar más tiempo con mis padres?
Dorian sintió un escalofrío por toda la columna. No quería meter la pata gracias a su pasión contenida.
—No exactamente.
—¿Entonces? —insistió—. No te entiendo. Estamos a algo más de una hora de la isla. Puedo verles siempre que quiera, y tú también. Estar casada contigo no supone ningún obstáculo en mi relación con ellos. Todo está bien.
Dorian le apartó un mechón de pelo de la cara. Tenía las manos temblando y algo frías. Estaba a punto de soltar la bomba que había estado armando, suplicando para sus adentros que surtiera efecto.
—Nora, no me refiero a tus padres —susurró—. Hablo de tu hermana.
El rostro de Nora se paralizó durante unos segundos, asimilando esa nueva información que había pasado por alto.
—¿Angy? —pronunció—. Pero ella no está aquí, Dorian. Está trabajando, siempre lo está. Se encuentra bastante lejos de aquí. No basta con coger el coche y aparecer al cabo de un par de horas como en el caso de mis padres. —Colocó la mano debajo de su barbilla—. Esto es diferente.
Dorian frunció el ceño.
—De eso precisamente se trata. La ves menos de lo que te gustaría, ¿verdad?
Nora asintió con brevedad.
—Entonces podemos cambiar eso. —El corazón le latía como un loco—. Estas vacaciones tienen que ser para ti.
—¿Y eso que tiene que ver con mi hermana?
—Nora, vas a tener tiempo para ir a verla. Podemos coger un avión cuando tú decidas y plantarnos donde sea que viva. Podrás estar más cerca de ella. Pasar unas semanas agradables.
—¿Pero vendrías conmigo?
—Por supuesto. Creo que sería la oportunidad perfecta para… establecer una buena relación con ella.
Nora lo meditó durante dos minutos, concentrada en el silencio, mientras Dorian aguardaba pacientemente a que su esfuerzo se viera recompensado.
—Visto así, no parece una mala idea.
—¿Entonces?
—No lo sé. Quizás debería pensarlo un poco más.
Él asintió. No quería parecer desesperado.
—¿Sabes? Podríamos presentarnos por sorpresa. ¿No crees que se alegrará de verte?
—No estoy muy segura de que vaya a alegrarse —aseguró Nora—. Ángela es demasiado formal, demasiado perfecta. Quiere tenerlo todo bajo control y no le gusta que nada salga diferente a como tiene en mente.
—Pero eres su hermana. Creo que será capaz de hacer una excepción.
—Se nota que no la conoces.
Dorian experimentó una oleada de calor en sus mejillas. Detestaba oír esa misma frase y otras parecidas continuamente. Estaba seguro que conocía a Angy mucho mejor que su propia familia, pero eso no podía salir a flote.
—Debemos intentarlo —insistió.
—¿Tú crees?
—Claro, Nora. Si sale mal, siempre podemos volver, pero seguro que merecerá la pena.
—¿Y tu trabajo?
—Bueno, por una vez he decidido hacerte caso. —Le guiñó un ojo—. Como soy el jefe, puedo hacer algo que me beneficie.
—¿Y cuándo tienes pensado que nos vayamos?
—Ya te lo he dicho —susurró—. Cuándo tú me lo digas.
Nora acabó dándose por vencida.
—Está bien, me rindo. Iremos a visitar a Angy, ¿vale?
Él se sintió liberado, haciendo esfuerzos por no saltar como un niño. Estaba pletórico, sabiendo que lo había conseguido. Era imposible no sonreír. Iba a volver a verla.


62


Saber que cada segundo que pasara significaba estar acercándose a ella era algo que le entusiasmaba. Nora no había tardado demasiado en elegir el día para coger el avión. Después de una semana para organizarlo todo, ya estaban en él, con los estómagos llenos de nervios y la sensación de caer en picado al vacío.
Su mente no le había dejado ni un minuto de descanso; se afana en pensar en ella una y otra vez, como si una parte de sí mismo se negara a pasar por alto cualquier nimiedad. Ni siquiera el anillo brillando en su dedo anular le servía para eclipsar lo que llevaba adentro. Estaba sencillamente ansioso, deseando poder estar cerca de Ángela, y confesarle con una simple mirada que lo suyo no había acabado.
—¿No crees que debería llamarla?
La voz de Nora le sacó de su particular mundo de fantasías.
—¿A quién? —Se incorporó en el asiento—. ¿A Angy?
—Sí. ¿No sería mejor avisar con algo de antelación?
Él se encogió de hombros.
—Como quieras.
Nora puso los ojos en blanco, carraspeando.
—Oh, Dorian. Muchas gracias. Eres de gran ayuda.
—Nora, ya sabes lo que opino. Además, si no estás segura de que vaya a alegrarse, es mejor no prevenirla. Si dices que siempre tiene una escusa para todo, no le des la oportunidad de que encuentre otra. —Ladeó la cabeza—. Es mejor presentarnos directamente, así no podrá librarse…
—Visto así, tienes razón. —Se llevó el dedo índice a la barbilla—. De acuerdo, no la llamaré.
—Entonces, relájate.
Nora torció la boca.
—Ya estoy relajada.
—Lo que tú digas…
—Vale, admito que estoy algo… nerviosa.
—¿Por Ángela? —aventuró—. Es tu hermana.
—Sí, pero eso no significa que sepa cómo va a reaccionar. Con ella nunca se sabe. ¿Y tú? —preguntó de repente—. ¿No estás nervioso por verla?
Hubiera dado mucho por poder sincerarse, pero no entraba dentro de sus planes. Se limitó a asentir lentamente, intentando parecer interesado y distraído a partes iguales.
—Bueno, ya que pareces tener todo bajo control, espero que me ayudes a tranquilizarla.
—¿No crees que estás exagerando un poco?
—Con ella es mejor tener un plan en la manga. Sé de lo que hablo.
Dorian puso los ojos en blanco. Se envenenaría si se le ocurría morderse la lengua; no estaba acostumbrado a permanecer en silencio durante un tiempo tan prolongado.
—Vale, estaré preparado —gruñó—. Yo la sujeto y tú la amordazas, ¿de acuerdo?
63


Aquel caluroso día todo parecía ir bien. Los ensayos para la obra habían salido a pedir de boca, tal y como esperaban. Apenas faltaba un suspiro para el estreno oficial y no podía haber fallos. Todos trabajaban codo con codo, y el resultado tenía el aspecto de ser el deseado.
Como recompensa a su esfuerzo, Angy había decidido dejarles marchar antes de lo previsto, con la calidez de la tarde. Evan se había marchado después que el grupo, y ella fue la última en abandonar el barco; unas cuantas llamadas a gente importante la habían tenido retenida en las oficinas durante más de media hora.
A pesar del buen tiempo, cogió un taxi. No tardó ni diez minutos en cruzar todas esas calles hasta llegar a su casa.
—Vale, puede dejarme aquí —dijo, entregándole el dinero al taxista—. Muchas gracias.
—Gracias a usted. Que pase un buen día.
Con entusiasmo, se bajó del taxi y dio la vuelta a la esquina. Estaba distraída intentando encontrar las llaves en el bolso, cuando de repente escuchó una risa estridente al otro lado de la calle. Escuchó con más atención, sabiendo que se le estaba poniendo el vello de gallina. No podía ser… o sí. Se escondió en un callejón próximo y, como si tuviera de nuevo quince años, se dedicó a agudizar los cinco sentidos para averiguar quién era el propietario de esa risa tan característica.
Y en un suspiro, el corazón dejó de responderle. Creía que estaba teniendo alucinaciones, pero por desgracia aquella escena era muy real. Justo al otro lado de la calle, acercándose estrepitosamente a su portal, una pareja conversaba animadamente, portando una maleta cada uno. Su melena dorada era inconfundible incluso desde aquella distancia.
—No puede ser…
Sí que lo era. Nora y Dorian estaban allí, demasiado lejos de casa, y nada más y nada menos que aproximándose a la suya propia. ¿Se estaba volviendo loca?
Con las sienes llenas de palpitaciones exageradas, dio media vuelta y deshizo los pasos que había ejecutado hacía tan sólo un segundo. Con suerte, divisó al taxi que acababa de abandonar. Sin avisar, se metió de nuevo en la parte de atrás, con la respiración entrecortada, dándole un susto de muerte al conductor.
—Señorita —espetó—, ¿se encuentra bien?
A duras penas consiguió asentir.
—¿Se ha olvidado algo ahí atrás?
—No —logró decir—. Disculpe, siento haber vuelto a entrar de esta manera, pero acabo de recordar algo importante…
—¿Quiere que la lleve a algún otro sitio?
—Sí, por favor.
El conductor se puso en marcha, olvidándose de lo extraño de la situación.
—Bien, usted dirá.


El teléfono no había dejado de sonar en ningún momento durante el tiempo que duró el trayecto. Una vez que salió definitivamente del coche, apagó el móvil, siendo consciente de que Nora seguiría insistiendo hasta que de una vez por todas decidiera cogerlo.
Estaba plantada delante de la puerta de Evan, pero no se atrevía a llamar. Su cerebro estaba que echaba humos y no tenía una buena explicación; ni siquiera tenía una. De todas formas, no podía quedarse allí el resto del día, así que apretó el interruptor que hacía las veces de timbre.
—Angy —susurró Evan, al encontrarse con ella—. ¿Qué haces aquí?
Ni siquiera esperó a que la dejara entrar. Cruzó el umbral a toda prisa, con el cuerpo echando chispas.
—¿Qué te ocurre?
—¿Puedo quedarme aquí esta noche?
Evan arqueó las cejas, sorprendido.
—Claro —pronunció—. ¿Por qué?
Angy se revolvió el pelo, nerviosa.
—He tenido problemas en casa —masculló—. Una tubería se ha roto y…
—¿No se te ocurre nada mejor? —Cerró la puerta y estudió su mirada—. ¿Qué pasa?
—Son ellos —logró decir—. Han venido.
Evan frunció el cejo.
—¿Ellos? ¿Quiénes?
De nada serviría mentirle, así que se lo soltó a bocajarro.
—Mi hermana y su… marido.
Eso sí que no se lo esperaba. Su cara adoptó una expresión exagerada de sorpresa.
—¿Tu hermana? ¿Y qué hace por aquí?
—No tengo ni idea, pero me he marchado en cuanto los he visto aparecer por mi calle…
—Espera, espera… —Levantó la mano pidiendo tiempo—. ¿Me estás diciendo que has huido al verles ir en dirección a tu casa? ¿Te ha entrado el pánico por algo como eso?
—Para mí no es tan sencillo —se excusó.
Evan no cedía ni un ápice.
—Pues lo siento, pero no logro entenderte. ¿No se supone que deberías alegrarte? Han recorrido muchos kilómetros para verte.
Angy se limitó a encogerse de hombros. Estaba demasiado pálida.
—Claro que me alegro, pero es demasiado precipitado. ¿A quién se le ocurre presentarse sin avisar? —gruñó—. Ya veo que Nora sigue manteniendo sus viejas costumbres.
—Qué curioso, yo diría exactamente lo mismo para referirme a ti.
—Así no me ayudas.
—Angy, no la tomes conmigo. —Se encogió de hombros—. ¿Quién en su sano juicio saldría corriendo para evitar encontrarse con su hermana?
—Te recuerdo que no estaba sola —gruñó—. Iba acompañada de Dorian.
Evan se mordió el labio.
—Ya veo que pones de tu parte para llevarte bien con él…
—Agradecería que dejaras a un lado tus ironías, Evan.
—¿Sabes qué? Relájate. —Le quitó la chaqueta—. Estás a salvo. Nadie sabe dónde estás.
—Gracias.
—No te preocupes. Lo más seguro es que necesites descansar. Quédate hoy y mañana por la mañana conseguiré el teléfono de Nora y le diré que estás aquí.
Palideció al instante, volviéndose del mismo color de las paredes.
—Angy, era una broma —se adelantó—. Te estaba tomando el pelo.
Ella se llevó una mano a la cara, atónita.
—Siento mucho presentarme de repente, pero no sabía qué hacer ni adónde ir.
—Puedes quedarte el tiempo que quieras
Con una inclinación de cabeza, le indicó a Angy que pasara al salón. Se sentaron en el sofá. Evan volvía a la carga con su verborrea.
—Ahora en serio… —Su voz se volvió digna de un funeral—. ¿Tan incómoda te sientes en presencia de tu hermana?
Se le encogió el corazón, incapaz de contarle la verdad. No era su hermana la que le molestaba, más bien era Dorian.
—No me incomoda, pero hace mucho que no vivo bajo el mismo techo con ella. La última vez que pasé tiempo con Nora antes de la boda teníamos discusiones casi todo el tiempo, y aunque agradezco que haya venido hasta aquí sólo para verme, no quiero correr el riesgo y que vuelva a pasar lo mismo.
—¿Ni siquiera vas a darle una oportunidad?
—No lo sé.
Él suspiró profundamente. Aunque lo intentaba, seguía sin llegar a comprender completamente a esa mujer.
—Apuesto a que has apagado el móvil y no tienes intención de encenderlo al menos durante de dos días…
—Es que no sé qué decir —masculló—. No sé cómo actuar, no sé cómo debo comportarme. Es demasiado extraño.
—¿Pero qué te pasa? —espetó él—. No eres la misma de siempre.
—No, no lo soy.
—¿Y se puede saber por qué?
Angy negó con la cabeza.
—No lo sé.
—¿Cómo no vas a saberlo? Las personas no cambian de la noche a la mañana sin ningún motivo, Angy.
Estaban a punto de iniciar otra de sus famosas discusiones, y eso era algo inadmisible. Tenía que pensar en algo rápido, y dejó que las palabras salieran de su boca antes de pensarlas.
—Si me empeño en mantenerme alejada de Nora es por una buena razón.
Evan prestó atención.
—¿Cuál?
—Me… recuerda a mí cuando estaba con ese hombre que tantos quebraderos de cabeza me está dando últimamente.
Evan parpadeó rápidamente, asimilando el potente comentario.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Porque ella es feliz. No tienes más que mirarla —apuntó—. Si la hubieras visto antes, sabrías de lo que te hablo. Estaba encantada, riendo y hablando con Dorian…
—Vale, creo que ya tengo suficiente —dijo él—. Así que no soportas ver a tu hermana feliz.
—¡No! —exclamó—. No es eso, Evan. Claro que me alegro, pero al mismo tiempo me recuerda lo sola que estoy…
—No vuelvas a decir eso —gruñó él—. No lo hagas. No estás sola.
—En ese sentido sí. No tengo a nadie a mi lado que…
Evan carraspeó, sacudiendo la cabeza.
—Eso es porque tú quieres. Podrías tener a cualquier hombre, Angy.
—Pero yo no quiero a otro —dejó escapar.
Su mente había reaccionado antes que ella misma. La sinceridad lograba escaparse entre su garganta.
—¿No decías que ibas a acabar con eso?
—Sí, pero necesito tiempo —gimoteó—. No estoy preparada para cerrar de golpe un capítulo de mi vida que ha sido tan especial e importante. Necesito hacerme a la idea de que en realidad ya es tarde. Así, sé que de alguna manera no haré nada de lo que deba preocuparme.
—Entonces, el primer paso que debes dar es ir a ver a tu hermana. No se merece que la hagas esperar. Puede que no tenga ni idea de lo que te ocurre, así que por esa misma razón debes aparecer, y alegrarte como si fueras tú misma.
Angy suspiró, queriendo desaparecer.
—No es tan fácil.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho. Cuando les vea me sentiré… celosa.
Evan entornó los ojos.
—¿Celosa?
—Sí —se apresuró a decir—. Celosa de su… felicidad.
—Lo superarás —afirmó—. Además, que yo sepa, nunca has necesitado a un hombre para sentirte bien.
—Quizás las cosas hayan cambiado.
—La que ha cambiado eres tú.
Se levantó y se perdió en la cocina. Tras un par de minutos, volvió con un suculento sándwich de pavo y se lo ofreció a su amiga.
—Come.
Angy negó con la cabeza.
—De verdad, no tengo hambre…
Él acabó por perder algo de su gran paciencia.
—Esta es mi casa y yo pongo las normas. —Su rostro se apaciguó—. Si quieres pasar la noche aquí, más vale que empieces a comer.


64


Al parecer iba recuperando el juicio. Después de dormir unas cuantas horas y de permanecer despierta otras tantas para pensar en lo mismo una y otra vez, Angy se había marchado de casa de Evan, alentada por las palabras de su amigo. Él insistía en que todo iba a salir bien, pero no tenía ni idea de cómo se sentía ella al saber que se iba a encontrar de frente con esa feliz pareja sacada de un cuento de hadas, y por ningún motivo no quería convertirse en la mala de la historia, porque no sabía si iba a ser capaz de aguantar el tipo una vez que estuviera delante de Dorian; su envío del atrapasueños le había costado caro, con una considerable pérdida de peso y de autoestima. No tenía ni idea de lo que podría pasar cuando sus ojos se encontraran de nuevo. Todo se resumía en algo muy simple: seguía enamorada, y desconocía si podía seguir manteniendo sus sentimientos guardados bajo llave.
Estaba refugiada en una pequeña cafetería que apenas frecuentaba, pero en un momento como ése, le parecía más agradable que su propia casa. Tenía el móvil entre las manos, soltando largas bocanadas de aire y animándose así misma para encenderlo. Con gran esfuerzo, logró hacerlo. Tal y como esperaba, tenía un montón de llamadas y tres mensajes en su contestador. A Nora no le habría hecho ninguna gracia, pero al menos contaba con cierta ventaja; podría excusarse con cualquier asunto del teatro ya que, al fin y al cabo, estaban en su territorio, donde lo principal siempre era el trabajo.
Se le cortó la respiración cuando después de tres tonos su hermana contestó.
—¿Angy?
Sus conexiones nerviosas se activaron al oír su nombre.
—Hola Nora —susurró—, soy yo.
Un peculiar suspiro se escuchó. En ese sentido, Nora era exactamente igual que su madre. No podía negar que estaba aliviada al saber que Ángela estaba bien.
—Oh, Ángela —exclamó—, ¿se puede saber dónde te has metido? Llevo llamándote desde ayer.
—Lo sé, acabo de ver tus llamadas.
—¿Y bien? ¿No pensabas llamarme o qué?
—Te estoy llamando ahora.
—Sí, pero ayer te llamé. Tu móvil daba señal.
Tragó saliva, intentando quitarle importancia.
—Se me acabó la batería —se excusó—. Lo siento.
—No importa —masculló—. ¿Cómo estás?
—Bien, Nora. Hasta arriba de trabajo.
—Eso no es raro viniendo de ti, hermanita.
—Ya, pero ahora con razón de más. Estamos a punto de estrenar la nueva obra.
Nora dejó escapar una risita.
—¿En serio?
—Sí.
—¡Eso es genial! —exclamó—. ¿No estás nerviosa?
—Siempre lo estoy. Créeme, el teatro dejaría de interesarme si perdiera los nervios por salir a escena.
Nora chasqueó la lengua. Era su forma de anunciar que estaba intentando decir algo importante.
—Suéltalo —dijo Angy.
—¿Cómo sabes qué…?
—Te conozco, Nora. Además, no me habrías saturado el móvil con tus llamadas si no fuera algo importante.
—Muy aguda —masculló Nora—. Verás, me preguntaba si Dorian y yo podríamos conseguir entradas para el estreno de tu obra.
Un calambre incomodísimo le recorrió cada centímetro de la piel, pero no sabía si lo que lo había provocado había sido la declaración de asistir al estreno o a escuchar el nombre de Dorian.
—¿Qué? —susurró—. ¿Por qué me preguntas eso?
Otra vez se escuchó esa risita infantil.
—Bueno, no pensaba decírtelo, pero ya que no has aparecido por tu casa, me temo que no me queda más remedio que destapar la sorpresa —anunció—. Estamos aquí, Angy. Hemos venido a verte.
Era absurdo que tuviera que fingir sorpresa cuando ya lo sabía de antemano, pero claro, no tenía otra opción. Se esforzó al máximo para conseguir una nota de asombro.
—¡Vaya! —dejó escapar—. ¿Lo dices de verdad?
—Claro que sí, tonta. —Su voz vibraba de la emoción—. ¿Acaso te mentiría?
Deseaba con todas sus fuerzas que así fuera, pero no iba a ser posible.
—¿Y cuándo… habéis venido? ¿Por qué no me lo has dicho?
—Llegamos ayer mismo —canturreó—. No parecías estar en casa, así que hemos pasado la noche en un hotel. Y si no te lo he dicho, ha sido por una razón.
—¿Cuál?
—Oh, no te hagas la tonta conmigo. Lo sabes de sobra —afirmó—. Si hubieras sabido que vendríamos, probablemente te las hubieras arreglado para desaparecer. Aunque de todas formas, eso es exactamente lo que ha pasado. Ya empezaba a preocuparme. ¿Dónde has pasado la noche?
—En el teatro —dijo sin pensar.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho. Estoy hasta arriba de trabajo.
—¿Has estado la noche entera sin dormir?
—Bueno, he tenido un par de horas para echar una cabezadita.
Nora gruñó a través del teléfono.
—Como sigas así, el trabajo acabará contigo.
Iba a decir algo grosero pero su hermana siguió hablando.
—¿Estás libre hoy?
—¿Por qué?
—¿Pero qué te pasa? ¿Es que tengo que explicártelo todo?
Sabiendo que no podía verla, Angy puso los ojos en blanco.
—Perdóname, es que estoy algo adormecida.
—Ya, pues más te vale que despiertes cuando nos encontremos.
—¿A qué hora te viene bien?
—Eso debería preguntártelo yo a ti —apuntó—. Tú eres la del trabajo agotador.
—Pues… Me espera otro día de ensayos, retoques y reuniones, así que saldré algo tarde.
—No irás a decirme que no, ¿verdad?
—No, a no ser que quieras verme casi a media noche.
—¿Sabes qué? Te pondré las cosas fáciles.
Angy torció el labio.
—No me gusta cómo suena eso.
—Confía en mí —susurró—. Sólo tienes que darme la dirección del teatro.
El frío le recorrió las venas.
—¿Vas a venir al teatro?
—¿Por qué no? Así tendremos más tiempo para nosotros.
—¿Nosotros?
—Angy, Dorian ha venido conmigo —gruñó—. Más te vale que seas amable. Se le ve muy emocionado. De verdad quiere llevarse bien contigo así que, te ruego que hagas lo mismo.
Odiaba temblar de la cabeza a los pies cada vez que escuchaba ese nombre, y para colmo le vería en cuestión de horas.
—Genial, Nora. Te enviaré un mensaje con la dirección. Tengo que colgar ya. Llego tarde.
—De acuerdo, pero no lo olvides —insistió—. Estoy deseando verte.
—Yo también, hermanita.
—Pues no lo dices muy convencida.
—Nora, aún sigo medio dormida —se excusó.
—Está bien, Angy. Luego te veo.
Un segundo antes de colgar, se arrepintió. Tenía una cosa importante que añadir.
—Nora, espera —espetó—. Una última cosa. Tengo que pedirte un favor.
—Claro, dime.
Hubo un breve silencio en la línea.
—Por favor, no te asustes cuando me veas.
—¿Qué? —soltó Nora—. ¿A qué viene eso? ¿Estás bien?
—Sí, pero prométemelo.
—No puedo prometerte algo como eso. Si me dices una cosa así, es porque te ocurre algo. ¿De qué se trata?
Angy dejó escapar un suspiro desgarrador.
—Cuando me veas, lo sabrás.


65


No quería ni imaginarse la cara de Nora al verla de aquella manera; la ropa le seguía quedando grande, y aunque su cara había experimentando alguna mejoría, lo cierto es que continuaba estando demasiado cambiada, con un tono frágil asomando en cada parte de su cuerpo.
—¿De verdad no puedes quedarte?
Evan expresó su poca paciencia a través de un gruñido.
—¿De verdad necesitas que lo haga?
—Sí —admitió Angy.
—Pero es tu hermana, y su marido. Ni que no los conocieras…
—Pero hace meses que no les veo.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Angy se mordió el labio, pensando desesperadamente.
—Pues, si te quedas, me echarás una mano.
—Pero yo apenas sé nada de ellos, Angy. Yo me sentiría incómodo.
Ella puso ojos de cordero degollado.
—Pero si no estás presente, la que se sentirá incómoda seré yo.
—¿No puedo hacerte cambiar de idea?
—No —susurró ella—. Por favor, Evan.
Él se cruzó de brazos, meditándolo por enésima vez. Tras dar un par de sacudidas a su cabeza, optó por la opción que más le complacía a su amiga.
—Está bien, me quedo.
Angy se lo agradeció con una exagerada exclamación.
—¡Muchísimas gracias!
—Relájate. A este paso te dará un infarto antes de que lleguen.


Para su desgracia, el tiempo pasó volando, y cada minuto transcurrido estaba más cerca de enfrentarse a ese matrimonio. No quería hacerlo, pero no tenía alternativa. Daba vueltas sin parar, con el móvil en todo momento entre las manos, alargando su agonía. Tras haberle enviado el mensaje a Nora con la dirección, había sido respondida con otro simple mensaje: al llegar, le daría un toque a su teléfono, para que pudiera recibirlos con antelación.
—¿Vais a quedaros aquí? —preguntó Evan—. Es un lugar de trabajo, no sirve para celebrar fiestas.
—No vamos a hacer ninguna fiesta, Evan. Además, ha sido ella la que ha insistido en venir aquí. Dice que así ahorraremos tiempo en lugar de ir a otro sitio.
—No me parece una buena idea.
—¿Y qué querías que hiciera?
—Negarte.
Ella resopló.
—Para ti es fácil decirlo.
—Para ti sería fácil hacerlo. Eres la jefa de todo esto y además su hermana mayor. ¿Qué problema hay?
—Cuando se le pone una cosa entre ceja y ceja…
—Te digo que no, Angy. —Frunció el ceño—. Si quieres que me quede contigo, vale, pero entonces tendremos que irnos. Podemos cenar en cualquier sitio. Conozco buenos restaurantes cerca de aquí. Digas lo que digas, es la mejor opción.
Angy levantó las manos en señal de rendición.
—Está bien, pero tú tendrás que decírselo.
Después de lo que pareció un montón de horas compactadas en unos cuantos minutos, el móvil de Angy vibró durante unos pocos segundos, provocándole que se le acelerara la respiración.
—¡Ya están aquí! —exclamó.
Evan, sin embargo, no estaba escuchando. Tenía la oreja ocupada con su móvil.
—No me digas que…
Él torció la cabeza, dando a entender que no pensaba colgar.
—Angy, es importante. En seguida vuelvo.
Antes de que pudiera contradecirle, Evan se disolvió camino a las oficinas, dejándola sola en el peor momento. Nora y Dorian estaban a punto de llegar, cruzando la entrada.
El corazón dejó de latirle durante cinco segundos mientras vislumbraba a dos siluetas a lo lejos, entre luces y sombras, pidiendo en silencio al cielo que fuera capaz de aguantar lo que venía a continuación.
—¡Angy!
La loca melena de Nora se agitaba rápidamente mientras salía literalmente disparada a su encuentro con Angy. Tenía una sonrisa kilométrica surcándole la cara. Dorian seguía impasible en la entrada, sin saber muy bien qué hacer.
—¡Hermanita, ya estamos aquí!
Angy dio dos pasos hacia delante, con el corazón encogido. En cuanto la sonrisa perfecta de Nora se esfumó de su cara, supo que su hermana ya se había dado cuenta de que algo —más bien ella misma— iba mal.
Sin ninguna convicción, Ángela trató de disimular.
—Hola, Nora. Me alegro de verte.
—Angy… —pronunció Nora, con una expresión poco común en ella—. ¿Qué te ha pasado?
—Ya te dije que no te preocuparas. He tenido un poco de bajón y…
Ignorando esas palabras, Nora se acercó aún más y la examinó con detenimiento, incapaz de procesar lo que estaba viendo.
—¿Pero qué es esto? —susurró—. ¿Mamá lo sabe?
—No, y te suplico que no se lo digas. No quiero preocuparla.
—¿Cómo crees que me siento yo ahora? —bufó—. Vengo aquí para verte, y te encuentro convertida en… esto.
Dorian se había acercado en ese minúsculo intervalo de tiempo, quedándose igual de asombrado que su mujer.
—Nora —gruñó Dorian—. No seas cruel.
Nora se volvió hacia él, molesta.
—¿Qué no sea cruel? ¿Acaso no ves lo mismo que yo?
—Sí, pero no creo que tu hermana necesite un sermón.
—No, lo que necesita es ayuda.
Angy dio un paso atrás.
—No necesito ayuda. Estoy bien.
—¿Cómo puedes decir una cosa así? ¿No te has mirado en un espejo?
—Sí, Nora. Todos los días. Ya sé que he adelgazado unos cuantos kilos, pero eso no significa que esté enferma.
—¿Entonces puedes explicarme qué demonios te ha ocurrido?
Angy no soportaba la presión a la que estaba siendo sometida. No tenía escapatoria.
—He estado muy ocupada. Quizás he descuidado mi alimentación, he dormido pocas horas…
—¿Sabes qué? —interrumpió Nora—. Estoy harta de tu maldito trabajo. Tienes que dejarlo.
—¿De qué estás hablando? —Angy arqueó las cejas—. De eso ni hablar. No pienso hacerlo.
—¿Tienes idea de lo que va a pasarte si continuas así?
—No voy a continuar nada, Nora. De verdad, estoy bien.
—¿Pretendes que me lo crea? —espetó—. Es lo más absurdo que has dicho nunca.
—Si has venido para discutir conmigo puedes volver por donde has venido.
Nora le agarró de la muñeca, con las mejillas encendidas por la rabia.
—No me hables de esa manera. Sólo me preocupo por ti.
—No es necesario que lo hagas. Estoy bien. Pronto recuperaré mi peso normal.
—¿Antes o después de que acabes en una cama de hospital?
En ese momento en el que las cosas todavía podían ponerse aún más feas, Dorian decidió intervenir, situándose literalmente entre las dos, con el rostro preocupado y triste.
—Ya está bien, Nora —gruñó—. Ahora tu hermana necesita ayuda y apoyo, y no una segunda madre. Tienes que estar de su parte. —Se volvió con calma hacia la mujer de ojos verdes—. ¿Estás bien?
—Sí.
—¿Cómo puedes preguntarle eso cuándo sabes que no es así? —bramó Nora.
—No te lo repetiré más veces —sentenció Dorian—. O te calmas, o nos vamos de aquí ahora mismo.
Sus palabras surtieron el efecto deseado, porque su mujer enmudeció de repente, intentando tragarse las palabras que hacían cola en su garganta para ser expulsadas.
En un acto reflejo, Dorian le estrechó suavemente la mano a Angy, diciéndole mucho más a través del silencio.
—Me alegro de verte, Angy —declaró—. ¿Hay alguna cosa que podamos hacer?
El contacto con su mano fue agradable. Se moría por esos ojos, pero a la vez también sentía odio, unas inmensas ganas de gritarle que el único responsable de su estado actual era él por haberse atrevido a enviarle su viejo atrapasueños.
—Habéis venido —logró decir—. Con eso ya es suficiente.
—¿Quieres que volvamos en otro momento? —quiso saber Dorian.
—Oh, no. Está bien ahora. He acabado antes para poder recibiros.
Mostrándose un poco más calmada, Nora se abalanzó sobre Ángela, rodeándola con sus brazos.
—Angy —masculló—, perdóname. No sé qué me ha pasado, pero por nada del mundo esperaba encontrarte de esta forma.
—Yo tampoco quería que me vieseis así —comentó—. No quería preocuparos.
—¿De verdad esto tiene que ver con el trabajo? ¿Tan ocupada estás que has podido olvidarte de comer saludablemente?
Angy se separó de ella a trompicones, evitando encontrarse con la mirada de Dorian.
—He tenido muchos altibajos. A veces es demasiado estresante y te absorbe de tal manera que…
—Eso no es excusa —interrumpió Dorian.
—No, desde luego que no —corroboró Nora.
—Lo sé, pero estoy volviendo a comer de forma normal, de verdad. No habrá próxima vez.
Nora medio sonrió.
—Eso espero, si no, te obligaré a comer hasta que recuperes tu peso en una sola sentada.
De las puerta de atrás del escenario se escuchó un ruido. Después, Evan apareció, mostrando una de sus mejores sonrisas, acercándose con buen paso. Angy suspiró aliviada al verle llegar.
—¿Os acordáis de Evan? —entonó.
Por primera vez Nora dejó escapar una fina sonrisa.
—Claro —dijo, estrechándole la mano—. Tu socio y amigo, ¿no?
—Eso es —corroboró Evan—. Un placer volver a verte, Nora.
Angy desvió la mirada hacia Dorian y pudo comprobar que a él no le hacía ninguna gracia volver a verle, de eso estaba segura.
—Evan —dijo él sin mucho entusiasmo, estrechándole la mano con fuerza.
—Hola, Dorian. Me alegro de verte.


Las imágenes en su mente no dejaron de correr en ningún momento. No podía creer que estuviera teniendo una conversación formal, incluso agradable, con su hermana, su mejor amigo, y él. Estaba claro que Dorian se sentía de igual manera que ella, tratando de disimular, aunque Angy conocía perfectamente aquella expresión, en la que la angustia y el enojo recorrían su rostro, acentuando sus facciones cuadradas. Ellos dos eran los que menos participaban en la conversación, mientras que Evan y Nora parecían conocerse de toda la vida; al menos alguien aprovechaba el tiempo.
—¿Qué os parece si vamos a cenar? —propuso Evan.
Nora miró a su hermana mayor.
—A decir verdad, me parece una gran idea —comentó—. ¿Y el teatro? ¿Quién lo cierra?
—Lo cierro yo —dijo Angy.
—Como casi siempre —puntualizó Evan.
—Bien, en ese caso, es mejor ir haciéndolo ya —aseguró Nora.
—¿Por qué tienes tanta prisa? —murmuró Dorian.
—Porque tengo hambre, cielo.
Angy sintió una oleada de calor dentro de su cuerpo al escuchar ese apelativo cariñoso.
—Nora tiene razón —dijo Evan—. Debemos ir saliendo. Si no, nos quedaremos sin cenar.
Se pusieron manos a la obra y, tras recoger un par de cosas que estaban en el escenario, entre papeles y piezas de decorado, los cuatro salieron fuera del edificio, siendo Angy la portadora del inmenso juego de llaves del teatro.
Nora se volvió hacia Dorian, con ojos algo vidriosos.
—Dorian, ve con Evan —pidió—. Ahora os alcanzamos.
—De acuerdo —dijo Dorian, sin estar demasiado convencido.
Ángela sintió encogérsele el estómago mientras cerraba con llave todas las cerraduras dobles y herméticas de las puertas.
—Angy, yo…
—Déjalo —interrumpió Ángela—. No quiero estar mal contigo.
—Ni yo contigo, por eso quiero disculparme.
—Eso ya lo has hecho antes. Está olvidado, Nora.
La chica de pelo dorado se debatía entre varios sentimientos encontrados.
—Es que no me acostumbro a la idea de verte así.
Angy ladeó la cabeza, dando su mejor aspecto dadas las circunstancias.
—No te preocupes —susurró—. No tendrás que hacerlo. Esto no va a ser permanente. Te aseguro que Evan está muy pendiente de mí.


El restaurante elegido apenas contaba con un par de clientes; la gente se había marchado hacía rato debido a la hora. Sin embargo, así era mejor. Más espacio y más silencio para charlar entre ellos.
—Bueno —murmuró Nora—, Angy me ha dicho que dentro de nada es el estreno de vuestra próxima obra.
Evan sonrió con ganas.
—Así es. Es un nuevo reto, pero esperemos que a la gente le guste.
—¿Tú también vas a actuar?
—¿Yo? —dijo Evan—. No, qué va.
—¿Pero no se supone que eres actor? —insistió Nora.
—Sí, pero la mayor parte del tiempo prefiero dirigir y elaborar los diálogos, ensayos, y cualquier otra cosa que tenga que hacerse por escrito. Se me da mejor ese tipo de cosas.
—Además —intervino Angy—, a Evan le sigue entrando el pánico cada vez que piensa en la idea de subirse a un escenario.
Nora reprimió una risotada.
—¿De verdad?
—No —gruñó Evan—. Sabes que no es cierto.
—¿Y entonces por qué has permitido que Paolo interprete el papel protagonista? Tú podrías haberlo hecho.
—Sí, pero he preferido dejarle a él. De todas formas, deberías agradecérmelo.
—¿Por qué? —quiso saber la de ojos verdes.
Evan sonrió con picardía.
—Angy, no creo que hubieras aguantado la presión de besarme delante de todo ese público.
Todos se echaron a reír; todos menos Dorian. Acababa de volverse como una roca, rígido y pálido.
—¿Siempre recurrís a ese tipo de cosas para captar al público? —espetó, con dolor contenido en sus palabras.
Angy se revolvió en su sitio. Sabía que eso le había herido.
—No siempre —dijo Evan—. Pero de todas formas no lo considero algo erróneo, al contrario. Creo que así le da más realismo.
—¿Entonces Angy va a besar a alguien? —preguntó Nora, con cara de quinceañera.
—Oh, ya lo creo —susurró Evan—. Se le da bastante bien. Deja a Paolo sin aire en los ensayos.
Dorian volvió a explotar.
—¿También es necesario que practiquéis un simple beso?
Estaba perdiendo los nervios, presa de los celos. Angy era la única capaz de darse cuenta, pero no podía hacer nada por impedirlo.
—No es el beso lo que importa —comentó Evan—. Lo que importa es lo que lo rodea; la atmósfera, el diálogo, la química entre los protagonistas…
—Me muero por ver la obra —comentó Nora.
—Estoy seguro de que os gustará.
Hubo una ligera pausa, sumidos en un silencio algo más llevadero.
—¿Qué tal tu nueva vida como casada? —quiso saber Evan.
Angy puso los ojos en blanco y Nora se limitó a sonreír, sumergida en su propia burbuja.
—Sinceramente, no puedo pedir nada más. —Agarró la mano de Dorian por encima de la mesa—. Todo es perfecto.
Sin tener intención de hacerlo, las miradas de Dorian y Angy colisionaron de nuevo. Ella se moría de celos, y él hacía lo propio gracias al acercamiento entre Evan y su mejor amiga. Era un tira y afloja que no iba a ninguna parte.
—¿Y tú, qué? ¿Tienes pensado pedirle a Angy que salga contigo?
La cara de Ángela se transformó en una milésima de segundo, rabiosa.
—¡Nora!
Evan evitó reírse más de lo necesario.
—Lo cierto es que de momento no —comentó—. Todavía no ha llegado el momento en que tu hermana empiece a gustarme.
—Pues es una pena —gimoteó la rubia—. Hacéis muy buena pareja.
—Nos lo dicen muy a menudo, pero Angy y sólo somos amigos.
—Y compañeros de trabajo —rugió Angy.
Estaba deseosa de gritarle a Nora. Estaba harta de escuchar siempre sus mismas especulaciones acerca de su relación entre ella y Evan. ¿Por qué le resultaba tan difícil entender que entre ellos dos únicamente existía una amistad?
—Déjalo ya —espetó.
—No te enfades, Angy —suplicó Nora—. Era una broma.
—Estoy cansada de tus bromas. Nunca cambias de tema.
Su hermana pequeña volvió a la carga, ignorando los comentarios anteriores.
—Venga ya, seguro que no soy la única que os preguntará si estáis juntos, ¿me equivoco?
Evan se preparaba para contestar nuevamente tras dar un trago a su cerveza.
—No, no te equivocas. No eres la primera que nos lo pregunta. Y estoy seguro que no serás la última —añadió.
El rostro de Dorian estaba encendido, dispuesto a estallar en cualquier momento. Nunca había sido alguien capaz de controlar sus celos, y esa situación le estaba poniendo al límite.
—Quizás deberías centrarte —dijo Nora.
—¿Te refieres a mí? —preguntó Angy.
—¿A quién si no?
—Ya estoy suficientemente centrada.
Nora resopló, toqueteando a propósito su alianza.
—Ya sabes a qué me refiero. El trabajo no lo es todo.
—¿Podrías dejar, aunque fuera por un segundo, de incordiarme?
—No te estoy incordiando.
—Oh, claro que sí. Desde que estás casada no haces más que darme la lata…
Nora puso los ojos en blanco.
—Porque sé de lo que te hablo.
—No, no lo sabes —gruñó Angy—. ¿Crees que con unos pocos meses de casada puedes considerarte una mujer con experiencia? ¿Ya sabes perfectamente todo lo malo y lo bueno de una relación?
La tensión iba en aumento, pero no parecía que nada fuera a cambiar.
—¿He de suponer que tú sí sabes todo lo malo de una relación cuando ni siquiera te esfuerzas en que salga adelante a pesar de las dificultades?
—Tú qué sabrás…
—Nada, Angy. No sé nada gracias a tu decisión de no abrir la boca cuando se supone que deberías hacerlo. —Se echó para atrás y se cruzó de brazos—. No es muy lógico mantener en secreto cosas como esas.
Fue en ese momento cuando Dorian pareció volver a la vida. Había estado en un segundo plano todo el tiempo, pero al escuchar aquello reaccionó como un resorte.
—Nora —gruñó—, ¿a qué viene eso?
Su mujer relajó el rostro.
—A nada —se apresuró a decir—. Pero ella no tiene razón.
—Y tú tampoco.
Nora abrió la boca, sorprendida por lo que acababa de escuchar.
—Genial, ahora te pones de su parte.
Dorian bajó la mirada.
—No me pongo de su parte ni de la tuya. Ninguna tenéis razón. No podéis deciros esas cosas. Son… horribles. Cada cual con su pasado. Hagan lo que hagan, las personas siempre tienen que ser consecuentes con sus actos.
Evan asintió de buena gana.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo, Dorian.


Tras un par de asaltos más, unas cuantas copas, y un giro radical en la conversación, el atractivo actor se retiraba, consultando el reloj y descubriendo que las manecillas de su reloj apuntaban la una de la madrugada.
—Me encantaría seguir charlando, pero tengo que irme —anunció Evan—. Se me ha hecho tarde.
Angy le miró con ojos suplicantes, levantándose a la velocidad del rayo.
—Te acompaño hasta la puerta.
Evan se despidió alegremente del matrimonio y caminó junto a Ángela hasta la puerta del restaurante.
—¿Ves? —susurró—. No ha sido tan malo.
—Habla por ti, Evan. Tú ya te vas, pero yo aún voy a estar con ellos.
—No por mucho tiempo, Angy. Ya has cumplido por hoy. Te has ganado un buen descanso. Haz uso de tus dotes interpretativas y deshazte de ellos. Te será fácil.
Ese comentario provocó una sonrisa en ella.
—Avísame si estás en peligro —añadió, con una chispa de sonrisa en los labios.
—¿Ahora, por ejemplo?
—Sobrevivirás, Angy. —Le dio un tierno beso en la frente—. Siempre lo haces.
—Aún así, mantente alerta.
—No sufras, estaré despierto toda la noche por si te urge la necesidad de salir corriendo.
Le pellizcó graciosamente la mejilla y, antes de salir del restaurante, se despidió de nuevo de Nora y Dorian con una leve inclinación de cabeza.
Sin querer, se encontró desde la distancia con los furiosos ojos de Dorian, atravesándola. Acababa de presencia su despedida con Evan y, tal como la estaba mirando, no le había hecho ninguna gracia. Pero no tenía por qué darle explicaciones.
Volvió a la mesa, ocupando su asiento, mientras Nora le dedicaba una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Hasta cuándo vas a seguir diciendo que entre vosotros dos no hay nada?
Angy suspiró.
—Siempre lo mantendré, porque no hay nada entre nosotros, Nora.
—Pero la despedida ha sido tan… bonita —comentó—. ¿Verdad que sí, Dorian?
Él se movió inquieto al escuchar su nombre. Era incapaz de apartar la mirada de esos ojos verdes.
—No lo sé, eso debe decirlo Ángela.
Nora suspiró, haciendo revolotear algunos mechones de su cabello.
—Genial, estoy rodeada de sentimentales.


Eran las dos de la mañana cuando Angy llegó a su límite. Nora tenía ganas de continuar con la fiesta, pero su hermana mayor optaba por irse a casa y no había posible negociación. Así que, y muy a pesar de la rubia, los tres fueron en una misma dirección, quedando la casa de Angy a mitad de camino del hotel en el que se estaban alojados ellos dos. El silencio parecía llenarlo todo, salvo por la intermitente voz de Nora, que volvía a resonar una y otra vez. Por suerte, enmudeció al escuchar sonar su teléfono móvil.
—¿Pero quién me llama a estas horas?
Sacó rápidamente el aparato de su bolso y se quedó observando la pantalla. Sonrió.
—Desde luego, no puedo estar separada de mamá más de un día sin que se vuelva loca. —Giró sobre sus talones para alejarse y contestar con cierta intimidad—. Dorian, mientras hablo con mamá, despídete de Angy.
Ángela hubiera subido corriendo a su casa. Estaba en el portal, y habría podido hacerlo en cuestión de segundos, pero no podía. A decir verdad, una fuerza invisible la obligaba a permanecer allí, de pie, con la mirada fija en los ojos de Dorian, luchando en silencio contra una gran cantidad de sentimientos a los que no encontraba lógica.
—¿Qué te ha pasado? —susurró él.
—¿Y tú me lo preguntas?
Dorian parecía abatido, sin poder verla de esa forma.
—Tenemos que hablar. —Giró la cabeza para asegurarse de que Nora estaba lo suficiente me lejos—. Dime cuándo podemos hablar, aunque sea un par de minutos.
—¿Cuántas veces tendré que decirte que no?
—Por favor, Angy —suplicó—. Me aterra verte de esta manera. No puedo soportarlo.
—Entonces, vete. No tenías por qué haber cogido un avión para venir aquí.
Observando por el rabillo del ojo que Nora se acercaba lentamente, le tendió la mano, en un último intento de entrar en contacto con ella, pero no recibió respuesta. Angy se limitó a mirarle con ojos vidriosos, sin moverse ni un ápice. Bajó el brazo en el momento en que Nora volvía a ponerse a su altura.
—Bueno, Angy. Supongo que estarás agotada.
—Bastante.
Nora le dio un fuerte abrazo, sin dejar de sonreír.
—En ese caso, nos marchamos ya. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, no dudes en llamarnos, ¿de acuerdo?
Se limitó a asentir levemente.
—Buenas noches —susurró.
—Buenas noches —repitió Nora.
Sin dudar, Angy introdujo la llave en la cerradura y entró en el portal, pero en lugar de subir las escaleras, permaneció de pie y en silencio, protegida por las sombras. Estaba dolida consigo misma, por seguir comportándose como una adolescente, incapaz de controlar sus emociones.
En un arrebato, se aproximó al cristal de la puerta y se quedó observando, mientras las lágrimas le caían densamente por las mejillas. Dorian y Nora se fueron convirtiendo en puntos cada vez más pequeños hasta que, definitivamente, desaparecieron.


66


Los días siguientes fueron un auténtico tormento para Ángela. Tenía que soportar verles juntos con demasiada frecuencia, mientras al mismo tiempo organizaba los últimos papeleos para el estreno. Había buenos cambios de última hora, y habían conseguido más presupuesto y permisos. Todo tenía pinta de salir bien.
Después de los ensayos matutinos, tal y como había estado temiendo, Nora se presentó de nuevo en el teatro, quedándose maravillada por los decorados, los focos y la organización en general.
—Todo es espectacular —comentó.
—Aún no has visto nada, Nora. El día del estreno verás toda la caballería pesada.
—Eso espero.
Subieron a la parte de las oficinas; Angy tenía que revisar unos documentos en el ordenador de mesa, así que le indicó a Nora que se sentara mientras ella terminaba, pero en lugar de eso, se dedicó a recorrer el despacho, mirándolo todo con ojos bien abiertos, risueños, asombrados.
—Tienes muy bien gusto.
Angy apartó la mirada de la pantalla y la posó en los ojos de su hermana.
—Gracias, pero la decoración no es mi fuerte —comentó—. La idea del diseño y decorado la tuvo Evan.
Nora dejó escapar una sonrisita.
—Por qué será que no me sorprende…


La calle estaba repleta de gente paseando, cosa que no era demasiado habitual. Ellas hacían lo mismo, paseando una al lado de la otra, manteniendo una conversación animada.
—¿Adónde te apetece que vayamos? —preguntó Angy.
Nora lo meditó un instante.
—Conozco el sitio ideal.
—¿Cuál?
—Mi hotel.
Angy paró en seco. Esa idea no le gustaba. No quería ir sabiendo que Dorian estaría allí. Ahora que estaba alejada y en compañía de su hermana, no quería que la situación se torciera. Necesitaba verle lo menos posible.
—No.
—¿Por qué no?
Se encogió de hombros.
—No creo que sea una buena idea —gruñó—. Seguro que Dorian estará y no quiero molestarle.
Nora frunció el ceño.
—No vas a molestarle —aseguró—. Ha tenido que quedarse porque tenía que hacer varias llamadas, pero supongo que ya habrá terminado. Está de vacaciones, Angy.
—Sí, pero no creo que quiera pasar todo el tiempo disponible conmigo. —Tragó saliva—. Es decir, ha venido de vacaciones contigo, lo lógico es que aprovechéis este tiempo para estar juntos. No es necesario que me veáis todos los días. Podéis visitar la ciudad, ir a comer a algún bonito restaurante, pasear de noche… Ya sabes, todas esas cosas que hacen las parejas.
Nora guardó silencio y sacudió la cabeza.
—No pongas esa cara. Sabes que tengo razón.
No la escuchó, y volvió a insistir.
—¿Pero no quieres saber dónde duermo?
—Nora, ya sé en qué hotel te alojas. No hace falta estudiarlo al detalle.
—Por favor…
La mujer de ojos verdes acabó por desesperarse.
—No te vas a dar por vencida, ¿verdad?
Nora negó con la cabeza.
—Te propongo un trato —puntualizó—. Vamos a mi hotel y pasamos la tarde allí, y a cambio yo… —Colocó su dedo índice sobre sus labios—. Te invito a cenar.
—Está bien, pero no lo repitas más.


El hotel era exquisito; debía de tener al menos cuatro estrellas. El servicio era impecable y todo lo que estaba a la vista era más que increíble. Una buena decoración cuidando al máximo cada detalle.
Subieron por las escaleras, a pesar de los bufidos de Nora; seguía sin entender la extraña fobia de su hermana hacia los ascensores.
—No te quejes —dijo Angy—. No tenías por qué subir las escaleras, podrías haber utilizado los ascensores.
—¿Y cómo habría quedado yo? No, lo correcto es que te acompañe.
Finalmente, y haciendo un poco de esfuerzo, llegaron a la puerta de la habitación reservada. Nora introdujo la tarjeta en la cerradura magnética. La puerta se abrió en un segundo y dejó al descubierto toda esa maravilla.
—Precioso, ¿verdad?
Angy asintió, mientras los ojos le bailaban en todas direcciones.
—Espera aquí —pidió Nora—. Voy a buscar a Dorian.
Su momento de paz se había desintegrado. Iba a volver a verle, y no quería que algo así ocurriese.
—¿Dorian?
La voz de Nora preguntando por él llegó hasta sus oídos, pero en lugar de permanecer allí tal y como se lo había pedido su hermana, Angy decidió aproximarse al lugar del que procedía la voz, hacia el pasillo interior, en dirección a lo que seguramente sería el dormitorio.
La habitación tenía la puerta medio abierta y no dudó en asomarse. En efecto, allí estaba él, y por supuesto Nora.
—Cielo —susurró Nora—. Ya he vuelto.
Dorian se sobresaltó ligeramente, sonriendo un poco.
—Hola cariño —dijo él—. ¿Qué haces aquí? ¿No tendrías que estar con…?
No acabó de decir la frase porque alzó la mirada y se encontró con Ángela, escondida parcialmente detrás de la puerta, con el rostro tenso.
—La he traído aquí —susurró Nora, disimulando una sonrisa—. Espero que no te importe.
—¿Importarme? No, claro que no. En absoluto. Puede… quedarse todo el tiempo que quiera.
—¿Lo ves? —entonó Nora, volviéndose hacia su hermana—. Te dije que no habría problema.
Mientras Nora se quitaba la chaqueta y se encargaba de ponerse cómoda en el sofá de color crema situado en la parte de la habitación habilitado como salón, ellos dos seguían observándose atentamente, intentando vislumbrar los sentimientos del otro.
—Eh, vosotros dos —gruñó la rubia—. ¿Venís o qué?
La conversación volvía a tener puntos de sutura. Nora llevaba la iniciativa y dirigía los diferentes diálogos; en cuanto a los otros dos, se mantenían en actitud de defensa, sin querer bajar la guardia.
Al cabo de un rato en la que la conversación no daba más de sí, Dorian optó por el camino fácil.
—Bueno, seguro que tenéis mucho de qué hablar…
—¿Ya quieres desaparecer? —masculló Nora.
Dorian no cambió su expresión.
—Nora, hemos venido aquí para que pases más tiempo con tu hermana, y eso es justo lo que vas a hacer, mientras yo doy un largo paseo y echó un vistazo por todas esas calles.
—pero, ¿no te importa?
—En absoluto.
Se inclinó hacia ella y le dio un beso en la frente mientras dedicaba a Angy una mirada rápida.
—Tranquila —insistió—, os dejo a solas para que habléis de vuestras cosas. Sé cuándo debo retirarme.
Nora se mordió el labio.
—No te vayas demasiado lejos —canturreó, con las mejillas sonrosadas.
Dorian ladeó la cabeza.
—No más de lo necesario.
Al cabo de un minuto la puerta de la habitación se cerró con un golpe seco. Por fin estaban solas, y Angy podía volver a sentirse relajada, sabiendo que no tendría que disimular tan fervientemente.
Nora se levantó de su sitio y se dirigió al minibar, pensativa.
—¿Qué te apetece beber? —preguntó—. Tenemos whisky, ron, cerveza…
Angy arqueó las cejas.
—Sabes que no bebo —puntualizó—. Y, que yo recuerde, tú tampoco. Al menos, no demasiado.
Nora la ignoró y sacó del minibar una lata de cerveza bien fría y volvió a sentarse.
—Bueno, supongo que alguna vez todos necesitamos… ahogar las penas.
Desde luego, eso no era una buena señal.
—¿Algo va mal?
Tras vacilar unos instantes, asintió en silencio, dando un largo sorbo a la cerveza.
—Ahora que estamos solas, me gustaría aprovechar la ocasión, Angy.
—Claro. —Agudizó sus sentidos—. ¿Qué pasa?
—Verás, hay una cosa de la que me gustaría hablar contigo —comenzó—. No he sido del todo… sincera. Se trata de Dorian.
Las sienes de Ángela se volvieron más sensibles.
—¿Le ocurre algo? —aventuró—. ¿Está bien?
—Sí —se apresuró a decir Nora—. No es su salud lo que me preocupa.
Angy estudió el compungido rostro de su hermana.
—¿Y qué es, entonces?
La rubia se cruzó de brazos, balanceándose levemente.
—Me da miedo admitirlo, pero las cosas no van del todo bien entre nosotros. He intentado creer que no tenemos problemas, pero no es así. Una pequeña parte de lo que tenemos comienza a… fallar. Mi objetivo es disimular delante de todos, pero a ti no puedo engañarte. —Frunció el ceño, como si estuviera enfadada consigo misma—. Creo que mi matrimonio está dejando de funcionar.
—¿Por qué piensas así? —Ni siquiera le dio tiempo para responder—. Es demasiado pronto, Nora. Las parejas tienen crisis todos los días, pero eso no significa que las discrepancias no puedan arreglarse.
Su hermana pequeña sacudió la cabeza, con ojos empequeñecidos.
—No sé, desde que hemos venido se le ve más contento. Puede que el cambio de aires le esté sentando bien, pero también está algo cambiado.
—¿En qué sentido?
—Pues… —Desvió la mirada—. No se comporta como debería Es decir, cuando está conmigo, es como si tuviera la cabeza en otra parte. Creo que no es el mismo de siempre.
—¿No crees que estás exagerando?
—Eso no lo sé, por eso necesito la opinión de alguien ajeno, que sea capaz de verlo con otros ojos. No quiero precipitarme y hacer suposiciones que no hagan más que hacerme daño.
—De todas formas, no es a mí a quien debes preguntarle una cosa así. Yo no os veo a menudo, Nora. Estamos separados. Hace meses de vuestra boda y yo no he estado presente en ese tiempo. No sé cómo os ha ido.
—Bien y mal a partes iguales —dejó escapar—. Es atento, amable, cariñoso, pero a veces es tan callado… Casi nunca hablamos de él ni de su pasado.
El corazón de Ángela comenzaba a latir a más velocidad.
—¿Ese es el problema? ¿Te molesta que no habléis de su pasado?
—Lo que me molesta es que no quiera confiarme sus pensamientos o sentimientos más profundos. Sé que confía en mí, pero sigue resistiéndose a compartir todo conmigo. —Ahogó un bufido—. Estamos casados, se supone que yo debería saber todo de él, al igual que él sabe absolutamente todo de mí.
Los ojos verdes de ella centellearon con discreción.
—Cada persona es diferente. No deberías forzarle.
—No lo hago, Angy. Dorian siempre acaba saliéndose con la suya.
Un incómodo silencio surcó cada centímetro de la gigantesca habitación. Nora le dedicó a su hermana una mirada llena de temor.
—¿Crees que me quiere?
Angy sintió una gran punzada de dolor en el pecho.
—¿Por qué me lo preguntas?
—Tú lo ves desde fuera.
—¿No estás segura de lo que siente?
Nora suspiró, con la mirada algo turbia.
—A veces me jura que me quiere por encima de todo, pero otras veces se vuelve frágil. —Cerró los ojos—. Como si le faltara algo.
Angy se esforzó por no titubear.
—Nora, eres la mujer adecuada para él.
—¿Cómo lo sabes?
—Te casaste con él —pronunció—. La gente no se casa si no está segura de lo que siente.
—Yo sí estoy segura de lo que siento, pero no sé exactamente qué es lo que siente Dorian.
—No debes dudar —susurró Angy—. Él te adora, lo sé. Lo veo con mis propios ojos cada vez que estáis juntos. —Tomó una larga bocanada de aire para seguir—. Escucha, si no le importaras se notaría. Está loco por ti. Todo el mundo podría darse cuenta.
—Oh, Angy. Estoy hecha un lío, aunque tienes razón —admitió—. Sé que le importo, y por eso hace todo lo que me conviene. Hasta insistió para que viniéramos aquí.
Creyó haber escuchado mal. La tensión se duplicó en sus terminaciones nerviosas, haciendo que se incorporara de golpe.
—Creí…
—¿Qué?
—Creí que la idea de venir a verme había sido tuya.
Nora sonrió durante un breve segundo.
—En realidad, no. —Se pasó una mano por el pelo—. La idea fue de Dorian. Movió cielo y tierra para conseguirme las vacaciones anticipadas. Quería que pasara más tiempo contigo, que no perdamos el contacto bajo ninguna circunstancia.
—Vaya…
—Lo sé, es muy desconcertante. Un día está irreconocible, y al siguiente se vuelve aún más encantador que de costumbre. No sé cómo tomármelo. —Chasqueó la lengua, haciendo un repaso mental de lo que iba confesando—. Casi siempre me recuerda lo mucho que me adora, pero aunque me lo dice mirándome a los ojos, sus palabras no son…
—¿Sinceras?
—Creo que no lo son tanto como pretende.
—No te atormentes con algo que no tiene sentido.
—Ahí está el dilema —masculló—. No sé si tiene sentido o no, pero no dejo de comerme la cabeza, y cada vez con más frecuencia.
—No lo hagas, Nora. No tienes por qué. A veces la mente nos juega malas pasadas, pero yo sé lo que veo. Sé que te quiere.
Nora se llevó las manos a la cara, escondiendo su precioso rostro entre sus finos y largos dedos, dando una imagen de mujer débil, algo a lo que Angy no estaba acostumbrada.
—Tenías razón cuando me criticaste por afirmar que era experta en todo lo referente a una relación —sollozó—. No tengo ni idea de lo… malo.
Ángela la abrazó, rompiéndose por dentro.
—No tienes por qué saberlo. Debes centrarte en lo que te haga feliz. Si Dorian es la pieza fundamental para que puedas serlo, debes luchar y no rendirte a la primera de cambio.
—De eso estoy segura. No pienso hacerlo. No pienso rendirme. —Arrugó los labios—. Dorian es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Una puñalada más para su interior, de frágil cristal.
—¿Lo has hablado con él?
—¿Para qué serviría?
—¿Cómo que para qué? —gruñó.
Nora se removió el pelo, nerviosa.
—¿Cómo voy a hablar con él sobre ese asunto cuándo ni siquiera tiene la mente en su sitio? Apenas pasa tiempo conmigo…
—¿Qué quieres decir?
Nora se ruborizó levemente, mientras ladeaba la cabeza para cubrir su cara.
—Hace semanas que está distante. Ya ni siquiera me toca.
El corazón de Ángela dio varias vueltas seguidas. Las sienes le palpitaban, con sentimientos contradictorios. Estaba feliz por oír algo así, pero no debía alegrarse; no a costa de la desgracia de su propia hermana.
—¿De qué estás hablando?
—Angy, Dorian y yo no estamos bien. Él se esfuerza por agradarme, pero no es suficiente.
—Deberías preguntárselo directamente.
—¿De verdad crees que me diría la verdad si le ocurriese algo?
—Al menos tienes que intentarlo.
Nora tenía mala cara, pero Angy no presentaba mejor aspecto. Estaba alucinando debido a tanta información, dándole de lleno, y como siempre debía disimular hasta el extremo de su agitada conciencia.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Angy, eres mi hermana —susurró Nora, sumida en una nube de sentimentalismo—. No puedo contárselo a nadie más.
Angy asintió, sabiendo que aquello era verdad. No podía contárselo a su madre porque no sería capaz de entenderlo. Ella era su única vía de escape.
—¿Crees que la culpa es mía? —preguntó—. ¿Crees que he podido hacer algo mal?
—No —aseguró Ángela—. Tú no has estropeado nada. Si el problema lo tiene él, es Dorian quién debe resorberlo.
—¿Y si yo soy el problema?
—De ninguna manera. —Sacudió la cabeza, sin posibilidad de discusión sobre ese asunto—. No puedes echarte la culpa cada vez que las cosas se tuerzan.
Nora asintió una vez más, intentando poner en práctica los consejos de su hermana mayor.
—Angy, podrías ayudarme —dijo de repente.
—No sé cómo, Nora. Estoy dispuesta a escucharte, pero no sé qué más puedo hacer.
—¿Y si hablaras con él?
—¿Qué?
—Piénsalo.
—Nora, no puedo hacer eso. —Se removió agitadamente—. Es un asunto demasiado personal. Yo no tengo nada que ver, no puedo interponerme.
—Pero eres mi hermana. Estoy segura de que lo entenderá.
—Aún así, Nora. No puedo… —dejó escapar—. No me pidas que lo haga. No estoy preparada para ese tipo de cosas.
La mujer joven de cabello rubio parecía derrumbarse a pasos agigantados, convirtiéndose en una masa inservible y temerosa.
—¿Y qué me sugieres que haga?
—Ya te lo he dicho. Debes hablar con él. Sé todo lo sincera que puedas. Demuéstrale que de verdad tiene motivos más que suficientes para confiar plenamente en ti. —La apartó el pelo de la cara—. Quieres arreglarlo, pero antes de que eso pueda llegar a ocurrir, tienes que enfrentarte al miedo que te da sentirte alejada de él.
Nora reprimió sus lágrimas y abrazó con ganas a Angy, que la rodeó con sus brazos, para que supiera que estaba allí con ella, sin distancias de por medio.
Tras un par de minutos llenos de sollozos y dulces apelativos de consolación, Nora pronunció una simple palabra que se perdió en el silencio.
—Gracias.
Ángela se sintió la peor persona del mundo.
—No me las des.


67


Dorian no sabía cómo comportarse. Estaba encantado por sentirse de nuevo cerca de Angy, aunque fuera por breves instantes de tiempo. Sin embargo, le desesperaba su actitud. Sus ojos verdes se le clavaban, y no llegaba a entender su altísimo grado de hostilidad hacia él. Los celos le estaban matando. Aún podía recordar perfectamente cada segundo que Evan había permanecido tan cerca de ella. Y la despedida en el restaurante después de cenar había sido el colmo. ¿Quién se creía que era? Si tan fervientemente defendía que entre él y Angy no existía nada más aparte de una amistad, ¿por qué se empeñaba en tratarla de esa forma tan especial?
Tenía que conseguir hablar con ella, ya fuera de una forma u otra. La parte complicada residía en Nora; no iba ser nada sencillo conseguir su propósito sin que ella no sospechara nada, pero tenía que intentarlo. Si había conseguido viajar hasta ella, no podía permitir que su mujer le parara los pies. Tenía pleno conocimiento de sus actos; sabía que lo que pretendía hacer se alejaba de lo puramente correcto, pero su corazón le daba órdenes a diestro y siniestro y no tenía más remedio que cumplirlas, porque aunque se negaba a pensarlo demasiado, lo cierto es que Ángela era la única capaz de hacerle vibrar de emoción con su sola presencia. Sabía que era la única mujer con la llave para su felicidad.
Se levantó temprano, como de costumbre. El sueño hacía tiempo que no le acompañaba, así que se duchó rápidamente y se vistió con lo primero que encontró. Para no levantar sospechas, decidió dejarle una nota a Nora para que la viera cuando se despertara. En ella le decía que se encontraba un poco mal y que esperaba que tomar el aire le sentara bien. También le prometió no tardar demasiado, pero de eso no estaba seguro.
Aún con los nervios a flor de piel, llegó al colosal edifico de teatro, en donde sabía que Angy estaría trabajando. Lo cierto es que no sabía muy bien qué decir si se topaba con los compañeros de trabajo, pero le resultaba todavía peor pensar en la posibilidad de encontrarse con Evan. Le hervía la sangre por ello.
Con el corazón de corbata entró por la puerta principal y, para su sorpresa, los pasillos, las butacas y el escenario estaban completamente desiertos. Olía a limpio, así que era probable que la gente contratada para la limpieza de ese sitio acabara de marcharse. Cerró la puerta con cuidado para que no hiciera ruido y dio unos pocos pasos hacia delante, sintiendo una punzada en el interior, temiendo que Angy no estuviera realmente allí. No se escuchaba ni un mísero ruido, y las probabilidades de que se encontrara en el teatro se veían reducidas cada pocos segundos.
Se quedó paralizado por un momento, preguntándose así mismo qué es lo que estaba haciendo. Desde luego, había perdido el juicio si había recorrido un montón de kilómetros al lado de su mujer para tratar de reconquistar a esa otra de mirada encantadora. No tenía sentido, pero era lo que el cuerpo le pedía hacer.
El silencio era su único acompañante y comenzaba a perder la esperanza, porque no concebía la idea de inspeccionar cada rincón de ese sitio para seguir su pista. Se limitó a recorrer el largo pasillo que se perdía al fondo, detrás de unas puertas que daban a otra parte. Cuando llegó al final del trayecto atravesó esas puertas, y observó una larga escalera que ascendía hasta perderse en lo alto, y también unos ascensores incrustados en el hormigón.
Estaba a punto de abandonar, pero entonces la encontró. Estaba medio distraída, bajando lentamente las escaleras, pero cuando se dio cuenta de su presencia, su cuerpo esbelto se tensó como una cuerda, y sus ojos verdes palidecieron.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Tragó saliva, intentando recomponerse.
—Ya te lo dije —susurró Dorian—. Tenía que hablar contigo.
Ángela le atravesó con la mirada.
—La que no quiere hablar contigo soy yo —espetó—. Déjame en paz.
Dicho esto, la mujer de mirada verde le dio la espalda y comenzó a subir de nuevo las escaleras en dirección a su despacho, con la esperanza de que todo acabara allí, pero no. Dorian la seguía de cerca, manteniendo las distancias y suplicando que todo saliera bien.
—Necesito hablar contigo —insistió de nuevo, mientras terminaba de subir de dos en dos los últimos escalones.
No le contestó. En lugar de eso, aceleró sus pasos para llegar antes de tiempo al refugio de esas cuatro paredes. Cuando llegó, consiguió meterse dentro y cerrar la puerta justo antes de que Dorian llegara al umbral. Corrió el pestillo, pero los golpes comenzaron a sonar.
—Abre la puerta —rogó Dorian.
—Vete.
—Angy, abre la puerta.
No entendía cómo ella podía actuar de esa forma. Sabía que seguía sintiendo cosas por él. Además, quería hablar. No podía marcharse de allí sabiendo que tenía una mínima posibilidad.
—No pienso irme de aquí hasta que hable contigo —dijo en un tono más relajado.
No tuvo contestación.
—Te aseguro que no quiero problemas. Quiero saber que estás bien. —Apretó el puño contra la puerta—. Me tienes muy preocupado.
Pudo escuchar perfectamente los sollozos a través de la puerta.
—Si quieres que esté bien, entonces vete —pidió ella—. No podemos vernos.
—Sólo será un momento, de verdad.
—¿Es que no me escuchas?
—Escúchame tú a mí —pidió—. He venido para verte.
—Pues no quiero que lo hagas. No debes.
—No, pero ya he decidido hacerlo, por eso estoy aquí.
Un nuevo chisporroteo de sollozos.
—No quiero más mentiras.
—¿Tú hablas de mentiras? ¿Qué le has dicho a Nora para poderte escapar y aparecer por aquí?
Dorian cerró los ojos un momento.
—Le he dejado una nota.
—¿De verdad crees que una nota es suficiente para tapar tus engaños?
—Lo único que sé es lo que siento por ti.
Esas palabras fueron el detonante explosivo para que la puerta se abriera de golpe, dejando paso a una mujer plagada de sentimientos negativos, echando chispas por cada poro.
—¿Qué es lo que sientes? —exclamó—. ¿Acaso lo sabes?
—Claro que lo sé —susurró Dorian—, y tú también.
—Esto es muy injusto. —Ella se revolvía contra una fuerza invisible que la aprisionaba—. Siempre acaban sufriendo personas inocentes, y mientras que tú estás aquí, mi hermana se siente culpable por algo que ni siquiera está a su alcance, algo que ni siquiera puede llegar a imaginar —bramó—. Cree que es culpa suya que estés distante, y en lugar de asegurarte de hacerla feliz tal y como se supone que tendrías que hacerlo, pierdes el tiempo viniendo hasta aquí. —Se tapó la boca con ambas manos—. ¿Cómo se te pudo ocurrir una cosa así? ¿Cómo pudiste engañarla y decirle que esto era para su bien cuándo lo único que pretendías era garantizar el tuyo propio?
Dorian estaba de piedra. Temblaba por dentro.
—Ya no podía permanecer alejado de ti, sin tener noticias tuyas.
—Pero eso es exactamente lo que tiene que ocurrir. Para mí ya no existes, y aunque te empeñes en nadar a contracorriente, yo tampoco existo para ti.
Sus miradas colisionaron con la fuerza de dos tornados.
—Dime qué te ha ocurrido para que hayas cambiado. ¿Has estado enferma?
—¿Ahora te preocupas por mí?
—Nunca he dejado de hacerlo.
Era un puñalada tras otra, asestando un golpe seguido de otro, y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder lo más mínimo.
—¿Quieres saber por qué me encuentro así? —reprochó Ángela—. ¿De verdad quieres que te diga por qué he adelgazado tanto?
Él fue incapaz de asentir.
—El único culpable has sido tú, Dorian. Si me pasa algo, será por tu culpa.
Dorian comenzó a desvanecerse. No podía ser verdad.
—¿Qué estás diciendo?
—La verdad —espetó Angy—. Gracias a tu genial idea de enviarme ese maldito atrapasueños caí en depresión. —Sus lágrimas asomaban en sus esmeraldas—. No fue por culpa del trabajo como le hice a creer a Nora. Fue por ti. Por tu estúpida necesidad de sentirte especial. —Sacudió la cabeza para ambos lados—. Dejé de acudir a los ensayos y no podía comer ni tampoco dormir. Era una pesadilla.
—Angy, yo… —Su voz apenas salía de la garganta—. Lo siento mucho. No tenía ni idea. Si hubiera sabido que… Yo jamás lo hubiera hecho.
—Eres un maldito egoísta —sollozó—. Únicamente te preocupas por ti. Evan tenía razón.
—¿Evan? —repitió con furia—. Él no sabe nada.
—Sabe lo suficiente —puntualizó—. Está claro que no sabe que eres tú, pero sabe que por culpa de un hombre lo estoy pasando fatal. Mírame, estas son las consecuencias de tus actos.
—No pretendía hacerte daño, Angy.
—Sólo quieres asegurarte de que esté ahí cuando te dé la gana para que puedas utilizarme.
—Eso no es cierto —gruñó Dorian, herido por esas palabras—. Yo jamás te he utilizado.
—Claro que sí.
—Angy, yo te quiero.
Esa declaración cortó el aire. Unas rasgaduras transparentes en mitad de ellos dos.
—Si eso fuera verdad habrías dejado que saliera de tu vida.
—No puedes pedirme que haga eso.
—Es lo único que te pido. —Soltó el aire contaminado de tristeza—. Debes dejar que empiece de nuevo. Deja que me vaya.
Ahora era él quien se partía en dos, desgarrado.
—Pero yo no quiero que te vayas. Nunca quise que lo hicieras y ahora que he vuelto a encontrarte no puedo permitir que te alejes más de lo necesario porque entonces no puedo respirar.
—¿Por qué?
—Porque no puedo vivir sin ti.
Se estaba dejando llevar por sus sentimientos, y de seguir así las cosas acabarían muy mal.
Ángela se deshacía por momentos, con su débil estructura desparramándose por los suelos.
—Eso fue hace mucho tiempo. Nuestras vidas ya no discurren paralelamente. Estás casado con Nora. Debes serle fiel. Es a ella a quien quieres. Es lo que juraste el día de tu boda. Amarla para siempre.
—Pero ella no puede darme lo que tú me diste.
—¿No la quieres? ¿No sientes nada por ella?
—Nada comparado a lo que siento en este momento. —Su voz se volvió inestable—. No puedo evitar seguir enamorado de ti.
Tal y como temía, es fue la gota que colmó el vaso, y Angy y volvía a desplazarse de nuevo, intentando encontrar una salida.
Cegado por el miedo a perderla, Dorian la cogió en el momento justo para evitar que bajara las escaleras. La elevó en el aire, sujetándola con fuerza para que no huyera.
—¡Suéltame!
Se revolvió con agilidad pero no fue suficiente. Él la tenía agarrada con fuerza y era imposible que lograra soltarse. Sabía que no debía hacer lo que tenía en mente, pero al final sucumbió y evitó pensar demasiado. Prefirió actuar. Le dio al botón incrustado en la pared y automáticamente las puertas de uno de los ascensores se abrieron. La cara de terror de Angy hablaba por sí sola.
—¡No! —chilló—. ¡Dorian, no! ¡Suéltame!
Él ignoró sus palabras tan bien como pudo. Se metió en el cubículo y, tras asegurarse que las puertas se cerraban, la dejó en el suelo, pataleando como una niña. Presionó varios botones y luego al de más abajo para interrumpir que subiera o bajara. Estaban atrapados.
Ángela estaba horrorizada, con la carne de gallina, balanceándose justo delante de él, intentando acceder al panel de los botones, pero Dorian se interponía entre ella; era una mole de hormigón.
—¿Qué estás haciendo? —logró decir—. ¡Déjame salir!
—Sé que odias los ascensores, pero si ésta es la única manera para que me escuches…
Ángela le apartó de un empujón y comenzó a arañar las puertas de acero, con la inútil esperanza de poder abrirlas, pero no se movieron ni un ápice.
—Tengo claustrofobia —rugió, respirando rápidas bocanadas de aire—. ¿Acaso lo has olvidado?
—No, claro que no lo he olvidado. —Apretó la mandíbula—. Al igual que muchas otras cosas.
El cuerpo de aquella mujer ahora convertido en un saco de nervios se movía agitadamente, como un gato atrapado en una trampa, calculando las posibles soluciones, pero no podía hacer nada. Se arqueaba a ritmos frenéticos y su cara estaba blanquecina, con las venas de las sienes bien marcadas y el pecho moviéndose con hostilidad debido a la respiración agitada.
Dorian hizo un amago por aproximarse lentamente.
—No —vociferó—. Ni se te ocurra acercarte…
Angy intentaba sobreponerse a su fobia, pero por su expresión, daba la sensación de empequeñecerse a pasos agigantados, como si esas paredes de cristal y acero se ciñeran sobre ella, aprisionándola con fuerza y reventándole los pulmones.
—Esto no tiene por qué durar más de lo necesario —susurró Dorian—. Necesito preguntarte algo.
Ella desvió la mirada, continuando con su búsqueda por encontrar un recoveco por el que escapar.
Dorian terminó explotando, muerto de los celos sólo al recordar.
—Dime que no tienes nada con él.
Angy puso cara de no saber a qué se refería.
—¿De qué estás hablando? —preguntó entre exhalaciones violentas.
—Dime que entre Evan y tú no hay nada —insistió.
—¿Me has encerrado en un ascensor sólo para preguntarme eso?
Dorian se sintió como un cobarde, pero así era. Había cometido esa locura para conseguir una respuesta que no estaba seguro de querer oír. Su mente le gritaba una cosa y su corazón otra bien distinta.
—¿Tienes algo con Evan?
Angy entornó los ojos; estaba fuera de sí. Sus bocanadas de aire eran cada vez más ruidosas. Su frente brillaba ligeramente debido al sudor emanado debido a la tensión.
—¿Qué?
—Por favor, Angy. Tienes que decírmelo.
—Eso no es asunto tuyo.
No lo era, pero necesitaba urgentemente que se lo dijera. No podía vivir con la angustia de no saber.
—Sé que no lo es —susurró—, pero no puedo soportar verte cerca de él. Dice que sois amigos, pero es como si creyera que sois algo más. Te trata de una forma tan especial…
Angy se mordió el labio con fuerza, reprimiendo su rabia contenida.
—¿Crees que tienes derecho a decirme eso? —rugió—. Tú eres el que está casado, Dorian. Mi vida es completamente otra desde que no estás en ella.
Él se acercó peligrosamente, movido por sus impulsos.
—Dices que es diferente, pero no mejor.
Angy volvió a desviar la mirada. Se la veía demasiado débil.
—Lo creas o no, estoy mucho mejor sin ti.
Esas palabras se convirtieron en mil agujas para Dorian, atravesándole la piel sin ninguna piedad, aún sabiendo que aquello no era cierto; esos ojos verdes le decían cosas contradictorias con respecto a esa boca perfilada. Su antiguo amor seguía sin saber mentir.
—Eso no es cierto.
—Sí que lo es.
—¿Por qué te cuesta aceptar que sigues igual de enamorada que yo?
Por un segundo, y sólo por ese breve espacio de tiempo, aquella mujer se olvidó de su terror a los ascensores. Un miedo más profundo le hurgaba en el alma.
—Porque es pasado. No quiero aceptar lo que está prohibido para mí, del mismo modo que a ti te resulta imposible aceptar que se acabó.
—¿No quieres luchar por lo nuestro?
Angy sacudió la cabeza, sin color en sus mejillas. Estaba mareada y aturdida.
—No hay ningún nosotros. Estás tú y yo, pero somos personas diferentes.
—Puede que ahora mismo sí, pero no antes.
—Deja de vivir en el pasado. Acepta que se acabó, maldita sea.
Dorian experimentaba una caída de vértigo en sus propias emociones. Se negaba a aceptar lo que estaba escuchando. Detrás de toda esa fachada debía existir un mecanismo mucho más complejo. Angy podía esconder su amor por él, pero no podía destruirlo.
—Abre las puertas, Dorian.
Se tambaleaba peligrosamente, con la mano izquierda apoyada sobre la pared. Tenía el cuerpo encorvado y parecía que el aire llegaba a sus pulmones con más dificultad.
—Angy…
—Por favor, abre las puertas —suplicó—. No puedo respirar. Déjame salir.
Ignorando su llamada de socorro, Dorian se acercó más y, con valor, la rodeó con los brazos, sujetándola.
Ella estaba tan débil que no se molestaba en moverse. Estaba a punto de perder el conocimiento.
—Dime que me quieres —imploró él.
La voz ya no le salía del cuerpo. Sus extremidades se habían quedado frías, y debido a toda la tensión y estrés acumulados por la realidad de encontrarse encerrada en un espacio tan reducido, Angy dejó escapar unas palabras hirientes para él.
—Dices que nunca harías nada que me perjudicara —susurró—, pero ya lo estás haciendo.
Dorian pudo ver el cuerpo de Angy desvaneciéndose entre sus brazos. Había perdido el conocimiento y todo había sido por su culpa.
Ella tenía razón: era un egoísta.


68


Ángela no tenía ni fuerzas para hablar. El aire le salía por la garganta con debilidad, y no tenía ningunas ganas para levantarse de la cama, aún sabiendo que debía hacerlo porque el trabajo no iba a hacerse solo. Tenía tatuado en su mente ese momento nefasto en el que Dorian la había encerrado en uno de los ascensores de la parte de atrás del teatro. Los nervios le estallaban al recordarse atrapada. Cada terminación de su cuerpo se había tensado como una cuerda, y aún seguía preguntándose cómo demonios no había sufrido un infarto. Había estado al borde del colapso, con las mejillas ardiendo por dentro, experimentando calor y frío a partes iguales, como si el mundo se le viniera encima. La adrenalina se había derramado por sus venas pero su cerebro dijo basta cuando la tensión y el miedo se volvieron insoportables. Y lo peor de todo había sido el motivo por el cual había acabado allí. De una cosa estaba segura: no se lo perdonaría jamás.
Debía concentrarse en el teatro. El estreno estaba al caer, contando con apenas siete días para que todo quedara organizado. Los ensayos se habían intensificado, y todos ponían de su parte para dar lo mejor de sí mismos, mientras que Evan empleaba todo su carisma para convencer a Angy: insistía en estar presente casi siempre que podía para asegurarse de que comía como debía, no saltándose ninguna comida. Como meta, había conseguido que su amiga recuperase dos kilos, pero todavía se veía algo flacucha.
Esa tarde habían vuelto a hacer un ensayo general de toda la obra, salvo la parte en la que Angy y Paolo interpretaban una de las escenas finales. El pobre había tenido que marcharse a última hora debido a un urgente asunto familiar, así que esa parte debía ensayarse al día siguiente.
—¿Seguro que no quieres venirte?
Evan estaba intentando por todos los medios convencer a Angy para que fuera con el resto a celebrar el futuro éxito de la obra, sin embargo, y tal como era de esperar, Ángela prefería quedarse por allí un rato más, ensayando a fondo su papel, al igual que había hecho todas las veces anteriores. Se tomaba demasiado en serio su trabajo.
—Prométeme que no cerrarás tarde —imploró Evan.
—Te lo prometo. —Una fina línea a modo de sonrisa apareció en sus labios—. Un par de minutos más y me iré a casa.
Evan puso los ojos en blanco.
—Ya me conozco tus minutos. Cuando dices eso, en realidad quieres decir horas.
—No exageres —gruñó ella—. Me iré pronto, de verdad.
—Bueno, si necesitas cualquier cosa, lo que sea, no tienes más que llamarme.
Ángela asintió, sonriendo.
—Desde luego, tendrías que dedicas tu tiempo libre a ser una niñera.
Evan frunció el ceño, divertido.
—Creo que no. Por el momento, contigo tengo más que suficiente.


El silencio la había acompañado en todo momento, resaltando sus diálogos, que se perdían entre los focos y el decorado. Le gustaba ensayar sola, así podía desencadenar todo su potencial sin tener que ser juzgada por los demás. No es que tuviera miedo a las críticas, pero al igual que en su vida personal no le gustaban las multitudes, en su lugar de trabajo también prefería evitar a toda esa gente que se arremolinaba a su alrededor, por eso se sentía mucho más cómoda cuando no había nadie más.
Tenía la voz algo resentida pero seguía pronunciando cada palabra con fervor y énfasis, exteriorizando ese diálogo que se había grabado en el cerebro.
Después de casi una hora sin parar, creyó que ya había hecho suficiente y, después de recoger algunos artilugios que le había servido para situarse dentro de la historia, se tomó un par de minutos para descansar. Se disponía a apagar las luces y todos los demás circuitos eléctricos cuando escuchó un ruido a lo lejos del pasillo.
—¡Bravo!
Estuvo a punto de caerse del escenario. Agudizó los sentidos y se quedó inmóvil, alerta y a la espera.
—¿Quién es?
Unos pasos se acercaron peligrosamente hasta ella.
—Oh, no me digas que ya no sabes reconocer a tu propia hermana.
En efecto, y después de acostumbrarse a las sombras que proyectaban sus ojos debido a la intensidad de las luces, pudo comprobar que Nora estaba allí, viéndola actuar.
—Nora —gruñó—, ¿qué estás haciendo aquí?
—Verte ensayar —dijo tranquilamente—. Lo haces genial, por cierto.
Angy sacudió la cabeza.
—Está cerrado, Nora.
—Yo creo que no. La puerta no estaba cerrada.
—Aún así. —Se secó el sudor de las sienes—. Tengo que trabajar, Nora.
—Si es por eso, continúa. Por mí no hay ningún problema.
—Bueno, lo cierto es que ya me iba. He tenido tiempo para ensayar pero estoy agotada. Necesito estar descansada para continuar mañana.
Nora se sentó en una de las butacas de las primeras filas, sin intención de marcharse.
—Hemos venido a verte, Angy. No seas maleducada.
—Escucha, tengo que irme ya… —Procesó la frase que Nora acababa de pronunciar. Algo no encajaba. Se había referido a alguien más…
—¿Hay alguien más?
Nora soltó una risita.
—Pues claro que sí. Me sorprende que a estas alturas todavía lo preguntes. —Se dio la vuelta en la butaca—. Dorian, ¿puedes acercarte? Ni siquiera se te ve desde esta distancia.
El corazón le dio un vuelco. La pesadilla volvía a hacerse la realidad. Estaba harta de tener que toparse con él una y otra vez, sin ser capaz de solucionar el problema que tenían entre manos, y todo porque Dorian se empeñaba en resucitar un amor que a todas luces se antojaba imposible.
—¿Qué hacéis aquí? —repitió de nuevo.
—No seas tonta, queríamos verte.
—Ya te dije que no hacía falta que me vinierais a ver en todo momento. Ya soy mayorcita.
Nora torció el gesto.
—Vaya, si que te cambia el carácter cuando estás ensayando.
—Eso es porque me habéis interrumpido.
—De eso nada —bufó Nora—. ¿No decías que ya habías terminado?
Molesta, Angy se dio la vuelta. Quería largarse de allí, pero no sabía cómo deshacerse de ellos dos. Ni siquiera le había buscado con la mirada. Sabía que estaba allí, pero temía verle de nuevo. No podía soportarlo.
—Angy, podrías hacer una excepción —rogó Nora.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Una excepción? ¿Para qué?
—Ya que estamos aquí, lo lógico sería que… nos deleitaras un poco más con tu talento.
Angy arqueó las cejas, estudiando la expresión de su hermana pequeña.
—¿Qué? —pronunció—. De eso nada.
—¿Cómo que no? Esto es lo que eres. A esto de dedicas.
—Lo sé, pero no puedo ensayar ahora. Ya no más. Estoy muy cansada. —Se mordió el labio—. Además, no estoy acostumbrada a ensayar delante de otra gente que no sea parte de la obra. Vosotros no sois...
Nora esbozó una sonrisa.
—Vaya, ¿con que es eso? ¿Te da vergüenza actuar delante de nosotros?
Esa no era la auténtica razón, pero Angy actuó como si verdaderamente lo fuera.
—Sí...
—No seas tonta —insistió Nora, con una sonrisa en los labios—. Soy tu hermana, y Dorian ya es parte de la familia. No tienes nada que temer.
—No es porque tenga miedo, Nora.
—¿Entonces?
Su mente estaba en blanco, incapaz de generar una respuesta que finalizase esa discusión.
—Aún no quiero que veáis nada antes de tiempo —mintió—. La obra se estrena en cuestión de una semana y quiero reservarme. Supongo que podrás aguantar siete dias...
—Ya, pero resulta que estamos aquí. Estamos deseando verte actuar, y creo que debo tener una trato especial por ser la hermana de la protagonista. Vamos, coge la parte que más te apetezca e interprétala, por favor...
—Pero... Aún así, no puedo hacerlo yo sola.
—¿Cómo que no puedes hacerlo tú sola?
—Nora, mi personaje está enamorado del hombre equivocado... —Cesó de hablar. Por ahí no debía de llevar la discusión—. Es decir, la estructura está repartida entre todos los actores. Tengo mucho argumento en el que discuto conmigo misma, pero en lo referente a la interacción con los demás, necesito un punto de referencia, alguien con quien hablar. Mi parte es un continuo diálogo y aunque éste no sea el momento adecuado, no puedo hablar yo sola todo el tiempo —Arrugó la frente, dando unos ligeros pasos—. Por eso ensayamos entre todos, para fusionarnos bien con nuestros personajes. En todo caso, necesitaría tener a alguien haciendo el papel del otro personaje principal…
Ni siquiera había terminado de decir aquello cuando se dio cuenta del enorme y estrepitoso error que acababa de cometer. Le había puesto las cosas increíblemente fáciles, y no podía dar marcha atrás.
Nora frunció el ceño, pensando en lo más evidente.
—Yo lo haré —intervino Dorian por primera vez—. Yo seré tu enamorado.
El estómago de Ángela se contrajo. Intentó por todos los medios no ruborizarse.
—No, de ninguna manera.
Nora sin embargo parecía aprobar la sugerencia.
—¡Sí! —exclamó—. ¡Qué gran idea! —Se removió en el asiento como una niña pequeña—. Dorian te echará una mano.
Ahora sí que volvía a estar atrapada. Dorian se había subido de un salto al escenario y le tenía frente a frente. Le quemaba la piel al recordar su último encuentro, en el ascensor, pero para su sorpresa, no sentía odio, si no algo más dulce. Se alegraba de verle, pero no podía sentir aquello. Su lucha interior volvía a desencadenarse.
—No quiero que os lo toméis a mal, pero no es buena idea —insistió Angy.
—No hay nadie más —recordó Nora—. Nadie va a juzgarte.
—No se trata de eso. Es que no le encuentro sentido.
—Queremos verte en acción, eso es todo.
Angy se mordió el labio, nerviosa.
—Pues esperad a la semana que viene.
—No vamos a hacer eso. Vamos, no dices que tu vida es el teatro, demuéstramelo. Considéralo un último ensayo. —Su rostro se relajó—. Por favor, Angy. Sabes que me hace muchísima ilusión.
Con esos ojos azules rogando para que lo hiciera, Ángela cayó una vez más en la trampa, dejándose manejar al antojo de su hermana. Le dedicó una mirada rápida a Dorian y el corazón se le desbocó.
—Muy bien, esperad aquí. Enseguida vuelvo.
—Espero que no seas capaz de largarte, Angy.
Puso los ojos en blanco, maldiciéndose así misma por no hacerlo.
—No voy a hacerlo. Tengo que ir a buscar un guión para Dorian.
—Oh, claro. Entonces puedes ir a buscarlo.
Al cabo de tres minutos, volvió con un gran montón de folios de distintos colores grapados entre sí. Con pudor, se lo tendió a Dorian para que lo cogiera.
—Sólo vamos a ensayar una parte —anunció Angy—. No tardaremos ni diez minutos.
Nora protestó desde su privilegiado asiento.
—No te quejes, Nora. No tendría por qué hacer esto y sin embargo he accedido. No pretendas que representemos la obra completa.
—Está bien —gruñó Nora—, pero empezad ya.
Angy se acercó aún más a Dorian. Le quitó de las manos la pila de folios y comenzó a rebuscar.
Mientras tanto, y como si fuera incapaz de esperar, Nora se levantó de su asiento y acabó por subirse al escenario, impaciente.
—¿Se puede saber qué es lo que buscas?
—Busco una parte que sea adecuada…
—Oh, por favor. No me digas que entre ese montón de papeles no puedes encontrar nada que sea interesante. —Le arrebató el guión de las manos y comenzó a ojear por su cuenta—. Veamos si yo puedo encontrarlo antes.
—¡Nora! —protestó Angy—. Devuélvemelo.
—De eso nada —dijo tranquilamente mientras pasaba las hojas con rapidez—. A tu paso no acabaríamos nunca.
Tras un par de revuelos de hojas y chasqueo de lenguas, Nora puso cara de encontrar algo decente.
—¡Vaya, esto es perfecto! —exclamó—. Definitivamente, haréis esta parte.
Temiendo lo peor, Angy le indicó que le mostrase qué parte era la que había elegido. Para su desgracia, el fragmento de diálogo escogido brillaba por su dramatismo y romance.
—Ni hablar —objetó Ángela—. No pienso decir nada de esa parte.
—Pero tu nombre está aquí —aclaró Nora—. Tú dices todo esto.
—Pero no así. No en estas condiciones. Paolo no está aquí. Es con él con quien debo hacer esa parte.
—Me da igual Paolo. Quiero que lo hagas ahora. —Desvió la mirada hacia su esposo—. Dorian, ayúdame.
Él sin embargo, no se movió.
—Nora, te digo que no. Busca otra cosa, lo que sea.
—Pero yo quiero esta parte —sollozó—. Es tan bonita y romántica...
—¿Y crees que voy a ser capaz de decirle todo eso a tu marido?
Había estallado de forma automática, sin medir sus palabras.
—Eso no importa. Te juro que no me pondré celosa. —Sonrió con ganas—. Por favor, Angy. Te prometo que después nos iremos para que puedas descansar. Te lo aseguro.
No podía contradecirla. Cada vez que lo hacía se enzarzaban en una discusión y, por supuesto, ella siempre salía ganando.
—Maldita sea —dejó escapar—. De acuerdo.
Nora volvió a su asiento dando saltitos de alegría después de devolverle el guión a su hermana.
Dorian por su parte se mostraba nervioso, con ojos de cordero degollado, sin tener ni idea de lo que se le venía encima, metafóricamente hablando.
—Dorian —susurró Angy—, toma.
Le tendió el montón de hojas comprimidas justo en la parte que habían acordado practicar.
—¿Qué es lo que tengo que decir? —preguntó él.
Sintiéndose frágil, Angy se acercó y se colocó justo a su lado, pudiendo sentir su agitada respiración. Le indicó un pequeño fragmento subrayado en azul, en la que parecía el nombre de Paolo repetidas veces.
—Esta... esta es tu parte.
—De acuerdo.
Hubo un incómodo silencio hasta que Nora lo rompió.
—Vamos —instó—. ¿A qué estáis esperando?
Parecían ser dos títeres, sin vida y sin aliento. Estaba delante el uno del otro, sin atreverse a romper el hielo. Por una vez, no iban a discutir.
—Tienes que empezar tú —dijo Angy con un hilo de voz—. Tu parte va primero...
—Oh, claro. —Dorian le echó un rápido vistazo—. Un segundo...
Esperó pacientemente.
—¿Dónde dice «dime»?
Angy asintió.
Dorian se aclaró la garganta, con un ligero tic nervioso en su pierna. Miró de reojo a Nora, esperando su aprobación. Su voz grave llenó el escenario.
—Dime entonces, ¿en qué te has convertido mujer? —Su voz temblaba como la de un chiquillo tímido—. ¿Acaso has cambiado tanto que ni a mí eres capaz de reconocer?
Era el turno de Ángela. Era una pesadilla que una obra como esa hubiera caído justo en manos de ambos, protagonistas en la vida real de la misma coincidencia.
—No lo entiendes —entonó—. El problema no reside en ti. El problema soy yo misma.
—¿Por qué? No logro entenderlo.
—Porque no soy tan fuerte como tú. —El cosquilleo en su estómago iba en aumento, recordando momentos del pasado—. Porque si el destino ha decidido separarnos, ¿quién soy yo para negarme? Dime, ¿quién soy?
—Pregúntame quién eres para mí, Samara. Eres la respuesta a mil preguntas. ¿Cómo podría dejarte escapar? ¿Cómo podría dejarte de amar? Nuestras almas deben estar juntas.
Ángela se movió encima del escenario tal y como debía hacer en el estreno, dando vida a su personaje a pesar de las difíciles circunstancias de ese momento.
—No debes decir eso. Porque un beso no es suficiente para retar al universo. Si somos seres de carne y hueso... No, nunca debes volver a decir eso.
—Yo me opongo al destino entonces. ¿Acaso mujer, no oyes esas voces? Prefiero el pasado a un futuro así.
—¿Qué futuro?
—No quiero un futuro sin ti. —Sus ojos de color avellana parecían brillar en medio de todas esas palabras con un significado oculto—. Que me arranquen hoy la vida porque sin ti, el mañana será lo mismo que morir.
No estaban mirándose con los ojos, si no con el alma. Aquel mínimo encuentro sobre el escenario les servía para decirse cosas que, en verdad, seguían sintiendo el uno por el otro, a pesar de las discusiones y las palabras hirientes. El amor no les había abandonado.
—Eso no importa. Si la vida se hace corta, algún día lo sabrás. Aunque no puedas verme, eso no significa que te haya dejado de amar.
Ángela hubiera deseado literalmente morir.
—¿Cómo? —entonó Dorian—. ¿Cómo podré saberlo? Si no tengo tu corazón, y si tampoco puedo verlo, ¿cómo entonces, podré saberlo?
A continuación venía la peor parte; la peor de todas. No sabía si sería capaz de pronunciarlo, porque esas palabras describían exactamente sus sentimientos por él.
—Cuando el corazón no pueda ir más rápido; cuando las pupilas no puedan dilatarse más; cuando los nervios me venzan hasta el punto de perder el habla; cuando llore sin motivo y no encuentre la razón para reír; cuando mire más allá de lo que puedo encontrar en tus ojos; cuando la vida me parezca un suspiro y la eternidad una posibilidad; cuando tenga tanto frío que ni el sol pueda abrigarme; cuando grite en mitad del silencio palabras que no entiendo; cuando pierda la vida si la tuya se desvanece. En ese momento sabrás, que nunca podré quererte más de lo que lo estoy haciendo ahora...
Un rotundo silencio.
Dorian aún aguantaba su mirada.
Nora estalló en repetidos aplausos, chillando entusiasmada.
—¡Vaya! —gritó—. ¡Ha estado sensacional!
De vuelta a la realidad, Angy apartó la mirada del rostro de Dorian, que aún seguía estupefacto por la semejanza tan apabullante entre sus vida y la obra.
—No tenía ni idea de que algo así pudiera ponerme la carne de gallina —comentó la rubia—. Ha sido precioso.
—Sí, bueno. Es una parte más.
—¿Bromeas? Seguramente sea la parte más increíble. Era como si realmente estuvieras enamorada de Dorian.
Su estómago se revolvió con pánico.
—De eso se trata —logró decir—. Es mi trabajo, Nora. Si no pudiera convencer al público, no podría ser actriz.


Entre los tres terminaron de cerrar el teatro. Nora todavía seguía entusiasmada por ese pequeño fragmento que había visto. Por su parte, Angy y Dorian permanecían callados, sintiéndose como dos extraños.
—Bueno, tengo que irme ya. Necesito descansar.
—Angy, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
A Nora se le iluminó la cara.
—¿Cómo acaba la historia? ¿Al fin vuelven a estar juntos?
Ángela sintió una punzada aguda en todas las partes de su quebradizo cuerpo.
—No —aclaró—. No acaban juntos.
—¿Por qué? —protestó su hermana.
—Nora, su historia es imposible. —Evitó la tentación de mirar a Dorian—. Al final queda demostrado que su amor no es tan fuerte como para luchar contra su destino. Sus caminos se separan y, aunque están locamente enamorados el uno del otro, saben que a veces no queda más remedio que dejar escapar a la persona que más has amado en la vida.


69


El matrimonio se encontraba en la habitación de su hotel, preparándose para el gran estreno de Angy. Dorian había acabado con antelación, así que le tocaba esperar a que Nora terminara de sentirse satisfecha consigo misma. Estaba en el dormitorio, contemplándose en ese gran espejo que le devolvía la mirada con entusiasmo. Estaba realmente atractiva, con un vestido que le cubría las rodillas, de un intenso color rojo y escote palabra de honor.
—¿Se puede?
Nora se dio la vuelta y sonrió al verle entrar. Dorian lucía una elegante camisa clara y unos pantalones de traje. Resultaba impecable y embriagador.
—Creo que ya estoy lista.
—¿Crees? Llevas un buen rato aquí dentro, cielo. No creo que puedas mejorar ni un ápice.
Sus miradas se encontraron en mitad del espacio, desprendiendo un encanto algo especial.
—¿Qué tal estoy? —preguntó Nora.
—Los vas a dejar con la boca abierta.
—No me estaba refiriendo a los demás, si no a ti. —Se ruborizó—. ¿Estoy lo suficientemente guapa para ti?
Dorian sonrió tímidamente.
—No hay ni un solo momento en que hayas dejado de estarlo, pero ahora estás especialmente preciosa.
Nora sintió la necesidad de sentirle cerca y no se lo pensó dos veces para abrazarle. Le resultó más fácil de lo habitual, ya que llevaba unos altos tacones, y así la diferencia de altura no resultaba tan evidente.
—Te quiero.
Dorian se tensó ligeramente al escuchar esa declaración de su mujer, tan delicada y potente al mismo tiempo.
—Te quiero —repitió.
—Lo sé, Nora.
—Hace tiempo que no me lo dices.
Con delicadeza, Dorian le acarició el mentón y enroscó su mano alrededor del fino cuello, posando sus labios en la oreja de ella.
—Te quiero.
Los ojos de Nora volvieron a brillar.
—Gracias por todo esto.
—¿A qué te refieres?
Nora le besó en la mejilla, complacida.
—Gracias por todo lo que haces por mí. Este viaje es lo mejor que puedo pedir. Tenías razón respecto a Angy. Así puedo estar más tiempo con ella. De verdad, no sé cómo puedo darte las gracias.
Dorian la rodeó la cintura y la atrajo hacia él.
—Me basta con verte sonreír cada día.


Desde luego era un estreno esperadísimo, o eso era lo que parecía, ya que multitud de gente se encontraba por los alrededores del teatro, vestidos de forma elegante y mostrándose ansiosos por entrar. Dentro, el aspecto era el mismo, con todas esas innumerables filas de butacas llenas a rebosar. Era imposible saber el número exacto de espectadores, pero una cosa estaba clara: no cabía ni un alma. La estructura había sido sometida a grandes cambios, con reformas sutiles que conseguían darle el encanto deseado, con tapizados de colores vivos y balaustradas recién restauradas. Había adquirido un exquisito toque nuevo.
Haciéndose paso con ligeros toques y ruegos, Dorian y Nora consiguieron llegar a la parte de arriba, al único palco que sobresalía por encima de la parte de abajo, lugar reservado para las personas importantes, cortesía de Evan. Allí también estarían algunos familiares y amigos del resto de elenco de actores.
—Estoy muerta de los nervios —susurró Nora, sentada en su sitio.
—¿Por qué? —quiso saber Dorian—. ¿Nunca has visto actuar a tu hermana?
—Sí, pero hace mucho tiempo. Además, nunca he visto que sus obras causaran tanta expectación.
Él sonrió.
—Eso significa que sabe hacer su trabajo.
—¿Cuándo empezará? Esto está a rebosar, mira toda esa gente de allí abajo.
Dorian se inclinó un poco sobre su asiento para observar la panorámica.
—Lo cierto es que tenemos un buen sitio. Desde aquí se observa perfectamente todo el escenario.
Nora asintió con entusiasmo.
—Y todo gracias a Evan. Ha sido todo un detalle por su parte. Es un encanto.
Dorian la observó atentamente.
—Oh, cielo. Era un cumplido —susurró—. ¿Estás… celoso?
—¿Yo? Por favor…
—No sabes mentir, Dorian.
Dorian la cogió de la mano y le besó los nudillos.
—Me encantaría seguir con esta discusión, pero ya va a empezar.
En efecto, la intensidad de las luces cayó en picado, dejando a oscuras a todo y a todos. El silencio se abrió paso a grandes zancadas.
—Me hubiera gustado ver a Angy antes —sollozó Nora—, para darle suerte.
—Creo que a tu hermana no le gusta que la molesten antes de comenzar. Se encerrará en su camerino y pondrá su música a todo volumen para olvidarse del resto del mundo.
Nora se quedó con la boca abierta por ese comentario. Había dado en el clavo.
—¿Cómo sabes eso?
Dorian se encogió de hombros.
—Bueno, supongo que Angy será igual que todos los demás. Los actores tienen que concentrarse antes de empezar. Créeme, cada uno tiene sus costumbres y manías. Evadirse suele ser el camino más fácil.
Una ligera música de violines comenzó a sonar. La melodía era perfecta. Todas esas personas allí presentes contenían la respiración, deseando ver aquella maravilla que se escondía detrás. Con lentitud, el gigantesco telón negro comenzó a moverse hacia una esquina, y una pálida luz azulada se reflejó en el escenario. Después, cuando la luz se volvió algo más nítida, La gran pantalla digital situada más al fondo cobró vida para visualizar con todo lujo de detalles el primer decorado, compuesto por edificios antiguos. La música cambió de registro, y entonces los primeros actores se materializaron en el escenario. Era compañeros de Angy, aunque a Nora no le sonaban demasiado; no había hablado con ellos, pero se alegraba de verles.
Un tiempo indefinido después, cuando los nervios la estaban ganando la batalla, Nora consiguió lo que quería. La espera había merecido la pena. De la parte derecha del escenario, y tras un cambio de decorado y luces, una mujer apareció, con la cabeza bien erguida y mostrando una actitud diferente a la del resto. La conocía.
—¡Ahí está! —susurró.
Se removió sobre su asiento, con el corazón en la boca y la sonrisa perpetua pintada en su cara. No podía creerlo, pero esa mujer era su hermana, interpretando majestuosamente su papel, con el cuerpo erguido y terso, mostrando una mirada a la que ella no estaba acostumbrada. Irradiaba vida, potencial. Ahora se arrepentía de no haber ido a verla con más frecuencia. Se adueñaba de la atmósfera, con esa voz tan increíble. No parecía la de siempre, ahora era alguien diferente. No era de extrañar que siempre ostentara el papel protagonista; se ceñía a esa piel ficticia como si le fuera la vida en ello.
—Mírala, está guapísima.
—Sí que lo está —corroboró Dorian.
—Y tú que no querías venir…
—Menos mal que conseguiste que cambiara de idea.


El tiempo pasó volando, sin necesidad de que Nora consultase su reloj ni una vez. Estaba ensimismada, cautivada. Nunca le había gustado el teatro, pero ahora ya no estaba segura. Lo que más le fascinaba eran los diálogos, la intensidad vertida en ellos. La prosa era muy cuidada, y la pasión que se dejaba entrever era escandalosamente buena. No había ningún fallo, y los actores tenían al público en el bolsillo, con las sienes palpitantes, esperando la conclusión de esa historia de desamor.
El estómago le temblaba; Nora no había visto jamás a su hermana de aquella guisa. Transmitía una infinidad de sensaciones, capaz de traspasar la barrera de la realidad. Al contrario que en su vida personal, cuando actuaba parecía estar literalmente enamorada de su trabajo. En ese caso, en el que mostraba su relación tormentosa con ese tal Paolo, conocido con el nombre de Ulrich en la obra, despuntaba destellos de dolor y alegría a partes iguales, llenando todo el perímetro del teatro. Hacía cambios de voz, de vestuario, pero su elegancia seguía intacta. A pesar de la larga duración, aproximadamente unas tres horas, no había bajado la guardia, y encandilaba a cada segundo, con esa imagen de mujer rota por el amor prohibido.
Siempre se había sentido orgullosa de su hermana mayor, pero ahora la chica de pelo dorado se quitaba el sombrero por aquello. No tenía palabras para describir lo que veía. En su mente, lo tachaba de obra de arte. Guardaba para sí misma las partes de la historia que más le estaban gustando, pero en especial, grabó a fuego una en concreto: ese pequeño retazo de diálogo amoroso que Ángela había ensayado con Dorian una semana antes. Las palabras eran las mismas, pero el sentimiento mostrado en ellas no tenía nada que ver. Ahora era de verdad; se podía sentir en las venas. Para colmo, Angy, en este caso llamada Samara, lloraba desconsoladamente, mientras recorría el escenario de punta a punta para alejarse de su enamorado, que también se deshacía por la desdicha que marcaba su destino. Conseguía ponerle la piel de gallina, y mantenía aferrada la mano de Dorian, apretándola con fuerza, mientras respiraba con intensidad.
Como un bonito sueño del que no se quiere despertar, la escena final acabó, con los dos protagonistas espalda contra espalda, representando su desdicha. Una oleada de aplausos recorrió cada recoveco, elevándose hasta el alto techo. La gente se levantaba de sus asientos, completamente complacidos por ese sabor agridulce. La historia había acabado en tragedia, pero era igualmente satisfactoria.
Invadida por una fuerza invisible, Nora se levantó de su asiento y aplaudió y vitoreó como la que más, apasionadamente. Dorian la seguía de modo más relajado, limitándose a aplaudir.
—¡Bravo! —exclamó Nora—. ¡Ha estado fabulosa! ¡Increíble!
Dorian asintió.
—¿Te ha gustado?
—Ya lo creo —aseguró él—. Me ha encantado. No he visto una obra de teatro en años. Ha merecido la pena venir.
El telón volvió a abrirse después de una pausa y aparecieron de nuevo todo el equipo de actores, mostrándose agradecidos con gestos manuales y reverencias, mientras el volumen de los aplausos se incrementaba.
—Vamos a verla —soltó Nora.
Dorian arqueó las cejas.
—¿Qué?
—Vamos a esperarla en la parte de atrás.
—¿Ahora?
—Claro, así llegaremos antes de que toda esta gente se levante y empiece a inundar los pasillos.
Dorian suspiró.
—Vale, pero con discreción.
Abandonaron el palco con rapidez, bajando las escaleras de la parte de atrás, llegando a la zona de las butacas, en donde parte de la gente comenzaba a abandonar el recinto.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —susurró Dorian—. No tenemos permiso para ir a esa parte.
Nora bufó cariñosamente.
—Somos familiares de la gran protagonista. Supongo que por una vez pueden hacer una excepción.


Después de quitarse el exceso de maquillaje y la ropa que había llevado durante tres horas seguidas, la Angy de siempre apareció por los pasillos laterales del fondo, aún con los oídos taponados debido a tanto estridente aplauso. Estaba embriaga de nerviosismo, con la sensación de haber hecho un buen trabajo. Lo que no se esperaba era toparse con Nora y Dorian en su camerino.
—¡Ángela!
Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Su hermana pequeña la rodeó con los brazos, soltando alabanzas a diestro y siniestro.
—Nora —balbuceó—, ¿qué estáis haciendo aquí? ¿No se supone que deberíais estar en el palco?
—Sí, pero queríamos adelantarnos para felicitarte. —Le pellizcó la mejilla—. Nos has dejado con la boca abierta.
Angy miró en un segundo a Dorian para luego mirar a otra parte. Se revolvió el pelo.
—No teníais que haberos molestado —dijo—. ¿Os ha gustado?
Nora sacudió la cabeza debido a la pregunta.
—¿Gustarnos? Por Dios, Angy. Seguramente esto es lo mejor que has hecho en tu vida.
Angy puso los ojos en blanco.
—Lo digo en serio —insistió—. Has estado… maravillosa. No sé cómo describirlo.
—Tenía entendido que no te gustaba lo que hacía.
—Sí, pero ahora es distinto. —Gesticuló con las manos—. La forma en la que te movías, cómo hablabas… Aún no me lo puedo creer. ¿Y toda esa gente aplaudiéndote?
—Nora, no he sido la única en actuar, ¿recuerdas? Los demás tienen el mismo derecho que yo en recibir halagos.
—Sí, pero aquí la protagonista eres tú. Dudo mucho que alguno de ellos hubiera podido igualarte.
—Nora, estás exagerando.
Ella negó con entusiasmo.
—Para nada. Es más, Dorian está de acuerdo con lo que digo. —Se volvió hacia él—. ¿Verdad?
Él trago saliva. Desvió la mirada un par de veces antes de conseguir hablar.
—Nora tiene razón, Angy. Has estado muy bien. Has conseguido levantar al público de sus butacas.
—No he sido yo. Hay todo un repertorio de actores trabajando codo con codo. Cuando las cosas se hacen bien, tienen si recompensa.
Acto seguido la puerta de la estancia volvió a abrirse y fue Evan el que apareció, luciendo una sonrisa que le atravesaba la cara.
—¿Dónde está esa gran actriz?
—La estábamos halagando —comentó Nora—, pero no le gusta que lo hagamos.
Evan asintió.
—Sí, me temo que tu hermana es así de humilde. No le gusta ser el centro de atención.
—Evan —gruñó Angy—. Tú mejor que nadie sabe lo que hay detrás de un espectáculo. No me merezco todas las alabanzas del mundo porque sea la protagonista.
Su mujer amigo puso los brazos en alto.
—Está bien, de acuerdo. No es momento para discutir. —Agarró el pomo de la puerta e hizo un ademán de salir—. Vamos, los demás nos están esperando.
Nora fue la primera en salir, con sus característicos saltitos.
—Esto hay que celebrarlo.
—De eso puedes estar segura —susurró Evan.


70


A pesar de los contratiempos, Ángela tenía un motivo por el cual sonreír. Se alegraba de haber interpretado ese papel. Tenía muy presente todos esos largos minutos sobre las tablas, entonando ese diálogo fluyendo desde su interior, esas caras expectantes, la música, el decorado… Saber que todo había salido bien era algo gratamente dulce. Al menos, así podía pensar con más calma.
Se dirigía a casa de Evan. No tenía ni idea de qué estaría tramando esta vez, pero su buen humor la había animado a ir. Cuando estaba a punto de llamar a la puerta, ésta se abrió como por arte de magia. Evan sonreía con un brillo en los ojos.
—Cuando te pones así, me das miedo.
—¿Yo? —sollozó él, fingiendo incredulidad—. No tienes nada que temer, al menos de momento.
—No estoy tan segura…
Entró con paso lento, mirando a derecha e izquierda, como si presintiera algo.
—Ponte cómoda.
Angy le clavó la mirada con suavidad.
—¿Para qué me has hecho venir?
—Quería felicitarte.
Ella torció la boca.
—Por qué será que no me lo creo demasiado…
—Angy, mereces todo mi apoyo. Estuviste sensacional. Te metiste a todo el mundo en el bolsillo. ¿Tienes idea de lo difícil que es eso?
—Es mi trabajo, se supone que es lo que la gente espera de mí.
—Bueno, pero aún así, estuviste magnífica.
—Te lo agradezco, pero ya sabes que no me llevo bien con los halagos. Déjaselos a Paolo. Seguro que te lo agradecerá más.
—Desde luego. Se pasará una semana con resaca.
Angy suspiró con lentitud. Ya no lo soportaba más.
—Bueno, ¿vas a decirme de una vez por qué estoy aquí? Te conozco, Evan.
—Vale me rindo —dejó escapar—. Quería hablarte de algo. Darte una sorpresa.
El cuerpo se le tensó.
—No me gustan las sorpresas.
—Creo que esta sí lo hará.
—¿De qué se trata?
Evan se puso en pie.
—Es mejor que lo veas con tus propios ojos.


71


El precioso paraje no podía compararse a nada. Tenía la luminosidad adecuada, y el perfume que irradiaban todos esos árboles invitaba a quedarse el mayor tiempo posible. Las dos casitas rurales que se encontraban separadas por unos veinte metros lucían su estructura de madera bañada por el sol, con su chimenea y sus graciosas ventanas. El páramo era de un intenso color verde, y no se escuchaba ni un ruido. El silencio les envolvía, roto por el canturreo de algún pájaro. Angy estaba segura de estar bien lejos de la ciudad. No entendía absolutamente nada. Miraba de reojo a Evan pero él conducía tranquilamente, como si lo tuviera todo planeado.
—¿Qué es esto?
—Un poco de campo.
—Evan, no me tomes el pelo. ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Te has vuelto loco?
—Todo tiene su explicación. Espera a que salgamos.
Aparcó el coche en una zona reservada para ello. Bajaron y les llegó una brisa agradable, mientras los rayos solares se colaban entre las hojas.
—Hay alguien que quería que vinieras aquí.
Dicho esto, y como si hubiera estado planeado, de una de las casitas salió una chica joven, de pelo largo y dorado, sonriendo como una adolescente. Iba directa hacia ella, como un rayo.
Angy empezaba a no soportar esas encerronas.
—¡Angy! —gritó Nora—. Te estábamos esperando.
—¿Por qué? —soltó—. ¿A qué viene esto? ¿Qué hacemos aquí?
—¿No te lo ha dicho Evan?
—A mí no me mires —susurró Evan—. Era cosa tuya.
Angy parecía contemplar un partido de tenis, mirando de derecha a izquierda, sin entender nada.
—¿Puede alguien explicarme qué es esto?
—Creí que te vendría bien —gimoteó Nora.
—¿Esto ha sido idea tuya?
—Sí —confirmó—, ¿no te gusta?
—¿Por qué nunca me consultas, Nora?
—¿Es así cómo me lo agradeces?
Angy soltó un bufido.
—¿Qué debo agradecerte exactamente? ¿Darte las gracias por traerme a un sitio así?
—Calmaos —rogó Evan.
—¿Podemos hablar un momento? —masculló Angy, clavando la mirada a su amigo—. En privado.
Sin esperar su respuesta, Angy se puso en marcha y se alejó lo suficiente para que ninguno de los otros pudiera oírles. Evan siguió sus pasos.
—¿Puedes explicarme que hacemos aquí? Tenemos trabajo que hacer, Evan. Un buen estreno no es sinónimo de bajar la guardia.
—Ya, pero he estado pensándolo, y es mejor que te tomes un respiro antes de empezar en serio. Vas a necesitar fuerzas para lo que vendrá después. Vamos a estar viajando de aquí para allá. Sabes lo agotador que es eso.
Angy echaba chispas.
—No me trates como a una enferma.
—No lo hago. Te trato como lo que eres, una gran actriz. Te has ganado un buen descanso.
La mandíbula se le tensó.
—¿Qué?
—Tranquila —susurró Evan—. La gente lo entenderá.
—Pero yo no quiero vacaciones. Ni siquiera he empezado. ¿Y qué pasa con las demás representaciones? ¿Vas a suspenderlas?
Él lo negó tajantemente con la cabeza.
—En absoluto, únicamente voy a posponerlas.
—¿Por qué? Yo no te he pedido que lo hagas.
—Angy, a la gente le ha encantado. Podrán esperar un poco. Además lo he hablado con los chicos y están de acuerdo en que te tomes un descanso. No estaría bien que la gente comenzase a murmurar.
—¿Así que es por eso? ¿Te preocupa lo que los críticos digan de mi aspecto?
—La que me preocupa eres tú. Quiero que te recuperes al cien por cien. No te estoy diciendo que abandones los escenarios. Eso sería una locura. Lo que te pido es que descanses. Tómate unas semanas libres. Te sentará bien, Angy. —Carraspeó—. Además, no serás la única que desaparezca. Los demás también van tomarse unas vacaciones así que, técnicamente estás obligada a hacer lo mismo. No puedes interpretar tú sola. Cuando repongáis las pilas todo estará preparado, y entonces seré yo el que no te deje bajar del escenario.
Ángela asimiló todo esa cantidad de palabras. Estaba furiosa, pero sabía que en el fondo tenía razón. Su delgadez había llamado la atención, y debía recuperarse antes de entrar en acción. No quería ni imaginarse los titulares de los periódicos, tachándola de enferma escuálida debido a la intensidad de su trabajo. Sin embargo, aquel plan rodeado de naturaleza…
—¿Y qué hacen ellos aquí? —gruñó—. Ya te dije que no me gustaba estar cerca de ellos… Me recuerdan muchas cosas.
—Lo sé, pero tu hermana se empeñó en venir. La conoces mejor que yo. Es imposible que cambie de idea. Aseguró que estarías bien.
—¿Y qué es lo que pretendes? ¿Qué me pase un mes aquí, sin conexión con el mundo real? ¿Rodeada de bosques y bichos?
—El aire limpio te vendrá bien. Además, no estás alejada de la civilización. En una hora estarías de vuelta a la ciudad. —Arrugó la frente—. Te lo pido por favor, Angy. Tienes que intentar relajarte. Sé que tu mente está perfectamente, pero si consiguieras recuperar un par de kilos…
—¿Crees que dejándome en el campo voy a recuperar mi peso normal?
—Bueno, la otra opción era atarte a una silla y obligarte a comer hasta que no pudieras más —bromeó.
—Eres mi amigo, Evan. Se supone que debería poder contar contigo.¿Por qué no me has avisado de esto?
—Eso es porque sabes tan bien como yo que no las harías si estuvieras avisada.
Ángela sacudió la cabeza, mirando todo ese espesor de color verde.
—¿Y cuánto tiempo se supone que debo estar aquí?
—El que consideres oportuno.
—¿Y si no quiero quedarme?
—Ni siquiera lo has intentando. —Se metió las manos en los bolsillos—. ¿Cuántas veces te has negado a hacer algo y luego sin embargo has estado encantada? Vamos, mira a tu alrededor. Estás rodeada de árboles. Es precioso. Nadie va a molestarle.
—¿Y ellos? ¿Crees que podré relajarme con su compañía?
Evan sonrió.
—Creo que en eso podré ayudarte.
Angy sintió una leve punzada de esperanza.
—¿Vas a quedarte? ¿Con nosotros?
—Sí, Angy. Así que no tienes nada que temer.
—¿No crees que así lo único que consigues es llamar la atención? —Sonrió tímidamente—. ¿Cómo esperas que así Nora no te atormente con miles de preguntas? ¿Y los demás? ¿Saben que estás aquí?
Evan soltó una carcajada.
—Angy, ya somos mayorcitos. Te preocupas demasiado. La gente puede pensar lo que quiera. Eres mi amiga y quiero ayudarte. Si los demás no lo entienden, no tengo por qué perder el tiempo explicándoles algo tan simple.


72


Ángela tenía los ojos bien abiertos. No veía nada que estuviera a más de tres metros de ella debido a la oscuridad de la noche, pero quería perderse en esa penumbra. Tal y como había estado temiendo no había podido dormir, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera el complicado asunto que tenía entre manos, y todo por verse involucrada constantemente en la vida de su hermana desde que Nora y Dorian fueron a verla. No alcanzaba a comprender por qué era tan difícil encontrar una salida. Ponía todo su empeño, pero era inútil negar lo sola que sentía al tenerle tan increíblemente cerca y no poder decirle lo que pensaba.
Soplaba un aire fresco, congelado, pero sus impulsos nerviosos ahora adormecidos lo agradecían enormemente para así no ser consciente de su mala suerte. La luna brillaba con intensidad en el negro cielo, clareando apenas las altas copas de los árboles, resurgidos de sus raíces como imponentes soldados. Era complicado sentirse extraña en su propio cuerpo, mostrando al mundo unos sentimientos tan contradictorios con los que de verdad le llenaban el corazón. No quería imaginarse los días sucesivos, en los que tendría que tragarse una vez más sus celos y tristeza mientras que su hermana y ese hombre tan esencial se dedicaban gestos de cariño y múltiples besos. Eso era lo que peor llevaba. Su hermana era muy expresiva, y eso la dañaba a rabiar. El amor de Nora hacia Dorian era directamente proporcional al daño que sufría Ángela, porque con cada caricia o cada mirada el interior se le rompía, y dudaba que fuera capaz de recomponerse; una muñeca rusa que se esconde detrás de mil máscaras para ocultar su amor y odio.
Se había convertido en un asunto más que personal. Era inconcebible; estar enamorada del marido de su hermana era una inyección letal, y automáticamente se administraba una pequeña dosis cada día, hasta que al final no pudiera soportarlo más, por eso se escondía a esas horas de la madrugada, observando con angustia la casita de más allá en la que el matrimonio se encontraba, deshaciéndose al pensar en lo que no debía. Porque no había tenido más remedio que aceptar de nuevo algo que detestaba, pero no tenía elección: su cuerpo flacucho sería centro de todas las miradas en sus actuaciones y eso repercutiría gravemente en su trabajo, por eso debía esperar lo necesario para recuperarse. Lamentablemente, era un arma de doble filo. Si no la mataba el trabajo, lo haría el amor que aún contenían sus venas.
Se estremeció al abrirse la puerta de la casita que tenía a las espaldas, a unos cuantos palmos. La luz proveniente del interior rasgó la oscuridad, y la sombra de Evan se aproximó con cautela, como un gato agazapado.
—Angy —susurró—, ¿qué haces aquí?
Ella se limitó a encogerse de hombros, con una cara exenta de calidez, todavía sin dirigirle la mirada, de espaldas.
—No podía dormir.
Él la rodeó para mirarla cara a cara, para averiguar lo que le ocurría.
—Pero no es necesario que salieras aquí afuera. Hace frío.
—Sí, pero me ayuda a pensar.
Evan carraspeó ligeramente.
—Ese es tu gran problema, que nunca dejas de pensar.
Si hubiera podido, habría roto a llorar, pero no quería preocupar a su mejor amigo. Ya le había dado demasiados quebraderos de cabeza.
—¿Hay algo que pueda hacer?
—Créeme, eres el único que hace cosas por mí. No podría pedirte que hicieras nada más. No tienes ningún motivo para quedarte aquí soportando mi mal humor y aún así no vas a marcharte.
Evan sonrió con gracia, mientras el cabello le bailaba por el viento.
—Me encanta la forma que tienes de dar las gracias.
Angy se resintió por el frío. Había bajado la guardia y su cuerpo temblaba. Su cara reflejaba su interior, compungido y solitario.
—¿Cómo va tu asunto? ¿Logras algún progreso?
Angy ni se inmutó. Estaba aturdida por el erizamiento de su piel.
—¿Lo estás intentando?
Deseaba poder decirle que sí, decirle que el dolor la iba abandonando, pero ocurría todo lo contrario, acrecentándose con rabia e ira.
—No sé si seré capaz de soportarlo.
Él dejó escapar un suspiro cargado de impotencia.
—Escucha, lo último que quiero es que empeores, pero tienes que demostrarte a ti misma que puedes con esto. Es cuestión de tiempo, y cuando quieras darte cuenta habrás olvidado pensar en ello.
—Dudo mucho que eso pueda ocurrir.
—No lo hará si no lo intentas.
—Lo estoy intentando en todo momento, Evan. En este preciso instante. Lo estoy intentando desde que he aceptado pasar unos días aquí, pero no sé si será suficiente. Ellos dos me recuerdan demasiadas cosas…
—Acostúmbrate, Angy. —Apretó las mandíbulas, mirando hacia el cielo—. Lo creas o no, para mí también es algo difícil verles juntos. También me recuerdan cosas. Sabes que me refiero a Martina, pero tanto ella como tu misterioso ex son agua pasada.
—Sí, pero…
—Sé que no es, ni por asomo, lo mismo. Pero también tengo sentimientos, Angy. Somos seres racionales, podemos controlarlos en cierta medida.
La mujer de ojos verdes asintió en silencio, impidiendo así una nueva discusión que no llevaría a ninguna parte, porque ella sabía perfectamente que lo que sentía no podía controlarse, al menos no de la forma correcta, porque era incapaz de tener bajo control todo ese torrente de lágrimas que inundaban sus ojos cuando nadie la miraba.


73


Dorian se había despertado temprano, incapaz de dormir lo necesario. No dejaba de mirar por la ventana, muriéndose de los celos al saber que en la casa de enfrente Angy estaría con Evan. Le había encantado la idea que Nora había tenido de pasar unos días en medio de la naturaleza, pero había cambiado de parecer al saber que Evan entraba dentro de los planes, y eso era algo que le desquiciaba.
Después de una ducha rápida, había vuelto al dormitorio para contemplar a Nora. Resplandecía entre aquellas sábanas, con el pelo revuelto y la expresión relajada. Le encantaba verla de esa forma, tan frágil pero a la vez tan fuerte. Deseaba con todas sus fuerzas sentir por ella lo mismo que por Ángela, pero sabía que algo como eso era imposible. No podía cambiar lo que llevaba dentro ni tampoco la fuente que le hacía sentir mariposas en el estómago. Salió de la habitación y se concentró de nuevo en la ventana, pensando con angustia. El sol brillaba con fuerza, inundándolo todo con su luz, y los altos árboles se balanceaban al ritmo del viento. Se moría de ganas de ver esos ojos verdes, aún sabiendo que estaban a un palmo de distancia, pero no podía recorrer esos metros y presentarse delante de ella, no después de lo que había hecho, porque aún no llegaba a comprender lo injusto que había sido meterla a la fuerza dentro de un ascensor, cuando sabía perfectamente la agonía que había tenido que sufrir. Eso era algo que ya no tenía arreglo; iba a resultar casi imposible que le perdonara, en el hipotético caso de que decidiera escucharle aunque fuera un minuto.
Seguía con su tortura mental cuando escuchó unos diminutos pasos crujiendo en la madera del suelo. Sintió que alguien le abrazaba desde atrás.
—Buenos días —susurró.
La larga cabellera de Nora se movió con gracia.
—Buenos días, Dorian. —Le dio un beso en la mejilla—. ¿Por qué no me has despertado?
—Estabas preciosa durmiendo. Quería que aprovecharas todo el tiempo posible. Aún es temprano.
—Voy a darme una ducha —comentó—. ¿Quieres acompañarme?
Dorian se volvió para mirarla, con un fuerte latigazo rugiendo en sus sienes.
—Quizás en otro momento.
—Oh, vamos. Hace mucho que no nos duchamos juntos. Estamos de vacaciones…
Él se inclinó y le dio un beso en los labios, prestando la mínima atención, deseando que fuera otra mujer.
—Acabo de ducharme, Nora. —Sonrió forzosamente—. La próxima vez te avisaré cuando vaya hacerlo.
Nora gruñó casi imperceptiblemente.
—¿Estás bien? Te noto un poco apagado —susurró—. ¿No te gusta estar aquí?
—Claro que me gusta —se apresuró a decir—. Ha sido una gran idea por tu parte. Todo esto es precioso. Me alegro de haber venido.
—Genial. Lo pasaremos bien.
—Seguro que sí.
Nora se marchó en dirección al cuarto de baño mientras su marido suspiraba con tristeza. Se sentía completamente despreciable al guardarse para sí mismo el verdadero motivo por el que le encantaba estar allí.


El sol pegaba con fuerza. Estaba en lo más alto, alumbrando el camino. Después de organizarse durante algo más de una hora, los cuatro visitantes de campo se habían puesto en marcha para comenzar con su ruta de senderismo. El camino estaba señalado constantemente, así que resultaba complicado perderse. Ángela y Evan iban los primeros, comentando tranquilamente todo lo referente a su estreno y próximas funciones. Por su parte, Dorian iba detrás con Nora, soportando el calor y los celos que le quemaban las venas. Podía escuchar perfectamente el tono agradable de Angy mientras conversaba, y deseaba apartar a Evan para ocupar su lugar. Por desgracia, tenía que contemplarla desde atrás, sin dirigirle la palabra, mientras observaba los extraños movimientos que ejecutaba Nora para intentar fotografiar absolutamente todo lo que encontraba a su paso, ya fueran plantas, mariposas, nubes con formas raras o simples piedras del camino.
—Estoy cansada —musitó Nora.
Evan y Angy pararon y se dieron la vuelta.
—No llevamos mucho recorrido —comentó Angy—. Es imposible que ya te hayas quedado sin fuerzas.
—Si seguimos caminando será cuando me quede sin ellas.
Dorian puso los ojos en blanco. Ahora mismo volvía a ver en Nora a esa adolescente recién formada.
—¿Y tú qué? —le espetó Nora—. ¿No vas a decir nada?
Dorian se activó al tiempo que se cruzaba con esos luceros verdes. Automáticamente desvió la mirada.
—Opino que deberíamos seguir. Lo bueno es continuar, y cuando el sol esté en lo más alto, pararemos a descansar bajo una buena sombra.
—Estoy de acuerdo —apuntó Evan.
Nora chasqueó la lengua.
—Pues creo que deberíamos parar. Me duelen los pies.
—Podemos hacer una cosa —aventuró Evan—. Vosotros podéis quedaros aquí descansando un poco hasta que ella se recupere y nosotros mientras seguimos. Nos encontraremos al final del recorrido. ¿Qué os parece?
La sangre se convirtió en fuego recorriendo sus venas. Dorian apretó la mandíbula con fuerza, mientras sentía la necesidad de huir con Ángela. Estaba al borde del precipicio, y sus puños apretados se morían por desahogarse con alguien, y Evan tenía todas las papeletas. Ni por asomo iba a consentir que pasara más tiempo con ella a solas; la idea le producía náuseas e irritación.
—No —espetó—. Vamos todos.
Se cruzó de nuevo con los ojos de Angy, que le decían mucho más en silencio que con palabras. Era la única que se había dado cuenta de su intención.
—Dorian, estoy cansada —insistió Nora—. De verdad necesito hacer un descanso. Por favor.
—Hemos venido juntos —se excusó él—. Digo yo que habrá que permanecer también juntos todo el sendero. ¿Y si nos perdemos?
—No te preocupes por eso —aseguró Evan—. El camino está lleno de indicaciones. Llegaréis sin problemas.
La angustia le quemaba el pecho. No sabía qué más podía decir para impedir que aquellos dos desaparecieran.
—Será un rato, Dorian. Por favor.
Un pensamiento inesperado le cruzó la mente. Era absurdo, pero quería llevarlo a cabo, así que no se lo pensó dos veces para hacerlo.
—Yo te llevo —dijo.
Nora arqueó la ceja.
—¿Qué?
—Vamos, así podemos continuar todos. Yo te llevo, y cuando estés mejor, continúas andando.
—Bueno, si insistes…
Dorian se agachó para que Nora le pasara las piernas a ambos lados de la cabeza, dejando caer todo su peso en los hombros. Casi sin apenas esfuerzos volvió a levantarse con ella encima. Su peso no era ningún problema, podía con ella. Respiró aliviado al conseguir su objetivo.
—Entonces ya podemos seguir —afirmó Angy.
—Sí —susurró Dorian.
Creyó percibir un destello distinto en los ojos de aquella mujer. Continuaron la marcha y se sintió conforme consigo mismo. Mientras Nora le agarraba del cuello con suavidad para no perder el equilibrio, él sonreía por dentro.
Las bifurcaciones fueron muchas durante todo el trayecto. La temperatura era alta y el viento apenas aparecía de vez en cuando. Las piedrecillas del camino se volvían molestas bajo la presión de los pies, y el silencio de la naturaleza se veía interrumpido por los canturreos de los pájaros y algún que otro insecto que salía volando en todas direcciones. Las pendientes y las bajadas arrancaban la monotonía de las rectas, y las curvas se adornaban con arbustos y hojas secas.
Después de lo que se antojó una eternidad, el camino llegó a su final, cesando con los gruñidos de Nora.
—Si no te gusta el campo no deberías haber venido —comentó Angy en tono burlón.
—Claro que me gusta, lo que me agota es este calor. —Se inclinó sobre sus rodillas—. Antes papá nos llevaba de excursión.
—De eso hace mucho. No éramos más que unas crías.
—Ya no lo somos.
—Aún lo sigues siendo, Nora.
Decidieron almorzar en una zona desprovista de árboles, un claro de hierva fresca en donde el sol no llegaba con demasiada fuerza. Una especie de picnic en mitad del bosque.
—¿No deberíamos tener cuidado? —aventuró Nora—. Puede haber animales salvajes. Osos o cosas así…
—No hay osos por aquí —aseguró Evan—. Estamos a salvo.
—¿Has estado antes por aquí?
—Lo cierto es que sí.
Angy torció la cabeza.
—¿En serio? ¿Cuándo tenías pensado decírmelo?
—Era una sorpresa —bromeó.
—Pues deberías decirme las cosas más a menudo.
—Creo que podré hacerlo.
La temperatura corporal de Dorian iba en aumento, alcanzado los mismos grados que el sol, estallando por dentro. No soportaba a ese tipo de sonrisa encantadora. No paraba de hacer reír a Ángela y no lo aguantaba.
—Creo que deberíamos comernos todo esto —gruñó—, antes de que los bichos nos invadan.


La vuelta fue mucho más fácil. El camino ya era conocido y las cuestas de antes se habían convertido en bajadas fáciles de atravesar. Las horas se habían evaporado con agilidad y la noche se había presentado sin avisar. La conversación era animada entre los cuatro, sobre todo con Evan, que se encargaba de sacar nuevos temas para refrescar el ambiente. Dorian seguía encerrado en su búnker particular. Se mantenía callado la mayor parte del tiempo, vigilando con dulzura cualquier movimiento inesperado de Ángela. Se removió cuando notó los dedos de Nora entrelazarse con los suyos.
—Estás muy callado.
—Estoy cansado —mintió.
—¿Ahora me comprendes? —bromeó ella—. Te está bien empleado.
—No te quejes. Te he llevado durante un buen rato. No dirás que no resulto cómodo y confortable.
Nora se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla.
—Lo cierto es que sí. Además, ahora sé lo que se siente desde tu altura.
—Eh, vosotros —pronunció Evan—. No os perdáis esto.
Les señaló un nuevo claro en el que las estrellas dejaban verse con intensidad, como gotitas de agua sobre un lienzo de carbón negro.
—Es precioso —susurró Nora.
Dorian observó la expresión infantil de su mujer. Le encantaba verla así, tan pura.
—¿Por qué no le sacas una foto?
—Me encantaría, pero hace un buen rato que la batería de la cámara se ha acabado.


De vuelta a la casita rural, Dorian y Nora estaban en la cama, comentando las curiosidades de ese día algo especial. Nora no paraba de darle vueltas a las cosas, mientras que él hacía esfuerzos por contener su verborrea fatal hacia Evan. Al final acabó estallando.
—¿Y qué me dices de Evan?
Nora estudió el rostro fruncido de Dorian.
—¿Qué pasa con él?
—¿Le has visto? Tiene respuestas para todo. Quiere ser agradable todo el tiempo, sonriendo como si estuviera en Hollywood. No lo soporto.
Nora sonrió de oreja a oreja.
—No te sientas intimidado por él. Tú eres mejor en todos los aspectos.
—No estaría tan seguro. No hacías más que reírte de sus chistes sin gracia.
—¿Estás celoso?
—Por supuesto que no. Tú misma acabas de decir que soy mejor.
—Ya, pero eso no quiere decir que no puedas estar celoso.
Dorian resopló.
—Te digo que no estoy celoso.
—Lo sé, sólo quería picarte. —Le aprisionó el cuello con sus brazos—. Además, Evan está ocupado en encargarse de Angy.
—Ya, no le quita los ojos de encima.
—Es por su propio bien. Es su amiga, Dorian. Le importa. Quiere asegurarse de que Angy recupera esos kilos que le faltan.
—¿Y para eso tiene que estar continuamente cerca de ella?
La cara de Nora se tensó. Acababa de decir algo que no debía.
—No creo que sea buena idea que se lo recuerde todo el día —se apresuró a decir—. Tu hermana ya es mayorcita para cuidarse a sí misma.
—Sí, y mira de lo que le ha servido. Ha perdido un montón de peso por culpa del estrés.
Dorian se sintió culpable una vez más. No era por el trabajo; la causa directa de la pérdida de peso de Angy tenía nombre propio, y era el suyo.
—¿Has hablado con ella de eso? —quiso saber—. ¿Te ha dicho que ha sido por el trabajo?
—¿Por qué otra cosa podría haber sido? Se pasa horas ensayando, tú mismo lo has podido comprobar. Es muy exigente con lo que hace, y nunca se permite cometer errores. Eso acaba pasando factura a cualquiera y esta vez le ha tocado a ella. —Se removió el pelo—. Espero que esto la ayude a relajarse.
—Hoy has dicho que vuestro padre os llevaba de excursión. Nunca me lo habías comentado.
—No tiene importancia.
—No tienes pinta de ser una intrépida aventurera. Creo que tu sitio está en la ciudad.
Nora fingió enfadarse.
—Lo creas o no, tienes delante a una antigua exploradora. Podía pasarme horas caminando sin cansarme, investigando cualquier rama del suelo o huellas de animales. Luego tenía que volver a casa, pero antes Angy tenía que encontrarme.
Dorian rió por lo bajo.
—¿Y ella te encontraba siempre? ¿En cualquier sitio?
—Sí —confirmó—. No tengo ni idea de cómo conseguía hacerlo, pero siempre lograba dar conmigo.
Él asintió en silencio y Nora bostezó.
—Creo que es hora de dormir.
—Sí.
Dorian apagó la luz de la lámpara incrustada en la pared. Se abrazó a Nora en mitad de la oscuridad. Antes de quedarse dormido, repasó mentalmente las palabras que ella había dicho. Le daba toda la razón; Angy sabía encontrar a la gente. Había vuelto a encontrarle.


74


Un nuevo día traía consigo un nuevo reto. Evan se había levantado el primero para organizar lo que tenía en mente. Condujo el coche durante algo más de quince minutos y llegaron a una explanada donde se erigían bastantes rocódromos. Salieron del coche y hubo un largo silencio hasta que Evan lo rompió.
—¿Qué os parece?
Ángela observó con detenimiento a Evan, presagiando lo peor.
—¿Qué pretendes que hagamos?
—Creo que es evidente con todas estas cuerdas y arneses.
—Escalada —afirmó Dorian.
—Eso es.
Nora se cruzó de brazos, indecisa.
—¿Escalada?
—Sí.
—¿Sin guías ni nada?
Evan torció la cabeza.
—Tranquila, yo llevo haciéndolo durante años. Sé todo lo que hay que saber. Además, en un rocódromo todo es más sencillo. No da los problemas de una montaña.
—Pues en ese caso, tendrás que empezar con nosotros desde cero —gruñó Dorian.
—Por supuesto. No es ningún misterio. Lo importante es la sujeción del equipo de protección. El resto es cuestión de práctica.
—¿Cómo voy a hacerlo? No sé escalar —musitó Nora.
—Yo tampoco —confirmó Angy.
Evan sacudió la cabeza, quitándole importancia.
—No os preocupéis. La primera vez suele ser la más difícil, pero no es demasiado complicado. Tenéis que estar atentas y agarraros bien a los salientes que veáis, con las rodillas flexionadas.
—¿Y si me resbalo?
—En ese caso, para eso están los arneses que tendrás colocados alrededor de ti. Si apoyas el pie donde no debes y pierdes el equilibrio, las cuerdas te sujetarán. Te aseguro que pase lo que pase no te vas a caer.
Nora lo meditó durante un segundo, frunciendo el ceño. Se dio la vuelta para consultar a Dorian.
—¿Tú vas a hacerlo?
—Claro —respondió—. Hay que probar cosas nuevas.
—Está bien, me rindo. No quiero ser la única que se quede aquí abajo.
Evan sonrió satisfecho.
—Esa es la actitud.
Evan se preparó a fondo para equiparles con todo lo necesario. Empezó con Angy, y luego continuó con Dorian y por último con Nora. Una vez preparados, el fue el primero en empezar para que los demás pudieran ver cómo debían ascender y desplazarse.
—Tenéis que estar pendientes en todo momento de la superficie. Ir alternando las diferentes posibilidades. Estos agarres de colores que veis repartidos por todas partes son las presas, que simulan ser los agarres naturales de la montaña. Van cambiando de posición según por donde empecéis, así que el agarre puede ser más o menos difícil dependiendo de vuestra localización. Estas plaquetas que tenéis ahí arriba —señaló con la cabeza—, son los seguros. Están anclados al rocódromo. También tenemos aseguramientos, formados por argollas y mosquetones.
Después de algunos amagos, los cuatro se pusieron manos a la obra. Evan iba el primero, realizando un ejercicio de dictado, marcando con una varilla las presas que los demás tenían que ir ejecutando mientras escalaban uno detrás de otro. Señalaba las presas que debían utilizar. A medida que iban ascendiendo, iban aumentando poco a poco la velocidad, con Nora justo debajo de Evan, moviendo con una agilidad inesperada, con movimientos cada vez más fluidos.
—Para no haberlo hecho antes, no se te da nada mal.
Nora sonrió desde las alturas.
—Sólo espero llegar arriba de una pieza.
—No falta mucho —animó—. Un poco más y habremos llegado.
Dorian iba debajo de Nora y en el último lugar Angy. Se movía con lentitud y el calor hacía mella en ella. Se iba quedando rezagada; le costaba seguir el ritmo y el cuerpo estaba en tensión, dificultando la posibilidad de seguir el ascenso marcado. Iba a intentar alcanzar la siguiente presa pero ya no pudo hacerlo. Estaba demasiado engarrotada y no podía alcanzarla.
—Maldita sea —gruñó.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Nora.
—No puedo seguir —musitó Angy.
Desde lo más alto, Evan le fue indicando.
—Tranquila. Mira a tu alrededor. Seguro que encuentras algún saliente.
—No veo ninguno que esté lo suficientemente cerca. Están demasiado lejos para que pueda alcanzarlos.
—En ese caso tendrás que balancearte hasta que consigas aproximarte a uno.
Angy se estremeció.
—¿Balancearme?
—Si lo prefieres, puedes volver a descender un poco para cambiar de dirección.
—No, es igual. Lo intentaré.
Con movimientos reducidos, se soltó de las presas que sujetaban sus pies y los apoyó directamente contra la roca, ahora únicamente sujeta por el arnés y las cuerdas. Se movió hacia la derecha apenas unos centímetros pero no alcanzó ninguna presa. Repitió la misma secuencia hacia la izquierda y estuvo a punto de conseguir llegar a otra, pero el impulso no fue suficiente y al final se balanceó en el aire hasta que cesó de moverse.
—Voy a estar un buen rato aquí —masculló—. Podéis seguir y cuando pueda, lo volveré a intentar.
—No vas a quedarte aquí sola —espetó Dorian mirándola a los ojos—. Puede ser peligroso.
—Tampoco podéis quedaros parados mientras intento seguir vuestro ritmo.
—Entonces déjame ayudarte.
Angy iba a contestarle pero no le dio tiempo. Dorian se desplazó hacia un lado y a continuación bajó un palmo para situarse al lado de ella. Se le cortó la respiración.
—Te sujetaré mientras te ayudo a desplazarte hacia la próxima presa. —Extendió el brazo hacia ella—. Dame la mano.
Angy pareció vacilar. No quería estar cerca de él, y mucho menos tocarle, aunque fuera mínimamente.
—No es necesario.
—Vamos —insistió—. Por favor, Angy.
—Angy, deja que te ayude —gritó Nora desde arriba—. Así podremos continuar todos. Nos seas testaruda.
Con un nuevo nudo en su garganta, Ángela finalmente cedió. Alargó el brazo y estrechó su mano alrededor de la de Dorian, sintiendo su calor. Se estremeció. Aún así, seguía pendiente de ella. Le resultaba complicado mantenerle la mirada. Él parecía preocupado por su seguridad.
—Vale, ahora vamos a desplazarnos hacia la izquierda —anunció.
—De acuerdo.
Lentamente sus cuerpos se fueron moviendo hacia la parte izquierda del muro, con las puntas de los pies apoyadas sobre la superficie. Tras un par de movimientos, Dorian cesó de repente.
—Ya está.
En efecto, Angy ya había conseguido llegar a la presa adecuada para seguir ascendiendo. Ahora parecía no ser tan complicado. Se sintió algo torpe.
—Gracias —logró decir.
—No hay de qué.
Dorian le dio la espalda y comenzó a subir.
—Sigamos —susurró Evan.
Los minutos siguientes fueron silenciosos. La trayectoria se acortaba, hasta que al final llegaron a la cima artificial. Nora se sentía eufórica por haberlo conseguido, pero Angy estaba mareada, sin fuerzas.
—¿Te encuentras bien? —se interesó Evan.
—Sí —confirmó—. Pero estaré mejor cuando volvamos al suelo.


El día había sido interesante. La escalada había resultado ser divertida, pero Ángela no se quitaba ese momento de la cabeza, en el que se había agarrado a Dorian, sintiéndole de cerca. Se moría por repetir esa escena. Le encantaba la idea de que se hubiera preocupado por ella. En el fondo, y a pesar del incidente en el ascensor, sabía de buena mano que Dorian jamás permitiría que le pasara nada, de la misma forma que ella tampoco consentiría que sufriera algún daño. Así que allí estaba, metida en su cama, en esa casita en mitad del campo, queriéndole igual que siempre, pero con los celos a la vista. Nora estaba más pendiente de él que de costumbre, haciéndole carantoñas y llenándole la cara de besos. Cada vez lo soportaba menos. No tenía la culpa; era su marido y lo quería a rabiar, pero ella también lo quería, a decir verdad lo amaba. No sabía cuánto tiempo podría continuar de la misma forma, pero cada minuto transcurrido significaba una oportunidad menos para que las cosas tuvieran una insignificante posibilidad de salir bien. Deseaba olvidarse de todo lo que tuviera que ver con él, pero no podía. No podría hacerlo mientras estuviera cerca, demostrándole que en su vida no existía otra mujer que no fuera ella.


75


Un nuevo día amanecía en el campo. Después de las agujetas en el cuerpo debido a la escalada, todos necesitaban algo más relajado y apetecible. Nora encontró la solución perfecta después de dar un largo paseo. Volvió al claro donde se encontraban las casitas y dio la voz de alarma.
—Chicos, tenéis que venir. He visto algo que os va a encantar.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Dorian.
—He estado caminando por ahí y he encontrado un lago precioso.
Dorian arqueó las cejas, consultando su reloj.
—Son las diez de la mañana. ¿Adónde has ido?
—No podía dormir y he salido a dar una vuelta. No había más que camino y árboles hasta que he llegado al final y he visto un montón de agua apetecible.
—¿Quieres ir?
—Quiero que vayamos todos —puntualizó.
—Por mí está hecho, pero antes desayunemos —apuntó Evan—. Necesito energías.
Mostrándose de acuerdo, hicieron lo propio en sus respectivas cabañas. Un buen desayuno les daría fuerzas. Sin embargo Angy apenas había tomado nada, y mucho menos se encontraba dispuesta a ir a nadar. Tenía delante a su mejor amigo dispuesto a no permitirle pasarle ni una.
—Vas a ir —sentenció Evan.
—No tengo intención de darme un baño tan temprano.
—Eso no es excusa, Angy. No me digas que tienes algo más interesante que hacer porque sería absurdo. Te sentará bien. Nos sentará bien a todos. A esta temperatura el agua tiene que estar estupenda.
Ángela gruñó por lo bajo.
—Puede que sí, pero eso no va a hacer que cambie de opinión.
—No puedes quedarte aquí sola.
—¿Por qué no? Ya soy mayorcita. No me pasará nada.
—Puede que no, pero si te quedas aquí vas a aburrirte —aseguró él—. Lo sabes.
—Me gustaría dormir un poco más. Sigo estando cansada.
—Ya dormirás esta noche. —Puso ojos de cordero degollado—. Vine aquí por ti, Angy. Ahora no puedes dejarme solo con esos dos.
—Entonces no vayas a ese lago y quédate aquí.
—Lo haría, pero lo cierto es que me muero de ganas por darme un chapuzón.


El lago era precioso tal y como había dicho Nora. Se extendía durante un buen trecho, y estaba escondido de todo y todos, agazapado entre miles de árboles de color verde que servían de parapeto. Soplaba un ligero aire, y el agua resultaba ser bastante clara. Debía de tener bastante profundidad, y el calor que comenzaba a aparecer resultaba ser el incentivo adecuado para sumergirse en ese lago salido de la nada.
Equipados con sus respectivos bañadores, los cuatro contemplaban la escena sobre el viejo muelle de madera, aún sin atreverse a dar el primer paso.
—¿No decías que querías bañarte? —masculló Dorian—. Ya estás tardando en meterte en el agua.
Nora se encogió de hombros, incapaz de decidirse.
—Lo sé, pero tiene pinta de estar helada…
—Entrarás en calor en cuanto te muevas un poco.
—¿Sabéis qué? —espetó Evan de repente—. Es mejor actuar en lugar de tanta palabra. —Dicho esto, cogió carrerilla y dio un enorme salto antes de desaparecer momentáneamente bajo esas aguas cristalinas. Volvió a la superficie salpicándolo todo a su alrededor, revolviéndose el pelo mojado. Sonreía con gracia—. Nora, estás totalmente equivocada. La temperatura es perfecta. Créeme, tienes que meterte ya.
—Vamos, Nora —gruñó Dorian—. ¿Ahora no irás a cambiar de opinión?
Mostrando toda su valentía, Nora se inclinó y consiguió sumergir uno de sus pies sobre el agua, retirándolo al segundo. Se tambaleó.
—Está demasiado fría.
—Bueno, yo no pienso esperar más —confesó Dorian—. No seas cobarde.
Nora pudo ver cómo su marido se zambullía en el agua. Ahora ella y Ángela eran las únicas que quedaban por meterse.
—Creo… que no voy a meterme.
Ángela arrugó la frente, visiblemente molesta.
—Deja de cambiar de opinión cada dos minutos, Nora. Querías que viniéramos aquí. Ahora que estamos a un paso del agua no me digas que no vas a meterte después de haberme obligado a venir. Si yo me meto, tú también. Un poco de frío no mata a nadie.
—Lo sé, pero quiero meterme cuando haga más calor.
—Ya hace demasiado calor. Deja de buscar excusas. No tienes que pensarlo. Sólo salta.
Nora estudiaba la superficie líquida una y otra vez, tratando de convencerse para saltar del muelle.
—Dame un minuto. Ahora voy.
Ángela sufrió una pérdida de paciencia y decidió adelantarse. Por primera vez ella no era la indecisa, así que estaba claro que iba a disfrutar de aquello.
—¿Sabes qué? Creo que es mejor que dejes de perder el tiempo. Así te refrescarás las ideas. —Con un rápido y ligero empujón, Angy consiguió desestabilizar a Nora, que acabó cayendo de cabeza desde el muelle. Evan aplaudió su idea—. ¿Lo ves? No ha sido tan difícil.
Nora sacó la cabeza del agua con el pelo sobre la cara, tosiendo con fuerza.
—Muy graciosa —gruñó—. No tenías por qué haberlo hecho. Iba a meterme de todas formas.
—Ya, seguro.
—Bueno, ahora sólo faltas tú —interrumpió Evan.
Angy asintió. En lugar de saltar tal y como habían hecho los demás, se sentó sobre el muelle y apoyándose sobre las palmas de las manos, se deslizó hacia bajo, dejando que el agua la cubriera hasta el cuello. Comenzó a tiritar al instante.
—Está algo fría.
—¿Lo ves? —protestó Nora—. Yo tenía razón.
Y sin esperar un nuevo reproche, nadó hacia Dorian, con la esperanza de que pudiera hacerla entrar en calor. Le rodeó el cuello con los brazos y se fundieron en un abrazo.
Inmediatamente Angy se activó. Para tratar de mantener la calma, se dirigió hacia Evan, que nadaba graciosamente de espaldas, volviendo a sus años de infancia.
—Ya veo lo bien que se lo pasan ellos dos —canturreó.
—Sí, parece que no les hacemos falta.
Ante ese último comentario de su amiga, Evan paró de nadar y le susurró algo al oído.
—Dijiste que lo intentarías. No debes tirar la toalla. Piensa en otras cosas.
—¿Cómo quieres que lo haga cuando los tengo encima todo el día?
—¿Qué? ¿Contándoos secretos, parejita?
Se dieron la vuelta al darse cuenta de que Nora se estaba dirigiendo a ellos. La cara de Ángela expresaba máxima contención.
—¿Ya vuelves a sentir calor? —musitó Evan.
—Oh, sí —susurró Nora, ruborizándose—. Tengo mi propia fuente de calor.
Ángela evitó poner los ojos en blanco. Se desquiciaba por todos esos absurdos comentarios de su hermana.
Nora nadó con agilidad pero Dorian la seguía de cerca. Parecía distinto, como si hubiera vuelto a recuperar totalmente su interés en ella.
—Vamos, ven aquí. —La atrajo hacia él y se sumergieron en el agua para después volver a la superficie.
Fue suficiente para la mujer de ojos verdes. El dolor le atravesó el cuerpo al verles juntos en el agua, abrazados y besándose, como si hubieran olvidado que no estaban solos. En lugar de apartar la mirada como había hecho otras veces, aguantó todo lo necesario para toparse con los ojos de Dorian. La miraba de forma extraña, como si quisiera transmitir un mensaje subliminal. Sabía que estaba celoso de Evan, y ahora buscaba venganza a través de Nora. Quería hacerla sentir celos, y desde luego lo estaba consiguiendo. Pero Angy no se quedó quieta. Estaba dispuesta a devolverle la jugada. Se aproximó hacia Evan y le sumergió bajo el agua, mientras asumía temporalmente una nueva identidad, como si nada de lo que pudiera ver le afectase realmente.
El baño en el lago se convirtió en una guerra silenciosa, con dos combatientes luchando indirectamente por herirse mutuamente. Repetían la misma secuencia una y otra vez. Primero se juntaban con sus parejas, para luego contemplar el efecto que sus acciones producían en el otro. Las caras tensas y las miradas llenas de reproche lo decían todo. Y esa tétrica lucha tenía lugar delante de las narices de Evan y Nora, que poco o nada podían presagiar. Al contrario, la hermana de Angy se mostraba encantada por volver a ser el centro de atención de su marido, y le devolvía su atención con un arsenal de abrazos y besos.
Pasaron toda la mañana en el agua, moviéndose de aquí para allá, salpicándose como niños pequeños y zambulléndose continuamente. Cuando la temperatura se volvió algo más baja, la chica de melena dorada pareció rendirse, dispuesta a abandonar esa especie de piscina termal.
—Yo ya tengo suficiente —anunció Nora—. Voy a salir ya.
—Y yo —confirmó Dorian.
Él se adelantó y salió el primero, con la piel de gallina. Su fuerte torso parecía destemplado por su color. Ayudó a Nora a salir del agua cuando se agarró a las desgastadas maderas del muelle.
—Yo también abandono —susurró Evan.
Angy contempló la escena, vacilante. Dorian había ayudado a Nora a salir del agua, pero quería comprobar si también haría lo mismo con Evan. En efecto, y para su sorpresa, también le tendió la mano a él. O sabía disimular increíblemente bien, o sus celos se habían evaporado, cosa que dudaba enormemente.
Después de diez minutos pensando, Angy se sobresaltó al escuchar la voz de Evan dirigirse hacia ella.
—¿Vas a quedarte a vivir ahí?
—Es posible.
—Sal ya —gruñó Nora—, si no quieres convertirte en una pasa.
Ángela nadó hasta el muelle y se quedó mirando hacia el cielo. Su torrente sanguíneo estaba lleno de rencor. Nunca había sentido algo como eso, tan profundo en el odio. Se moría por abofetearle, y sin embargo tenía que conformarse con ignorarle. Para colmo, él estaba dispuesto a olvidar lo que acababa de suceder. Dorian le tendió la mano para ayudarla a salir del agua, pero en lugar de aceptar su ayuda, Ángela torció el gesto y se impulsó hacia fuera sin necesidad de apoyo. Se escondió debajo de su toalla y se removió el pelo mojado. Estaba demasiado enfurecida con él por su juego absurdo, pero también estaba enfurecida consigo misma, por permitirse caer en su trampa una vez más. Le ardían las mejillas, y deseaba que Nora no le dirigiera la palabra. Era un situación difícil porque no quería hacerla daño, pero sin querer Nora ya la estaba matando con su contacto con Dorian. No lo soportaba. Esos sentimientos se le clavaban en la piel y la hundían cada vez más. No le servían para otra cosa que no fuera sentirse abandonada.
Quería jugarse una última carta, así que fue directamente hacia Evan y le abrazó, fingiendo estar helada.
—Tengo frío —musitó.
No le hizo falta contemplar la cara de Dorian para saber que había vuelto a conseguir su propósito. Evan la rodeó con los brazos y su toalla para intentar que entrara en calor.
—Eso te pasa por querer convertirte en un pez —bromeó su amigo—. Menos mal que no querías venir…
—Sí, bueno —susurró—. Supongo que he cambiado de opinión. —Le dio un cariñoso empujón y le hizo una señal con la cabeza—. ¿Nos vamos?


Esa noche cenaron fuera, bajo el increíble manto de estrellas. La temperatura era agradable y la luz diurna tardó en irse. La conversación como siempre se sostenía sobre los pilares construidos de Evan y Nora. Angy también hablaba de vez en cuando, pero estaba más pendiente por observar a Dorian al mismo tiempo que se aseguraba de no cruzar la mirada con él.
Los bostezos aparecían con más frecuencia hasta que hicieron mella en uno de ellos. Evan daba cabezazos disimuladamente hasta que tiró la toalla.
—Me gustaría quedarme un rato más, pero mi cuerpo no opina lo mismo. —Se levantó lentamente—. Me voy a la cama, estoy muerto de sueño.
Con disimulo, Angy le miró con terror. Le pedía entre silencios que no la abandonara, pero estaba demasiado agotado.
—Buenas noches.
—Adiós —susurró Dorian.
—Yo también me voy a dormir —susurró Nora—. Se me cierran los ojos.
Un escalofrío le recorrió la columna. Algo así no podía estar pasando. No podía tener tan mala suerte. Las piezas fundamentales estaban abandonando el terreno de juego y por nada del mundo quería quedarse a solas con él, al menos una parte de ella no quería, porque no sabía si podría matarle a bofetadas o a besos.
—Buenas noches, princesa.
La frase de Dorian le golpeó en la cara. Los dos vieron alejarse a Nora en la semioscuridad. Estaban frente a frente, sin ningún obstáculo de por medio. Angy odiaba los silencios incómodos, y los odiaba aún más si tenía que compartirlos con él. Intentó desechar la idea de salir corriendo pero al final acabó por hacerlo tras unos minutos de agonía. Se levantó con torpeza y le dio la espalda.
—Que descanses.
No obtuvo respuesta, y tampoco estuvo dispuesta en esperar a obtenerla. Se dirigió con rapidez a la cabaña y cerró la puerta. La luz de la habitación de Evan indicaba que aún estaba despierto.
En lugar de marcharse directamente a su cuarto, se quedó allí paralizada, guardando a buen recaudo ese día lleno de emociones puras. Con esperanza de verle, se aproximó a una de las ventanas y descorrió unos centímetros la cortina. Encontró lo que buscaba, porque Dorian seguía allí sentado, con los codos apoyados sobre las rodillas y mirando hacia algún lugar. Ángela se tambaleó. No podía verle la cara, pero sentía que estaba siendo vigilada. Era como si supiera que ella estaba observándole, y por eso se mantenía a la espera, deseando que cambiara de opinión y volviera a salir para reencontrarse en mitad del silencio.
El suelo de madera crujió de repente.
—¿Qué haces?
Ángela se sobresaltó.
—Nada —se apresuró a decir.
Evan se aproximó y se asomó a la ventana por encima de su hombro.
—¿Sigue todavía ahí afuera?
—Sí —confirmó ella—. No se ha movido.
—Qué raro. Va a morirse de frío.
—Quizás necesite pensar.
Evan se encogió de hombros.
—Qué raro, en ese sentido, los dos sois muy parecidos.


76


Ángela se pasó todo el día en la cama. Esta vez ni los constantes intentos de Evan la hicieron cambiar de opinión. Estaba demasiado dolida con lo ocurrido el día anterior, y quería quedarse escondida entre las sábanas a fin de evitar el contacto con Dorian y Nora. Era un sufrimiento que tenía que pasar en silencio. Se moría de ganas por confesarle a Evan la verdadera razón por la cual le resultaba tan difícil permanecer cerca de los otros dos; no era porque le recordarse a ese hombre especial que estuvo con ella, si no porque precisamente Dorian era ese hombre, y tenía que ver cómo continuamente era complacido con las carantoñas de Nora.
Las lágrimas caían lentamente sobre sus mejillas, y los ojos comenzaban a hincharse. La cabeza le daba vueltas sin parar, y cometía la estupidez de pensar en lo que no debía, hiriéndose a sí misma. No tenía sentido. Había ido allí con la esperanza de mejorar, pero la cura estaba resultando ser mucho peor que la enfermedad. Sabía que nadie sería capaz de tolerar una tortura así, y desde luego no pensaba permanecer allí mucho más tiempo. Mientras pensaba en silencio observando el techo de la habitación, el sueño se apoderó de ella, haciendo que soñara cosas con las que ni se atrevía a pensar.
Cuando abrió los ojos pudo comprobar que el día se había marchado. El cielo estaba oscuro, y reinaba mucha paz. Se dio una ducha caliente y le sentó bastante bien. No encontró a Evan por ninguna parte y salió afuera a buscarle. Le encontró, pero también se topó con el resto. Los tres estaban alrededor de una gran hoguera, contando historias disparatadas.
—Buenas noches, dormilona —saludó Evan—. ¿Ya estás mejor?
—Sí.
—Me alegro. Siéntate con nosotros.
Hizo lo que le ordenó, sentándose a su lado. Otra vez volvía a tener en frente a Dorian, acompañado de Nora. Ella estaba pletórica, con la luz de las llamas revoloteando por su pelo y acrecentando su color. Su sonrisa hablaba por sí misma. Mantenía la cabeza apoyada en el hombro de Dorian. Él por su parte, permanecía a la escucha, sin tener nada que decir, limitándose a respirar.
—¿Qué estáis haciendo?
—Oh, nada. Charlábamos un poco de nuestras vidas, para conocernos mejor.
—Qué bien…
—No te hace demasiada gracia por lo que veo —objetó Nora.
—Lo siento. Aún sigo medio dormida. Seguid con lo vuestro.
—En realidad, nosotros ya hemos acabado. —Despeinó su melena rubia—. Has llegado en el momento oportuno.
—No pienso hablar si es eso lo que quieres.
—¿Y se puede saber por qué? Es para pasar el rato, Angy. Nadie te va a juzgar.
—No voy a hablar porque no va a servir de mucho. —Se cruzó de brazos—. Nada de lo que diga va a ser nuevo. Me conocéis bastante bien.
—Eso no es verdad —objetó Nora—. Dorian apenas sabe nada de ti. Nunca habéis hablado cara a cara. Deberíais teneros más confianza.
Notó la respiración acelerándose. Qué gran ironía. Supuestamente él era el que menos la conocía, cuando en verdad era todo lo contrario. Era el único que la conocía al cien por cien, cada centímetro de piel y pensamiento.
—Estoy cansada, de verdad. No quiero hablar.
—Vamos, di lo que quieras. Es divertido.
—No estoy tan segura de eso.
Nora puso los ojos en blanco, molesta por la barrera que Angy se empeñaba en construir a su alrededor.
—Está bien, te echaré una mano. —Mantuvo silencio durante unos segundos—. Si tuvieras la oportunidad, ¿qué pedirías? ¿Qué te haría feliz?
Se encogió de hombros.
—Supongo que ya lo soy.
—¿Completamente?
—Nadie puede serlo al cien por cien.
Nora volvió a poner los ojos en blanco. Resopló.
—Sólo es una pregunta, Angy. En serio, ¿qué te haría feliz? ¿No esperas nada de la vida? ¿No crees ser capaz de volver a enamorarte?
Esa pregunta la dejó literalmente sin aliento. La piel se le heló y tuvo la necesidad de bajar la mirada.
—¿Por qué tienes que basarlo todo en el amor? No lo es lo único.
—Puede que no, pero es una de las cosas más importantes. Quiero verte feliz al lado de alguien, eso es todo.
Se mordió la lengua. Otra vez volvía a sentirse invadida por la furia. Hablaba sin tener idea de nada, y sus palabras se convertían en dagas clavándose por dentro.
—Quizás las cosas no sean tan fáciles.
—Eso no quiere decir que sean imposibles —interrumpió Evan.
—A veces resulta demasiado doloroso luchar por algo que sabes que no tiene futuro.
No pudo evitar mirar a Dorian. Sólo quería abrazarle, pero era una locura. No debía haber dicho eso, pero su paciencia se agotaba. No podía continuar así de manera indefinida.
—Siempre existe la posibilidad de empezar de cero.
—Sí, pero eso es algo que no quiero hacer.
—¿Por qué? —quiso saber Nora—. ¿Acaso consideras el pasado más importante que tu propio futuro?
—Cuando lo has tenido todo resulta casi imposible acostumbrarse a no tener nada.
—¿Y es eso lo que te pasó? ¿Perdiste todo cuando renunciaste a él?
Angy se tambaleó peligrosamente, sabiendo que se dirigía a un precipicio.
—¿A quién te refieres?
—Al chico que dejaste por culpa del teatro —susurró—. Ese tal Ulises.
Eso fue la gota que colmó el vaso. Estuvo a punto de romper a llorar. Para colmo de males volvió a mirar a Dorian, incapaz de contenerse. Al parecer estaba igual de hundido que ella.
—Es mejor que no hablemos de ese tema. Forma parte del pasado. No quiero recordar algo que me haga daño.
—¿Por qué no? Quizás ese sea el problema. Nunca quieres hablar. Este es el momento para desahogarse.
Se levantó a la velocidad de la luz, incapaz de reprimir las lágrimas durante más tiempo.
—Te equivocas. Este el momento menos oportuno para hablar de eso. Es mi vida, Nora. Si no quiero hablar, no lo haré. No siempre puedes salirte con la tuya.
—¿Salirme con la mía? ¿De qué estás hablando?
—No todos podemos tener una vida tan perfecta como la tuya.
—¿Desde cuándo mi vida ha sido perfecta?
—Eso dímelo tú —espetó—. Desde que estás casada no haces más que recordarme lo feliz que eres. No necesito que me lo restriegues por la cara cada maldito segundo.
Nora se levantó, llena de odio.
—No pretendo hacer nada de eso. Es el colmo que tengas valor para decirme una estupidez tan enorme. —Resopló con ira—. Sabes lo difícil que han sido las cosas para mí. Nunca he tenido nada bueno entre manos y cuando por fin consigo ser feliz de verdad parece que a ti te incomoda.
—No me incomoda, me alegro por ti.
—Si eso fuera verdad no me lo echarías en cara. Quiero que veas que al igual que yo he encontrado la estabilidad, tú también puedes conseguirlo.
—Para eso no es necesario que te vayas paseando con tu anillo de casada por todas partes luciéndolo bien alto. —Apretó los labios—. Yo encontré el amor mucho antes que tú. No creas que eres la única sobre la faz de la tierra que está enamorada.
—¿Así que es eso? —Se adelantó un paso—. No la tomes conmigo si no eres capaz de declararte.
—¿Qué?
—Ya me has oído —rugió Nora—. Los demás no tenemos por qué pagar los platos rotos si no tienes agallas para decirle al hombre que te gusta lo que sientes por él. No es mi culpa que no puedas estar con el hombre al que quieres.
—Déjalo ya —dijo de repente Dorian.
—Sabes que tengo razón.
—No, no la tienes —susurró, poniéndose de pie—. De nada sirve que os peléis.
—No lo haría si no estuviera así de extraña. Sólo intento ayudarla pero es como si no quisiera tenerme a su lado. No he hecho nada.
—¿Sabes qué? —masculló Angy—. Tienes razón. Soy yo la que sobra en todo esto. No tenéis por qué soportar mi carácter, así que me voy para evitar causaros más problemas. —Llorando, se dio la vuelta en dirección a la cabaña. Ardía literalmente en llamas. Todo había sucedido demasiado rápido y no había sido capaz de luchar contra su subconsciente. Había estallado en mil pedazos, salpicándolo todo con sus celos y amargura.
Entró en la cabaña y abrió bruscamente la puerta del armario. Sacó la bolsa de deporte que había traído y comenzó a meter la ropa en ella. No tardó demasiado tiempo en estar acompañada de Evan, que había aparecido al cabo de un minuto.
—Cálmate —suplicó.
Le ignoró por completo y siguió con lo suyo.
—Para.
—No —rugió—. Me voy ahora mismo.
—No puedes hacerlo.
—Desde luego que puedo. Nadie me lo impide.
—No voy a dejar que te vayas.
—Ya has visto lo que ha pasado. —Se enjugó las lágrimas—. No me obligues a permanecer ni un minuto más cerca de ellos porque no puedo soportarlo.
—Tienes que ser más fuerte que ella. Demuéstrale que se equivoca.
—Ese es el problema —suspiró—. Nora tiene razón. No tiene por qué ser el centro de la diana de mis desgracias. Esto es precisamente lo que quería evitar. Es muy injusto por mi parte comportarme de esta manera pero no puedo evitarlo. A pesar de todo no quiero pelearme con ella.
—Entonces deja de huir de tus problemas y afróntalos. Huir de aquí no te servirá de nada. Debes alegrarte. Está feliz con él, eso debería bastarte.
—Me alegro mucho de que ella sea feliz, pero me recuerda que yo no lo soy. Es demasiado complicado para que puedas entenderlo.
—Escucha, hay miles de hombres que matarían por encontrar a una mujer como tú. No puedes cerrarte en banda. Cuando menos te lo esperes encontrarás al hombre adecuado.
Angy se llevó las manos a la cabeza. Temblando desmesuradamente.
—Ya encontré a ese hombre. Y no puedo sustituirle por ningún otro.
—Eso es lo que crees, pero no es verdad.
—Puede que me equivoque, pero no puedo hacer nada si sigo enamorada. —Se dejó caer sobre la cama—. No te imaginas lo doloroso que es pensarle todos los días, cada segundo.
Él se sentó a su lado con el rostro compungido.
—Puedo entender por lo que estás pasando, y déjame decirte que es posible superarlo…
—Por favor, no quiero discutir también contigo. Respétame, Evan. Quiero irme de aquí.
—Es de noche, no sabes el camino de vuelta.
—Ya me las apañaré —musitó.
—Eso no me vale. —Se inclinó hacia ella y la cogió de las muñecas—. Quédate esta noche, y si mañana por la mañana sigues pensando igual, yo mismo te sacaré de aquí.
—Pero no quiero estar ni un minuto más...
—Por favor, Angy. —La abrazó con fuerza. Ella le respondió con fragilidad. Lloraba desconsoladamente. Quería tirar la toalla y desaparecer. No aceptaba la idea de tener que perder una y otra vez. Debía alejarse de Dorian para siempre, de lo contrario no podría seguir viviendo. Era demasiado cruel tenerle tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.
—Por favor, duerme conmigo.
—¿Qué?
—Quédate esta noche —imploró—. No quiero estar sola.
—De acuerdo. —La besó en a frente—. Estoy aquí, ¿de acuerdo?


El espacio de la cama se había reducido considerablemente con Evan allí acostado a su lado. Hacía rato que se había quedado dormido, pero ella era incapaz de hacerlo. Las heridas estaban demasiado abiertas como para no sentirlas. Le echaba de menos. Y se imaginaba que era él, pero no lo era. Quería estar en sus brazos pero en aquel momento estaba protegida por los brazos de su mejor amigo. Sentía la puñalada de un amor correspondido pero imposible de declarar públicamente. En ese momento supo que nunca podría olvidarse de Dorian; nunca dejaría de estar locamente enamorada de él. Pasara lo que pasase, nunca habría ningún otro.


77


Las primeras luces de la mañana se colaban tímidamente por la ventana. Los rayos impactaban contra su pelo negro, y sus ojos verdes, cansados de llorar, no dejaban de moverse de un lado a otro. Había sido incapaz de dormir. Se había pasado horas dando vueltas en la cama y, temiendo despertar a Evan, acabó por levantarse, y empleó ese tiempo inútil de espera a quedarse embobada con la naturaleza que la envolvía. El cristal estaba ligeramente empañado, y se moría por volver a casa.
Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando de repente la puerta de la otra cabaña se abrió lentamente. Temía que pudiera ser Nora, pero por suerte o por desgracia no era ella; el que salía del interior era Dorian. Llevaba una sudadera negra y su cara lo decía todo. Caminó lentamente y se quedó parado, observando la otra cabaña. Ángela sabía que estaba pensado en ella. Se metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros y comenzó a andar hacia los árboles, con ritmo meticuloso. Demasiado pensativo incluso para él. No solía ser muy madrugador, pero seguramente se habría pasado la noche entera sin poder conciliar el sueño.
Un pensamiento intenso le devolvió la mirada después de estar varios minutos en shock. Su cerebro empezó a trabajar a toda máquina. Una parte de ella le decía que debía permanecer allí, pero otra parte de su corazón le gritaba con angustia para que fuera detrás de él. Era un locura, pero era el momento adecuado y seguramente el único para tratar de arreglar las cosas, para pedir perdón, o simplemente para poder estar cerca sin tener que estar pendiente de lo que pudiera pensar Nora. Se armó de valor y abrió la puerta de la cabaña con agilidad felina, sin apenas hacer ruido. Se resintió ligeramente por el frío y dio dos pasos. Inmediatamente paró en seco. No estaba bien lo que iba a hacer. Iba a marcharse de ese lugar de ensueño precisamente para no estar en contacto con Dorian, y sin embargo estaba yendo en su busca como una niña. Apretó los puños e intentó no llorar. Estaba literalmente dividida, pero al final prefirió ignorar los avisos de alerta que chillaban en su mente. Salió en su busca, deseando abrazarle.
Las pisadas se hacían cada vez más espesas. El cielo se iba haciendo más claro y no tenía ni idea de si aquello funcionaría. Tragaba saliva con dificultad, y no conseguía dar con Dorian. No podía haber ido demasiado lejos, pero los árboles eran inmensos y los troncos dificultaban la visión. Temía haber perdido su rastro, así que volvió a pararse, esta vez suspirando y mirando hacia arriba. Estaba harta en todos y cada uno de los sentidos, harta de callar, harta de disimular, y harta por no poder deshacer lo que tenía entre manos. Así no tenía esperanzas de futuro porque se agarraba a un clavo ardiendo. Seguía empeñada en no olvidar a Dorian al mismo tiempo que trataba de esconder su amor. Era un tira y afloja descomunal, y de lo único que servía era para hacerse daño.
La luz aumentó y con ella las ganas de encontrarle. Recorrió varios metros de distancia intentando vislumbrar huellas en el suelo de barro y piedra, pero apenas distinguía nada. Siguió caminando hasta que algo colisionó con su campo visual. Cada extremidad se tensó y las pupilas se le dilataron. El corazón latía como un loco, con renovadas energías y nervios palpitantes. Allí, en mitad del bosque, y sentado sobre una enorme roca gris, estaba él, pero no parecía ser el mismo de siempre, a decir verdad tenía un aspecto entumecido, grisáceo, decadente y triste. Tenía los ojos silenciosos, incluso más que su garganta. Ángela se rompió por dentro al verle de aquella manera. Prefería mil veces encontrarle hecho una furia debido a los celos en lugar de verle tan escaso de vida. Y todo era por su culpa.
Clavó los pies en el suelo con más firmeza y apretó la mandíbula. Se moría literalmente por acercarse, pero no tenía ni idea de qué pasaría después. Pero resultaba tan vulnerable y débil…
El rostro desencajado de aquel pobre hombre se achispó al verla aparecer en mitad de la nada. Hasta le costó trabajo parpadear. Ella no presentaba mejor aspecto. Las piernas le temblaban, y no sabía si continuar allí de pie o salir corriendo. Sus miradas chocaron como un tren en marcha.
—¿Puedo sentarme? —La voz apenas salió con fuerza de su delgado cuerpo. Dorian asintió con la cabeza.
—Claro.
Ángela dio un gran paso y se sentó en el resto de roca que quedaba libre. Pudo sentir el mínimo contacto con su cuerpo, su calor. Le destrozaba verle de aquella manera. No era él, no era su Dorian. Parecía no tener alma, como si todo le hubiera dejado de importar, o peor aún, como si le hubieran arrancado las ganas de seguir luchando.
—¿Qué haces levantada a estas horas? Es temprano.
—No podía dormir. Estaba harta de dar vueltas en la cama.
—Pues ya somos dos.
No estaba acostumbrada a su falta de calidez. Se había transformado en un hombre al que no conocía. Le observó con fragilidad, como si creyera que de un momento a otro fuera a desvanecerse.
—Estoy bien.
Angy se resintió una vez más por el frío. Temblaba.
—Eso no es verdad —musitó—. No tienes por qué tratar de mentirme.
Dorian la miró con ojos vivos e intensos. Estaba claro que se moría por abrazarla, pero en lugar de hacerlo se quitó la sudadera y se la puso alrededor de los hombros.
—No has debido de salir así —susurró—. Hace frío.
Ella se acurrucó entre la gran sudadera y respiró automáticamente su fragancia. Era la misma de siempre. Una oleada inmensa de recuerdos la invadió al instante.
—Gracias —logró decir. Suspiró locamente y comenzó a llorar silenciosas lágrimas. Rodaban sin descanso por sus dos pálidas mejillas. No tenía ni fuerzas para deshacerse de ellas. Se atrevió a mirarle con valor, y por primer vez habló desde lo más profundo de su ser—. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con esto?
La pregunta retumbó en los árboles. Su tono se elevó hasta las copas y el silencio se tragó cada sonido. Dorian desvió la mirada, incapaz de dar con la respuesta adecuada.
—Ya no puedo soportarlo más —sollozó Angy.
Era peor de lo que se imaginaba. Él ni siquiera la estaba mirando, ni siquiera trataba de responder. Estaba muerto en vida.
—Por favor, no me dejes así. Necesito saber qué es lo que piensas. No puedo seguir con esto yo sola.
Fue entonces cuando Dorian por fin logró reaccionar. Giró sobre su posición, y la agarró tímidamente de la mano, entrelazando sus dedos con los suyos, pero todavía era incapaz de devolverle la mirada.
—Ya sabes todo lo que pienso. Lo estoy pasando igual de mal que tú.
—Siento mucho lo que pasó… anoche —tartamudeó Angy—. Siento que tuvieras que estar presente. No quiero pelearme con Nora pero no puedo soportar estar cerca de ti sabiendo que ella también lo está. Es una completa tortura. —Tragó saliva y suspiró—. Sé que quería ayudarme al venir aquí, pero mírame. No sirvo para nada. La estoy haciendo daño.
—No es culpa tuya.
—Claro que sí. La estoy mintiendo. Cada segundo que pasa no hago más que decir mentiras. Confía en mí y yo sigo traicionándola.
—La culpa es mía, Angy. Yo estoy casado con ella. Soy yo quien debería terminar con esto.
—Pero no puedes hacerlo. Ella está feliz a tu lado. No podemos hacerle esto.
—Ya lo sé, pero nosotros tampoco podemos continuar así, porque ninguno de los dos quiere hacerlo.
—Por eso precisamente voy a irme. No tenemos que saber nada el uno del otro. Sabes que es lo mejor. Puede que ahora nos haga daño, pero mi hermana es lo que más me importa en esta vida. Está por encima de mi propia felicidad. Sé que te cuidará…
—Yo jamás te utilizaría, Ángela.
Ella se petrificó al escuchar eso.
—¿Por qué dices eso?
—Tú me lo dijiste —suspiró—. Dijiste que te estaba utilizando pero eso no es verdad. Intento con todas mis fuerzas mirar hacia delante, pero me resulta muy raro despertarme cada día y que la mujer que se encuentra a mi lado sea Nora y no tú. Es insoportable contar los minutos para volver a verte. —Hizo una pausa—. Sé que venir aquí estuvo mal, pero no podía seguir sin verte. Lo he intentado una y otra vez, pero cada vez que la veo es como si también te viera a ti. Aunque no estemos cerca no puedo evitar echarte de menos…
Se estaba quedando estupefacta. Conocía esa mirada. Esa era su particular forma de llorar. Se estaba desahogando. Inconscientemente, Angy se inclinó y dejó la cabeza apoyada en el hombro de él, agarrando con más fuerza su mano. Quería protegerle de ella misma, de su ambigüedad, de su tormento.
—No puedo pedirte perdón por lo que hice en el pasado —susurró ella—. Eso no arreglará nada. Aunque ya sepas todo lo que siento es imposible que las cosas puedan volver a ser como antes. Nuestras vidas han cambiado, y aunque nos empeñemos en cambiar el destino, estamos mejor separados. Aunque nos duela, ya no podemos pensar en un nosotros.
—Eso ya lo hiciste la primera vez que te marchaste. Elegiste por los dos. Creías que lo nuestro se había acabado pero ahora hemos vuelto a encontrarnos. No sé por qué motivo ha sido, y aunque es un hecho que esté casado con tu hermana, se me hace imposible volver a dejarte escapar. —Torció los labios—. Es que no puedo hacerlo, Angy.
—Dorian, por favor…
—No voy a negar que quiero a tu hermana —sentenció—. Cuando la vi se convirtió en mi salvavidas, y creía que tendría una nueva oportunidad. Me aseguré de no perderla, pero no es lo mismo contigo de por medio. Os veo a las dos y siento cosas distintas, y me detesto por ser así. Odio a los hombres que juegan con las mujeres, y no quiero ser uno más. No quiero engañarla, pero de nada me sirve permanecer a su lado si no me hace sentir lo mismo que tú.
—De eso se trata. —Le acarició la cara—. No tienes que volver a sentir lo mismo. Somos diferentes. Tienes que enterrar todo esto.
—Dime cómo pretendes que lo haga si ahora mismo estás aquí conmigo. Eres real, Angy.
—Lo soy, pero voy a irme lejos de ti. Vais a volver a casa, y yo seguiré con mi vida. Debéis hacer lo mismo. Es injusto que destroces tu vida y la de ella porque yo esté presente.
—Pero tú lo cambias todo. Eres la pieza más importante.
—No, Dorian. Ya no lo soy. Tu vida está con Nora. Yo formo parte del pasado.
Él apretaba la mandíbula con fuerza.
—El día de vuestra boda te pedí que la hicieras feliz —sollozó—. Ahora te vuelvo a pedir lo mismo. Sé que con el tiempo las cosas cambiarán, y entonces te alegrará saber que una mujer como Nora está a tu lado.
—¿Y qué pasará contigo?
—Seguiré trabajando como siempre he hecho.
—No me refiero a eso…
—Dorian, nunca seré capaz de encontrar ahí afuera a un hombre que se parezca mínimamente a ti. —Se mordió el labio con ira—. No estoy segura de si algún día volveré a enamorarme, pero eso es algo en lo que no quiero pensar.
—No puedo soportar la idea de imaginarte con otro.
Ella ahogó un grito desgarrador.
—Créeme, puedes hacerlo. Es lo que llevo haciendo yo desde que te casaste con mi hermana.
—Pero…
—Sea lo que sea no puede continuar. No podemos volver a vernos. Cada vez que estamos próximos el uno del otro nos acabamos haciendo daño. Debemos superar esto, pero por separado. La vida no se acaba aquí. Tenemos muchos años por delante, y debemos aprender a volver a empezar, yo sin ti y tú sin mí.
—Pero no puedo volver a enamorarme de Nora como si nada de esto importara.
—Me has dicho que la quieres. Tiene que ser suficiente.
—¿Y si no lo es?
—Lo será. Si te esfuerzas, lo será. Puede que sigas echándome de menos durante algún tiempo, pero el dolor desaparecerá.
Él acabó por derrumbarse. La estrechó entre sus brazos y Ángela rompió a llorar de nuevo. Era como firmar su propia sentencia de muerte.
Estaba intentando reprimir sus instintos de besarle cuando a sus oídos llegó un chasquido, un ruido que provenía de las proximidades. Los dos se levantaron al unísono y escucharon con atención. Ángela dio un paso al frente y miró en todas direcciones, con el corazón estallando dentro del pecho. Las mejillas le ardían y deseaba con todas sus fuerzas encontrar algún animal del bosque, pero en lugar de eso, distinguió una figura robusta a unos cuantos metros. Se le congeló el aliento, pero ya no había vuelta atrás.
—Evan…
Su mejor amigo salió de su escondite, con la cara completamente desencajada y pálida. Era evidente que había aparecido en el peor de los momentos, así que se limitó a darse media vuelta en dirección a la cabaña.
Angy dio varios pasos detrás de él pero Dorian la alcanzó y la retuvo.
—Suéltame —rogó—. Tengo que ir.
—Iré yo.
—No —espetó Ángela—. No te metas. Tengo que hablar con él.
—Pero nos ha visto…
—Esto es cosa mía, Dorian. Por favor.
Consiguió soltarse pero se quedó mirándole, en un último intento de inmortalizar sus rasgos.
—No te vayas… —La voz de Dorian apenas salía de su garganta.
—Sí, me voy ya. Este es mi último día aquí. Vuelvo a casa, así que esto es una despedida.
Se separó de él lentamente, alargando esas milésimas agonizantes, rozando su mano y sus dedos. Se dio media vuelta y salió corriendo. El pulso iba en aumento, y temía sufrir un infarto. No podía creer lo que acababa de pasar. Evan había descubierto la verdad, y no tenía ni idea de cómo se lo habría tomado. Había bajado la guardia y esas eran las consecuencias.
El coche de Evan estaba con el motor encendido y el maletero abierto. Él salía de la casa con su bolsa de ropa. Su cara estaba blanca. Jamás lo había visto así. Con cautela, se aproximó e intentó hacer que parara con sus movimientos bruscos.
—Evan, espera.
Él ni se inmutó.
—Por favor, háblame.
Evan bajó violentamente la puerta del maletero y la perforó con la mirada.
—¿Qué quieres que te diga, Angy?
—Lo que sea —imploró—. No quiero verte de esa manera.
—No estoy de ninguna manera.
Ángela volvió a temblar. No sabía ni qué decir. No tenía excusa. Les había visto, por supuesto.
—¿Qué estabas haciendo? —musitó, rota por los nervios—. ¿Qué hacías allí escondido?
—¿Escondido? No estaba escondido. Estaba buscándote.
—¿Por qué?
—Por si no lo recuerdas anoche estabas loca por largarte de aquí. Me he despertado y he visto que no estabas. He salido a buscarte porque no te encontraba por ningún sitio. Quería decirte que ya podíamos irnos pero a decir verdad creo que preferirías quedarte. Estabas en muy buena compañía.
—Por favor, Evan. Dame un minuto…
—No tenía ni la más mínima idea de que estuvieras hablando con… Dorian. He escuchado tu voz y la he seguido y cuando he querido acercarme he visto que no estabas sola. No era mi intención escuchar. No tenía intención de espiarte…
—Lo sé.
—No quiero que me sueltes ninguna mentira. No quiero ninguna más. No hace falta que digas nada. He visto suficiente.
Eso fue la declaración definitiva a sus terrores.
—¿Cuánto tiempo has estado…?
—¿…escuchando? —gruñó—. El suficiente, créeme.
Ella se llevó las manos a la cabeza.
—Dios mío…
—El coche está listo —gruñó él—. O vienes conmigo, o te quedas con él. Puedes hacer lo que quieras.
Se subió al coche y el motor rugió con más fuerza. Ángela estaba deshecha. Ya ni lloraba. Su mundo se había desestabilizado y no podía pensar con claridad. Todo se había ido al traste. Entró tambaleándose en la cabaña pero no vio su bolsa por ningún lado. Entonces supuso que Evan ya la habría metido en el coche. Temblando como nunca antes lo había hecho, salió al aire libre con pasos torpes y se posicionó delante de la puerta del copiloto, incapaz de entrar. Evan no la miraba, tenía los ojos centrados en lo que tenía delante, con las manos aferradas en el volante, blancas por la presión.
Estaba a punto de subir al coche cuando se dio la vuelta por última vez. Tal y como suponía, Dorian estaba allí. Se miraron en silencio hasta que Ángela lo rompió con un hilo de voz.
—Adiós.
Con ella dentro del vehículo, éste por fin se puso en marcha. Angy intentaba no mirar a Evan, y se concentraba en su ventanilla. Cuando el coche giró por la carretera de tierra, pudo ver a Dorian haciéndose cada vez más pequeño hasta que le perdió de vista.


78


Y cuando ya creía que nada peor podía pasar, la vida le había dado una sorpresa. Aún conservaba en la mente la mirada atónita de Evan. Le conocía desde hacía mucho, pero jamás le había visto de aquella manera, tan enfadado. Le entendía completamente. Era comprensible que se hubiera sentido engañado, porque eso era precisamente lo que Ángela había hecho; le había estado engañando.
Las semanas pasaron y Evan no contestaba al teléfono. Era como si hubiera preferido desaparecer antes que toparse con la que hasta la fecha había sido su confidente. No tenía ni idea de qué iba a hacer si Evan le faltaba. Había contado con su apoyo siempre, y si ahora también la abandonaba las cosas pintaban realmente feas, sin ningún tipo de esperanza. Para colmo de males estaba en posesión de la sudadera de Dorian. Se la había llevado sin querer, y la tenía allí en su casa, guardándole tributo.
Con lo primeros rayos de un nuevo día, Angy se encontraba delante de la casa de su amigo, esperando encontrar algún tipo de señal. Tenía el cuerpo entumecido por la espera, pero al final logró su propósito de verle. Caminaba lentamente, con la cabeza en otra parte, pero su cuerpo se tensó violentamente al darse cuenta de su presencia. Angy se adelantó y le cruzó el paso, temerosa.
—Evan —susurró—, ¿dónde has estado? ¿Por qué no me has devuelto las llamadas?
—Creo que ahora ya sabes lo que se siente cuando alguien que te importa desaparece sin avisar. —La esquivó y siguió su camino—. Es lo mismo que hiciste tú.
Con dolor e impotencia, la mujer de ojos verdes observaba cada uno de sus movimientos. El pecho le ardía y no deseaba volver a llorar. Mantenía los puños apretados y de su garganta brotaban palabras sin pensar.
—Lo siento mucho —declaró—. No tienes idea de cuánto lo lamento, Evan. Te mereces una explicación.
Él se dio la vuelta, con la cara convertida en un trozo de hielo.
—Te equivocas. No es a mí a quien tienes que darle una explicación.
—Sé que no debería haberte mentido, pero no sabía qué hacer.
Evan dejó escapar una sonrisa irónica. Estaba dolido.
—¿Sabes? Me pregunto cómo he podido ser tan idiota… Ahora entiendo muchas cosas. Ahora sé el verdadero motivo por el cual no soportas estar cerca de ellos dos. —Se rascó el mentón con rabia—. Por Dios, Angy. No era ningún tipo misterioso. ¡Dorian! —gritó—. Por supuesto que es él. Cómo es posible que no me haya dado cuenta antes…
—Tú no lo entiendes —se excusó ella—. Hay muchas cosas que aún no sabes. Es muy complicado…
—¿Acaso vas a contármelas? —espetó—. Creo que preferirías mentirme otra vez. Después de todo, eso es lo que haces con todo el mundo, y eso incluye a Nora.
Eso la hirió profundamente. Evan tenía toda la razón, pero le disgustaba oír la verdad descrita de forma tan directa.
—Sé que no tengo perdón, pero tienes que escucharme. Necesito que entiendas mi punto de vista.
—¿Punto de vista? Aquí no existe nada de eso, Ángela. Aquí sólo existe un matrimonio, y ahora veo que sigues empeñada en destrozarlo aunque hayas jurado que no querías hacerla daño. —Chasqueó la lengua—. Os he visto, por el amor de Dios.
Ángela lloraba sin control. Estaban en medio de la calle pero no habían reparado demasiado en ello.
—Te juro que no me ha tocado —aseguró—. No le ha sido infiel.
—¿Pretendes que me lo crea después de todo? Mira, puede que no lo haya hecho, pero la está engañando. Está enamorado de ti y no de ella. —Se llevó las manos a la nuca—. De todas formas da igual. No es asunto mío. No tengo por qué saber nada.
—Yo necesito que lo sepas.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué no confiaste en mí?
—No quería que me juzgaras —sollozó.
—¿Y cómo crees que me siento ahora? Es como si no te conociera. Creí que no eras de ese tipo de mujeres y ahora no sé qué pensar.
—Es muy injusto que digas eso. —Se enjugó las lágrimas—. Puede que te ocultara la identidad de Dorian, pero todo lo demás es cierto, Evan. He sufrido mucho y ahora estoy peor que antes porque no puedo perderte a ti también.
Evan suspiró hondamente.
—No se trata de mí. Se trata de tu vida y la de tu hermana. ¿A qué estás jugando?
—No estoy jugando a nada. Simplemente pasó así.
—¿Y ya está? ¿No tienes nada más qué decir?
—¿Qué más quieres que diga?
Él sacudía la cabeza de un lado a otro, aún atónito por la gran verdad que colgaba también de sus hombros.
—Ahora sólo me vienen imágenes a la cabeza. De tus constantes nervios, de tus huidas… Nada de aquello tenía sentido hasta este momento. Y la boda… ¿Cómo has podido no decir nada? Callarte es lo más detestable.
Ahora fue ella la que estalló.
—¿Y qué querías que hiciera? ¡No tenía ni la más remota idea de que Dorian fuera el prometido de mi hermana! —chilló—. Llevaba años sin verle y todo cambió cuando le vi llegar a casa de mis padres. Me quedé sin aliento. No podía creer lo que veían mis ojos. A partir de ahí hice todo lo que pude para mantenerlo en secreto. Le hice jurar a Dorian que no diría nada.
—¿Para así seguir con él?
—¡No! Para no herir a Nora. Sé que si se hubiera enterado de que Dorian estuvo conmigo no lo habría soportado. Hubiera roto con él y yo no quería que por mi culpa todo se echara a perder.
Evan lo meditó durante un segundo. Volvió a masacrarla con su mirada.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?
—No es un capricho si es eso lo que crees.
—Contéstame —insistió—. ¿Cuánto?
Se tomó un minuto para tomar aliento.
—Siete años.
Su cara lo dijo todo. Arqueó las cejas y abrió la boca.
—¿Siete años? ¿Estuviste con él siete años?
—Sí, desde los veinte hasta los veintisiete.
—¿Y nunca se lo presentaste a tu familia? ¿A nadie?
Ella negó con la cabeza, nerviosa.
—¿Y qué pasó? —masculló—. ¿Por qué se acabó?
—Eso ya no importa.
—Desde luego que importa. ¿Por qué si no sigues empeñada en permanecer a su lado?
—Pretendo hacer justo lo contrario.
—Eso no es lo que yo vi aquel día, Angy. Estabais cogidos de la mano. No me digas que eso forma parte de tu plan para olvidarle porque no me lo creo.
Angy se mordió el labio. Los ojos le ardían.
—Es más difícil de lo que crees.
—Eso no te da derecho a engañar a tu hermana.
—No quiero hacerlo.
—Pero esa es la única verdad.
—¿Crees que disfruto con esta situación?
—No, pero debes apartarte. ¿Por qué no lo has hecho ya?
—¡Porque no puedo!
El silencio les envolvió durante varios minutos. La calle seguía desierta, sin un alma. Eso les concedía cierto margen para sincerarse.
—Tengo una vida lejos de ellos —continuó diciendo—. Sigo queriéndole, pero tal y como te dije estoy haciendo todo lo que puedo para hacer las cosas bien. Sé que no entiendes que siga con esto, pero cada vez que le veo vuelvo a recordar el pasado. Lo único que tengo claro es que no voy a consentir que mi felicidad esté por encima de la de mi hermana pequeña.
—Bonita forma de demostrarlo.
—Evan…
—Es que no logro entenderlo —gruñó—. ¿Cómo has podido seguir adelante? ¿No tienes remordimientos?
—Cada minuto de cada hora.
—¿Entonces?
—Creí que la única manera de intentar arreglarlo era no decir nada.
—Eso no tiene arreglo.
—Ya lo sé, pero no conoces a Nora. Sé lo mucho que le quiere, y si se entera de lo que pasó…
—Pero no es justo que viva engañada durante toda su vida —protestó—. Cree que lo tiene todo, pero tiene derecho a saber la verdad.
—¿Para qué? ¿Para que sea igual de desdichada que yo? —Se tapó la boca con las manos—. Yo ya me estoy hundiendo por las dos, Evan. He decidido renunciar a Dorian para que pueda estar con ella.
—Pero él no opina lo mismo. Él está enamorado de ti.
—También la quiere a ella.
—¿Lo ves? Esto es lo que te dije que pasaría. Está jugando con las dos.
—¡No está jugando! Simplemente está igual de perdido que yo. Quiere hacer lo correcto pero no es tan fácil como crees.
—¿Y qué vas a hacer ahora?
—Seguir adelante, y tratar de ignorar el hecho de que él existe.


79


Las semanas siguientes fueron lo más extraño que Ángela había vivido nunca. Todo estaba del revés, y no se acostumbraba a la nueva forma que tenía Evan de mirarla. Se contentaba con creer que sería cuestión de tiempo acostumbrarse a su nueva vida. Al menos, se sentía aliviada. No tenía por qué seguir ocultando a Evan sus pensamientos. Volvían a hablarse, pero iba a necesitar mucha paciencia para que aquel hombre recuperara su cercanía y sentido del humor. Lo entendía; no era fácil hacerse a la idea de que su mejor amiga estaba enamorada del marido de su propia hermana.
A pesar de continuar con su descanso antes de empezar en serio, los dos habían decidido pasarse por el teatro para organizar un poco el papeleo y todas las sesiones que les aguardaban. El teléfono había estado todo el día sonando, y después de muchas negociaciones, había conseguido el acuerdo que llevaban tiempo buscando. Todo eso les consumió las energías. Serían las seis de la tarde cuando decidieron poner punto y final a ese día tan ajetreado. Cerraron las puertas del edificio e intentaron despedirse de forma correcta.
—Aún es temprano —comentó Angy.
—Sí, pero parece como si lleváramos todo el día aquí metidos. Ha sido un día de locos.
—Ya, pero la menos hemos conseguido lo que queríamos.
—Ha sido gracias a ti. Has insistido hasta el último momento.
Angy sonrió tímidamente. Se colocó el pelo detrás de la oreja.
—¿Quieres que vayamos a tomar algo? —propuso.
Él la miró sin ganas. Cansado.
—Lo siento, pero creo que no —contestó—. Me voy a casa. Estoy completamente agotado.
—Y yo.
Angy asintió y se despidió tímidamente con la mano. Siguieron caminos opuestos hasta que él paró de pronto.
—Angy.
Ella se dio la vuelta automáticamente al escuchar su nombre.
—¿Sí?
—Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, llámame. —Torció la cabeza—. Sigues contando conmigo, ¿entendido?
Obtuvo una sonrisa brillante como respuesta. Al menos no tenía intención de apartarla de su lado.
—Gracias.
—No hay de qué.
—Lo digo en serio, Evan. No sé qué haría sin ti.
Evan torció los labios, aparentando sonreír.
—No llegarías demasiado lejos, de eso estoy seguro.


La casa estaba silenciosa, más que de costumbre. Había cenado con énfasis, y su estómago lo agradecía enormemente. Se encontraba en el sofá, reflexionando. Consultó el reloj de pared. Eran a apenas las once de la noche, pero sus párpados eran demasiado pesados. Apagó todas las luces y, después de darse una fugaz ducha caliente, se metió en la cama. Dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba débil y necesitaba urgentemente unas horas de sueño. No quería ni pensar en lo que se le venía encima con el teatro. El estrés algún día acabaría con ella. Los viajes serían su única rutina al menos durante un par de meses. Se contentaba al recordar que su trabajo era su pasión.
Comenzaba a quedarse dormida pero ese placer le fue arrebatado. Algo la hizo abrir los ojos. Escuchó atentamente. Tal y como había supuesto, era el teléfono. Estaba sonando con fuerza. Se levantó a toda prisa y fue al salón con la esperanza de llegar a tiempo. Alargó la mano cuando estuvo a su alcance y contestó con fingida tranquilidad.
—¿Sí?
—Angy, soy yo.
Acabó por despertarse en cuestión de milésimas. Era Nora la que estaba al otro lado del teléfono.
—Hola —susurró Ángela—. ¿Cómo estás?
—Bien, como siempre. ¿Y tú? La última vez te fuiste sin despedirte.
—Lo sé, pero con la discusión que tuvimos la noche anterior…
—Aún así, deberías haberme avisado —gruñó— Cuando me desperté, Dorian me dijo que te habías ido con Evan. Se te da de lujo eso de largarte sin avisar.
El aliento se le congeló. No podía ignorar la verdad. Siempre acababa comportándose de la misma forma.
—Lo siento mucho. Dije cosas que no debí. Siempre meto la pata…
—No quiero hablar de eso —interrumpió—. Te llamo por mamá. Dentro de nada es su cumpleaños, y como es lógico, quiere que estés presente.
La mujer de ojos verdes casi se tambaleó. Lo había olvidado por completo. Sin querer, pensó en Dorian. Él iba a estar presente, y si ella acababa asistiendo estarían de nuevo frente a frente, y eso era lo último que quería hacer.
—Pero Nora tengo que trabajar —se excusó—. Tengo un montón de representaciones…
—Por favor, Angy. Esto no tiene nada que ver conmigo. Tienes que hacerlo por mamá. Haz lo que sea para poder venir. Te echa mucho de menos. —Hizo una pausa—. Bueno, a decir verdad todos te echamos de menos.
—Pero…
—Tienes recursos a tu alcance. Si eres la jefa puedes arreglártelas.
—Eso es relativo…
—Para ti todo es relativo.
Hubo otra pausa. Estaban sin ideas.
—¿Cómo te va a ti en el invernadero? —se interesó Angy.
—Bien, supongo. Mi jefa ya no está tan insoportable.
—Me alegro. —Se mordió labio y tomó fuerzas para retomar con sus disculpas—. Escucha, de verdad me arrepiento de ese último día. No sé qué diablos me pasó. Fui una estúpida contigo.
—Eso es agua pasada. —Aunque parecía que tenía intención de creérselo, lo cierto es que su voz denotaba todo lo contrario—. ¿Puedo contar contigo para el cumpleaños de mamá?
Se iba a arrepentir, pero de todas formas no podía negarse.
—Claro —susurró—. Allí estaré.
—Genial, se alegrará de saberlo.
—Pero aún no sé qué regalo tengo que comprar. Nunca se me han dado bien esas cosas…
Nora emitió una leve risa. Era un alivio escucharla reír.
—En tu caso, lo tienes más fácil.
—¿Por qué?
—El mayor regalo que puede recibir por tu parte es que estés con ella. Te aseguro que nada material podría alegrarle tanto.
—¿Tú ya sabes qué regalarle?
—Aún no —admitió—. Tendré que pensar en algo.
—¿Y a qué hora quieres que llegue?
—Por la mañana —contestó Nora—. Ya sabes, para prepararlo todo. La llevaremos a comer a un buen restaurante.
—Creí que sería en casa. Siempre lo hemos celebrado en la isla...
—Por eso precisamente hemos pensando en cambiar de planes. Se merece pasarlo bien, así que iremos a la ciudad.
—De acuerdo.
—Bueno, entonces ya todo está arreglado. Te iré a buscar a primera hora al aeropuerto. —Carraspeó—. Tengo que colgar, Angy.
—Está bien —susurró—. Gracias por llamar.
—A ti —contestó su hermana pequeña—. Lo has cogido a la primera.
Sonrió en silencio.
—Cuídate, Nora.
—Ya lo hago, Angy. Tú debes hacer lo mismo. Nada de problemas con la comida. Espero por tu bien que ya estés recuperada, de lo contrario mamá se pondrá echa una fiera.


80


Dorian estaba completamente aburrido. Se encontraba apoyado en el mostrador, sin disimular su desinterés. La joyería estaba repleta de mujeres, observando con ojos ardientes las miles de pulseras, pendientes y demás brillantes que lucían por todas partes. Nora le había obligado a acompañarla para comprar un regalo a su madre. Tenía en mente unos preciosos pendientes de diamantes, pero a la hora de la verdad estaba tardando más de la cuenta en decidirse.
El calor era asfixiante y los minutos se multiplicaban en el reloj. Quería largarse de allí, pero presentía que eso aún iba a tardar bastante en ocurrir.
—Desde luego, me recuerdas demasiado a alguien.
Dorian se puso recto al reconocer la silueta de Nora a su lado. Carraspeó intensamente.
—¿A quién?
—A mi hermana.
Eso le revolvió el estómago.
—¿Por qué?
—Porque si ella estuviera aquí, estaría igual de encantada que tú por encontrar algo decente.
—Nora, ya sabes que estas cosas no se me dan bien.
—Tiene gracia, ella me dijo exactamente lo mismo.
—¿Cuándo?
—La llamé la semana pasada para saber si vendría.
La noticia le golpeó en la cara. No sabía si mostrarse confundido o eufórico al saber que iba a volver a verla.
—¿Va a venir?
Nora arqueó las cejas.
—¿A qué viene esa pregunta? Claro que va a venir. Aunque esté lejos, forma parte de la familia.
—Claro —se apresuró a decir—. Pero creí que estaría con todo el lío del teatro. Parece que no tiene ni un minuto de descanso.
Nora se encogió de hombros.
—Sí, pero me dijo que haría todo lo posible por asistir. Lo quiera o no, tenemos la misma madre. Debe estar presente.
—Desde luego.
La dependienta se acercó con dos preciosos pendientes de platino y diamantes. Eran completamente espectaculares.
—¿Qué le parecen éstos?
Nora le ignoró y se concentró en los pendientes. Fue la ocasión perfecta para volver a perderse en sus pensamientos. Se alejó un par de metros, haciéndose hueco entre esa maraña de mujeres entradas en edad que le miraban con curiosidad. Se sentía extraño, pero dentro de toda esa maleza de sentimientos, albergaba esperanza. Recordaba perfectamente su último instante con ella. A su mente llegaba ese contacto con sus dedos, estando sentados en mitad del bosque, confesándose el uno al otro lo que sentían. No recordaba haberla visto de esa manera. Se le erizaba la piel al recordar. Nunca se había equivocado. Ahora más que nunca sabía que Ángela seguía enamorada de él, aunque no podían demostrarlo. Nora estaba de por medio, y era completamente inocente.
Se dio la vuelta para verla desde lejos. Seguía conversando con la dependienta. Se la veía feliz, con una de sus típicas sonrisas. A decir verdad estaba preciosa. Dorian suspiró, dejando que la realidad le engullera por completo. Por nada del mundo quería destrozar la vida de la mujer que le había devuelto las ganas de soñar, así que debía destruir sus sentimientos por esa otra mujer que compartía lazos familiares con ella.


81


Ángela estaba a punto de salir de casa cuando al abrir la puerta se encontró con Evan. Tenía las sienes palpitantes. No era buena señal.
—Hola —saludó él.
—Buenos días —dijo ella—. ¿Qué haces aquí?
—¿Podemos hablar?
—Claro. —Se apartó—. Pasa.
—No, aquí no. —Carraspeó—. Quiero invitarte a desayunar.
—¿Va todo bien?
—Sí, como siempre.
—Creo que eso es bastante relativo.


La cafetería estaba desierta. Aún era temprano para que los clientes habituales aparecieran por allí. Evan y Ángela estaban sentados en una de las mesas del fondo, con la tranquilidad de poder conversar sin temor a que les escuchasen. Evan aún tenía el semblante característico de las últimas semanas.
—Soy todo oídos —susurró Angy.
—Angy, no tenemos por qué tener esta conversación, pero algo dentro de mí me dice que debo hacerlo.
—No sé cómo debo tomarme eso. Pareces… preocupado.
—Claro que lo estoy. —Se rascó la barbilla—. Estoy preocupado por ti.
Ella se sorprendió hasta que cayó en la cuenta.
—No es necesario. Estoy bien, teniendo en cuenta las circunstancias. Sé que no es algo fácil de asimilar, pero yo ya estoy acostumbrada. A decir verdad, no me queda otro remedio.
Evan parecía estar en su propia nube, como si tratase de hacer un esfuerzo sobrehumano por dar una opinión puramente objetiva, aunque tratándose de la vida amorosa de su amiga, el asunto se complicaba vertiginosamente.
—Tengo que reconocer que aún me cuesta trabajo admitir todo esto. Sé que no soy nadie para criticar, pero es demasiado… fuerte.
—Tienes todo el derecho a pensar así. Asumo tus críticas.
—No quiero criticarte. Es decir, no es lo que un buen amigo debería hacer. Intento entender lo que tienes con Dorian, pero es bastante complicado.
Angy se dejó caer sobre su asiento.
—Dímelo a mí.
—Sé que estuvo mal todo lo que te dije, pero era algo que me salió de dentro. Es absurdo, pero estaba enfadado. —Soltó un suspiro—. Se me antojaba imposible que hubieras sido capaz de…
—Dilo.
—Bueno, de… estar enamorada del mismo hombre que tu hermana.
—Sí, Evan. Soy culpable, lo sé. Soy culpable de querer al marido de mi propia hermana. —Bajó la voz para que ninguno de los camareros que rondaban cerca pudieran oírla—. Pero te juro que nada de esto estaba planeado. Hubiera hecho cualquier cosa para cambiarlo, pero ya lo ves. Así está la situación.
—No me imagino tu cara.
—¿A qué te refieres?
Evan se inclinó y bajó la voz.
—Cuando le viste aparecer en casa de tus padres. Debió de parecerte una locura.
—Aún me lo sigue pareciendo. —Cerró los ojos—. No puedo creer que se trate del mismo hombre que dejé hace dos años.
—¿Crees que se trata de simple casualidad?
—Antes de la boda quise hablar con Dorian sobre eso. Quería asegurarme de que la quería. Él puede ser muchas cosas, pero es incapaz de hacer algo tan… macabro. No se casaría con Nora simplemente por hacerme daño. —Hizo una pausa—. La conoció, se enamoró, y se casó con ella.
—¿Y dónde intervienes tú exactamente?
—Supuestamente no ha podido olvidarme.
—No hables de supuestos, Angy. Es evidente que seguís estando interesados el uno por el otro.
—Sí, y ya has visto de qué nos ha servido.
—Sinceramente, no logro entender tu fuerza de voluntad. Si yo estuviera en tu lugar no sé qué habría hecho. En un primer momento me parecía una deshonra por tu parte, pero luego intenté pensarlo con más calma y no tengo ni idea de cómo demonios has podido soportar todo eso.
—Supongo que ahora me vas entendiendo un poco mejor.
—¿Y por qué has aguantado tanto? Quiero decir, podrías haberte inventado mil excusas para no coincidir con ellos.
—¿Para qué? No puedo huir indefinidamente. Si quiero hacerme a la idea tengo que verles… juntos. Aceptar que lo mío se acabó. Es demoledor observar sus carantoñas o besos, pero la vida es así. Tengo que intentar pensar en él de otra forma.
—Pero no puedes.
—No, a no ser que lo intente una y otra vez. Es absurdo mentirme a mí misma, pero no sé qué más hacer. Está claro que de un modo u otro siempre voy a estar unida a Dorian…
La camarera se acercó de repente.
—¿Quieren más café?
—No, gracias.
Evan esperó hasta que se perdió de vista.
—Lo cierto es que quería pedirte perdón por todo lo que ha pasado entre nosotros.
—¿Bromeas? Eres tú quien debe perdonarme. No sé cómo sigues dirigiéndome la palabra después de haberte ocultado algo tan importante.
—Bueno, supongo que yo habría hecho lo mismo. No he visto a nadie que tenga que soportar algo semejante. Después de todo, eres muy valiente.
—No es necesario que mientas. Sé que soy una cobarde. —Apoyó la cabeza en una de las manos—. Tú tenías razón. Debería habérselo dicho en cuanto tuve ocasión, pero tenía tanto miedo que acabé optando por el camino fácil.
—Tu vida no es fácil, Ángela. Te conozco. A pesar de todo, sé cómo eres. No sé si tu hermana sería capaz de hacer lo mismo por ti, pero te esfuerzas al máximo para dejar de lado lo que sientes. Es un gran acto, lo digo en serio. Eso dice mucho de ti. Adoras a tu hermana.
—Por eso lo hago. Es que no se trata de mí, sino de ella. —Se revolvió el pelo—. Toda su vida ha sido criticada, y se ha visto envuelta en multitud de problemas. No era buena estudiante, bebía… Ya puedes hacerte una idea. Yo no pasaba en casa el tiempo suficiente, y cuando empecé con todo lo del teatro me acabé distanciando de ella aún más. Por primera vez, sé que está feliz. Cuando volví a la isla debido a su boda, me encontré con una Nora totalmente cambiada. Seguía siendo la misma, pero estaba pletórica. —No pudo evitar sonreír—. No veía esa sonrisa desde hacía años. No niego que tenía miedo de que metiera la pata. Una boda es un compromiso serio y se iba a casar con alguien que conocía sólo desde hacía seis meses. La critiqué, eso es cierto. Pero también me alegraba verla de esa forma. Cuando vi a Dorian entendí perfectamente la situación. Dejé de buscar razones. Puede sonar muy cursi, pero todo tiene sentido a su lado. Comprendo perfectamente que Nora haya perdido la cabeza por él porque eso es exactamente lo que me pasó a mí cuando le conocí a los veinte años. Es muy especial, y aunque creas que es injusto por estar pendiente de las dos, lo cierto es que es el mejor hombre que he conocido en toda mi vida.
—Vaya…
—Por eso no podía decir nada. No quería estropear la boda de mi hermana. Lo mío con él acabó mucho antes de que se conocieran, así que técnicamente no se metió de por medio. Ella llegó después y… ha ganado.
—¿Estás segura de eso?
—Ella lleva el anillo de boda, Evan. Yo no.
—Sí, pero Dorian no la quiere por igual.
—Sé que con el tiempo aprenderá a quererla tal y como debe hacer.
—Escucha lo que dices —susurró—. Nadie puede enamorarse de alguien premeditadamente. Puede que sea cierto que la quiere, pero a veces el pasado es más fuerte que todo lo demás. Volvió a sentir por ti todas esas cosas cuando volvió a verte. No le estoy culpando, pero debería haber detenido la boda si no lo tenía claro.
—Fui yo la que le pedí que siguiera adelante —admitió Angy—. Puede que en un principio me negara a aceptar que iban a casarse, pero después comprendí que era lo mejor.
—Para ti no.
—No, pero yo tomé una decisión hace mucho. Le abandoné por mi trabajo. No creía poder mantener nuestra relación a distancia y por eso me marché. Yo rompí con todo. No era justo que volviera a aparecer y decidiera retomar algo que dejó de existir. Tenía que apartarme, y eso es justo lo que he hecho durante estos meses. Puede que visto desde fuera no sea así, pero me he mantenido alejada de él todo lo posible. No he vuelto a estar con él. Puede que me haya cogido de la mano tal y como viste, pero te aseguro que no ha habido nada más. Ni por su parte ni por la mía. Puede que haya tenido unas ganas locas de besarle, pero no ha sido más que eso, simple imaginación.
—¿Y estás segura que va a quedarse únicamente en eso?
—Por supuesto. Le juró fidelidad a Nora, y lo va a hacer.
—No hablo de él, si no de ti. —Se acercó a ella—. ¿Hasta cuándo crees que vas a poder seguir con esto?
—Todo el tiempo que sea necesario, hasta que me olvide de él.
—Pero tú misma has dicho que de una forma u otra siempre vas a estar unida a él. Si sigues viéndole, aunque sea de vez en cuando, lo que sientes por Dorian no desaparecerá. Tienes que cortar con esto. Debes hablar.
Ángela se estremeció. No podía hacerlo. Si había aguantado tanto en tan poco tiempo ahora no podía tirarlo por la borda. Nora nunca debía enterarse de nada.
—No ha pasado nada entre nosotros. Hemos hablado, discutido, peleado… Llámalo como quieras, pero nunca hemos cruzado el límite. Eso es algo que no va a suceder. Sabemos lo que hay, y mientras sigamos así, nadie saldrá herido. Mi único consuelo es saber que Nora es feliz.
—¿Y vas a dejar que Dorian permanezca al lado de una mujer que no le llena?
—No puedo hacer nada al respecto. La eligió a ella.
—Te equivocas, Angy. Eres la única que puede acabar con esta mentira. —La agarró de la mano—. ¿Qué pasará dentro de diez años? ¿De verdad crees que podrás continuar con esto? Pasarán los años, y en cada cumpleaños o celebración os volveréis a ver las caras, y entonces tendréis que ocultar de nuevo lo que sentís. Le hará creer a Nora que la quiere, pero en silencio seguirá pensando en ti, de la misma forma que tú le echarás de menos. He visto cómo le miras. Sé que no te permitirás volver a enamorarte. Me dices que renuncias a él pero tus ojos no dicen lo mismo. Te quedarás sentada, esperando a que ocurra un milagro, pero no va a suceder. Si quieres estar con él, no lo compartas.
—No tengo elección. Tengo que hacerlo. No puedo arruinar la vida de mi hermana. Ella lo ha dado todo por mí. Siempre me ha admirado, y no tengo derecho a destruir su futuro —sollozó—. Podría haberse casado con cualquier otro hombre del mundo pero le eligió a él. Tengo que respetar eso. No importa que yo estuviera con Dorian antes. De eso hace mucho tiempo. Lo que importa es ahora, el presente. Están juntos. Yo no cuento. Lo que se acabó, se acabó. No vamos a volver.
Volvía a romperse por dentro. No podía seguir los consejos de Evan. No podía hablar. Era una locura.
—Entonces, es agua pasada. No vas a volver a buscarle.
—Nunca he tenido intención de hacerlo. Ha entrado de nuevo en mi vida debido a las circunstancias, pero soy capaz de controlar lo que siento. Si fui capaz de estar dos años alejada de todo lo que teníamos también podré con esto.
Evan la miraba con cariño. Admiraba la valentía de su amiga, pero dudaba de que sus intenciones llegaran a buen puerto.
—Debes tenerlo claro. Tienes que saber lo que haces. Está en juego la felicidad de tu hermana. Quieres pasarte por encima e ignorar el dolor que te quema todos los días.
—No es el fin del mundo. El amor no lo es todo. Me concentraré en el teatro como siempre he hecho y trataré de pensar en ello lo menos posible. Algún día tendrá que acabarse.
—¿Y si no lo hace?
—Nada es para siempre. Nunca he creído en los cuentos de hadas y mucho menos ahora. Tengo que admitirlo. Se me ha ido de las manos, pero aún puedo evitar un desastre mayor. —Arrugó la nariz—. Dorian jamás hubiera vuelto a pensar en mí de no ser porque Nora y yo somos hermanas. Hemos vuelto a tener contacto, sí. Pero eso no cambia nada. Nora le ayudó. Se lo debe.
Se quedaron en silencio durante un par de minutos. Para su sorpresa, Angy había liberado ese gran nudo que apretaba su garganta. Sentaba de maravilla poder tener a alguien con quien hablar de sus líos amorosos. Contarle sus problemas a la almohada no era lo mismo.
—Estoy orgulloso de ti —susurró Evan—. Tienes una fuerza de voluntad increíble. Ahora más que nunca cuentas conmigo.
Angy se deshizo por momentos. Le adoraba. Era como el hermano que nunca había tenido. Se sorprendía por su buen corazón. A pesar de todo, de saber la verdad y el oscuro pasado de su amiga, no la había rechazado.
—No sabes lo que significas para mí. Eres mi único apoyo. —Dejó escapar una sonrisa—. ¿Sabes? No puedo dejar de pensar en algo. Creo que agradezco que nos descubrieras ese día en el bosque. Ahora ya sabes lo que hay. No tengo por qué seguir con mi historia de ningún ex misterioso.
—Sí, y por eso precisamente voy a olvidarme de lo que vi. Si tú quieres comenzar de cero, tengo que situarme a tu lado. No digo que vaya a resultarte fácil, pero si es tu decisión, te apoyo. —Se acarició las sienes—. Quizás tengas razón. Hablar no solucionaría nada, pero prométeme que no habrá ninguna próxima vez. No me gustaría encontrarte de nuevo con él. Ya sabes que me tomo las cosas como algo personal. No quiero que seas la amante de nadie. Vales muchísimo, Angy. En todos los aspectos. Eres preciosa por dentro y por fuera. De eso podría darse cuenta cualquiera.
Ella asintió con entusiasmo, deseando encontrar la voluntad suficiente y necesaria.
—No volverás a ver nada como aquello. Fue una despedida. —Se removió en su sitio—. En cuanto a lo de verle de vez en cuando…
—¿Qué?
Ella se mordió el labio.
—La verdad es que yo también tengo que decirte algo.
—¿Es de lo que creo que es?
—Me temo que sí.
—¿Has vuelto a verle?
—No exactamente.
Evan arrugó la frente.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Le has visto o no?
Angy tomó un poco de café.
—No, pero voy a hacerlo la semana que viene.
Su mejor amigo palideció de repente.
—No hablarás en serio.
—No es lo que crees.
—¿Y qué es lo que creo? No puedes hacerlo.
—No me queda otra opción.
—Pues claro que la tienes —exclamó—. No puedes volver a caer. Es demasiado pronto. Las cosas están muy recientes. Tienes que alejarte de él, tú misma me lo has dicho. Dijiste que lo harías.
Angy no quería arriesgarse más, así que optó por cortar ese momento de agonía.
—Evan, la semana que viene es el cumpleaños de mi madre. Nora me ha pedido que vaya. Lo quiera o no, tengo que ir, y eso implicar volver a verle. Si no voy me ahorraré el mal trago, pero eso es algo que mi familia ignora. Quiero a mi madre, y no puedo estar ausente en un día tan importante para ella.
Evan cruzó las manos en la mesa y desvió la mirada. Estaba meditando a fondo en ello. Al parecer, no dejaban de surgir problemas por todas partes.
—¿No hay alguna manera para que no vayas?
—Podría inventarme cualquier cosa, pero no es lo que quiero hacer.
—Pero entonces admites que quieres verle de nuevo.
—No —se apresuró a decir—. Es decir, no. Iré a ver a mi familia. A mi madre. Él no es el objetivo principal. Tengo que asumir que estará presente, pero le ignoraré todo el tiempo que sea posible. Será ir y marcharme. En cuanto pueda irme, lo haré. No permitiré que se acerque más de lo necesario.
Evan frunció el ceño.
—Si es lo que quieres hacer…
—No me mires así —imploró Angy—. No es mi culpa. Ni siquiera me acordaba del cumpleaños de mi madre. Todo ha sido por Nora y su llamada. Cuentan conmigo, y no puedo decirles que no. Ya paso demasiado tiempo alejados de ellos.
—Está bien —interrumpió—. No tienes que darme explicaciones. Sólo espero que sepas lo que haces.
—Lo sé.
—¿Lo dices para convencerme a mí o a ti misma?
—Sé que si me enfrento a esto será un paso más para mí. Tengo que verle como lo que es. Mi cuñado.
—Los cuñados no se miran de esa forma.
—No volverá a pasar.
Evan pidió la cuenta.
—Nunca pensé que mi mejor amiga pudiera ser tan interesante. Nunca dejas de sorprenderme.
—Desearía ser normal.
—Lo eres.
—Sí, pero dudo mucho que alguien esté metido en el mismo lío que yo.
—Es lo que tiene el amor…
Angy soltó un bufido.
—Estoy harta de todo lo que tiene que ver con el amor.

82


Estaba totalmente decidida; dispuesta a no cometer ningún error más. Se había preparado a conciencia, pasándose horas delante del espejo para convencerse así misma de que podría hacerlo. Era cuestión de valentía, y sabía que podría con ello. A fin de cuentas no era nada nuevo. Había estado cerca de él el tiempo suficiente como para aprender a disimular. Hacerlo de nuevo no suponía ningún obstáculo. Era actriz, lo llevaba en las venas. Tenía que sacarle partido y recordar ese día como lo que era, el cumpleaños de su madre, y no otra oportunidad de estar cerca de Dorian.
El aeropuerto estaba sorprendentemente colapsado. Miles de voces le agujeraban los oídos, pero por suerte no tuvo que esperar demasiado para subir al avión. Intentó relajarse, pensando con objetividad. Mantendría la cabeza fría en todo momento, deseando volver a casa lo antes posible, y concentrarse de lleno en el teatro; a fin de cuentas era su único amor. No le daba tantos quebraderos de cabeza y como recompensa obtenía una oleada de aplausos.
Sostenía en el regazo su bolso. En él tenía guardado el regalo que había comprado para su madre. Seguramente no acertaría, pero no se le había ocurrido otra cosa. Un simple frasco de perfume; caro, pero perfume al fin y al cabo. Las joyas era algo que había desechado rápidamente. Nora habría optado por ello, si es acaso no lo había hecho su padre. Confiaba en que su presencia resultara más gratificante.
Se levantó de su asiento para ir al lavabo. Cerró la puerta y se quedó observándose en el espejo reluciente. No parecía ni ella. Tenía mejor aspecto que de costumbre. Las ojeras habían desaparecido y una capa de maquillaje había hecho maravillas. Los ojos delineados en color verde acrecentaban su mirada esmeralda. Las mejillas estaban ligeramente sonrosadas, y la piel permanecía tersa. Estaba guapa, más de lo habitual. Volvió a su sitio junto a la ventanilla. Escuchó unas voces alegres detrás de su asiento. Con disimulo se dio la vuelta y observó a una pareja de adolescentes que reían con fervor. Volvió a sentarse correctamente. Dejó escapar un suspiro. Estaba claro que todo le recordaría a él si era eso lo que quería creer. Tenía que desembarazarse de esos sentimientos que no hacían más que aprisionarla. Si era capaz de disimular y comportarse de forma diferente delante de Dorian, probablemente las cosas cambiarían de rumbo. Aún se resentía por su actitud en el campo. Se había acercado peligrosamente y lo que era peor, había permitido que le agarrase la mano. Había sido un error catastrófico. Era como haberle dado alas. Eso ya no tenía arreglo, pero al menos podía rectificar a partir de ese momento. Intentaba convencerse de que una nueva versión de sí misma había subido al avión, con la única esperanza de pasar un agradable día con la familia. Dorian sólo sería uno más. Si tenía intención de que él se lo creyese, antes tenía que hacerlo ella misma.
Cuando quiso darse cuenta ya habían aterrizado, pero el cuerpo estaba tenso, quizás demasiado. Y no sabía qué pensar. De repente sus pensamientos y miedos más arraigados se habían convertido en algo de carne y hueso, y la acompañaban como una sombra invisible, sin nadie que pudiera verlo. El corazón la latía como un loco y lo único que se le ocurrió fue agarrar la pequeña maleta con fuerza. Afuera, el frío se había ido. El sol pegaba con fuerza y el día conseguía apartar todo lo malo.
El coche aparcado de Nora aguardaba al final de la recta que proyectaba la calle. Angy sintió vértigo al verla. Después de tanto y aún no sabía comportarse delante de su propia hermana. Aceleró el paso y se quedó esperándola de pie, a que ella bajara del coche.
—No puedo creer que seas tú —susurró.
El estómago de Ángela tembló considerablemente.
—¿Por qué?
—Estás preciosa. —Le dio un beso en la mejilla—. ¿De dónde has salido?
—Lo único que quiero es que mamá no se preocupe, así que me he esforzado al máximo tal y como me pediste.
Nora se acercó y le quitó la maleta de las manos.
—Sube —gruñó cariñosamente.
Dentro del coche la atmósfera se volvió opaca. Los cristales estaban cerrados y el sol se reflejaba en el salpicadero. Nora conducía tranquilamente, sumida en una oleada personal de calmantes, con el rostro sereno. Llevaba exquisitos pendientes y el pelo trenzado. Apenas iba maquillada pero eso no era ningún problema. Seguía siendo una mujer absolutamente deslumbrante con o sin maquillaje.
Angy notaba cierta incomodidad dentro del vehículo. Intentaba concentrarse en lo que veía a través del cristal pero sabía que tenía que decir algo. No quería empezar con mal pie.
—Me alegro de verte —dejó escapar.
Nora se tomó unos largos segundos antes de devolverle la mirada.
—¿Lo dices en serio?
—Sí, muy en serio. Quería volver a verte.
—Bueno, eso tiene fácil arreglo. Tienes todo un día para compartir con todos nosotros.
Angy sonrió con ganas, deseando que las cosas salieran tal y como debían.
—Es justo lo que me apetece hacer ahora mismo. —Contuvo la respiración—. ¿Cómo están papá y mamá?
—Genial.
—Gracias por insistir para que viniera.
—¿A qué viene eso?
La mujer de ojos verdes se encogió de hombros.
—Aunque no lo creas, tú eres la más sensata de las dos. Me mantienes unida a la familia. De no ser por ti…
Nora dejó escapar una sonrisa. Aquel inocente gesto anunciaba que volvía a ser la de siempre, tan inocente y encantadora.
—No quiero sentimentalismos a primera hora de la mañana —dijo—. Es demasiado temprano. Con mamá llorando a raudales tendremos más que suficiente.
—¿Qué le has comprado? —quiso saber su hermana mayor.
—Es una sorpresa.
—Pero no es mi cumpleaños, Nora. Quiero saberlo.
—Espera un poco. De todas formas vas a verlo con tus propios ojos.
Se recostó sobre el asiento del copiloto.
—Siempre mantienes el misterio hasta el final.
—De eso se trata. Una sorpresa es una sorpresa. —Arrugó la frente, divertida—. Sólo espero que no salgas huyendo como la última vez. Ya sabes lo que te juegas. Dependes totalmente de ti. No quiero excusas baratas.
Eso le inyectó adrenalina en cantidades industriales en las vendas. Sabía que Nora tenía razón. Estaba en su mano no fallar. Ni siquiera un huracán podía estropear ese día.


83


La isla resplandecía; parecía sacada de un cuadro. Las olas rompían en las rocas y el cielo estaba despejado. La gran casa adquiría un tono diferente. El verde de los árboles daba la bienvenida. Apenas soplaba viento y eso sí que era toda una novedad.
—Es como si llevara años sin venir por aquí —susurró Ángela.
—Es que esa es la verdad —gruñó Nora.
—¿Y tu boda? ¿Y el mes antes? No digas eso, me haces sentir mal.
—Era una broma, Angy. No te lo tomes tan a pecho. Aunque tienes que reconocer que abandonaste esta casa hace mucho.
—No lo digas así. No la abandoné, simplemente me marché para vivir mi vida.
—Ya vuelves a hablar en pasado. Sí que te gusta vivir a base de recuerdos.
Sin querer, esa frase se convirtió en un golpe bajo. Trató de recuperarse un segundo después. Ese tipo de malos tragos iban a estar presentes en aquel día, así que no le quedaba más remedio que acostumbrarse.
Aparcaron el coche y entraron en la casa. Un silencio enorme la envolvía. Un agradable olor a flores recién cortadas inundaba toda la estancia.
—Ponte cómoda —apuntó Nora—. Estás en tu casa.
Angy arrugó la frente, fingiendo haberse ofendido.
—Muy graciosa.
Con cautela e intentando mantener la calma, pasó al salón. Todo estaba como de costumbre, salvo por algunos detalles. Tenía grabado a fuego en su mente cada rincón, y por eso echaba en falta algunas fotografías.
—¿Dónde están las fotos que faltan?
Nora apareció segundos después.
—Oh, ya no están.
—Eso ya lo veo. ¿Qué han hecho con ellas?
—En realidad me las he llevado yo.
Su hermana mayor torció el labio.
—¿Adónde?
—A casa de Dorian —admitió—. Quería llevarme algunos recuerdos allí. Darle mi toque personal, ya sabes.
Angy asintió en silencio mientras un escalofrío le recorría la columna sólo por haber escuchado su nombre. Volvió a mirar toda esa gran estantería. Calculó mentalmente y enseguida percibió la ausencia de una imagen en especial.
—Te has llevado unas cuantas —susurró—. ¿También la del marco plateado?
—Sí, esa también. Quiero verte todos los días aunque sea en papel. —Se cruzó de brazos—. ¿Te molesta que me la llevara? Si quieres puedo devolverla a su sitio.
—Oh, no. Claro que no. Era simple curiosidad. —Ahogó un suspiro—. Me gusta esa foto.
—Y a mí.
Sin poder evitarlo Angy imaginó la escena cruel a la que Dorian fue sometido. Se imaginaba allí a su lado, observando todas esas imágenes sacadas a través del tiempo, cuando de repente el aire seguramente habría dejado de circular a través de sus pulmones. La sola idea le parecía espantosa. Debía haber sufrido un shock enorme al ver aquella fotografía en ese marco de plata; darse cuenta que la hermana de su novia era precisamente la misma que le había roto el corazón años atrás. Un inmenso jarrón de agua fría por cada terminación nerviosa.
—Angy.
La voz de pito de Nora la devolvió al presente.
—¿Qué?
—¿Vas a quedarte de pie todo el rato? No te comportes como una extraña. Relájate.
Eso era verdad. Acababa de cerciorarse de que todos y cada uno de sus músculos estaban al cien por cien, como si la opción más fácil de llevar a cabo fuese la de huir. Pero no, por ese día sus pies no saldrían corriendo. Le tocaba apretar los dientes y seguir avanzando, costara lo que costase.
—¿No dijiste que iríamos a la ciudad?
—Claro, pero aún es pronto.
Angy arqueó las cejas, todavía sin comprender.
—Papá se la ha llevado por ahí —explicó Nora—. Querían tener su momento a solas. Ya sabes que papá siempre ha sido un romántico empedernido.
—¿Y cuándo van a volver?
—Todavía faltan horas para eso. De todas formas no van a venir aquí. Hemos quedado en el restaurante. Todo está organizado, así que no te preocupes.
—De acuerdo.
—Voy a darme una ducha —anunció Nora—. Tengo que arreglarme y ponerme guapa.
—Yo creía que ya estabas preparada. Eso, o que siempre estás reluciente.
—Vaya, menudo piropo. Creo que el viaje no te ha sentado tan mal después de todo.
Angy sonrió y se quitó la chaqueta.
—Anda ve. No quiero quitarte ni un minuto de tu preciado tiempo.
Cuando estuvo segura de que Nora se había metido en el cuarto de baño, pudo volver a reaccionar. No tenía ni idea de por qué estaba tan nerviosa, o quizás sí. Esperaba mucho de su parte; estar a la altura era su meta primordial, pero si continuaba por ese camino no llegaría lejos, así que se obligó a respirar lentamente, ejercitando sus ejercicios de teatro, simulando estar preparándose para salir a escena. Agarró su bolso y paseó por toda la casa. No aguantó las ganas de entrar a su cuarto y subió los escalones de dos en dos. Era una odisea a través del tiempo. Viajaba años atrás. Por un momento revivía todos esos momentos cargados de anhelos adolescentes, cuando aún soñaba con alcanzar las puertas de la interpretación.
Se tumbó en su cama. Sonrió. Resultaba igual de confortable que años atrás. Se incorporó lentamente y deslizó la cremallera del bolso. Sacó de su interior el pequeño regalo, el perfume caro, envuelto cuidadosamente en papel elegante. Lo colocó encima de su escritorio y se quedó observándolo con detenimiento. Quizás se había quedado corta con su detalle, pero ya no disponía de tiempo y mucho menos de ideas para cambiar de obsequio. Su madre tendría que contentarse con unas gotas de perfume; así se acordaría de ella cada vez que lo usase.
La ventana estaba inmaculada, trasparente, sin una sola mota de polvo. Sintió vértigo al aproximarse. Era la primera vez que permanecía delante de ese rectángulo durante tanto tiempo seguido después de lo que pasó; cuando esa apertura de cristal le ofreció la más increíble de las visiones, al verle llegar como si nada, convertido en uno más de la familia pero sin estar cogido de su mano. Pero se acabó, formaba parte del pasado. Se apartó bruscamente y le dio la espalda. Tragó saliva y suspiró hondo.
El tiempo se esfumó, pero aumentó su ansiedad. No dejaba de dar vueltas por su habitación, concienciándose en profundidad. No debía haber errores.
—¿Se puede saber qué te pasa? —gruñó Nora.
Despertó violentamente de su letargo. Ni siquiera la había visto aproximarse. Estaba envuelta en varias toallas, pero su mirada estaba inquieta.
Ángela se tensó un poco más.
—Nada. ¿Por qué?
—¿Por qué? No dejas de moverte de un lado para otro.
—Es que estoy nerviosa por mamá. No quiero que nada salga mal.
—¿Por qué tendría que salir algo mal?
—No sé, son cosas mías.
Nora le dedicó una de sus sonrisas.
—Tranquilízate. Mañana a estas horas ya podrás estar de vuelta y continuar con tu querido mundo del teatro.
—Por primera vez no tengo prisa por marcharme.
Nora abrió los ojos.
—Eso sí que no me lo creo.
—No veo que tiene de malo.
—Al contrario, es estupendo. Lo que no sé es por qué piensas de esa forma ahora. Deberías haberlo hecho antes. Todo el mundo necesita a su familia, incluso tú.
—Supongo que ya he aprendido la lección.
—De eso nada. Todavía te queda mucho por aprender.
—Entonces tendré que tener paciencia.
La mujer de pelo dorado sacudió la cabeza, sujetando la toalla que le envolvía el cabello mojado.
—Soy yo la que tiene que tener paciencia contigo. Nunca sé por dónde vas a tirar.


84


Nora se deleitaba con su propio reflejo en el espejo. Estaba encantada con su aspecto, y Angy asentía mostrándose conforme.
—Aunque te empeñases no podrías estar más guapa.
Nora se giró, agradecida por el piropo de su hermana.
—Lo sé —bromeó—, pero tú no te quedas atrás. Sinceramente no me esperaba que aparecieras de esta guisa.
—¿Tanto te sorprende? Es el cumpleaños de mamá. Supongo que tenía que hacer una excepción.
—Desde luego, y eso le va a encantar. —Sonrió—. Mírate, estás hecha toda una reina.
—Yo no diría tanto.
—No, y por eso lo digo yo. —Le guiñó un ojo—. Estás preciosa, lo digo en serio. Además ese maquillaje te resalta la mirada. No sabía que tenías unos ojos tan bonitos.
Ante tanto piropo Angy puso los ojos en blanco. Nunca le había gustado ser el centro de todas las miradas.
—Vale ya de piropos. Ya sabes que no me gustan.
—Pues hazte a la idea. Mamá y papá no se van a quedar cortos.
El teléfono de Nora comenzó a sonar.
—¿Sí?
Ángela contuvo la respiración, tratando de ser valiente.
—Es Dorian —susurró, y se alejó un poco para hablar.
La mujer de ojos verdes mantuvo la calma y comenzó a contar en silencio, hasta que los nervios volvieron a su cauce natural.
Al cabo de unos minutos su hermana volvió a la posición inicial.
—Era Dorian.
—Ya me lo has dicho —susurró Angy—. ¿Qué quería?
—Me ha preguntado si ya estabas aquí.
—¿Y él dónde está? ¿No va a venir?
Nora sacudió la cabeza.
—Sí, pero se reunirá con nosotros en el restaurante. Está un poco liado con el trabajo y no ha podido acompañarme para ir a buscarte al aeropuerto. Quería hacerlo, pero no ha podido ser.
Una punzada le recorrió el vientre.
—Qué considerado…
—No quiero tus ironías para referirte a él —gruñó—. Todavía está tratando de caerte bien. No entiendo por qué se lo pones tan difícil.
Esa sinceridad repentina le sentó fatal. Sentía rabia; no toda la culpa era suya.
—Me cae bien, Nora.
—No me mientas.
—No lo hago. —Tragó saliva—. Ya sabes lo reservada que soy. Me cuesta coger confianza y abrirme con los demás.
—Pero resulta que es mi marido. Es tu cuñado, por Dios. A veces tengo la sensación de que ni siquiera puedes aguantarle la mirada.
Había recalcado especialmente su posesión. Su marido, claro.
—Eso es porque no tengo confianza suficiente.
—Y ni la tendrás si sigues esquivándole —bufó—. Dime que vas a intentar ser amable con él. Apenas nos vemos y siempre que coincidimos te muestras distante. Intenta cambiar eso por favor.
Desde luego iba a tenerlo complicado. Tenía en mente alejarse todo lo posible de él y ahora su hermana le pedía justo lo contrario. Demasiada mala coincidencia.
—De acuerdo.
—Dilo de verdad.
—Está bien, de acuerdo. —Torció el labio—. Lo haré.
Nora volvió a sonreír, serena.
—Así me gusta. —Se frotó las manos y consultó su reloj—. Y ahora vamos, tenemos que irnos ya.
—¿Ya?
—Sí.
—Es pronto.
—No, ya no lo es. —Se puso su elegante chaqueta—. Tenemos que ir a la ciudad, y el restaurante no está precisamente a las puertas. Se tarda un buen rato.
—Vale, entonces vámonos.
Se dirigían a la puerta cuando Nora paró en seco.
—¿No olvidas nada?
—No.
—¿Estás segura?
Molesta, Angy meditó durante diez segundos. Iba a volver a dar una respuesta negativa cuando se acordó.
—Tengo el bolso en mi cuarto —anunció—. En seguida vuelvo.
—Te espero en el coche.
Regañándose a sí misma, subió las escaleras a la máxima velocidad que le permitieron los tacones. Entró en su cuarto y agarró el bolso. Iba a desparecer cuando observó por última vez la ventana. Iba a verle sin ninguna ventana de por medio, eso sí que la activaba por completo. Debía interpretar el papel de su vida, y desechar definitivamente esos sentimientos que no le habían hecho ningún bien.
Entró rápidamente en el coche.
—¿Lista?
—Sí.
Nora arrancó el motor.
—Última oportunidad.
—Nora, ya estoy en el coche —bufó—. Arranca de una vez.
Su hermana pequeña rió por lo bajo.
—Tengo que admitir que cuando te enfadas te pareces bastante a mí.
Angy puso los ojos en blanco.
—No sé si debo tomármelo como un cumplido o una ofensa…


85


El tráfico era denso; hora punta. Los carriles de vehículos circulaban lentamente, y Nora comenzaba a desesperarse entre toda esa maraña de metal y neumáticos.
—Oh, por Dios. Esto es insoportable.
—Cálmate —sugirió Angy—. Es pronto.
—Vale, todavía tenemos tiempo, pero a este paso no llegaremos. ¿Has visto la cantidad de coches que hay delante?
—Están igual que nosotras.
Con esfuerzo, consiguieron recorrer unos pocos metros más, pero nuevamente se pararon.
—Seguro que ellos ya han llegado.
—¿Y?
—No está bien que les hagamos esperar. Es su cumpleaños.
—Nora, no tenemos la culpa de todo este tráfico. Llegaremos cuando podamos.
El teléfono de Nora cobró vida. Se movía a intervalos cortos, con la pantalla apagándose y encendiéndose intermitentemente.
—Ya veo que estás muy solicitada. No paras de recibir llamadas.
—A diferencia de ti, yo siempre contesto. —Se inclinó sobre su asiento para conseguir ver la pantalla del aparato—. Qué raro…
—¿Qué pasa? —quiso saber Angy.
—Es Dorian otra vez.
—¿Qué quiere?
—No lo sé. —Se aferró al volante y siguió conduciendo—. Contesta tú.
Una oleada de terror la invadió por completo.
—¿Qué?
—Estoy conduciendo, no puedo hablar —insistió—. Venga, cógelo.
—Pero…
—¡Angy!
—Está bien…
Con manos temblorosas se aproximó al móvil de Nora, que no dejaba de vibrar y canturrear.
—¿Sí?
Hubo un silencio prolongado en la línea. Desde luego se habría quedado de piedra al comprobar que no era Nora la que estaba al teléfono.
—¿Sí? —repitió ella.
—Hola —dijo finalmente Dorian—. ¿Angy?
Se removió en su sitio al escuchar su propio nombre. Los nervios volvían a acribillara.
—Sí, soy yo. Nora no puede ponerse. Está conduciendo.
—Pregúntale qué es lo que pasa —susurró Nora.
—¿Qué?
—Que le preguntes por qué ha vuelto a llamar.
—Claro… —Se acarició la mejilla—. Dorian, Nora quiere saber por qué has vuelto a llamar.
No pudo evitar sentirse ridícula debido a su tono de voz, que se parecía misteriosamente a un robot. Estaba tensa.
—Pues la llamaba para avisarte, para avisarla… —Carraspeó—. Llamaba para que supierais que voy a llegar más tarde de lo esperado. Aún tengo un poco de lío aquí.
—De acuerdo —dijo Angy—. ¿Y cuándo vas a venir?
Había vuelto a meter la pata. Parecía ansiosa por verle, y eso era justo lo que no debía aparentar.
—No lo sé. En cuanto acabe, saldré para allá.
—Vale, entonces hasta luego —colgó.
Volvió a dejar el móvil en su sitio.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Nora—. ¿Va a retrasarse?
—Sí. Ha dicho que llegaría más tarde, que tiene mucho lío.
Nora frunció el ceño, molesta. No le hacía demasiada gracia.
—Estupendo —bufó—. Entonces tendremos que empezar sin él.
—Tranquila, ha dicho que vendría.
—Sí, pero tarde.


El restaurante destacaba por su elegancia. Ahora se alegraba de haberse puesto de punta en blanco. Con ese vestido negro, aparentaba ser una mujer segura de sí misma, o al menos es lo que parecía. Las paredes eran color crema, altas, con techos considerablemente elevados. Pequeños floreros adornaban aquí y allá, y la voz de algunos comensales se escuchaba por todas partes. Nora y Angy se adelantaron hasta que finalmente percibieron las siluetas de sus padres al fondo, sentados en una gran mesa con manteles del mismo color que las paredes. Se aproximaron con alegría contenida, todo lo contrario que su madre, que se levantó nada más verlas, con la sonrisa tatuada en sus finos labios.
—¡Mis niñas! —Las abrazó con fuerza, besuqueándolas con cariño—. Por fin habéis llegado. Os estábamos esperando.
—Lo siento, mamá —se excusó Nora—. Había muchísimo tráfico. Hemos hecho lo que hemos podido.
—No os preocupéis —dijo, volviéndose hacia su hija mayor—. Oh, Angy. Cada día estás más guapa. Este vestido te sienta como un guante. Cada vez que vuelvo a verte estás más preciosa.
Ángela notó sus mejillas encenderse.
—Gracias, mamá. Tú estás estupenda. Cumplir años te sienta de maravilla. —La abrazó con ganas—. Felicidades.
—Muchas gracias, tesoro. —Dejó escapar un suspiro.
—Toda la familia de nuevo reunida —comentó Vladimir.
Angy se abalanzó sobre él y le envolvió en sus brazos. Siempre había tenido ese contacto especial con su padre. Le había echado muchísimo de menos.
—Papá —susurró.
—Cariño —pronunció con un hilo de voz—, ¿estás bien?
Angy reprimió las lágrimas en sus ojos.
—Sí, es que me alegro mucho de veros.
—Nosotros también a ti.
—Bueno, sentémonos —apuntó Julia.
Todos tomaron asiento alrededor de la mesa circular. Había bastante espacio, y era evidente que la silla que estaba vacía resultaba llamativa.
—Nora —pronunció Julia—, ¿no se suponía que Dorian iba a venir?
Su hija menor se aguantó las ganas de estallar. Tenía la misma paciencia que años atrás.
—Me ha llamado hace un rato para decirme que llegaría más tarde. Lo siento.
—No pasa nada. Le esperaremos.
—No —espetó Nora—. Es tu cumpleaños. No puedes esperar.
—Oh, claro que sí. —Miró su reloj de muñeca—. Todavía es pronto. Mientras podemos tomar unos aperitivos o un poco de vino.


86


Ángela se estaba llevando una grata sorpresa. No dejaba de sonreír y reír a carcajadas con los comentarios que decía su madre. El ambiente era relajado, y por primera vez en mucho tiempo se encontraba feliz; se sentía como en casa. Ni siquiera se permitía un momento de duda. Sabía que con cada minuto transcurrido Dorian tardaría menos en volver, pero eso no le quitaba el sueño, al menos no las ganas de reír. Probablemente estaría achispada con las copas de vino que se había tomado; no estaba acostumbrada a beber y la cabeza le daba vueltas, pero estaba despejada, y eso era justo lo que necesitaba.
—Cariño, Nora nos ha dicho que tu estreno fue espectacular —comentó Julia.
—Sí, la verdad es que a la gente le gustó.
—A pesar de ser algo triste —apuntó Nora—. Podría haber sido diferente, con un bonito final feliz os habríais llevado todavía más aplausos.
—De eso nada. Queríamos hacer algo diferente, y comprobaste por ti misma que acertamos.
—Espero que vengas aquí a actuar alguna vez.
—Eso es lo que le digo siempre.
Ángela se llevó el mechón de pelo detrás de la oreja; el resto lo tenía recogido en una bonita coleta. Le acentuaba las finas facciones.
—Eso no depende de mí, pero sería una gran satisfacción.
Uno de los camareros que estaban pendiente de su mesa se acercó a Vladimir con gesto dócil.
—¿Desean otra botella de vino?
—Sí —contestó Vladimir.
—Enseguida —dijo, alejándose obedientemente.
—Por mi parte no voy a tomar más vino —anunció Angy.
Nora rió por lo bajo.
—¿Estás contenta?
—No, pero no quiero estarlo.
—Sólo te has tomado dos copas.
Se encogió de hombros, intentando quitarle importancia.
—Es suficiente para mí. —Chasqueó sus nudillos y cambió de tema—. ¿Qué tal por la isla? ¿Habéis pensado en tomaros un descanso?
Julia sonrió abiertamente.
—Sabes que tu padre adora el trabajo. Lleva en las venas lo de ser abogado.
—Cielo, tú también lo eres —recordó Vladimir.
—Sí, pero no me lo tomo tan en serio. Debes relajarte. Ya vas teniendo una edad…
Ángela sonrió como una niña pequeña. Le encantaba ver escenas así, en las que sus padres se hacían comentarios divertidos y se demostraban mutuamente que seguía existiendo esa complicidad que les había unido años atrás. Eran la definición perfecta del amor.
—Podrías venir más a menudo, Angy.
La voz de su padre la sacó del ensimismamiento.
—Me gustaría, pero no puedo pasarme el día entero subida en un avión… —Se mordió el labio—. Pronto empezaré con la gira del teatro y no sé cuándo tendré un nuevo descanso.
—En eso nos parecemos bastante.
—Oh, sí —interrumpió Nora—. Padre e hija unos obsesivos del trabajo.
—No es obsesión —corrigió Vladimir—. Es gusto por lo que hacemos.
—Bueno, pues yo no me imagino veinticuatro horas al día encerrada en el invernadero, con todas esas plantas enormes.
—¿Qué tal, por cierto? —se interesó su madre—. ¿Ya no tienes problemas con tu jefa?
—No, al menos de momento. Ahora se limita a pasar de largo y mostrar su falsa sonrisa a los clientes. Mientras que no se obsesione conmigo, todo irá bien.
—¿Y Dorian? ¿También tiene clientes?
—Sí, le va bastante bien. Hoy mismo tenía una reunión con varios grupos. Siempre está hasta arriba de trabajo. —Se mojó los labios con el vino—. La casa es todavía más enorme cuando no está. Hay demasiado silencio.
—Eso tendría fácil solución…
Nora puso los ojos en blanco.
—No empieces con lo mismo de siempre. Ya llegará el momento de tener hijos, pero hasta que eso ocurra, Dorian tiene que cuidar exclusivamente de mí.
—Creo que eso sabe hacerlo bien.
—Sí, está bastante pendiente, y es justo lo que quiero.
Vladimir carraspeó a propósito.
—¿Y nunca os peleáis?
—No demasiado. Pequeñas tonterías nada más.
—No quiero alarmarte, pero una pareja sin discusiones no es nada. Hay que pelearse.
—Pero papá —gruñó Nora—, ¿qué dices?
—Sé muy bien de lo que hablo, cielo. Las reconciliaciones también son importantes. Debes tenerlo en cuenta.
—¿Insinúas que debo pelearme con Dorian más a menudo?
—Sólo digo que la relación perfecta no existe. Las peleas y discusiones son el pan de cada día. Yo en tu lugar me preocuparía si no discutiera de vez en cuando con él.
—Deja de asustar a la niña —reprendió Julia—. Cada uno es como es. Si Nora no discute con su marido, será porque las cosas irán bien. —Desvió la mirada hacia Ángela—. ¿Y tú, cielo?
—¿Qué?
—Me gustaría que tuvieras el corazón ocupado.
—Mamá…
—No te sonrojes, Angy. Es algo normal. Tener a alguien con quien compartir la vida es muy bonito.
—Sí, pero no es momento para hablar de ello. Es tu cumpleaños.
—Y por eso quiero saber cómo estás.
—Pues bien, como siempre —balbuceó—. Sin cambios.
Julia entrecerró los ojos, mostrando más atención.
—Eso no es del todo cierto. Estás bastante delgada.
En un movimiento casi imperceptible, Angy miró a Nora. Ella ya estaba mirándola.
—No te preocupes, es normal. El estrés… A veces me preocupo más de lo normal.
—¿A veces? Yo diría que lo haces siempre.
—Bueno, déjala respirar —gruñó Vladimir—. Si dice que está bien, hay que confiar en ella.
—Gracias, papá.
—No hay de qué, pero a decir verdad me gustaría saber la verdad.
—¿Qué verdad?
—¿No hay nadie que te interese? ¿Algún tipo del teatro?
Su hija mayor soltó un suspiro exasperado.
—Ya decía yo que era demasiado bueno que me defendieras sin motivo aparente… —Se mordió el labio—. Pues no.
—Angy…
—¿Lo veis? A esto precisamente me refiero. Siempre estáis… al acecho.
—Ni que fueras un animal acorralado, Angy —soltó Nora—. Es simple curiosidad.
Estaba realmente incómoda. ¿Acaso era imposible vivir sin amor? ¿Sin pareja?
—¿Por qué os empeñáis en encontrarme a alguien?
—Porque eres una mujer guapa, inteligente y joven —apuntó Julia—. No mereces estar soltera.
—¿Que no merezco estar soltera? Pero mamá, eso es algo completamente normal. Es cosa mía. Yo decido si debo estar con alguien o no. Nadie me obliga a estar comprometida o soltera.
—Lo sé, cielo. Es que me cuesta creer que no haya nadie, ni el más leve indicio…
—¿Indicio?
—Ya sabes lo que quiero decir. Alguien debe de haber que te guste. No digo que hayas encontrado al amor de tu vida, pero puede que por ahí exista un hombre lo suficientemente bueno para ti.
El vértigo se originó de nuevo en sus venas. Así no acabarían nunca. Siempre había optado por decir la verdad, y de nada le había servido; habían seguido insistiendo. Por lo tanto, y aunque podría ser un error, la posibilidad de emplear la táctica contraria adquiría un encanto inesperado. Si lo intentaba, tal vez…
—Bueno, quizás…
Nora arqueó las cejas.
—Venga…
—Puede… puede que a lo mejor…
Julia se inclinó sobre la mesa.
—¿Existe? ¿Existe ese hombre?
Puede que se estuviera precipitando, pero si funcionaba, no volverían a mirarla con esos ojos de compasión.
—No lo sé, tal vez.
Se vio inmersa en su propia escena de película. Sus padres y su hermana estaban impactantes, atónitos, sorprendidos.
—¿De verdad?
—Puede.
—Déjate de ambigüedades, hermanita. ¿Es Evan?
—¡Claro que no!
—Pero yo creía que después de los días en la cara rural…
—¿Qué casa rural? —intervino su madre.
—No hagas caso a Nora. No sabe lo que dice.
Nora refunfuñó.
—Entonces, si no es él, ¿quién?
Estaba a punto de soltar otra mentira; piadosa, pero mentira al fin y al cabo.
—Es un… admirador —dijo, recordando al chico joven que Evan dejó entrar.
—¿Uno de esos que envían flores y cartas llenas de sentimientos?
—No, no. Nada de eso. Es más… normal. Informal, diría yo.
Su madre no daba crédito a lo que oía, pero estaba encantada, con los ojos abiertos como platos.
—¿Cómo has podido no decir nada?
—Mamá —suspiró Angy—. Ya soy mayorcita… No tengo que informaros de lo que hago…
—No, claro que no, pero es una gran noticia.
—¿Estás más tranquila por el simple hecho de saber que he conocido a… alguien? —Reprimió su indignación—. Ni si quiera he dicho que sea mi novio.
—Por algo se empieza —apuntó Nora.
La bomba ya había sido soltada. Esperaba que el remedio no fuera peor que la enfermedad.
—Nos estamos conociendo. No tengo prisa.
—Bueno, el tiempo es relativo. Ya ves lo que me pasó a mí —recordó Nora.
—No le des ideas a tu hermana —bufó Vladimir.
—No lo hago, puede hacer lo que quiera. Pero nunca se sabe.
—Bueno, ya está bien. Cambiemos de tema.
—¿Por qué?
—Porque no me gusta hablar de mí, y mucho menos con los hombres con los que salgo.
Julia arrugó la frente, tratando de mostrarse contenida.
—Cielo, nunca nos has presentado a ningún novio tuyo. Por una vez podrías hacer la excepción.
—Puede, pero por el momento hemos terminado de hablar de mi vida amorosa.


87


Conducía el coche a toda velocidad. La corbata le apretaba demasiado así que prefirió aflojarse un poco el nudo. Pudo respirar con más facilidad. Miraba el reloj cada pocos minutos, deseando llegar lo antes posible. De todas formas ya llegaba tarde, así que confiaba en que la situación no empeorase. Se compadecía así mismo; no había tenido la posibilidad de acabar antes. La maldita reunión se había alargado más de lo previsto y hasta que no firmaron el acuerdo no había podido huir.
Sabía lo que le esperaba. La familia de su mujer, el cumpleaños de su suegra. Toda una aventura. Pero no tenía motivos para negarse a ir; al contrario, había uno lo suficientemente fuerte como para arrastrarle hasta allí. Una mujer de ojos verdes estaría presente, y desde luego se moría por verla. No había dejado de pensar en su último encuentro antes de que se marchara. Había tenido agallas para agarrar su mano y confesarle entre líneas contenidas lo que sentía. Y ella parecía tan arrinconada… Sabía que pensaba como él, pero actuaban de formas distintas. Por su parte, él ya se había rendido a la evidencia de que nunca podría mirar a Nora de la misma manera que lo hacía con su hermana, pero Ángela todavía se resistía, presa del pánico al saber el daño que le harían a Nora si al final acababan cayendo en los brazos del otro.
Aparcó en cuestión de segundos en una plaza libre que milagrosamente estaba cerca y se observó en el cristal reluciente de la ventanilla del conductor. Vestía con corbata fina, camisa blanca, chaqueta elegante y vaqueros negros. Confiaba en ser suficiente para dar buena imagen.
Entró con paso firme en el restaurante. El encargado le cortó el paso y entonces tuvo que poner buena cara e indicarle que ya tenía mesa reservada con su familia… política. Pudo esquivar a ese molesto hombre y redujo la velocidad de sus pasos al aproximarse a la mesa indicada…
—¡Dorian! —exclamó Nora—. ¡Por fin!
Sin poderlo evitar, acabó con el cuerpo encorvado, la espalda ligeramente flexionada y rodeado por los brazos de su mujer.
—Has tardado mucho —susurró ella, besándole delante de todo el mundo.
Sintió ganas de apartarse pero no podía hacerlo. Esperó lo necesario y volvió a erguirse en su estatura.
—Buenas tardes —pronunció—. Siento mucho llegar a estas horas. No he podido saltarme la reunión…
Julia se levantó de su asiento y fue a estrecharle entre sus brazos. De tal palo tal astilla, pensó Dorian.
—Feliz cumpleaños, Julia.
—Gracias, Dorian. Me alegro de que hayas venido. Ya estamos todos.
Con cautela, se aproximó a su suegro, que se había puesto de pie pero sin moverse ni un ápice de su sillón.
—Encantado de verte de nuevo, Vladimir.
—Lo mismo digo, hijo. —Sonrió enérgicamente para sorpresa de todos—. Siéntate, vamos. Te estábamos esperando.
A continuación venía la parte más peligrosa y gratificante al mismo tiempo. Ni siquiera se había atrevido a mirarla al entrar. Cuando logró hacerlo, tuvo que hacer un enorme sacrifico para no quedarse boquiabierto. Ángela estaba realmente preciosa, espectacular, increíble. Jamás la había visto así, tan elegante y atractiva, cubierta por un vestido negro, resaltando sus curvas y silueta. Además los ojos verdes resultaban más vivos que nunca.
Alargó el brazo y se quedó parcialmente embobado.
—Hola, Ángela.
—Dorian. —Estrechó su mano con fuerza y decisión. No parpadeó—. Bienvenido.


El encuentro no fue como esperaba. La comida había sido agradable, y aunque se sentía alagado por la atención constante de Nora, lo cierto es que Dorian estaba aturdido. Miraba de vez en cuando a la mujer que tenía en frente. No sólo parecía diferente en apariencia, también en personalidad. Le descolocaba por completo. Comenzaba a dudar de que esa mujer fuera la misma con la que había hablado en el bosque. No habían cruzado las miradas ni una vez, y aunque insistía imperceptiblemente para atraer su atención durante un segundo, no lograba que la hermana de Nora dejase caer el velo que sostenía por delante de ella; más bien un muro de hormigón. Se comportaba de forma distinta, como si estuviera encima del escenario y su principal misión fuera interpretar un papel completamente opuesto a su carácter. No dejaba de conversar con sus padres, cosa que le extrañaba bastante. Lo que él había visto nada tenía que ver con lo que presenciaba ahora: Angy nunca era habladora, pero por lo visto sabía jugar muy bien.
Le dolía; le dolía muchísimo comprobar que no le había extrañado lo mismo que él a ella. Era como si no existiera, como si de verdad no existiera ese secreto que les mantenía unidos. Temía que durante esas semanas separados hubiera pasado algo, porque desde luego nada de aquello tenía sentido, no para él.
Varios camareros revolotearon alrededor de la mesa para llevarse los platos que habían servido a los postres. Con los estómagos llenos, parecían más felices.
—¿Qué tal te ha ido en la reunión? —preguntó Julia.
—Genial —contestó velozmente Dorian—. Hemos firmado el contrato. Pronto me pondré a trabajar con el grupo.
—¿Y no te cansas nunca de lo mismo? —interrumpió Vladimir.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, me parece estupendo lo que haces, pero me pregunto si no acabas harto de estar las veinticuatro horas del día con la música en los oídos.
Dorian sintió una ráfaga de alivio. Por un momento se había tomado como algo personal el comentario de su suegro.
—En absoluto. Me encanta mi trabajo. La música es lo que más me agrada.
—¿Y tocas algún instrumento?
—Papá, Dorian sabe tocar cualquier cosa —aseguró Nora, con un atisbo de orgullo en la voz.
—¿En serio?
—La verdad es que me defiendo bastante bien. Toco de todo un poco. Instrumentos de cuerda, percusión…
—No seas humilde, cielo. Hasta tenemos un piano en el dormitorio. Si eso no es amor por la música, entonces no sé qué es.
Vladimir arqueó las cejas, sorprendido por esa información.
—¿Un piano?
—Sí —susurró Dorian—. De vez en cuando me gusta tocar por las mañanas…
—¿Entonces tu instrumento preferido es el piano?
Se tomó unos segundos para contestar. Quería utilizar la carta que guardaba bajo la manga, confiando en que así su antiguo amor, sentado frente a él, despertara de su letargo.
—Lo cierto es que el piano me fascina, pero no es mi instrumento preferido. Lo que siempre me ha encantado ha sido… la guitarra.
Sus ojos volaron directamente hacia las esmeraldas de Angy. Lo había hecho a propósito, recordando viejos momentos, cuando se pasaba horas tocando la guitarra sólo para ella, canturreando viejas estrofas que le salían desde dentro.
—¿Y por qué la guitarra? —se interesó Nora—. Yo creía que era el piano. Siempre lo tocas. La guitarra en cambio… sólo te he visto tocarla una vez.
Dorian se encogió de hombros, aparentando ser interesante.
—Tiene algo especial que no logro… descifrar. La melodía que desprende es perfecta, suave y mágica. Es diferente a todo lo demás. Por eso nunca ha dejado de interesarme.
Había lanzado una piedra contra su tejado, y esperaba haber dado de lleno en la diana de esa mujer de hielo. Una indirecta muy directa que únicamente entendían ellos dos, pero para su desgracia había vuelto a fallar. Ángela ni se inmutó, y siguió recostada en su sillón. La mirada era inexpresiva. Le miraba y no le miraba; iba más allá, prestando mayor atención a la gente que pasaba por allí antes que a él.
—Entonces ya sé qué debo regalarte para tu cumpleaños —susurró Nora.
Movido por hilos invisibles, se aproximó a su mujer y la besó dulcemente. Sin avisos, sin advertencias. Fue agradable, embriagador.
—¿Y esto? —Canturreó Nora.
—Por nada en especial.
Nora miró de reojo a su madre, sonrojada.
—Oh, por mí no os preocupéis —dijo ella—. Me encanta veros así de felices. Adoro la pareja que hacéis. —Soltó un suspiro lleno de orgullo. Estrechó la mano de su marido—. También me encantaría ver a mi hija mayor así de feliz y completa.
—Mamá —gruñó Angy.
—Es verdad, cielo. —Puso cara de complicidad inesperada dirigida a Dorian—. Díselo tú, Dorian. A ver si a ti te hace caso.
Se tensó. No sabía a qué se estaba refiriendo su suegra, o mejor dicho, no quería hacerse a la idea.
—Creo que me he perdido —se excusó.
—Mi hija mayor se empeña en seguir soltera, pero finalmente ha confesado que tiene a alguien… entre bambalinas.
Angy puso los ojos en blanco mientras que a él se le paralizaba el corazón.
—¿Qué? —balbuceó.
—Sí —insistió Julia—. Angy dice que ha conocido a un hombre.
Sintió como una fuerza invisible le abofeteaba la cara. Apretó el puño que tenía por debajo de la mesa.
—¿En serio? —soltó, mirándola directamente a los ojos.
—Puede —se limitó a decir ella.
Mantuvieron la mirada durante una larga fracción de segundo. Su sequedad había sido extrema, dando a entender que era cierto. Una verdad reciente e inquebrantable.
—Qué extraño…
—¿Extraño? ¿Por qué? ¿Te resulta imposible creer que por fin haya encontrado a alguien? —espetó Angy.
—No —se apresuró a decir—. No, para nada. Me… alegro por ti. Es bueno tener a alguien. Lo único que digo es que me sorprende… que hayas tardado tanto en encontrar a un hombre que sepa valorarte.
Los demás se quedaron aturdidos. No entendían a qué venía eso.
—Es genial —susurró Nora—. Quiero conocerle, Angy. Sea quien sea, seguro que será bueno para ti.
—Nos estamos conociendo, ya te lo he dicho. No quiero ir deprisa, ni mucho menos cometer errores. No quiero volver a pisar el pasado.
Otra vez esa sensación de dolor por todo el cuerpo. Tenía la sensación de que una hormigonera le hubiera pasado literalmente por encima.
—Me alegro —repitió Dorian, sin sentirlo realmente.
—Gracias.
Era lo peor que había escuchado nunca. El aliento le faltaba y todo había dejado de tener interés. Semanas atrás habría jurado tenerla más cerca que nunca y lo cierto es que había acabado por estamparse contra ese muro de roca maciza. Tantas veces la había oído mencionar que lo suyo se había acabado y se había resistido a creer que fuera cierto; ahora lo era.


88


El lavabo de mujeres estaba desierto. Los ojos verdes la sermoneaban con énfasis y alegría. ¿Había sido capaz de hacerlo? Sí, y por primera vez experimentaba el éxito. Se había sentido arropada por una fuerza invisible, y cuando quiso darse cuenta estaba frente a él, comportándose como la mujer fuerte que anhelaba ser. No había dudado, no había apartado la mirada… ¿Cómo lo había hecho?
El agua en su cuello la refrescó. Volvió a mirarse en el inmenso espejo. Estaba orgullosa. Había cruzado el límite y deseaba revivir la escena. Evan estaría encantado cuando se enterara. Hubiera dado lo que fuera por verlo. Por fin había sido capaz de dar un paso más allá, y demostrarle a Dorian que le había querido, pero hablando en pasado, con un futuro en el que no tenía posibilidad ninguna. Resultaba una locura, toda esa adrenalina corriendo por su piel. Estaba espléndida, maravillada. No había creído posible lo imposible y ahora se alegraba por haberse equivocado. Todo era cuestión de actitud, y aunque le había costado una barbaridad esconderse tras esa fachada de indiferencia sentimental, acababa de catapultarse a la cima.
Volvió a la mesa, donde los demás seguían conversando con ánimo. Evitó mirarle, pero no por compasión, si no para su propio deleite. Quería saborear esa satisfacción que la envolvía; ahora se sentía con fuerzas para todo. Era capaz de autodefinirse como una mujer independiente y fuerte.
—Bueno, creo que ya va siendo hora de abrir los regalos —susurró cariñosamente Nora.
Su madre se ruborizó. Parecía más joven.
—No teníais que haber comprado nada. Con vuestra compañía y esta comida es más que suficiente. No podría pedir nada más.
—Bueno, pero ya es tarde para arrepentirse —pronunció su marido, haciendo un leve gesto con la mano.
Julia le miró extrañada pero expectante.
Al cabo de un minuto pudo observarse a lo lejos la silueta de una enorme tarta sobre una mesa con ruedas aproximarse, mientras que cuatro camareros comenzaban a cantar el cumpleaños feliz.
—Oh, Dios mío…
Nora y su padre se sumaron a los cánticos encantados. Estaba claro que lo habían preparado al más mínimo detalle.
Julia intentaba no llorar mientras sus mejillas aumentaban de color rojo y la gente se quedaba observando ese espectáculo, con la preciosa tarta de nata y florituras adornando la mesa principal.
Cuando los camareros terminaron de cantar, una oleada de aplausos conocidos y ajenos resonaron con fuerza. Vladimir se aproximó a su mujer y la besó.
—Feliz cumpleaños, mi amor.
—Oh, cielo —sollozó Julia—. Me ha encantado. Ha sido todo un detalle.
Con fervor le devolvió el beso. Habían retrocedido en el tiempo, pero con la misma pasión de siempre.
—Espera —susurró Nora—, aún hay más.
Julia levantó la cabeza, sorprendida.
—¿Más?
Vladimir le entregó la rosa que había sido traída junto a la tarta y se la ofreció a su mujer.
—Una rosa para la flor más bonita de mi jardín.
Varias exclamaciones de admiración se escucharon por los alrededores de la mesa.
—Es preciosa, cielo. —La olió con dulzura—. Sencillamente preciosa…
Angy pudo ver a su hermana dedicándole un gesto de admiración a su padre. Era un señal.
—Oh…
Julia prestó más atención a la flor y con cuidado introdujo las yemas de los dedos índice y pulgar entre los pétalos. Después sacó un precioso anillo de diamante pulido en forma de corazón. Se quedó literalmente sin aliento.
—Dios mío —balbuceó…
Vladimir la tomó de la mano y se la besó, cual caballero.
—Espero que sigas cumpliendo años a mi lado.
Julia se lanzó a sus brazos y rompió a llorar. Todo era especialmente mágico y emotivo.
—Bueno, tranquila —interrumpió Nora—. Aún quedan nuestros regalos.
Se puso en pie y le indicó a Dorian que hicieran lo mismo. Se posicionaron alrededor de ella y Nora le entregó un pequeño paquetito envuelto cuidadosamente.
—Mamá, este es nuestro regalo —pronunció—. Esperamos de todo corazón que te guste.
Julia desenvolvió el paquete con dedos temblorosos. Dejó al descubierto una cajita de cuero color verde oscuro, elegante. Deslizó la tapa hacia arriba y se encontró con dos preciosos pendientes de diamantes, a juego con el anillo. Se quitó los que llevaba puestos y se los cambió por los nuevos.
—¡Mi niña! —exclamó—. Son absolutamente preciosos. Me encantan. Ven aquí. —La estrechó con fuerzas mientras lloraba felizmente otra vez—. Y tú, Dorian. No te escapes. Quiero darte las gracias a ti también.
Angy observó cómo su ensimismada madre se movía con astucia para repartir abrazos y muestras de cariño. Sintió nervios. A continuación iba su regalo. Era caóticamente desigual. ¿Cómo podía competir con diamantes? ¿Cómo se le había ocurrido presentarse con un perfume?
Miró hacia los demás y se encontró con los azules ojos de su hermana.
—Angy —dijo—, creo que te toca.
Se levantó de su asiento y se aproximó a coger su bolso. Deslizó la cremallera y metió la mano con cuidado. Le sobraron segundos para darse cuenta de algo escalofriante y aterrador. La respiración se le aceleró de repente. Insistió con sus dedos dentro del bolso para intentar palpar lo que tan desesperadamente estaba buscando. No lo encontraba. De repente cayó en la cuenta; acababa de acordarse. Esa misma mañana, al llegar a la isla, a casa de sus padres… Había subido a su cuarto y había sacado inocentemente el perfume del bolso, dejándolo encima del escritorio. Cuando volvió a por su bolso antes de marcharse en dirección al restaurante se olvidó completamente del frasco, dejándolo en el mismo sitio de antes…
Un mareo le bailó en las sienes. Creía que iba a desmayarse. No podía ser. Todo había salido perfectamente y ahora en cambio…
—¿Qué ocurre? —instó Nora, como si temiera que lo que sospechaba fuera real. Aturdida, la observó con terror. Quizás fue telepatía, o simplemente exceso de evidencia, pero la voz de alarma fluyó entre las hermanas.


89


Nora se había llevado a Angy fuera del alcance de los oídos de los demás. Estaba hecha una furia. No podía creer que su hermana mayor hubiera podido cometer un error tan garrafal.
—¿Estás loca? —gruñó—. ¿Cómo se te ha podido olvidar?
Angy no sabía qué decir. Estaba perpleja y pálida. Confundida por su olvido.
—No sé cómo ha podido ocurrir. Estaba en mi antiguo cuarto cuando lo saqué del bolso y lo puse en el escritorio. Me puse a pensar y luego…
—No hay excusas que valgan, Angy. Menudo cierre de cumpleaños. ¿Qué vas a decirle? ¿Qué has olvidado el regalo de tu propia madre en su casa?
—Vale ya. Ha sido sin querer.
—Me da igual que haya sido sin querer —protestó—. Arregla esto cuanto antes.
—¿Cómo? Ya se ha dado cuenta de que me he olvidado…
En ese momento Julia les pidió que volvieran a la mesa. Obedecieron a regañadientes. Sus caras hablaban por sí solas.
—¿Qué os pasa? Estáis muy alteradas…
Nora se cruzó de brazos y bufó por lo bajo.
—Ángela tiene algo que decirte.
El estómago le bailó como un flan. Estaba absolutamente avergonzada.
—¿Qué pasa, cielo?
—Mamá, yo… —Se mordió el labio—. Lo siento mucho…
—¿Por qué?
—Porque ha olvidado tu regalo en la isla, mamá. Por eso lo siente.
Angy sintió rabia con la interrupción de Nora.
—Oh, bueno —dijo su madre quitándole importancia—. No pasa nada. No es grave.
—¿Cómo que no es grave? —protestó Nora—. Ha tenido toda la mañana para asegurarse y aún así ha metido la pata.
—Nora, no exageres. No pasa nada. Prácticamente acaba de aterrizar. Un vuelo es cansado. Un descuido así lo puede tener cualquiera.
—Pero…
—Es igual. No importa. Cuando volvamos, ya me lo dará —sonrió.
—De eso nada —gruñó Nora—. Ahora estamos aquí, mamá. Tenemos el resto del día para seguir celebrándolo. Un montón de horas. —Frunció el ceño—. Puede ir a buscarlo mientras la esperamos aquí. No habrá demasiado tráfico ahora; no tardará en volver.
Angy no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Nora tenía razón en parte, pero volver a la isla y luego retomar el camino hasta el restaurante… parecía demasiado.
—¿Quieres que vaya ahora?
—¿Se te ocurre algo mejor?
—Pues sí —insistió Angy—. Si mamá dice que no le importa, puedo dárselo luego…
—Pues yo digo que no. Estamos celebrándolo aquí. Tú eres la que tiene el problema, así que debes solucionarlo.
—¿Y ya está?
—No te estoy pidiendo que cruces el océano, por Dios. No tardarás demasiado, lo sabes. No es para tanto.
No tenía más remedio que hacer lo que le pedía. Iba a ser un viaje considerable, pero nadie más había intervenido para hacer un cambio de planes.
—Está bien —masculló Angy—. Me voy ahora mismo. Dame las llaves de tu coche.
Nora escarbó entre el interior de su bolso y sacó las llaves, entregándoselas secamente en mano. Angy se dio la vuelta, sin mirar a nadie, cogiendo su bolso.
—Espera.
Ante el nuevo imperativo de su hermana, Ángela se volvió.
—¿Y ahora qué pasa?
Nora arrugó la frente y titubeó antes de hablar.
—No puedes ir tú sola —anunció—. Podría ser algo… peligroso.
—¿Cómo? —exclamó—. Por si no lo recuerdas, tengo carnet. Sé conducir.
—Ya sé que sabes conducir, pero hace mucho que no lo haces. —Su voz cambió a un tono más débil e inseguro—. Ni siquiera tienes coche. La carretera de la isla puede ser peligrosa…
—No soy una niña, deja de tratarme como tal —espetó—. No pasará nada. Estaré de vuelta lo antes posible. Tú misma has dicho que tengo que hacerlo.
—Sé lo que he dicho, pero hazme caso ahora.
—Tiene razón, Angy —intervino su padre—. No tienes demasiada práctica, y el suelo de la carretera puede tener muchas imperfecciones…
—Eso es absurdo. Llevo conduciendo mucho más tiempo que Nora.
—Sí, pero no por estas calles. Tu ciudad es distinta de la de aquí.
Angy estaba sufriendo un colapso neuronal. No podía pensar con claridad, y todo lo que había logrado anteriormente respecto a Dorian ahora quedaba vilmente obsoleto.
—¿Y entonces qué? ¿Vas a asumir el papel de hermana mayor?
—No me hables así, Angy. Quiero asegurarme de que no te ocurre nada.
—Entonces sigamos como si no hubiera pasado nada —gruñó—. Siento haberme olvidado de guardar el regalo, pero no ha sido mi culpa.
—¿Y de quién ha sido? Es tu regalo, tu responsabilidad.
Angy se dio la vuelta y comenzó a andar en dirección a la salida. Nora la siguió.
—Espérame —insistió Nora—. Voy contigo.
—No, no vas a venir conmigo. Tienes razón, soy yo la que debo arreglar esto. Quédate aquí y entretén a mamá mientras vuelvo con su regalo.
Nora gimoteaba inesperadamente, como si de verdad no confiara en las habilidades de su hermana mayor como conductora.
—Confía en mí, el suelo patina casi todo el tiempo.
—Hoy hace buen día. No llueve.
—Eso no importa. Puedes sufrir un percance cuando menos te lo esperes…
—Deja de decirlo, por favor. Me estás poniendo nerviosa.
Nora la agarró de la muñeca con suavidad, rogando.
—Está bien, si no quieres que vaya yo…
Angy estudió el repentino cambio de actitud de Nora. Estaba pensando en algo o alguien distinto…
—¿Qué?
Nora desvió la mirada hacia su marido. Él se levantó inmediatamente, a la espera.
—Deja que te acompañe —susurró.
La mujer de ojos verdes palideció. Era la peor opción posible. En realidad ni siquiera la había considerado como tal.
—No, ni hablar.
Nora clavó sus zafiros en las esmeraldas de ella.
—Dijiste que serías amable con él. Considera esto como una oportunidad para conocerle mejor. Será nada más que un rato, un simple trayecto. Ida y vuelta, Angy. Nada más.
No sabes lo que dices, pensó Angy. Era una locura. Por nada del mundo quería quedarse a solas con Dorian; había visto su mirada, y conocía de buena tinta lo que significaba. Quería explicaciones, y desde luego la obligaría a dárselas si finalmente conseguía quedarse a solas con ella.
—No tiene por qué hacerlo. No va a molestarse en venir. Se tarda demasiado…
—Para él no es ninguna molestia.
Dorian dio varios pasos y se posicionó al lado de esas dos mujeres, con el rostro misteriosamente reactivado.
—Claro que no, Angy. Tu hermana tiene razón. —Se desabrochó un botón de la camisa—. Podría ser peligroso.
—¿Y tú qué sabes? —espetó ella—. Tampoco has conducido demasiado por la isla y sus alrededores. Estamos en igualdad de condiciones.
—Angy —reprendió Nora—. Sólo queremos echarte una mano. Cuatro ojos ven más que dos.
Estaba llegando a su límite interno. Ni siquiera había sido consciente de la llegada a ese punto de fisura. Tenía encima a su hermana y a su cuñado, y no parecían dispuestos a ceder, pero ella tampoco.
—¿Cuántas veces voy a tener que decir que voy yo sola? Estamos perdiendo el tiempo.
Sin esperarlo, Nora agarró las manos de su hermana y en cuestión de milésimas le arrebató las llaves de su coche. Se apartó.
—Ahora ya no tienes coche.
—¿A qué demonios juegas? Devuélveme las llaves ahora mismo.
—No, Angy. Vas a ir con Dorian. Él tiene coche, tú no.
Reprimió las ganas de gritar y sin pensarlo se dirigió a su padre. Tenía la mirada cargada.
—Papá, dame las llaves del todoterreno, por favor.
Vladimir titubeó.
—Cielo…
—Por favor. Quiero irme y volver cuanto antes. Es lo que todos queremos.
Finalmente consiguió lo que quería. Una vez que tuvo las llaves en su poder, cogió su chaqueta y su bolso y se dispuso a abandonar el restaurante. Salió a toda prisa pero sabía que no podía ser tan fácil.
—¡Angy!
Era lo que había estado esperando; lo que había estado temiendo. Dorian la había seguido hasta afuera, y no tenía intención de dejarla ir.
—¿Qué haces aquí?
—¿Tú qué crees? Ya has oído a tu hermana. No puedes ir sola.
—¿Y vas a venir sólo porque te lo ha pedido ella?
Él apretó la mandíbula con desesperación contenida.
—Ya sabes por qué lo hago. No puedo dejar que te ocurra nada.
—Por el amor de Dios, déjalo ya —exclamó—. Estoy cansada de este juego. ¿Cuándo vas a admitir que te has quedado solo?
Pudo ver el dolor en sus ojos, pero optó por no ceder.
—Vuelve con ellos. Puedo hacerlo sola.
—Puedes, pero yo no quiero que lo hagas. —Dio un paso—. Por favor.
El contacto con su mirada ardía, quemaba por dentro. Era sencillamente un imán.
Angy le dio la espalda y caminó hacia el coche de su padre, aparcado unos pocos metros más allá. No llegó muy lejos. Dorian le agarró por la muñeca.
—Suéltame —gritó Angy, zafándose de un tirón—. No me toques.
—Entonces no vayas —imploró Dorian—. Iré yo.
—Esto es absurdo… Vete.
—No.
—¡Vuelvo adentro!
—No —dijo él con la voz rotunda.
Angy comenzaba a desesperarse. Era como tener una carga pesada sobre los hombros.
—Por una vez haz caso de lo que te digo, Dorian. Déjame tranquila.
—¿Es eso lo que quieres?
—Claro que es lo que quiero —espetó—. Es lo que llevo queriendo desde que te dejé. Acéptalo de una vez. Se acabó.
Reprimiendo las ganas de disculparse por lo que acababa de decir, consiguió subirse al coche de su padre y arrancó. Se puso el cinturón y aumentó progresivamente la velocidad. A medida que se alejaba, las ganas de volverse se hacían más fuertes. Miró desde el espejo retrovisor y comprobó que Dorian seguía allí de pie.


90


Se sentía completamente despreciable. Una cosa era ignorar sus intentos por llamar la atención y otra bien distinta era humillarlo. Había visto sus ojos; era incapaz de borrar esa imagen. La zarandeaba violentamente en un intento por devorar la realidad. Se lo había dicho muchas veces, pero temía que aquella se hubiera convertido en la peor.
Conducía silenciosamente el todoterreno. No lo había conducido desde hacía mucho, pero tenía la cabeza ocupada en otros pensamientos. Sin poder reprimirlas durante más tiempo, las lágrimas afloraron de sus esmeraldas y se derramaron por sus mejillas. Soltó un largo suspiro. Tenía la sensación de dar dos pasos hacia delante para luego retroceder uno más. No había salida, o al menos no poseía las cualidades para encontrarla. Se pasaba el tiempo intentando consumir su recuerdo y cada vez que volvía a verle esa mínima entereza forjada a su alrededor se desmoronaba estrepitosamente, haciendo aflorar sentimientos, que ni mucho menos eran viejos u obsoletos. Seguía sintiendo exactamente lo mismo o más aún; las caricias de Nora en él habían despertado en ella los celos, algo a lo que nunca creía que tendría que enfrentarse.
El camino se hacía duro. Después de pasar varias calles, curvas, interminables semáforos en rojo y multitud de pasos de cebra, logró salir a las afueras. Ahora la parte más difícil era la carretera. Seguía haciendo un sol espléndido en una tarde maravillosa, pero los baches y roturas seguían estando allí al acecho. Tenía las manos agarradas con tanta fuerza al volante, que los nudillos estabas completamente blancos. Los árboles se quedaban atrás a ambos lados del camino, centelleantes sombras alargadas y verdes convertidas en figuras zigzagueantes. El silencio se hacía insoportable, así que encendió la radio en un intento por hacer callar las voces que graznaban en su cerebro.
¿Qué debía hacer? Se sentía valiente y cobarde al mismo tiempo. Se había inventado una mentira para herir a Dorian, pero a decir verdad no estaba demasiado conforme, pero quizás nada sería nunca lo suficiente si se trataba de olvidarle, porque cada terminación nerviosa y neurona de su cuerpo le suplicaban que no lo hiciera, porque aquel hombre constituía su dosis necesaria para la felicidad; su droga involuntaria, su reenganche a la vida. Estaba tan perdida que le daba igual el resto. Nadie, ni siquiera Evan, podrían entender jamás su relación. Iba más allá de la simple unión de pareja, era un vínculo irrompible, porque después de tanto seguían activos, por mucho que Ángela insistiera en negarlo. ¿Cómo podía mentir y decir que lo que sentía no era amor? Peor todavía, ¿cómo tener agallas para decir que ya no sentía nada?
El teléfono sonando inesperadamente la sacó de su nube de pena. Parpadeó un par de veces y le echó un rápido vistazo a su bolso, colocado en el asiento del copiloto junto con su chaqueta. No le hacía falta cogerlo para saber quién era. Era evidente; más que eso, demoledor. Dorian no era de ese tipo de personas que tiraban la toalla a la primera de cambio, no. Insistía hasta agotar todas las posibilidades, y desde luego quería seguir intentándolo al atreverse a llamarla.
Fijó la mirada en la carretera hasta que el sonido se acabó. Suspiró de alivio. Quería apagarlo, pero para ello tendría que distraerse durante unos valiosos segundos o parar el coche, y no quería hacer ninguna de las dos cosas. Siguió conduciendo durante un buen trecho en el que todo el paisaje era monótono, aburrido y continuo. Un espesor verde y azul que se fundían en la línea que separa cielo y suelo.
Ahora era la radio la voz tediosa que empezaba a detestar, así que la apagó, quedando de nuevo sumida en el más cruel e imperioso de los silencios. Bajó la ventanilla y replegó sus lágrimas para sentir de lleno la brisa que se colaba por allí. Quería irse muy lejos, desaparecer de una vez por todas para que nadie la encontrara. Pero no podía hacerlo. Era demasiado fácil o difícil, según cómo se mirase. Las palabras no servían para describir su fantasmagórico estado de ánimo, y la esperanza era algo que había acabado perdiendo a base de golpes y decepciones.
Después de lo que pareció un calvario, la carretera se le hizo conocida. Al girar hacia la izquierda, pudo visualizar a lo lejos el puente, y a continuación de éste, la isla. Ahogó un grito de alegría o alivio. Automáticamente aceleró y el vehículo se convirtió en una especie de bala viviente, rodando con frenesí sobre sus cuatro ruedas. Se iba acercando a pasos agigantados, y deseaba que ese día terminase lo antes posible, aunque para eso todavía quedaba demasiado.
El teléfono volvió a sonar.
—¡Maldita sea! —exclamó.
Cruzó el puente y se encaminó en la recta final, cruzando sin miramientos toda la superficie de hierba verde que allí descansaba. Paró en seco y el todoterreno se detuvo con brusquedad. Al menos había llegado de una sola pieza. Se bajó del coche con tanta velocidad y ahínco que al tocar sus pies la superficie orgánica del suelo tuvo que permanecer inmóvil durante unos segundos. Se había mareado. Retomó su camino en cuanto se recuperó. Avanzó hasta la casa y enseguida calló en la cuenta de que había olvidado pedirle a su padre las llaves de la casa. No tenía más remedio que rodear la estructura y entrar por la puerta de atrás, cuya llave estaba escondida debajo de una piedra.
Las paredes se alzaban con mayor envergadura de la esperada. Se abalanzaban contra ella aprisionándole el pecho. Corrió en dirección a su cuarto para encontrar el maldito perfume; le había salido doblemente caro.
Allí estaba, tal y dónde lo había dejado, encima de su escritorio; inmóvil, sereno e inerte.
—Mira lo que ha pasado por tu culpa…
Era una estupidez hablarle a un objeto sin vida, pero era la única manera de desahogarse. Lo cogió con rabia y volvió a bajar las escaleras a toda velocidad. Cuando salió afuera, el viento fresco le relajó los músculos tensos de la cara. Se detuvo. Se tomó la licencia de quedarse allí de pie observando durante un rato las preciosas vistas. Con todo lo ocurrido recientemente había olvidado lo que significaba vivir allí, sin vecinos, sin ruidos, sin edificios… Todo invitaba a quedarse allí, pero las cosas habían cambiado tanto que sencillamente era imposible.
Diez minutos después seguía de pie cuando a sus oídos llegó el maldito timbre de su móvil, sonando por tercera vez. Hecha una furia, se dirigió al coche y abrió la puerta del copiloto. Dejó el perfume en el asiento y encontró el móvil en su bolso. Lo observó con ira. Volvía a ser Dorian. Seguramente querría comprobar el estado de su integridad física, pero no quería escucharle. Se debatió entre cogerlo y no cogerlo. Vencieron las ganas de demostrarle que ella estaba por encima de todo eso.
—¿No te cansas nunca? —chilló.
Hubo un breve silencio.
—Angy —gimoteó—, ¿estás bien? ¿Has llegado ya?
—¿Tú qué crees? ¿Pensabas que no lo haría?
—No me hables así, sólo quiero saber si estás bien.
Apretó los dientes.
—Pues claro que estoy bien. Estoy mejor que nunca. Sólo quiero largarme de aquí.
—No —contradijo Dorian—. No hasta que hablemos.
—No tenemos nada de qué hablar. No pidas explicaciones, no tienes por qué hacer esto. Tú tienes tu vida, y yo la mía. Es sencillo.
—Para mí no lo es. Y te aseguro que vamos a hablar.
Se quedó pensativa un instante. No sabía cómo debía tomarse esas palabras.
—¿Cómo? Yo estoy en la isla —alegó—, y aunque volviera al restaurante es imposible que pudiéramos hacerlo. Tu mujer está allí, siempre pendiente de cada uno de tus movimientos.
Escuchó a Dorian soltar un suspiro a través del teléfono.
—¿Y si te equivocas?
—¿Qué?
—¿Y si no tienes razón? —insistió—. ¿Y si no estoy en el restaurante?
El reloj cesó su andar por los minutos y segundos. La respiración se le cortó y el oxígeno se convirtió en algo tóxico de respirar. No podía ser verdad, no podía serlo. ¿Cómo no había podido darse cuenta antes? Pero ya era tarde.
—¿Cómo se te ocurre?
—¿Ya hablamos el mismo idioma? —masculló él—. No me has dejado otra opción. No querías escucharme pero vas a hacerlo de todo modos. He ido a buscarte, Angy. Voy detrás de ti y estoy a punto de llegar. —Contuvo la respiración—. Necesito verte, ahora.
Las sienes la golpearon con fuerza, y sus ojos verdes se crisparon. Toda ella se convirtió en fuego, hirviendo por su propia culpa. ¿Desde cuándo era tan ingenua? Había podido intuir que algo como eso pasaría. Era Dorian; con él nunca se sabía, y desde luego había vuelto a caer.
—No puedes —se limitó a decir.
—Claro que puedo. No eres la única que tiene derecho a decidir. Yo también cuento.
—No cuentas conmigo. Hace mucho que no.
—Deja de decir eso, lo odio. Sabes que no lo soporto.
—Entonces no me obligues a decirlo. Es lo único que vas a obtener de mi parte.
—¿Y eso quién lo dice? ¿La verdadera Angy o la mujer artificial que he visto durante la comida?
Ahora fue ella la que se tambaleó. Había sido directo.
—Eres un maldito egoísta. Nunca vas a dejar que me aparte, pero ya lo he hecho.
—Sabes tan bien como yo que no es verdad.
—¡Sí que lo es!
La discusión fue subiendo de nivel, con los dos gritando como locos. Un pez que se muerde la cola.
—¡Deja de amargarme la existencia!
—¡La única manera para que podamos ser felices es estar juntos!
Ese arranque pasional de sinceridad la arrastró hasta las profundidades se sus miedos. Ahogó un grito de impotencia. Sacó su furia contenida.
—¡Te odio! —Esperó algún tipo de contestación pero no llegó. En su lugar escuchó un sonido atronador, bestial. Un profundo impacto, seco. La llamada se cortó. Levantó la mirada y súbitamente comprendió lo que había sucedido. La realidad la golpeó con crudeza. No podía creer lo que veían sus ojos. A lo lejos, más allá del puente, acababa de producirse un accidente. Un coche había salido por los aires, rodando, dando vueltas sin parar; apartándose del camino y zambulléndose en el agua helada.
No sabía si se podía morir con el corazón aún latiendo dentro del pecho, pero Ángela creyó perder todo lo que tenía sentido en ese segundo de súbita conciencia.


91


Por alguna incomprensible y aterradora razón, el coche de Dorian había sufrido un accidente, desparramándose sobre la carretera y yendo a parar directamente al agua. El amasijo de hierro se hundía lentamente, quedando a la vista la parte trasera del vehículo.
Ángela quedó paralizada; muerta en vida. Sin oxígeno, sin alma. Se negaba a creer que fuera cierto. Era incapaz de reaccionar, hasta que una vocecita dentro de su cabeza la instó para que su encéfalo mandara órdenes a sus músculos, quemando glucosa para actuar como debía. Salió corriendo, deshaciéndose automáticamente de los tacones, desplazándose con los pies desnudos sobre la hierba.
—¡Oh, Dios mío! ¡Dorian!
Se zambulló sin pensarlo dos veces. Todo se volvió negro, hostil. El agua estaba oscura y helada, golpeándola con la fuerza de mil agujas presionando sobre la piel. Las brazadas eran arrítmicas y desesperadas, con la única misión de llegar lo antes posible. Las salpicaduras se le metían en los ojos y su visión se enturbiaba, pero no dejaba de insistir, siendo consciente de los pocos segundos de los que dispondría antes de que el coche acabara en el fondo.
Las piernas querían ser motores, pero tenía que conformarse con lo que tenía. La silueta del vehículo iba despareciendo a medida que se acercaba, y no había ni rastro de Dorian. Habría quedado inconsciente por la colisión, y si no actuaba con rapidez, perecería allí, sin que nadie más lo supiera.
Cuando llegó al vehículo prácticamente sumergido, metió la cabeza bajo el agua para intentar localizarle. Estaba demasiado borroso. Cogió aire y nadó hasta la parte delantera que estaba inclinada hacia abajo, catapultándose hacia lo oscuro. Palpó el cristal del parabrisas. Estaba lleno de agujeros y grietas, pero por desgracia ninguna de ellas era lo suficientemente grande. Introdujo las manos dentro de uno de los orificios y tiró con fuerza, intentando que la gran superficie de cristal cediera, pero no lo hizo. Lo único que consiguió fue herirse las manos, cortes que no tardaron en sangrar. Intentó olvidarse del dolor y concentrarse en lo que tenía delante. La visión que contemplaba la horrorizaba. Dorian estaba allí, indefenso y perdido, con el cinturón de seguridad todavía abrochado. Estaba inclinado hacia delante, con la barbilla apoyada en el pecho. Tenía los ojos cerrados; seguía inconsciente. El agua se filtraba en el interior a una velocidad pasmosa, y comenzaba a engullirle en el más absoluto silencio. Angy volvió a la superficie para tomar una nueva bocanada de aire. Toda ella era un envoltorio de nervios histéricos. Le costaba pensar, pero sabía que no podría sacarle por ninguna de las puertas, que estarían totalmente inaccesibles, y tampoco por sus ventanillas; el espacio era reducido. Sabía que su única opción era seguir con el parabrisas, pero con sus simples manos no lograría romperlo. Tenía que encontrar algo que pudiera serle útil. Miró a su alrededor; estaba rodeada de agua. Los bordes de la isla y del otro lado de la tierra le quedaban demasiado alejados como para ir hasta allí, pero le fue suficiente con observar las piedras que descansaban en la orilla. Era justo lo que necesitaba, pero tenía que conseguir una que no estuviera alejada, así que se sumergió otra vez para nadar hasta el fondo. Era aterrador, porque la luz apenas llegaba hasta allí, pero no debía limitarse. Nadó y nadó y palpó prácticamente a tientas la estructura llena de rocas y sedimentos. Cuando creyó encontrar una lo suficientemente grande, tomó impulso y ascendió lo necesario para alcanzar el coche, que ya había abandonado la superficie. Dirigió sus movimientos hasta la parte delantera y estudió en una fracción de segundo el terrible panorama. El interior ya no se diferenciaba del exterior; estaba lleno de agua, y Dorian seguía dentro. Era cuestión de segundos que terminara ahogándose. Con la roca aprisionada en su mano, Ángela la hizo impactar con todas sus fuerzas sobre el cristal. Un ruido amortiguado. La superficie cedió unos pocos centímetros, y nuevas fisuras aparecieron. Lo intentó varias veces más, hasta que finalmente el cristal se descompuso en miles de fragmentos, creando un nuevo agujero que abarcaba todo el perímetro. Con manos frenéticas apartó todo ese material peligroso y se introdujo dentro, palpando la cara de Dorian en busca de algún tipo de reacción. Buscó el anclaje del cinturón y presionó. Tuvo que hacerlo de nuevo para que el enganche se soltara. Ahora el cuerpo de Dorian se dejaba llevar por la leve corriente, flotando. Con todo el cuidado posible, lo impulsó hacia afuera, y volvió a moverse con la mayor rapidez que sus cansadas piernas le permitían. Se estaba quedando sin aire, pero no podía rendirse. Ya había hecho lo más difícil y tenía que llegar a la superficie. Rodeó la cintura de él con su brazo y siguió moviéndose de forma ascendente. La luz se volvía más clara a su alrededor, hasta que en un último segundo agonizante rompió la barrera del agua y estalló en una fuerte bocanada de aire. La mente le bailaba pero no era tiempo de auto compadecerse. Se aseguró de que la cabeza de Dorian permaneciera fuera del agua y comenzó a nadar en dirección a la casa, impulsándose con las piernas y el brazo que le quedaba libre, mientras que con el otro seguía aferrando ese cuerpo casi inerte. Llegó a tierra firme totalmente exhausta, arrastrándole fuera. Pesaba demasiado para hacerlo ella sola, pero no tenía otros recursos que sus propios miembros. Le arrastró hasta la primera capa de hierba que encontró y observó. Estaba empapado, con la cara blanca e inmóvil. Se temía lo peor. Se agachó a su lado y acercó la oreja hasta su boca para comprobar si respiraba. Tal y como era de esperar, el pecho no se movía. No respiraba. Inmovilizó su cuello para evitar daños mayores. No le quedaba más remedio que reanimarle. Había hecho la reanimación cardiopulmonar en situaciones de ensayo, pero eso era totalmente diferente. Ahora una vida estaba en juego, y nada más y nada menos que la de la persona que más le importaba. Abrió las vías respiratorias, elevando su mentón con la mano derecha y sujetando con la izquierda la frente. Se colocó aún más cerca y se inclinó sobre él. Adelantó los brazos y colocó las manos encima del pecho, una encima de otra, con los dedos entrelazados, asegurándose de no posicionarse en la parte final del esternón. Una vez segura de estar verticalmente y con los brazos rectos, presionó para hacer descender el esternón unos pocos centímetros, vertiendo todo el peso de su cuerpo para lograrlo. Cesó de presionar y al cabo de un segundo volvió a hacerlo, concentrándose en sus brazos y manos que servían como eje. Repitió la operación hasta alcanzar las treinta compresiones, y a continuación sujetó el mentón y la frente como había hecho hacía un minuto para abrir las vías respiratorias. Llevó con rapidez sus dedos índice y pulgar hasta la nariz y la apretó. Cerró su boca alrededor de la de Dorian y expulsó el aire a un ritmo constante durante un imperceptible segundo. Se retiró brevemente para comprobar que el pecho bajaba con la salida del aire. Volvió a sellarle la boca con la suya y sopló de nuevo. Repitió de nuevo las treinta compresiones sobre el pecho, sin ser totalmente consciente de lo que estaba pasando. Se movía por impulsos, pero temía que no fuera suficiente.
—¡Vamos!
Tenía el cuerpo destrozado, agotado. Sentía calambres por todas partes pero no podía parar. Estando muerta de frío y empapada de pies a cabeza, continuaba la reanimación, pero no conseguía vislumbrar nada distinto.
—¡Dorian! —chilló—. ¡Despierta!
Él no reaccionó. Estaba pálido, inmóvil. Como si de verdad ya fuera demasiado tarde.
—¡Vamos, reacciona!
Las manos le temblaban. Sus cortes seguían sangrando pero no tenían ni la más mínima importancia comparado con lo demás. Presionaba sobre el pecho con más fuerza, agotando todas las posibilidades. Las lágrimas caían por sus ojos, ahora perceptiblemente más grandes debido a que el maquillaje se había corrido alrededor de ellos, dos cuencas orbitales enormes y negras.
—¡Abre los ojos!
Era como nadar a contracorriente. No soportaba lo que veía. Era como luchar contra algo invisible. Sentía que se le escapaba de las manos. Se estaba haciendo eterno, y comenzó a perder la esperanza, aunque eso era justo lo último que quería perder. Golpeó el pecho con los puños, desesperada, llorando a rabiar y dejando escapar gritos agonizantes.
Y de repente, como última opción, convertida en un débil ser humano, comenzó a rezar, pidiendo ayuda a alguien que ni siquiera estaba allí.
—Dios, por favor, ayúdale. No dejes que se vaya…
De nuevo entrelazó las manos en el centro del pecho y prosiguió con la reanimación, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas para después precipitarse en sus manos.
—No puedes llevártelo —sollozó—. No puedes. Le necesito.
Tras contar mentalmente y llegar hasta treinta, volvió a insuflarle aire dos veces.
—Dorian, por favor... Abre los ojos. —La voz apenas resultaba perceptible—. Ábrelos. No puedes dejarme. Te necesito.
Temía hacerse a la idea de lo que ocurría. No podía ser verdad. Se agachó hasta su boca para volver a comprobar si respiraba, pero no. Colocó las manos a ambos lados de la cara de Dorian y sin moverle, le susurró al oído las pocas palabras que le salían.
—No me hagas esto, ahora no. Tienes que vivir, vamos.
Completamente abatida y extasiada, se decidió a intentarlo otra vez. Estaba presionando sobre el pecho helado cuando el milagro ocurrió. Los ojos de él se abrieron inesperadamente y expulsó de su boca una considerable cantidad de agua. Estaba aturdido. Verle consciente fue el mayor de los regalos.
—¡Dios mío!
Le ayudó a inclinarse para expulsar todo el agua y le recostó de lado. No sabía qué había pasado. Sus ojos eran inexpresivos.
—Respira, Dorian —susurró—. Toma aire.
Él parpadeaba con rapidez. Continuaba estando bastante pálido, pero verle reaccionar fue literalmente un soplo de aire fresco para los pulmones de Angy. Estaba feliz por verle despierto de nuevo.
Intentó hablar pero lo único que consiguió emitir fue un simple balbuceo de palabras. Ella le colocó el dedo índice sobre los labios.
—No hables —susurró—. No lo hagas. Concéntrate en respirar.
Aferró su cara con cariño. En su larga duración como pareja nunca tuvo que verle así, tan desprotegido y débil. Era como un niño indefenso. Se recostó a su lado y le besó en la frente.
—Todo va a salir bien —dijo con un hilo de voz—. Ya estás a salvo.
Dorian cerró los ojos y trató de respirar con normalidad. Iba recuperando lentamente el color en sus mejillas.
—Eso es. Sigue respirando. —Se levantó con suavidad—. Ahora mismo vuelvo.
Le dio la espalda y salió corriendo hacia el coche. Agarró la chaqueta y se hizo con su móvil. Llamó a emergencias y pidió una ambulancia. Cuando colgó salió precipitadamente a su encuentro. Se agachó de nuevo a su lado y le cubrió con su chaqueta. Él la miraba asombrado.
—Ya viene una ambulancia, Dorian. Sé fuerte.
Él agarró su mano para indicar que se acercara a su boca, ya que apenas podía hablar y el sonido no era muy amplio.
—¿Qué?
—Cristal… —gimoteó.
Angy frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Cristal? —repitió—. ¿Qué intentas decir?
Dorian jugó con sus ojos, moviéndolos hacia abajo. Ella siguió la misma trayectoria, pero no veía nada más que su chaqueta. Miró por encima y aunque vio cortes en su cara y manos, no detectó nada grave; el cuerpo estaba tapado por toda la ropa.
—Costado —susurró Dorian.
Angy retiró la chaqueta y fijó la mirada en el costado de él, tal y como había dicho. Se llevó las manos a la cabeza.
—No… —dejó escapar.
No sabía cómo, pero un trozo de cristal estaba perforando el costado derecho de ese hombre. La zona comenzaba a sangrar, tiñendo la camisa blanca con un vivo color rojo. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta al sacarle del agua?
—Tranquilo —balbuceó—. No es nada.
La cara de dolor de Dorian indicaba lo contrario. Se retorcía a medida que recuperaba la movilidad y la sensibilidad en su cuerpo.
—No hagas eso —rogó Angy—. No te muevas. Voy a presionar sobre la herida. Va a dolerte, pero tienes que aguantar, ¿entendido?
—Sácamelo —pidió.
—No puedo hacerlo, Dorian. No puedo sacarte el cristal. Puede que sea demasiado profundo y si lo hago te desangrarás. —Cogió la chaqueta, la colocó en la herida y apretó—. Tengo que cortar la hemorragia.
Dorian soltó un grito punzante. Cerró los ojos y apretó los puños, que descansaban sobre la superficie verde. Era como un animal herido y acorralado.
—Aguanta, por favor. Ya he pedido ayuda.
Se quedaron en silencio, observándose. Era imposible concebir un momento más tenso que ese para acabar de unirles del todo. Él posicionó sus manos alrededor de las de ella; comenzaba a desesperarse por el dolor, lo que conducía a perder el conocimiento.
—No, no, no —repetía Angy—. No te duermas, Dorian. Mantente alerta. Háblame.
—Angy…
—Eso es, sigue conmigo.
Estaban más cerca que nunca, piel con piel. Angy se mantenía a su lado, con algo de su cuerpo tumbado en el de él para hacer presión sobre la herida. Sus caras apenas se distanciaban unos centímetros.
—Dime…
—¿Qué? —musitó ella—. ¿Qué quieres que te diga? Lo que sea.
Él levantó una de sus manos y le apartó el pelo de la cara para después acariciar su mejilla. Angy aferró esa bendita mano con la suya, manteniéndola pegada a su cara.
—Dime que no hay nadie más…
La sangre se le heló en las venas. Era inconcebible que pudiera insistir aún estando en pésimas condiciones, pero ahí estaba; quería saber la verdad, aunque en el fondo ya la conocía.
—¿Has estado a un paso de ahogarte y lo único que te preocupa es eso? —La voz de Angy volvió a romperse, llorando en silencio.
Dorian asintió levemente.
—Por favor, contéstame.
Ella parpadeó rápidamente para disolver las lágrimas y le observó, a tan sólo unos pocos centímetros. Se deshizo por dentro, incapaz de seguir mintiendo.
—Ya lo sabes, Dorian. No tienes que preguntarme nada porque me conoces mejor que nadie. —Ahogó un suspiro—. Nunca ha habido otro ni lo habrá. Siempre has sido tú.
Esas palabras parecieron devolverle a la vida, cambiando por completo su expresión. Ahora él también lloraba.
—¿De verdad?
—Claro que sí. —Suspiró hondamente—. Maldita sea, Dorian. Nunca he dejado de echarte de menos, incluso cuando me marché seguí haciéndolo. No he conseguido olvidarme de ti. Mírame, me deshago cada vez que estás cerca, has podido comprobarlo un millón de veces. Te sigo queriendo como el primer día.
—Yo también te quiero.
—Lo sé. —Le acarició la cara—. Tus ojos me lo dicen cada vez que estamos juntos.
Era la primera vez que le confesaba abiertamente sus sentimientos. Era un error, pero tras sentir que le perdía había bajado la guardia. Y lo peor de todo es que aún seguía corriendo peligro. La herida no había dejado de sangrar.
—Me duele mucho —gruñó.
—Sé que duele, pero no tardarás en ir al hospital.
—No me dejes solo, por favor.
Se acercó a sus labios, desafiando sus propios límites.
—No voy a hacerlo. Iré contigo.
—¿Y qué pasa con Nora y tus padres? Tienen que saberlo…
—No te preocupes por eso ahora.
Dorian la observó con ojos llenos de pureza. Había revivido, y lo había hecho en sus brazos.
—Me has salvado la vida, Angy.
—Tú habrías hecho lo mismo por mí.
Ángela le miraba embelesada. Ya era totalmente imposible seguir ocultando lo que albergaba dentro de sí misma. Le quería, le adoraba. Había salvado su vida sin reparar en lo peligroso que había sido. Y aún así, en lo más profundo de su conciencia, sabía que volvería a hacerlo si fuera necesario.
Los ojos de Dorian comenzaban a cerrarse de nuevo. Un sueño le embargaba. Era una mala señal.
—No, no —gimoteó ella—. Ahora no, aguanta.
—Es como si no sintiera nada. Estoy muy cansado…
—Es por la pérdida de sangre, pero te recuperarás.
No estaba cien por cien segura de esa última afirmación. Tenía las manos encharcadas en sangre, y por mucho que presionaba, la herida no cesaba de emanar ese líquido espeso. Había hecho lo imposible por sacarle del agua, y ahora que estaba en tierra, no podía perderle de aquella manera. Su única esperanza es que la ambulancia llegara lo antes posible, pero no dependía de ella.
Su cuerpo estaba doblemente entumecido. Los pies descalzos y la piel de gallina. El agua la había dejado completamente helada, pero no quería parecer débil delante de él. Los cortes en sus manos se había coagulado, pero las rozaduras que se había hecho en las rodillas tenían mala pinta. Su estado era catatónico. Nadie estaba preparado para algo así; tener entre los brazos a alguien imprescindible y mantener como único pensamiento su pérdida era algo demoledor.
Dorian se rindió, y no volvió a abrir los ojos. La tensión se disparó por las nubes.
—Eh, mírame —suplicó Angy—. Dorian, vamos. Estoy aquí, mírame.
Abría los ojos y los volvía a cerrar con la misma velocidad. Se estaba apagando.
—No te rindas, por favor. Sé que puedes hacerlo. —Tragó saliva—. Hazlo por mí.


La ambulancia llegó después de lo que pareció una eternidad. Ella ni siquiera se atrevía a apartar las manos de allí. El trozo de cristal seguí inmóvil y clavado en su carne. Dos hombres fueron a su encuentro y se agacharon.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó uno de ellos.
—No lo sé —logró decir—. Ha tenido un accidente con el coche y ha caído al agua…
Pareció sorprenderse.
—¿Le ha sacado usted sola?
Afirmó tímidamente con la cabeza.
—Pierde mucha sangre.
—Lo sé, y por eso he intentando taponarle la herida hasta que la ambulancia llegara.
El otro hombre se dirigió hacia ella con el rostro serio.
—¿Es su mujer?
Una punzada cruel le recorrió el espinazo.
—No —dijo finalmente—. Soy su cuñada.
—¿Cómo se llama?
—Ángela. —Levantó la cabeza en dirección al herido—. Y él es Dorian.
—De acuerdo, Ángela. Ha hecho una labor impecable, pero ahora tenemos que actuar nosotros. —Le tomó el pulso a Dorian—. ¿Hace cuánto que está inconsciente?
Trató de pensar con objetividad.
—Supongo que unos diez minutos… —Reprimió nuevas lágrimas—. Cuando le he sacado del agua he conseguido reanimarle y hemos hablado, pero con toda esa sangre…
Los hombres lo colocaron en una camilla y lo levantaron. Se dirigieron a la parte de atrás de la ambulancia y con cuidado lo introdujeron en el interior. Angy cogió su móvil y se dispuso a entrar también para permanecer a su lado.
—¿Se recuperará?
Una mujer encargada de controlar los cuidados la observó con detenimiento.
—Ha perdido mucha sangre, pero confío en que podamos llegar a tiempo.
Ángela cerró los ojos y gritó por dentro. Era lo que más deseaba en el mundo. Cerca o lejos, era incapaz de entender la vida sin él.


92


El mundo le pareció injusto, cruel. Las mejores personas siempre acababan pagando por errores que no eran suyos, y esa vez Dorian había pagado por su culpa. La desesperación la consumía por dentro, y había experimentado los minutos más largos de toda su vida. La ambulancia había volado literalmente sobre la carretera, pero para ella era como si el tiempo se hubiera detenido. Veía a esas tres personas moviéndose en la parte de atrás de la ambulancia mientras que su propia silueta permanecía en un rincón, aguantando las ganas de estallar y tumbarse junto a él. Parecía que Dorian se mantenía estable, pero era debido al contacto con un montón de agujas, sueros y medicinas. Seguía con los ojos cerrados, así que al menos evitaba contemplar todo ese caos en un espacio tan reducido.
Al llegar al hospital todo el mundo unió sus fuerzas salvo Ángela. Fue la última en bajar y les siguió el paso pero de manera rezagada, dando tumbos y siendo el centro de atención de todas las miradas. Era lógico; estaba mojada, con heridas en las manos y en las rodillas, salpicada de sangre por la mayor parte de su vestido e iba descalza. La atendieron nada más llegar, pero por suerte no era nada grave. Preguntó por Dorian, pero ya le habían metido en el quirófano. Ese maldito cristal había hecho de las suyas y la pérdida de sangre había sido imposible de calcular; lo peor era otra cosa: averiguar si el trozo de cristal había alcanzado profundidades insospechadas, abandonando de lejos la superficie corporal.
No podía ni mirarse a la cara, la escondía entre las manos. Sabía que todo aquello había sido por su culpa: si hubiera permitido que Dorian hubiese ido con ella, seguramente nada de aquello habría pasado, pero ya no se podía hacer nada para remediarlo. Lo peor estaba aún por llegar, porque todavía no se había puesto en contacto con su familia, sabiendo que ya estarían preocupados al no recibir noticias de ellos.
Convertida en una frágil mujer vestida con bata de hospital, pasó horas allí. Cuando finalmente tuvo las agallas de llamar a Nora, un médico se le acercó para informarle de que la operación de Dorian acababa de finalizar. Se liberó del dolor en su pecho al escuchar de boca de ese hombre que estaba fuera de peligro.
—Gracias a Dios —susurró.
—No se preocupe. Hemos extraído el fragmento y cortado la hemorragia. No ha habido complicaciones.
—¿No ha alcanzado ningún órgano?
—Por suerte, no. La herida es profunda, pero los tejidos se regenerarán. Le quedará cicatriz, pero creo que eso no tiene mucha importancia.
Ángela asintió en silencio, llevada hasta el techo por su alma, que volvía a estar en paz.
—Creo que tendrá que agradecérselo durante mucho tiempo —comentó el doctor—. Si no hubiera sido por usted…
—Por favor, no lo diga —suplicó.
—Oh, lo siento. Estoy tan acostumbrado a lidiar con situaciones difíciles que me olvido de la sensibilidad de los familiares. —Se ajustó las gafas—. Pero dígame una cosa. ¿Fue usted quién le sacó del agua?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Y también realizó la reanimación? ¿Taponó la herida del costado?
—Sí. No había nadie más.
—Vaya… —dejó escapar, sorprendido—. Creo que ese hombre tiene un ángel de la guarda. —Inclinó la cabeza para indicar que se marchaba y se dio media vuelta para desaparecer por la esquina izquierda del pasillo, dejándola sin aliento.


La habitación estaba casi a oscuras, con las persianas bajadas hasta la mitad. Ángela sintió vértigo al entrar, pero por fortuna no se trataba de ningún espejismo. Dorian estaba allí, dormido. Las enfermeras habían permitido verle pero poniendo de manifiesto que tardaría horas en despertarse, ya que le habían suministrado varios medicamentos y sedantes para que fuera recuperándose. No obstante, podía quedarse en la habitación hasta que Nora y sus padres llegaran. Les había llamado, y no recordaba haber pasado tanto miedo en años. La voz inicialmente aguda de su hermana se transformó en un torrente de llantos y gritos al procesar la noticia. Su padre tuvo que seguir hablando en su lugar para saber en qué hospital se encontraba.
Con cuidado de no hacer ruido, se sentó en uno de los sillones que había próximo a la cama. Escuchaba su respiración y no existía en ese momento melodía más maravillosa que ese leve y constante murmullo rompiendo el silencio. También las máquinas tintineaban de vez en cuando, controlando absolutamente todo de ese cuerpo que descansaba entre finas sábanas de hospital, con rasguños por la cara y una mascarilla de oxígeno para facilitarle el trabajo a sus extasiados pulmones.
No reprimió las ganas de sentirle un poco más cerca y con suma delicadeza aferró esa mano fría situada en el extremo lateral de la cama. No se movió ni un ápice durante al menos media hora; se sentía mejor de esa forma, vigilándole desde la penumbra con sus mejores deseos para que se recuperase lo antes posible.
Sintió voces al otro lado de las paredes, provenientes del pasillo. Alzó la cabeza y creyó ver una melena rubia. Se obligó a soltarle de la mano; su momento de proximidad había acabado. Era hora de enfrentarse a la locura de Nora. Salió lentamente al pasillo y miró por todas partes hasta que la encontró.
—¡Angy! —Nora se catapultó hacia ella. La abrazó con una fuerza insólita, clavándole los codos en las costillas—. ¿Qué ha pasado? —gritó, con los ojos rojos por los lloros—. ¿Está bien? Oh, por favor, dime que está bien…
La sujetó la cara con dulzura.
—Nora, cálmate —susurró—. Está bien, te lo prometo.
—¿De verdad? ¿Estás segura?
—Sí —sollozó—. Está en esa habitación, descansando.
Nora se enjugó los ojos y reaccionó.
—Voy a hablar con él…
—No. —La abrazó para detenerla—. Está sedado, Nora. No despertará hasta dentro de unas horas. Tienes que tranquilizarte.
—¿Cómo puedes pedirme eso? —rugió—. Es mi marido el que está ahí.
—Lo sé, pero yo he estado con él. —Tenía que hacer esfuerzos por aparentar serenidad en un ambiente histérico—. Los médicos me han dicho que está fuera de peligro.
—Le han salvado…
—Eso es. Volverá a casa… contigo.
En ese momento sus padres llegaron. Julia tenía el rostro literalmente desencajado.
—¡Oh, Angy! —exclamó—. ¡Cielo! ¿Estás bien?
—Sí, mamá. —La abrazó—. Estoy bien.
—No puedo creer que haya podido pasaros algo así…
—Le ha pasado a Dorian —susurró—. Y ha sido por mi culpa.
Vladimir se acercó y le puso una mano encima del hombro.
—No vuelvas a decir eso, cariño. Todos sabemos que no es verdad.
—Pero teníais razón. La carretera era peligrosa y yo no quise escucharos. Si me hubiera asegurado de que Dorian se quedaba con vosotros ahora no estaría aquí.
—Volvió a entrar al restaurante para decirme que iba a ir detrás de ti para asegurarse de que llegabas bien —gimoteó desconsoladamente Nora—. Mira lo mucho que le importas. —Rompió a llorar. Estaba destrozada. Se encaminó a la habitación pero esta vez su hermana mayor no se lo impidió. Al contrario, no tenía ni fuerzas para hablar. Se había vuelto débil, sucumbida por la rabia y la culpabilidad. Su padre la mantenía de pie gracias a su continuo abrazo.
—Lo que importa es que está fuera de peligro —apuntó Vladimir—. Va a ponerse bien.
—Pero si no me hubiera olvidado del regalo…
—No es culpa tuya —aseguró su madre—. Estas cosas a veces ocurren. Es una locura, pero gracias a ti, Dorian sigue con vida. —Se enjugó sus lágrimas—. Es sorprendente lo que has hecho por él, una auténtica heroicidad.
—¿Cómo podía no hacerlo? Es el marido de Nora. —Se rompió por dentro al pronunciar aquello—. Todo ocurrió muy rápido. Me llamó y yo cogí el teléfono. Estábamos discutiendo porque yo no quería que fuera hasta la isla cuando de repente dejó de hablar. —Se estremeció—. Cuando quise darme cuenta de lo que había pasado ya era tarde. El coche… Oh, Dios. El coche estaba volando por los aires y salió despedido hasta el agua. No sé por qué se salió de la carretera…
—Ya, ya mi niña… No hables de eso ahora. Tienes que recuperarte tú también.
—Papá, estoy bien.
—No, Angy. Estás agotada, tienes cortes por todas partes. No me digas que estás bien. Eres mi hija, mi pequeña…
Angy se sobresaltó con la actitud de su padre. Nunca se había mostrado tan temeroso, y ahora sus ojos verdes se humedecían por primera vez.
—Papá, no llores. —Se aferró a su cuello—. Estoy bien, de verdad. Son unos simples arañazos.
Con algo de malestar, su padre se serenó. Abrazó a su mujer.
—No puedo ni imaginar lo que debe estar pasando Nora —comentó Julia.
—Sé que está asustada, pero ya ha pasado todo.
Al término de esas palabras, la mujer de mirada verde se acercó a la habitación; la puerta estaba entreabierta pero no quiso pasar. Nora ocupaba el sitio en el que minutos antes había estado ella misma. Su hermana pequeña lloraba y lloraba, aferrando la mano de su marido.
—Tienes que ponerte bien —la oía decir—. Tienes que volver a casa conmigo, cielo. Te necesito. Dios sabe lo mucho que te necesito. Eres toda mi vida, mi amor…
Se apartó casi por instinto. Entendía sus palabras pero acababan de taladrarle el pecho. Ese mismo mensaje lo había repetido ella al sacarle del agua y al reanimarle, temiendo que se hubiera ido. De nada servía haberle dicho que le quería; cuando abriese los ojos, Nora sería la primera mujer a la que viese.


93


La luna alumbraba todo el perímetro de la isla, otorgándole un aspecto fantasmal. Angy estaba en su cama, sola. Después de que la curasen las heridas de las manos y las rodillas decidió que lo mejor era volver a casa de sus padres; no servía de nada permanecer en el hospital desesperándose por ocupar el lugar de Nora.
Llevaba horas tumbada en su antigua cama pero era incapaz de dormir. ¿Cómo podía hacerlo? Se levantó con cautela y observó a través de la ventana; ese pedacito portentoso de cristal que la catapultó a un mundo paralelo lleno de recuerdos. Se imaginaba allí cuando todo comenzó, cuando le vio llegar por primera vez de la mano de Nora, y lamentablemente ahora prefería conservar ese recuerdo en lugar del último más reciente. Iba a ser imposible olvidarse de una cosa así. El coche, el ruido estridente… Las piernas le temblaban. Ahora cada vez que estuviera allí, se acordaría de esos minutos de agonía y sufrimiento en los que por un segundo se atrevió a tirar la toalla, creyendo que le había perdido para siempre. Había estado a un paso de suceder, pero por suerte sus ojos se habían vuelto a abrir.
Era curiosa la cuestión del tiempo. Ese accidente horrible había ocurrido allí, hacía tan solo unas horas, y ahora el silencio reinaba en el lugar, sin gritos, sin miedos, sin desesperación. Daba gracias a Dios por haberle salvado. Si hubiera tenido que contemplar algo así, estaba segura de que jamás habría podido superarlo.
Se palpó lentamente las palmas de las manos. Los cortes tenían mejor aspecto que antes, pero necesitarían unos cuantos días para sanar del todo. Mientras tanto, volvía a defraudarse con las imágenes de su hermana llorando en la habitación de Dorian. Cómo le cogía de la mano, cómo le susurraba… Desde luego estaba aterrada, y no dejaba de preguntarse hasta qué punto estaría enamorada de él. Nunca se había parado a pensarlo con detenimiento, pero en el fondo de su ser anhelaba la esperanza de encontrar algún retazo de sentido común que le ordenase que le dejara marchar, porque a fin de cuentas Nora era su mujer, y ella ya hacía mucho que se había convertido en nada, porque eso es lo que era; un cero a la izquierda, un punto insignificante. Era la antítesis de su hermana, pero compartía con ella un amor que le embargaba hasta el último centímetro de su ahora parcialmente dañada integridad.
Y es que le quería tanto… Iba más allá del amor. Una locura, pero una locura deseada. No sabía a ciencia cierta cuánta noches se había despertado en mitad de la oscuridad deseando tenerle cerca, pero eso era algo con lo que dejó de contar. Por eso tenía que seguir hacia delante, apretando los dientes e intentar reconfortarse con la idea de que su antiguo chico estaría bien, pero no con ella, si no lejos de sí misma.
Vislumbró un coche al otro lado del puente, aproximándose con lentitud. Lo observó en silencio y pudo comprobar que se trataba del coche de Nora, pero no sabía a ciencia cierta si se trataba de ella. Giró sobre sus talones y bajó las escaleras. Abrió la puerta principal y se quedó allí parada, esperando ver a alguien conocido.
Los siempre tan relucientes ojos de Nora se habían apagado; eran dos gotas de mar en calma, pero una calma aplastante, inquebrantable, desconocida… Un color azul intenso que se mezclaba con el rojo apabullante de los vasos sanguíneos.
—¿Qué haces aquí? —susurró Angy.
Nora se encogió de hombros y pasó adentro, esquivándola.
—Nora…
—He venido a darme una ducha —sollozó—. En seguida volveré al hospital.
—¿Quieres que te prepare algo de cenar?
—Angy, son las dos de la madrugada. —Se llevó las manos a las sienes—. De todas formas no tengo hambre, pero gracias. —Se deshizo de su chaqueta y subió las escaleras con un gran peso sobre los hombros. Parecía haber envejecido veinte años de golpe. Cerró la puerta del baño con brusquedad y todo volvió a quedar en silencio.
Angy estaba en el salón, tragada por la oscuridad, sentada en el sofá. No se atrevía a encender la luz. Prefería esconder cualquier reflejo de su persona. Lamentablemente comenzaba a odiarse, y creía que Nora hacía lo mismo. Ni siquiera la había mirado al entrar. Estaba claro que la culpaba por lo sucedido, de lo contrario no se comportaría de esa forma. Pero era completamente injusto que actuara así. Ella no había tenido que lanzarse desesperadamente al agua para salvarle, no había tenido que golpear el parabrisas mientras Dorian se ahogaba; tampoco había tenido que sacarle del agua y rezar mientras le reanimaba para que no falleciera. No, definitivamente no podía culparla porque le había salvado. No podía controlar cada movimiento de Dorian, y si él había decidido ir a buscarla, ¿qué culpa tenía? En todo caso sería Nora la responsable indirecta de aquello. Si no hubiera insistido para que volviera a por el regalo, o si simplemente se hubiera asegurado de que su marido permanecía a su lado en el restaurante… Demasiadas cosas que acababan en amargos supuestos que se habían convertido en un reciente pasado.
Subió de nuevo a su habitación y se dejó caer en la cama; no se molestó en cubrirse con las sábanas. Pequeñas lágrimas afloraron lentamente hasta rodar en sus mejillas, humedeciendo la almohada. Quería desaparecer, pero siempre que había deseado hacerlo algo ocurría, impidiendo su sueño de echar a volar para olvidarse de algo imborrable. Lo único en lo que pensaba tenía nombre y apellidos, y se encontraba en una cama de hospital. Se moría por estar allí, pero ese no era su puesto, no era su obligación, aunque en secreto fuera uno de sus anhelos.
La puerta de su habitación se abrió y Nora entró con pasos deslizantes, el cuerpo pesado y la cara descompuesta, los ojos llorosos y la garganta seca. Vestía con ropa nueva y el pelo estaba húmedo, pero incluso estando triste era preciosa. Se desplazó hasta la cama y se sentó sobre el borde, intentando empezar con una conversación que no estaba segura de querer tener.
—¿Cómo tienes las manos? —preguntó—. ¿Te duelen?
Con increíble esfuerzo Angy se incorporó para mirarla frente a frente. Al hacerlo, la luz de luna que se colaba por la ventana se reflejó en la parte superior de su rostro, mostrando unos ojos anegados en lágrimas, con un aspecto aún más preocupante que el de su hermana pequeña.
—No demasiado —logró decir—. Hay cosas peores.
Nora dejó escapar un suspiro, evitando mirarla directamente. Una fuerza invisible se lo impedía.
—No quiero que llores —dijo de repente—. Con que lo haga yo es más que suficiente. No mereces pasar por esto.
El subconsciente de Ángela se alarmó. No entendía el significado de aquellas palabras, pero desde luego eran vocablos desmedidos. ¿Que no llorara? Era como pedir a la luna que dejara de alumbrar. Ella había sido testigo de los peores momentos; con algo así insertado en el cerebro era imposible actuar con naturalidad. No tenía derecho a creerse la única afectada por aquello. Ella sufría y ni siquiera tenía la oportunidad de desahogarse realmente.
—No me pidas eso, Nora. Yo he visto todo. Sé lo que ha pasado. Ha sido demasiado… duro.
Nora desplazó su mano y la puso encima de la rodilla de su hermana. Había empequeñecido.
—Me imagino que ha tenido que ser espantoso. Ni siquiera me atrevo a imaginármelo…
—¿Me odias?
Nora se tensó al escuchar.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
—Ni si quiera eres capaz de mirarme a los ojos. Sé que me culpas por lo ocurrido.
—¡No! —exclamó—. ¡Claro que no! Dios, Angy. Jamás podría pasar algo así. Tú no has tenido nada que ver.
—¿Y por qué me siento de esta manera? —Se tapó la cara con ambas manos—. Puede que no lo digas, pero sé que en el fondo me culpas por su accidente, porque si yo no hubiera olvidado el regalo de mamá no tendría que haber vuelto…
—No —sentenció Nora.
—¿No?
—No te odio. Eres tú quien tendría que estar enfadada conmigo. He sido una estúpida —gimoteó—. Estaba tan preocupada por él que ni siquiera te he preguntado si tú estás bien. Soy una egoísta.
—No digas eso. No pasa nada, entiendo tu situación. En momentos así, nadie puede pensar con claridad.
Mantuvieron el contacto visual y terminaron en un abrazo. Sus lágrimas querían competir mutuamente.
—El mundo se me vino abajo cuando me llamaste —susurró Nora—. Papá, mamá y yo estábamos preocupados porque tardabais en volver, y cuando nos dijiste lo que había pasado…
—Tenía que haberos avisado antes, pero siendo sincera no podía hacerlo. —La piel se le puso de gallina—. No me atrevía.
—No te culpo por ello. —Recogió sus piernas y las rodeó con los brazos—. Anunciar algo así es una pesadilla.
Volvían a ser como dos confidentes, mostrando sentimientos complementarios por una misma circunstancia. Ninguna quería tirar la piedra para luego esconder la mano, pero estaba claro que no consideraban lo ocurrido como un simple echo del azar.
—¿Cómo está? —soltó Angy—. ¿Ha despertado?
—No, cuando me he marchado seguía durmiendo. —Se enjugó las lágrimas—. Dios, lo único que quiero es verle abrir los ojos, Angy. El corazón se me va a salir del pecho. Es que no logro entenderlo. Por la mañana estaba perfectamente y ahora está sedado en el hospital, y todo en cuestión de horas. Lo que más desearía sería despertarme y saber que esto no es más que un sueño.
Eso mismo pensaba Ángela, pero la realidad había superado con creces a la ficción.
—Eso sería increíble, pero tenemos que hacernos a la idea de que esto es real. Está en un hospital, pero va a recuperarse. Va a volver a ser el mismo de siempre.
—¿Y si no ocurre?
—¿Qué quieres decir?
—Pareces muy segura, pero yo no. Quizás cuando vuelva a casa descubra que tiene… secuelas.
—No.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque he hablado con los médicos y si fuera verdad me lo habrían dicho. Ha tenido una hemorragia que han conseguido cortar. Ya está, se acabó. Dentro de unas semanas hará vida normal. Créeme; tú serás la única que pueda comprobarlo.
Nora se acarició el pelo tratando de calmarse. Ahora más que nunca se evidenciaba su juventud y falta de experiencia; una muñeca rota.
—¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Qué se te pasó por la cabeza?
—No quería perderle —soltó sin pensar—. Sé lo mucho que te importa y no podía quedarme quieta sin hacer nada. Él vino a buscarme y por eso tuvo el accidente. Tenía que salvarle, eso es todo. Sé que él habría hecho lo mismo por mí.
Nora abrazó a su hermana con una inmensa gratitud.
—No sé cómo puedo darte las gracias. —Sujetó su cara con las finas manos de porcelana—. Le has salvado, Angy. Has sido tú. Has arriesgado tu vida por salvar la suya…
—Cualquiera habría hecho lo mismo. Era necesario.
—No hagas eso. No le quites importancia. Ha sido lo más bonito e increíble que alguien puede hacer.
Repentinamente incómoda, Angy se levantó y se asomó de nuevo a la ventana. Era un paisaje desolador y precioso a partes iguales.
—No quiero dejarte sola, pero tengo que volver —se disculpó.
Angy tragó saliva y mantuvo la mirada en el cristal.
—No te preocupes, estaré bien. Él te necesita allí.
Creía que Nora se marcharía pero no se movió. Aguantaba la respiración y eso era su señal para indicar que se moría por decir algo que se le clavaba en la mente.
—No te vayas —dijo de repente.
La mujer de ojos verdes se volvió, sorprendida por las palabras, que más que imperativo, sonaba a súplica.
—¿Qué?
—No te vayas —repitió—. Sé que tienes todo eso del teatro pero te suplico que te quedes. Nunca te he pedido que lo dejes y ahora tampoco pretendo hacerlo, pero te ruego que te quedes aquí un poco de tiempo. Quiero estar contigo, Angy. Con lo que acaba de pasar no puedes volver a irte de repente. Te necesito, y aunque no lo creas Dorian también te necesita.
—No —gruñó—. No es verdad. Te necesita a ti. Yo tengo que seguir con mi vida. Sé que es duro aceptar lo que ha pasado pero dentro de unas semanas recordaréis esto sin problema. Volverá a casa contigo y yo volveré a la mía. Tenemos vidas separadas.
—Ya lo sé, pero tómate un tiempo para descansar. —Se aproximó y se posicionó a sólo unos centímetros de su cara—. Unas semanas. Quédate, por favor.
—No es tan fácil. Ya he retrasado las representaciones demasiado tiempo. Es mi trabajo. No puedo decir que no.
—¿Ni siquiera por mí? —Sabía darle donde más le dolía—. Siempre dices que tu familia es lo primero. —Se mordió el labio—. Demuéstralo.
—No puedes pedirme una cosa así. Es… demasiado.
—Para ti siempre es demasiado. Aparca tu trabajo, déjalo a un lado. Disfruta de nuestra compañía.
—Ya lo hago.
—¿Sabes cuándo fue la última vez que estuvimos juntas durante un año seguido? ¿Recuerdas cuando estabas aquí y nos contábamos absolutamente todo?
Angy sintió nostalgia por esos tiempo en los que se suponía que la vida era más fácil.
—Las personas cambian, Nora. Yo lo he hecho y tú también. Hemos madurado.
—Eso no significa que esté dispuesta a perderte.
Un vértigo asomó en su piel.
—No vas a perderme. Nunca pasará algo así.
—Te equivocas. Te he perdido un millón de veces —sollozó—. Te perdía cada vez que cogías un avión hasta que finalmente te fuiste a vivir a otra ciudad.
—Pero yo creía que te alegrabas.
—Sí, pero no dejaba de echarte de menos. Es una sensación horrible. ¿Por qué crees que tengo un montón de fotos de nosotras en casa de Dorian?
Avivó en ella la llama de la sensibilidad familiar y la envolvió con los brazos. Nora siempre había sido su talón de Aquiles.
—Perdóname, Nora. Sé que ha sido duro, pero sabes que siempre vas a poder contar conmigo. —La besó en la frente—. Siempre.
—Quiero contar contigo ahora.
—Nora…
—Por favor —rogó—. Por favor. No quiero que te vayas. Para que mi vida sea completa necesito saber que estás cerca. Deja que lo crea durante un tiempo. Por favor… Eres mi única hermana.
Era imposible rebatir esas palabras. Eran pocas las veces que esa joven mujer con fachada de hierro se abría sentimentalmente, y mucho menos suplicando.
—¿Cuánto tiempo necesitas que me quede?
—No lo sé, pero quiero que lo hagas.
Se separó de ella y estudio sus azulados ojos.
—Está bien, pero tienes que irte ahora mismo. —Se revolvió por dentro—. Seguro que Dorian querrá encontrarte a su lado cuando se despierte.


94


El silencio era realmente incómodo a través del teléfono. Era un alivio desahogarse con Evan, pero se había quedado de piedra al confesarle lo que había ocurrido en las últimas veinticuatro horas.
—No puedo creerlo.
—Ya, pues vas a tener que hacerlo —masculló ella.
—¿No sabes por qué se salió de la carretera?
—No, aún no. Pero al menos está a salvo.
—Tú le pusiste a salvo —carraspeó—. Eres increíble.
—Todo el mundo dice lo mismo, pero yo no estoy tan segura.
—Le has salvado la vida, Angy. Insististe reanimándole una y otra vez. Eso fue lo que le salvó.
—Sí, pero no quiero hablar de eso —espetó.
—Está bien, lo siento.
—En realidad te llamaba por otro asunto. Tengo que decirte algo, pero no te va a gustar.
—Entonces no lo digas. —Contuvo la respiración—. Era una broma. Suéltalo.
Tenía que decirle que su trabajo como actriz tendría que retrasarlo un poco más, pero no era tan fácil decirlo como pensarlo.
—Voy a quedarme.
—Vas a quedarte… —repitió como un loro—. ¿De qué estás hablando? ¿Cómo que vas a quedarte? ¿Allí?
—Sí —musitó—. Aquí, en la isla.
—¿Cuánto?
—No lo sé. Hasta que todo esto se aclare, supongo.
Evan parecía disgustado; tal vez defraudado.
—Sigues sin entenderlo. Estar cerca de él no te ayudará.
—No lo hago por él, si no por Nora. Fue ella la que me lo pidió.
—Eso no importa.
—Claro que importa. Ella tiene razón. Por una vez tengo que pasar más tiempo con ellos.
—Ya, pero sabes tan bien como yo que este no es el mejor momento.
—Nunca lo será, Evan. Ese es el problema.
La tensión creció entre ambos. No era plato de buen gusto discutir, y mucho menos por todo lo relacionado con Dorian.
—¿Y qué se supone que voy a decirle a los chicos? ¿Y la gira?
—Diles lo que se te ocurra. Me da igual.
—No tiene ninguna gracia. Esto es serio —gruñó—. Hemos trabajado mucho para lograr una buena acogida entre el público. No puedes abandonar ahora.
—Sí que puedo. Tengo que hacerlo.
—Pero todo se va a ir al traste con tu ausencia.
—Eso no pasará —dijo ella sin demasiada convicción—. Sustitúyeme.
—Haces que parezca fácil, pero contigo no lo es. Podría encontrar a un sustituto para cualquiera pero para ti…
—Evan, no soy imprescindible. Sé que puedes hacerlo. Esto es demasiado urgente. No puedo… dejarles.
—No utilices a tu familia como escusa. Sé valiente y admite que no puedes irte por él.
Se quedó sin palabras al menos durante un larguísimo minuto.
—Ya te lo he dicho. No lo hago por él.
—Vale, digamos que te creo —dijo—. Supongamos que quieres pasar más tiempo con tu hermana y todo eso… —Hizo una pausa—. ¿Vas a decirme cómo vas a hacerlo sin que Dorian esté presente?
—Lo estará, pero no será un problema.
—Oh, claro que no. Sé que lo tienes todo bajo control…
—No me hables así.
—Entonces deja de decir estupideces. —Soltó un suspiro—. Sabes lo que pasará si te quedas.
—No…
—Lo sabes —bufó—. Has estado a punto de perderle y aunque crees que lo haces por tu hermana te sientes desesperadamente unida a él, incluso más que antes. Quieres tenerle cerca para asegurarte de que nada malo le vuelve a ocurrir, pero entonces déjame decirte que esto te va a estallar en la cara.
—No lo hará. —Cerró los ojos y apretó los párpados—. Ya sabes la de veces que he actuado delante de ellos. Esta vez será lo mismo. Cuando Nora se recupere volveré a casa y esta vez será definitivo para ambos.
—¿Cuántas veces te he oído decir lo mismo?
—Créeme, por favor.
—Joder, claro que quiero creerte, pero ni siquiera tú puedes hacerlo —senteció—. Escúchame, Angy. Sé lo duro que ha tenido que ser para ti, pero ahora no debes rendirte. Ya no se trata del teatro, si no de ti. Acabas de darte cuenta de lo mucho que sigues dependiendo de Dorian. Si te quedas, no podrás controlar lo que sientes como has estado haciendo hasta ahora. Y lo entiendo, de verdad que sí, pero por eso te digo que tienes que marcharte. Deja que Nora le cuide. Es lo que tiene que hacer. Tu obligación es apartarte. —Gruñó por lo bajo—. Creía que lo tenías claro.
—Lo tengo claro. Mis intenciones no han cambiado.
—Eso no lo sabes.
—Sí que lo sé. Esta será la última vez que permanezca cerca del marido de mi hermana. No más discusiones, no más momentos a solas, ni siquiera miradas… Se acabó.
Evan carraspeó intencionadamente.
—Está bien, me rindo. Es tu decisión. Ya lo hemos hablado un millón de veces pero tú tienes la última palabra. —Se quedó callado—. Y en cuanto a lo del teatro…
—Te lo compensaré —prometió—. Trabajaré duro.
—Ese no es el problema. Siempre das el cien por cien, pero me temo que quien te sustituya no estará a la altura…
—No será durante mucho tiempo. Unas semanas…
—¿Estás segura de que la espera no se alargará?
—No lo creo.
—Eso espero, porque sabes que sin ti soy un completo desastre.
Angy se permitió sonreír por aquella vez.
—Eso no es verdad. Sabes arreglártelas solo.
—Claro, no me dejas otra opción.
Ya volvía a apaciguarse. Era buena señal, se lo estaba tomando bastante bien.
—Bueno en ese caso supongo que podrás pedirle ayuda a alguno de los chicos.
—¿Y dejar que metan las narices en la gestión y en todas las cuentas? Creo que no.
El móvil de Angy comenzó a sonar.
—Evan, tengo que colgar.
—Lo sé. Alguien te reclama.
Un último silencio.
—Buena suerte, actriz.
—Gracias, Evan. Por todo.
—¿Sabes? Algún día pagarás por esto. —Emitió una leve risa—. Algún día…
—Adiós.
—Cuídate, preciosa.
Estaba a punto de colgar cuando un pensamiento en forma de recuerdo le invadió la mente.
—Espera.
Escuchó a Evan volver a agarrar el teléfono.
—¿Sí?
—Tengo que pedirte otro favor.
—Si puedo hacerlo…
—Es sencillo —aseguró—. Necesito que me envíes algunas cosas.
—¿Y dónde están exactamente?
—En mi apartamento.
—¿Y cómo se supone que voy a entrar?
Eso era verdad. A no ser que forzara la cerradura, cosa que dudaba.
—Puedes hablar con mi vecina, la señora Ivanova.
—¿Qué? ¿Con esa bruja?
—Es buena gente. Te escuchará. Tiene una copia de mis llaves. Te la dejará.
—¿Cómo estás tan segura? No me conoce.
—Sí que te conoce. Al menos le he hablado de ti.
—Qué bien —gruñó—. Creo que me dejas más tranquilo…
—Esa es nuestra única opción, a no ser que quieras entrar por la ventana, aunque creo que no te gustan mucho las alturas…
—Está bien —sentenció—. Hablaré con ella.
—Genial.
—Bueno, ¿y qué es lo que tengo que enviarte? ¿De qué se trata?
—Eso es algo que tampoco te va a gustar.
Evan suspiró, rindiéndose.
—Creo que eso es algo a lo que nunca me acostumbraré.


95


La boca era un desierto de arena y la garganta tenía el mismo aspecto. Se había pasado un buen rato pensando en lo que iba a suceder, y cuando por fin la puerta de la habitación se abrió, sus pupilas centellearon. Nora se asomó y le indicó que pasara a verle. Hizo lo propio y se adentró en esa estancia ahora más iluminada gracias a las persianas convenientemente subidas. Dorian estaba tumbado en la cama, con un mejor aspecto pero con sus heridas todavía demasiado recientes.
—Hola, Angy —saludó—. Me alegro de verte.
Desde luego era verdad; su sonrisa era kilométrica en la cara surcada de pequeños arañazos.
—Dorian —pronunció—, ¿cómo te encuentras?
—Mucho mejor.
—Eso está muy bien.
Nora se acercó y le besó en la frente, orgullosa.
—Este hombretón es demasiado fuerte —bromeó—. Los médicos dicen que ha reaccionado bien.
Angy asintió, esforzándose por parecer calmada.
Dorian tosió a propósito y desvió la mirada hacia su mujer.
—Nora —susurró—, ¿puedo pedirte un favor?
—Sí, por supuesto.
—¿Podrías dejarme a solas con tu hermana? Me… gustaría darle las gracias.
Se tensó un poco pero accedió.
—Claro —se apresuró a decir—. Si necesitáis cualquier cosa… —Desapareció tras la puerta, cerrándola en cuestión de milésimas. Volvían a estar solos, otra vez.
—¿Cómo estás? —comenzó él.
Angy forzó una sonrisa.
—Creo que eso debería preguntártelo yo a ti, aunque ya lo he hecho.
—Pues ya me ves —repuso con un toque de humor—. Tumbado en una cama de hospital y una gran herida como recuerdo.
—Me dijeron que te quedaría cicatriz.
—Así no lo olvidaré.
—¿Crees que se puede olvidar una cosa tan espantosa? —espetó.
Sus fuertes mandíbulas se apretaron.
—No, claro que no. Es imposible que olvide… todo lo que ha pasado.
Ella se revolvió. Había pronunciado con verdadero énfasis una palabra en concreto de esa oración, ese peligroso adverbio.
—Debes tener más cuidado la próxima vez.
—Lo sé. Puede que no estés ahí para salvarme.
No le hizo ninguna gracia. Se estremecía al recordarle pálido y sin vida, y él en cambio se lo tomaba a la ligera.
—Lo siento. Sólo pretendo llevarlo bien.
Se limitó a asentir con la cabeza, los ojos perdidos en alguna parte del aséptico suelo.
—Estás… distante.
Como respuesta a esas palabras, Ángela se acercó y se sentó en uno de los laterales de la cama. Se arrepintió al instante.
—Gracias.
—No hay de qué.
Dorian deslizó su mano sobre la sábana y encontró lo que buscaba. Angy retiró sus dedos al instante.
—No, Dorian.
—Sólo quiero ver cómo están tus manos. Los cortes… —Agarró sus manos y les dio la vuelta, dejando al descubierto las palmas, con gruesas curvas atravesándolas.
—No es grave. No me duelen.
—Me alegra oír eso.
Ninguno de los dos estaba en su terreno; caminaban a ciegas sobre un montón de dudas. Él volvió a romper el hielo.
—¿Vas a irte, verdad?
—¿Irme?
—Ya sabes… Tu encantadora rutina de coger un avión.
Angy se debatía contra una corriente bifurcada de emociones. Se alegraba por quedarse, pero también se alarmaba al recordar las palabras de advertencia de Evan.
—En realidad… no.
Dorian arrugó el ceño, pensativo.
—Voy a quedarme unas semanas aquí, en la isla.
—¿Eso significa que…?
—Significa que voy a pasar más tiempo con mi familia, nada más.
Dorian captó el mensaje y asintió como un buen receptor. No le había sentado nada bien, pero intentó cambiar de tema.
—No sé cómo puedo darte las gracias —anunció—. Me aterra pensar en ello, pero si no te hubieras atrevido a…
—No quiero que me lo agradezcas —interrumpió la mujer de verdes ojos, gesticulando con las manos para conseguir que se callase—. No voy a negar que fue el peor momento de mi vida, pero gracias a Dios supe reaccionar.
—Creo que si hubiera sido otra persona ahora no estaría aquí.
Angy no quiso entender.
—Nora es temperamental y tiene el control sobre la mayoría de las cosas, pero creo que la presión habría podido con ella. No habría sabido cómo reaccionar.
—No digas eso. Yo tampoco tenía ni idea de que pudiera hacer algo así, y sin embargo lo hice. A veces la gente hace cosas impensables por… —Cortó la oración. No debía decirlo.
—A veces las gente hace cosas impensables por alguien que le importa —completó él.
Sabía que era imposible mantener bajo control a su mente. Acababa de jugársela.
—Mírala —susurró, levantando la cabeza y dirigiendo la mirada hacia la ventana que conectaba con el pasillo, donde Nora permanecía en silencio—. No tienes idea de lo mucho que te quiere. —Se volvió hacia él con mirada de fuego—. No podía permitir que ella te perdiera.
—¿Ella?
—Sí. Es tu mujer.
—Ya sé que lo es. No necesito que me lo recuerden todo el tiempo.
—Puede que no, pero es algo que a veces olvidas.
El incendio entre ambos volvía a encenderse, él tratando de avanzar unos pasos mientras que Angy deshacía sus intentos por acercársele.
—Tengo que irme —aseguró, levantándose.
—Espera. —La sujetó por la muñeca—. ¿Estás bien?
Ella se encogió de hombros, sin tan siquiera intentar disimular su tristeza.
—Supongo que sí.
—Eso no me vale.
—Tendrá que ser suficiente para ti. Ahora mismo mi estado de ánimo se tambalea sobre la cuerda floja.
—¿Por qué?
—No es el momento para hablar de eso. Quería verte y comprobar que estás bien. Seguramente mañana o dentro de un par de días te darán el alta.
—¿Y después?
Angy se inclinó y le dio un beso en la frente como despedida para después situarse al lado de su oído.
—Vuelve a casa.
Dorian entrelazó sus dedos con los de ella.
—¿Contigo?
Ángela se incorporó y se separó de él. Negó lentamente con la cabeza mientras dirigía de nuevo su mirada hacia Nora, que esperaba al otro lado, en el pasillo.
—Con ella.


96


Era como volver a ser una adolescente; una chica joven y despreocupada, atenta y dispuesta a hacer todo lo necesario para cumplir sus sueños… Pero no. Hacía mucho de eso, y si ahora estaba allí era por una cuestión completamente diferente, aunque eso no significara que no tuviese miedo, al contrario, se moría por saber si todo aquello saldría bien. Si se acababa hiendo de las manos tal y como había predicho Evan, su vida volvería a dar un giro de trescientos sesenta grados.
El día era soleado y claro. Apenas había nubes en el cielo y Ángela las contemplaba desde su ventana. Era temprano, pero no quería seguir en la cama, así que decidió bajar a desayunar con sus padres. Estaban en la cocina, y no pudo evitar suspirar; el tiempo parecía haber retrocedido.
—Bueno días, cariño —saludó su madre.
—Hola, mamá —pronunció—. Papá…
—Hola, cielo —dijo él—. Siéntate con nosotros.
Obedeció de buena gana y se sentó en la que solía ser su antigua silla. Su madre le sirvió un poco de café y unas tostadas con mermelada de fresa.
—¿Has conseguido dormir?
—Sí, mamá. No te preocupes. La verdad es que he dormido como un tronco.
—Bueno, tu cama siempre ha sido muy cómoda —dijo, esforzándose para no ponerse melancólica.
—¿Has sabido algo de Nora? ¿Ha vuelto a llamar?
—No, pero estará a punto de hacerlo. —Sonrió con esperanza—. Dorian ya ha salido del hospital, cielo. Los dos han vuelto a casa.
Asintió con una sonrisa taladrada en sus apretados labios. No sabía si alegrarse por ello o maldecir por caer en la cuenta de que lo había vuelto a perder sin tan siquiera haberle tenido.
—Eso es genial —se limitó a decir.
La televisión de la cocina estaba encendida y el hombre del tiempo que aparecía en ella afirmaba con entusiasmo que el buen tiempo se mantendría durante al menos dos días más.
—Me alegro tanto de que estés aquí…
Levantó la cabeza para observar a su madre. Nunca había dejado de ser increíblemente sentimental.
—Yo también, pero no te acostumbres. Van a ser unas semanas…
Su padre carraspeó de improvisto.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? Creía que tenías que volver por tu trabajo.
—Sí, claro. He hablado con Evan y le he pedido que me sustituya.
—¿Sustituirte? Eres la protagonista. La estrella…
—Por favor, papá. Hay miles de chicas como yo. Es sólo un papel. —Le dio un buen mordisco a la tostada que había en su plato—. Prefiero quedarme.
—Esa es una gran idea —afirmó Julia—. Te sentará bien estar en la isla. Seguro que este aire no lo hay en tu ciudad.
Se permitió sonreír con brevedad.
—No, desde luego que no.


Angy había acabado de ducharse y vestía ropa cómoda. Sus padres estaban en el salón; Vladimir en su cómodo sillón con el portátil sobre las rodillas y su mujer revisando unas cuantas facturas sin importancia. Sintió la necesidad de aproximarse.
—Mamá —susurró—, ¿qué haces?
—Oh, nada. Unas viejas facturas.
—¿No te encajan los números?
—Bueno, nunca me han encajado. —Soltó una risita—. Tu padre es el experto en números.
Su marido alzó la vista del ordenador y sonrió.
—Ese soy yo.
El teléfono de la mesilla comenzó a sonar. Julia se levantó de inmediato.
—Seguro que será Nora. —Se aproximó y descolgó—. ¿Diga?
Permaneció a la escucha un par de segundos. Su expresión se relajó.
—Es mi prima —aclaró silenciosamente, mientras se abría paso y les abandonaba para ir a un lugar más íntimo para hablar por teléfono.
Padre e hija se habían quedado en el más absoluto de los silencios. Queriendo no molestar, ella decidió que era mejor distraerse con algo, dar un paseo o algo así.
—Angy.
La voz de su padre la obligó a detenerse. Se volvió para mirarle.
—¿Sí?
Cerró la tapa del portátil y se levantó para después sentarse en el sofá.
—¿Podemos hablar un momento?
En lugar de contestar con la voz, le siguió y también tomo asiento, a su lado.
—Bueno, aquí me tienes —susurró—. ¿Qué quieres decirme?
—¿Cómo te encuentras?
Esa pregunta no entraba dentro de sus planes.
—Bien —se limitó a decir.
—¿Segura? ¿De verdad estás bien?
—¿Por qué supones que no lo estoy?
—No supongo nada, por eso te pregunto directamente.
—No entiendo a qué viene todo esto…
Su padre le puso una fraternal mano sobre la rodilla.
—Angy, me preocupas.
—¿Por qué? Estoy bien.
—No lo repitas más.
—Tengo que hacerlo porque no me crees.
Hubo una intensa e incómoda pausa.
—No es cuestión de que te crea o no. Tus actos hablan por ti.
—¿Mis actos?
—Sí —insistió—. Tu repentina decisión de quedarte aquí.
Angy sintió un escalofrío. Nunca había discutido con su padre porque eran demasiado parecidos; compartían una forma bastante semejante de pensar.
—No es repentina… —Se mordió el labio—. Bueno, puede que sí lo sea, pero Nora me ha pedido que me quede. Quiere que pasemos más tiempo juntas.
—Y dime, ¿realmente lo haces por ella o hay otro… motivo?
Se quedó literalmente sin habla. Un jarro de agua fría cayendo repentinamente sobre su cara. Su forma de mirar y de hablar escondían algo, y Angy temía que fuera precisamente su mayor secreto, pero no tenía sentido. Es decir, ¿podía saberlo?
—No sé qué quieres decir.
—Yo creo que sí.
—Papá, te estoy diciendo la verdad —gimoteó—. No hay nada más. He pasado muchísimo tiempo fuera de casa y ahora que ha ocurrido algo así no puedo volver a irme con la misma rapidez que siempre. No sería… normal.
Su padre carraspeó.
—¿Lo ves? A eso me refería. No lo haces por tu hermana, lo haces por Dorian.
El corazón reaccionó como un loco dentro del pecho, acelerando su ritmo como un torbellino. Empezaba a tambalearse. ¿Cómo había sido capaz de darse cuenta?
—¿Por Dorian?
—Sí, Angy. Por él.
—Eso no es verdad —trató de asegurar.
—Cielo, sé que nunca dejarías de lado tu trabajo. Es tu pasión, y si ahora vas a hacerlo es por algo realmente serio.
—¿Que puede haber más serio que lo que ha pasado? Nora necesita apoyo.
—Cielo, a mí no tienes que mentirme. Puedo entenderlo.
¿Entenderlo? ¿De verdad era capaz de entender su enredadísima historia con Dorian?
—¿Entender qué?
Él soltó un largo y desmedido suspiro.
—Haces esto porque te sientes responsable de lo que le ha ocurrido. Crees que tienes la culpa de que sufriera el accidente, ¿verdad?
Una catarata de alivio se originó en su torrente sanguíneo. Pudo volver a respirar. No era verdad que su padre hubiese descubierto todo lo que había detrás; suponía que Angy necesitaba quedarse a modo de disculpa para tratar de enmendar su error.
—Papá, yo…
—Cielo, escúchame. —Volvió su cuerpo del todo hacia su hija—. Nunca sabes qué es lo que puede pasar, pero te aseguro que tú no tuviste nada que ver con el accidente. Fuiste a la isla, pero eso no implica que Dorian acabara en el agua por tu culpa. Decidió seguirte, pero nadie le obligó a hacerlo. Es más, tú ni siquiera sabías que lo haría. —Le apartó el pelo de la cara—. No tienes que quedarte aquí para castigarte. Le salvaste la vida.
—No lo hago para castigarme —sollozó, reprimiendo las lágrimas al acordarse de lo ocurrido—. Quiero estar cerca de vosotros. El accidente me ha servido para darme cuenta de lo importantes que sois para mí. Es cierto que no sabemos qué puede pasar, y por eso precisamente quiero seguir aquí. El teatro puede esperar; vosotros ya lo habéis hecho durante mucho tiempo. Sé que me he perdido muchas cosas y si me quedo al menos me llevaré de recuerdo buenos momentos. —Hizo una pausa—. Ya conoces a Nora. Tiene carácter pero en el fondo es… débil. Sé que me necesita porque nunca me ha pedido que me quede y si ahora lo ha hecho es porque realmente tengo que posponer mi regreso. Un par de semanas, un mes… Así cuando vuelva sabré que he hecho lo correcto.
Los ojos verdes vivísimos de su padre la estudiaron a fondo y en silencio. Reflexionaba acerca de esas palabras salidas inconscientemente de algún rincón de su cerebro.
—¿Estás segura?
—Sí.
—¿Pero no repercutirá en tu trabajo?
—Vosotros sois lo más importante.
La abrazó como años atrás y suspiró.
—Estoy orgulloso de ti.
Ella no estaba tan segura si descubría la verdad, pero prefería no decir nada antes que nadar a contracorriente.
—Gracias, papá.


97


Ángela se aseguró de estar a solas para abrir el paquete. Escuchó varias veces el silencio para quedarse tranquila, como si no llegara a fiarse del todo. Se había quedado a solas en la casa mientras que sus padres hacían un par de recados en la ciudad.
—Veamos…
Estaba sentada en el suelo, con el paquete que Evan le había enviado justo enfrente de ella. Rompió con rapidez el envoltorio de papel marrón y el pulso se le aceleró de nuevo. En efecto, tenía lo que quería: la sudadera de Dorian que se llevó por accidente después de esos días en el campo además del maldito atrapasueños que le costó la pérdida de todos esos kilos de masa corporal.
Los observó con detenimiento, pasando los dedos cuidadosamente sobre sus respectivas superficies, percatándose de lo mucho que la hacían tambalearse. Era como si tuvieran vida propia y la instaran para que reaccionara, pero no tenía ni la más remota idea de qué demonios iba a hacer. Ya había dado el paso gigantesco de quedarse allí. ¿Y luego qué? No tenía nada que hacer, salvo compartir las horas del día con sus padres hasta que Nora diera el paso de acercarse, y desde luego resultaba evidente que lo haría de la mano de su marido.
Se levantó de su improvisado asiento y recogió aquellas pertenencias ajenas para guardas en un lugar seguro, pero no parecía encontrarlo. Su habitación no era ningún misterio para su madre, y aunque nunca había sido propensa a curiosear, lo cierto es que podía encontrarlos y desatar aún más la tormenta que tanto se empeñaba en contener. Así que optó por meterlos al fondo del armario con la esperanza de que no fueran descubiertos. Pero el problema no acababa ahí. Le había pedido a Evan que se los enviara por una única razón: devolvérselos a su propietario. Pero ¿cómo? Si no quería que Nora se enterase tendría que buscar un momento con Dorian para hacerlo, pero permanecer a solas con ese hombre no era lo más acertado, sobre todo porque había dejado de confiar en su fuerza de voluntad. Haberle visto al borde del precipicio era algo potentísimo que había conseguido conectarla a ese hombre, volviéndose aún más deseable, pero ni mucho menos más accesible. Tenía que encontrar una manera, porque sabía que no podía volver a casa con aquellos recuerdos colgando sobre sus manos. Representaban un pasado que no debía ser más que eso, un intenso pero finito pasado.
Cerró las puertas del armario y se dio la vuelta, como catapultada hacia el exterior. Decidió que lo mejor era airearse la cabeza y salió de casa para dar una vuelta. El silencio era magnífico, y los tonos verdes del paisaje la embargaban, haciendo que fuera capaz de pensar en algo agradable durante al menos dos minutos. La fuerza del agua estallaba contra las rocas. La arena estaba más blanca que de costumbre, y se permitió la idea de atreverse a meterse en el agua para refrescarse, pero automáticamente le vinieron pensamientos siniestros del accidente. Las ganas se desvanecieron en el acto, sabiendo que sería menos vulnerable con los pies literalmente pisando tierra firme.
Se sentó sobre la mullida superficie de hierba y contempló el agua oscurecida, moviéndose en una apaciguada calma, al son de una imaginaria canción de cuna. Estaba a punto de cerrar los ojos pero los nervios se le punzaron. Una vibración cobró vida en el bolsillo derecho de sus pantalones. Sacó rápidamente el teléfono móvil y comprobó el nombre de la persona que la estaba llamando. Sintió una ligera sacudida.
—Nora —gimoteó—. Estabas tardando en llamar.
—Hola, Angy —saludó su hermana—. Lo sé, pero he estado algo ocupada. Dorian ya está conmigo. Ha vuelto a casa.
Tal y como esperaba, las palabras de Nora hicieron mella en su estado de ánimo, cambiando su semblante neutral por uno deprimido, a expensas de saber que nadie podía observarla.
—Lo sé, mamá me lo ha dicho. Me alegro muchísimo, de verdad.
—Gracias. Es una gran noticia. Estos días han sido interminables…
Desde luego que lo habían sido, más para unos que para otros desgraciadamente.
—¿Está bien? —quiso saber—. ¿Tiene dolores?
—Se queja del costado —carraspeó Nora—. El dolor viene y se va, pero no tardará en recuperarse.
—Estupendo.
—¿Sabes? Es algo raro, pero después de lo que ha ocurrido…
—¿Qué?
—No lo entiendo, pero está más contento que de costumbre.
Angy conocía el motivo, pero quería olvidarlo.
—Es mejor que se lo tome con humor, Nora. Pasar por algo como eso suele dejar huella. Si está contento es una buena señal.
—Lo sé y me alegro. Pero quizás sea un efecto… postraumático.
—¿Por qué dices eso?
—Es que me extraña muchísimo, Angy. Semanas antes de todo esto se mostraba ausente, reservado… Y ahora está con una sonrisa durante todo el día. Es muy desconcertante. —Soltó un suspiro—. Tú le sacaste del agua. Es posible que presenciaras algún golpe en su cabeza…
Eso sí que no tenía ni el más mínimo sentido. Dorian se encontraba bien, y aunque fuera raro, no tenía por qué buscarle explicación, o eso es al menos por lo que ella misma optaría.
—De ninguna manera —aseguró Angy—. No se golpeó en la cabeza. Me aseguré de ello. No tenía brechas ni golpes ni nada parecido. Está bien, de verdad.
—Bueno, sólo quería asegurarme…
—No lo pienses —gruñó—. Ahora está contigo, de vuelta. Considérate afortunada; yo lo haría. —Se maldijo inaudiblemente nada más decir aquello. Estaba dejando de tener control sobre su propio cerebro.
—No te enfades, Angy. Claro que me siento afortunada. Te aseguro que no va a volver a ir a ninguna parte solo. No voy a volver a separarme de él.
En el fondo eso era lo último que quería escuchar, pero nada podía hacer al respecto. Ella haría lo mismo en su lugar, sólo que por esa vez tenía que volver a quitarse de en medio y aceptar su derrota.
—¿Y mamá y papá? ¿Cómo están?
—Bien —contestó secamente.
—¿Están ahí contigo?
—No, estoy sola en la isla. Se han ido temprano a la ciudad. ¿Querías hablar con ellos?
Nora emitió una pequeña risa infantil.
—Si hubiera querido hacerlo no te habría llamado a tu móvil, ¿no crees?
—Cierto —admitió—. No sé en qué estaría pensando.
—Últimamente estás muy pensativa…
—¿Eso es malo?
—No, pero quizás deberías actuar.
—¿Actuar?
—Sí, ya sabes. Podrías ser un poco más… impulsiva.
Apretó los dientes con resignación. Estaba claro que Nora no tenía ni idea, pero la estaba invitando formalmente a saltarse las reglas, y eso estaba absolutamente prohibido. Si actuara, se llevaría por delante a Dorian, y su mujer acabaría cayendo y hundiéndose hasta el fondo.
—No quiero hacer nada de lo que pueda arrepentirme.
—¿De qué estás hablando?
Hubiera deseado colgar en ese mismo instante. ¿Acaso estaba perdiendo el control?
—Olvídalo —espetó—. Creo que es este aire. No me sienta bien.
—En ese caso te invito que vengas a verme.
Ese repentino cambio de planes la asustó, aún sabiendo que era precisamente lo que pasaría.
—¿Ir a verte?
—Pues claro, ¿acaso has olvidado por qué estás aquí?
—No, pero pensé que tú vendrías a la isla…
Su hermana soltó un suspiro cargado de paciencia limitada.
—He estado toda mi vida viviendo allí —recordó—. Ahora que vivo en las afueras, me gustaría que conocieras todo esto. Sé que te gustará.
—¿Y dices eso porque…?
—Lo sé, eso es todo —rió—. Bueno, ¿qué dices? ¿Acaso no quieres ver a tu hermana?
—Sabes que sí. —El nudo en la garganta se estabilizó—. Me he quedado porque me lo has pedido.
—Y eso me encanta —admitió—. Quiero aprovechar todo lo que pueda antes de que vuelvas a volar lejos del nido.
—Está bien —interrumpió Angy—. ¿Cuándo quieres que vaya?
—¿Qué te parece mañana?
—De acuerdo —optó por decir—. Mañana entonces.
—Genial —combinó Nora—. Iré a buscarte por la mañana.
De repente le entró pánico.
—Nora…
—¿Sí?
—¿También vendrá Dorian a buscarme?
Tardó un rato en contestar, consiguiendo que los nervios de su hermana mayor se hicieran añicos.
—No —acabó por decir—. No pienso correr el riesgo de que se suba a un coche. El suyo ha acabado en el fondo y no quiero que haga lo mismo con el mío. Además, todavía no puede moverse demasiado. Nos esperará hasta que lleguemos.
Eso al menos suponía todo un trayecto para hacerse a la idea de su nuevo encuentro.
—Menos mal —susurró.
—Tranquila, no volverá a pasarle nada.
—Eso espero.
—Ya veo que te ha dado fuerte.
Ese comentario la hizo fruncir el ceño.
—¿Cómo?
—Oh, vamos. Está claro que desde que ha pasado todo esto estás más pendiente de él —comentó—. Y eso me gusta.
—¿De verdad?
—Absolutamente. Estáis más en contacto, y eso es genial. Aunque es algo preocupante que haya tenido que ocurrir un accidente para que acortéis las distancias.
—Al menos ya nos hablamos…
—Espero que eso no cambie. Quiero que os llevéis bien.
—Nos llevamos bien.
—Claro, le has salvado la vida. Sería un loco si no te lo agradeciera.
Angy quiso cambiar de tema, apresurándose a pensar con rapidez.
—¿Y tú cómo estás? ¿Has podido dormir?
—Si te soy sincera, no mucho. Me resulta muy difícil. Le veo tumbado a mi lado y siento la necesidad de abrazarle y protegerle de todo. Ya sé que no es un niño, pero parece tan indefenso…
La conversación iba de mal en peor, con insistentes demostraciones de amor de Nora hacia su marido.
—Es normal —acabó por decir.
—¿Crees que es demasiado? No quiero agobiarle.
—No te preocupes por eso. Él haría exactamente lo mismo. Dale su espacio y todo saldrá bien.
—Eso espero.
—Nora… —Cerró los ojos—. Tengo que colgar ya.
—¿Por qué?
—Tengo que hacer… un par de llamadas.
—¿Y no puedes esperar? Estamos hablando.
—Por favor, hermanita. Es importante.
—De acuerdo —gruñó Nora—. Mañana es el gran día. Me muero porque estés aquí.
—Y yo —dijo, pero sabía que no era por verla a ella.
—Hasta mañana.
—Adiós, Nora.
El silencio volvió a su piel y se quedó pensativa. Se estremecía al verse en una casa que no conocía, siendo el hogar de ese aparentemente feliz matrimonio. ¿Y si no era buena idea?


98


Dorian permanecía sentado en el sofá del inmenso salón, rodeado de silencio, mientras entrecerraba los ojos tratando de encontrar un poco de paz. La cabeza le daba vueltas por todo lo ocurrido recientemente, dejándole incapacitado para tomar una decisión; las cosas ya no encajaban tal y como creía.
Aún recordaba la confesión tan rotunda y directa de Angy justo después de salvarle, y en el hospital había vuelto a ser la de siempre, ocultando sus sentimientos para proteger a Nora. Era algo que podía entender, pero el dolor le desesperaba. No tenía ni idea de cómo acabaría todo, pero ahora que ella iba a quedarse unas semanas tenía que aprovechar la ocasión para acercarse, pero si seguía escondiéndose de él, poco o nada tenía que hacer. Todo era tan confuso… Se pasaba las horas con la mente dividida, pero en el fondo tenía que reconocer que había elegido hacía mucho, y aunque se esforzase por comportarse como lo que era, un marido hasta la fecha leal y fiel, comenzaba a desmoronarse, porque no había sido la imaginación lo que había acabado por convencerle, si no las palabras de la mujer de ojos verdes que le devolvieron literalmente a la vida.
Una sombra al otro lado de la gigantesca estancia se movió ligeramente. Dorian abrió los ojos y pudo comprobar que Nora estaba allí, cálida y dulce, a la espera, como si esperase obedientemente que le permitiera acercarse. Él le indicó con la cabeza mientras sonreía, así que su joven mujer se deslizó sobre la superficie lisa sin hacer apenas ruido hasta sentarse a su lado, cogiéndole la mano tímidamente.
—Hola —susurró, ruborizándose inexplicablemente.
—¿Qué hacías? —preguntó Dorian—. ¿Me estabas espiando?
Nora dibujó una fina línea curva en sus labios.
—No pretendía hacerlo, pero estabas tan concentrado que no quería… molestarte.
—¿Tú, molestarme? Creo que eres el premio de consolación a todo esto.
Se quedaron pensativos el uno con el otro, contemplándose entre la semioscuridad; el sol acababa de ponerse.
—¿En qué pensabas?
—En nada en particular.
—¿Estás cansado? ¿Te duele el costado?
Dorian le acarició la mejilla.
—Eh, no te preocupes. Estoy perfectamente.
—Pero si estás cansado deberías irte a la cama…
—Prefiero quedarme contigo y hablar. Has estado todo el día pegada al teléfono.
Ella asintió casi con vergüenza, como queriendo disculparse.
—Todo el mundo quiere saber cómo estás, y dado que no quiero que te esfuerces, yo contestaré a todas las llamadas hasta que todo esto acabe.
—Nora, no voy a cansarme por contestar a unas cuantas llamadas. Te preocupas demasiado.
Su pálido rostro y sus azules ojos se oscurecieron.
—Eso era lo que pensaba antes y he podido darme cuenta de que no es suficiente.
Él la rodeó los hombros con su brazo para despejarla de ese sentimiento de impotencia que todavía le recorría las venas.
—Es agua pasada —aseguró—. Pero no tienes que contestar a todo el mundo. No al menos si no te sientes preparada.
—Es agobiante, pero es de agradecer. Lo creas o no, hay un montón de gente que se preocupa por ti. —Hizo una pausa para pensar en algo en concreto—. He hablado con Angy esta mañana.
Su mente se accionó, incapaz de parar ese tren que tenía a todas luces la irremediable sensación de descarrilar inminentemente.
—¿Cómo está?
—Bien —contestó Nora—. Creo que no le hace mucha gracia estar de nuevo en la isla con mis padres. Después de tanto tiempo sin vivir allí, ahora le tiene que parecer extrañísimo.
—¿Cuánto tiempo va a quedarse?
—No lo sé con exactitud. Le pedí que lo hiciera por mí. No sé, me he vuelto muy sentimental y me gustaría tenerla conmigo antes de que vuelva a escaparse.
Dorian estudió el rostro compungido de Nora.
—No te hace mucha gracia que esté tan lejos de ti, ¿verdad?
—No, pero lamentablemente no puedo hacer nada para impedírselo. Es decir, he conseguido que posponga su regreso, pero a fin de cuentas va a volver a irse.
—Sí. Suena bastante… incómodo.
—Puede que todavía siga siendo una cría, pero no me acostumbro a que estemos tan separadas.
—Bueno, cada una debe vivir su vida.
Nora asintió con la cabeza, con el ceño todavía bien fruncido.
—La he invitado a venir —anunció repentinamente—. Es lo mínimo que podía hacer.
Dorian se tensó, y ella se dio cuenta.
—¿He hecho mal? ¿No debería haberlo hecho?
Ante la voz de repentino pánico de Nora, Dorian deslizó sus brazos alrededor de sus piernas y la sentó sobre su regazo, colocándole el pelo detrás de la oreja.
—Has hecho bien —dijo al fin—. Me parece una gran idea. Después de todo, me ha salvado…
—¿Puedo preguntarte algo?
Dorian asintió sin pensar.
—¿Qué le dijiste a Angy?
—¿Cuándo?
—Cuando os dejé a solas en la habitación del hospital.
—Le di las gracias por lo que hizo —susurró—. Fue muy valiente. Aún no entiendo cómo pudo hacerlo.
—Lo creas o no, le importas.
Eso era nuevo, al menos viniendo directamente de los labios de su mujer.
—¿En serio?
—Sí. Puede que sea reservada, pero está haciendo un esfuerzo para que todo esté bien. Sabe lo feliz que me haces, y eso supone una gran satisfacción para ella misma.
Él se resintió por dentro, dudando que aquello fuera verdad, sobre todo cuando Angy le confesó en la isla tras reanimarle que le seguía queriendo. Se limitó a hacer pasar el tiempo y la abrazó.
Nora suspiró en una nota de repentino pánico. Pegó su nariz a la de él, con los ojos bien abiertos. Se removió con rapidez y se sentó a horcajadas sobre Dorian, rodeando su cintura con las piernas, abrazándole con intensidad, como si temiera que de un momento a otro fuera a desaparecer.
—Creí que no volvería a verte… —Su respiración se cortó—. ¿Sabes lo que significas para mí? ¿Sabes lo mucho que te quiero?
Dorian escondió la cara en su cuello y respiró la fragancia que desprendía ese precioso pelo dorado.
—No puedo perderte —susurró Nora, cerca de sus labios, prácticamente pegados.
—No lo harás.
La rodeó con dulzura entre sus brazos y la atrajo hacia él, sintiendo el calor en sus venas.
—Siento haber estado tan separado de ti.
Nora soltó un suspiro y le besó en la frente.
—No importa. —Le besó en la mejilla—. Lo que importa es que estás de nuevo aquí, conmigo.
—Eres preciosa.
La sonrisa que apareció en los labios de su joven mujer era realmente kilométrica.
—Tú me haces serlo —dijo, al mismo tiempo que le besaba con intensidad.
Dorian acarició su espalda, sabiendo que no había vuelto a tocarla desde hacía mucho, y sentía algo por dentro que no llegaba a entender, porque quería verla feliz, pero su propia alegría no descansaba con Nora a su lado, si no con Angy.
—Sé que te lo he dicho un millón de veces, pero eres el hombre que he estado buscando durante toda mi vida.
—¿Crees que soy el adecuado para ti?
Nora pegó de nuevo sus labios a los de él.
—No lo creo, lo sé.
El sentimiento enorme de Nora reapareció con intensidad. Le quería con locura, de eso no había duda. Sujetó la cara de Dorian con sus finas manos y siguió besándole hasta perder la noción del tiempo. Él correspondía con afán, como si realmente quisiera sentirse del mismo modo, pero sabía que algo no encajaba.
Y se dejó llevar por lo que llevaba tatuado desde siempre en su interior. Un recuerdo de ojos verdes atravesó veloz su mente mientras se perdía en el cuerpo de aquella mujer de ojos azules y sonrisa perfecta. Deseó con todas sus fuerzas que Nora fuera ella, pero no.


99


Como respuesta a su incapacidad para dormir, Angy se pasó todo la noche en la isla, recorriendo cada centímetro cuadrado de arena, roca y hierba. Los pensamientos se arremolinaban a su alrededor, comprendiendo que había hecho y dicho cosas que no debía, en especial la locura de confesarle a ese hombre que seguía enamorada de él, y aunque era verdad, por ese breve e intenso discurso sus intentos de hacerle entender que se había acabado cayeron en picado hacia el precipicio. Lo había intentando de todas la maneras posibles para forjar ese muro que creía que les separaría para que así no pudiera interferir, y ahora lo único que tenía entre manos era la impotencia de saber que Dorian no iba a rendirse. Al contrario, ya dio visibles muestras de acercamiento cuando fue a verle al hospital, así que dudaba mucho de que nada pudiera pararle los pies; es más, ni siquiera sabía a ciencia cierta si deseaba que eso llegara a ocurrir, porque evocaba ese fatal accidente pero en su momento de apogeo, cuando estuvo tan cerca de su cara, y no entendía sus esfuerzos por romperse una y otra vez. Pero claro, ocupar un lugar que hacía mucho que había dejado de corresponderle no entraba dentro de sus planes, pero era imposible retroceder a esas alturas, sabiendo de mala gana que tendría que enfrentarse a él, como siempre bajo las miradas silenciosas que lo decían todo, mientras que Nora se mostraría encantada como siempre de tenerles a ambos cerca, sin tener ni idea de lo que en realidad pasaba.
El día comenzaba a clarear y se dio una ducha antes de desayunar. Cuando acabó, fue a la cocina para prepararse algo que llevarse a la boca aunque no tenía demasiada hambre. Su madre ya estaba allí, dándole los buenos días con una sonrisa radiante.
—Mamá —gimoteó—, ¿qué haces levantada tan temprano?
—Lo mismo podría preguntarte yo, cielo.
Angy tomó asiento y se encogió de hombros.
—Bueno, hoy tengo algo que hacer. Ayer hablé con Nora y decidimos vernos hoy. —Se estiró hasta hacer desaparecer un repentino calambre—. Voy a ir a casa de… Dorian.
Julia asintió con ganas mientras le servía una gran taza de café caliente.
—Me parece estupendo —comentó—. Te va a encantar.
Angy se sobresaltó por la seguridad en sus palabras.
—¿Cómo lo sabes? ¿Has estado allí?
—Sí, cielo. Tu padre y yo ya fuimos. Nora nos invitó. —Se sentó a su lado—. Es precioso. Un poco grande y exagerado para dos personas, pero es muy acogedora. Tú eres la única que falta.
—Qué bien…
—Es tu hermana y su marido, Angy. No te sientas intimidada. Creo que él va a esforzarse al máximo para recompensarte por lo que has hecho.
Comenzaba a no gustarle la idea de que le recordaran a cada momento lo que había pasado, pero se limitó a asentir.
—Me alegro de ir, pero siento que no voy a encajar.
—Créeme, ninguno de nosotros lo haría salvo tu hermana. Está encantada. Una mansión moderna situada a las afueras.
—Pero esta casa es grande…
—No es nada comparado con lo que vas a ver. —Sonrió con gracia—. Parece una de esas casas de lujo que salen en la televisión.
Angy no parecía entender nada. Lo poco o mucho que recordaba del estilo de vida de Dorian se reducía a un sencillo apartamento. Los lujos y los derroches no encajaban ni de lejos con su personalidad.
—¿Puede permitírselo?
—Bueno, creo que es bastante evidente que sí. Pero no te preocupes, te harán sentir cómoda enseguida.
—Eso es bastante fácil de decir para ti, mamá. No fuiste sola; papá te acompañó. —Resopló—. Yo voy a pasarme el día con ellos, y es… extraño. Voy a estar fuera de lugar todo el tiempo.
Su madre se quedó mirándola con extrañeza.
—Cielo, es un hecho que tu hermana está casada, pero eso no implica que vaya a hacerte a un lado. Al contrario, que yo sepa, ella te ha pedido que te quedes.
—Lo sé, pero siempre me resulta muy incómodo permanecer cerca de ellos. Es algo a lo que no llego a acostumbrarme.
—Puedo entenderlo, su felicidad puede verse a cientos de kilómetros.
Estuvo a punto de caerse de la silla. No daba crédito a la estupidez tan enorme que su madre acababa de soltar. Hasta donde ella misma sabía, Dorian no era feliz con su matrimonio, de lo contrario, ¿por qué si no se empeñaba en volver a ella una y otra vez?
—¿No crees que exageras?
—¿Por qué?
—Bueno, sólo digo que están al comienzo de su relación. Es normal que estén tan… conectados el uno al otro. Sería extraño que empezaran con mal pie.
La sonrisa tonta de su madre se emborronó.
—Intuyo por tus palabras que no apuestas demasiado por su futuro…
—¿Qué? Yo no he dicho eso, mamá.
—Pero es lo que parece.
—No —insistió—. Lo único que digo es que me resulta raro estar rodeada de parejas casi todo el tiempo. Papá y tú, Nora y él… Demasiado amor concentrado en el aire.
—Podrías solucionar ese tema si quisieras.
—¿Cómo?
Julia arqueó la ceja.
—¿Y tú me lo preguntas? —carraspeó—. Que yo recuerde, nos dijiste que por fin habías encontrado a alguien.
Se le había olvidado por completo. Se sintió estúpida hasta alcanzar límites insospechados.
—Ah, eso…
—¿Así es como lo llamas?
Optó por eliminar esa farsa de su camino.
—No lo llamo de ninguna manera —masculló—. No hay nadie.
—¿Qué?
—Lo siento, pero lo que dije no fue verdad. Una pequeña mentira pasa salir del paso. No tengo a nadie… entre bambalinas —dijo, pronunciando las palabras de su madre.
La cara de sorpresa de Julia era evidente, pero también comprensible.
—Qué pena —suspiró—. Creía que por fin iba a verte feliz.
—Ya soy feliz.
—¿Con qué? ¿Con tu trabajo?
Angy desvió la mirada. El estómago se tensó por ese tono tan hiriente.
—Oh, cielo —se apresuró a decir su madre—. Lo siento. No quería decirlo de esa manera.
—No te preocupes —se limitó a decir—. Tienes razón. El trabajo no debería ser lo más importante, pero es lo único estable que tengo en mi vida.
Julia carraspeó y alcanzó el brazo de su hija.
—No me malinterpretes, cariño. Eres una mujer brillante con una espléndida carrera, y me encanta que tengas éxito en ese aspecto de tu vida, pero me gustaría saber que de una forma u otra tienes el corazón ocupado por un hombre que te quiere. —Bajó la voz—. Verás, tú siempre has sido el punto de referencia. Nora copiaba cada uno de tus movimientos porque eras su modelo a seguir, y si ella ha conseguido estabilizarse y madurar, no entiendo por qué tú no vas a poder hacerlo, teniendo más… capacidad.
—¿Más capacidad?
—Angy, eres más especial de lo que crees. Puede que hasta ahora no hayas encontrado tu momento, pero te aseguro que llegará. —Suspiró con pesadez—. Sé que los tiempos de hoy en día son diferentes a los de mi época, y aunque el matrimonio no sea necesario para demostrar lo que se siente, lo que sí es indispensable es tener a alguien con quien compartir tus alegrías y tus penas, apoyarte en ese hombro fuerte que no te dejará caer… Enamorarse es una de las cosas más increíbles en la vida. En realidad, es la segunda.
Angy la miró extrañada.
—¿La segunda?
Julia soltó una risita tonta igual que solía hacer Nora.
—Tu hermana y tú sois lo más maravilloso que puedo tener.
Angy se ruborizó y apretó con cariño la mano de su madre, sorprendida por su rapidez para cambiar de estado de ánimo.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
Tragó saliva y se preparó.
—¿Papá siempre ha sido… el único?
—Vaya… —dejó escapar.
Se sintió incómoda al instante.
—No tienes que contestar si no quieres.
—¿Si no quiero? Oh, cielo. No pasa nada. Estoy encantada de responder a tu pregunta.
—Entonces, ¿fue el primero?
—Cielo, lo que voy a decirte no lo sabe nadie.
Se quedó sin aliento, intentando calmar su agitada respiración. ¿Qué se suponía que iba a escuchar?
—Crecí con la idea de encontrar al amor de mi vida. Siempre pensé que podría dar con ese príncipe azul con el que sueña toda mujer, y a decir verdad, le tuve delante de mí durante muchísimo tiempo. Nos enamoramos enseguida. Pasé años a su lado y todo iba de maravilla, pero a veces la vida te sorprende de una forma u otra.
Qué razón, pensaba Angy. Desde luego, acababa de quedarse de piedra.
—¿Qué pasó?
—Bueno, más bien qué no pasó. —Sonrió de forma agridulce—. Sus padres eran muy conservadores, además de tener la cartera a rebosar de dinero. Cuando se enteraron de lo nuestro, bueno, digamos que nos hicieron la vida imposible.
—¿Por qué?
—Angy, por aquellos tiempos yo no disponía de suficiente…
—Pero él te quería. El dinero era lo menos importante.
—No para ellos, tesoro. —Arrugó la frente como si le doliera demasiado el hecho de recordar—. Teníamos un plan. Sabíamos que estábamos hechos el uno para el otro, y decidimos fugarnos.
—¿Fugaros? ¿Tú?
—Ya, puede que te cueste creerlo, pero en mi juventud yo era bastante alocada… —rió—. ¿Por qué crees que Nora se parece tanto a mí?
A Angy le costaba trabajo creerse todo eso. Desde luego tenía una imagen considerablemente equivocada de su madre. A decir verdad ya no resultaba tan inflexible.
—¿Y qué pasó después? ¿Llegasteis a iros?
Su madre negó en silencio.
—¿Por qué? ¿Os pillaron?
—No. Fue algo mucho más simple. No me presenté en la estación.
Su expresión había adquirido toda la gama posible de colores. Se estremecía ligeramente al recordar.
—Pero…
—Sé que es difícil de entender, pero yo no quería que se alejara de su familia. Alguna de las dos partes iba a sufrir, y yo opté por quitarme de en medio. Al fin y al cabo lo único que querían era el bien de su único hijo. Tarde o temprano yo me convertiría en un recuerdo más.
—¿Entonces él se quedó con sus padres?
—No, a pesar de saber que no volvería a verme, se subió al tren. Le habían ofrecido trabajo en otra ciudad, así que técnicamente iba a irse de todas formas. Conmigo o sin mí.
—Pero… —balbuceó—. ¿Por qué lo hiciste?
—A día de hoy no he conseguido encontrar una respuesta que se adapte lo suficiente a lo que sentí. —Cerró los ojos—. Miedo, pánico, indecisión…
—¿Estabas segura de lo que sentías por él?
—Absolutamente. Yo era muy joven y era la primera vez que perdía la cabeza por un hombre.
Angy estaba literalmente con la boca abierta. Era algo que jamás habría podido imaginarse. Después de todo, su tormentosa relación con Dorian no era algo exclusivo; en el fondo su madre había vivido algo trágicamente similar.
—Pero si sabías lo que sentías por él…
—A veces el amor no es suficiente. Si lo demás falla, se complica.
—¿Y no fuiste a buscarle? ¿Darle alguna clase de explicación?
—Créeme, si hubiera ido a buscarle, no le habría dejado nunca más, por eso no me atreví a dar el paso. Prometí apartarme y eso es justo lo que hice. Por ese entonces no era tan decidida como ahora. Era sólo una cría, y creía que hacía lo mejor para todos, a pesar de volverme loca.
—Pero habrías podido estar con él —insistió Ángela—. Si hubieras logrado encontrarle y quedarte a su lado, sus padres no habrían podido interponerse.
—No era sólo cuestión de padres. Aunque no lo admitía, en el fondo era igual que su familia. No le culpo por ello. Éramos muy diferentes, y quizás una cosa llevó a la otra. Al principio la idea de marcharme de su mano me pareció lo más maravilloso del mundo, pero luego lo medité con la cabeza fría y, aún sabiendo el amor que sentía, no pude ir más allá. Sé que fui cobarde; ni siquiera lo intenté.
¿Estaba describiendo su propia historia o la de su hija? Era imposible tantas coincidencias.
—Dios mío…
—De todas formas, ya no tiene importancia. —Se encogió de hombros—. Es algo que nunca podré saber.
Angy aferró con dedos temblorosos su taza de café.
—¿Cómo se llamaba?
—Pavel —contestó—. Un guapísimo chico polaco. Tenía los ojos más azules que he visto en toda mi vida, y un pelo dorado como el sol.
Su hija no pudo evitar arquear las cejas.
—Cielo, te aseguro que no estoy tratando de decirte nada. Tu hermana y tú sois hijas de vuestro padre. Además, Nora no es tan mayor. Si hubiera sido verdad, ella tendría unos cuantos años más.
Había leído su mente, así que sonrió.
—Cambiaste los ojos azules por los verdes —comentó con cariño.
—Y no me arrepiento. —Hizo una pausa—. Cuando me di cuenta que realmente todo se había acabado creía que no podría estar sin él, pero todo cambió cuando conocí a tu padre. —Se ruborizó—. No digo que fuese cuestión de horas sacarme de la cabeza a ese otro hombre del que estaba profundamente enamorada, pero aprendí que a veces hay que saber perder para luego ser consciente de lo que se gana.
—¿Y saliste ganando con papá?
—Ya lo creo.
—¿Y nunca has vuelto a pensar en él? ¿No te has planteado cómo hubiera sido tu vida si no le hubieras dejado ir?
—Cada día —sentenció—. No necesitas leer entre líneas. No tengo nada que esconder. Adoro a tu padre como no te lo imaginas. Le quiero muchísimo, pero el pasado es algo que siempre va a estar ahí, se quiera o no. Aceptarlo es lo mejor que se puede hacer. Con el tiempo descubres que las prioridades cambian, y la distancia y el olvido pueden convertirse en tus mejores aliados si realmente estás dispuesta a verlo de esa manera.
—No puedo creer que me lo hayas contado —admitió Angy—. ¿Por qué a mí?
—Eres la más sensata de todos nosotros. Además, nunca hemos hablado de chicos. Creo que ya va siendo hora.
Angy se revolvió. Nunca lo había hablado con su madre, y ahora con veintinueve años no creía que fuese adecuado.
—¿Y si hubieras vuelto a coincidir con él?
—¿Con Pavel?
—Sí. —Bajó la voz—. Si al verle hubieras vuelto a sentir algo, ¿qué habrías hecho?
—Eso depende de las circunstancias. De seguro yo ya habría estado con tu padre, y siempre he sido mujer de un solo hombre.
Otra vez había vuelto a desarmarla.
—Pero, ¿y si no hubieras estado con nadie?
—Entonces la posibilidad hubiera estado presente.
—Y si Pavel hubiera vuelto a salir con alguien, ¿te habrías atrevido a… romper la relación si hubieras sabido que era el adecuado para ti?
Esta vez se tomó más tiempo para contestar.
—Bueno, eso es algo relativo. Por mucho que te conteste ahora… —Frunció el ceño—. No sé, las oportunidades sólo ocurren una vez. Después ya no es lo mismo. Aunque siendo sincera no creo que me hubiese atrevido. No habría estado bien. Es decir, ¿qué sentido tendría haber vuelto a su vida si yo fui la que le dejó? Lo más justo sería dejarle ir de nuevo. Permitir que fuese feliz aunque no fuese conmigo, ¿entiendes?
Asintió con obediencia, sintiendo que el corazón se le encogía. Ya sabía lo que su madre haría en su lugar; lo que se suponía que tenía que hacer por el bien de los dos…
—Bueno, creo que he hablado más de la cuenta… —Se ruborizó.
—Te prometo que no diré nada.
—Lo sé.
El reloj de la cocina comenzó a emitir un extraño canturreo de pájaro y señaló las siete de la mañana.
—¿Puedo hacerte yo a ti una pregunta?
Sabía lo que aquello suponía, pero después de tanta información revelada no podía negarse.
—Adelante.
Acarició la mejilla de su hija y ladeó la cabeza, poniendo en marcha sus habilidades como bruja.
—Realmente hay alguien, ¿verdad?
Angy contuvo las lágrimas, presa del miedo que ahogaba sus nervios.
—Lo hubo.
—Ya, pero no estaríamos hablando de esto si de verdad hubiera dejado de importarte.
¿Qué se suponía que iba a decir? Estaba paralizada por las dudas; si quererle o dejarle ir.
—¿Qué es lo que se hace cuando sigues enamorada de alguien y eres incapaz de decidirte entre seguir intentándolo o acabar con todo?
Julia se retiró un poco para estudiar con recelo la expresión angustiada de su hija.
—Tienes que hacer lo que sientas.
—¿Y si no soy la única que puede perder?
—No te entiendo.
Reaccionó a tiempo y cesó su momento de debilidad.
—No importa. Es igual. Sólo hablo de supuestos.
—No creo que se trate de algo así —gruñó su madre—. Sabes que puedes confiar en mí. Sea lo que sea, soy tu madre. Después de lo que te he contado, creo que es evidente que mi vida amorosa ha tenido las mismas fisuras que las de cualquier joven, incluida tú.
—Mi vida amorosa no tiene fisuras —sollozó—. Sencillamente es un iceberg completamente atravesado por un grieta gigantesca.
Quizás su metáfora fue exagerada, pero fue lo primero que se le vino a la cabeza.
—De todas formas estoy bien. Sólo era para hablar un poco.
—¿Y ya está?
—Sí, mamá. Eso es todo.
Se levantó de la mesa impulsada por una fuerza interior.
—Voy a subir a mi cuarto —anunció—. Aún faltan horas para que Nora venga a buscarme. Intentaré dormir un poco.
—De acuerdo.
Salió con pasos rápidos de la cocina y por el rabillo del ojo observó a Julia quedarse muy pensativa, demasiado.


100


La hora había llegado. Nora aparcó el coche delante de la entrada y pitó con entusiasmo dos veces antes de bajarse. La puerta de la entrada principal se abrió y salieron Angy y Julia.
—Buenos días —saludó Nora, abrazando simultáneamente a las dos—. ¿Estás preparada?
La pregunta pilló a su hermana mayor desprevenida.
—Supongo que sí.
—Vas a pasártelo genial, ya lo verás.
Puso los ojos en blanco, incapaz de contenerse.
—Sube al coche, Nora. Enseguida estoy contigo.
Estaba de buen humor, porque hizo lo que le ordenó a la primera, sin protestar, mientras Angy se volvía hacia su madre y la abrazaba, inclinándose para rodearla con cariño.
—Mamá —susurró en su oído—, lo que te he dicho antes…
—Angy, no te preocupes. Está olvidado. No se lo diré a tu padre si es eso lo que te preocupa.
La abrazó con más fuerza.
—Gracias.
—No me las des, cielo. —La besó en la frente—. Lo único que quiero es que nadie te haga sufrir. Eres mi hija y nadie está por encima de eso. Quizás no es muy ético lo que voy a decirte, pero haz algo a tu favor. Olvídate de los demás. Si realmente hay alguien en tu vida y crees que no puedes dejarle escapar, no lo hagas. No tienes por qué cometer mi error. La gente sufre de todas formas; la felicidad es algo que no puede dejarse marchar. Si le quieres, y él también lo hace, no permitas que nadie se interponga.


El interior del coche parecía un monasterio, con aquellas dos mujeres calladas, cada una a lo suyo. Fue Nora la que acabó por romper la armonía.
—Angy…
Volvió a la Tierra.
—¿Sí?
—¿Qué pasa? —quiso saber Nora—. Llevas todo el camino sin decir nada.
—Lo siento —se disculpó—. Estoy nerviosa.
—¿Por qué?
—No he estado antes en tu nueva casa. Es muy extraño.
Nora destensó los músculos de los hombros.
—Te lo tomas todo muy en serio. Relájate. Te va a encantar.
—Eso mismo me ha dicho mamá.
—Hablando de mamá —interrumpió—, ¿de qué estabais hablando antes de marcharnos? Parecía preocupada…
Soltó lo primero que le vino a la mente, y después de todo, no era mentira.
—Ha vuelto a insistirme para que encuentre a alguien.
—Ya veo que sigue empeñada en buscarte un buen marido.
—Sí, algo así. Me ha soltado uno de sus famosos discursos y como broche de oro me ha dicho abiertamente que si quiero a alguien, no tengo que dejarle escapar.
—Pues claro, de eso se trata.
—La práctica suele ser más complicada que la teoría, ¿sabes?
—¿Y qué? Nada es imposible.
La mujer de ojos verdes se reclinó sobre su asiento.
—Aún así…
—Ya sabes cuál es tu problema, hermanita. Te lo he dicho varia veces. Siempre piensas demasiado. Si actuaras en lugar de procesarlo todo con detalle, las cosas te irían mejor.
Mejor para mí pero no para ti, pensó Angy.
—No pienso cambiar mi forma de ser. Además, creo que eso no beneficiaría a todo el mundo.
Nora arrugó la frente sin apartar los ojos de la carretera.
—¿A quién le importa los demás?
—A mí, Nora. A mí me importan.
—Ya, pues vuelves a equivocarte. Mientras tú pierdes el tiempo pensando así, los demás no van a ser tan considerados contigo. —Apretó las manos sobre el volante—. Tu problema es que eres demasiado buena. Nadie va a hacer nada por ti. Olvídate de los que te rodean y sé egoísta. Tienes que serlo para conseguir lo que quieres.
Se le estaban rompiendo todos los esquemas. Primero su madre y ahora Nora. Ya no estaba tan segura de querer apartarse.
—Pero las personas sufren por lo que hacen otras.
—Eso es inevitable. Si te quedas cruzada de brazos jamás serás capaz de luchar por lo que quieres.
Bajó la ventanilla para respirar mejor. Tenía las mejillas encendidas.
—Escucha, ahora mejor que nunca sé lo reservada que eres para las relaciones. No niego que es algo que no llego a entender del todo, pero sea lo que sea lo que se te pasa por esa cabecita, tienes que hacerlo ya.
—Pero no es tan fácil…
—Te estás poniendo obstáculos antes de empezar —gruñó Nora—. ¿Acaso lo has intentado?
El nudo se agudizó en su garganta.
—Lo único que he intentado ha sido olvidar.
—¿Y te ha funcionado?
Negó con la cabeza.
—Pues ahí lo tienes. Ahora sólo te queda la otra opción.
—¿Qué me sugieres que haga?
—Ve por él, Angy. No importa lo que cueste. El amor es lo primero.
—¿Y si hubiera una razón lo suficientemente fuerte como para no hacerlo?
Nora se concentró.
—¿Cómo qué?
—¿Y si hubiera una tercera persona implicada? ¿Lo ignorarías de todos modos?
Se mordió el labio, meditándolo.
—Por supuesto que sí. Es decir, si lo hubiera intentando todo para olvidarme de un hombre y aún así no lo hubiese conseguido, sabiendo que él me corresponde, seguiría hacia delante.
Desde luego esa no era la respuesta que quería oír. Estaba atónita, y Nora se dio cuenta.
—¿Qué? ¿No es lo que esperabas oír?
—La verdad es que no —admitió—. Pensaba que dirías que no.
—Bueno, pues ya sabes lo que yo haría en tu lugar.
—¿A pesar de saber lo mucho que sufriría la otra persona?
Se encogió de hombros pero no cambió de opinión.
—Escucha, Angy. La vida no es como en los cuentos de hadas. La perfección no existe. Traiciones se cometen todos los días, pero no hay mayor traición que actuar de distinta manera a como se piensa. —Suspiró—. Ya me conoces. Sabes cómo soy. Si estuviera en una situación como esa, haría lo que mejor me hiciera sentir. Si ese hombre imaginario me demostrase amor, me metería de por medio, sí. Sé que suena muy cruel, pero dos personas no pueden estar juntas si no se quieren. Un hombre no puede estar con una mujer si prefiere estar con otra. ¿No lo ves? Puede que la otra chica sufriera, pero creo que la verdad está por delante de todo. Vivir una mentira no es precisamente lo mejor.
—Supongo…
—Nada de suposiciones, sabes que tengo razón.
Se quedaron pensativas durante un momento, mientras las palabras eran procesada de diferente manera en sus respectivos cerebros.
—Bueno —interrumpió Nora—, ¿entonces es cierto? ¿Estás enamorada?
Su silencio habló por ella.
—Eso quiere decir que sí.
—No he afirmado nada.
Nora soltó una risita contenida.
—Ya, pero tampoco lo has negado. —Movió repetidamente los dedos índices sobre el volante—. Deja de darle vueltas. Se nota que tienes la soga al cuello.
—¿Qué insinúas?
—Nada, sólo digo lo que veo.
—¿Y qué es lo que ves?
—Pues tu indecisión —soltó—. Vamos, siempre lo analizas todo. Ahora lo vuelves a hacer. ¿Crees que no me doy cuenta de lo que pretendes? Me estás preguntando para saber mi opinión y así poder decidirte, así que es inútil que intentes negar todo lo que se esconde detrás de esta conversación.
—Sólo estamos hablando.
—Y me alegro, así que quiero ayudarte.
—No hay nada que puedas hacer para ayudarme.
—¿Lo ves? Acabas de hacerlo.
—¿Hacer qué?
—Admitirlo. —Resopló—. ¿Por qué te cuesta tanto decirme la verdad?
No obtuvo respuesta.
—No es ningún delito que por fin confieses que algún chico guapo te ha vuelto loca.
Angy se permitió sonreír durante algunas milésimas.
—Esa sonrisita tuya te delata.
—¿No se supone que estás conduciendo?
—Puedo hacer varias cosas a la vez. Además, siempre lo pones fácil. —Carraspeó repetidas veces—. ¿Es ese admirador del que nos hablaste?
—No.
—¿Otro?
—Es evidente que sí.
—Vaya, ahora veo que no eres tan mojigata…
—¡Nora!
—Era una broma…
Angy se llevó las manos a las sienes y se las masajeó, haciendo círculos con las yemas.
—Está bien, nada de bromas, Angy. Pongámonos serias. —Se enderezó sobre su asiento—. ¿Puedo hacerte una simple pregunta?
—Si no hay más remedio…
—¿Le quieres?
Era algo tan fácil y tan complicado de contestar que se mordió el labio con impotencia contenida.
—Sí, pero no quiero hacerle daño a la otra persona.
—Pero no se trata de eso.
—Claro que se trata de eso —gruñó—. Yo no soy la clase de persona que va destrozando la vida de la gente.
—Entonces déjame decirte que vas a destrozarte la tuya.
Ahogó un grito.
—Lo prefiero.
—¿Que lo prefieres? —estalló—. ¿Tanto te importa esa maldita mujer?
—Sí…
—¿Por qué? —quiso saber Nora, convertida en un basilisco—. ¿Acaso le debes algo?
Angy asintió con el corazón en la boca.
—Más de lo que imaginas.
Nora frunció el ceño.
—Vale, hagámoslo a tu manera. Analicemos la situación. —Tragó saliva—. Estás loca por un hombre que al parecer no está… disponible. Está con otra, así que a primera vista resulta bastante difícil acercarse. —Hizo una pausa—. Una pareja es cosa de dos, así que supongo que también debemos tener en cuenta lo que sienta él. Porque te quiere, ¿no es así?
El corazón le daba vueltas como un loco, y no podía creer que se estuviera volviendo tan débil. ¿Dónde había quedado su determinación para guardar silencio? Primero se había deshecho parcialmente con su madre, y ahora tenía toda la pinta de repetir el mismo error. ¿Acaso no le bastaba con que Evan lo supiera? ¿También tenía que discutir sobre esa pesadilla con la principal y a la vez inocente implicada?
—¿Te quiere?
Angy palideció y confesó.
—Sí, Nora. Sé que él me quiere a mí. Me lo ha demostrado en cada mínima oportunidad.
Nora sonrió con elegancia.
—Oh, eso es… estupendo.
—No, no lo es. Debería querer a la mujer con la que está.
—Nadie elige a quién querer, Angy. Si se ha enamorado de ti no es su culpa. En realidad no es culpa de nadie. Esa cosas pasas porque sí…
—Estás siendo demasiado fría.
—¿Yo? —se sorprendió—. ¿Por qué? Sólo intento hablar con objetividad.
—Pues ese es el problema. No tienes ni idea de lo que ocurre y por eso te resulta más cómodo hablar. Dices que harías una cosa, pero quizás te sorprenderías a ti misma.
—No puedo hacer mucho más con la información que me das.
—Ya sabes demasiado.
—¿Cómo se llama?
—No pienso contarte nada más, y mucho menos decirte su nombre. —Se frotó la nariz—. Se acabó la conversación.
—Pero…
—Hablo en serio, Nora. No quiero seguir hablando de algo que no tiene solución.
Nora se limitó a asentir y arrugó la frente.
—Como quieras, pero creo que deberías… escuchar lo que el corazón te dice.
—Ya lo hago, y lo único que me dice es que me aleje porque es lo que debo hacer.
—Pero si él te quiere y tú a él no veo dónde está el problema. Lo que tendría que hacer sería dejarla e ir a buscarte. Vale, no soy ningún monstruo. Sé que a la otra chica le dolería, pero no creo que prefiriese continuar su relación sabiendo que ella no es la adecuada.
—¿Y si ella nunca lo supiera?
—¿Te refieres a que nunca se enterara de lo de su novio y la otra?
Angy asintió con pavor.
—Bueno, en ese caso no sufriría, pero lo harían los otros dos. Es un maldito rompecabezas. Alguno siempre saldría herido.
—A eso es a lo que me refiero. No podría vivir con eso.
—¿Pero podrías vivir sabiendo que le has dejado escapar voluntariamente?
—Eso es lo que estoy intentando.
—Pues vas a tener que hacerlo mucho mejor si de verdad es lo que prefieres. Se nota que estás enamorada así que, o te plantas delante de ambos para que ella sepa la verdad y así poder vivir con el hombre que quieres, o te empeñas con todas tus fuerzas en buscarte un sustituto lo antes posible.
—¿Tú qué harías?
—Ya te lo he dicho —sentenció—. Optaría por contarle la verdad. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero sé que es lo que haría. A no ser…
—¿Qué?
—Nada.
—Vamos, dímelo —rogó Angy—. Ahora no puedes quedarte callada.
—Es que no creo que lo considerases una opción más. Creo que yo tampoco lo haría.
—¿A qué te refieres?
Nora redujo la velocidad un poco y le clavó la mirada.
—Pues, si yo estuviera tan desesperada por perderle y aún así no tuviera las suficientes agallas para decirle a su novia la verdad, convertirme en su amante posiblemente sería mi último recurso.
La mandíbula se le desencajó, abriendo los ojos al máximo y soltando un grito desencadenado de asombro. No podía creer lo que Nora acababa de confesar.
—¿Amante? —exclamó.
—Sé que es una locura, lo siento. No sé ni por qué lo he dicho…
—¿Me estás diciendo que lo mejor que puedo hacer es convertirme en la amante del hombre que quiero mientras continúa con su relación estable con su novia?
Nora arrugó la frente.
—No he dicho exactamente eso —se defendió—. Desde luego no sería la mejor opción, pero te conozco y estás completamente dividida. No sabes si acercarte o apartarte. —Aumentó la velocidad—. Creo que a estas alturas no vas a hacer ni lo uno ni lo otro así que…
—Cierra la boca —espetó, echando chispas como nunca antes. No parecía la misma.
Nora se quedó tan sorprendida por el imperativo de su hermana que enmudeció.
—Lo siento —se disculpó a toda prisa—. No quería decir eso.
Nora seguía callada.
—Perdóname, Nora. Ha sido sin querer. Los nervios me han vencido. —Trató de sonar más calmada—. ¿Podemos hablar de otra cosa? ¿Por favor?
—De acuerdo —dijo al fin.


101


Toda la impresionante extensión de terreno con esos gigantescos hogares daban la bienvenida desde el más tranquilo de los silencios. El cielo estaba clareando, y no había nadie por la calle; era aún bastante temprano.
—No me lo puedo creer…
Nora dejó escapar una risita por el comentario de Angy.
—Espera un poco —dijo—, aún no has visto nada.
Se acercaron a la propiedad de Dorian, esa gran mole cúbica esculpida en roca negra salpicada de grandes ventanales. Nora tecleó un par de números en un dispositivo electrónico incrustado en un poste y automáticamente la gran verja de hierro negro se desplazó hacia un lateral para dejarles el camino libre.
—¿Me estás tomando el pelo?
Nora arrugó la frente.
—No que yo sepa.
—Pero esto es…
—Respira, Angy. Es lo normal en estos casos. A mí me pasó lo mismo la primera vez que vine. No suele ser muy común vivir en un sitio así.
Aparcaron el coche delante del garaje que tenía capacidad para al menos cuatro plazas. Salieron del vehículo y notaron la caricia de un suave viento matinal. Angy no dejaba de observarlo todo con ojos curiosos, desorbitados, asombrosos.
—Bienvenida a nuestra humilde morada —dijo Nora en tono burlón.
—¿Humilde? ¿Qué tiene de humilde? —dejó escapar Angy—. Es… demasiado.
Nora se encogió de hombros.
—Lo sé, pero acabas acostumbrándote. El lujo no está tan mal.
—Sí, ya veo que a ti te ha resultado bastante fácil adaptarte.
—Vamos, gruñona. Aún tienes que ver el interior.
La puerta acorazada de la entrada principal se abrió al cabo de dos segundos después de que Nora incrustara la extrañísima llave en la cerradura. Entraron al gran vestíbulo que se perdía hasta esas intimidantes alturas, con esa espectacular escalera atravesando las alturas desde el lado izquierdo hasta el derecho.
—Este es el vestíbulo —apuntó Nora—. Quitaría todas estas esculturas y cuadros, pero no es decisión mía. —Puso los ojos en blanco—. Ven, voy a enseñarte la biblioteca.
—¿Tenéis una biblioteca?
—Es de Dorian en realidad. Todo esto ya estaba aquí cuando vine. Hay mucho espacio, Angy. De una forma u otra hay que llenarlo.
La imponente estancia no dejaba lugar a dudas; altísimas estanterías cargadas con un ejército entero de libros, por todos los rincones posibles. También había varios sillones y una pequeña mesa central.
—¿Te gusta?
—Tengo que admitir que sí —murmuró Angy.
—Sigamos.
Volvieron hacia atrás, saliendo por la puerta derecha y entraron por la de la izquierda, que daba lugar a un pequeño pasillo decorado exclusivamente con madera que giraba hacia la derecha, y al final, una colosal habitación que era ni más ni menos que el lujoso salón comedor, bañado en colores blancos para las paredes y cremas oscuros para el resto de esquinas, muebles y detalles. Con suelos de parquet de un tono marrón, cálido y brillante, techos altos, grandes ventanales que dejaban pasar enormes cantidades de luz. Había un espacioso sofá centrado que hacía juego con dos sillones colocados perpendicularmente, una alfombra bien detallada, una exquisita chimenea con estructura moderna, un equipo de música en tonos blancos y grises, un reloj vertical incrustado en unos soportes metalizados, cuadros abstractos, una gran pantalla de plasma incrustada en una viga que sobresalía del suelo, una gran estantería de madera maciza con espacios simétricamente cuadriculados, lámparas elegantes además de la preciosa araña de cristal que colgaba del techo. Un elegante muro de al menos un metro y medio de granito gris separaba el espacio en dos partes, y al otro lado se encontraba un mesa de cristal con capacidad para diez personas además de otro sofá de dimensiones más reducidas. Varias plantas exóticas se disponían aquí y allá para dar un colorido vegetal. En general, había espacio más que suficiente entre cada elemento.
—¿Y esto es sólo el salón? —balbuceó Angy.
—Salón y comedor, todo a la vez.
La mujer de ojos verdes daba vueltas por todas partes, sin poder cerrar la boca; estaba maravillada, impactada. Se acercó a la estantería de madera maciza oscura y se dio cuenta de las fotos que Nora se había llevado de la casa de la isla.
—¿Este es tu toque personal?
Nora sonrió.
—Es la única manera de teneros cerca.
El reloj vertical emitió un sonido metálico, anunciando las diez de la mañana.
—Bueno, puedes ser todo lo curiosa que quieras —apuntó Nora—. Mientras tanto, voy a ir a buscar a Dorian.
No recorrió demasiado. En cuanto se disponía a abandonar el gran salón por una de las puertas laterales, una silueta se perfiló en el extremo opuesto, con una extrañeza poco habitual.
—He oído mi nombre —susurró él—. Aquí estoy.
Nora se quedó literalmente a cuadros.
—¿Dorian? —dejó escapar—. ¿Qué haces vestido así?
Él se encogió de hombros, quitándole importancia.
—Quería estar… presentable.
—Guau… Estás mucho más que presentable. Estás…
Dorian levantó una ceja, divertido.
—¿Tanta impresión causo?
Ya lo creo, pensó Angy. Al igual que su hermana se había quedado totalmente fascinada. Lo que estaba viendo acababa de dejarla sin respiración. Una mezcla potentísima de elegancia, versatilidad, diseño y atractivo. Dorian vestía un traje gris plata junto a una camisa negra; tenía los primeros botones seductoramente abiertos y su expresión era refrescante.
—Creo que la ocasión merecía la pena —siguió diciendo—. Hay que causar buena impresión a la familia.
Nora se le acercó rápidamente y se colgó de su cuello, besuqueándole las mejillas.
—Estás arrebatadoramente sexy —comentó—. Vas a tener que vestirte así más a menudo.
—No prometo nada…
Angy carraspeó intencionadamente. Ya volvía a sentirse fuera de lugar, tal y como había previsto.
—Angy —pronunció Nora—, acércate. Saluda a tu cuñado y propietario de esta mansión.
De mala gana se acercó y percibió enseguida la fragancia de Dorian; la misma de siempre. Se estrecharon la mano pero acto seguido se vio envuelta en sus potentes brazos, rodeándola con ligereza. Se separó rápidamente y miró al suelo, evitando ponerse nerviosa.
—Eso es lo que quiero —gruñó animadamente Nora—. Más contacto entre vosotros.
Angy volvió a mirar hacia todas partes, sintiéndose ridícula.
—¿Has visto toda la casa? —quiso saber Dorian.
—No —contestó secamente Angy—. Sólo el vestíbulo y la biblioteca.
—Pues vamos. Quiero que veas todo lo demás. Estás en tu casa.


Después de una hora aventurándose por todos esos metros cuadrados, volvieron al salón. Angy no daba crédito a los que sus ojos habían visto. La casa de sus padres era una casita minúscula si se comparaba a esa fortaleza. En la primera planta, en recorrido contrario a las agujas del reloj, se encontraba el garaje, el salón comedor, la cocina, el baño, un dormitorio de invitados, estudio de grabación de Dorian, un despacho, un pequeño gimnasio y de nuevo el vestíbulo. También visitaron la planta superior, con sus dormitorios, cuartos de baño, sauna y las grandes terrazas.
—¿Qué te parece todo esto? —preguntó Nora, sentada en el sofá, al lado de su hermana.
—Es sensacional. Jamás había visto una casa tan… grande. —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. ¿Tenéis tiempo para usar la sauna o el gimnasio?
Dorian esbozó una sonrisa perfecta, deslumbrante. Estaba sentado en uno de los sillones de al lado del sofá, y no le quitaba los ojos de encima.
—No tanto como me gustaría, pero sí —comentó—. El gimnasio está bien, pero la sauna no fue idea mía. Me lo… aconsejaron.
—Pues es genial —susurró Nora, con su característica sonrisa.


El tiempo se esfumó delante de sus narices. Habían hablado de todos los temas posibles, y la hora de comer se les había echado encima, con un sol impecable colándose entre esos paneles de cristal impolutos.
—Señoritas, creo que es hora del almuerzo.
Nora se puso en pie de un salto.
—Voto por salir a comer a un buen restaurante.
—Me parece bien —indicó su marido—. ¿Qué piensas tú, Angy?
Como de costumbre, no estaba escuchando. Tardó bastante tiempo en darse cuenta de que todas las miradas estaban puestas en ella.
—Oh, pues… —Se mordió el labio—. Me da lo mismo. Lo que prefiráis vosotros.
—En ese caso saldremos —comentó Nora más bien para sí misma que para los demás—. Pero nosotras tenemos que cambiarnos.
Angy ladeó la cabeza. Algo se le escapaba.
—¿Por qué?
—No vamos a ir así. Mis vaqueros no son precisamente elegantes y tus pantalones…
—¿Qué les pasa a mis pantalones? —protestó Angy.
Nora puso los ojos en blanco.
—Nada, pero tenemos que ponernos a la misma altura de Dorian. No podemos presentarnos de esta forma.
—Pero sólo vamos a ir a comer.
—Sí, pero a un buen restaurante. Eso implica… elegancia.
—No puedo creer que te hayas vuelto tan…
—¿Sí?
—Bueno, tan presumida. No vamos a ninguna pasarela de moda.
—Es igual. —Le tendió su mano—. Vamos. Tengo un montón de vestidos nuevos. Quiero que los veas.
—Pero quiero ir así…
—Vamos —insistió—, puedes elegir el que quieras.
Subieron al dormitorio principal y entraron en el vestidor particular de Nora, que estaba separado del de su marido gracias a un fino panel de madera. Todo era radiante: la ropa colocada ordenadamente en sus perchas. Había de todo. Vestidos, chaquetas, americanas, blusas, faldas… Y cómo no, un millón de zapatos, cada cual con más tacón que el anterior. Los paneles de madera oscura lo envolvían todo, junto con tenues luces insertadas en las paredes. Los espejos de cuerpo entero descansaban en todos los ángulos posibles.
Nora cogió un vestido color ciruela de una de las perchas y lo colocó por delante de ella mientras se miraba en el espejo. Dejó escapar un suspiro.
—¿No crees que está guapísimo?
Su comentario sacó a su hermana del ensimismamiento que la poseía. Tragó saliva con brusquedad. Era obvio, no necesitaba preguntárselo.
—Sí.
—Oh, Angy. Me tiene loca.
Eso era el tipo de cosa que no quería escuchar.
—Creo que no hace falta que lo jures.
Nora se dio la vuelta y estaba ruborizada.
—¿Tanto se me nota? —balbuceó, y queriendo cambiar de tema, carraspeó repetidas veces—. Creo que me pondré este. ¿Y tú? ¿Ya te has decidido?
En realidad no, así que Angy optó por elegir uno al azar, sin pensarlo demasiado.
—Supongo —dijo, señalando un vestido color crema algo corto.
—Vaya, ¿en serio?
—¿No puedo ponérmelo?
Nora puso los ojos en blanco.
—Claro que sí, tonta. Es que me sorprende que hayas elegido ese. Es demasiado corto para ti.
—¿Demasiado corto para mí? ¿Qué significa eso?
—Nada, hermanita. Es una broma. —Colocó las manos en su cintura—. Anda, póntelo. Yo haré lo mismo. No le hagamos esperar demasiado.
Para su sorpresa, las dos hicieron lo propio a una velocidad inusualmente rápida. Después de un leve retoque de maquillaje, ya estaban listas. Bajaron las escaleras como si se tratasen de dos estrellas de Hollywood. Dorian esperaba ansioso, con ojos expectantes.
—¿Y bien? —susurró Nora al llegar abajo—. ¿Cómo estamos?
—No creo que sea necesario decirlo. Estáis impresionantes.
—Lo sé. Creo que he conseguido que Angy se pase a mi lado oscuro.
Su hermana soltó un suspiro cargado de pesadez.
—Muy graciosa.
Salieron de la casa y entraron en el coche de Nora; ella era la que conducía, mientras que Dorian ocupaba el asiento del copiloto y Angy se posicionaba justo detrás. Seguía ensimismada con el aspecto de Dorian. Había cambiado su estilismo desde la última vez; el traje le sentaba de maravilla.


El restaurante era envolvente, con una elegancia sublime. Ahora Angy agradecía la insistencia de Nora para que se cambiase; toda mujer allí presente tenía un aspecto impecable, luciendo sus mejores vestimentas. Se adentraron hacia la parte izquierda y se sentaron en una mesa para tres. En seguida les trajeron la carta y una copa de champán mientras decidían qué tomar. Angy se sentía inadaptada, fuera de onda completamente, pero allí estaba, fingiendo ser alguien que no era.
—Oh, podría venir a comer aquí todos los días —comentó Nora, aleteando rápidamente sus pestañas—. Son tan serviciales…
—Lo son por la cantidad de dinero que sacan con halagos —masculló Angy.
—Sí, pero de todas formas merece la pena. Hazme caso, se come realmente bien.
—Me habría conformado con una hamburguesa.
Nora puso los ojos en blanco.
—Bueno, dejemos eso ahora. No me gustaría entrar en una discusión ridícula.
—Como quieras.
La tensión en el estómago iba a en aumento. Era imposible contenerse. No podía evitar admirar a ese hombre que estaba situado a su derecha, con esa fragancia intensa y esa vestimenta increíble. Estaba realmente atractivo, y eso no la ayudaba a concentrarse en su tarea, consistente en apartarse todo lo necesario, pero como casi siempre, ahora volvía a tenerle demasiado cerca.
Nora se terminó la copa de champán y suspiró.
—Enseguida vuelvo. Necesito ir al baño un momento.
Angy apretó la mandíbula y habló sin pensar.
—Voy contigo.
—No hace falta, Angy. No voy a perderme. —Se levantó con gracia—. Podéis ir pidiendo mientras vuelvo.
Con terror observó a su hermana alejándose hasta perderse detrás de unas puertas dobles. El silencio les llenó mientras hacía esfuerzos por no perder el control. Evitaba el contacto visual, lo que hacía la escena más caótica y sin sentido.
—Estás muy callada.
Qué comentario más agudo, pensó ella. Claro que lo estaba; no sabía qué decir. Las cosas se habían complicado todavía más recientemente y su umbral de contención estaba literalmente en números rojos.
Sintió la mano de Dorian acariciando la suya por debajo de la mesa. Se sobresaltó al instante, dando un respingo sobre su asiento. Le dedicó una mirada pasmosa.
—¿Qué estás haciendo? —Sus ojos eran cristales verdes llenos de pánico—. ¿Te has vuelto loco? Nos puede ver…
Dorian se separó inmediatamente.
—Sólo quería decirte que estás preciosa.
—Pues no ha sido gracias a mí. Es tu mujer la que me ha prestado uno de sus vestidos.
—Te sienta de maravilla.
Acabó por ruborizarse. Apartó de nuevo la mirada y carraspeó.
—Ya, tú tampoco estás mal.
Dorian rió.
—¿De verdad lo crees? —No obtuvo respuesta—. Quería estar elegante.
—No tenías por qué. No celebramos nada.
—Claro que sí. —Bajó la voz—. Estoy vivo gracias a ti.
Un torrente de imágenes pasada invadieron su cabeza, estremeciendo su columna.
—Si no te importa me gustaría olvidar ese maldito accidente.
—¿Y qué hay de lo que me dijiste?
—He dicho que quiero olvidarlo. Todo.
Él suspiró y se echó para atrás. No volvieron a hablar hasta que Nora volvió a la mesa y pidieron lo que iban a tomar.


102


Se pasaron la tarde dando vueltas a modo de plácido paseo, aunque Angy se moría por volver a la isla. Estaba nerviosa por lo que había pasado en el restaurante. Su estómago se había revuelto al sentir que Dorian la tocaba, y cada terminación nerviosa había estallado en aplausos, porque por un lado su raciocinio le gritaba para que estuviera alegre; estaba preciosa y Dorian se había dado cuenta. Aunque por otro lado volvía a invadirla esa tormenta de culpa, y venían a su mente las palabras de precaución de Evan, aunque comenzaba a creer que ya era tarde.
Al caer el sol a la mitad del horizonte, el cielo se tiñó de tonos azules, naranjas y rosas, proclamando una belleza artística al alcance de la mano cuando entraron de nuevo en el coche rumbo a la casa de lujo. Esta vez era Dorian el que conducía; se había empeñado en hacerlo a pesar de las insistencias y pucheros de Nora para que no lo hiciera. Ella y Angy viajaban en la parte de atrás.
—Estoy cansada —susurró Nora.
—¿Por qué? —dijo sin pensar Angy—. No has ido a trabajar.
Se quedaron mirándose mutuamente con los ceños fruncidos.
—El que no vaya a trabajar no implica que no pueda estar agotada.
—Pero no hemos hecho otra cosa que ir al restaurante y pasear.
—Bueno, pero de todos modos estoy cansada.
—Chicas, dejadlo ya —intervino Dorian—. Hemos pasado un buen día. No es necesario que ahora se estropeé.
—Tienes razón —gimoteó Nora.
La única melodía que emanaba de allí adentro era la de la radio. La música se sucedía una y otra vez mientras que ninguno de los tres tenía nada qué decir. Eran las diez de la noche y finalmente Angy se atrevió a hablar.
—No quisiera molestar, pero es tarde y creo que debería volver a la isla. Llevo todo el día fuera y mamá estará preocupada.
—De eso nada —dijo Nora—. Sabe que estás con nosotros, así que no hay ningún problema. Ya eres mayorcita. Puedes hacer lo que quieras.
—Pues quiero irme. —Ante su voz agresiva suavizó el tono—. Es decir, no quiero irme cuando sea tarde. Puedes prestarme tu coche…
—No seas tonta. Vas a quedarte a dormir.
Se hubiera llevado las manos a la cabeza. Eso sí que no se lo esperaba. No había nada peor. No podía ser. ¿Quedarse a dormir con ellos? ¿En su casa? ¿Sabiendo que ellos dos dormirían juntos…?
—No quiero molestar —logró decir.
—No sigas, Angy. Si digo que vas a quedarte, es que vas a quedarte. ¿Verdad, Dorian?
—Claro —contestó—. Hay varias habitaciones. Puedes elegir la que quieras.
—¿Lo ves? No hay problema. —Su gesto se suavizó—. Sé que sigues siendo reservada, pero no te molestaremos. Hay casa suficiente para que no te tropieces con nosotros.
Eso la hirió. No sabía si Nora lo había dicho para que realmente no se sintiera incómoda y pudiera estar a sus anchas o si lo había dicho para convencerse así misma de que no les iba a molestar.


Atravesaron la verja negra de hierro y entraron dentro de la casa. El silencio era espectral, pero ellos parecían estar acostumbrados. Dorian accedió al panel digital y tras pulsar la pantalla toda la hilera de luces del vestíbulo, el salón y la cocina se encendieron. El salón parecía mágico bajo aquella luz halógena. Se volvía más espaciosa, si es que acaso era posible.
—Yo cocinaré —anunció Dorian—. Mientras tanto, señoritas, pueden entretenerse.
Nora le guiñó un ojo.
—No te entusiasmes demasiado. Haz algo rápido, ¿de acuerdo?
Dorian asintió con obediencia y desapareció por el fondo rumbo a los fogones. Angy se sentó en el lateral izquierdo del sofá y Nora optó por relajarse en el sillón de al lado. Cogió una especie de tableta digital y presionó un botón. La televisión de plasma cobró vida.
—¿Pero qué…?
Nora se divirtió con aquello.
—La mayoría de las cosas de esta casa funcionan así. Con esto manejamos todo lo eléctrico.
—¿Y no bastaría con un simple mando?
—Bueno, al menos a esto no se le acaban las pilas.
Estuvieron viendo la tele durante un rato. Las noticias eran aburridas, sin nada nuevo qué contar. Angy estaba aburrida, pero no tenía escapatoria. No sabía si era su imaginación, pero notaba constantemente una ligera sensación incómoda bajo su trasero, en la zona que ocupaba. Un ligero relieve. Se movía discretamente para asegurarse de que se lo estaba figurando, pero en uno de esos movimientos la presencia extraña se hizo más evidente. Gruñó sin darse cuenta. Levantó la cabeza y observó que Nora la estaba mirando.
—¿Qué pasa? —formuló—. No dejas de moverte.
—Lo sé, es que noto algo incómodo debajo del asiento.
Nora frunció el ceño.
—¿Segura?
—Sí. Lo noto claramente.
—Quizás algún muelle…
Ángela se hizo a un lado y estudió la suave superficie en la que acababa de estar sentada. Metió los dedos despacio en la ranura del fondo y palpó algo extraño.
—¿Qué es esto…?
—¿Hay algo? —se interesó Nora.
—Sí, pero no sé qué puede ser. Es como si tuviera dos tiras…
—Sácalo.
—¿Y si es algún muelle como tú dices?
—No creo que un muelle encaje precisamente con tu precisa descripción de las dos tiras —comentó su hermana—. Vamos, intenta sacarlo.
—Está bien. —Presionó con más fuerza y metió la mano hasta el fondo. Agarró el extraño objeto. Era suave y con partes redondeadas. Algo nítido cruzó el pensamiento de Angy. ¿Podía ser…? Ni siquiera se atrevía a sacarlo por miedo a verlo.
—¿Lo tienes ya?
—Creo que sí.
—Pues sácalo ya, vamos.
Angy arrugó la frente y comenzó a sacar cuidadosamente el elemento. Con ritmo lento, podía verlo antes que Nora. Tal y como esperaba, lo que vio era precisamente lo que había supuesto. Evitó darse la vuelta para que ella no lo viera.
—¿Y bien? ¿Qué es?
No podía ser una situación tan incómoda; la cuestión era para quién lo sería más.
—Pues… —comenzó a decir Angy—. Es…
Ante la tardanza de su hermana, Nora acabó por levantarse del sillón y se posicionó a su lado, tensándose al segundo después procesar esa inesperada información visual.
—Aquí lo tienes…
Nora abrió la boca pero no pudo decir nada. Se puso roja como un tomate.
—Eh… —balbuceó tímidamente—. Creo que eso es mío. —Se levantó en un segundo y se lo arrebató cuidadosamente a Angy de las manos para esconderlo detrás de su espalda—. Eh, lo siento.
Angy se había quedado impresionada también.
—No tienes por qué disculparte. Es sólo… un sujetador.
Nora fue retrocediendo hacia atrás; seguía con la prenda escondida detrás de su espalda.
—Sí, pero… —Se mordió el labio—. Perdóname. Ha sido un ligero despiste. No volverá a pasar.
—No tienes que darme explicaciones —sollozó Angy—. Es tu sofá, tu casa.
—No sé cómo se me pudo olvidar…
Angy tragó saliva y chasqueó la lengua.
—Creo que estabas ocupada en otras… cosas.
La rojez de las mejillas de su hermana aumentó todavía más. No estaba acostumbrada a verla así.
—Sí —susurró—. Estaba ocupada… —Se revolvió el pelo y se enderezó—. ¿Podrías esperarme un momento?
—Claro.
La silueta de Nora desapareció del salón, dejándola sola. Había sido algo molesto; lo había sido para la propietaria de esa prenda, pero más para ella. Se maldijo por dentro. Si se hubiera limitado a cambiarse de sitio, no tendría por qué haber visto eso. Una imagen íntima ajena se dibujó en su mente y se angustió. Acabó por suspirar para tratar de dejar escapar la agridulce sensación de malestar.
Estaba tratando de volver a serenarse cuando Dorian apareció por el extremo del fondo. Al verle, sintió vértigo. El que faltaba, pensó.
—¿Y Nora?
—Se ha ido un momento. Ahora viene.
No quería mirarle; sólo de pensar que él había estado con ella…
Nora apareció segundos después, alterada y con la mirada agachada. Arqueó las cejas al verle allí.
—¿Adónde has ido? —quiso saber Dorian.
Nora ladeó la cabeza indicando que no era buen momento para hablar de eso.
—¿Qué? —insistió Dorian—. ¿Qué pasa?
—Ha habido un pequeño despiste por mi parte. Lo de ayer…
—¿De qué estás hablando?
Nora volvió a ponerse roja.
—¿Podemos dejar eso para otro momento?
—No te entiendo, Nora. ¿Por qué estás así?
—Oh, Dorian —protestó—. Tengo que explicártelo todo...
Él se cruzó de brazos, impasible.
—Pareces alterada.
—Bueno —estalló—, es que hace un minuto Angy se ha encontrado uno de mis sujetadores escondido en el sofá…
Fue en ese momento cuando Dorian captó el mensaje. No se puso rojo como Nora, pero se tensó y desvió la mirada.
—Ah…
—¿Contento? Ya lo sabes…
Angy mientras tanto permanecía sombría en su parte del sofá, queriendo desaparecer. Y ese dolor en el pecho…
—Bueno —apremió Dorian—, venía a anunciaros que la cena ya está lista.
—Genial —se apresuró a decir Nora—. Me muero del hambre.


103


Serían las doce de la noche cuando Angy se rindió definitivamente. No lo aguantaba más; quería desaparecer. Imploró a Nora para que le indicara dónde podía dormir. Teniendo en cuenta que ellos tenían el dormitorio en la planta de arriba, optó por la única habitación de la planta de abajo, situada a la izquierda de toda la extensión, que comunicaba a través de una gran puerta corredera con la parte de atrás, con ese inmenso jardín y zona de hierba, además de la piscina esculpida en el suelo.
Se observaba atentamente en el espejo sujeto en la pared. Su reflejo al menos era fiel en ese momento. Su cara maquillada lo decía todo; sentía rabia, pero como siempre, tenía que lidiar con ella. Se deshizo de los incómodos tacones y rozó con gloria los pies contra el parquet.
Saltó imperiosamente al escuchar un ruido en la puerta; en realidad habían sido dos toques seguidos y rápidos.
—¿Sí?
La puerta se abrió un poco y Nora asomó la cabeza.
—¿Puedo pasar?
—Claro.
Abrió la puerta de par en par y una vez dentro la cerró. Se volvió hacia su hermana mayor.
—¿Tienes todo lo que necesitas?
—Nora, sólo voy a dormir. No sé qué es lo que podría necesitar…
Ahogando una risa, la pequeña mujer de pelo dorado se acercó al armario y rebuscó un poco hasta encontrar algo. Cerró las puertas de madera y le tendió la prenda a su hermana.
—Póntelo.
Angy cogió por los finísimos tirantes el curioso salto de cama de seda color blanco. Lo llevó a un palmo de sus ojos y luego devolvió la mirada a Nora.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
—¿Quieres que me ponga esto?
—¿No te gusta?
Angy bufó, incómoda.
—Es… semitransparente.
—¿Y?
—Pues…
—Oh, relájate. Nadie va a venir a hacerte una sesión de fotos.
Miró con desdén el salto de cama. Tenía pinta de ser cortísimo. Quiso estar sola.
—¿No deberías irte ya? —soltó—. Creo que estoy capacitada para cambiarme yo sola.
Nora sin embargo no se movió. Al parecer quería asegurarse de que usaba esa cortísima prenda.
—Vale, como quieras.
Se desvistió enseguida y colocó con cuidado el vestido en el respaldo de un silla. Estaba en ropa interior; las costillas se le marcaban con cierta intensidad. Nora la estudió atentamente hasta que Angy se sintió incómoda por su intención inquisidora de no querer irse.
—¿Qué?
—Nada —susurró la rubia—. Es que estás muy delgada.
Angy sacudió la cabeza. No quería pelear.
—Por favor, olvida ese tema. Sabes que me he recuperado. Estoy bien.
—Deberías conseguir un kilo o dos. Puede que tres…
—Nora, por favor —gruñó.
—Vale, vale.
A continuación se colocó el salto de cama. No se reconocía en el espejo. ¿Quién era aquella atractiva mujer vestida de esa manera, con las curvas bien pronunciadas?
Los zafiros de Nora se le clavaron una vez más.
—Oh, odio cuando me miras así —protestó—. ¿Y ahora qué?
—Estás… cautivadora.
—Ya estás como siempre.
—Lo digo en serio. Estás muy sexy —bromeó.
—Bueno, preferiría llevar puesto un pijama normal y corriente, pero dado que tus preferencias se alejan bastante de lo común…
Nora parpadeó rápidamente.
—No hay ningún problema con mis gustos, lo que pasa es que hace tiempo que he dejado de ser una mocosa. Prefiero llevar este tipo de cosas, son más cómodas.
Angy apretó los labios para no reírse.
—¿Cómo no vas a estar cómoda? Prácticamente es como no llevar nada puesto.
—Más interesante, ¿no?
La mujer de ojos verdes levantó las manos en señal de derrota.
—Está bien, me rindo. Lo único que quiero es meterme en la cama.
—De acuerdo. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, no dudes en llamarme.
—No te preocupes.
—Va en serio. Puede que esta casa sea grande pero no lo suficiente para escapar de mí.
—Relájate, mocosa. Estaré bien.
Nora le dio un rápido abrazo y se deslizó hacia afuera, dedicando a Angy una última mirada. Cerró la puerta y Ángela se dejó caer en la cama. Se sorprendió de lo cómoda que era. Transcurrieron diez minutos hasta que se incorporó. La cabeza le daba vueltas. Se observó detenidamente envuelta es ese escaso retazo de tela. Estaba increíblemente lejos de las rodillas, con sus muslos al aire. Se pegaba condenadamente a la piel, pero al menos era agradable. Siseó con la lengua y se mordió el labio, pensativa.
—Qué estoy haciendo aquí…
Apagó la luz que irradiaba de la lámpara de la mesilla de al lado y suspiró. Se cubrió con la fina sábana azul celeste y contempló la visión del jardín; las luces que sobresalían de los pivotes del suelo lo alumbraban todo con ligereza. Era precioso de ver, pero no quería distraerse. Se dio la vuelta y cerró los ojos. A pesar de todo, confiaba en poder dormir un poco.


104


Abrió los ojos y se topó con una ligera penumbra. No reconoció el lugar; tuvieron que transcurrir unos minutos para que lo recordara todo. Se incorporó en un segundo y se mareó. Echó la cabeza hacia atrás y pensó con calma. Le echó un vistazo al reloj digital. Frunció el ceño; eran exactamente las cuatro de la madrugada. Había dormido unas cuatro horas pero experimentaba la sensación de haber dormido durante un día entero. Se destapó y se puso de pie. La luz del exterior seguía intacta. Se respiraba silencio, tranquilidad. Le vinieron a la cabeza todas las imágenes curiosas que había recopilado a lo largo de aquel día; aún se sorprendía por estar allí, tan cerca y a la vez tan lejos de la persona que tantísimo le importaba. ¿Qué había sido de él? ¿Realmente se había vuelto todavía más cautivador que de costumbre o era su cabeza que le jugaba malas pasadas?
Se observó en el espejo de la pared. Allí estaba ella, convertida en un ángel sexy del siglo veintiuno, cubierta de ese color blanco, aparentando ser alguien que no era; comenzaba a acostumbrarse a ser la sombra de su propia sombra, una autómata, alguien capaz de sentir, palpar y catalogar sentimientos pero sin la posibilidad de hacerlos realidad. Se ahogaba en sí misma, convencida de que jamás hallaría la forma de alcanzar la superficie. Hacía ya demasiado tiempo que se había transformado en algo parecido a un ser humano pero sin serlo; un saco de carne y huesos que no hacía más que llorar, siendo plenamente consciente de lo que ocurría: su mayor tesoro estaba al alcance de la mano y sin embargo, no podía cogerlo.
Su serpenteante cerebro vibró una vez más. Puesto que no podría volver a meterse en la cama fingiendo estar del todo bien, pensó en una alternativa más… refrescante. No sabía si decidirse, pero de todas formas dudaba mucho que pudieran descubrirla. Era de madrugada y estarían dormidos así que, sin pensarlo otra vez, se posicionó delante de la puerta corredera y presionó el cierre. Creía que sonaría alguna especie de alarma, pero el silencio no fue interrumpido por nada. Aliviada por ello, desplazó la puerta y el frío aire de la noche la embriagó. Sacó fuera la cabeza para echar un vistazo. La piscina estaba allí, a un par de metros, con el agua algo más oscura, pero lo suficientemente iluminada como para tener buena pinta.
Sus pies descalzos anduvieron por la hierva fresca y se sentó al borde de todo ese montón de agua. Las luces se reflejaban en la superficie transparente, inmóvil. Quería hundirse en ese líquido incoloro, olvidarse por un momento de todo lo que la atormentaba, de todo lo que era importante, de lo que no, de lo que la hacía llorar… Pero no. Decidió que lo mejor sería permanecer así, resistiéndose a la tentación, tal y como había aprendido hacer con esos ojos color avellana. Permaneció así un buen rato; comenzaba a quedarse profundamente relajada, con los párpados cayendo sobre sus retinas, en silencio, sin nadie, sola…
Escuchó ruidos de pasos provenientes de su habitación. Su espalda se arqueó y abrió los ojos. Intentó moverse, pero era incapaz de reaccionar. No podía levantarse. Estaba aterrada, y en el fondo sabía por qué. ¿Y si era él? ¿Y si Dorian había esperado a que Nora se quedara dormida para así tener la posibilidad de acercarse?
El corazón sufría crueles dentelladas de miedo mientras esperaba lo inevitable. Los pasos se hacían más evidentes y cercanos, y creía que no podría soportarlo. Instantes después su burbuja de adrenalina estalló a su alrededor. El suspiro aislado de sus labios fue tan sonoro que se asemejó a un fuerte sollozo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Angy.
—¿Qué…? —pronunció su hermana—. Eh, creo que eso debería preguntártelo yo a ti. —Se acercó con lentitud, abrazándose a sí misma—. Sabía que no podía dejarte sola.
Molestada pero aliviada, Angy levantó una ceja.
—No estoy haciendo nada malo —apuntó—. Es que no podía dormir.
Nora se sentó a su lado y sumergió los pies en el agua de la piscina. Suspiró.
—¿Estás bien?
Esa pregunta había sido formulada demasiadas veces.
—Claro que estoy bien. ¿Por qué no debería estarlo?
—Porque estás aquí afuera en lugar de intentar dormir.
—Me he… despejado.
Nora soltó un bostezo contenido.
—¿Y vas a quedarte aquí hasta que amanezca?
—Es… posible. Se está bien aquí.
—Oh, Angy. Eres tan rara a veces.
Ese comentario la sacó de su ensimismamiento. No sabía cómo tomárselo.
—Siento que mis problemas para dormir te atormenten, pero no puedo hacer nada al respecto —dijo, poniendo los ojos en blanco.
—No quiero que te sientas sola.
—¿A qué viene eso?
No obtuvo respuesta, pero en realidad no fue necesario. Recordó instantáneamente la discusión que había tenido con Nora cuando se encontraban en el coche de camino a casa de Dorian. Se les había ido de las manos y como siempre, no se había vislumbrado ninguna posible solución.
—Intentas parecer fría y distante, pero sé que no lo eres. Sufres, como todos los demás.
—¿Y?
—No quiero que lo hagas —sollozó—. No al menos si puedes evitarlo.
No quería tener esa conversación otra vez. Dos habían sido suficientes; en realidad habían sido tres, teniendo en cuenta la charla con su madre. Era caótico darle vueltas y más vueltas a lo mismo de siempre, pero por desgracia era el centro de su universo.
—Ya he tomado una decisión —dijo sin pensar, intentando convencerse así misma de que efectivamente así era.
Nora tardó varios segundos en darse cuenta de a qué se refería.
—¿En serio? ¿Cuál? —gimoteó—. ¿Qué vas a hacer?
La mujer de mirada verde se sintió impulsada a apartar la mirada.
—No voy a hacer nada —susurró—. Me apartaré, como he estado haciendo hasta ahora.
La sonrisa expectante de Nora se esfumó de su rostro. Arrugó los labios.
—Creía que dirías totalmente lo opuesto.
—Confía en mí, aunque no puedas llegar a entenderlo, es lo mejor para todos.
—¿También lo es para ti?
Ahogó un grito triste. Quería irse de allí.
—Supongo que sí.
—¿Supones?
—Sí, Nora. Me baso en suposiciones pero esto es la vida real. Tengo que seguir hacia delante y eso implica dejar atrás el pasado.
—¿Es lo que de verdad quieres hacer?
—No se trata de querer; tengo que hacerlo. No hay otra posibilidad.
—Mira, no sé quién diablos puede ser ella, pero dudo mucho que tenga más derecho que tú a ser feliz.
—Ella le quiere, le necesita. Sé que nunca se recuperaría si le hiciera esto. Una pareja es de dos, no de tres. La que sobra soy yo.
—No, Angy. —Le acarició la mejilla—. No eres tú, si no ella. Me dijiste que él está enamorado de ti. Creo que la ecuación tiene que solucionarse de otra forma.
—Quizás todo sería más fácil si no la conociera, pero no es así. —Estaba hablando demasiado—. La conozco muy bien.
—Y eso te impide hacer lo correcto.
Angy sacudió la cabeza.
—Te equivocas. Precisamente hago esto porque es lo correcto.
—¿Y después qué?
—No lo sé.
Una suave brisa se levantó de nuevo, zarandeando sus cabellos.
—¿Se lo vas a decir? —dijo Nora con un suspiro, como si tuviera miedo de escuchar la respuesta.
—¿A quién?
Nora torció la cabeza debido a la pregunta tan absurda.
—A él.
—No. Es decir, siempre me he mantenido firme. Nunca le he dado falsas esperanzas, así que nada ha cambiado. Me mantendré lejos de ellos y espero que sea suficiente.
—¿Pero él nunca ha intentado buscarte? ¿No ha intentado hacerte cambiar de idea?
—Sí, pero yo he seguido negándome.
Nora expresaba todo su pavor a través de gestos faciales. No llegaba a comprender la compleja distribución de aquella trampa emocional.
—Yo no creo que fuese capaz de hacer lo mismo que tú —dijo al fin.
—¿Estás segura? —murmuró Angy.
—Sí. Tenemos personalidades diferentes, pero el amor es el amor. Es el sentimiento más potente, y cuando llega, lo sabes.
—Sí, pero eso no significa que pueda llevarse todo a su paso, ¿no crees?
—¿Por qué te da tanto miedo hacerla daño? ¿Tan importante es para ti?
—Sí.
—Entiendo que no quieras hacerle algo así a una amiga, pero…
Angy sacudió dolorosamente la cabeza.
—No es ninguna amiga.
—Ah —dejó escapar Nora—. ¿Y entonces?
—Sabes que no voy a decírtelo. Siempre he sido reservada y eso no va a cambiar.
—Bueno, al menos tenía que intentarlo —bromeó, intentando sonreír a pesar de la crudeza de la situación.
El silencio las envolvió. Nora inclinó la cabeza sobre el hombro de su hermana mayor. Un pequeño y gran gesto a la vez. Suspiró, volviendo de nuevo a la carga.
—¿Llegaste después?
Angy se tensó bruscamente ante la pregunta. No quería andar por pantanos todavía más profundos.
—¿De qué estás hablando?
—Me refiero a que si tú llegaste después. ¿Le conociste cuando ya estaban juntos?
Quería mentir, pero no podía hacerlo; una fuerza humana y débil interna se lo impedía.
—No —susurró.
—Entonces, tú estabas antes. ¿Ella fue la que se metió en mitad de vuestra relación? ¿Te dejó por ella?
—No —gruñó, apretando los dientes.
Nora arqueó las cejas.
—No lo entiendo.
—Cómo vas a entenderlo si yo a duras penas logro hacerlo —gimoteó—. Te lo he dicho varias veces, es complicado.
—Pero quiero entenderte. Quiero descifrar tu obsesión por negarte a ti misma una oportunidad tan valiosa.
—Oh, Nora…
—Explícamelo de una forma que yo pueda entenderlo, por favor. —Entrelazó sus dedos con los de ella—. Por favor, hermanita.
Los ojos verdes se volvieron vidriosos, y el nudo en su garganta amenazaba con ahogarla.
—Bueno, a pesar de todo, él sigue creyendo en las segundas oportunidades.
Su voz resonó sobre la piscina y el resto de la superficie. Las palabras se elevaron hasta el cielo estrellado y se disolvieron.
—¿Y eso qué quiere decir? ¿Hablas literalmente? ¿Es una metáfora?
—Es lo más clara que puedo ser, Nora. No me pidas más. Respeta mi silencio.
—Pero…
—Escucha, no quiero seguir hablando. —Se llevó las manos a la cara para cubrirse—. Ni siquiera sé por qué te cuento esto. No tiene arreglo, no hay nada que hacer. No hay… nada que yo pueda hacer. Es pasado. Se acabó. Le quiero, pero no tengo derecho a destrozar su vida, no otra vez. No quiero hacerlo de nuevo. Le arruiné la vida cuando le abandoné y eso es algo que nunca podré perdonarme. Tiene una nueva oportunidad y quiero que me olvide, porque si lo hace, me será más fácil que yo pueda olvidarme de él.
—Oh, Dios mío…
La cara de Nora fue el detonante para que los nervios de Angy acabaran por reventar. Estudió su expresión; estaba atónita. Se paró a pensar en sus últimas palabras. ¿Qué había dicho? ¿Se había ido de la lengua sin ni siquiera haberse dado cuenta? ¿Le habría confesado algún detalle en apariencia trivial pero en el fondo revelador?
—¿Qué? —saltó—. ¿Por qué pones esa cara?
—Angy —susurró Nora—. Ahora…
—¿Qué?
—Ahora lo entiendo todo. —Estiró cada uno de sus músculos, mostrándose victoriosa—. Ya sé de quién hablas. Ya sé quién es… él.
El corazón se le paró por un instante. De buena gana se habría zambullido en la piscina pero, ¿de qué habría servido? ¿De verdad lo sabía? ¿Realmente sabía quién era ese misterioso hombre?
—Eso es absurdo —dijo, evitando una sonrisa debida a los afilados nervios punzantes—. No puedes saberlo. No te he dicho su nombre.
—Eso no es del todo cierto —masculló—. Ya lo mencionaste una vez.
Esto no tiene ningún sentido, pensó Angy totalmente aterrada. Era mentira, una estrategia; no recordaba haberse atrevido a mencionar el nombre de su marido. No era tan estúpida, ¿o sí?
—¿Me estás tomando el pelo?
—Claro que no. Lo sé. Ahora lo sé.
Su cuerpo temblaba involuntariamente. Quería que la tierra se la tragase. Esos zafiros se le clavaban en lo más hondo. Desterraban cualquier atisbo de duda. Parecía ser verdad; lo sabía.
—Puede que a lo mejor no recuerdes nuestra charla acerca de él, pero ya no tienes que seguir guardando su identidad. Sé quién es.
—¿Y bien? —preguntó con un hilo de voz, aunque no quería estar ahí para oírlo. Deseaba quedarse sorda, ciega, irreparable como una muñeca rota.
—Tu antiguo amor, Angy. —Le levantó la barbilla para ver su mirada—. Ulises.
El mundo se le calló a los pies, estallando y rompiéndose en miles de pedazos. El alma se le movió por dentro. Cerró los ojos y las sienes se inquietaron. Un ligero mareo ascendía por sus sienes. Y pensar que había estado a punto de confesar por algo como eso…
Se vio así misma zarandeada por Nora. Sus palabras sonaban algo lejanas.
—¿Estás bien? —murmuraba repetidamente—. ¿Estás bien, Angy?
—Sí —balbuceó.
—Te has puesto muy pálida. —Arrugó la frente—. Me has asustado.
—Lo siento. Es que no esperaba que…
—Ya, creías que podrías mantenerlo en secreto todo el tiempo, pero tu mente te ha traicionado.
—¿Por qué? —quiso saber—. ¿Qué es lo que he dicho para que supieras que se trataba de él?
—Has mencionado que no querías destrozarle la vida otra vez. ¿Lo ves? Otra vez… —insistió—. Eso ha sido la clave. Has dicho que le destrozaste cuando le abandonaste. Todo encaja con la historia que nos contaste antes de la boda, ¿recuerdas?
Asintió levemente.
—Madre mía… No me lo puedo creer, Angy. Ha sido él todo este tiempo…
No sabía ni qué decir. Seguía conmocionada, creyendo por un minuto que su mundo se había resquebrajado definitivamente.
—¿Has vuelto a verle?
—No.
—¡Angy!
—Vale, sí... —Se revolvió el pelo, suplicando no tener una crisis de ansiedad allí mismo—. Le he visto un par de veces, pero no ha pasado nada. Se limitaba a insistir y yo le rechazaba una y otra vez.
—¿Cuándo? ¿Cuándo le has visto? —gruñó—. ¿Vive en tu ciudad? ¿Dónde habéis coincidido?
Angy negó con la cabeza, indicando de nuevo que no iba a soltar prenda.
—Tienes que decírmelo.
—¿Para que sigas insistiendo? —masculló—. Ya me he decidido. Cuanto menos sepas, mejor. Así no harás más preguntas y me será más fácil…
—¿De verdad vas a dejar escapar una oportunidad como esa? ¿De verdad crees que eres lo suficientemente fuerte como para apartarte sabiendo que él te ha perdonado y lo único que quiere es volver contigo?
Angy tragó saliva. De nuevo Nora adquiría ese papel dominante. No lo entendía, y a decir verdad era mejor que las cosas siguieran así.
—Sí, Nora. Si es necesario te lo repetiré un millón de veces. No es para mí.
—Pero él te quiere.
—Deja de decir eso, lo odio.
—Lo odias porque sabes que es verdad. ¿Piensas que alejándote de él su vida va a ser más fácil? —resopló—. Dices que no quieres volver a hacerle daño; entonces no le mantengas lejos de ti. Si ya le dejaste una vez, no lo hagas de nuevo. Si está dispuesto a olvidar lo que pasó, tú también deberías hacerlo. Tienes que superarlo. Tienes que aprender a perdonarte. Cometiste una equivocación, pero ha vuelto a ti por una razón. Merecéis estar juntos.
Angy se levantó de repente, incapaz de soportar nada más.
—No sigas —lloró—, por favor. No puedo más.
—Angy, no llores…
Ya no la escuchaba. Se metió de nuevo en la cama y se cubrió. Nora se situó a su lado, arrepentida.
—Lo siento —alzó—. Lo siento mucho. Sólo quería ayudarte.
—Vete por favor, Nora. Déjame sola.
—No puedo. No quiero dejarte en estas condiciones.
—No es nada grave. Ve, vamos. Dorian se preguntará dónde estás.
—En este momento me importa muchísimo más mi hermana mayor —dijo, acariciándole la cara.
Tras unos segundos, su llanto cesó. Su respiración volvió a un ritmo normal.
—Quiero ayudarte —suplicó Nora.
—Hay una manera.
—Lo que sea.
—Pero tienes que prometérmelo. Tienes que prometerme que harás lo que yo te diga.
Nora dudó unos instantes pero acabó por ceder.
—De acuerdo. Sea lo que sea, te lo prometo.
Angy la abrazó y pegó su boca al oído de ella.
—Olvidemos esto —imploró—. Olvidemos esta conversación y todas las demás. No quiero saber de su existencia. No me preguntes, no insistas, no… interfieras. Hazme caso, es mejor así. Prométeme que no volverás a decir nada. Prométeme que olvidarás todo lo que tenga que ver con él.
—Pero…
—Por favor, Nora. Es lo que necesito. Tengo que saber que cuento contigo.
Nora la besó en la frente y asintió.
—Está bien —canturreó—. No más historias de amores imposibles.


105


Nora se había levantado temprano; no era costumbre pero aquella noche había sido distinta. Se le erizaba la piel cada vez que pensaba en Angy. Nunca la había visto de aquella manera, llorando por alguien, y mucho menos referente a un amor pasado. Se había vuelto tan débil que no tuvo más remedio que prometerle lo que le pidió. No volvería a sacarle el tema, pero en su cabeza todavía quedaban muchas preguntas que responder. No entendía el afán de su hermana por negarse a ser feliz. Lo tenía todo para serlo; si era correspondida, lo demás era posible, pero ella seguía empeñada en decir que no. A simple vista no tenía sentido, pero a fin de cuentas era algo que no podría remover; una promesa era un promesa y tendría que tragarse sus palabras para que la mirada verde no se enturbiara de nuevo. No parecía ni ella misma. Siempre veía a Ángela como una mujer fuerte, pero con ese maldito tema la fachada se derrumbaba y se transformaba en lo opuesto, en una niña indefensa, envenenada con impotencia. Y a pesar de todo lo malo, era algo digno de ver. Por primera vez en su vida, sabía que ella estaba profundamente enamorada. ¿Y quién era la otra mujer? ¿Tan especial era para que su hermana fuera incapaz de mover un dedo? ¿La conocía? Lo dudaba, pero aún así se le revolvía el estómago en pensar en algo así, tan complejo y borroso. No tenía más remedio que apartarse y tal como le pidió Angy, no interferir. No volver a hablar de aquello y aceptar la decisión de su hermana. Tarde o temprano encontraría a otro sustituto, y esperaba que la sonrisa volviera a sus tan recientemente apagados labios.
El café inundando su garganta fue bienvenido. Estaba en la cocina, con sus colores blancos y negros bien encendidos, siempre alumbrados por toda esa cantidad de luz que se colaban por las ventanas enormes que daban una vista de la parte de atrás del jardín y la piscina. Era una vista preciosa, y se había acostumbrado a ver aquello en lugar de despertarse en la isla. Ambas casas tenían un algo especial, pero ahora vivía allí y estaba más que cómoda.
Estaba terminando de comerse una galleta cuando unos pasos deslizados sobre el suelo la sobresaltaron. Giró la cabeza hacia atrás y encontró los dulces ojos de Dorian. La miraba con dulzura, todavía algo adormilado.
—Buenos días, preciosa.
Su boca se curvó en una línea perfecta, sonriéndole.
—Hola.
Él se acercó y le colocó las manos en los hombros mientras se inclinaba para darle un beso en la nuca.
—¿Qué haces levantada a estas horas? Que yo recuerde, sueles aprovechar hasta el último minuto para estar en la cama.
—Sí, pero tenía cosas en las que pensar.
—¿En serio? ¿Qué tipo de cosas?
No obtuvo respuesta. Su mujer seguía dándole la espalda, sentada en la silla blanca.
—Nora —susurró, abrazándola por detrás—, ¿estás bien?
Ella se encogió de hombros.
—Sí…
—¿Qué te ocurre?
—Lo siento, pero no puedo decírtelo.
Atónito, la agarró por los hombros para darle la vuelta.
—¿Cómo que no puedes decírmelo? Sabes que puedes confiar en mí.
—Sí, cielo, lo sé. No se trata de mí, si no de Angy. —Dejó escapar un suspiro—. Tiene ciertos… problemas.
—¿Está bien? —se preocupó Dorian.
—Sí, bueno al menos es lo que me dice.
—¿Es por la comida? ¿Ha vuelto a dejar de comer?
—No, nada de eso por fortuna. Es más… personal.
Él asintió como si lo entendiera, pero era todo lo contrario.
—¿Algún problema con el trabajo?
—No, es más bien un gran conflicto con su vida sentimental.
—Ah…
—Anoche hablé con ella y se puso a llorar. —Bajó la voz—. Nunca la había visto así. Parecía tan asustada y débil…
Dorian se sentó enfrente de ella y se sirvió una taza de café.
—¿Algún novio conflictivo?
—No debería decírtelo. Sé que a ella no le gustaría que te lo contara. Es demasiado reservada.
Dorian extendió la mano por encima de la blanca mesa y acarició los dedos de Nora.
—Nora, sólo quiero ayudar. Ella también es mi familia y no quiero que se preocupe por alguien que no merece la pena. No diré nada. Si puedo echar una mano lo haré sin pensarlo.
—Eso es justamente lo que yo pretendía, pero no hay nada que en este momento podamos hacer. Es su decisión.
—¿Cómo que su decisión?
Nora sacudió la cabeza y se aseguró de que la puerta estuviera cerrada. Arrugó el ceño.
—¿Recuerdas cuándo Cata y Vera estuvieron aquí?
—Sí.
—¿Te acuerdas que estuvimos hablando sobre un tipo que Angy dejó por el teatro? ¿Un tal Ulises?
Dorian se tensó. Abrió mucho los ojos y asintió.
—Bien, pues finalmente ha admitido que hay alguien en su vida —susurró Nora—. Quería mantener su identidad en secreto, pero ayer descubrí que se trataba de él. Me dijo que le había visto un par de veces pero que ella había seguido rechazándole.
—¿Y te dijo por qué lo hacía?
—Sí. —Tomó otra sorbo de su taza—. Dice que él está con otra mujer, pero me aseguró que ese Ulises prefiere estar con ella, que está enamorado pero no de su novia, sino de Angy. Él intenta volver a su lado pero mi hermana no quiere, bueno, más bien dice que no puede. Una cuestión de principios.
—¿No quiere que la otra mujer sufra?
—Eso es —exclamó Nora—. No me dejó claro si ella estaba antes o sí llego después, pero lo único que repite todo el tiempo es que no puede interponerse, aún sabiendo que no hay nada que la otra mujer pueda hacer.
Observaba a su marido atentamente. No sabía por qué, pero su expresión había cambiado de forma drástica.
—¿Pero la novia de ese tipo sabe algo? —preguntó Dorian.
—No —masculló Nora—. Al parecer no tiene ni idea de lo que ocurre, así que Angy insiste en aprovechar ese detalle para quitarse de en medio. Dice que no le puede destrozar la vida otra vez.
—Pero si ese hombre no ha dejado de quererla y a pesar de lo que pasó la ha perdonado…
—Eso es exactamente lo que yo le dije. No tiene sentido que se aleje sabiendo que Ulises no está con quien debería. Ella tiene que ser la elegida. En realidad ya lo es, pero se niega a admitirlo.
Se quedaron pensativos mientras terminaban el desayuno. Al cabo de un rato, Dorian soltó una pregunta al aire.
—¿Qué harías tú si estuvieras en su situación?
—Vaya, eres el segundo que me lo pregunta.
—¿Tu hermana también?
Asintió levemente.
—Te contestaría, pero no me gustaría ver de nuevo una expresión de horror.
—Eso quiere decir que sí —se adelantó él—. Tú volverías con él.
—Pues, sí. Es que es lo más lógico. —Se rascó la barbilla—. Angy se sorprendió por mi respuesta, pero creo que todo el mundo haría lo mismo. Somos seres egoístas, buscamos nuestro propio bienestar. No está siendo justa consigo misma y tampoco con él. Si se aleja, todos sufrirán. En cambio, si decidiera hacer lo que de verdad desea, sólo sufriría una persona. Sé que no es agradable, pero así no continuaría con una mentira. Al final todos saldrían ganando. Que él esté con una persona por la que no siente nada en absoluto no tiene que ser agradable. Es muy difícil aparentar ser alguien que no eres. Ángela piensa siempre en la felicidad de esa otra, pero se olvida de pensar de verdad en lo que su amor necesita. Se necesitan mutuamente. Lo mejor sería una segunda oportunidad.
—Tienes que entender que algo así es difícil de soportar.
—Lo sé, Dorian. No es coser y cantar, pero algo tiene que hacer. Me desespera que ni siquiera vaya a intentarlo, simplemente se retira. Abandona antes de jugar sus cartas. No se da cuenta que lo único que consigue con eso es repetir el mismo error. Primero le dejó por la distancia, y ahora lo hace otra vez por otra mujer. Son circunstancias diferentes, pero dificultades finitas al fin y al cabo. No se atrevió a traspasar la barrera la primera vez y se niega a hacerlo ahora. Es injusto.
Dorian asentía de vez en cuando, pero su tez había perdido ligeramente su pigmentación. La mandíbula seguía apretada.
—Por lo que conozco a tu hermana, se ve que dedica más tiempo a los demás que a ella misma.
—Sí, y eso es precisamente lo que impide que actúe. ¿De verdad cree que la otra haría lo mismo por ella? Por supuesto que no. Si Ulises y ella hubieran estado juntos, estoy segura que esa desconocida habría hecho todo lo posible por recuperar a su antiguo novio.
—Pareces muy segura, pero porque hablas también desde una posición segura.
Nora se mordió el labio, pensativa.
—No te sigo.
—Dices que si estuvieras en el lugar de Angy, harías lo que fuera por recuperar lo que es tuyo. —Hizo una pausa—. ¿Por qué no te pones en el lugar de la otra mujer?
Nora arrugó los labios y se llevó las manos a las sienes; las masajeó. Una corriente eléctrica le recorrió el espinazo. Comenzó a pensar en ello. Era verdad, ni siquiera se había tomado la molestia de cambiar el punto de vista.
—¿Te refieres a…?
Dorian entrelazó los dedos encima de la mesa.
—Hablo de saber la verdad —carraspeó—. Si tú estuvieras con ese tal Ulises, y descubrieras que él tiene una aventura con otra, ¿seguirías manteniéndote firme en la idea de que Angy debería volver con él? ¿Te apartarías para dejarle el camino libre a una completa desconocida sabiendo que tú también le quieres?
El sonido hueco de sus palabras retumbó por la estancia.
—Pues… no lo sé —contestó Nora.
—¿Lo ves? Las cosas no son tan fáciles.
—Nunca he dicho que lo sean, pero todo se supera.
—¿Esa es tu respuesta?
Nora se estremeció. Sólo de pensar en algo así se le revolvían las tripas. ¿Permitiría que el hombre al que ama se fugara con otra? ¿De verdad lo haría?
—Si descubriera que el hombre con el que comparto mi vida no siente lo mismo que yo, sería una locura continuar. Sinceramente no sé qué haría, pero creo que aferrarse a algo que no existe no tiene sentido. —Se revolvió el pelo—. Me dolería en el alma, pero no podría retener a alguien a mi lado por el simple hecho de estar enamorada. Podría obligarle a que estuviera conmigo pero en silencio pensaría en ella. Puede que tuviera su cuerpo pero no su corazón. Él seguiría aferrado a ese otro recuerdo y al final de todas formas nunca volvería a ser lo mismo.
—Pues eso es precisamente lo que tu hermana quiere evitar —señaló Dorian—. No quiere que alguien sufra las consecuencias de sus actos. Se pone en la piel de la otra persona sabiendo que ella no lo toleraría, por eso no lo hace.
—¿Y tú? —soltó de repente Nora—. ¿Tú qué harías?
Observó el rostro de su marido, visiblemente compungido.
—Haría lo que fuera por volver atrás. Así que, sí. Yo actuaría de la misma forma que tú.
Respiró algo más aliviada.
—Bueno, al menos sé que no estoy loca.
La puerta de la cocina se abrió en ese momento. Nora se dio la vuelta y encontró a Angy en la entrada, indecisa. Tenía los ojos algo hinchados por todo lo que había llorado.
—Buenos días, Angy —saludó con energías—. Siéntate con nosotros.
Ella vaciló por unos instantes.
—En realidad, venía a pedirte que me prestaras tu coche. Me gustaría irme ahora, si no os importa.
—De eso nada —gruñó Nora—. Primero tienes que desayunar. —Le indicó que se acercara con un gesto—. No puedes irte con el estómago vacío.
Angy tenía mal aspecto. No físico, si no mental. Parecía contener un montón de palabras que no habían sido pronunciadas.
—No quiero molestar.
—¿Qué tonterías dices? No molestas.
Instantes después Dorian se levantaba de su sitio para salirse fuera de la cocina.
—Bueno, creo que le será más fácil si yo no estoy. —Sonrío con elegancia—. Voy a darme una ducha, cielo.
Angy ocupó su lugar, sin atreverse a mirar a su hermana pequeña a los ojos.
—¿Qué tal te has levantado, Angy? —Le sirvió una taza de café y unas cuantas galletas apetitosas.
—Bien —se limitó a decir—. Me he dado una ducha rápida. Me ha despejado la cabeza.
—Me alegro. —Inclinó la cabeza hacia el desayuno de ella—. Y ahora come. No puedes empezar bien el día sin nada que llevarte a la boca.
Angy obedeció gentilmente y probó las galletas. Tragó con facilidad, asintiendo en silencio.
—Están buenas.
—Eso espero —murmuró Nora—. Las he hecho yo.
Angy arqueó las cejas, mirando las galletas y luego a su hermana; un curioso partido de tenis.
—¿De verdad?
—Sí. —Apoyó la cabeza en sus manos—. El trabajo en el invernadero me deja mucho tiempo libre, así que el resto del día lo tengo para mí. Esto me ayuda a relajarme.
—Pues sigue haciéndolo. —Probó otra galleta—. Están riquísimas.
De nada servía disimular. Ambas sabían lo que había ocurrido, así que mirar hacia otra parte no parecía lo más inteligente.
—¿De verdad no quieres quedarte un poco más? —preguntó Nora.
—No, tranquila. Tú tienes que ir a trabajar y Dorian igual. Ayer pasé un buen día, pero ahora tengo que volver a casa de papá y mamá. Me gusta pasar tiempo con ellos. Ya sabes, por lo viejos tiempos.
—De acuerdo. Entonces dame diez minutos para prepararme, y en seguida salimos de aquí.
Ángela se limitó a asentir, como si hablar le costara un esfuerzo insuperable.


106


Angy estaba silenciosamente sentada en el asiento del copiloto del coche de Nora. Estaba esperando a que su hermana saliese de la casa. Como siempre, tardaba más de la cuenta, y sus diez minutos solían convertirse en veinte. Mantenía las manos en el regazo, entrecruzadas, al igual que sus fortuitos pensamientos. Le costaba un infierno mantener la mente despejada. Había pasado una noche horrible, llorando sin parar hasta quedarse dormida. Lo primero que recordó al abrir los ojos fue el aspecto exquisito de Dorian vestido con ese traje gris. Estaba tan guapo… Y cómo no, sus intentos por apretar la mandíbula y actuar con naturalidad se eliminaban en el acto. Tanto tiempo actuando en su propia vida y ahora las fuerzas comenzaban a flaquear en el peor de los momentos. Era fuerte, y tenía que seguir siéndolo por el bien de todos. No podía venirse abajo, ya no. Por mucho que las dudas bombardeasen su sistema inmune y amenazaran con acabar de rematar cada centímetro de su persona, girar la cabeza y evitar el contacto con Dorian seguía siendo la única meta, pero resultaba endiabladamente difícil, sobre todo ahora que Nora sabía que tenía en mente a alguien, y desconociendo la gran verdad, insistía para que diera el paso de volver a estar con el hombre que quería, sin saber que era el mismo al que llamaba marido.
Se sobresaltó al percibir unos ruidos en el cristal de la puerta izquierda. Se giró y vio la cálida sonrisa de Nora; le hacía gestos con los dedos indicando que esperara unos minutos más. Se limitó a asentir y siguió con los ojos sus pisadas. La chica rubia se había apostado delante de la entrada esperando a que Dorian apareciera. Minutos después así lo hizo, y al parecer mantenían una pequeña conversación acompañada de gestos, sonrisas, susurros al oído y demás carantoñas. Sintió la necesidad de apartar la mirada pero no lo hizo. Es lo que le tocaba hacer, acostumbrarse de todas las maneras posibles a ese contacto ajeno que ya no le pertenecía.
Después de lo que le pareció una despedida demasiado empalagosa e inaguantable, vio a su hermana subirse al coche. Alzó la mirada y vio que Dorian aún seguí allí, observándolas, bueno, más bien la observaba a ella. Tenía esa facilidad para cortarle la respiración. Una sonrisa esculpida en sus labios como respuesta, y una mano alzada para decirle adiós a ambas.
—Ah, Dorian —canturreó Nora—. Tan caballeroso como siempre. —Se abrochó el cinturón de seguridad—. Apuesto a que ningún otro haría lo mismo que él.
Angy evitó poner los ojos en blanco. Esos comentarios iban mucho más allá del dolor físico, pero como siempre su rostro debidamente entrenado para la mentira resultaba convincente.
Cuando el coche atravesó la gran verja de hierro y se encaminó hacia el sur a través de la carretera desierta, ella respiró con alivio. Por fin se alejaba de ese palacio moderno equipado con todo tipo de detalles y lujo. Quizás Nora se hubiera acostumbrado a él, pero ella no podría hacer lo mismo. Intentó concentrarse en el paisaje hermoso que se abría camino, pero sintió la obligación de decir algo.
—Gracias por llevarme.
Nora sonrió con sinceridad, sacudiendo la cabeza.
—No seas tonta, no me lo agradezcas. —Encendió la radio—. Tengo tiempo de sobra para dejarte en la isla antes de ir a trabajar.
El cielo se hacía más claro a medida que avanzaban. Las voces de la radio apremiaban con la seguridad de una buena temperatura estable durante todo el día.


La isla desbordaba naturalidad por cada rincón. El agua estaba en calma y la casa resplandecía. El todoterreno estaba aparcado afuera, así que era probable que tanto Julia como Vladimir estuvieran en casa. Nora aceleró los últimos metros y aparcó a escasos metros de la entrada. Cuando se bajaron del coche, la puerta de la entrada principal se abrió y sus padres salieron, quedándose sorprendidos de verlas.
—¡Qué sorpresa! —comentó Julia—. ¿Qué hacéis aquí?
—Angy quería volver ya —explicó Nora—. Ha pasado un día y os echaba de menos.
Angy arrugó la frente pero prefirió no decir nada.
—En ese caso, siento decepcionarte.
—¿Por qué? —quiso saber su hija mayor—. ¿Adónde vais con tanta prisa?
—Tenemos una reunión con varios de mis compañeros —anunció Vladimir—. Nos llevará toda la mañana y posiblemente toda la tarde.
—Entiendo —susurró, sabiendo que eso complicaba la situación.
—¿Vas a quedarte sola todo el día? —resaltó Nora.
Angy se encogió de hombros.
—No es tan malo. Encontraré algo con lo que distraerme.
—¿Cómo qué? Te vas a aburrir.
—No.
—Sabes que sí.
—¿Y qué propones que haga?
Nora lo pensó durante un instante.
—Podrías venirte conmigo.
—¿Al invernadero?
—Sí.
—¿Y tu jefa? ¿No crees que puedes meterte en líos?
Nora puso los ojos en blanco y resopló.
—No te preocupes por eso. La tengo bajo control. Podría presentaros, y en todo caso me aseguraría de que creyese que estás locamente interesada en adquirir alguna que otra fabulosa planta.
—Puede que sea divertido —murmuró Julia—. Así pasarás el día con tu hermana y no estarás sola. Tendrás la mente ocupada.
—También puedo estar ocupada aquí.
—¿Con qué? ¿Con las rocas? —bromeó Nora.
—Estoy cansada y me apetece descansar. Estoy sola la mayor parte del año y no hay ningún problema al respeto —gruñó—. Esto no va a ser distinto. Podéis iros, de verdad. Estaré bien. En caso de que me aburra, puedo ir a la ciudad.
—¿Cómo? No hay ningún otro coche.
—No, pero nuestras viejas bicicletas están en el garaje.
La expresión de su padre se endureció.
—Espero que no lo digas en serio. Si estas carreteras son peligrosas para conducir un coche, imagínate para algo tan simple como una bicicleta. —Se aclaró la garganta—. Si quieres ir a la ciudad, entonces ven con nosotros ahora. Podemos dejarte en el sitio que quieras y luego podemos comer los tres juntos…
Angy levantó las manos.
—Vale, olvídalo. No me moveré de aquí.
—¿Estás segura?
—Sí, papá. Te lo prometo.
—Bien en ese caso, espero que puedas arreglártelas sin nosotros. —Se adelantó y le dio un beso a su hija mayor—. Si necesitas cualquier cosa, llevo el móvil encima.
Padre, madre y hermana se despidieron de ella. Los dos coches se pusieron en marcha; primero el de Nora y luego el de sus padres. Les dijo adiós con la mano y dio gracias en silencio por haberse quedado sola.


107


Estaba sentada delante del ordenador que solía utilizar su padre cuando estaba en casa. Iba un poco lento, pero le serviría. Había pensado en enviarle un correo electrónico a Evan; no sabía nada de él desde que regresó a la isla y quería informarle de sus supuestos progresos, aunque si pudiera comprobarlo por sí mismo, el veredicto seguramente sería diferente al original.
Tecleó durante varios minutos frente a la pantalla. Medía con exactitud sus palabras para no anunciar entre líneas nada que pudiera preocuparle. Luego lo releyó como cinco veces y se sintió conforme.


Hola, Evan. Ante todo, te pido disculpas por estar fuera de cobertura durante tanto tiempo seguido. Sé que quieres saber cómo estoy, así que no te alargo más la espera. Te doy mi palabra de que me encuentro en perfecto estado. No voy a negar que estos días aquí se hacen raros, pero siempre tengo en mente todo el trabajo que he decidido saltarme. Supongo que habrás encontrado una manera de poner a todos a flote, así que no quiero perder el tiempo en preocuparme. Sé que tienes todo bajo control. En cuanto aquí, parece que he vuelto a retroceder unos cuantos años. La isla es tan grande como la recuerdo, incluso más, y mis padres están encantados con mi pequeña escapada para verles más de seguido. Si estuviera en manos de mi madre, seguro que no volverías a verme, pero te recuerdo que más pronto que tarde me tendrás de vuelta. Echo de menos mi casa, mi escenario, y a ti. Es duro escribirte en lugar de oír tu voz, pero la distancia que nos separa es considerable. Ante todo, no pierdas los nervios.
Estoy siguiendo tus consejos, y me gustaría que vieras por ti mismo mi progreso. Nada de recaídas, todo sigue igual. Lo que más deseo es poder irme con la cabeza bien alta, sin cometer ninguna estupidez, y aunque admito que me cuesta bastante manipular conscientemente mis sentimientos, soy capaz de mantenerme a raya. Por parte de él, ya sabes. Mantiene la esperanza y yo me encargo de que se desvanezca de nuevo. Si no puede ser, no puede ser. Tú me lo has dejado bien claro.
Espero recibir tu contestación lo antes posible, aunque entiendo que ahora debas estar al cien por cien en lo que nos espera (más a ti que a mí, por supuesto).
Te quiere, Angy.


Le dio a la tecla de enviar y se quedó allí plantada durante un buen rato, permitiéndose el lujo de sopesar por igual las dos opciones, si abandonarle o caer rendida a sus pies.


108


Varios días después de que Angy regresara a la isla tras pasar veinticuatro horas en la mansión de piedra negra al norte, le tocaba enfrentarse de nuevo a lo esperado, a lo temido. Su madre le había comentado que Nora y Dorian llegarían ese día por la tarde para pasar un día todos juntos, ya que había algo importante que celebrar. Había apretado los puños con disimulo y a tragarse sus envenenadas palabras, pasando el resto del tiempo buscando un consuelo inexistente entre los muros de su habitación.
—¡Tesoro!
Angy dio un respingo, saltando bruscamente sobre su cama. Se incorporó con el corazón en la boca.
—¿Qué? —exclamó con la voz entrecortada, dirigiéndose a su madre, que estaba justo delante de ella—. ¿Qué haces aquí?
—Cielo, dame las gracias. Estabas dormida y te he despertado.
Su hija arrugó la frente. No le parecía la mejor de las maneras.
—¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?
—El suficiente para que hayas descansado, espero. —Consultó su reloj—. Vamos, te sugiero que acabes de despertarte y te prepares.
—¿Para qué?
—¿Ya lo has olvidado? —refunfuñó—. Tu hermana y Dorian están a punto de llegar. Se supone que vamos a comer todos juntos, ¿recuerdas?
La realidad golpeó sus sienes. El sueño reparador de hacía tan sólo unos minutos había tenido la amabilidad de borrar ese detalle de su memoria a corto plazo. Se levantó con pasos torpes y se quedó pensativa.
—¿Puedo echarte una mano en la cocina?
—No, cielo. No te preocupes por eso. Ya está todo listo. —Soltó un sonoro suspiro—. Preocúpate de arreglarte.
Desde luego su madre tenía toda la razón; recibirles con el pijama no era el modo más correcto. Se fue directa al cuarto de baño y antes de meterse bajo la ducha, se miró en el espejo. ¿Esa era ella? ¿La misma mujer de siempre? ¿U otra totalmente diferente? Sin ser capaz de encontrar una respuesta convincente, se desvistió y suplicó que el agua le despejase la cabeza. Lo iba a necesitar.


Todo estaba bien organizado. Las sillas y la mesa plegable de plástico blanco descansaban sobre la hierba alta de la parte de atrás de la casa, con las impresionantes vistas del mar a lo lejos. Julia había preparado de todo un poco, con entrantes, plato principal y vino caro. Se movía de aquí para allá movida por un resorte que no existía, encantada de tener a todo el mundo bajo su techo. Por su parte, su marido permanecía impasible sentado en una de las sillas blancas allí colocadas, leyendo el periódico y entregándose a todo tipo de pensamientos que seguramente serían más interesantes que lo que tenía delante.
Angy vaciló durante unos largos segundos antes de decidirse a salir. Creía que se había arreglado demasiado, aunque con su madre y su hermana de por medio, nunca se sabía. Llevaba puesta una suave blusa azul pálido y una falda de tubo color gris. Para los pies se decidió por unas simples bailarinas oscuras. Se había sujetado el pelo en una sencilla coleta echada hacia un lado. No se molestó en maquillarse, así que su cara resplandecía de simple naturalidad.
—¡Oh, Angy!
Su espalda se arqueó hasta el extremo. Otra vez su madre volvía a sorprenderla. Ya era la segunda vez y a ese ritmo acabaría por tener un infarto.
—Mamá —gruñó—, ¡Deja de asustarme!
—Lo siento, cielo. —Se mordió el labio—. ¡Es que estás tan preciosa!
—Bueno, no sabía qué ponerme, así que espero que esto sea suficiente y a la vez, no demasiado.
Julia sacudió la cabeza mientras la observaba de los pies a la cabeza.
—No puedes estar más guapa.
—¿Cuánto tiempo falta para que lleguen?
—Estarán al caer.
—Eso ya lo has dicho antes…
Julia se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.
—Sí, pero ahora es verdad.
—¿Dónde está papá?
—Respirando el aire fresco. Hazle un poco de compañía, ¿quieres?
Aceptó de buena gana y salió al jardín. El aire llenó sus pulmones y lo recibió con una inesperada sonrisa. Observó a su padre en silencio hasta que él le devolvió la mirada.
—Mi pequeña —sonrió—, qué guapa estás.
Angy se adelantó y se inclinó sobre la silla que ocupaba su padre. Le dio un beso en la frente y le cogió de la mano.
—Me alegra tanto verte. Es como si el tiempo no hubiera pasado.
—Lo sé, Angy. A mí me ocurre lo mismo, aunque intento no acostumbrarme tal y como nos dijiste. Sé que no va a ser para siempre.
Angy cogió una silla y la colocó a su lado.
—No lo digas así, papá. Siempre voy a volver.
—Tienes razón. Por el momento, estás aquí. Y lo agradezco como no te lo imaginas —añadió—. Sé que piensas igual que yo. Tu madre rompe a llorar con cualquier cosa y tu hermana está ocupada con su marido. Eres mi única aliada.
—Y tú el mío, papá.


El coche de Nora llegó y aparcó en cuestión de milésimas. A Angy se le calló el alma a los pies. Allí estaba de nuevo, aguantando las ganas de salir corriendo, y todo por verle… otra vez. Vestía con pantalones claros y camisa negra, una atractiva combinación. Estaba claro que ya había dejado de lado los simples vaqueros y camisetas con logos. Se acercaron cogidos de la mano, con grandes sonrisas; que fueran sinceras o ensayadas, ya era otro asunto.
—¡Mamá! —exclamó Nora, como si llevara años sin aparecer por allí—. ¡Qué guapa!
—Tú no te quedas atrás, preciosa.
Vladimir le dedicó una rápida ojeada a su hija mayor. Compartían el mismo pensamiento.
—Julia —saludó Dorian—. Está guapísima
—Oh, Dorian. Ya veo que sabes cómo hacerte querer…
Angy abrazó a Nora con fuerza. Se alegraba de verla, a pesar de todo. Estaba impecable, aunque eso no era difícil para esa diosa rubia de mirada azul. Vestía con una blusa blanca con escote, y pantalones negros, dejando el pelo suelto sobre los hombros, una impresionante cascada de color oro.
Lo difícil fue a la hora de saludarle a él; la última vez Dorian había decidido abrazarla, pero esperaba que ahora no hiciera lo mismo. Sacó su mejor sonrisa y extendió la mano.
—¡Dorian! —exclamó a propósito—. Me alegro de verte.
La mirada avellana la fulminó. Él sabía leer sus intenciones, tanto las que estaban en la superficie como las que no. El nudo en la garganta comenzaba a crecer.
—Hola, Angy. —Se inclinó hacia delante—. Estás muy guapa, cuñada.
Apartó la mirada a la velocidad del rayo. Deseaba no ruborizarse.
Después de todos los saludos, atravesaron la casa y llegaron a la parte de atrás, con todo ese festín dando la bienvenida. No sólo estaba la mesa con toda esa comida que quitaba el aliento, también había adornos de llamativas flores reclamando tener su minuto de atención.
—No teníais por qué haber hecho esto —comentó Nora—. No era necesario, mamá.
—Cielo, no ha sido ninguna molestia. Así le da un mejor aspecto. Hay más colorido aparte del verde.
—¿Tenéis hambre? —preguntó Vladimir.
—Desde luego —se apresuró a decir Angy.
Nora soltó una risita.
—No sabes lo mucho que me alegra oír eso.


Los platos llenos hasta rebosar de comida se fueron reduciendo en volumen. Las montañas de guisantes, espárragos, pavo relleno y salsas desaparecieron entre cálidas risas, pucheros, exclamaciones y demás gestos involucrados en una conversación aparentemente normal. La mirada verde iba en todas direcciones pero siempre acababa en el mismo sitio; le resultaba más difícil que nunca no mirarle. No estaba únicamente irresistible, si no que aparentaba una serenidad pasmosa. Ya no se dedicaba a buscarla con la mirada, ahora simplemente dejaba que Angy lo hiciera por él. Aguantaba el contacto visual con esos luceros verdes y luego se retiraba con la cabeza alta. Y eso era bueno, pero ella no se sentía así. Era una combinación letal de sentimientos enfrentados. Y luego estaba Nora, tan sonriente como siempre. Hacían buena pareja, y era la primera vez que se atrevía a pensar en ello de manera seria y consciente. De todos modos es lo que llevaba buscando desde hacía meses, contemplarles desde detrás de un cristal y pasar de largo sin formularse ninguna pregunta del tipo: ¿De verdad son el uno para el otro? O, ¿podría hacerlo mucho mejor si tuviera la oportunidad?
Se vio interrumpida en sus pensamientos con la voz corrompida de su madre, que arrugaba los labios para impedir los sollozos mientras repartía copas finísimas rellenas de delicioso vino rojizo. Se frotaba las manos con energía, como un gesto de vitalidad y buena suerte. Nora lo interpretó como una señal, así que se puso recta sobre su silla y carraspeó, mostrando al mundo su sonrisa impoluta, imposible de estropear.
—Bueno, creo que ya es hora de que os anuncie una gran noticia —entonó—. Ha sido algo inesperado pero me alegro de que haya ocurrido.
Sin saber por qué, Angy dirigió la mirada hacia su madre, que hacía esfuerzos por no llorar, que es lo que solía hacer la mayor parte del tiempo.
—Me he enterado hace poco —continuó Nora—, así que todavía me cuesta llegar a creérmelo.
—Oh, cielo —sollozó Julia—. No nos hagas sufrir más. Dínoslo. —Tragó un poco de vino de su copa e intentó disimular sus nervios—. ¿Es lo que creo que es? ¡Dime que sí!
En ese momento Angy sintió una fuerte punzada en el pecho; continuos látigos aprisionando los pulmones con una fuerza descomunal. Con disimulo se inclinó hacia delante y exhaló con lentitud, mientras esperaba con amargor las palabras de Nora, pidiendo a gritos que no fuera eso que tanto temía.
—Siento decepcionarte, mamá —apuntó Nora—, pero no es lo que crees. Es algo que se aleja bastante de eso. —Tragó saliva y se preparó para anunciarlo mientras miraba de reojo a Dorian—. Mi jefa me ha pedido que vaya con ella para representar a la empresa en otra de sus exposiciones locales sobre toda la gama de plantas que crecen en el invernadero. Seré la segunda al mando para dirigir todos los preparativos. —Alzó la copa—. Dice que estoy preparada, así que he aceptado.
Todos los allí presentes soltaron graciosas exclamaciones, con sus bocas bien abiertas y las cejas arqueadas. La expresión de sorpresa de Dorian parecía indicar que acababa de enterarse, al igual que todos los demás. La cogió de la mano y se la besó con dulzura.
—¿Por qué no me lo has dicho? —susurró.
Nora se inclinó y le dio un beso casto en los labios.
—Quería que fuera una sorpresa. Para todos —añadió.
—Me alegro muchísimo —declaró Vladimir—. Lo harás genial, tesoro.
Nora aleteó sus pestañas a propósito.
—Gracias, papá. —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. Aún me cuesta hacerme a la idea, pero es increíble. Me ha concedido el puesto que todo el mundo se moría por conseguir. Siempre van el jefe y un empleado de confianza. —Bebió de su copa—. No sé porqué lo ha hecho, pero es una gran noticia. Eso significa que deja a un lado nuestras diferencias.
Con una sonrisa triunfal, Julia levantó su copa al aire.
—Por mi hija —sollozó—. Para que siga teniendo el mismo éxito siempre.
Los demás la imitaron.
—¡Salud!
Después del brindis y un montón de felicitaciones verbales por parte de todos, se hizo el silencio, que sin duda no se hizo eterno.
—Bien, y ahora… la tarta —comentó Julia—. Espero que todavía tengáis sitio en vuestros estómagos.
Esa fue la escusa perfecta para levantarse de allí. Necesitaba urgentemente un tiempo muerto, y lo necesitaba ya.
—Yo la traigo —se ofreció Angy.
—¿Vas a poder tú sola?
Puso los ojos en blanco.
—Es una tarta, mamá. No creo que pese una tonelada.
—No, pero es más grande de lo habitual —soltó con una risita—. Tráela de una sola pieza.
Su hija mayor asintió con pesadez y se dio la vuelta, dirigiendo sus pasos hasta la cocina. Merodeó durante unos pocos segundos y dio con ella. Vaya, al parecer sí que era grande. Demasiado, tal vez. El delicioso pastel descansaba sobre una superficie blanca de papel de aluminio. Se adelantó y estudió a fondo esa imagen literalmente dulce.
—Angy, Nora me ha dicho que necesitarías que alguien te echara una mano.
Sintió pavor al escuchar esa frase. Creía que al menos por un breve espacio de tiempo estaría sola. Giró sobre sus talones con la tarta entre las manos y estuvo a punto de dejarla caer. Dorian había aparecido en mitad de la cocina, tan silencioso e inesperado como siempre, con esa mirada que lo decía todo y nada a la vez.
—¿Puedo ayudarte?
Tardó en reaccionar unos cinco segundos. Asintió y tragó saliva con dificultad.
—Sí… —tartamudeó—. Coge los platos del fondo, por favor.
—Si quieres yo puedo llevar la tarta. Parece demasiado grande.
Iba a sermonearle pero su adormecida y silenciosa lengua no estaba de su parte.
—De acuerdo —gimoteó sin pestañear—. Llévala tú, entonces.
Se acercaron al instante y él alargó los brazos para sujetar cuidadosamente la tarta de nata y mermelada que tenía proporciones desmesuradas. Al hacerlo, las manos de ambos se rozaron por dos segundos, y Angy dejó escapar un suspiro, esquivando su mirada. Se apartó rápidamente y fue a buscar los platos.
—Vamos —susurró—. Nos están esperando.
Salieron de nuevo al exterior con todo lo necesario. Julia, Nora y Vladimir observaban la tarta con entusiasmo, como si nunca hubieran visto un pastel tan grande y apetitoso.
—Mamá —pronunció Nora—, ¿te has vuelto loca?
A Julia le pareció más bien un cumplido que otra cosa.
—Oh, hacía mucho que no hacía una tarta, tesoro. Creo que la ocasión merece la pena.
—Sí, pero tardaremos semanas en acabárnosla.
Vladimir se levantó de su sitio y con gran rapidez, empezó a patir la tarta con manos expertas en pedazos perfectamente simétricos unos con otros. Repartió cada plato con su ración correspondiente y a continuación volvió a su silla. Probó un bocado y cerró los ojos. Realmente le encantaba.
—Esta es una de las muchas razones por las que me casé contigo. —Sonrió—. Está absolutamente delicioso.
Julia se ruborizó mientras comía de su plato.
—Ya sé a qué dedicarme cuando me jubile.
Observando esa escena tierna de sus padres, Ángela titubeaba respecto a su inestable estado de ánimo. Los nervios comenzaban a dispersarse de su enclenque cuerpo cuando vio algo… absurdo. Creía que Nora había perdido por completo el juicio, pero enseguida se recordó así misma que su hermana pequeña seguía siendo precisamente eso: pequeña, inocente e infantil. Y es que no se le había ocurrido otra cosa que situarse todavía más cerca de Dorian y darle la tarta como si se tratara de un bebé. Hacía gestos inútiles con la sonrisa más grande que podía recordar, moviendo la cuchara en el aire. Era el colmo, no tenía por qué ver aquello. En realidad, ni ella ni sus padres.
—Para… —susurraba Dorian.
—Vamos —insistió Nora—, no pasa nada. Es que estás tan mono…
Dorian le sujetó la cuchara y le dio la vuelta.
—Bueno, creo que ahora te toca a ti —murmuró, repitiendo el mismo proceso.
Julia estaba encanta por esa muestra de amor, mientras que Vladimir y su hija mayor tenían cara de póker.
—Cielo, aún no has probado tu ración —apuntó Julia.
Ángela se dio cuenta enseguida que esas palabras iban dirigidas a ella. Tenía el plato en el regazo y el pequeño fragmento de riquísima tarta seguía entero.
—No tengo hambre —se excusó.
—Pero este siempre ha sido tu pastel favorito.
—Y lo sigue siendo, pero no tengo apetito.
La feliz pareja seguía haciendo ese juego totalmente fuera de contexto. Reían entre pausas, y terminaban por mancharse de nata la comisura de los labios. Era algo sofocante, impensable, doloroso, insoportable. Angy bajó los ojos al suelo, incapaz de seguir con eso. La torrente de viejos recuerdos volvía a invadirla, sin piedad alguna. Apretó los puños y suspiró. La piel se le erizaba, pero no por la emoción, si no por el odio. Deseaba levantarse y poner el grito en el cielo, pero lo único que podía hacer era eso, agachar la cabeza como una perdedora, porque así era cómo se veía en ese momento, mientras que la ferviente ganadora disfrutaba de su premio delante de sus heridos ojos.
La supuesta tranquilidad del postre se vio enturbiada por algo.
—¿Qué es eso que suena? —interrumpió Vladimir.
Todos se mantuvieron en silencio y entonces el ruido pudo apreciarse. Angy se alegró por dentro de una manera poco habitual.
—Es mi móvil —anunció.
—¿Vas a contestar? —Preguntó su madre.
—Claro, puede que sea importante —dijo, levantándose con rapidez.
—¿Con importante te refieres a Evan? —musitó Nora.
Su hermana mayor hizo un esfuerzo por sonreír a sus palabras y comenzó a andar, pero de repente sintió la necesidad de pararse. Quería continuar con esa simple sucesión de pasos y desaparecer tras los muros protectores de la casa, pero algo invisible se lo impedía. Notó seca la garganta y un fuerte golpeteo en sus sienes. Una sacudida violenta a cada uno de sus miembros y una leve explosión en el pecho. Las fuerzas le fallaron y sus piernas se doblaron, cayendo de rodillas en el suelo.
—¡Angy!
Escuchó su propio nombre pero no pudo reaccionar. Sonó demasiado lejos, borroso, acompañado de un fuerte pitido en los oídos. Se le nubló la vista por completo y se desplomó sobre la hierba. Después, todo se volvió negro.


109


Abrió los ojos y se encontró rodeada de toda su familia. El entorno era frío, desconocido y muy blanco. No tenía ni idea de dónde demonios estaba, pero a su mente vino la imagen de la isla; lo último que recordaba era haber oído su móvil, pero no llegó a cogerlo.
Su madre se sentó en una esquina de la cama y se negó a soltarle la mano. Sus ojos azules estaban hinchados; había estado llorando, pero Angy no sabía la razón.
—Oh, Angy —susurró—. Por fin has despertado…
—¿Dónde…?
—¿Dónde estás? —sollozó Julia—. Estás en el hospital, mi niña.
Su hija mayor se alertó. Iba a preguntar quién había tenido problemas pero al cabo de dos segundos se hizo evidente que era ella misma; era ella la que estaba tumbada en una cama, con un montón de ojos a su alrededor, caras preocupadas y un silencio absolutamente cortante.
—¿Qué ha pasado? —quiso saber Angy. La voz era apenas un susurro, como si algo dentro de su garganta le dificultara el trabajo a sus cuerdas vocales.
—Estábamos en la isla cuando quisiste contestar a tu móvil y te desplomaste sobre la hierba. Te desmayaste en el acto.
Una sensación de inquietud le recorrió la espina. ¿Era posible? ¿Por qué? Nunca había sufrido una cosa así.
—¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Eso es lo de menos —apuntó su padre.
—Pero quiero saberlo…
—Ahora mismo son poco más de las nueve de la noche, Angy. —Se rascó la barbilla—. Llevas aquí aproximadamente unas seis horas.
No puede ser, pensó Angy. Era una locura. No recordaba haber sufrido ningún desvanecimiento anterior. Todo había sido tan repentino…
—¿Por qué me ha pasado esto?
—No lo sabemos con exactitud —admitió Julia—. Los médicos dicen que puede ser debido a un fuerte estrés emocional, pero quieren hacer unas cuantas pruebas más.
—¿Tengo que quedarme?
—Sí, Angy. Al menos por esta noche. —Sacudió la cabeza con rabia—. Lo normal hubiera sido que despertaras al cabo de unos minutos, pero por más que elevábamos la voz e intentábamos hacer que volvieras, seguías sin reaccionar. Te llevamos al hospital porque una ambulancia hubiera tardado demasiado y… aquí estamos.
Sin querer buscó con la mirada a alguien en particular. Sí, por supuesto, era inútil esperar no encontrarle allí. Dorian estaba al final de la cama, con la mandíbula apretada y el rostro pálido. No le quitaba los ojos de encima. Parecía que era el más preocupado, sí al menos el más expresivo.
—¿Tienes alguna idea de por qué ha podido pasarte esto? —formuló su padre.
—Pues…
—Está claro que sí —espetó Nora, abrazada a sí misma y cara seria.
Angy la fulminó con la mirada. Le rogaba con los ojos que no comentase nada acerca de su problema con la comida. Había estado muy delgada, eso era cierto, pero ya había recuperado casi todo su peso.
—Puede que haya sido por culpa de todo el estrés y la ansiedad acumulados del trabajo —dijo sin pensar. Al menos prefería que creyesen eso antes de discutir acerca de la comida—. A veces me agobio demasiado…
—¿Y aún así quieres seguir haciéndolo? —soltó su madre.
Angy intentó incorporarse.
—Pero es mi trabajo, mamá. Disfruto con lo que hago.
—Sí, puede que te encante, pero no es bueno para ti. Mira cómo estás.
—Estoy bien —gruñó—. Que me haya desmayado no implica que esté… enferma.
Julia iba a seguir poniendo argumentos en contra pero la puerta de la habitación se abrió y un hombre canoso y ojos grises, vestido de bata impoluta, entró. Se quedó sorprendido por toda esa gente allí.
—Hola a todos —saludó cortésmente—. Soy Hugo. Vengo de analizar los resultados de las pruebas de la paciente.
—¿Cómo está? —irrumpió Julia—. ¿Han encontrado algo?
—No se preocupe. No hay nada anómalo.
—¿Ya saben la causa exacta del desmayo?
—Nos mantenemos firmes en lo que hemos afirmado. A veces el estrés es muy agresivo. Es poco corriente que la gente joven como su hija pierda la consciencia por algo así, y en su caso habría despertado inmediatamente, pero no ha sido así. Su despertar se ha retrasado considerablemente, pero no deja de ser normal.
—¿Cómo que normal? Ha tardado horas en despertarse.
—Sí, pero sus constantes eran estables. Sus órganos están en perfecto estado, así que son los nervios los que le han jugado una mala pasada. Necesita mucho descanso y reposo. Nada de fuertes alteraciones emocionales o cambios inestables. Lo principal es que se mantenga tranquila.
No se sabía quién estaba más alucinado, pero desde luego todos los allí presentes tenían cara de pocos amigos, y por algo aparentemente leve.
—¿Cuándo podrá marcharse?
—Podría irse ahora mismo, pero preferimos retenerla un poco más para controlar su situación. De todas formas no es nada de lo que deban preocuparse —aseguró el médico—. Mañana por la mañana puede irse. —Después de otro breve intercambio de palabras entre ese hombre canoso y los demás, el médico se acercó a Angy—. Y ahora, si no les importa y lo consideran oportuno, me gustaría quedarme a solas un momento con ella.
Julia se levantó de la esquina que ocupaba y les hizo un gesto a los demás.
—De acuerdo, doctor —comentó—. Estaremos en el pasillo.
—En realidad, les aconsejo que se vayan a casa. Ella estará vigilada por nuestras enfermeras toda la noche. El turno de visitas hace tiempo que se ha acabado y no quiero que se preocupen. Está en buenas manos.
Los cuatro salieron al pasillo entre murmullos de voces. Hugo esperó a que la puerta estuviera cerrada y se volvió hacia Angy, que temblaba imperceptiblemente.
—Bien, ahora que estamos solos, me gustaría que hablase conmigo abiertamente, señorita Ángela.
—De acuerdo.
El hombre ajustó la mirada gris y empezó el asalto.
—Veo que no es una adolescente, sin embargo entiendo que hay ciertos temas de los que es difícil hablar con la familia presente, por eso les he pedido que nos dejen un momento.
No entendía dónde quería ir a parar, pero los latidos iban incrementando su ritmo. Probó con otra táctica.
—¿Va a decirme que hay problemas? ¿Tengo algo grave?
—No —dijo Hugo, moviendo tranquilamente la mano—. Todo está bien. Si hubiera sido algo serio, lo habría comunicado con ellos delante. Lo que me gustaría saber es si ha experimentado recientemente situaciones con un fuerte grado de estrés o ansiedad.
Era evidente que sí, pero no iba a contarle sus problemas sentimentales. Tenía fuertes cambios de humor y autoestima cada vez que tenía que enfrentarse a Dorian, así que esa debía ser la única razón por la que se había desmayado. Haberles visto hacerse carantoñas mientras comían la tarta había acabado con su paciencia, con un corazón alterado y al final un agotamiento mental.
—Verá, trabajo en el teatro, soy actriz —comenzó a decir—. Los estrenos son escasos, pero cuando llegan, exigen un alto grado de concentración. Hace poco tuve uno, y sinceramente es algo que me encanta hacer, pero siempre tengo muchos nervios. Además, los ensayos son continuos y muy duros. Todo es permanente, y no se permiten fallos. Bueno, también es verdad que en los últimos meses he descuidado un poco mi alimentación…
—Entiendo —se limitó a decir él.
—No sé si es importante decirlo, pero cojo aviones con demasiada frecuencia, y los cambios de horario son un poco agobiantes alguna que otra vez. No sé si eso puede…
—Sí, Ángela. Todo es posible, hay muchísimos factores que pueden ser la causa de lo que le ha ocurrido, así que necesito que sea lo más clara posible.
¿Más? No iba a ser posible, no. Le estaba contando más de la cuenta. Lo de la comida, por ejemplo, y si había decidido contárselo era porque lo demás estaba literalmente guardado en una fortaleza, inaccesible, y no iba a confesar nada.
—No sé qué más puedo decirle. Eso es todo. Mi vida es el trabajo y…
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando como actriz?
—Empecé a los veinte, pero llevo menos tiempo haciéndolo de forma profesional. Unos cuantos años.
—¿Y antes no sufrió ningún desvanecimiento parecido? ¿En algún estreno o en los ensayos?
—No, nunca.
—¿Y de verdad cree que lo que le ha ocurrido hoy es debido a su trabajo?
La pregunta provocó que su mente se quedara en blanco. ¿Lo preguntaba por simple curiosidad o de verdad creía que había algo más?
—No lo sé —masculló.
—Puede que haya tenido algún tipo de experiencia desagradable que se haya quedado en su memoria de manera permanente, capaz de alterarle el sistema nervioso.
—¿Cómo…?
—Verá, lo que le ha ocurrido está dentro de unos parámetros, digamos normales. Ante una fuente excesiva de estrés, nuestro cuerpo reacciona a través del sistema simpático, por eso el corazón late más rápido, mandamos más cantidad de glucosa a la sangre, aumenta la temperatura… Pues bien, su cuerpo ha reaccionado así, pero automáticamente después su sistema parasimpático ha intervenido en cuestión de milésimas, y todos los procesos anteriores se han visto reducidos o puede que invertidos, lo que a su vez provoca un colapso y una fuerte bajada de la presión arterial, por eso ha perdido el conocimiento.
Angy no sabía ni cómo continuar. Entendía lo que acababa de decirle pero deseaba que no fuera así. Se sentía incapaz de controlar a su cuerpo, no sólo mentalmente, ahora también físicamente.
—Pero me encontraba perfectamente…
—¿Qué estaba haciendo justo antes de desmayarse? ¿Lo recuerda?
—Estaba comiendo con mi familia. Nada raro, en verdad. Todo estaba bien. Mi móvil comenzó a sonar y me levanté para ir a buscarlo, pero está claro que no he podido contestar.
—¿Esperaba alguna llamada? ¿Una noticia importante?
Angy sacudió la cabeza.
—Bueno, quizás usted no haya sufrido nada grave, pero a lo mejor un pariente cercano —carraspeó—. Debido a la empatía, nos ponemos en el lugar del otro con relativa facilidad, por eso es posible que…
Entonces se dio cuenta. Había sido tan evidente y a la vez tan olvidadizo. ¿Cómo dejarlo a un lado? Todavía estaba reciente su encuentro con Dorian, cuando estuvo a punto de perderle, pereciendo en el agua salada de la isla.
—En realidad, puede… Puede que sí que haya algo —susurró—. Hace unas semanas, mientras estaba en mi casa, bueno, estaba hablando con mi cuñado por teléfono y… —La voz se cortó. No quería llorar, allí no.
—Continúe, por favor.
—Pues, estaba discutiendo con él y de repente la línea se cortó. Cuando… —Tragó saliva—. Cuando quise darme cuenta, su coche se había salido de la carretera y cayó al agua. Me asusté muchísimo, pero no tuve más remedio que ir a por él. Nadé todo lo que pude y no sé cómo, pero con mucho esfuerzo logré sacarle del agua. —Sus ojos se empañaron—. No respiraba, no se movía. Temía lo peor cuando intenté reanimarle. Fueron los minutos más largos de toda mi vida. Jamás me había enfrentado a una situación así. Estaba tan pálido, tan… inerte. Creí que estaba muerto, pero insistí con todas mis fuerzas y abrió los ojos. Volvió a respirar, y en ese momento mi cuerpo se liberó de una gran tensión.
El médico, que había optado por no interrumpirla, tenía las cejas arqueadas, incrédulo.
—¿Es usted la mujer que saltó al agua helada de la isla que hay a las afueras para salvar al hombre que estaba atrapado en el coche? ¿Fue usted la que rompió el parabrisas con una roca y le reanimó una y otra vez?
Angy se revolvió en la cama. ¿Por qué se mostraba tan entusiasmado y sorprendido?
—Sí —logró decir—. ¿Usted lo sabía?
Hugo esbozó por primera vez una sonrisa en sus finos labios.
—Bueno, a decir verdad lo sabe casi todo el hospital. La noticia corrió literalmente como la pólvora.
—Ya veo…
—Probablemente estará cansada de oír lo mismo, pero es muy valiente. Hacer algo así requiere mucho… empeño.
Asintió con amabilidad pero deseaba cambiar de tema. Las imágenes tan frías y crueles de ese día era algo que anhelaba olvidar y, sacándolo a la luz, era bastante difícil.
—Bueno, no es nada especial. Tenía que hacerlo…
—Pues creo que ya tenemos un firme candidato para determinar la causa de su desmayo, ¿no?
—Es posible.
—¿Ha tenido pesadillas acerca del accidente? ¿Piensa a menudo en lo ocurrido?
—Sí —confesó—. Los días sucesivos al accidente tuve pesadillas, pero a decir verdad no pasa ni un día en el que no me acuerde. Es algo que va a formar parte de mí para el resto de mi vida, lo quiera o no.
—Mire, si quiere puede hablar con nuestros psicólogos. Le vendría bien desahogarse. El estrés postraumático es frecuente con acontecimientos severos como ése. Piénselo.
—Se lo agradezco, pero preferiría dejar el tema. Lo tengo superado. Es decir, todavía pienso en ello, pero creo que hablar de forma continua de lo mismo no me ayudaría. Prefiero dejar las cosas como están. —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. Aceptar que fue algo que pasó, y que afortunadamente acabó bien.
El médico asintió con la cabeza y le estrechó la mano.
—Bien, Ángela. Creo que ya hemos acabado —anunció—. Le recomiendo que no deje a un lado su alimentación. Por suerte la malnutrición no ha sido la causa esta vez, pero no estaría bien que entrara dentro de las probabilidades. Coma sano, variado y a menudo. En cuanto al resto, le digo lo mismo que a sus familiares. Necesita reposo, calma y tranquilidad. Nada de cambios en el estado de ánimo. —Sonrió en su fina boca—. ¿Puedo contar con que lo hará?
Ángela asintió y sonrió con naturalidad.
—Desde luego —afirmó—. Muchas gracias, Doctor.
—De nada, Ángela. —Se acercó hasta la puerta—. Aunque creo que debería llamarla heroína.

110


Julia volvió a entrar a la habitación seguida de todos los demás. Se inclinó sobre su hija rápidamente.
—Oh, cielo —musitó—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que te ha dicho el doctor? —Arrugó los labios—. ¿Algo va mal?
—Mamá, cálmate —suplicó—. No me ha dicho nada que no sepáis. Me ha dicho que tome reposo y que me calme, eso es todo.
—¿Y para eso tiene que echarnos de la habitación?
Angy no recordaba haber visto a su madre de semejante manera nunca. Temblaba, y estaba muy nerviosa.
—No os ha echado, simplemente quería hablar conmigo a solas.
—¿Para qué? ¿Quería que supieras algo que nosotros no deberíamos saber?
—¡No!
—Ya es suficiente —interrumpió Vladimir—. Se supone que no debemos alterarla, Julia. Compórtate.
—Pero tú lo has visto, cielo —protestó Julia—. Han estado un buen rato hablando.
—Sí, pero sólo me ha preguntado si últimamente estaba estresada. Creía que… me sería más fácil hablar si no estabais delante.
Eso pareció sentarle bien. Su cara se relajó y soltó un soplo de aire contenido. Sacudió la cabeza y se puso las manos en la cintura.
—Está bien —dijo al fin—. Te creo.
—Bueno, ya habéis oído al doctor —dijo Vladimir—. Deberíamos irnos. Angy necesita descansar.
—Yo me quedo —propuso Nora.
—No, yo lo haré —replicó su madre—. Tienes trabajo en el invernadero mañana. Debes descansar.
—Dormiré aquí, no hay problema.
De repente Dorian agarró la mano de Nora y le dijo algo al oído. Acto seguido ambos salieron al pasillo, mientras Angy permanecía con sus padres.
—Cielo, elige tú —propuso su padre—. O tu madre o tu hermana.
—No quiero que nadie pierda el tiempo, papá —protestó—. Ya soy mayorcita, y ya habéis oído al doctor. Las enfermeras estarán pendientes y por la mañana podré irme. Estoy perfectamente, como si no hubiera ocurrido nada.
—Pero ha ocurrido —insistió Julia.
—Déjalo ya, por favor. No me duele nada, no estoy mareada… Estoy bien.
Nora asomó la cabeza por la puerta y les pidió a sus padres que salieran un minuto. Desde luego eso era extraño. Angy pudo verles a todos a través de la ventana de la pared, viendo como Dorian hablaba la mayor parte del tiempo. Aunque lo intentaba, no conseguía entender lo que decía; leer los labios no era lo suyo.
Cerró los ojos y se evadió del mundo por unos minutos. Desde luego, todo empezaba a alterarse más de la cuenta. ¿Desde cuándo se desmayaba por las esquinas? Nunca había sido la mujer débil que ahora aparentaba ser. ¿Dónde había quedado esa fuerza portentosa que recorría sus venas? Ya no estaba, si había largado a otra parte, y ahora no le quedaba nada a excepción de un montón de inseguridades que abarcaban una infinidad de su terreno sentimental y… amoroso.
La puerta chirrió de nuevo para que Nora pasara. Se acercó decidida y se sentó al lado de su hermana. Le acarició el pelo y trató de sonreír.
—Menudo susto nos has dado —susurró.
—Lo siento, te aseguro que no era mi intención.
—Lo sé —murmuró—. ¿Qué sentiste? ¿Sabías que ibas a desmayarte?
—Fue una sensación muy extraña. Sentí un zumbido en los oídos, fuertes sacudidas… y luego un telón negro.
Nora entornó los ojos.
—Tú y tus metáforas. Deja aparcado el teatro por hoy, Angy. —Suspiró—. ¿De verdad estás bien?
—Por supuesto que sí. Es como si hubiera dormido durante un mes. Me siento bien, con energía. —Se mordió el labio—. Gracias por no mencionar nada de la comida delante de papá y mamá. Sé que se habrían puesto como locos.
—Bueno, me debes una. —Se revolvió el pelo—. Escucha, hemos estado hablando acerca de quién debe quedarse contigo. Todos trabajamos, pero Dorian puede arreglárselas mejor que el resto. Dice que se quedará él.
¿Otra vez? ¿De verdad el universo era tan despiadado y desconsiderado con ella que le ofrecía una nueva oportunidad tras otra para sentirse cerca de él? ¿De verdad tenía tan mala suerte? ¿O acaso se negaba a reconocer que estaba encantada? Seguía sin saber definir su estado.
—No puede quedarse, Nora —gimoteó—. Estoy perfectamente. Puedo levantarme, caminar… No necesito ayuda. Me sentiré mal si se queda. Puede irse contigo, yo estaré bien.
—Pero no se trata de eso.
—Claro que sí. Ha sido un buen susto, pero se ha quedado en eso. Sólo necesito descansar y no hay necesidad de que nadie vele por mí.
—No lo entiendes, ¿verdad?
Angy arqueó las cejas, sorprendida por ese comentario.
—¿Qué es lo que tengo que entender?
Nora apretó su mano y miró de reojo al pasillo.
—Angy, quiere pagar su deuda —susurró—. Tú le sacaste del coche, y aunque esto no sea, ni por asomo, lo mismo, quiere quedarse. Ha insistido, por favor. No puedes decirle que no. Quiere recompensarte de alguna manera, y aunque hubiera sido mejor que esto no hubiera pasado, aquí estás. —Frunció el ceño—. Deja que te cuide. No te molestará. Si le hubieras visto… —Sacudió la cabeza—. Estaba muy preocupado por ti. Nunca le había visto tan… pálido.
Y allí estaba ella una vez más, negando el ofrecimiento de Nora mientras que su hermana se empeñaba en hacerla cambiar de idea. Aunque claro, visto así, tenía sentido. Dejando a un lado todo lo enrevesado de su historia, lo cierto es que Angy le había salvado y, ahora que ella estaba en el hospital, las tornas habían cambiado.
—¿Y qué va a hacer aquí? —soltó.
—Puede avisar a los médicos en el caso de que tú no puedas hacerlo. —Se mordió el labio—. Es un buen hombre, hermanita. Se preocupa por su familia, y por eso tú también le preocupas.
—Está bien —murmuró—. Puede… quedarse.
Nora se levantó y le dio un fuerte beso en la frente mientras le regalaba una sonrisa perfecta.
—Gracias. Bueno, creo que es hora de llevarme a papá y a mamá fuera de aquí. Están demasiado alterados.
Angy asintió. Dijo adiós con la mano y la puerta se cerró. Tres figuras desaparecieron del pasillo mientras que una todavía estaba allí. No sabía si dar las gracias o desmayarse de nuevo.


111


Una agradable enfermera de pelo rubio y gafas enormes entró a la habitación trayendo consigo la bandeja de la cena. Angy habría querido negarse ya que no tenía hambre, pero así no conseguiría nada, así que se limitó a ponerle buena cara mientras lo preparaba todo.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó la enfermera con una bonita sonrisa.
—Mejor, gracias. ¿Y usted?
La adorable mujer forzó todavía más su sonrisa. Parecía que era lo más educado que escuchaba en todo el día.
—Bien, señorita. Haciendo mi trabajo. —Dejó la bandeja sobre una mesa giratoria y lo colocó todo para que quedara a la altura adecuada para la paciente—. Espero que le guste, la sopa todavía está caliente. —Recogió las tapas y demás envoltorios—. Dentro de un rato volveré para llevarme todo esto. Buen provecho.
—Gracias —susurró Angy.
La puerta se cerró y tuvo contacto visual con Dorian. No se había movido de allí, pero esta vez le hizo varios gestos con la mano y se fue. Lo único que alcanzó a comprender es que se iba para tomar algo y que volvería en seguida, de eso estaba segura.
La comida que tenía delante no era precisamente apetitosa, pero con algo tenía que llenarse el estómago. Empezó con la sopa; estaba literalmente ardiendo, y así era imposible siquiera empezarla. Probó de nuevo, esta vez con el filete de pescado mustio que la observaba desde el plato aséptico. Tomó un bocado y para su sorpresa, estaba bueno. Lo terminó en cuestión de minutos y después bebió agua en grandes cantidades. Optó por abandonar la sopa y se comió el yogurt que descansaba en un hueco de la bandeja. Cuando terminó, vio a la enfermera con esa sonrisa impecable.
—Buena chica —comentó.
—Gracias. No he podido con la sopa. Estaba ardiendo…
—No se preocupe. Me la llevo ahora mismo y nadie se enterará. —Le guiñó un ojo—. Se lo prometo.
Por un instante, Ángela sintió pena al saber que por la mañana tendría que irse. Esa mujer era realmente simpática.
—Gracias otra vez.
—Cualquier cosa que necesite, avísenos, señorita. —Y cerró, dejándola sola.


Tenía los ojos cerrados cuando algo la impulsó a abrirlos. No se equivocó; Dorian estaba de pie, junto a la puerta, observándola con cuidado, con unos ojos inexpresivos, preocupados. Desde aquella perspectiva parecía más alto de lo que ya era, pero tenía pinta de haberse vuelto de cristal.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie? —quiso saber ella.
—No demasiado. Creí que estabas dormida y no quería despertarte.
Negó con la cabeza.
—No, para nada. Sólo estaba… descansando la vista.
Dorian hizo un intento de acercamiento pero cesó de golpe. Esperaba un tipo de respuesta por su parte y, para su sorpresa, accedió.
—No te preocupes. Puedes acercarte.
Una oleada de alivio destensó sus músculos. Corrió a su lado y se sentó en la esquina, alterando la respiración de aquella mujer. Se quedaron en silencio, mientras intentaban desesperadamente no sentirse torpes.
—No deberías haberte quedado —aseguró Angy—. No tenías por qué.
—Quería quedarme —apuntó él—. Lo necesitaba, más bien.
—Dorian, no me debes nada.
—Claro que sí. —Sus ojos centelleaban—. No tengo cómo pagarte lo que hiciste y al menos con esto puedo saldar parte de mi deuda.
—Estás equivocado.
Él volvió a negarlo, esta vez con la cabeza. Sin inclinó sobre la cama y no parpadeó.
—Por favor, tienes que entenderme. Era lo mínimo que podía hacer. Sé que estás bien, pero yo necesitaba quedarme para llegar a estarlo.
¿Qué decir ante una cosa tan preciosa?
—Está bien, si así te quedas más tranquilo…
—No sabes cuánto.
Tenía la piel de gallina. Le daba la sensación de que la noche se le haría especialmente larga, con ese gran nudo en el estómago. Y a pesar de todo, se alegraba.
Dorian se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, moviendo la cabeza. Era evidente que quería decir algo, pero pensarlo era una cosa, y hacerlo otra bien distinta. Finalmente se armó de valor y volvió a su lado. Se acercó todavía más, con sus caras separadas por unos centímetros, pero no parecía percatarse.
—Sé que piensas que me he quedado para poder estar contigo a solas, pero no es así. —Se acarició la garganta, nervioso—. Bueno, al menos no es del todo cierto. No es ninguna molestia, sólo quiero asegurarme de que te recuperas…
—Estoy bien, de verdad.
—Déjame acabar, por favor. —La voz le temblaba—. Sé que tenemos muchos problemas, pero quiero olvidarme de todo eso por esta noche. Ahora estamos tú y yo, por separado. He prometido estar atento y es lo que voy a hacer. Me aseguraré de que estás bien y, si por cualquier motivo necesitas a los médicos, yo les avisaré. Te prometo que me limitaré a eso, no haré nada que pueda alterarte. Necesitas reposo y tienes toda la noche para dormir. Prometo no saltarme las reglas. No… me acercaré más de lo necesario. Me quedaré en el pasillo y cuando esté seguro de que estás dormida, entraré, pero me quedaré sentado en el sillón hasta que amanezca. No te enterarás de mi presencia.
Angy le observaba embelesada. Aquel hombre parecía de gelatina. Su voz temblaba y hacía esfuerzos por no desmoronarse. Creía que trataría de acercarse, tal y como había hecho todas las veces anteriores, pero esta vez hablaba en serio; estaba dispuesto a observarla de lejos y a no intentar nada descabellado.
—Gracias, Dorian.
—No, gracias a ti. —Se aproximó y colocó la palma de la mano en la mejilla de ella para acercarse y le dio un tierno beso en la frente—. Buenas noches.
El tiempo se detuvo al menos durante un segundo. Sus palpitaciones se sincronizaron, y fue necesaria una eternidad para que se separasen. Él se levantó y, tras apagar las luces, cerró la puerta y se perdió en el pasillo, dejándola sin habla en medio de la oscuridad.


Sus pensamientos la acompañaron en todo momento. Visualizaba cada imagen con gran nitidez, rememorando los segundos de ese día tan… inesperado. Recordaba las palabras de Hugo, el médico, y sabía que necesitaba descansar emocionalmente, pero eso no sería posible a menos que se encerrara en un búnker, cosa que no pensaba hacer; le resultaba peor la soledad que la proximidad con Dorian. Mantenía esa tonta ilusión de saber que le pertenecía todavía, y el hecho de haberse quedado esa noche lo complicaba todo aún más, porque ya no sabía qué iba a pasar. Había dejado de verse sola en un futuro próximo, y se limitaba a contemplar el día a día, pero se estaba quedando sin oxigeno y el único que podía dárselo era él.
Giró sobre su costado y vio la diminuta luz que emitían los números que señalaban la hora. Era la una de la madrugada, cosa que le sorprendió. ¿Tanto había estado divagando?
La silueta robusta de alguien conocido se dibujó en la entrada y se hizo la dormida, volviendo a estar boca arriba. Intentó mantener constante la respiración a la vez que mantenía los párpados caídos sobre los ojos, con apenas una milimétrica apertura horizontal para ver lo que ocurría.
Dorian había hecho justo lo que le prometió; se sentó en el sillón que había en la esquina del fondo; lo supo porque hizo un ruido sordo al sentarse, y estuvo a punto de sonreír. Así se mantuvieron cada uno en su papel hasta que Dorian se levantó en silencio, y tras meditarlo unos segundos, levantó el sillón en el aire y lo aproximó hasta la cama. Eso no entraba dentro de las normas, pero como se suponía que estaba dormida, no podía incorporarse y recordarle las cláusulas del acuerdo al que habían llegado.
Su cerebro se agitaba dentro del cráneo. Volvía a su pasado dormido, cuando se pasaba las horas enteras del día a su lado, mientras él le cantaba con la guitarra, o le regalaba flores sin tan siquiera pensarlo; todos esos momentos eran mucho mejores que el actual, porque ahora nadaban a contracorriente, y aunque ninguno tenía posibilidades de ganar, la ilusión por intentarlo no desaparecía.
Y de repente, como si no hubiera podido resistir la tentación, ese hombre convertido en una sombra alargó su mano y la entrelazó con la de ella, conectados a través de la piel manteniendo silencio. Angy habría podido saltar a sus brazos, pero no lo hizo. Teniendo la seguridad de que no podía verla, ya que la penumbra se cernía sobre la cama, se permitió el privilegio de atreverse a abrir poco a poco los ojos y a observarle. Para su sorpresa, ella podía verle con más facilidad que a la inversa; la tenue luz del pasillo se filtraba por el cristal y alumbraba sutilmente el rostro de Dorian. Con ese tono azulado parecía el retrato de un fantasma, callado y ausente. La miraba sin apenas parpadear, con la línea de la boca apenas perceptible. Parecía triste, más que eso, abatido, aunque Ángela no presentaba mejor aspecto; sentía su tacto, cálido y suave, y no quería retorcerse para apartarse, al contrario, se alegraba de que lo hubiera hecho. Sí, se había saltado todas las reglas, pero estaban para eso, para no cumplirlas. Se quedaría quieta fingiendo estar en brazos de Morfeo, mientras que él se convertía en piedra para no despertarla, siendo capaz de quedarse así durante toda la noche.


112


Era primera hora de la mañana cuando ya estaba lista; había recuperado su ropa del día anterior y tenía la posibilidad de marcharse en ese momento, pero había alguien que se lo impedía; verle dormir en aquel sillón como si fuera un niño le ablandaba el corazón. Dorian tenía los ojos cerrados en todo momento, lo que significaba que tras varias horas de lucha para mantenerse despierto había sucumbido al cansancio, quedándose acurrucado allí.
¿Debía irse sin más? ¿Acercarse y decirle algo? Sabía que si despertaba y no la encontraba por allí se volvería loco, y después de lo que había hecho, le debía al menos un pequeño gesto de gratitud, transformado en un simple aviso de su inminente marcha.
Con los pies de puntillas deslizándose sobre el suelo y respirando entrecortadamente, se acercó a un palmo del sillón y estudió las diferentes posibilidades. ¿Sacudirle el brazo? ¿Acariciarle la cara, tal vez? Optó por lo primero y alargó sus dedos para tocarle. Los movió ligeramente pero no reaccionó. Fue incapaz de no sonreír. En el fondo seguía siendo ese mismo chico que conoció.
—Dorian —susurró—, despierta.
Él se movió un poco pero mantenía los ojos cerrados. Ella insistió de nuevo y esta vez por fin se despertó. Sus ojos color avellana resultaban indefensos a esas horas tan tempranas. Sacudió la cabeza y se incorporó. Sus miradas conectaron.
—Hola.
—Hola, Dorian. —Se aclaró la garganta—. Escucha, voy a irme ya. Sólo quería que lo supieras.
Esas palabras fueron el detonante para que ese hombre tan alto se levantara de su sitio y abandonara su letargo.
—No —gimoteó—. Debes descansar. Yo te llevaré.
—No. —Le colocó una mano en el pecho para impedir que la acompañase—. Ya has hecho suficiente con pasar la noche aquí. Yo estoy bien. He dormido hasta el último momento y no quiero causar más molestias.
—Angy, no es ninguna molestia.
—Lo sé, pero si anoche permití que te quedaras, era porque así te sentirías mejor —recordó—. Ahora quiero irme yo sola; así la que se sentirá bien seré yo, ¿entiendes?
Tras un minuto de silencio, Dorian asintió con la cabeza.
—Vete a casa. Nora querrá verte.
—Al menos deja que te acompañe a la salida.
Milagrosamente llegaron a ese nuevo acuerdo y en silencio, uno al lado del otro, recorrieron esos largos y blancos pasillos hasta desembocar en las multitud de puertas que daban acceso al aire libre. Salieron acompasadamente, y Angy caminó en dirección a un taxi que se encontraba aparcado en el extremo derecho.
—¿Estás segura? —preguntó por última vez Dorian.
—Sí —afirmó, dándole la mano. La estrechó con fuerza y se quedaron mirando.
—Buena suerte.
Ángela asintió pero no llegó a entenderlo del todo. ¿Suerte para qué? ¿Para dejarle de lado o para afrontar sus miedos y hacer lo que realmente quería?
El vehículo se alejó de allí mientras Dorian permanecía inmóvil.


113


El paisaje verde y azul se le metía en lo más profundo de los ojos. Sintió un nudo en la garganta, como si volver por allí no le trajera buenos recuerdos. En realidad, la isla comenzaba a convertirse en un catalizador de la mala suerte; primero el accidente de Dorian y ahora el desmayo de ella.
Atravesó la puerta principal y se dirigió al salón, pero allí no había nadie. Claro, sus padres estaban en la ciudad, trabajando, así que hasta dentro de unas cuantas horas no volvería a estar acompañada. Subió a su cuarto y se entretuvo con el ordenador portátil, esperando encontrar una respuesta de su amigo al correo que le envió. Por suerte, al abrir la bandeja de entrada había algo escrito para ella:


Angy, por fin das señales de vida; ya sabes lo bien que me tomo tus constantes desapariciones (por si acaso, dejo claro que se trata de una ironía).
Ayer te llamé pero no me contestaste, así que supongo que debes de estar ocupada, aunque espero que sea en algo realmente importante y razonable, ya sabes de lo que hablo. Por aquí todo está bien; me está resultando difícil amoldarme a alguien que no seas tú, pero supongo que no puedo hacer otra cosa. Más te vale que vuelvas pronto como me aseguraste. Esto empezará a ponerse feo si no tomas las riendas. Tú eres la parte dominante y me gustaría que siguiera siendo así; yo no sirvo para dirigir, prefiero que me controlen.
Espero verte aparecer de repente; eso sería una grandísima noticia.
Besos, Evan.


Dejó escapar un hondo suspiro. Sabía que se lo estaba tomando bastante bien, así que no quería preocuparle con nada de lo sucedido en las últimas veinticuatro horas; confesarle que había pasado la noche en el hospital debido a un fuerte desvanecimiento no ayudaría a mejorar las cosas, por eso prefirió enviarle unas cuantas líneas y a desear que todo acabara lo antes posible.


Se preparó a conciencia cuando escuchó el característico ruido de la puerta abrirse, el tintineo nervioso de las llaves, y después el eco de su propio nombre entonado por su nerviosa madre.
—Ya voy. —Bajó las escaleras de dos en dos y dibujó la mejor de sus sonrisas para despejar cualquier duda sobre su bienestar físico. Paró en seco cuando llegó al salón y vio a sus padres—. Hola, ¿cómo ha ido el día?
Su madre dio dos pasos y la engulló con sus brazos, zarandeándola con relativa facilidad mientras la cubría de besos por todo el rostro.
—Angy —sollozaba—. Este ha sido uno de los días más largos que recuerdo. Estaba deseando volver para encontrarte.
Angy se separó lentamente mientras intentaba seguir sonriendo.
—Pues aquí me tienes.
—¿A qué hora llegaste? ¿Por qué no nos has llamado?
—Llegué por la mañana, mamá. Además, no quería molestaros. Estabais trabajando y le dejé a papá un mensaje en el buzón para que no os preocupaseis. He estado descansando un poco. Estoy perfectamente.
—Gracias a Dios —dejó escapar Julia, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo has venido? ¿Dorian te trajo?
—No.
—¿Por qué? Creía que se había quedado contigo en el hospital…
—De eso se trata. Ya ha hecho demasiado y no tenía por qué hacer más. —Se le formó ese conocido nudo en el estómago—. De todas formas habría hecho lo imposible para que no viniera. No quiero que recuerde su accidente. Es demasiado arriesgado. No quería que volviese a conducir por aquí, podría ser peor. Cogí un taxi a la salida del hospital.
—Parece lógico —comentó Vladimir—. Hiciste bien. Será mejor que pase un tiempo hasta que se acostumbre. Mientras tanto, cada vez que decidan aparecer por aquí, Nora tendrá que conducir en su lugar.
—¿Qué te apetece para cenar, Angy? —quiso saber Julia.
—Cualquier cosa estará bien, mamá.
—¿Nada en especial? ¿No tienes ningún capricho?
Rodó los ojos a propósito. Estaba en perfecto estado, ¿cuántas veces tendría que decirlo?


114


Sus padres hacía rato que se habían ido a la cama, pero ella tenía energía suficiente para aguantar despierta al menos unas cuantas horas más. Siendo consciente de eso, salió afuera para tomar un poco el aire. El cielo estaba oscuro pero despejado; la luna menguante se mantenía en lo alto y el campo negruzco surcado de estrellas se convertía en algo digno de contemplar.
Su piel se estremeció con una inesperada corriente fresca de aire nocturno. El mar estaba en calma, con ese color apagado pero igualmente atractivo. Comenzó a andar hacia la orilla, que quedaba un poco apartada, pero estirar el cuerpo le vendría bien, después de pasarse horas en su cama y en la del hospital.
Se preguntaba cómo acabarían las cosas, pero por esta vez se lo planteaba de verdad. Era sencillo y complicado al mismo tiempo; ya no era tan eficaz como antes, y se limitaba a dar palos de ciego esperando encontrar la puerta adecuada por la cual salir, pero la realidad era mucho más compleja que todo aquello, y la suya se disparaba locamente hacia arriba, y tenía la seguridad de que no sería capaz de mantener ese ritmo descomunal, con sus vaivenes oceánicos y terrestres, con sus cambios de decisión… ¿Sí o no? ¿Atreverse o huir? No lo sabía, o no quería saberlo, porque no quería que nadie estuviera en su situación. Ni al peor de sus enemigos —si lo tuviera— le desearía cosa semejante, y es que era un pez que se mordía la cola, un círculo vicioso, y no podía ser peor que saberse una perdedora. Su enemiga era ni más ni menos que de su propia sangre, y no estaba en condiciones para combatir. Es decir, tenía todas las papeletas con su nombre escrito, pero pasar a la práctica se le antojaba sencillamente inconcebible. Y la recompensa estaba en todo momento delante de sus ojos, instándola a que hiciera algo, tentándola, manipulándola pero, ¿acaso ella no haría lo mismo? ¿Acaso no se comportaría de la misma manera que Dorian si estuviera en su lugar? ¿Cómo debía de sentirse él, compartiendo su vida con una mujer por la que realmente no sentía… devoción? ¿Hasta qué punto quería a Nora? ¿Era cariño o algo más? ¿La quería o estaba locamente enamorado? ¿Algo estable o fracturado?
Las olas se movían con calma mientras todas esas preguntas la llevaban a una especie de purgatorio íntimo y personal, liderando un conflicto que tenía suturas desde todos los ángulos, hasta los más imperceptibles.


115


Su cuerpo descansaba sobre la cama de los viejos tiempos. Creía que estaba soñando, pero tenía los ojos medio abiertos. La luz del exterior se reflejaba en la pared, y observaba en silencio las sombras que proyectaban las altas ramas de los árboles. El ambiente estaba clareado, así que supuso que serían las ocho o nueve de la mañana del día siguiente.
Soltando pequeños suspiros, se dio la vuelta para incorporarse pero, en lugar de hacerlo todo en una simple sucesión de movimientos, pegó un salto y bufó, sintiendo todas y cada una de sus terminaciones nerviosas.
—¿Pero qué…?
—Vaya, supuse que te alegrías de verme.
La mujer de ojos verdes se calmó y razonó como alguien propio de su edad. Se había asustado por una presencia de carne y hueso, pelo rubio, y sonrisa delicada. Era Nora, sentada a los pies de la cama.
—Me has dado un susto de muerte —susurró Angy, sentándose sobre la cama—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Quería verte. Ayer hablé con Dorian y me dijo que te fuiste del hospital en un taxi. —Acentuó la mirada—. No quisiste que te llevara.
—Claro que no. Y antes de que me critiques, te aseguro que tenía una buena razón para que no lo hiciera.
—¿Cuál?
—No podía permitir que me trajera a la isla. Sé que le habría afectado muchísimo. Apenas ha pasado tiempo desde que… bueno, ya sabes.
—Tienes razón —razonó Nora—. No lo había visto así. Te lo agradezco.
—No, soy yo la que tiene que estar agradecida con todos vosotros.
Nora se acercó a su hermana mayor y la envolvió con los brazos.
—Me alegro muchísimo de que estés bien. Creí que con lo de Dorian ya había tenido suficiente pero pensar que podría haberte ocurrido algo grave… —La abrazó con más intensidad—. Se me revuelve el estómago.
Un cielo de culpa cayó sobre sus hombros, y de nuevo se sintió como la peor persona del mundo. Su hermana temía que le hubiera pasado algo y ella en cambio pensaba en la posibilidad de cambiar de idea respecto a esa decisión tan primordial. ¿Cómo se atrevía a ser tan desconsiderada y egoísta?
—¿No tienes que ir a trabajar? —preguntó, intentando sacudirse esa mala sensación del cuerpo.
—Sí, pero ya te he dicho que quería verte. Ayer se me hizo imposible venir por aquí y no podía perder más tiempo. —Consultó su reloj—. ¿Pasaste buena noche? ¿Dorian se portó bien?
Si hubiera podido le habría contado todo; es decir, si hubiera sido otro hombre y no su marido. Se tragó las palabras y las emociones contenidas en ellas y asintió.
—Fue muy… gentil. Estuvo atento durante toda la noche, sin separarse de la cama —explicó—. Me dejó a solas para que pudiera cenar sin agobios y luego pasó a la habitación cuando ya estaba dormida. No sé cómo devolverle el favor.
Nora arqueó las cejas, sorprendida.
—No le des la vuelta a las cosas —apuntó—. Es Dorian el que te debía un favor. No tienes por qué seguir.
—Son circunstancias diferentes.
—Desde luego que lo son. Tú le reanimaste, le…
—Por favor, no me lo recuerdes —espetó, envolviendo las piernas con sus brazos—. Cada vez que alguien lo menciona me siento fatal.
Nora apretó su mano.
—Lo siento —se apresuró a decir—. No pretendía…
—Sé que no soy la única que lo ha pasado mal por aquello, pero…
—No me des explicaciones, Angy. Lo entiendo —susurró—. Puede que no seas la única que ha sufrido, pero sí fuiste la única que estuvo allí.
—Me resulta muy difícil hablar de ello. Si fue una pesadilla para mí, no me lo imagino para él —sollozó.
—Angy, él estaba inconsciente. Tú te llevaste la peor parte.
—Eso no lo sé, pero fue el peor momento de mi vida. —Reprimió las lágrimas—. Creí que iba a perderle… —Se tapó la boca con las manos—. Creí que el maldito cristal no se rompería y entonces… Había agua entrando por todas partes y…
Nora la abrazó por tercera vez calmando su llanto inminente. Ahora tomaba las riendas de la situación, intentando consolarla.
—Lo siento muchísimo, hermanita. Sé que no quieres oír hablar del tema, pero siempre voy a estar agradecida por lo que hiciste. —Le sujetó la cara llorosa—. Le salvaste, Angy. ¿Tienes idea de lo que significa para mí? ¿Sabes lo que hubiera sentido si no… hubieras podido sacarle?
Desde luego que lo sabía. ¿Cómo no sentir pavor, pánico, terror ante la pérdida inminente de alguien por quien lo darías absolutamente todo? Ella lo supo; no tuvo más remedio que enfrentarse a la elevada posibilidad de perderle teniéndole entre sus brazos, con toda esa sangre en el costado, con la piel fría, el rostro inerte… ¿Por qué si no se atrevió a confesarle su amor cuando consiguió salvarle? Verle respirar le devolvió su propia vida; en ese momento se sintió más débil que nunca y una necesidad extrema de confesarle la verdad: seguía enamorada de él, para siempre.
—No tienes por qué pensar en eso, Nora. Le salvé, y ahora está contigo. —Esas palabras se le clavaban como el acero—. No te lamentes por algo que no llegó a suceder.
—No ocurrió gracias a ti —insistió la rubia—. Oh, Angy. No sé qué haría sin él. Me volvería completamente loca. —Se revolvió el pelo con manos temblorosas—. Ahora sé lo mucho que le necesito. Ese maldito accidente me ha servido para darme cuenta de lo mucho que de verdad me importa. Antes le quería. —Suspiró—. Ahora le adoro.
Casi tanto como yo, pensó irremediablemente Angy. Las sinceras palabras de su hermana pequeña era diminutos puñales que hacían su trabajo a la perfección.
—Cambiemos de tema —murmuró—. ¿Vas a quedarte a desayunar?
—Puede, pero me gustaría hablar contigo a solas.
—Pues hablemos —propuso Ángela—. Mamá y papá estarán en la cocina. Si quieres intimidad, más te vale que hables ahora.
Nora lo pensó pero finalmente sacudió la cabeza hacia los lados en forma de respuesta.
—¿Sabes qué? Mejor hablaremos más tarde —dijo—. Cuando salga del invernadero, te vendré a buscar. Te invito a comer, ¿qué te parece?
—Genial —comentó Angy—. Pero…
—¿Qué?
—¿Solas o acompañadas?
Nora soltó una risita mientras volvía a ponerse de pie.
—Te prometo que esta vez hablo en serio. Sólo tú y yo.
—De acuerdo.


116


El sitio elegido encajaba perfectamente con los gustos simples y modestos de Angy. Pensaba que Nora la llevaría a algún otro magnífico restaurante de famosos, pero optó por entrar en una pizzería y pedir grandes proporciones para saciar ese apetito voraz que le quemaba las extrañas; trabajar con plantas consumía un gran porcentaje de su energía.
Nora apuraba los últimos tragos de su refresco mientras inspeccionaba tranquilamente la mirada serena de su hermana, sentada justo enfrente y conteniendo el aliento. Se habían pasado los últimos treinta minutos hablando sobre la increíble oportunidad de Nora sobre la exposición de plantas.
—Que quede entre nosotras —apuntó Nora—, sigo sin saber el verdadero motivo por el cual he conseguido el puesto.
—Creo que por una vez podrías dejar de comerte la cabeza y disfrutar. Lo has conseguido, eso es lo que cuenta.
—Sí, pero no es tan genial como crees. Es decir, me alegro muchísimo, pero mi jefa y yo no nos llevamos precisamente bien —resopló—. Sé que ella me odia, y yo siento exactamente lo mismo así que, o se ha vuelto loca, o realmente quiere darme una oportunidad.
—Entonces, yo apostaría por lo segundo.
—¿Tú crees?
—Claro que sí, Nora. ¿Por qué lo cuestionas todo? Tienes talento, lo creas o no.
—¿Para podar árboles? ¿Regar plantas?
Angy frunció el ceño mientras sacudía la cabeza excesivamente.
—En primer lugar, ese es un trabajo más que respetable —argumentó—. Requiere paciencia, delicadeza y… devoción. En segundo lugar, nadie dice que tengas que trabajar en un invernadero para el resto de tu vida.
Nora apartó la mirada. La tez de sus mejillas se sonrojó.
—De eso se trata, Angy. ¿Para qué sirvo? ¿Soy apta únicamente para cuidar plantas? ¿Es lo único que sé hacer?
—No sigas por ahí —gruñó Angy—. Hemos tenido conversaciones parecidas miles de veces, y sabes que no tienes razón. En ese sentido, nunca la tendrás mientras sigas viéndote de esa forma. Vales más de lo que crees.
—¿Y cuánto es eso? ¿Más o menos que tú?
—Somos hermanas, pero no por eso tenemos que compararnos. Eso es algo de mal gusto. No es correcto.
—Para ti sí lo es, hermanita —sollozó Nora, compungida emocionalmente—. Tú tienes todo en tu trabajo. Éxito, metas… Lo veo desde fuera y te aplaudo, y siento envidia porque nunca podré aspirar a algo así. Tú sientes verdadera pasión por lo que haces. —Se frotó las sienes—. Cuando yo estoy allí lo único que veo son un montón de cosas verdes, sosas y mustias. No me hablan, no hay comunicación. Es como hablar con las paredes. A veces es demasiado… aburrido.
—Puedes encontrar otra cosa.
—¿Sugerencias?
Angy se revolvió en su asiento.
—Se te da bien la gente, Nora. Comprendo tu frustración con las plantas, así que creo que estás más que capacitada para pasarte al género humano —sonrió—. Sabes cómo actuar, cómo moverte, cómo comportarte y hablar.
—Creo que estás hablando de tu trabajo, no de mis habilidades.
—Te equivocas. Sé muy bien de qué hablo. —Cruzó las manos sobre la mesa—. Escucha, puede que seas la rebelde de la familia, pero es precisamente tu comportamiento lo que te hace especial. Tienes energía, y una sonrisa preciosa. Por no hablar de tu físico. Sabes que no soy muy de decir cumplidos, y aunque creas que lo digo porque eres mi hermana, lo cierto es que eres un diamante en bruto. Un poco de tiempo para pulirte, y está hecho.
—¿Lo ves? Tú misma lo admites. Dices que tengo que pulirme, o sea que…
—Serás un auténtico diamante cuando dejes a un lado tus absurdas inseguridades, ¿lo entiendes? Eres perfecta tal y cómo eres. Deja de buscarle el sentido a todo. Eres mucho más que físico. Soy tu hermana, te conozco.
—Pues entonces podrías hacerme un hueco en el escenario —bromeó.
—¿Tú? ¿En el teatro? Creo que eso sería demasiado.
—¿Por qué?
—No te gusta recibir órdenes.
—Creía que tú eras la jefa.
—Lo soy —admitió Angy—, pero no a tiempo completo. Sólo para la organización y administración. Cuando actúo, créeme que soy igual que todos los demás. Tu carácter es diferente del mío.
—Bueno, tengo que admitir que ese sería un mal sitio para mí.
—¿Sabes? Aún recuerdo esa gran oferta que tuviste cuando no eras más que una alocada adolescente —murmuró Angy—. A día de hoy podrías haber sido toda una gran modelo de prestigio internacional.
Nora se tapó la boca para ahogar la sonora risotada. Al menos, parecía más animada.
—Ya sabes que a papá y mamá nunca le hizo gracia algo así.
—El teatro tampoco, y mira dónde estoy.
—Sí, pero son dos profesiones totalmente diferentes. —Arrugó los labios—. De todas formas yo no creo que hubiera sido capaz de irme de casa para pasarme el día subida a una pasarela y luego estar de vuelta al avión para ir a otros lugares exactamente idénticos —admitió—. A ti te gusta moverte, pero yo soy todo lo contrario. Estoy a gusto en mi terreno.
—¿Y cuál es, señorita Nora?
—Pues, aún estoy tratando de descubrirlo pero, lo único que tengo claro, es que quiero envejecer aquí. Vale, sé que suena muy raro en mis labios, pero es la verdad. No me fascina conocer otros lugares. Aquí tengo todo lo que necesito, aunque tenga que soportar tus ausencias.
Angy asintió, sonriendo en una larga curva en su cara, pero volvía a retorcerse lentamente. Tantas veces había intentado hacerse a la idea, y seguía sin conseguirlo; cada vez que Nora decía algo relacionado con él, retrocedía veinte pasos.
—A veces tienes que ser valiente y hacer cosas arriesgadas para conseguir otras más importantes —murmuró.
—Sólo tenías veinte años cuando te fuiste —apuntó Nora—. ¿No tenías miedo?
—Sí, pero nuestros padres ya no podían retenerme. Al menos quería intentarlo por mis propios medios y por fortuna lo conseguí.
—Sí, recuerdo perfectamente todas tus llamadas. Parecías tan feliz. Ya veo que mereció la pena.
—Sí, es lo mejor que he hecho.
—¿Y no hay nada de lo que te arrepientas?
Esa pregunta rebotó contra su cara, propinándole una bofetada en la mejilla. ¿Qué podía haber sido más doloroso que abandonar al único hombre por el que había sentido verdadero amor, en todo el sentido de la palabra?
—Pues… —susurró—. No sé, todo el mundo se arrepiente de algo en la vida, ¿no?
Nora ni siquiera parpadeó. Tenía el control, y lo sabía.
—Tienes una buena táctica de distracción, pero conmigo no funciona. Sigues sin contestar a mi pregunta.
—Pues claro que he hecho cosas de las que me arrepiento —saltó—. Claro que daría marcha atrás si pudiera, pero se ganan cosas y se pierden otras. Es ley de vida.
¿Por qué todo se reducía al mismo tema? ¿Tan previsible era que al final acababa hablando precisamente de aquello que más le dolía? Sabía que Nora lo había hecho a propósito; conocía que su único error era haber dejado escapar a un buen hombre que supuestamente respondía al nombre de Ulises.
—Pero…
—Siempre llegan nuevas oportunidades.
—Sí, pero no tienen por qué ser nuevas.
Angy apretó la mandíbula, sin llegar a comprender.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que lo sabes.
Se lo imaginaba, pero la rabia contenida la obligaba a escucharlo de boca de su hermana.
—Dilo.
—Sabes tan bien como yo que a veces las segundas oportunidades funcionan.
Otra vez… ¿Hasta cuándo seguiría así? ¿Cuándo dejaría de insistir para que recuperase a Dorian? ¿Cerraría la boca una vez que supiera que estaban enfrentadas por el mismo hombre? ¿Cambiaría de opinión si descubría que su hermana mayor era la mujer por la que suspiraba el tipo al que llamaba marido?
—Creo que las segundas partes nunca fueron buenas —gruñó.
—No estamos en una película, Angy.
—No, claro que no. Esto es la vida real. Si fuera una película, me habría saltado todo el argumento para llegar al final.
—¿Por qué? ¿Acaso tienes prisa?
—Tengo prisa por encontrar un poco de sentido común a mi alrededor.
—Tienes alterada tu percepción del mundo.
—¿Crees que no veo lo que tengo delante de mis propios ojos?
—Más bien se trata de que no quieres verlo, es diferente.
Todo eso tenía mala pinta. Se divisaba una nueva discusión, y tenía que cerrarse en banda a una cosa así, por eso optó por la estrategia que sabía que podía serle útil.
—Bueno, Nora, creo que no estamos aquí para hablar del pasado, ni de tu trabajo o el mío —comentó—. ¿De qué querías hablar?
—No sé si te va a parecer buena idea —susurró Nora, más para sí misma que para su hermana—, pero creo que es lo mejor para todos.
—¿Lo mejor para todos? ¿De qué estás hablando?
Nora se inclinó sobre la mesa y puso cara de niña buena. Eso era mala señal, cuando se disponía a pedir algo.
—Mira, te creo cuando me dices que estás bien, pero yo no llego a estar segura del todo.
—¿De eso es de lo que quieres hablar? ¿De mi desmayo?
—Espera, todavía no he terminado —explicó—. Escucha, sé que no falta demasiado para que vuelvas a coger un avión, pero antes de que lo hagas, me gustaría asegurarme de que estás en las mejores manos.
Angy no tenía ni la más remota idea de lo que Nora intentaba decirle.
—¿Acaso quieres que me hagan más pruebas? Ya oíste al médico, Nora. Fue un simple desmayo debido al estrés, nada más. Ni tumores ni nada de lo que seguramente estás pensando.
—No me refiero a nada de eso —aseguró la rubia—. Quiero saber que, en caso de emergencia, puedas ser atendida lo antes posible o, en su defecto, estar vigilada hasta que llegues al hospital.
—¿Qué me estás proponiendo? ¿Una niñera o algo así?
Nora ladeó la cabeza mientras sonreía a medias, pero parecía preocupada.
—Escucha, sé que a nadie le gusta que hablen a sus espaldas, pero he hablado con mamá. Sabes que aunque estén encantados de que estés con ellos en la isla, lo cierto es que no pueden cuidar de ti tanto como les gustaría debido a su trabajo. Se pasan casi todo el día fuera de casa.
—Nora, por si no te has dado cuenta, creo que ya soy bastante mayorcita para cuidar de mí misma. No necesito que estén vigilándome las veinticuatro horas.
—Ya, eso es lo mismo que pensaba yo hasta que te desplomaste sobre el suelo, Angy —dijo—. ¿Sabes lo que podría haber ocurrido si en el momento de desmayarte hubieras estado tú sola en la isla? ¿Sabes cuántas horas habrías tenido que esperar hasta que mamá y papá te encontraran?
Visto así, se antojaba algo mucho más serio. Había tenido la suerte de estar acompañada, aunque por otro lado estaba completamente segura de que si se hubiera encontrado a solas, nada de aquello habría pasado, no se habría desmayado porque, si hubiera sido la única en ese momento, no habría experimentado toda esa presión en el cuerpo al ver a Dorian junto a su mujer.
—¿Y qué propones que haga? Ellos no pueden dejar de ir a trabajar por una cosa así. De todos modos yo no se lo permitiría —masculló—. Por el amor de Dios, estoy bien. Es como si me hubiera tropezado y caído. He vuelto a levantarme, no hay más.
—Claro que hay más. Perder el conocimiento no es precisamente alentador.
Evitó poner los ojos en blanco. Tanta sobreprotección la ponía de los nervios. En ese sentido, Nora era una réplica mucho más que exacta de Julia; veían cosas inexplicables en los lugares más estúpidos.
—No sé adónde quieres llegar con esto, pero no es necesario que tengamos esta conversación. ¿Y por qué tú? Ya tienes suficiente con lo que le pasó a… Dorian. No necesitas más problemas, y menos ahora que tienes una gran oportunidad en el trabajo.
—Pues de eso es de lo que quería hablarte. Todo está relacionado.
—Pues yo soy incapaz de apreciarlo.
Nora dejó escapar un largo suspiro. Entrecerró los ojos y optó por una expresión dulce, una táctica de persuasión que le funcionaba a menudo.
—La exposición va a durar más de un día, y sé que no podré estar del todo concentrada mientras esté pensando en ti y en si estarás bien.
—Te llamaré —apuntó Angy.
—Con eso no me vale.
—¿Y entonces? ¿Quieres que me pegue a las faldas de mamá en todo momento para que me echen un ojo? ¿Quieres que les acompañe al trabajo esperando en la oficina?
—No, Angy. No quiero que hagas eso.
—¿Y qué quieres que haga? —preguntó con desdén, molesta e inquieta—. ¿Qué tienes planeado?
—Un breve cambio de residencia hasta que yo vuelva.
El silencio incómodo perforó sus oídos. Intentaba asimilarlo, pero no podía.
—¿Y dónde se supone que voy a quedarme? ¿En un hotel? —aventuró—. Sabes que mamá no permitirá algo así mientras pueda quedarme con ellos. Es absurdo.
—Eres demasiado lista para saber que no me estoy refiriendo a ningún hotel, así que no perdamos más tiempo.
Estaba perdida hasta que de repente su cerebro se iluminó. ¡Pues claro! ¿Cómo no haberse dado cuenta al segundo? Pero era una locura, la mayor de todas.
—Espero que sea una broma, aunque sinceramente no me hace ninguna gracia.
Nora apretó las cejas sobre los ojos para mostrar su disgusto.
—Joder, Angy —bufó—. Siempre haces lo mismo. Te pones a la defensiva y te opones absolutamente a todo sin ni siquiera haberlo pensado un segundo.
—¿Pero te has vuelto loca? ¿Cómo se te ocurre algo así?
—No ha sido únicamente mi idea, también lo fue de Dorian —aclaró—. Lo estuvimos hablando y a él le parece bien…
—¡Pues claro que le parece bien! ¿No te das cuenta? Hará todo lo que le pidas y no se negará, pero no por ello puedes aprovecharte.
Los ojos azules de esa joven mujer adquirían un tono más frío y combativo.
—¿Aprovecharme? ¿Cómo dices eso? Sólo intento ayudarte.
—Pues así lo único que consigues es empeorar las cosas —susurró Angy—. Dijiste que te alegrabas de que Dorian y yo estuviéramos más pendientes el uno del otro, pero esto… —Se llevó la mano a la frente—. Por Dios, es mi cuñado. Sabes lo mucho que me cuesta tener una simple conversación. ¿Qué se supone que voy a hacer con él mientras estoy allí? ¿Quedarme callada todo el tiempo?
—Disfrutar de la casa, conoceros mejor y esperar hasta que yo vuelva —respondió tranquilamente Nora—. Estaré fuera unos tres o cuatro días.
Sus ojos verdes se empequeñecieron, con el corazón prácticamente en la boca, horrorizada por la oferta.
—¿Tu plan es que me vaya a vuestra casa para que Dorian me vigile? ¿Crees que yo no puedo cuidarme sola pero él sí puede asegurarse de que no me ocurre nada?
—No, exactamente.
—No me mientas.
—Angy, no te estoy mintiendo. Si insisto tanto para que vayas allí es por una buena razón.
Angy estudió el rostro tenso de su joven hermana, inmaculado y puro.
—¿Cuál?
—El vecino de Dorian es médico —anunció.
Esas palabras sonaron absurdas cuando las procesó.
—Espera, espera… —Mostró una sonrisa irónica—. No puede ser. No me digas que todo esto es por algo tan insignificante. ¿Por un médico? ¿Quieres que me vaya al norte dónde no conozco a nadie para estar vigilada por un hombre que tampoco conozco por si acaso vuelvo a desmayarme?
—Conoces a Dorian —insistió—. Es suficiente.
—¿Para qué?
—Para que no estés sola y para que él le avise en caso de que sea necesario.
¿Se había vuelto loca o era la única cuerda? ¿Cómo podía Nora haber perdido la cabeza? ¿Atreverse a soltar una noticia de semejante envergadura y estupidez?
—¿Y qué demonios se supone que va a cambiar eso? ¿Crees que estando allí estaré más protegida? —bramó—. Eso no va a cambiar absolutamente nada. Si me desmayo, dará igual. Mi cuerpo no sabrá distinguir un sitio u otro.
—Maldita sea, escúchame, Angy. Por una vez haz caso de lo que te digo. Nuestros padres están muy preocupados por ti, y aunque no lo creas, ellos están de acuerdo con el plan.
—¿Plan? ¿Así lo llamas? —se burló—. ¿Sabes qué? No me lo creo. Me parece injusto que te lo inventes.
—No me inventaría una cosa así.
—Pues yo creo que me lo habrían dicho, y acabo de enterarme por ti.
—Porque ya conocían tu respuesta, y quería ser yo la que te lo dijera.
Se dieron cuenta de que la gente de las mesas cercanas las miraban de reojo con la intención de enterarse mejor de la conversación. Su tono estaba siendo demasiado alto y desde luego no pasaba desapercibido.
—Nora, escucha lo que dices. Me estás pidiendo algo totalmente descabellado.
—¿Así es cómo lo ves? —susurró—. Lo realmente descabellado sería dejarte en la isla. Te pasarías todo el día sola.
—¿Y qué pasa con Dorian? Él también trabaja, Nora. Tiene su vida. Estaría en las mismas condiciones que en la isla.
Nora se había transformado en una especie de tigre. Tenía los puños apretados y la mandíbula contraída. No se rendiría hasta que no obtuviese un sí como respuesta final.
—No tienen nada que ver. ¿Es que no te das cuenta? Vale, Dorian trabaja, sí, pero allí estarías mucho mejor. Al menos hay un montón de gente por los alrededores, Angy. Dime a quién podrías acudir estando en la isla. No hay nadie, y ya sabes lo que se tarda a veces en llegar a la ciudad. —Se mordió el labio—. Es demasiado arriesgado.
Visto así, la verdad es que tenía cierta lógica. Dudaba que lo del desmayo volviera a pasar, pero si ocurría, en la isla estaría desprotegida, sin que nadie tuviera idea de su accidente. En cambio, si estaba en ese palacio de cristal y roca negra, aunque fuera sola, suponía que alguien podría ayudarla. Pero claro, ese no era el problema. Había un enorme socavón con nombre propio en el camino que Angy no quería pasar.
—Mira, sé lo mucho que te preocupas —empezó a decir—. Y te lo agradezco, de verdad, pero lo que propones es demasiado… No sé. Es que no pinto nada allí.
—Claro que sí. Eres de mi familia y Dorian es mi marido. Eres la hermana de su mujer, ¿de verdad crees que no pintas nada?
Otro fugaz pensamiento salió por su garganta sin tener tiempo a masticarlo mentalmente.
—¿Se trata de una prueba más para devolverme el favor? —susurró—. ¿Para pagar su deuda por el maldito accidente?
Nora apretó los labios, silenciosa.
—No tiene nada que ver. Aunque Dorian no hubiese acabado estrellando el coche en el agua, te aseguro que esta idea habría surgido de todos modos. Es una medida de seguridad.
—Pero estoy bien —insistió Angy, loca de la desesperación—. Tenéis que escucharme. ¿Acaso ves que tiemble? ¿Acaso me mareo? Estoy bien.
—Puede que sí, pero hazme el favor de obedecerme.
—No quiero ir allí.
—Tienes veintinueve años, no eres una niña. Me sorprende que montes todo este espectáculo porque en el fondo sé que te aterra tener confianza con Dorian. ¿Qué te ha hecho para que quieras mantenerte alejada de él todo el tiempo?
Hubiera podido contestar, pero como siempre, le estaba totalmente prohibido.
—Ponte en mi situación —imploró—. Soy tímida, me cuesta abrirme a la gente. Y con Dorian es diferente. No es un amigo, no. Resulta que es tu marido. Si apenas hablamos cuando tú estás presente, ¿cómo pretendes que me vaya con él a vuestra casa durante varios días?
—Para empezar, la casa es suficientemente grande para que no tengáis que coincidir todo el rato. Segundo, él sabe perfectamente cómo eres, sabe lo poco habladora que sueles ser y lo respeta. Te dejará espacio, Angy. Y yo ni siquiera te molestaré con mis llamadas. Le llamaré a él. Cuando vuelva, podrás regresar a la isla.
—O a mi verdadera casa si lo considero oportuno.
—Sí —gruñó Nora—. ¿Entonces? ¿Todo aclarado?
—Para nada, Nora. No está todo aclarado. Para empezar, voy a hablar con mamá. Y quiero hacerlo a solas —añadió.
—Pero al menos…
—Hemos acabado con ese tema —rugió.
Nora soltó un bufido mientras sacaba dinero para pagar todo lo que habían pedido. Después se levantó y miró con desdén a su hermana mayor.
—Si te empeñas…
No sabes lo que me estás pidiendo, pensó agónicamente la mujer de mirada verde, mientras volvían a salir a la calle en dirección al coche. Era un suicidio, un salto al vacío sin paracaídas. Su ausencia representaba dejarle a ella el camino… libre. ¿Por qué se había enfadado tanto? ¿Quizás porque por un segundo, por un imperceptible instante se había atrevido a pensar en la posibilidad de acortar distancias?


117


Era la primera vez en mucho tiempo que estaba molesta con sus padres. Quizás Nora tuviera razón; no le habrían dicho nada porque conocerían de antemano su respuesta, así que habían optado por el camino fácil, y ahora la situación se había vuelto turbia y tirante. Ni siquiera quería mirarles a la cara, porque si lo hacía temía perder el control y decirles cosas de las que más tarde se arrepentiría, así que allí estaban los tres, en esa casa tan grande y sin nada por decir.
—¿Qué tal te ha ido la tarde con tu hermana? —se interesó Vladimir.
Ángela mantenía la mirada puesta en su plato, que se mantenía entero al no haber probado ni un solo bocado. Se encogió de hombros, intentando mantener la calma.
—Bien, hemos hablado sobre su exposición —se limitó a decir.
—¿Y bien?
—Me ha dicho que estará fuera durante tres o cuatro días.
—Es una gran oportunidad para ella —comentó Julia.
Angy no pudo aguantarlo más y le clavó los ojos a su madre, sin vacilar. No parpadeó.
—Sí, la verdad es que sí. Así salimos ganando todos, ¿no?
Julia frunció el ceño, y puso cara de no entender nada de nada. Ladeó ligeramente la cabeza en espera de una explicación.
—¿Qué?
—¿Últimamente has hablado con Nora a mis espaldas?
—Cielo, ¿qué estás diciendo?
—Lo sabes perfectamente —gruñó Angy—. Ella misma me lo ha dicho.
—¿Decirte qué?
—Os habéis aliado en mi contra para que no me quede en la isla y a cambio me vaya a casa de Dorian —acabó por soltar—. Es la mayor estupidez que he oído nunca.
Se desplegó una cortina de humo invisible entre los alrededores; un silencio sepulcral.
—Es lo mejor para ti —dijo al final su padre.
—No, es lo mejor para vosotros, es diferente.
—Cariño, la isla es un lugar demasiado aislado —explicó Julia—. Hemos tenido suerte la primera vez porque no estabas sola pero, ¿qué pasará si te vuelve a ocurrir cuando ninguno de nosotros estemos aquí?
—Eso es asunto mío, mamá.
—Te equivocas —gruñó Vladimir—. También es asunto nuestro. Te recuerdo que somos tus padres, nos preocupamos por ti.
—Sí, pero para eso no hace falta poner el grito en el cielo. No soy ninguna niña, sé muy bien lo que hago.
—Pues en este momento no lo parece.
—Ni sigas, papá. No quiero pelearme.
—Ni yo tampoco, pero no me queda más remedio que insistir para que entres en razón.
Angy ahogó un grito. No solía elevar el tono de voz con su padre, pero sabía que por un vez ella tenía toda la razón aunque los demás fueran incapaces de reconocerlo.
—¿Yo? Sois vosotros los que tenéis que dejarme actuar a mí. Soy una mujer adulta, tengo que tomar mis propias decisiones, y elijo quedarme aquí. —Se mordió el labio—. Es decir, ¿para eso me quedé, no? Pues es lo que pienso hacer. Pasar más tiempo con vosotros.
—Pero no se trata de eso —interrumpió su madre—. Claro que nos encanta tenerte aquí, pero lo que ha ocurrido es preocupante. Tú también actuarías como nosotros, Angy. No podemos consentir que pases la mitad del día aquí sola corriendo el riesgo de que vuelva a pasar.
—Pero no podéis obligarme a hacer nada que no quiera —masculló—. Y no quiero ir. No pinto absolutamente nada allí. Cuando pasé el día con ellos en esa casa gigantesca me sentí muy rara, completamente fuera de lugar, y ahora sería muchísimo peor porque Nora no va a estar. ¿Es que no lo entendéis? Sería una situación muy embarazosa. Casi no le hablo y no sabría cómo comportarme para no parecer arrogante…
—Prefiero que pases un poco de vergüenza antes que permitir que te ocurra algo mientras nosotros estamos fuera.
—No me va a pasar nada, papá.
—¿Cómo estás tan segura?
—Yo podría hacerte la misma pregunta —rugió—. Me habláis como si estuviera enferma, y el único inconveniente ha sido un estúpido desmayo. ¿Cuántas veces me ha ocurrido algo parecido? ¡Nunca! Sólo fue un poco de estrés y cansancio. No podéis alteraros de esta forma por algo así.
—Queremos asegurarnos, y tras hablarlo hemos decidido que es lo mejor.
—Vosotros, pero yo no. Yo no he tenido nada que ver. Me lo habéis ocultado y ahora pretendéis que lo acepte a la primera de la cambio. Eso sí que no. Me niego en rotundo.
Julia soltó un sollozo y sacudió la cabeza. Nunca le habían gustado las situaciones con palabras cargantes.
—¿Por qué te pones así? —quiso saber—. ¿Acaso le odias?
—¿Qué? —soltó Angy—. ¿Odiarle? ¿A quién?
—Al marido de tu hermana, Dorian.
Puso los ojos en blanco mientras el torrente sanguíneo le quemaba las venas. No era precisamente eso lo que le preocupaba; no era odio lo que sentía por él, si no algo mucho más fuerte, que se acabaría rebelando si accedía ir allí.
—Esa es otra estupidez. ¿Cómo voy a odiarle? No tengo motivos para hacerlo.
—Pues parece que sí —insistió Julia—. Se ha ofrecido a echarte una mano y tú te defiendes con uñas y dientes. Deberías ser más considerada.
—Ya lo soy, por el amor de Dios. Lo único que ocurre es que no le encuentro el más mínimo sentido. Me encuentro perfectamente, estoy de vacaciones y quiero relajarme, por eso estoy aquí. No quiero que nadie sienta lástima y trate de ofrecerme otro sitio porque no lo quiero, así de sencillo.
—Sólo van a ser unos pocos días —recordó Vladimir.
—Como si es una hora, me da exactamente igual. Es casi un desconocido para mí, y no tengo por qué irme allí por el simple de hecho de estar rodeada de gente. ¿Acaso ha contratado a su vecino para que me asista? —se burló—. ¿Me tomará el pulso?
—No deberías decirlo en ese tono. Puede que te haga falta cuando menos te lo esperas.
—Sí, pero para eso está el hospital.
—Sigues sin querer comprender la parte más importante, Ángela —bramó él—. Aquí estás sola, ¿lo entiendes? No hay absolutamente nadie. Si te desmayas a primera hora no podrías ser atendida hasta bien entrada la tarde. ¿Y qué pasaría si eso llegase a ocurrir? ¿Crees que tu cuerpo lo toleraría?
Se le formó el nudo en la garganta una vez más. Se moría de la impotencia por no poder hacer nada.
—¿Y allí, papá? ¿Qué pasará si me desmayo? ¿Qué pasará si pierdo el conocimiento cuando Dorian esté trabajando? ¿Quién me ayudaría? Es la misma situación.
—No, no lo es. Habría un médico cuidando de ti.
—¿Cómo? —exclamó—. ¿Me va a controlar con una cámara oculta? ¿Va a estar espiándome a través de la ventana?
—Claro que no —protestó Julia—. Simplemente haría una llamada cada cierto tiempo para asegurarse de que estás bien.
—¿Y si no llegara a cogerlo? ¿Y si simplemente no lo oyera? —masculló—. Si decidiera darme un baño en la piscina y no contestara, ¿llamaría a la policía para que se presentara?
—No, él entraría para ver qué ocurre.
—¿Entrar? ¿Tiene una copia de las llaves?
—Sí.
Angy ya no podía creerlo. Cada vez que lo pensaba se le antojaba una historia demasiado patética para ser contada. ¿Qué haría ella en una casa así, rodeada de lujos? Y lo más importante, ¿qué haría ella respecto a Dorian sabiendo que Nora no estaría allí para controlarlo todo?
No pudo más y arrastró violentamente la silla sobre el suelo originando un ruido bastante desagradable y se levantó, sin haber cenado nada.
—Se acabó —sentenció—. No quiero seguir hablando de esto.
—Siéntate —ordenó Vladimir.
—No, ya no me das órdenes. Y mucho menos cuando soy la última en enterarme de las cosas.
Julia arrugó la expresión, alarmada.
—Por favor, Angy. Vuelve a la mesa. Tienes que comer algo, no has probado la comida.
—En este momento lo último que tengo es hambre —gruñó, dándose la vuelta y subiendo a su habitación.


La luz de la luna se filtraba por el cristal de su ventana. Figuras pálidas y fantasmagóricas se alineaban alrededor de la cama, como finas telarañas de luz nocturna. El silencio reinaba en cada parte de las cuatro esquinas por ser de madrugada. Las estrellas podía observarse con un poco de detenimiento, creando más belleza en ese negro manto del cielo.
Las idas y venidas de las ideas masacraban sus neuronas. No sabía qué pensar, y mucho menos qué hacer. En realidad, sabía lo que no tenía que hacer, pero ahora todo el mundo se había puesto en su contra para que obedeciera, pero era precipitarse hacia lo desconocido… de lo conocido. Y sabía muy bien lo que pasaría allí, donde nadie tendría ojos para verles. Era una oportunidad única, de eso era consciente, pero no podía flojear en esos momentos, ahora no. Se había esforzado tanto, que resultaría un hundimiento de sus actos perder la cabeza en el último momento. Porque lo deseaba con todas sus fuerzas, pero algo dentro de sí misma seguía recordándole que no podía hacerlo, a menos que estuviera dispuesta a destruir la vida de su hermana.
Recordaba las palabras de Nora: «Convertirme en su amante posiblemente sería mi último recurso». El de ella, pero no el suyo. Eso al menos lo tenía claro, ¿no?


118


Las nubes filtraban cada rayo de Sol que se veía en toda la extensa visión de cielo azul. La temperatura era cada vez más agradable y no podía haber amanecido mejor la mañana de un jueves para despedir a Nora en el aeropuerto. Todo el mundo era consciente de que serían nada más que unos días, pero Julia ya sostenía en la mano un pañuelo con el que se secaba las lágrimas cada pocos minutos. Tenía la costumbre de elevar su sentimentalismo a la máxima potencia, y al final siempre le acababa pasando factura. Todos contenían las sonrisas nerviosas y pronunciaban cumplidos y palabras de ánimo antes de que Nora cogiera de una vez por todas el avión. Cuando al final se perdió de vista, sólo quedaron en tierra ellos cuatro, y Angy sentía espasmos por cada centímetro de columna vertebral.
—Espero que vuelva con muchas fotos —sollozó Julia.
Su marido le pasó el brazo por los hombros y sacudió la cabeza con gracia.
—Cariño, no va de excursión. Tendrá que trabajar todo el tiempo, así que no te hagas muchas ilusiones. Con que nos lo cuente será suficiente.
El camino de vuelta al coche se hizo incómodo, al menos para ella. Estaba dispuesta a subirse en la parte de atrás del todoterreno de su padre cuando Julia se detuvo un momento para hablar con Vladimir. Segundos después, su sonrisa delataba sus intenciones.
—Dorian —entonó—, ¿te gustaría venir a casa?
El marido de su hija se tensó al escuchar la proposición. Ya tenía abierta la puerta del conductor pero estaba claro que no había podido entrar.
—Bueno, la verdad es que me encantaría pero…
—Entonces ya está todo dicho. Vente, así comeremos todos juntos. Podrás hacerle un poco de compañía a Angy.
La protagonista en cuestión creyó haber perdido el juicio. ¿Todo el mundo había perdido la cabeza? ¿Cómo se le ocurría decir algo así?
—De acuerdo —murmuró Dorian—. Iré detrás con mi coche.
Julia asintió y de repente se volvió hacia su hija mayor. Le indicó con un suave balanceo de la cabeza que fuera hacia el coche de Nora que ahora iba a conducir su marido.
—Ni hablar —susurró Angy.
Julia se acercó más todavía para evitar que pudieran escuchar lo que decían.
—¿Por qué? —gruñó—. ¿Qué te ha hecho ahora?
—Me da igual lo que me digas, mamá. No pienso ir con él.
—Oh, Angy.
—Quiero hablar con papá —saltó de repente. No era verdad, era lo primero que se le había ocurrido y no optó por analizarlo—. Quiero aprovechar ahora, por favor. Es… importante para mí.
Su madre asintió al final entre dientes y volvió a lucir su mejor cara.
—De acuerdo, está bien. Yo iré con él —dijo, cambiando de dirección—. Si a ti no te importa, Dorian.
Él negó rápidamente y se encaminó a abrir la puerta del copiloto para que entrara.
—Por favor —dijo, haciendo una educada señal con la mano.
—Oh, eres un encanto.


El trayecto desde el aeropuerto hasta la isla era considerable, razón demás para que Angy desease llegar lo antes posible. No había abierto la boca en ningún momento, y ahora comenzaba a arrepentirse de su elección, aunque sabía que era lo mejor que podía haber hecho.
La radio disminuyó su intensidad; Vladimir había bajado el volumen para tantear el terreno.
—¿Vas a decirme qué ocurre? —gruñó con suavidad—. ¿Por qué no has querido subirte a su coche? ¿Tanto te… incomoda?
Esa pregunta sí que era incómoda, desde luego. Angy se retorció sobre el asiento y cruzó las manos sobre las rodillas.
—No es eso, papá. Es que no me adapto a esto. Me resulta muy difícil creer que él esté casado con Nora.
—¿Y eso por qué?
—Pues… No lo sé —mintió—. Creo que son dos personas muy diferentes.
—Ya, pero creo que esa no es razón para que te escabullas de él todo el tiempo. No va a morderte.
Yo no estoy tan segura, pensó para sus adentros.
—Sé que ahora es parte de la familia, y no es que no quiera aceptarle, simplemente no sé cómo hacerlo.
Su padre arrugó la frente mientras seguía concentrado en la carretera.
—Creía que ahora os tendríais más confianza el uno al otro.
—¿Por qué crees eso?
—Bueno, lo quieras o no, tenéis un vínculo más fuerte que el de ser simples cuñados. Salvarle la vida es un punto a tu favor.
Por un instante, estuvo a punto de saltar del coche en marcha. Estaba cansada de escuchar siempre lo mismo. ¿Acaso su vida no era más que un disco rayado que tenía que oír una y otra vez sin pausa?
—No es ninguna ventaja, al contrario. Ahora parece que me debe algo y yo no quiero que se sienta en deuda. —Ladeó la cara y se quedó observando la ventanilla para ocultar sus vidriosos ojos—. Por Dios, ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Quedarme cruzada de brazos mientras esperaba a que llegase ayuda?
—No, cielo. Pero ahora que todo eso es agua pasada, tienes que intentar llevarte mejor con él. Reconozco que al principio yo tampoco le soportaba, y tú lo sabes. No quería que mi hija se casara tan joven y muchísimo menos con un completo desconocido —murmuró—. Pero ahora que le conozco un poco mejor, sé que es un buen hombre.
—Lo sé, y yo también lo creo, pero yo le veo como eso: un desconocido.
—Es el marido de tu hermana.
—Ya sé que lo es —gruñó sin pensar—. Todo el mundo me lo recuerda a todas horas.
—¿Te molesta?
—Lo que me molesta es que intentéis acoplarme dentro de un estilo que no es el mío. Ya no soy como antes. No estoy acostumbrada a ver a la familia así. Nora ha cambiado y tiene otra forma de ver las cosas y me alegro por ella, pero no es lo que yo quiero para mí. Ya no vivo por aquí. Vivo muy lejos y esto no es nada más que temporal. No le encuentro sentido a comportarme como alguien que no soy. ¿Qué más da? Cada una tiene su vida, y estoy a punto de marcharme. No tendré que verle en mucho tiempo y sencillamente es algo que voy a agradecer mucho.
—Vale, vas a marcharte. Eso es algo que es evidente pero, ¿no crees que tienes que ser educada? ¿Correcta? Es muy desconcertante para nosotros. Siempre estás incómoda en su presencia. Es como si te hubiera hecho algo. ¿Te cae mal?
—No, claro que no.
—¿Entonces?
—Pues, simplemente no sé cómo demonios hacer para conseguir que se sienta bien conmigo —mintió—. Todos los novios que ha tenido Nora no han sido precisamente adecuados, y cuando he querido darme cuenta ya estaba casada. Ya te lo he dicho, no me acostumbro. Sé que así lo único que consigo es que se haga una idea equivocada de mí, pero no vamos a ser precisamente vecinos. Nos veremos muy de vez en cuando, y entonces pondré mi mejor cara, pero a mi manera. Con vuestras normas, no.
—¿Sientes celos de Nora? ¿De su nueva vida?
Angy abrió la boca para contestar pero lo hizo antes de que pudiera pensar una buena respuesta.
—No —se limitó a decir.
—Entonces no entiendo tu actitud.
—Es sencillo —se defendió— Mamá siempre me recuerda lo sola que estoy. Para ella es un crimen que no esté con nadie; añade a eso la actual situación de Nora. Es muy agobiante, y cada vez que tengo que estar cerca de ellos, me siento culpable.
—¿Culpable por estar soltera?
—Culpable por no darle a mamá lo que quiere.
—Olvida a tu madre —susurró él—. Es tu vida, no la suya. Sé que es muy constante con ese tema, pero ya sabes lo… tradicional que es. Queremos verte feliz, por eso insiste. Y sé que no debe de ser fácil para ti, cariño. —Carraspeó—. Me pongo en tu lugar y entiendo que a veces puedas sentirte un poco incómoda, pero estoy seguro de que Dorian no está precisamente en su salsa. Se esfuerza para encajar dentro de nuestro núcleo. Lo único que digo es que todos debemos hacer un esfuerzo para llevarnos bien. Simple cortesía.
—Lo intento.
—Pues no dejes de hacerlo.
En un intento de distraer su atención, Angy subió el volumen de la radio mientras se escuchaba una canción de rock. Se dejó caer de nuevo en el respaldo y volvió a las andadas con algo que de verdad le removía las entrañas.
—Papá, respecto a lo de anoche… —Se mordió el labio, nerviosa—. Lo siento mucho. No quería gritarte.
—Lo sé, pero quiero que entiendas que lo hacemos por tu bien.
—Sí, pero no me parece buena idea. Va a ser increíblemente incómodo e insoportable.
Vladimir dejó escapar una diminuta mueca de sonrisa.
—¿Significa eso que lo vas a hacer?
—Bueno, significa que lo pensaré.
—¿Pensarlo? Cuando quieras tomar una decisión, tu hermana ya habrá vuelto.
—Pues me decidiré hoy, ¿de acuerdo?


119


En algún momento de su vida, Angy se había visualizado a sí misma en esa situación, o al menos en una parecida, pero ahora deseaba con fuerzas que la tierra se la tragara. Estaba sentada a la mesa junto con sus padres y Dorian; él tenía el mismo aspecto de incredulidad. Se había imaginado una escena parecida, sí, pero una en el fondo bien distinta, en la que ella era la novia y Dorian su marido, no su cuñado.
La televisión estaba encendida y gracias a eso el silencio no era tan escandalosamente evidente. Julia se esforzaba por agradar a su invitado, pero no lograba hacerlo tal y como quería.
Después de terminar con la comida, la tensión del ambiente aflojó un poco las correas, pero Angy no soportaba la presión; sencillamente no asimilaba lo que sus ojos veían: una bonita familia de mentira, y todo porque ella no era la que llevaba el anillo.
—Angy, ¿me ayudas a fregar los platos?
La voz de su madre devolvió sus pies a la realidad, haciendo que se levantara de su asiento, liberando sus miembros entumecidos.
—Claro.
Entraron en la cocina y se pusieron manos a la obra. El ruido del agua al caer le proporcionó la valentía para soltar aquello que tenía en mente desde el aeropuerto.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó en voz baja.
—¿Hacer qué?
—Intentar que me subiera al coche de Nora para que fuera con Dorian.
Su madre ni se inmutó, seguía con su expresión tan relajada como antes, moviendo las manos en un constante círculo de agua y jabón.
—Quería que le acompañaras, eso es todo —explicó—. No era educado que tuviera que ir solo.
—No era precisamente un viaje de mil kilómetros —se burló Angy—. Creo que habría podido conducir sin tener a nadie al lado.
—Angy, no entiendo por qué te lo tomas de esa manera. No lo he hecho a propósito, pero si alguien debía acompañarle, eras tú.
—¿Por qué?
—Bueno, dudo mucho que un hombre joven como él y una anciana como yo tengamos mucho en común, ¿no crees?
—Pues nadie lo diría, has estado encantada de subirte al otro coche.
—Sí, pero en el fondo lo he hecho porque no quería que tuviera problemas. Ya sabes lo tenso que se habrá puesto al cruzar el puente.
Desde luego, eso era algo en lo que ella también había pensando, pero dudaba que Dorian hubiese tenido serias molestias. Habría tenido el doble de cuidado que la última vez en la que acabó en el agua. Además, sabía de buena tinta que si se hubiera subido al mismo coche, seguro que habrían tenido una discusión y a saber qué habría podido pasar después. Sí, en el fondo le había ahorrado otro incidente.
—Si yo hubiera ido con él no habría sido de ayuda —se limitó a decir—. Ya sabes que mis reflejos no son muy buenos.
—Eso era lo de menos. Quería que se sintiera bien, como de la familia.
—En ese caso me alegro de que tú fueras con él. Yo no sirvo para eso.
Su madre frunció el ceño sin apartar la vista de la tarea. Delataba su ignorancia respecto a la tozudez de su hija.
—De verdad, Angy —susurró—, no te entiendo. A veces tienes una forma muy rara de comportarte. Desde que tu hermana está casada no has vuelto a ser la de antes.
Angy dejó caer el plato sobre el fregadero haciendo un ruido molesto. Se apresuró a cogerlo de nuevo e intentó no ruborizarse. Pensar en ello le hervía la sangre. ¿Cómo iba a ser la de siempre cuando tenía que enfrentarse a lo peor?
—Sí que lo soy —dijo, en un vano intento por convencerse a sí misma.
—No, antes no estabas ausente la mayor parte del tiempo y tampoco buscabas excusas tontas para no relacionarte con los de tu alrededor.
—Pero eso era diferente. Dorian no estaba aquí…
—¿Y todavía vas a seguir manteniendo que no tienes ningún problema con él?
Se mordió el labio, más nerviosa que minutos antes. Su cerebro no le respondía de la manera adecuada, y temía desvelar más de lo necesario, es decir, algo que realmente pudiera delatarla.
—No, mamá. No tengo ningún problema con Dorian —murmuró con un hilo de voz—. Todo está bien, es que sencillamente no tenemos mucha confianza.
—Sin rodeos, cielo. No tenéis ninguna.
Puso los ojos en blanco pero finalmente le daba la razón.
—Pues no puedo hacer nada al respecto —sollozó—. Así es cómo soy, y no puedo cambiar.
—La gente cambia.
—No, mamá. La gente no cambia. Eso lo sabe todo el mundo.
Su madre terminó con el resto de platos y se lavó las manos. Cuando terminó le dirigió a su hija una mirada de desaprobación.
—Entonces supongo que tú eres la excepción a la regla.
—¿Por qué?
—Tú sí has cambiado.
Refunfuñó por dentro. ¿Y quién no lo haría en su misma situación? No podía comportarse como si nada, porque le seguía importando. Era buena como actriz, pero fingir continuamente en su terreno personal ya era otra cosa. Ya no distinguía entre lo real y lo imaginario.
—Esa es tu opinión.
—Creo que esa es la opinión de todos los que te conocemos.
Cuando terminaron en la cocina, volvieron al salón. Vladimir y Dorian estaban viendo un partido de baloncesto en la tele, y comentaban de vez en cuando las jugadas. Al menos, tenían algo en común, aunque pareciera imposible.
—Podríais salir a pescar algún día —propuso Julia.
Su marido giró la cabeza y sonrió con ganas, pero no permití saber si era sincera, y Dorian arrugó la frente.
—Lo siento, pero ese tipo de cosas no me… agradan —se disculpó.
—¿No te gusta la pesca? —preguntó directamente su suegro.
—A decir verdad, no.
Vladimir suspiró y se encogió de hombros.
—Bueno, entonces supongo que tendremos que conformarnos con el deporte.
Julia se aprovechó del buen ambiente y no se le ocurrió otra cosa que sentarse en el sofá, justo en medio de los dos. Desvió la mirada hacia Ángela, que seguía de pie, mostrando más incomodidad que Dorian. Eso sí que era nuevo.
—Cielo —pronunció cuidadosamente Julia—, siéntate con nosotros.
Negándose en rotundo, le bastó con cruzarse de brazos y ladear la cabeza.
—No me apetece sentarme —alegó después.
—Oh, entonces puedes ir a dar una vuelta por la isla.
¿Había escuchado bien? ¿Le daba permiso para salir? ¿No se suponía que estaba preocupadísima por las altas probabilidades de que el desmayo volviera a repetirse cuando menos lo esperaba?
—Me parece una buen idea —dijo al fin, dándose la vuelta para salir por la puerta principal—. Me sentará bien.
—Dorian irá contigo.
¿Qué? ¿Es que no podía tener ni un minuto de tranquilidad para ella sola? ¿Tenía que compartirse con todo el mundo y encima con el menos indicado?
—No —espetó ella—. Está viendo el partido. No creo que quiera perdérselo…
Pero ya era tarde; Dorian ya estaba de pie. No mostraba su ferviente entusiasmo de siempre por acercarse a Angy, pero sus ojos estaban expectantes.
—Vale, a mí me parece bien —murmuró Dorian—. Hoy hace buen día y… me apetece dar un paseo.
Sí, estoy completamente segura de eso, pensó furiosamente Angy. Sin esperarle, cruzó el umbral de la puerta y salió al aire libre dando patadas mentales al diccionario.
—¡Espera!
Ni se inmutó por la súplica de Dorian. Estaba demasiado concentrada en poder escuchar algo por encima de sus fuertes latidos. El corazón latía a una velocidad anormal y se le metía en las sienes, como un golpeteo agridulce que no tiene intención alguna de parar.
—Angy, espera.
Aumentó su velocidad, perdiéndose entre las limitadas subidas y bajadas salpicadas de pinos. El viento corría ligeramente, y el verdor la embriagaba. Estaba cómoda, de no ser por él, claro. ¿Cómo podía hacerlo una y otra vez? ¿Cómo era capaz de seguir y no darse nunca por vencido? Pues porque te quiere, le gritó una vocecita dentro de su cerebro.
—Vale, creo que es suficiente —dijo Dorian. La alcanzó por la muñeca y se situó por delante, cortándole el paso—. Ya está bien.
Angy no tuvo más remedio que parar. La mole humana que estaba justo delante de ella la miraba con unos ojos avellana extraños, pero a la vez cercanos y tan familiares.
—Déjame pasar —rugió Angy.
—No.
—Apártate. —Se movió hacia la derecha pero él copió a la perfección sus movimientos—. ¡Dorian!
Él se acercó y se inclinó peligrosamente. Podía notar su aliento.
—¿Qué? —susurró.
Y en lugar de pensar en lo increíblemente cerca que estaba, nada más que se le ocurrió decirse a sí misma que ella encajaba mucho mejor que nadie con ese hombre que tenía a un palmo de la cara. Quizás no fuera tan exageradamente guapa como Nora, pero era más alta y más esbelta, como esa pieza del puzzle que faltaba para completar el todo. No tenía necesidad de ponerse tacones descomunales para quedarse a una altura adecuada a su cara. Porque en el fondo sabía que encajaban a la perfección sin tan siquiera proponérselo.
—¿Qué? —repitió él, devolviéndola a la realidad.
—No me sigas.
—¿Que no te siga? —repitió burlonamente—. ¿Adónde vas? ¿Dónde se supone que vas a esconderte?
—No quiero esconderme, sólo quiero que me dejes en paz. Es muy sencillo.
—Pues ya has oído a tu madre. Quiere… que pasemos más tiempo juntos.
Angy seguía estremeciéndose. Después de tanto y aún así no había aprendido a ser inmune a sus palabras, y mucho menos a sus sentimientos.
—¿Crees que soy estúpida? —soltó, en un vano intento por recuperar el control que se le había ido de las manos—. ¿De verdad crees que no sé lo que ocurre?
Él se encogió de hombros.
—No sé por qué dices eso.
—Joder, claro que lo sabes, Dorian. —Sacudió furiosamente las manos en todas direcciones—. Sé que tú has tenido la idea. Estás detrás de todo esto.
—Te equivocas.
—Y una mierda —gruñó con odio—. ¿Esperas que me lo crea?
—Sí, porque es la verdad —insistió—. Fue Nora la que empezó con todo tipo de sugerencias y propuestas hasta que llegó a la última.
—Ya, pues ella me dijo justo lo contrario. Y, sinceramente, prefiero creer a mi propia hermana antes que a ti.
—Pues no deberías.
—¡Como si hubiera sido la primera vez que lo intentas! —estalló—. ¿Hasta cuándo crees que los demás van estar tan ciegos? Llegará un momento en que va a ser evidente para todos.
Dorian se tensó por un momento pero luego se relajó. Probó con una media sonrisa, pero la borró inmediatamente.
—Eso es lo que pretendo.
Otra vez… como miles de veces. Su arrogancia a veces traspasaba límites insospechados. Allí estaba, dispuesto a continuar aunque nadie lo viera de la misma manera.
—Pues te aseguro que no voy a dejar que lo hagas.
—Angy, no puedo seguir con esto ni un minuto más.
—Entonces no deberías haberte casado con Nora —murmuró.
Ese hombre fuerte y alto se desplomó metafóricamente sin decir nada; era como si esas palabras le hubiesen derribado.
—Fuiste tú la que me pediste que lo hiciera —dijo con un hilo de voz—. Me suplicaste para que siguiera adelante. —Apretó los puños—. ¿No se supone que era eso lo que tú querías?
Angy reprimió las ganas de llorar, mientras leves punzadas se alternaban en sus retinas.
—Era lo que se tenía que hacer. Por el bien de todos.
—No, por el bien de todos no. Nosotros no estamos precisamente bien.
La mujer de ojos verdes le dio la espalda pero no se movió ni un milímetro. Estaba demasiado exhausta para hacerlo. Sin embargo, se armó de valor para hablar otra vez.
—Supongamos que te creo —dijo—. Si de verdad Nora ha tenido la idea de que me quede en vuestra casa hasta que vuelva… —Derramó las primeras lágrimas sin apenas ser consciente de ello, con la voz desquebrajada—. ¿Qué diablos crees que pasará? ¿Es que no te das cuenta? Lo sabes tan bien como yo. Es una locura.
—Sí, lo es. Pero me hago daño cada vez que te veo tan cerca y ni siquiera puedo tocarte.
—No vuelvas a decir nada parecido —suplicó, mirando en todas direcciones—. Nos pueden oír.
—Pues que lo hagan —dijo, adelantándose y poniendo las manos sobre los hombros de ella—. Que nos escuchen, porque estoy seguro de que tú tampoco quieres esto.
Se soltó de sus manos, pero lo hizo con lentitud, sin giros bruscos.
—No, claro que no lo quiero. Por eso voy a marcharme antes de que ocurra algún desastre mayor.
—¿Así lo llamas?
—Sí, Dorian. Así lo llamo. Porque no se puede.
—¿Y eso quién lo dice?
—Lo dice tu compromiso con Nora —masculló—. Tu vida en común con ella y el anillo que llevas en el dedo. —Se alejó de nuevo y esta vez no paró, con pasos cortos pero continuos, uno detrás de otro hacia ningún sitio en particular.
—No puedes irte ahora —sollozó Dorian, hecho un mar de nervios.
—Tengo que hacerlo. Debería haberme marchado antes pero me quedé por Nora.
—¿De verdad lo hiciste por ella?
Fue incapaz de contestar a la pregunta, a pesar de que ambos ya conocían la respuesta. La verdadera razón, el único motivo por el que había decidido posponer su vuelta a casa, era él.
—Por favor, no me hagas más daño y márchate.
—No quiero hacerte daño, Angy. Por eso intento no perder lo que nos queda.
Estaba tan desesperada que se cubrió los oídos con las manos. Era un desorden mental hecho carne. Primero se gritaban para después pasar a un planto totalmente distinto, en el que las emociones literalmente se desbordaban.
—Por fin tenemos una oportunidad.
—No, esto no cambia nada, Dorian. —Se revolvió el pelo con dedos nerviosos—. Sería lo peor que podríamos hacerle a Nora. Dios mío, ni siquiera puedo imaginarme lo sola que se sentiría si descubriera que…
—Pero me importas tú, Angy. No soporto estar así, fingiendo que nos odiamos porque no es verdad.
Las lágrimas ya caían con fuerza sobra sus pálidas mejillas; ahora sus ojos eran dos esmeraldas bañadas en agua.
—¿Sabes? Me paso todo el día mintiendo y fingiendo ser alguien que no soy y cuando me atrevo a pensarlo ya no sé qué es real y qué no.
—Pues esto sí lo es.
—Sólo está dentro de nuestras cabezas —insistió ella—. Y así va a seguir siendo.
—Pero…
—No sigas, no puedo más. Estoy agotada de discutir contigo por la maldita razón de siempre. No se puede, y no hay más que hablar —dijo—. Vete a casa, Dorian. Y espera a Nora. Es la mejor mujer que has podido encontrar.
El silencio fue completo. Creía que tendría que seguir discutiendo hasta un extremo insoportable, pero en lugar de eso observó cómo Dorian se alejaba de ella en dirección a la casa. Tal y como acababa de pedirle, se marchaba.
Esperó lo suficiente para ver cómo Dorian salía de la isla conduciendo el coche de Nora, con una velocidad más que moderada al atravesar el puente. Cuando estuvo segura de estar más o menos recuperada de toda esa infinidad de lágrimas derramadas, entró en casa de sus padres, en silencio y con los ojos enrojecidos.
—Cielo, ¿estás bien?
La pregunta de su madre escondía preocupación, pero en lugar de contestar ignoró sus palabras y pasó como una rápida exhalación en dirección a su cuarto. Cerró la puerta y se dejó caer de espaldas a ella hasta que se desplomó en el suelo. Comenzó a llorar otra vez, pero con la rabia saliéndosele de las venas. Ya no podía más. La situación era totalmente insostenible, peor que nunca. Tenía que volver a su otra vida, de lo contrario no podría cumplir su promesa de mantenerse alejada de él; el amor que sentía estaba a punto de salir. Era consciente del enorme esfuerzo que suponía haber estado a unos pocos centímetros de ese hombre y no haberle permitido a su cuerpo que actuara como le pedía a gritos. Y es que con besarle, todo lo malo se olvidaría al instante.


120


Era viernes por la mañana, muy temprano. Era evidente que no había podido dormir; quizás de vez en cuando hubiera cerrado los ojos, pero volvía a abrirlos a la misma velocidad, temiendo que la oscuridad de su antiguo cuarto desvelara los secretos que corrompían su mente, que estaba ya tan absurdamente saturada de sensaciones y deseos que la creación de un pensamiento ajeno a toda esa pesadilla se le antojaba imposible. La cama estaba vacía, porque ella estaba levantada mirando por la ventana, recordando una vez más la razón por la que no había vuelto a ser la misma al regresar a la isla, ya que a través de ese cristal comprobó súbitamente que su vida había dado un giro de trescientos sesenta grados.
La decisión estaba tomada, o eso era al menos lo que se repetía una y otra vez. Tenía todo lo necesario para marcharse, su bolsa con la poca ropa con la que llegó, y un deseo de relativo bienestar que sólo encontraría en el refugio del teatro; ése era su único y verdadero hogar.
Había pedido un taxi, y quería largarse antes de que sus padres se despertasen; si no la encontraban allí, quizás cabría la posibilidad de que creyeran que había decidido irse a casa de Dorian tal y como supuestamente habían acordado y, cuando quisieran darse cuenta, ya estaría lejos.
El vehículo esperaba a unos cuantos metros de la casa, así que salió con el mayor de los sigilos y no paró hasta estar a salvo. En un corto espacio de tiempo llegó a la ciudad, donde tuvo que conformarse con permanecer en una habitación de hotel, y es que la mala suerte estaba empeñada en cebarse con ella; no podría irse, al menos no ese día. Después de haber buscado por todas partes en la red para conseguir un billete de avión que la llevara de vuelta, se había encontrado con algo desagradable: no había vuelos hasta el sábado, así que no tenía más remedio que permanecer allí un día más, hasta que pasaran veinticuatro horas.
Intentaba serenarse pero era como pedir que dejara de respirar, y el entorno desconocido no ayudaba. Las paredes de la habitación eran realmente sosas, desprovistas de cualquier mínimo encanto, con ese papel de pared descolorido. Podía pagarse algo mejor, pero no entraba en sus planes. Ella seguía siendo humilde, sin sentirse respaldada por toda una cantidad insultante de dinero; no, definitivamente no era como su hermana, porque Nora se había transformado en alguien diferente, con todos esos billetes verdes revoloteando a su alrededor, y lo peor de todo: alguien con quien compartirlo.
Pensaba en el trabajo rechazado; había obligado a Evan a buscarle una sustituta, y si volvía, no podía inmiscuirse, no era de buena educación plantarse de nuevo frente a las tablas esperando que todo el mundo le diese la bienvenida. Sabía que los demás no estarían precisamente contentos sabiendo que la jefa se había tomado unas vacaciones más largas de lo normal.
Problemas, sólo veía problemas por todos lados. Se imaginaba en una isla desierta, así al menos no tendría que darle explicaciones a nadie y no causaría daño alguno. Podría gritar tanto como quisiera y nadie podría escucharla.
La verdad golpeaba sus sienes con fuerza sin querer retroceder. Había estado tentada muchas veces pero ninguna había conseguido llegar tan lejos, desafiando sus valores más profundos. Porque cualquier camino desembocaba en la misma conclusión: lo que sentía por Dorian la estaba matando. No soportaba las humillaciones en público desapercibidas, cuando Nora mostraba su afecto infinito hacia su marido, y ella tenía que mirar para otro lado, pero se empeñaba en no mirar atrás, y era entonces cuando volvía a verse de la mano de ese hombre. Porque lo conocía mejor que nadie, mucho mejor que Nora por supuesto.
Sabía que ya no podía volver, porque si lo hacía, no podría rechazar de nuevo aquello que nunca había dejado de ser suyo.


121


Se tomó la valentía de quitarse el reluciente anillo de su dedo; lo contemplaba en silencio en la palma de su mano, y en el fondo era algo tan insignificante que le daban ganas de reír, pero lo malo iba mucho más allá de ese pequeño aro inofensivo. Lo que significaba iba en contra de lo que realmente sentía. Nunca en toda su vida se había sentido de esa manera, maniatado en contra de su voluntad, porque intentaba doblegarse pero, ¿a qué precio? Sabía lo que quería, y jamás lo tendría permaneciendo al lado de su mujer. Sí, Nora era increíblemente perfecta, ningún hombre podría resistirse a sus encantos interminables, pero cuando el amor llama desde otra parte, la belleza no significa nada.
Había despertado con algo sólido y cuadrado entre las manos. Ya empezaba a coger cariño a esa imagen, con la que todo comenzó. Tenía la foto del marco plateado al lado, y de alguna manera era como si hubiera despertado a su lado, aunque tuviera que conformarse con ver esos preciosos ojos verdes transformados en papel. Por desgracia, también tenía que pensar en Nora, aunque únicamente hubieran pasado veinticuatro horas desde que se marchara. Había evitado responder a sus llamadas, así que se había disculpado inútilmente con un mensaje de texto proclamando lo trágicamente ocupado que estaba. Era mentira pero, ya no tenía fuerzas para decir la verdad, a no ser que fuera su verdad.
Se levantó de la cama y se dio una larga ducha. No quería ni mirarse al espejo. Se puso ropa cómoda y se sirvió una copa de alcohol caro que ni siquiera llegó a probar. Se metió en su estudio y le dio vueltas una y otra vez a lo mismo. Se había tomado el día libre pero ahora veía que no le servía de mucho, salvo para ser engullido por la rabia. Pensaba en un piano y en una guitarra, y apretaba los puños al saber que podía escuchar ambas melodías pero cada una le aportaría algo totalmente opuesto.
Las palabras intensas de Ángela del día anterior resonaban con fuerza en su cabeza. Podía leer su rostro, tan sincero como siempre, pero ahí estaban las palabras: puñales danzantes atravesando el aire y dándole de lleno. Se habían gritado el uno al otro, como siempre, pero después el amor resurgía de sus cenizas, y estaba claro que nada había acabado. Y sabía lo mucho que la quería; renunciar a ella cada minuto del día no había hecho más que aumentar la llama, pero la chispa se apagaba cada vez que su antigua compañera de vida le repetía una y otra vez que lo suyo no podía ser. ¿Por qué? Ella sentía exactamente lo mismo, y al estar tan cerca podía tocar con los dedos esa conexión tan especial.
Recordó el instante en el que Angy se desplomó sobre el suelo en la isla. Había ocurrido tan de repente, que aún no lograba descifrar la razón. Se sintió totalmente afortunado por quedarse con ella aquella noche en el hospital. Se la veía tan indefensa en esa cama blanca… Fue un auténtico regalo pasar la noche a su lado, aunque fuera distinto a lo que tenía en mente, pero había renacido al permanecer en contacto a través de su mano, acariciando sus dedos en mitad del silencio y la oscuridad. Si le hubiera ocurrido algo, desde luego no habría podido soportarlo; haber tenido que disimular en una situación tan extrema fue lo peor que podía recordar. Reprimir las ganas de mandarlo todo al diablo y estrecharla entre sus brazos. Pero no, porque a ojos de los demás eran simples cuñados que poco o nada tenían que decirse.
Los minutos se le escapaban entre los dedos y lo único que deseaba hacer era ir a buscarla. ¿Qué haría después? Probablemente dejaría que lo que llevara dentro actuara en su lugar.
Era un maldito día de viernes con sabor amargo, demasiado. El tiempo volaba y sabía que una oportunidad así no volvería a repetirse, porque no era simplemente el hecho de que Nora se hubiera marchado; estaba más cerca que nunca de Ángela. No tenía ni idea de cómo, pero lo sabía. Un instinto, o puede que algo más. Tenía que pensar en un plan, una estrategia, una idea, algo que tuviera la fuerza suficiente para convencer a esa mujer que tenía todo lo que él necesitaba para que volviera a su lado, lugar del que nunca tendría que haberse ido.


122


El avión saldría alrededor de las nueve de la noche, y no serían ni las diez de la mañana. Los segundos parecían no transcurrir en su reloj, y cada vez que pensaba en ello se le antojaba más insoportable. Antes le tenía miedo a volar, y ahora lo único que quería era despegar de ese suelo que le abría las puertas de aquello que se suponía que no debía tocar.
Había hecho un gran esfuerzo por llenarse el estómago con algo caliente pero el hambre no entraba dentro de sus principales problemas, pero deseaba no recaer de nuevo en la sombra que había sido, cuando sus huesos se acentuaban descaradamente bajo su piel pálida.
No sabía cómo, pero había hablado brevemente con Nora. Estaba realmente ilusionada, y su voz aguda se acentuaba con cada nota de exclamación; era una niña con zapatos nuevos. Habían discutido sobre la gran cuestión, pero Angy había insistido poniendo de manifiesto que estaba bien, aunque con eso no iba a ninguna parte. Un par de risas falsas, tonos tranquilizadores y todo se acababa al cortar la conexión. Estaba tan feliz, y mientras tanto su hermana mayor se empequeñecía a pasos agigantados.
Salió a dar una vuelta porque no soportaba durante más tiempo estar metida el resto del día en un cuartucho desconocido. El aire le abrió la garganta hasta llegar a los pulmones. Se perdió entre la gente y deambuló tranquilamente por la ciudad, segura de que allí estaría bien, teniendo la mente ocupada. Las calles colapsadas de gente le sirvieron para sentirse un punto diminuto, una mujer adulta insignificante que podía pasar desapercibida ante los ojos de los demás. Visitó tiendas de libros, de música, perfumerías, e incluso se permitió el lujo de comer en un buen restaurante sin que aquello le supusiera un cargo de conciencia.
El paseo se alargó bastante, pero sabía que no podía caminar de forma indefinida, así que lo mejor que podía hacer era volver al hotel, esperar a que llegara la hora precisa, y coger ese avión que contenía todas sus esperanzas renovadas.
Se le helaba la sangre al saber que no volvería a ver a su familia, no al menos hasta que tuviera la valentía para convertir el pasado en un verdadero tiempo extinto, y hasta que eso ocurriera, quizás tendrían que pasar años, a no ser que Nora se separase de él, pero algo así era poco probable, porque Angy conocía de buena tinta que no le dejaría escapar; ella no lo haría… por segunda vez, es decir, no lo haría si de verdad tuviera esa opción.
Abandonó el hotel a las siete y media de la tarde. El sol anaranjado brillaba a la mitad del cielo, y la buena noticia es que apenas había tráfico. El taxi fluía sin dificultades por la calle y así podría llegar con tiempo más que suficiente al aeropuerto, donde se entretendría con otra cosa que no fueran sus perturbados pensamientos.
De repente recordó que tenía el móvil en silencio; lo había hecho con el propósito de no ser molestada, pero sabía que sus padres ya tendrían que estar preocupados, o en el mejor de los casos, inquietos. Abrió la cremallera del bolso y metió la mano para encontrarlo. Lo sacó dos segundos después y pulsó una tecla. La pantalla se iluminó y su aparente relajación se fue lejos. Y no era para menos: tenía siete llamadas perdidas y dos mensajes. Frunció el ceño y se dispuso con cierta presión a cerciorarse de que la responsable sería su madre, su padre o Nora; puede que todos a la vez. Pinchó sobre la pantalla táctil y lo que vio no le gustó nada. Ni siquiera había barajado esa posibilidad, no al menos conscientemente.
—No puede ser…
—¿Se encuentra bien?
Angy levantó la mirada y se encontró con los ojos del conductor reflejados en el retrovisor.
—Sí —se apresuró a decir, levantando el teléfono móvil—. Un… pequeño contratiempo, nada más.
El hombre asintió amablemente y volvió a concentrarse en la carretera.
Nunca me dejará en paz, pensó amargamente Angy. Para su desgracia, las llamadas no eran de nadie de su familia; al parecer era Dorian el que había estado llamándola una y otra vez. Los mensajes la instaban desesperadamente para que cogiera el teléfono, cosa que no había hecho antes y que por supuesto en ese momento tampoco pensaba hacer.
El coche giraba de vez en cuando, al igual que sus sienes. Sentía algo molesto por dentro, como una ligera pero continua sacudida. Tenía la piel de gallina y se contentaba con repetirse palabras de consuelo, haciendo un esfuerzo por verse a sí misma como una vencedora, aunque para eso hacía falta una recompensa, y en lugar de ir a cogerla, se estaba alejando precisamente de la mayor de sus alegrías, así que en el fondo huía por la puerta de atrás, con la única victoria de sentirse una cobarde, mezcla de indecisión y una pizca de cordura.
Sintió la vibración sobre su regazo. Tragó saliva y volvió a observar la pequeña pantalla, que se iluminaba cada dos segundos. Era él, tan perseverante como siempre. Trató de ignorarlo y se concentró en mirar por el cristal hasta que dejara de sonar. Ese minúsculo intervalo se le hizo eterno. No podía contestar, así de sencillo. Ya estaba decidida a largarse, así que nada tenía que interponerse y mucho menos el responsable de sus lamentos inaudibles.
La velocidad del vehículo comenzaba a reducirse; a medida que se acercaban más y más al aeropuerto, había más coches. Se removió sobre el asiento y se llevó la mano a la cabeza, apoyándose en ella. Dejó escapar un largo suspiro y cerró los ojos. En esos instantes su único deseo era volver a encontrarse con Evan, el único que sabía cómo comportarse.
—Perdone, ¿no podríamos ir por otro sitio?
El hombre miró hacia atrás y negó con la cabeza.
—Lo siento, pero este es el camino más corto. Si intentara rodear por otro lado tardaríamos bastante más —explicó—. No falta mucho, enseguida llegaremos.
La mujer de mirada verde aceptó con resignación y volvió a cerrar los ojos. Se veía encima de su amado escenario, con todos esos focos y las butacas restauradas. Nunca antes había echado tanto de menos a su entorno; era lo único que podría brindarle un poco de serenidad en mitad de esa tormenta desencadenada, y todo por una serie de sucesivas catástrofes a gran escala. Primero el accidente de Dorian, su confesión en mitad de la isla después de la reanimación, el desvanecimiento y las sucesivas insistencias que no conducían a ninguna parte. Y se suponía que había vuelto únicamente por el cumpleaños de su madre…
La inquisitiva vibración la sacó de su burbuja particular. Levantó el móvil a la altura de los ojos y apretó los dedos alrededor del objeto. Deseaba lanzarlo a una distancia lo más alejada posible, pero en su lugar decidió contestar de una vez por todas.
—¡Déjame tranquila! —chilló, siendo consciente de la alteración del pobre conductor. Un silencio rotundo al otro lado del teléfono—. Ni siquiera eres capaz de hablar —reprochó Angy—. Eres un maldito cobarde. Afróntalo de una vez —colgó.
—¿Algún… problema? —musitó el hombre.
—No, lo siento. No debería haber hablado de esa manera.
—No se preocupe. —Sacudió la cabeza—. Puede gritar todo lo que quiera.
Era una opción a tener en cuenta, porque desde luego estaba traspasando sus propios límites. No podía más. Tenía las mejillas encendidas y el corazón latía como un loco. Ni siquiera se había movido de su asiento y tenía la sensación de haber echado a correr durante un kilómetro sin parar. ¿De verdad no podía dejarla ir? ¿Acaso se le antojaba tan inalcanzable asumir el hecho de que estaban mejor el uno sin el otro?
El aparato cobró vida de nuevo. Podía apagarlo sin el menor de los miramientos, pero en alguna parte de su oxidado cerebro quedaban restos de esa sensiblería que le afectaba el sentido común. Se mordió el labio y vaciló ante la idea de contestar otra vez, pero de manera más suave que la anterior. Pulsó la tecla y se llevó el móvil a la oreja, con el estómago progresivamente caótico, un amasijo de nervios.
—Te lo pido por favor —dijo en apenas un suspiro—. No me llames más, no me busques… Esto tiene que acabarse ya.
—No cuelgues, Angy —murmuró Dorian—. Tienes que escucharme.
La sangre se elevaba hasta temperaturas insospechadas. Las sienes golpeaban con una fuerza descomunal y no podía seguir así. Optó por actuar sin pensar demasiado.
—Disculpe —entonó educadamente, dirigiéndose al conductor—. ¿Podría… parar un momento?
—¿Cómo dice?
Angy tragó saliva y se desabrochó el cinturón. Se inclinó hacia delante.
—¿Podría aparcar durante unos minutos? —imploró—. Necesito usar el teléfono. Es una llamada importante.
El hombre asentía pero no entendía nada. Estaba confuso.
—Puede hablar aquí mientras nos acercamos. Ya casi hemos llegado.
—Lo sé, pero me gustaría un poco de… privacidad —murmuró, ruborizándose sin motivo aparente—. Además, no quiero empezar a gritar otra vez como una loca. Le pagaré de más, ¿de acuerdo?
—Está bien, esperaré un par de minutos. Pero dese prisa, por favor.
Angy abrió la puerta y le sonrió.
—Gracias. No tardaré.
Un puñado de personas dispuestas por la acera caminaban en todas direcciones, pero nadie parecía fijarse en ella. Divisó una especie de calle parcialmente escondida y fue hacia allí. Se pegó el teléfono a la oreja pero no dijo nada; no dejaba de preguntarse a sí misma por qué demonios lo hacía, aunque a esas alturas no necesitara una explicación.
—Ya estoy —dijo con brusquedad—. Habla, no tengo mucho tiempo y me gustaría que fueras breve.
—No puedes irte.
—¿Para eso me llamas un millón de veces? ¿Para escuchar la misma historia de siempre? —protestó—. Claro que puedo. Ya te lo dije, Dorian. Tengo que volver a casa, mi sitio no está aquí.
—Te necesito… —murmuró Dorian, con una extraña exhalación inundando sus palabras—. Tienes que venir.
El pulso se le aceleró; le resultaba tan difícil negarse una y otra vez cuando en realidad se moría por hacer lo contrario.
—La respuesta es no —rugió—. Te aseguro que por nada del mundo iría.
—No es lo que crees, de verdad.
—¿Entonces? ¿Por qué tendría que ir?
Dorian trataba de hablar pero el aire parecía rasgar sus cuerdas vocales.
—No me encuentro… bien.
Desde luego no sonaba demasiado bien. ¿Una estrategia? ¿Una alarmante realidad? No lo sabía, pero Angy frunció el ceño, presagiando algo malo.
—¿Qué?
—Tengo un fuerte dolor en el costado, Angy.
—Me estás asustando —sollozó—. ¿Qué ocurre?
—Tengo un fuerte dolor en todo el cuerpo, sobre todo en el costado. Apenas puedo moverme. Las piernas no me responden y no dejo de temblar. Siento mucho frío.
Meditó con acelerada rapidez ese testimonio y sintió que algo se le rompía por dentro. Sus ojos verdes comenzaban a parpadear frenéticamente.
—¿Desde cuándo te encuentras mal?
—No lo sé, un par de horas.
—¿Qué? —exclamó—. ¿Y por qué no has hecho nada? ¿Por qué no has ido al hospital?
Unos nuevos sollozos a través de la línea.
—Creía que no era nada serio. Pensaba que con un par de minutos el dolor desaparecería, pero a decir verdad no ha hecho más que aumentar, y apenas puedo mantenerme en pie.
—¿Y tu vecino? —propuso—. ¿No se supone que es médico? ¿Está ahí contigo?
—No. Ha tenido que irse debido a una emergencia, así que estoy solo. Por favor… No sé qué hacer. No tengo el teléfono de nadie más que pueda ayudarme. Crees que lo hago a propósito, pero esto no tiene nada que ver con lo nuestro.
El recuerdo del accidente se le vino a la cabeza. El agua, los sonidos estridentes, el pecho inamovible, la piel fría… ¿Sería capaz de volver a pasar por algo parecido?
—Maldita sea, no puedes hacerme esto —lloró—. Tengo que coger un avión, me tengo que ir.
—Sabes que no te lo pediría si no fuera importante. Nora no está aquí y apenas puedo moverme. Estoy atrapado en mi propio cuerpo. No sabía a quién acudir.
Cerró los ojos con intensidad y reprimió las lágrimas. ¿Todo le tenía que salir rotundamente mal? ¿No se suponía que tenía que coger un avión? ¿Por qué estaba decidida a cambiar de planes en el último segundo? ¿Le bastaba oír su voz para tambalearse emocionalmente? Algo dentro de su agitado cerebro perturbado comenzaba a moverse en una especie de circuito de engranajes para elaborar la respuesta adecuada, aquella que no podía eludir; no tenía fuerzas para hacerlo.
—No estoy precisamente cerca —dijo al fin—. Estoy a un paso del aeropuerto. ¿Qué puedo hacer?
—Ven, por favor.
—No voy a ser de gran ayuda —masculló, alertada por su propia sinceridad—. Espera, voy a llamar a una ambulancia.
—No es necesario.
—¿No? —repitió—. Pero si has dicho que te encuentras mal, Dorian. —Apretó los dientes—. No juegues conmigo.
—No lo hago. Es que no creo que lo necesite.
—Joder, me dices que apenas puedes moverte, ¿y crees que no vas a necesitar una ambulancia? ¿Te has vuelto loco?
El taxista tocó el claxon a lo lejos y Angy reaccionó. Se sentía atrapada, sin saber qué hacer. Estaba a un paso de ese bendito avión y sin embargo su cuerpo daba sacudidas en la dirección contraria, para que fuera hacia el norte en busca de lo que consideraba infinitamente más importante.
—Escucha, me da igual lo que digas —protestó—. Si quieres que vaya, iré. Pero tendrá que ser con mis condiciones. Voy a llamar a una ambulancia, te guste o no.
Esperaba escuchar un atisbo de murmullos molestos pero nada más que obtuvo el eco de sus propias palabras.
—¿Dorian? —Esperó su respuesta pero ya no llegaba—. ¡Dorian!
La comunicación se cortó. Se quedó hablando sola con el móvil y el terror invadió su mente. ¿Le habría pasado algo? ¿Estaría realmente grave? Sólo tenía una forma de averiguarlo, y no tenía agallas para pensárselo dos veces. Puede que Dorian ni siquiera tuviera tiempo.


123


El taxi iba a la máxima velocidad, saltándose los semáforos y esquivando los coches tan bien como podía. Se abría paso con bruscos volantazos y frenazos inesperados, tomando las calles de manera precipitada, dejando a los demás utilitarios de la vía con la boca abierta ante tanto descaro. Pero se trataba de un asunto de vida o muerte, o eso era lo que no dejaba de atormentar la mente de Ángela, que intentaba reprimir las lágrimas con cada nueva exhalación.
—¿No podemos ir más rápido? —balbuceaba una y otra vez.
—Me temo que no, señorita. —El hombre seguía con sus cinco sentidos sobre la carretera pero al parece no eran suficientes—. Estoy haciendo lo que puedo. Trate de mantener la calma, por favor.
¿Mantener la calma? Eso era como pedirle que dejara de respirar. El pánico se había apoderado de ella, y nada más que era capaz de pensar en imágenes horrendas y terroríficas, salpicadas de sangre e inconsciencia. ¿Cómo estaría? No muy bien, porque si había colgado el teléfono dejándola con la palabra en la boca, era mala señal. Pero no entendía por qué a ella. Es decir, ¿no había nadie más que pudiera ayudarle? ¿Por qué llamarla a ella y gastar sus energías en una conversación sin sentido en lugar de pedir una ambulancia? ¿Habría hecho lo mismo si hubiera estado en peligro?
Los altos edificios habían dejado de verse. Ahora el mapa de carreteras se extendía delante de ellos y Angy se afanaba en darle las indicaciones adecuadas; si se equivocaba de dirección probablemente sería un error con grandes repercusiones, pero se mordía la lengua para no tener que pensar en algo así, pero resultaba mucho más que complicado. Los árboles se extendían a ambos lados del camino, lo cual presagiaba en cierta manera que estaban cerca.
Aún tenía seca la garganta; su reciente y alterada conversación al hablar por el móvil tratando de darles la dirección acertada a la unidad médica. Había estado sólo una vez, y aunque había sido reciente, había hecho todo lo posible por sacárselo de la cabeza. Y justo ese día lo necesitaba con urgencia.
Esta vez iba sentada en el asiento del copiloto. Era mejor para dar instrucciones. Miraba de reojo al pobre hombre que, sin tener culpa de nada, se había visto involucrado en un feo asunto como ése. Tenía la frente sudorosa, y sus diminutos ojos oscuros parpadeaban a una velocidad más que frenética para no perder de vista la carretera. Las manos estaban literalmente pegadas al volante, con los dedos muy juntos y los nudillos blancos.
—¿Se encuentra bien? —quiso saber Angy, movida por una sensación de culpa.
—Sí, creo que sí —logró decir—. Un poco nervioso, la verdad. Nunca antes me había pasado una cosa así.
—Lo siento. No pretendía meterle en este lío, pero todo ha pasado tan rápido… No sabía qué hacer. Se suponía que a estar alturas ya tendría que estar en un avión —dijo, mirando con mal sabor de boca su reloj que colgaba de la muñeca—. Y usted debería estar conduciendo tranquilamente por la ciudad.
—No se preocupe, señorita. Mi trabajo es bastante aburrido, creo que podré con esto.
—Le pagaré, se lo juro. Le pagaré todo este… desastre.
El hombre negó tajantemente con la cabeza mientras seguía conduciendo.
—No se preocupes por eso. Estas cosas a veces ocurren. No tiene usted la culpa.
Ángela le dio unas últimas indicaciones y entonces vio un desvío asfaltado que se perdía hacia la derecha: era por allí.
—Ya estamos llegando —murmuró en voz baja, esperanzada. Consultó el reloj: eran casi las nueve de la noche, y el cielo apenas se mantenía claro. La oscuridad avanzaba—. Ahora siga todo recto.
—Muy bien.
Y entonces llegaron definitivamente: un paisaje salpicado por grandes árboles oscuros e impresionantes chalets y casas desorbitadamente grandes. Un paraíso de lujo aislado del resto del mundo.
—¿Usted… vive aquí? —gimoteó el conductor.
—No, mi cuñado —explicó Angy—. Es una larga historia. —Se desabrochó el cinturón y se inclinó hacia delante, como si así pudiera verlo todo mejor.
No había nadie por la calle, a decir verdad parecía un pequeño pueblo fantasma. El alumbrado público ya estaba encendido, dándole a todo un aspecto fantasmal debido a su color azul pálido.
—¡Allí! —exclamó desesperada, señalando con manos nerviosas la casa cúbica negra con grandes ventanales—. ¡Es allí! La casa del fondo.
—De acuerdo. —El hombre aceleró para dar un último empujón al vehículo y paró en seco, moviéndose hacia delante, impactando levemente con el volante—. Ya está.
Angy revolvió el interior de su bolso y sacó su cartera. Por suerte tenía bastante dinero en efectivo, así que cogió un buen puñado de billetes y se lo tendió al conductor.
—Aquí tiene.
—No, señorita. Es demasiado. Es mucho más de lo que…
Angy extendió algo más su brazo y le obligó a que lo cogiera, devolviéndole una agradable sonrisa.
—Por favor, quédeselo —insistió—. Me ha hecho un gran favor trayéndome aquí. Es lo menos que se merece. —Cerró la puerta con brusquedad y se volvió una última vez—. ¡Gracias!
El coche se alejó lentamente y ella se concentró. El corazón le latía a una velocidad criminal, comparable únicamente al momento del accidente en la isla. Corrió hasta la entrada y se topó con la negra verja de hierro: estaba abierta. Eso sería un posible aviso de que la ambulancia ya habría llegado.
Sin esperar ni un segundo más, salió corriendo, atravesando como un rayo la distancia que había entre la verja y la puerta principal. Su único pensamiento estaba más que justificado: que no fuera demasiado tarde.


124


La puerta de entrada también estaba abierta. Accedió al gran vestíbulo con todas esas esculturas silenciosas y comenzó a mirar en todas direcciones, sintiéndose presa del pánico una vez más. Los músculos estaban al rojo vivo y daba vueltas sobre sí misma tratando de tomar una decisión. ¿Por dónde demonios tendría que empezar a mirar? Todo eso era enorme, y Dorian no le había dicho nada respecto a su posición. Iba a tardar demasiado buscando en todas esas habitaciones.
Escuchó unos ruidos de fondo y aguzó el oído. No se escuchaba nada, salvo a excepción de los aparatos electrónicos. Prestó más atención y esta vez lo oyó con claridad. Un minúsculo ruido proveniente de la parte derecha.
—¡Dorian!
La fuerza en sus piernas se incrementó. Atravesó a toda velocidad la puerta y el pequeño pasillo que conducía al salón. La oscuridad que se colaba por los ventanales apenas dejaba vislumbrar nada. Paró en seco y el corazón se le encogió, incapaz de comprender lo que veía. Y nada era lo que había allí. Todo estaba en perfecto estado, como la primera y última vez que estuvo. El sofá, los sillones… Nada había cambiado, y tampoco había nadie; ni médicos, ni ambulancia… ni siquiera él. ¿Dónde demonios estaba?
Cuando quiso darse cuenta ya estaba allí. Una silueta contorneada, salpicada del negro exterior de la calle, estaba de pie al fondo del gran salón, moviéndose con pasos progresivamente más lentos, hasta que quedó a una distancia de más o menos cuatro metros.
El alma se le calló a los pies. Experimentó una oleada de calma al verle así, pero también comprendió súbitamente lo que había ocurrido en realidad, y había sido tan estúpida que había decidido participar en el juego. Si hubiera hecho lo que tenía que hacer, ella ya no estaría allí. Pero lo estaba, contemplando el cuerpo perfectamente sano de Dorian, que se alzaba en toda su envergadura con expresión nerviosa, pero definitivamente sereno.
—Angy —susurró, con su voz normal, nada que ver con el tono de la conversación telefónica—. Creí que no vendrías.
Las manos comenzaron a temblarle y los ojos verdes se le llenaron de lágrimas. Quería despertar de esa pesadilla, pero ya no tenía remedio. La única culpable era ella misma por haberse dejado atrapar otra vez; ésta era la peor de todas.
—Me has mentido… —dijo en un doloroso susurro—. Ha sido una encerrona.
Dorian se acercó un poco más; su cara reflejaba la tensión.
—Deja que te lo explique.
Angy se cubrió la boca con las manos y derramó las lágrimas estrepitosamente. Los involuntarios sollozos se le escapaban de la garganta a pesar de sus esfuerzos para ahuyentarlos. Se sentía la mujer más ingenua, un títere, una marioneta en manos equivocadas.
—¡Cómo has podido! —chilló—. ¡Creí que estabas en peligro!
Dorian se acercó de nuevo pero esta vez ella se alejó dos pasos. Su cara reflejaba una furia desbordante. Dos llamas de color verde intenso.
—Lo siento, pero no podía hacer otra cosa —se excusó—. Sabía que no vendrías a no ser que fuera una cuestión urgente.
—¡No sabes lo que has hecho! —explotó—. ¡Tenía que coger un avión y lo he perdido por tu culpa!
—Sé que no tengo perdón, pero tú habrías hecho exactamente lo mismo. No quería perderte por segunda vez.
Angy estaba intentando no desfallecer. Había jugado con ella desde el principio de la llamada. Lo tenía todo planeado y no había sido capaz de darse cuenta hasta el último minuto.
—¿Y de verdad crees que eso justifica lo que has hecho? ¡Joder, estaba preocupada por ti! ¡Estaba muerta de miedo! —Dejó escapar un grito de rabia y se revolvió ansiosamente el pelo con ambas manos—. Estaba a un paso del maldito aeropuerto. Ya tendría que estar volando hacia casa y ahora estoy aquí.
—Tienes que entenderlo. Era la única manera de detenerte…
—No tenías derecho. —Se acercó hasta él y le señaló con el dedo—. No tenías ningún derecho a jugar con mis sentimientos. —Las lágrimas caían sin intención de parar—. Después de lo que pasó en el puente y aún así has tenido la osadía de hacerme creer que tenías problemas.
Dorian tenía los puños apretados al igual que la mandíbula. Estaba aterrado, pero de impotencia. Ya no parecía tan decidido. Un brillo de arrepentimiento parcial colapsaba su mirada.
—Creía que esto ya no podía complicarse más —comentó ella, todavía con la herida muy abierta—. Estaba totalmente equivocada.
—Angy, yo…
—No quiero volver a verte nunca más —sentenció—. A partir de este momento para mí estás… —No pudo terminar de decir la frase porque la palabra era muy desagradable, pero obvia—. Olvídate de mí.
El dolor se vistió con el cuerpo de ese hombre que estaba a poca distancia. Se le desencajó la mandíbula al procesar esas palabras teñidas de veracidad.
—Perdóname —suplicó Dorian, con una voz quebrada—. No debería haberlo hecho pero estaba desesperado.
—¿Desesperado? —repitió ella—. ¿Cómo crees que me siento yo ahora? ¡Has jugado conmigo todo el tiempo! ¿No tienes remordimientos? ¿Cómo tienes valor para mirarme a la cara?
Dorian se acercó a un palmo. Ganaba a la distancia con cada paso dado.
—Lo que tengo es un miedo atroz de perderte. De no volver a saber de ti.
—Si alguna vez existió una mínima posibilidad, aunque fuera minúscula, acaba de desaparecer. Acabas de mandarlo todo al infierno —declaró Angy sin vacilar—. No pensé que fueras capaz de hacer algo así, pero te he subestimado. Nunca dejarás de ser un completo egoísta. Ya no eres el que eras. El hombre que yo conocí jamás habría intentado algo tan descabellado.
Dorian la alcanzó y sujetó su muñeca, ante lo cual ella reaccionó retrocediendo nuevamente.
—Espera…
—Esto no tiene perdón. Lo que has hecho no tiene nombre. Me has mentido para que no me fuera y no te haces idea del daño que me has hecho. —Apretó los puños y se dio la vuelta—. No se puede jugar con una cosa tan seria como la vida y menos después de que hayas estado tan cerca de morir. No me busques más. —Comenzó a andar en dirección al pequeño pasillo.
La oscuridad lo envolvía todo pero más negro era su corazón. Lo tenía hecho añicos, destrozado en mil pedazos, y todavía seguía sin ser capaz de asimilar todo aquello. ¿Cómo había podido inventarse algo así? ¿Cómo tener las agallas para fingir que se encontraba en apuros? Y decir que lo había hecho para no perderla… ¡Era el colmo! Por mucho que le quisiera estaba segura de que ella no habría sido capaz de hacer lo mismo. Es más, había tenido miles de oportunidades y en cada una de ellas se había retirado porque era lo que se tenía que hacer. ¿Y ahora él le daba la estocada final? ¿Y qué tenía en mente? ¿De verdad creía que iban a hablar sin que nada importara? ¿Cómo perdonarle un acto de semejante egoísmo?
Estaba a la altura del vestíbulo cuando sintió que unas fuertes manos agarraban sus hombros. Su cuerpo se tensó y se dio la vuelta, convencida para no dejarse coger.
—¡No me toques, cabrón! —se removió con agilidad pero no fue suficiente—. ¡Suéltame!
Dorian estaba literalmente encima de ella, con sus manos sobre la cintura y elevándola del suelo. Apretaba fuerte pero Angy no estaba dispuesta a ceder. Estaba demasiado enfadada, mucho más que eso, enfurecida.
—Tenemos que hablar —susurró él, con una inconcebible tranquilidad.
—¡No tengo nada que hablar contigo! ¡Ni ahora ni nunca!
—Por favor, dame aunque sea un minuto…
Ángela era todo un conjunto de nudos por aquí y posibilidades sin salida por allá. Se retorcía como una loca sin llegar a volver a contactar con el suelo, pero no se quedaba quieta ni para coger impulso. Consiguió desengancharse de la fuerte mano que agarraba su muñeca y le propinó un moderado puñetazo en el hombro, pero fue como golpear una pared de acero. Dorian ni se inmutó, y decidió dejarla en el suelo pero sin llegar a soltarla.
—Deja que me vaya —suplicó llorosamente Angy, exhausta—. No quiero estar aquí…
—Por favor, Angy —insistió de nuevo él—. No puedo dejar que cojas ese avión.
—Ya te lo he dicho mil veces. Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión y menos después de lo que has hecho. —Sintió el cuerpo volvérsele de gelatina, como un flan. Temblaba—. ¡Déjame!
—He decidido hablar con Nora —manifestó Dorian—. Mañana cuando vuelva, se lo diré. Lo confesaré todo.
El espinazo se le partió metafóricamente en dos. ¿Qué más podía pasar a esas alturas? No podía dejar que lo hiciera, ahora no. Aunque acabara de perder el avión, eso no significaba nada. Iba a desaparecer, era un hecho. Y no volvería nunca más…
—¡No! —exclamó—. No vas a decirle nada. —Volvió a removerse pero seguía aprisionada—. No debe saberlo nunca. Ya hemos superado lo peor.
—No, te equivocas. Lo peor que puedes hacer es abandonarme otra vez. Me vas a romper el corazón y no quiero que lo hagas de nuevo. Y por mucho que lo niegues, sé que sientes exactamente lo mismo que yo.
—¿Y qué pasa con Nora? —gritó—. ¿No te importa lo más mínimo? —Su voz temblaba y apenas lograba salir de la garganta. Era como si hubiera corrido una barbaridad. Y un leve zumbido comenzaba a distinguirse dentro de su cerebro—. ¡Ella no tiene la culpa de nada!
—¡Nosotros tampoco tenemos la culpa de estar enamorados el uno del otro!
Iba a contestarle pero no pudo hacerlo. Una vaga sensación conocida le recorrió cada centímetro de piel. Dejó de sentir las piernas, y esa extraña aunque cálida sensación se le subió hasta la cabeza. La visión se le nubló y se dejó sostener por ese hombre. Sabía lo que pasaría a continuación, pero no podía hacer nada, así que se limitó a dejarse llevar. Un segundo después, el telón cayó.


125


Abrió los ojos. Estaba oscuro. Tenía un leve dolor de cabeza pero por lo demás se encontraba perfectamente, sin embargo no sabía dónde estaba. La luz que le llegaba a las retinas no era suficiente para vislumbrar nada. Intentó moverse pero se dio cuenta que no estaba de pie, si no tumbada. Se incorporó de repente y trató de recordar. Estaba en una cama, pero no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. Se levantó lentamente y respiró con calma.
Y entonces, cuando menos se lo esperaba, lo recordó todo. Un fuerte oleaje de recuerdos recientes impactó contra su magullado cerebro. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Miró el reloj de su muñeca y soltó un leve suspiro de sorpresa. Llevaba dormida unas dos horas. Miró a sus alrededores e intentó pensar con más calma. No se oía ni un mísero ruido, aunque sabía que las probabilidades de que estuviera sola eran más que remotas. Dorian no andaría lejos sabiendo que se había desmayado justo delante de sus ojos. Sentía el cuerpo liberado, pero su conciencia no estaba precisamente tranquila. ¿Cómo había podido caer en la trampa? ¿Había acudido en su ayuda con la esperanza de que fuera mentira? ¿De cierta forma había intuido que nada era cierto y se había dejado convencer porque en el fondo quería verle?
Sacudió repetidamente la cabeza para olvidarse de todo ese torrente de pensamientos molestos. Dio dos pasos y enlazó los dedos alrededor del pomo de la puerta. El corazón le latía estrepitosamente y no sabía si salir. ¿Y si estaba esperando justo al otro lado? Pero tampoco podía quedarse allí. Miró de nuevo la estancia y observó la puerta corrediza. Había estado tan aturdida que no había caído en la cuenta de que se encontraba en la misma habitación de la otra vez, cuando se quedó a dormir allí. Y lo peor de todo, era incapaz de dejar de pensar en Nora. ¿Cómo acabaría todo aquello?
Se sacudió la sequedad de la garganta y la tozudez de los brazos y se preparó para salir. Giró el pomo y muy lentamente desplazó hacia afuera la puerta. Se encontró con más silencio y oscuridad. Sabía que tenía que recorrer unos cuantos metros hasta llegar a la salida, así que no iba a resultar precisamente fácil. Comenzó con una pequeña sucesión de pasos que la llevaron a atravesar el baño y la cocina. Ya comenzaba a orientarse mejor, pero parecían demasiadas puertas y habitaciones; un laberinto. Dejó atrás otra puerta y experimentó una sensación de vértigo. Estaba de nuevo en el salón, y esa figura que la había atraído hasta allí, estaba de pie, reviviendo la escena de antes.
—Por fin has despertado —susurró Dorian—. Me tenías muy preocupado. El tiempo se me ha hecho eterno.
¿Eso era todo lo que tenía que decir? ¿La había engañado con un plan increíblemente cruel y lo único que decía es que lo había pasado mal? ¿Y ella? ¿Acaso no era ella la que se había llevado la peor parte en todos y cada uno de los sentidos?
—¿Por qué no me has llevado al hospital? —entonó, muerta de incomprensión.
—No era necesario.
—¿Cómo estás tan seguro? —Apretó la mandíbula, como si no pudiera llegar a creerlo—. Tú no eres médico.
—No, pero mi vecino sí.
Esa era otra revelación más, una nueva mentira de todo el conjunto desenmascarado anteriormente.
—Vaya, así que su supuesta emergencia también era mentira —sentenció—. ¿Y le has traído para que me examinara?
Dorian asintió lentamente, con un color de piel muy tenue.
—Ha insistido en que no era nada grave. Una bajada de tensión y estrés. Dijo que acabarías despertándote antes o después.
—¿Antes o después? —Angy sacudió la cabeza intentando soportar la ira que consumía sus músculos—. He estado dos horas inconsciente. ¿Y si hubiera sido más grave?
—Entonces él lo habría sabido, Angy. Es médico, para eso le pagan.
—¿Y si se hubiera equivocado? —insistió, corrompida por miles de sentimientos colapsándose en sus terminaciones nerviosas—. ¿Habrías corrido el riesgo de dejarme aquí en lugar de llevarme al hospital? ¿Te habrías quedado mirando sin hacer nada mientras estaba sin sentido?
Esas palabras taladraron la expresión de Dorian. Era como si hubiera envejecido unos cuantos años instantáneamente.
—Cuando te desmayaste me quedé petrificado. Te desplomaste de repente, como la primera vez. Pensé en llamarle de inmediato y por suerte estaba en casa, así que en cuestión de pocos minutos apareció por aquí. —Tragó saliva y por un segundo cerró los ojos—. Te llevé al dormitorio para que descansaras. Te examinó rápidamente y no encontró signos preocupantes. Tras contarle que no era la primera vez que te ocurría, me recomendó que permaneciera alerta hasta que despertaras. Me aseguró que podía llamarle de nuevo si las cosas… empeoraban.
Angy había permanecido en silencio tras ese breve relato pero le costaba un trabajo enorme escuchar. No podía dar un nombre exacto a lo que sentía.
—¿Se suponía que debías permanecer en… alerta? —Se mordió el labio—. Ni siquiera estabas ahí cuando me he despertado. ¿Cómo ibas a poder hacer algo si necesitaba tu ayuda? —Eran palabras de reproche, miedo, ira e impotencia.
—Sabía que mi presencia no te ayudaría. No quería alterarte cuando abrieras los ojos, por eso he permanecido aquí todo el tiempo, vigilándote de vez en cuando.
—Esto es lo más absurdo que me ha ocurrido nunca —protestó—. La única razón por la que he venido hasta aquí era porque pensaba que estabas en peligro y la que se ha desmayado he sido yo. Iba ha marcharme porque la decisión ya estaba tomada y en lugar de hacer lo correcto he cometido el error de arrastrarme a este sitio.
—Esto es lo correcto, Angy. —Dio un paso pero de nuevo se quedó muy quieto—. Sabes que yo hubiera hecho exactamente lo mismo por ti. Sabes que si me hubieras pedido que fuera a por ti, lo habría hecho sin dudar…
—Cállate —murmuró ella—. Si las cosas hubieran sido de ese modo, habrían sido muy distintas. —Se revolvió el pelo ansiosamente con las manos—. Mi último recurso habrías sido tú, pero lo habrías sido de verdad. Te hubiera suplicado que vinieras si realmente hubiera estado… en problemas. —Los ojos se le llenaron otra vez de lágrimas—. Yo jamás te habría hecho pasar por esto, jamás. Nunca se me habría ocurrido inventarme algo así para evitar que te fueras de mi lado. Nunca te habría puesto contra la espada y la pared de este modo. —Se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. ¿Sabes en qué pensaba cuando me dirigía hacia aquí?
—Puedo hacerme una idea.
—No, Dorian. No puedes. —Apretó los puños—. Tú no te viste aquel maldito día en el agua. No te viste inconsciente y pálido. No sabes lo que es ver a alguien que te importa tumbado en la hierba y no oír su respiración. No sabes lo que es creer que todo se ha acabado. No tienes ni idea de nada. —Ahogó un sollozo—. ¡Cuando me llamaste pensé que estabas al límite! ¡Me colgaste a propósito para que creyera que habías perdido el conocimiento! ¿Sabes lo que es eso? ¿Sabes lo que es tener esa sensación de pánico corriéndote por las venas porque crees desesperadamente que no podrás llegar a tiempo?
Él se había quedado sin aliento. Ahora parecía verlo con más claridad; ver la estupidez tan grande que había cometido, ese error imperdonable y loco.
—¿Y cuál era tu plan? —rugió Angy—. ¿Creías que me sentaría a hablar contigo? ¿Creías que podría perdonarte algo así?
—Ya no espero que me perdones, pero sí que entiendas el motivo por el cual lo he hecho.
—Eso no justifica nada. Has jugado conmigo y he sido tan estúpida que te lo he permitido. Si me hubiera parado a pensarlo dos minutos ahora no estaría aquí.
—Pero lo hiciste, porque en el fondo te importo.
—Claro que me importas —sollozó—. Pero eso no significa que no pueda decidir por mí misma. Tenía que marcharme, y hacer que viniera no iba a solucionar nada.
—Cuando me dejaste la primera vez yo no pude intervenir —comentó—. No me tuviste en cuenta para decidir sobre nuestra vida en común. Ahora pensabas hacer lo mismo al marcharte de nuevo.
—Eso es porque ahora las cosas son muy distintas —alegó Angy, intentando no tambalearse—. Estás casado y yo no tengo derecho a entrometerme en tu vida porque perdí ese derecho al marcharme.
—No, no lo has perdido. Ni ahora ni nunca. Siempre has estado conmigo, de una forma o de otra…
—¡No!
—Sí, Angy. Lo sabes tan bien como yo. No habrías venido si realmente hubieras tenido clara tu intención de volver a casa.
—Eso no es cierto. —Apartó la mirada instantáneamente—. Lo tenía claro, era lo que tenía que hacer. Me iba a marchar pero en el último momento me engañaste. En esos segundos no podía pensar con claridad. Creí que era una trampa, pero no podía irme teniendo la maldita duda en la cabeza. No podía dejarte sabiendo que existía una mínima posibilidad de que fuera cierto.
—Pero ahora ya sabes que no lo es.
—Y me alegro, porque no sé qué hubiera pasado si te hubiera encontrado tirado en el suelo. Pero… detesto que me hayas engañado así.
—Ya te lo he dicho. Era la única manera de que no te fueras.
—Y yo te he dicho que voy a marcharme de todos modos. Puede que no hoy, pero lo antes posible. No ha servido para nada más que retasar lo inevitable.
Dorian agachó la cabeza y al levantarla parecía que estaba consumiéndose.
—Pero sabes por qué lo he hecho —murmuró—. Tú misma me lo dijiste. Siempre he sabido que no habías dejado de quererme y cuando lo escuché de tus propios labios sabía que tenía que intentarlo con todas mis fuerzas.
—No mientas.
—No lo hago, ya sabes de lo que te estoy hablando.
—Insistes una y otra vez pero te olvidas de otra parte imprescindible de tu vida. Y se llama Nora.
—Sí, pero ella no estaba allí.
—Eso no importa.
—Sí que importa, Angy. —Se acercó con cuidado y esta vez se quedaron uno junto al otro sin oponer resistencia—. He cometido muchos errores pero esto no es uno de ellos, porque tú me salvaste la vida. Me dijiste que me querías.
—Eso era totalmente diferente.
—¿Por qué?
—¡Porque creí que te había perdido! —exclamó, dando un paso atrás y llevándose las manos a la cabeza, con el rostro desencajado por el dolor tan solo al recordar—. ¡Por eso era diferente! Pensé que no volverías a abrir los ojos. No te movías, no reaccionabas. —Suspiró sonoramente—. Cuando volviste a reaccionar me sentí… aliviada. Nada más que pensaba en lo que veía, y por fin estabas a salvo.
—Y por eso me dijiste la verdad.
—Sí —admitió—. Te dije lo que sentía pero eso no cambia nada. Me alegro de que estés a salvo, y me alegro de que hayas vuelto a casa con ella.
—No, no te alegras. Deja de intentar convencerme.
—No lo hago por ti, Dorian. —Bajó la mirada lentamente—. Lo hago por mí. Para convencerme a mí misma de que realmente no puedo hacer nada para recuperarte.
—Angy…
Ella le ignoró; se alejó varios pasos y se dio la vuelta, camino al pasillo que comunicaba el salón con el vestíbulo. Lo atravesó con gran ritmo mientras las densas lágrimas resbalaban por las mejillas pálidas. Sentía una gran punzada en el pecho, y no podía respirar. Era como si una fuerza implacable presionara sobre sus pulmones.
—¡Espera!
Ella no hizo caso a la súplica de Dorian. Siguió andando sobre el suelo de ese vestíbulo adornado con cuadros y estatuas silenciosas y consiguió llegar a la puerta principal. Se mentalizó para hacer un último esfuerzo y abrió. Salió al aire fresco de la noche, que parecía darle la bienvenida. Una fina lluvia caía, empapando progresivamente su ropa, pero no importaba. Ya no tenía obstáculos por delante porque la verja estaba abierta, así que parecía que tenía el camino libre.
—¡Angy! —Esta vez consiguió alcanzarla, haciendo que se detuviera de golpe, sujetando firmemente el brazo—. Espera.
—No —decía una y otra vez, intentando soltarse—. Ya he esperado suficiente.
Los ojos de ese hombre pedían clemencia. No estaba acostumbrada a verle así. Ni siquiera cuando hablaron en el bosque; ahora su antiguo novio estaba totalmente cambiado, y para peor. Definitiva y emocionalmente peor.
—Por favor, Angy…
—¿Qué? —lanzó al aire, provocando que su voz retumbara en las afueras, a pesar de que no había nadie por la calle a esas horas.
—Tienes que entenderme.
—No, entiéndeme tú a mí —rugió—. No soporto verte cerca de ella.
—Lo sé, y lo siento. Quiero cambiar eso.
—No vas a hacer nada. —Sus ojos habían dejado bruscamente de llorar, quizás porque se habían quedado sin lágrimas que derramar—. Deja que me vaya.
—No puedo…
Ahora estaban más cerca que nunca, cuerpo a cuerpo, mirándose a los ojos y sin llegar a soltarse, porque Dorian mantenía su mano aferrada alrededor del brazo de Angy. Se inclinó lentamente y posó su frente sobre la de ella, respirando entrecortadamente y dejando mostrar sus sentimientos a través de unas lágrimas que hacía tiempo que no dejaba salir. Ella podía sentir su respiración, su corazón agitado a través de la ropa, las palpitaciones, el miedo, la indecisión, la rotunda necedad de enfrentar la realidad.
—Dorian, por favor... —Su interior se estaba rompiendo al igual que su fortaleza para seguir rechazándole—. Es mejor que me vaya. No quiero hacer nada de lo que tenga que arrepentirme.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, mientras la soltaba lentamente—. ¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Cómo sabes que te arrepentirás? —Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. De lo único que me arrepiento es de no haberme atrevido antes.
Angy se desplazó hacia atrás y le miró directamente a los ojos.
—Y yo me arrepiento de que no lo intentes. De que no intentes conservar tu matrimonio.
Dorian frunció el ceño con sequedad. Sus ojos simplemente ardían.
—¿Crees que no lo he hecho? —gimoteó—. ¿De verdad crees que no lo he intentado con todas mis fuerzas?
—No tanto como deberías.
—Te equivocas. He intentado seguir con esto pero hace mucho que se me fue de las manos. No puedo seguir engañándome a mí mismo, y tampoco puedo engañar a Nora durante más tiempo.
—Debes hacerlo. Gracias a esa mentira ella es la única que está feliz.
—Pero su felicidad está construida a base de mentiras. No es real.
—¿Y qué lo es?
—Lo nuestro.
—No, Dorian. No hay nada nuestro. Lo hubo, eso es cierto, pero ya no. —Sacudió la cabeza—. Es que no se trata solo de ti. Tienes que pensar en mi hermana.
—Por eso estoy haciendo esto, porque no se merece que la engañemos.
—No la hemos engañado —apuntó Angy, desesperadamente por creer sus propias palabras.
—¿Y cuánto tiempo tardaremos en hacerlo?
—No lo haremos porque voy a irme.
—¿Y eso qué solucionará?
—¡Todo! —exclamó de repente—. Lo solucionará todo, Dorian. No tendremos que vernos ni destrozarnos mutuamente, ¿es que no lo entiendes?
—Lo único que entiendo es que casarme fue lo peor que pude hacer.
—Por Dios, no digas eso. Ella te quiere a ti.
—Pero yo a ella no. Y no me servirá de nada estar con ella mientras piense en ti.
Angy estaba a punto de colapsarse. Jamás había sentido tanta presión en cada centímetro de piel. Quería despertar y encontrarse en su cama, pero era pedir demasiado. Las circunstancias habían logrado que estuviera allí, y si no hubiera titubeado, estaría en un avión, pero no. No podía desaparecer sin más. Él era su último obstáculo, y era el más difícil de todos.
—Te quiero. —La voz de Dorian resonó en todas partes, como si hubiese esperado una eternidad para decirlo.
—No…
—Te quiero como nunca he querido a nadie —continuó diciendo, mientras volvía a dar un paso para situarse justo delante—. Te quiero por todo lo que me hiciste sentir durante tanto tiempo, pero sobre todo te quiero porque fui mejor persona a tu lado, y nadie volverá a hacerme sentir algo semejante. Ni siquiera ella —añadió.
Ya no disponía de fuerzas mínimas para llorar. Sus ojos verdes se habían marchitado, porque odiaba verle de aquella forma, roto por dentro y por fuera. En realidad era la primera vez que tenía que lidiar con eso, porque la vez anterior simplemente se marchó, ahorrándose los peores detalles y desapareciendo para siempre. Ahora no tenía más remedio que afrontarlo; le estaba dejando, aunque eso era lo último que deseaba hacer.
—Quiero que te quedes. —imploró una vez más, con la voz resquebrajándosele en la garganta—. Necesito que te quedes.
—No puedo…
Él se acercó y le dio un beso en la frente, sollozando.
—Angy —susurró—, quédate.
—Tengo que irme. Es por el bien de los dos.
Dorian negaba con la cabeza, como si le fuera la vida en ello.
—Dices que necesitas olvidarme pero no es lo que quieres realmente. No quiero que lo hagas y tampoco tienes fuerzas para hacerlo. Estás nadando a contracorriente.
—Pero tengo que hacerlo —susurró Angy, enfadándose con todo el mundo, sobre todo con ella misma al no atreverse a hacer lo que de verdad quería—. No podemos permanecer tan próximos. Es demasiado peligroso porque no lo soporto más. No puedo ver cómo te toca o cómo te besa. No puedo soportar que ella sea la que pasa contigo día y noche. —Cerró los ojos y apretó los párpados con fuerza—. No tengo más opción. Es frustrante sentirme incompleta todo el tiempo. Tengo que olvidarte. Olvidar todo lo que nos unió. —Tragó saliva—. Olvidar lo… nuestro.
—¿Podrías hacerlo?
—No lo sé —susurró—. Pero si me quedo no podré saberlo nunca.
—Pues no te vayas. No es lo que quieres.
—Es que no se trata de lo que yo quiero o de lo que tú quieres —recordó—. Se trata de lo que mi hermana necesita. Y te necesita a ti.
Dorian se estremeció violentamente.
—¿Y tú? ¿Qué es lo que necesitas?
—Olvidarte —dijo con un hilo de voz—. Olvidarte para tratar de seguir con mi vida.
Esas palabras fueron un detonante silencioso, bloqueando la mirada de ese hombre tan alto, que ahora se revolvía para no acabar cayendo de rodillas, con los ojos cada vez más inundados.
—Entonces olvídame —acabó por decir.
Angy estudió su mirada. Estaba desesperada y confundida por lo trágico de la situación.
—Como si fuera tan fácil...
—No he dicho que lo sea, pero acabas de mencionarlo hace un segundo. —Su rostro se encendió de la impotencia por no poder hacer nada—. Vas a largarte para olvidarme. —Miró hacia el cielo—. Pues hazlo de una vez.
—No lo digas de esa forma.
Dorian volvió a mirarla como si no llegara a comprender, como si le estuviera pidiendo una locura.
—¿Y cómo demonios quieres que lo diga? ¡No puedo sonreír sabiendo que vas a irte por segunda vez!
—No te pido que sonrías, pero entiende por qué lo hago.
—Joder, Angy. Deja de pensar en los demás y preocúpate por ti.
—Eso hago.
—No.
—Es mi única hermana, Dorian. Yo jamás podría hacerle esto. No tiene la culpa y es inocente. Me preocupo por ella como siempre he hecho. Se lo debo por haber confiado en mí.
Dorian removió los pies, mientras comenzaba a tiritar por la brisa. Ya estaba completamente empapado debido a la lluvia. El agua del cielo se mezclaba irremediablemente con la de sus ojos.
—Si fueras valiente afrontarías la situación —gruñó.
—¿Qué?
—Ya me has oído, Angy. Si tuvieras valor te quedarías.
—¿Para qué? ¿Para seguir sufriendo viendo algo que no quiero ver?
—Arriésgalo todo. —Tragó saliva y por un segundo pareció tenerlo todo bajo control—. Si quieres olvidarme, de acuerdo, hazlo. No puedo obligarte a que no lo hagas, pero sé valiente. Olvídame permaneciendo aquí. Olvídate de quién soy sin necesidad de huir.
En ese instante Angy no pudo retener por más tiempo su canal interno de emociones, simplemente dejó que se desbordara. Las lágrimas volvieron a salir inesperadamente de sus ojos a borbotones y los sollozos a trompicones a través de su dolorida garganta.
—¿Cómo? —exclamó—. Dime cómo pretendes que te arranque de la piel cuando estás metido tan adentro que ni siquiera puedo saber dónde estás. Dime cómo puedo dejar de pensar en ti si intento desesperadamente imaginarte conmigo cuando sé de sobra que no debería hacerlo. Dime cómo se supone que debo olvidarte si nunca me he atrevido a dar el paso de convertirte en un simple recuerdo. Dime cómo puedo volver a ser yo misma sin necesitarte tanto. Dime cómo se supone que debo actuar cuando te veo junto a ella y me muero del dolor porque sabes tan bien como yo que nunca he dejado de quererte. —Sintió como el corazón se le partía en mil pedazos, los pies dejaban de tocar el suelo y su alma se desvanecía—. Dime cómo debo comportarme para no echarlo todo a perder y confesarte delante de todo el mundo que para mí siempre serás el amor de mi vida.
El tiempo se quedó petrificado en su urna de cristal y las piezas definitivamente no encajaban. Ese hombre de mirada turbia se desintegró por momentos. Su boca se abrió pero no pudo decir nada. Se había quedado literalmente sin aliento. Sus ojos estaban abiertos como platos, y la tensión había desaparecido por un breve intervalo.
—Si me quedo, nunca seré feliz, Dorian. Me conformaré con saber que estás bien, recordando que lo nuestro en algún momento existió, y haré lo que tenga que hacer por alejarme todo lo posible para que así no sea tan evidente este dolor que me está matando. —Apretó los puños desmesuradamente—. Porque estás tan cerca y a la vez tan lejos que voy a volverme loca. Y no digo que marcharme sea la solución definitiva porque el dolor no desaparecerá. Pero al menos si me voy y no vuelvo a verte no me torturaré tanto pensando en lo estúpida que fui al abandonarte. —Se enjugó las lágrimas que se confundían con las gotitas de lluvia—. Y me detesto a mí misma por haberme dado cuenta demasiado tarde, al saber que te había perdido definitivamente porque no puedo luchar contra esto. Nunca tendría que haberme ido, nunca tendría que haber antepuesto mi trabajo a ti, pero ya no puedo volver atrás. Dios sabe la de veces que he deseado dar marcha atrás pero lamentablemente ese fue el mayor error de mi vida. Y debo pagar por ello. Yo y no mi hermana. —Comenzó a caminar dándole la espalda, en dirección a la salida—. Es inútil decir que no te pensaré; probablemente será la única cosa valiosa que haga durante el resto de mi vida.
La lluvia caía con más intensidad. No había ni un alma por allí, a excepción de ellos dos. Esa empequeñecida figura femenina se alejaba con pasos lentos, desgarradores, alargando esos pocos segundos de sufrimiento para decirse el adiós definitivo. Y tenía partido en dos el corazón, la mente y el cuerpo. Ahora sabía la definición perfecta de tortura. Se estaba alejando de la persona por la que había sido capaz de todo sabiendo que no volverían a verse. Y lo peor de todo es que no dejaba de repetirse mentalmente lo mucho que le amaba.
—Todavía no me he rendido, Angy. —La inesperada voz de Dorian rasgó el silencio de la noche, como un lamento taciturno—. Nunca he renunciado a la felicidad; nunca dejé de buscarla a pesar de saber que la única mujer que podía dármela desapareció. Pero ahora he vuelto a encontrar la pieza indispensable que da sentido a mi vida. —Caminó unos pasos para que sus últimas palabras quedasen grabadas en algún rincón de la memoria—. Y lo sé porque la tengo justo delante de mí.
Todo en lo que había creído alguna vez se marchó; todo lo que había defendido con uñas y dientes se escapó de entre sus dedos. Y algo dentro de ella se rompió; quizás fuera su hasta entonces inquebrantable indecisión, pero la venda se le calló definitivamente de los ojos. Ya no podía mantenerse a un lado. Era su propia vida, su propia historia. Se paró en seco y por primera vez se armó de valor para hacerse la cantidad infinita de preguntas que tanto temía responder: ¿Quería irse? ¿Quería alejarse de lo único que le importaba en el mundo? ¿Quería romperle el corazón por segunda vez? ¿Quería esconderse tras excusas vacías antes que admitir sus sentimientos? ¿Quería arrepentirse por aquello y vivir con la conciencia intranquila? ¿Quería despertarse cada día pensando en lo que podría haber sido? Y la respuesta a todas ellas era clara: no, no y mil veces no. No era eso lo que quería. Nunca lo quiso y nunca lo querría.
Se dio la vuelta y volvió a contemplarle en silencio. La lluvia les mojaba por igual, y recordó que el tren pasa una sola vez. ¿Estaba dispuesta a perderlo? No, porque estaba profundamente enamorada de ese hombre y siempre lo estaría. Era algo suyo, carne de su carne; el mejor compañero de vida, la persona adecuada con la que despertar, con la que poder compartir absolutamente todo. Si se iba, tendría que ser para siempre, y al pensarlo se le rompía el alma. Pensaba en Nora pero también pensaba en sí misma, en su felicidad. Nunca sería capaz de encontrar a otro hombre que fuera como él, nunca se permitiría volver a sentir nada parecido porque al fin y al cabo nunca dejaría de imaginarse su cara, sus manos, sus palabras… Jamás volvería a ser la misma de antes por sí sola. Le necesitaba a su lado, y no podría serlo de otro modo que de su mano.
Y por primera vez, sin necesidad de mentiras, lo supo en silencio, mientras le miraba como solía hacer. Expectantes el uno con el otro, esperando atreverse a dar el paso definitivo porque era lo que más deseaban en ese momento. No quería dejarle, a decir verdad, no quería volver a hacerlo nunca más. Quería remendar su error, y sólo podría hacerlo si se quedaba. Por eso hizo a un lado todo el dolor que destrozaba sus entrañas y reaccionó. Comenzó a deshacer sus pasos decididamente y volvió a la entrada donde él se hallaba, mientras se sentía afortunada y desdichada a partes iguales. Y después de años de ausencia, volvió a encontrarle. Se acercó en un suspiro y volvió a respirar cuando le besó.


126


No sabía que podía sentirse tan viva al contacto con sus labios. Había olvidado lo que era tenerle así de cerca, demostrándole todo sin necesidad de palabras, sin necesidad de abrir los ojos. Le besaba una y otra vez, en silencio, mientras la lluvia seguía empapando sus ropas. Ya era imposible alejarse, una fuerza descomunal la invitaba a quedarse con él, a no irse a ninguna parte, a compartir todos esos segundos perdidos, a devolverse todos los besos que no pudieron darse. Dorian correspondía con dulzura y decisión a partes iguales, como si no pudiera creerse lo que estaba ocurriendo, porque después de insistir un millón de veces, por fin volvía a tener esa pieza imprescindible y suficiente para ser feliz, porque no necesitaba nada más que esos ojos verdes para sonreír todo el tiempo.
Se olvidaron de lo que hasta ese momento había sido importante; los segundos dejaron de contar y decidieron retomar su historia tal y como la dejaron, muriéndose el uno por el otro, sabiendo mejor que nunca que lo suyo nunca acabó del todo, al contrario, ahora renacía de sus cenizas con una vitalidad imparable.
Las lágrimas caían de sus mejillas pero no tenía intención de apartarlas, pues su único deseo era estar en contacto con ese hombre maravilloso, abrazarle, acariciarle, admirarle, decirle todas esas cosas que por miedo no fue capaz de confesar. Y se estaba deshaciendo por dentro porque sabía que estaba mal, sabía que tendría que rendir cuentas, pero por otro lado se sentía satisfecha consigo misma, porque había sido capaz de atravesar esa barrera infranqueable para conseguir lo que siempre había estado al alcance de la mano. Porque el sentimiento que rugía en su pecho era lo más maravilloso del mundo; creía que volaba, porque Dorian era su soporte, sus alas, y sabía que nunca la dejaría caer.
Y en un minúsculo rincón de su confundida mente se alegraba de haber caído en la trampa de Dorian, de haber sido débil ante sus palabras, de no haber sido capaz de luchar contra sus instintos... Y ahora estaba allí, volviendo a vivir una locura que jamás hubiera imaginado, porque había jurado apartarse y en la última décima de segundo acababa de saltarse las reglas que ella misma se impuso para volver a ser capaz de soñar. Y no creía que fuera cierto, pero lo era, y por eso osaba sentirse afortunada, porque a fin de cuentas Nora era inocente, pero ella también lo era. ¿Quién no cometía errores? El suyo había sido catastrófico, pero eso no significaba que no tuviera arreglo, al contrario, estaba sanando las heridas con cada beso y cada susurro, y aunque conocía la verdad, la noche se le antojaba un oasis en mitad del desierto, porque después de tantas y tantas amanecidas llorando sin que nadie pudiera consolarla, la historia había dado un giro brusco e inesperado, pero anhelado hasta límites insospechados. Enzarzados tiernamente el uno con el otro, enredados entre abrazos, dejaron atrás la entrada y se perdieron en la oscuridad de aquella inmensa casa, que sería testigo de una auténtica historia de amor sin que nadie pudiera impedirlo, porque ya habían esperado demasiado, pero de entre todo ese caos insostenible, una cosa estaba clara: lo suyo nunca había dejado de existir.
El cuerpo de Ángela temblaba vertiginosamente mientras comenzaba a desvestirse. Las manos de Dorian tocaban cada centímetro de su piel y se extasiaba con lo que le embargaba el cerebro. Hacía que se sintiera especial, una mujer deseada, preciosa y útil. Nada comparado a aquella noche estúpida que compartió con ese hombre desconocido del bar. Eso había sido uno de los muchos errores que había que añadir a la lista, y aunque su encuentro inevitable con Dorian también lo era, no estaba sin embargo delimitado por los mismos patrones, si no por unos puramente sinceros, porque no tenía necesidad de actuar, ya no. Era ella misma la que estaba allí, era la misma joven que comenzó con él con apenas veinte años. Y no existía mayor recompensa en el mundo que encontrarse perdida en sus brazos, en su aroma.
Dorian admiraba el cuerpo de Angy, ocultando débilmente su preocupación por el contorno ferviente de las costillas, sabiendo que había sido el responsable de su situación. Angy, que había leído sus pensamientos en una milésima de segundo, sacudió lentamente la cabeza mientras le abrazaba, para tratar de quitarle importancia, porque era capaz de perdonarle absolutamente todo, porque estar enamorada era una maldición, pero también constituía una poderosa droga a la que por nada del mundo estaba dispuesta a renunciar de nuevo no, definitivamente no.
No sentía frío; el calor de los besos aumentaba en intensidad y ni un elaborado discurso de mil palabras podría describir con precisión lo que ocurría, porque se estaban dejando llevar por la corriente, y esta vez ella era capaz de pensar en sí misma, en su bienestar, en lo que necesitaba, en lo que quería... y era él.
No pudo evitar pensar en la de veces que Dorian habría estado con su hermana. Por imaginárselo se le quemaban las entrañas, pero a ciencia cierta conocía de buena tinta que no era lo mismo, porque Nora nunca sería capaz de entregarle lo que ella sí podía ofrecerle, una corriente eléctrica de sensaciones y emociones reprimidas. Se veía como una presa desbordada, porque no había podido cumplir su promesa y se bombardeaba mentalmente con remordimientos poco sutiles, pero no podía parar. Era demasiado tarde; la bomba había explotado y no quería apartarse. Sabía lo que opinaría el resto del mundo, sobre todo Evan, pero saber que había estado literalmente a punto de perderle suponía un incentivo más para esconderse entre sus dedos, y hacerle saber que nunca había dejado de echarle de menos, porque siempre había sido su verdadero amor; el único, pero el necesario para no sentir la necesidad frustrante de buscar en brazos ajenos lo que desde el comienzo supo encontrar en los suyos.
Él no dejaba que Angy tocara el suelo, la mantenía elevada entre sus brazos, mientras se perdía entre lo que sentía, y por una vez no tenía que fingir, porque era ella la que conseguía disipar todo atisbo de duda. Las sábanas envolvieron sus cuerpos unidos, fundiéndose con la piel y siendo testigos mudos. La oscuridad se cernía sobre ellos, pero no hacía falta ninguna luz. A la mañana siguiente todo volvería a la normalidad, a la fría y cruda realidad, pero por ese breve espacio de tiempo, merecía la pena arriesgarlo todo, y lo sabían. Nadie sería capaz de entenderlo nunca, pero con sus testimonios era suficiente; un amor loco que no había dejado de latir en ambos corazones a pesar de estar separados por miles de kilómetros. Y habían vuelto a reunirse. Quizás no fuera cosa del destino, si no simplemente puro azar, pero la suerte se había aliado con los sentimientos, y por esta vez cedió a la verdad; no a esa verdad escondida entre secretos, si no a la verdad más real de todas: se amaban.
La mirada de esos ojos verdes desprendía algo muy superior a felicidad, eran incandescentes, vibraban y respiraban sin dificultad. Había estado ciega durante tanto tiempo y ya no era momento de lamentaciones, si no de recuperar lo que era suyo. Un disparate, una locura tal vez, pero ya había pasado demasiado entre las sombras, sabiendo que ser razonable y justa no había hecho más que hacerle la vida imposible.
Se atrevieron a ir más allá, creyendo que nada había cambiado, confiando en que pudieran sostenerse sobre una cuerda muy fina. Sintiéndose cómplices, comprendieron de una vez por todas que no podían estar separados.


127


Abrió los ojos y una tenue luz alcanzaba las sábanas, dando a la habitación una claridad impecable, transparente y limpia. Estaba medio adormilada y el cuerpo parecía no querer responder, sumido entre esa tela suave y relajante. Lo que vio le paralizó el corazón, pero de pura alegría. Era la primera vez que despertaba al lado de alguien —sin contar con el tipo de la americana azul— y realmente se encontraba cómoda, sin querer marcharse atropelladamente. La visión no podía ser más… utópica: Dorian descansaba justo a su lado, con su cara pegada a la de ella, respirando el mismo aire, con el rostro relajado, profundamente dormido. Era como ver dormir plácidamente a un indefenso niño, tan puro y tan inocente...
Desde luego esa habría sido una mañana espléndida, con un despertar deliciosamente dulce en algún sitio inventado, en un mundo paralelo, pero no en la vida real, no en la suya propia. Acaba de caer en la cuenta a pesar de saberlo desde el primer momento, y no podía huir, pero tenía un nudo en el estómago. ¿Cómo podía sentirse tan bien y a la vez tan increíble y desastrosamente mal?
Aunque no estaba premeditado, sus ojos volaron directamente hacia la mano derecha de él, clavando la mirada en la brillante alianza, recordándoles nuevamente que las reglas establecidas habían sido vapuleadas, trasformadas, maltratadas, ignoradas, incumplidas…
Dorian se había despertado segundos después, y estaba contemplándola en silencio.
—Buenos días —susurró.
Ella no contestó. Apartó la vista y la escondió en algún otro rincón de las sábanas. Comenzó a llorar en silencio, sufriendo por el mal que ya no tenía remedio. Dorian se movió ligeramente para buscar la cara de Angy, parcialmente escondida.
—¿Te arrepientes?
Esa frágil mujer se incorporó lentamente, soltando un sollozo de impotencia, resignación, culpa y caos.
—No me preguntes eso. —Encogió las piernas, rodeándolas con los brazos y apoyando la barbilla en las rodillas—. No puedo… contestar a esa pregunta. —Él se inclinó para abrazarla—. No puedo creer que…
—Ahora no importa, Angy. —Sus ojos color avellana se llenaron de dulzura—. Ha sido… la mejor noche de toda mi vida.
—También lo ha sido para mí, pero está mal. Está muy mal… —Se llevó las manos a la cabeza—. Ha sido una locura.
—¿Sabes qué? —La cogió inesperadamente entre sus brazos y la atrajo hacia él, sobre su regazo, mientras la tapaba cariñosamente con las sábanas—. Yo no me arrepiento en absoluto. Era lo que deseaba hacer desde hace mucho tiempo, porque eres la única que puede hacerme feliz. —Le apartó el pelo de la cara y besó su frente—. Sé que es difícil de entender, pero esto es lo correcto.
Angy le miraba asombrada, aterrada.
—¿Lo correcto? —repitió, alarmada—. ¿Cómo puedes decir eso?
—Porque es exactamente lo que siento —contestó son inmutarse—. Y tú también.
La mujer de ojos verdes soltó un sollozo y hundió la cara en el cuello de Dorian, abrazándole muy fuerte, queriendo desaparecer indefinidamente, pero esa no era la solución.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —dejó escapar.
—No lo sé, pero ahora no puedes irte.
—No digas eso…
—Lo digo totalmente en serio, Angy. —Agudizó la mirada—. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, y si te vas…
—¿Qué?
—Me iré contigo.
El espinazo sintió un intenso escalofrío y su corazón latió más rápido. ¿Había oído bien? ¿Se iría con ella? ¿Lo dejaría todo si se lo pidiera?
—No.
—Sí, y no dudaría en hacerlo. Sé todo el daño que le haría a Nora, pero ahora mejor que nunca sé lo que siento, y lo que ha pasado entre nosotros ha terminado definitivamente por convencerme. —La besó en la nariz como solía hacer años atrás—. Eres el amor de mi vida, y te quiero.
¿Cómo no alterarse ante una declaración tan directa y sincera? Imposible.
—Dorian…
—Puede que Nora se cruzara en mi camino. —Tragó saliva—. Puede que por un breve espacio de tiempo consiguiera… ayudarme y seguir hacia delante, pero si no te hubieras ido las cosas nunca habrían cambiado, porque seguiría contigo.
—Escucha, sabes que haría absolutamente todo lo que estuviera en mi mano por revivir ese día y no marcharme, pero me fui, Dorian. Aunque nos duela, esa la verdad.
—Lo sé, pero ahora estás aquí, y esto también es verdad. No puedo mirar hacia otro lado porque no puedo. Esto es lo mejor que puede pasarme. —Besó sus labios delicadamente—. Tú eres lo mejor que ha podido pasarme, y eso no va a cambiar. Ni ahora ni dentro de veinte años. Nunca.
Angy se deshacía ante tantas palabras dignas de ser recordadas. Sentía exactamente lo mismo, como si fuera capaz de leerle el pensamiento. Pero la peor parte recaía sobre ella, y no podía ignorar algo así. Una profunda traición a su propia hermana. ¿Cómo había podido? Vale, era porque le quería infinitamente y no aguantaba más la presión, pero aún así había sido un acto detestable; traicionar a la sangre de su sangre, su única hermana.
—Nora no se merecía esto —Se le quedó mirando llena de pavor—. No se lo merecía…
—Lo sé —admitió—. Y lo siento mucho por ella, lo digo en serio, pero nosotros tampoco nos merecíamos seguir así. Era humillante discutir cada vez que nos veíamos…
—¿Qué otra cosa podíamos hacer? —gimoteó ella—. Mis padres creen que no te soporto y Nora está convencida de que sigo enamorada de alguien que ni siquiera existe.
—Ulises.
—Sí, pero si descubre que eres tú… —Ahogó un suspiro—. Se morirá.
—Venga, Angy —susurró, acunándola—. Cálmate…
—Oh, Dios mío. No puedo. ¿Pero qué es que lo he hecho?
Dorian la besó de nuevo en la cabeza.
—Lo que sentías desde un principio. Has soportado mucho, y lo lamento tanto… —Apretó los puños—. Ha sido por mi culpa. No tendría que haber empezado lo mío con Nora jamás.
—No, Dorian. Tú no tienes la culpa de nada. Si yo no hubiera vuelto a aparecer nada habría cambiado para ti. Si hubiera desaparecido justo después de reconocerte la primera vez que Nora te trajo aquí, no te habría hecho pasar por nada de esto. Hubieras seguido sin problema.
—¿Cómo? —dijo en voz baja—. ¿Cómo podría haber seguido con mi vida normal sabiendo que había vuelto a encontrarte?
Eso era verdad, pensó agónicamente Angy. Antes o después habría terminado enterándose, así que en cierta manera estaban condenados a entenderse, a confiar que el destino había insistido en unirles otra vez.
—Estuve dos años haciendo hasta lo imposible para que no me encontraras, asegurándome de todas las formas posibles para no volver a verte. —Lloró otra vez—. Creí que me estaba volviendo loca pero por fin creía que lo había conseguido. —Se mordió el labio con fuerza—. Hay una cantidad inmensa de hombres diseminados por todo el mundo, y cuando vuelvo a mi antiguo hogar para conocer al prometido de mi hermana, me doy cuenta que es el mismo hombre al que destrocé. Es… lo peor que podía pasarme.
Dorian frunció el ceño, dolido.
—¿Eso es lo que sientes?
—Por favor, no me malinterpretes. Ya sabes lo que quiero decir. He pasado por muchas cosas, y créeme que dejarte fue la peor de todas, pero…
—¿Qué?
—Verte con ella durante todo este tiempo… No sé cómo he podido soportarlo. Es la peor tortura que he tenido que sufrir. Nada puede compararse a eso, porque en el fondo me moría por ser ella.
Él la abrazó de nuevo con más fuerza, como si así pudiera hacer desaparecer todo lo malo.
—No es ningún consuelo, pero te aseguro que yo también lo he pasado mal. Mucho más que eso, peor. —Carraspeó—. Te aseguro que desde el primer momento intenté borrarte de mi cabeza porque tu hermana es un ángel. En cierta forma me devolvió a la vida, pero cada vez que volvía a verte, todo volvía a desplomarse. Puede que si mi mujer hubiera sido otra persona, habría tirado definitivamente la toalla en todo lo que tenía que ver contigo, pero sabiendo que estabas tan cerca, me era imposible olvidarte. —Tomó una larga bocanada de aire—. Creía que estaba seguro de lo que hacía hasta que vi tu foto. Fue como si un rayo hubiera impactado sobre mi cuerpo. Jamás me había sentido tan confundido.
—Cuando te vi desde la ventana de mi habitación creía que no podía ser cierto. Una broma pesada o algo así. Mi instinto me decía que tenía que huir. —Le acarició la cara—. ¿Qué crees que habría pasado si hubiéramos vuelto a vernos cara a cara de esa forma después de lo que te hice?
—¿De verdad no lo sabes? —Al no obtener respuesta, suavizó el tono—. Creo que habríamos hecho lo mismo de siempre. Actuar como dos completos desconocidos.
—Sí —admitió Angy—. ¿Qué si no? Está claro que nunca habría podido confesarle delante de todos nosotros la verdad. ¿Cómo?
El silencio llenó la habitación y todas esas palabras que se iban quedando sin aire y sin explicación. El cielo comenzaba a clarear con más intensidad.
—¿Crees que las cosas hubieran sido distintas para nosotros si se lo hubieras contado? ¿Crees que si lo hubiera sabido desde el principio lo habría aceptado?
Ángela negó con la cabeza, totalmente convencida.
—Se habría sentido utilizada. Creería que lo vuestro nada más que habría sido un juego, una estrategia para beneficiarnos a nosotros dos, una tapadera para volver a estar juntos. No lo hubiera perdonado, lo sé. Te habría dejado; Nora no es el tipo de mujer que se conforma con los restos. Quiero decir, no habría tolerado ser la segunda sabiendo que yo aparecí antes. Para ella habría sido como perder. Cuando se obsesiona con cualquier cosa, es una locura. Si sospecha mínimamente de algo, lo investiga hasta el extremo, y si le hubiera dicho que estuve contigo durante años y que te dejé por el trabajo, creo que… ella habría cortado contigo.
—¿No crees que esa opción habría sido la mejor teniendo en cuenta las circunstancias?
—No lo sé. Por un lado sé que debí decírselo cuando tuve la oportunidad, pero tenía tanto miedo… Su reacción habría sido desproporcionada, y además tu hubieras pagado los platos rotos. No habría sido justo que te dejara por mi culpa, porque tú la querías…
Dorian la acunó de nuevo, con los músculos tensos.
—Es cierto, la… quería.
—¿En la misma medida que a mí?
—No hace falta que me preguntes eso. —La levantó con relativa felicidad y la sentó sobre su regazo a horcajadas, acariciando su mejilla y negando con la cabeza—. Sabes que tú siempre serás la única. Siempre.
Angy experimentó una oleada de alivio al oír eso. Lo sabía, pero escucharlo era una melodiosa melodía. Le besó con ganas, deseando alagar el momento hasta la eternidad.
Un sonido incómodo les sobresaltó. Escucharon con atención y lo identificaron. Era el teléfono, sonando con ganas.
—¡No…! —dejó escapar Angy—. ¡Nora!
—No puede ser —comentó Dorian, abrumado—. Es demasiado pronto…
El reloj de la mesilla marcaba las ocho de la mañana. Era pronto, sí, pero quizás se hubieran despistado más de la cuenta.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella, levantándose en una milésima de segundo—. Tengo que irme.
—No, por favor. Quédate.
—¿Qué estás diciendo? ¿Has perdido la cabeza? —Se cubrió con las sábanas pero las soltó al segundo para ponerse la ropa interior—. Tenemos que reaccionar. Tengo que irme. Nora no puede encontrarnos así. No puede saberlo. —Se tapó la boca con la mano—. He perdido mucho tiempo. Debería haberme marchado antes. Puede que esté a punto de llegar. —Se vistió a la velocidad del rayo lo mejor que pudo y se enderezó, mirando todavía Dorian, que permanecía en la cama, sin saber muy bien qué hacer—. Vístete, por favor. Levántate.
—No puedo —confesó él—. Me gustaría quedarme aquí para siempre. Contigo.
Eso era lo que menos necesitaba en aquel momento. No más palabras llenas de emociones. Tenía que largarse atropelladamente. Ahora más que nunca comprendía que el tiempo es oro.
—Para —imploró—. Tienes que levantarte y organizar todo esto, Dorian. Actúa como siempre, como si tuvieras unas ganas inmensas de verla.
—Pero no es así —se limitó a decir él—. Tengo ganas de ti. A la única a la que quiero seguir viendo eres tú.
No se le ocurrió otra cosa. Tenía que hacer algo rápido, y era su única opción. Comprendió que tenía que ser cruel, amarga; sólo así conseguiría hacerle reaccionar.
—Esto no puede volver a repetirse —sentenció con toda la frialdad de la que fue capaz.
Obtuvo el efecto deseado, porque Dorian torció el gesto lleno de pánico y se desplazó hasta el final de la cama.
—No puedes decirme eso —murmuró—. Ahora no. No después de haber pasado la noche juntos.
—Precisamente por eso, Dorian. —Arrugó el ceño, intentando actuar lo mejor que podía, haciendo lo que más odiaba: hacerle daño—. No ha sido… más que otro error. Tú no tienes la culpa, la tengo yo. Debería haberme ido anoche. Eres un hombre casado y por ello tienes que responder ante tu mujer. Yo no tengo nada y por eso tengo que irme. Pero esta vez de verdad.
Él se quedó mirándola con verdadero pavor. Estaba de pie, con los pantalones recién puestos y el pecho moviéndose agitadamente.
—Entonces ya sabes lo que pasará.
—¡No! —chilló Angy—. No va a pasar nada de lo que has dicho. Eres un hombre y tienes que comportarte como tal. Quédate aquí, con Nora.
Dorian se adelantó y la abrazó, pero el contacto apenas duró un par de segundos porque ella se apartó bruscamente.
—No me hagas esto —suplicó él—. No me dejes ahora.
¿Cómo iba a salir de una situación tan dolorosa? Nora estaría condenadamente cerca, aproximándose cada segundo, y en lugar de huir tal y como estaba previsto, volvía a discutir con el hombre con el que acababa de pasar la mejor noche que podía recordar.
—No te estoy dejando porque no he vuelto contigo —soltó sin pensar—. Esto no ha significado nada. —Apartó la mirada—. Al menos no para mí.
Él retrocedió dos pasos y tragó saliva. El rostro estaba desencajado, como si le hubieran propinado una buena paliza. Había palidecido considerablemente.
—Deja de actuar. No te comportes de esa manera, tú no eres así.
—Maldita sea, no estoy actuando, únicamente me limito a decir la verdad aunque no quieras oírla. Esto ha sido una tremenda equivocación, y me duele porque ya no tiene arreglo. He sido una estúpida, y he traicionado a mi hermana.
—Sé que Nora es parte de tu familia, pero si no la traicionabas a ella, me traicionabas a mí —apuntó Dorian—. Y después de lo de anoche creo que ya has tomado una decisión.
Una nueva punzada se le clavó en el vientre. No tenía tiempo ni para llorar. Su mente le decía que hiciera una cosa y su corazón totalmente lo opuesto.
—Desde luego que he elegido, pero no gracias a ti. Mi oferta sigue en pie, no ha cambiado. —Le dio la espalda—. Es la misma de siempre. Quédate con tu matrimonio y deja que me vaya. —Volvió a mirarle a los ojos—. Lo tomas o lo dejas.
—No lo acepto.
—No tienes otra opción —dijo sin ninguna convicción.
—Claro que la tengo. —Se acercó pero mantuvo la distancia apropiada—. Te he dicho que me iría contigo. Me da igual lo que pase, me da igual todo lo que pueda dejar en el camino. No pienso consentir que suceda otra vez. Simplemente no voy a dejar que te vayas sin mí. Si no quieres quedarte y afrontarlo, de acuerdo; pero entonces me voy contigo. Y te aseguro que no es algo que se pueda rebatir.
Sí que se puede, pensó en un suspiro ella. Si tenía las agallas suficientes para hacerle creer que no le importaba tanto como creía, entonces existía una mínima posibilidad de marcharse sola, pero después de lo que había pasado… ¿Cómo decirle sin titubear que no le quería? ¿Cómo ser capaz de decírselo después de que sus actos habían hablado por ella, demostrándole absolutamente todo lo que amaba de él?
—No quiero hacerte daño, pero si sigues con esto no me dejas otra opción.
—Piensa en nosotros, Angy. Te lo pido por favor. Sabes que después de esto es aún más complicado que pueda continuar con Nora como si nada hubiera pasado. Es totalmente imposible. Quiero irme contigo. Tú me quieres, y por eso también deseas que te acompañe, aunque no tengas el valor de admitirlo.
¿Acaso era tan evidente? Claro, mucho más que evidente.
—No pongas en mi boca palabras que ni siquiera he dicho —rugió—. Creo recordar que en ningún momento te he pedido que vengas conmigo. —Él no se inmutó, así que incrementó la hipocresía en su improvisado discurso—. No quiero que lo hagas.
—¿Qué?
—No quiero que vengas. No quiero tenerte cerca de mí, ¿lo entiendes?
Él palideció aún más, si es que eso era posible. Las cuencas de los ojos se le marcaban exageradamente, y se había vuelto de gelatina.
—Eso… no es cierto.
—Claro que lo es —mencionó, apartando la mirada.
—No, no lo es.
—¡Que sí!
—Entonces mírame a la cara —murmuró—. Dime mirándome a los ojos que no me quieres.
¿Había algo peor que soltar una mentira tan inmensa? Era como decir que no respiraba. Pero no tenía otro remedio, tenía que convencerle de que así era.
—No te quiero.
—No te creo.
—No te quiero —repitió—. No te necesito. He estado dos años sin ti y he sobrevivido. Esta vez será lo mismo.
El hombre que estaba frente a ella se hacía añicos a una velocidad insospechada, fracturándose en mil pedazos, indefenso, malherido, sentenciado.
—¿Y qué pasa con lo nuestro? —exclamó, presa de la impotencia—. ¿Qué pasa con todo lo que me has dicho hace tan solo unos minutos? ¿Y lo de anoche?
—Ya te lo he dicho. Fue un error.
Él sacudió la cabeza, como si se resistiera a creerlo.
—Si lo consideraras como tal te habrías marchado antes de que yo me despertara. Te habrías ido antes de que pudiera detenerte.
En eso tenía razón, pero no podía dársela; admitir que estaba en lo cierto era perder un punto a su favor.
—Eso no tiene nada que ver.
—Por supuesto que tiene que ver. —Se adelantó y en lugar de tocarla, se quedó muy quieto, justo a un palmo—. Los dos rompimos las reglas, pero tú fuiste la que dio el primer paso. —Acarició una de sus mejillas—. Volviste conmigo y… me besaste.
—Pues me arrepiento de haberlo hecho —susurró ella, con el cuerpo magullado emocionalmente.
—No puedes engañarme, Angy. Por una vez te dejaste llevar. Actuaste tal y como te pedía el corazón. —Colocó con cuidado la mano sobre su pecho—. Lo hiciste porque era lo que deseabas hacer.
Intentando ignorar las punzadas de dolor que le atravesaban cada centímetro de piel, retrocedió en silencio y se quedó pegada a la pared, arrinconada, sin saber qué hacer después.
—Mentiría si te dijera que no fui feliz cuando te besé, pero por la mañana las cosas se ven de otro modo.
—Yo sigo opinando lo mismo —susurró Dorian.
—Y yo también, aunque te empeñes en hacerme cambiar de opinión —objetó—. Es simple: tú te quedas; yo me voy.
Él no la escuchó, se quedó pensativo durante un par de segundos y después se dirigió al armario. Metió medio cuerpo buscando desesperadamente algo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó aterrada ella, aunque se lo podía imaginar. No obtuvo respuesta—. ¡Dorian!
Por fin consiguió sacar lo que buscaba, una gran maleta de viaje de color oscuro. La puso sobre la cama y la abrió. Acto seguido comenzó a tirar la ropa dentro de ella con rabia.
—¡No! —chilló Angy, sin creerse lo que veía—. ¡No puedes hacer eso! ¡No puedes! —Se acercó y le arrebató un par de camisas de las manos para arrojarlas al suelo—. ¡No puedes hacerlo!
—Claro que puedo —dijo él sin inmutarse. Recogió las prendas del suelo y las metió en la maleta—. No decides por mí. —Se la quedó mirando—. Esta es mi oferta: o me voy contigo o me quedo.
—Pues quédate.
—No he acabo —aseguró—. Si me quedo, le contaré absolutamente todo a Nora. Todo.
¿Qué chantaje emocional era ése? ¿Cómo podía? ¿Cómo se atrevía?
—No te atreverías —murmuró Angy—. No serías capaz.
—Entonces pruébame. —Se pasó una mano por el pelo alborotado—. No te imaginas de lo que puedes ser capaz cuando alguien te importa de verdad.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué decisión iba a tomar? ¿Dejaría que lo que sentía terminase definitivamente de destruir a su hermana? ¿Se armaría de valor para no volver jamás sabiendo que Nora se enteraría de su alta traición?
—No puedes hacerme esto.
—Ahora ya nos vamos entendiendo.
Estaba mucho más que desesperada. Los minutos seguían corriendo en el reloj y no había sido capaz de solucionar la situación caótica que tenía lugar entre esas cuatro paredes.
—Tienes que pensar con la cabeza fría. —Le sujetó la cara entre las manos y negó con la cabeza, deseando hacerle entrar en razón—. Dorian, escúchame. Esto es la vida real, tenemos que aceptar lo que nos corresponde. Mi lugar está en otra parte, y tú tienes una preciosa mujer que volverá en seguida. —Reprimió las lágrimas—. Ella no es la culpable de esta situación, ni siquiera puede llegar a imaginárselo. No podemos destrozarle la vida. Si te vas ahora, la matarás. —Asintió levemente para acrecentar la veracidad de sus palabras—. No podría soportar que la dejases.
—¿Y yo sí? —espetó él—. ¿Crees que yo sería capaz de soportar que me dejases otra vez?
—Eres más fuerte de lo que crees.
—Pues entonces ella tendrá que serlo por mí, porque no pienso quedarme sabiendo que voy a perderte.
—¡Es que nunca me has tenido de nuevo! —exclamó, perdiendo completamente los pocos nervios que le quedaban—. Por eso no puedes perderme. Entiéndelo de una vez. Un desliz no significa nada, no cambia la situación.
—Esto ha sido mucho más, y lo sabes.
—Para ti, pero no para mí.
—¡Deja de decir eso! —gritó Dorian—. Sabes que no es verdad.
Angy se abrió paso entre él y la habitación y consiguió salir al pasillo. Buscó su bolso y lo recogió del suelo. Decidió apostarlo todo en su última carta.
—No quiero que me acompañes. Crees que no lo digo en serio pero te equivocas. Nada volverá a ser como antes. Luego ya no es lo mismo. La magia o como quieras llamarlo, ya no está. Se… rompió. —Echó los hombros para atrás—. Además, si te dejé una vez nadie puede asegurarte que no vaya a hacerlo de nuevo.
—Correré el riesgo.
—No, porque si te vas conmigo las cosas no funcionarán, y cuando quieras darte cuenta, será demasiado tarde. Si coges esa maleta y abandonas lo que tienes aquí lo perderás todo. —Se mordió el labio—. Nos perderás a las dos. ¿Es eso lo que quieres?
—Te quiero a ti.
—Pero yo a ti no.
—¿Cómo puedes decir eso después de pasar conmigo una noche tan especial?
—Te quiero, pero no de la forma en la que crees. Soy egoísta, y al final volvería a hacerte daño.
—Eso no lo sabes.
—Ya y tú tampoco, así que no hay más que hablar. —Entrecerró los ojos—. Recuerda a quién le debes lealtad.
—Eso es lo único que tengo claro, y no es a Nora.
Era como intentar mover una tonelada de acero. Por más que insistía, ese hombre tenía claro lo que quería. No cedía lo más mínimo.
—Mis prioridades siguen siendo las mismas. Mi sueño es el teatro. Tras mucho esfuerzo por fin he conseguido vivir la vida que quería —murmuró—. Y aunque no quieras saberlo tú no formas parte de ella, ya no.
—Puedo volver a intentarlo. Las cosas a veces no salen bien a la primera.
—Darle a lo nuestro una segunda oportunidad sería como arrojarse a un precipicio.
Dorian se llevó las manos a la cabeza, sollozando; se estaba quedando sin armas.
—Primero dices que me quieres y al minuto estás diciendo algo en lo que no crees. ¿Cuántas veces me dijiste anoche lo que sentías? ¿Cuántas veces me susurraste al oído que no habías dejado de quererme? —La atrajo hacia él una vez más—. ¿Cuántas veces mencionaste que no ha habido ni un solo día de tu vida en los dos últimos años en el que no pensaras en mí? ¿Eso también es mentira? ¿Acaso nada de nosotros es real?
No contestó, y no tenía fuerzas para hacerlo. La había engañado para no dejarla ir, luego habían discutido, peleado, gritado, y cuando quisieron reaccionar estaban en brazos del otro. Y horas después volvían a gritarse porque la historia tenía que terminarse y ninguno quería aceptarlo.
—Nada de lo que digas me impedirá coger un avión. No volveré a caer en la trampa. —Sacudió la cabeza—. Por lo que a mí respecta, nunca he estado aquí. Estos días has estado tú solo y no has logrado convencerme para que viniera, ¿lo entiendes? —Apretó con fuerza los puños—. A ojos de mis padres me habré largado hace días o estaré a punto de hacerlo. Me habré alojado en algún hotel de la ciudad. Eso es todo. Nadie debe saber nunca lo que ha pasado. Si… decides contarle a tu mujer lo que ha ocurrido entre nosotros, es cosa tuya, pero pase lo que pase no volverás a saber de mí. Puedes correr el riesgo de confesarle la verdad y mandarlo todo al diablo, o por el contrario puedes callar desde este preciso instante y conseguir con todas tus fuerzas quererla igual que me quieres a mí. Sólo así podrá funcionar, porque mi historia contigo hace mucho que se acabó, y por nada del mundo volvería a abrir la herida.
—¿No crees que ya es un poco tarde para eso? El daño ya está hecho.
—Eso depende de cómo se mire. Pero me da igual todo este infierno. Quiero olvidarlo lo antes posible. —Las piernas le temblaban—. Y sí, puede que anoche te dijera todas esas cosas; nunca he sido perfecta y nunca lo seré para ti. Nora es lo más parecido a la perfección que podrás encontrar en toda tu vida. Es guapa, inteligente, y por encima de todo, te quiere. No malgastes la oportunidad que todavía tienes entre manos por mí, porque si fuera la situación inversa, yo no lo haría por ti. De hecho, no lo hice, y elegí mi carrera antes que mi vida contigo. Eso implica un cierre definitivo, y ahora la llave que abre tu condenado candado es mi hermana. Mi llave hace mucho que se extravió, y ¿sabes qué? En el fondo nunca he querido recuperarla, porque jamás volvería contigo.
No había en el mundo la definición más gráfica y dolorosa para referirse a la locura. Le había asestado el golpe definitivo, dejándole muerto en vida, como si le hubiera utilizado a su antojo. Si le hizo daño en el pasado, ahora se había llevado la gran victoria. Desde luego, acababa de interpretar su gran papel, y aunque Dorian no llegara a creerse del todo lo que había dicho, había resultado ser suficiente para bloquearle, y tenía que aprovechar la ocasión, esos pocos minutos de confusión perfectamente comprensibles. ¿Quién era capaz de cambiar de opinión a semejante velocidad? ¿En un segundo jurar por su propia vida que le amaba y al instante después rechazarle con esa relativa facilidad?
—Arregla este desastre —susurró—. Todavía puedes hacerlo. —Y se marchó, atravesando esa gigantesca casa, con pasos lentos y pies de plomo, sabiendo que no habría sutura que pudiera recomponer el fragmento inerte de carne en el que acababa de convertirse.


128


El taxi atravesaba con rapidez la carretera. No había nadie, así que esperaba llegar lo antes posible; antes de que decidiera cambiar de opinión. El dolor era tan agudo que apenas podía pensar. En un último arranque de profundo e inesperado sentimentalismo, había decidido ir a la isla antes de coger el avión que la llevaría de una vez por todas a su auténtico mundo. Quería ver a sus padres por última vez, antes de atreverse a dar el paso de aceptar que había llegado demasiado lejos, y nunca podría perdonárselo, razón demás para romper con todo antes de que la angustia acabara con ella.
¿Qué es lo que iba a decir? No tenía ni idea, pero confiaba en su don de palabra. Si había sido capaz de arrancarle la piel a tiras al hombre que tanto adoraba, no resultaría demasiado complicado decirles adiós a sus padres, ¿no? Además, así les hacía un favor. Despedirse era lo correcto, hacerles ver que estaba perfectamente —teniendo en cuenta las delicadas circunstancias—. Y para qué engañarse, también tenía otro motivo más inquietante por el que volver a su antiguo hogar. Algo que irremediablemente tenía que ver con él: su sudadera y el maldito atrapasueños guardados en el fondo de su armario. Tenía que deshacerse de esos intensos recuerdos, y ya pensaría en una forma adecuada de hacerlo, pero antes tenía que hacerse con ellos, así que ir a despedirse era la escusa perfecta.
El día era precioso, con el cielo azul despejado y un sol con energía, toda de la que ella no disponía, porque se había desinflado, y temía que no pudiera ser capaz de recuperarse, porque no le valía la promesa de que el tiempo lo cura todo, porque de nuevo se había convertido en la excepción a toda regla.
Después de un trayecto mucho más que interminable, se divisó a lo lejos el puente que conectaba con la isla. Dejó escapar un sollozo, pero por suerte el hombre que conducía no parecía haberse dado cuenta. Tenía el estómago hambriento, pero no precisamente de comida. Estaba profundamente perdida y ni siquiera se había parado a pensar con detenimiento en todo lo que había hecho.
Cuando llegaron a la extensión de hierba verde y fresca, Angy salió a toda prisa, queriendo acabar lo antes posible.
—Quédese el cambio, y espéreme aquí. No tardaré —espetó, diciéndole adiós con un rápido movimiento de mano.
La casa no parecía tan grande, no al menos si se comparaba con la supuestamente humilde morada de Nora y su marido, sin embargo tenía un encanto especial, y por eso siempre resultaría atractiva. Tomando eso como ventaja, apretó los dientes y se acercó con indecisión, con el corazón latiendo exageradamente, dándole avisos de advertencia.
Iba a llamar a la puerta pero ésta estaba abierta. Posó los dedos sobre la superficie y empujó suavemente, haciendo un ruido ligero pero evidente. Dio un par de pasos y se quedó inmóvil, a la espera de oír algo, pero el silencio era lo único que escuchaba. Se dispuso a entrar en el salón pero allí tampoco había nadie, y segundos después comprendió por qué. Sus padres seguramente estarían trabajando, o en el mejor de los casos, manteniéndose ocupados en la ciudad. ¿Cómo había podido olvidarse de una cosa como esa?
Entonces no se lo pensó dos veces para subir a su habitación y coger las pertenencias de Dorian. Iba a subir el primer escalón cuando una silueta salió de la cocina, dejando escapar un sollozo de admiración.
—¡Angy!
Ella no se dio la vuelta al reconocer la voz de su madre. Todavía le daba la espalda, con los pies al principio de las escaleras. Tragó saliva y lentamente se dio la vuelta, pero no trató de imponerse una sonrisa.
—¡Cariño! —exclamó su madre, corriendo a abrazarla—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde te habías metido?
Por una vez decidió no andarse con rodeos.
—He venido a despedirme, mamá. Me voy ya.
Julia paró en seco para digerir las palabras.
—¿Irte? ¿Ahora?
Angy se encogió de hombros, como si no pudiera darle un buen motivo.
—No iba a ser para siempre. He cumplido mi promesa pero ahora tengo que irme. Mi sitio no está aquí.
—Lo sé, lo sé, pero no tienes que decirlo de esa forma. Te comprendo. —Se colocó las manos en la cintura—. ¿Quieres que te prepare el desayuno?
—No, gracias. Tengo que irme enseguida. De todas formas no tengo apetito.
—¿Estás bien? —interrumpió Julia—. ¿Has estado llorando?
—Sí —dijo al instante, sorprendiéndose a sí misma.
—¿Por qué, cielo? ¿No quieres irte?
No, claro que no quiero irme, pensó Angy. Bueno, una parte de ella no quería por todo lo que dejaba atrás, pero otra parte de su cerebro suplicaba cada pocos segundos que se marchara de una vez por todas.
—No es que no quiera, es que… ahora se me hace raro despedirme de todo esto.
—Oh, cariño, no te preocupes. —La abrazó de nuevo—. Sabes que puedes volver cuando quieras.
—Me temo que eso no puede ser…
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
—Bueno, he tenido mucho tiempo libre, y el teatro habrá avanzado sin mí. Tengo que recuperar el tiempo perdido.
—Pues nadie lo diría. No pareces muy convencida. —Arrugó los labios—. A propósito, quiero hablar contigo. —Frunció el ceño—. Y espero que no me respondas con evasivas.
—¿De qué se trata?
—Lo sabes muy bien, jovencita. —Examinó la expresión de su hija—. Estos días has estado literalmente desaparecida. No has llamado. Nos tenías muy preocupados. Justo cuando tu hermana se va, tú decides hacer lo mismo. Creí por un segundo que te habías marchado sin decirnos nada.
—No, mamá. Nunca haría eso —mintió—. Por eso estoy aquí.
—Sí, pero no te entiendo. ¿No decías que querías quedarte en la isla? ¿Por qué cambiaste de opinión? ¿Adónde has ido?
—A ninguna parte.
—Hablo en serio, Angy. ¿Dónde has estado? ¿En casa de Dorian?
Sabía que esa pregunta era inevitable e inminente, pero aún así no estaba preparada para oír su nombre. Era demasiado pronto.
—Por supuesto que no —entonó—. Ya te dije que no quería molestarle y por eso no he estado con él. Me he quedado en un hotel de la ciudad.
—¿En cuál?
—No importa —murmuró—. No me acuerdo…
—¿Que no te acuerdas? —Torció la boca, sabiendo que algo no iba bien—. ¿Qué es lo que te preocupa? No tienes muy buen aspecto.
—Lo sé, pero es que apenas he podido dormir. Tengo mucho trabajo atrasado, no he llamado a Evan y…
—¿Tienes problemas con él?
Angy se quedó pensativa durante un momento. Si dejaba que creyera que así era, ya no tendría que buscar otra explicación a su pésimo estado de ánimo.
—Bueno… —Se mordió el labio—. Cree que llevo demasiado tiempo alejada de… nuestro trabajo.
—¿Trabajo?
—Sí.
—En ese caso, es mejor que no se preocupe. —Sonrió con gracia—. Va a volver a verte en cuestión de horas. Creo que será capaz de soportarlo.
Su hija asintió y miró en todas direcciones, buscando un nuevo tema de conversación.
—¿Dónde está papá? —preguntó—. Me gustaría verle antes de irme.
Julia se puso seria y se encogió de hombros.
—Lo siento cielo, pero tu padre no está. Tenía una reunión importante a primera hora. —Arqueó las cejas—. Si hubiera sabido que vendrías…
—No importa —mintió—. En ese caso tendrás que decirle adiós en mi lugar. No puedo esperar a que vuelva.
—¿Tanto deseas marcharte?
—Mamá, el avión no espera. Tendré suerte si todavía llego a tiempo.
—Esta vez será mucho más tiempo, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir?
—Vamos, Angy. —Le acarició la mano—. Tú misma acabas de admitirlo. Vamos a estar una buena temporada sin verte.
Mucho más que eso, pensó Ángela. Se removió el pelo y dio un paso atrás.
—Lo siento, pero es mi trabajo. Os llamaré de vez en cuando y…
—Cielo, todos sabemos que nunca lo haces, así que no intentes convencerme de que esa vez será distinto. —Torció la cabeza pero acabó por sonreír de nuevo—. ¿Llevas todo lo que necesitas? ¿No se te olvida nada?
—En realidad… —Se mordió la lengua—. Bueno, quería asegurarme de que no se me pasaba nada, por eso estoy aquí. Además de vernos por última vez, por supuesto.
—De acuerdo, echa un vistazo por aquí para asegurarte. Te espero en la cocina.
—Vale. —Subió de dos en dos la escalera y por fin llegó a su cuarto, dando un ligero portazo—. Tengo que ser rápida…
Las paredes de la habitación se cernían sobre ella. Las manos le temblaban como si fueran de gelatina y el ritmo cardíaco iba en aumento. No dejaba de consultar el reloj, y miraba de vez en cuando desde su ventana para asegurarse de que el taxi todavía permanecía allí. Estaba delante de las puertas de su antiguo armario, pero le costaba una barbaridad concentrarse para hacer lo que tenía pensado. Consistía en una búsqueda rápida y sencilla, pero a la hora de la verdad la práctica era mucho más complicada que la teoría.
Extendió los brazos y abrió las puertas, encontrando una gran cantidad de ropa vieja que hacía años que no usaba. Soltó una profunda exhalación y metió la cabeza en esa semioscuridad, palpando nerviosamente los diversos montones de camisas, jerseys, pantalones y chaquetas. El agujero de nervios aumentaba en su estómago, y lo que en un principio había creído algo sin dificultad, se tornaba en un peligroso juego, porque no conseguía dar con lo que buscaba. ¿Por qué? Lo había escondido allí, por el amor de Dios. Todo estaba en perfecto orden, lo cual indicaba que nadie, ni siquiera su madre, había investigado por su cuenta. Pero entonces, ¿por qué no lograba dar con lo que buscaba? ¿Dónde se habían metido?
Intentando no perder la calma, paró un segundo para recapacitar. Recordaba perfectamente haberlos escondido allí, justo en ese lugar, al fondo del todo. Pero ahora no estaban, ¿o sí? A lo mejor estaba tan nerviosa que los tenía delante de sus propios ojos pero no era capaz de verlos. A fin de cuentas, comenzaba a desesperarse, y hasta las cosas más triviales se le antojaban imposibles.
Removió una vez más todo el envoltorio textil pero no obtenía resultados, y se desesperaba a gran velocidad. ¿Los habrían descubierto? ¿Su madre se habría tomado la molestia de esconderlos en otra parte? ¿Y si le preguntaba? No, eso era demasiado peligroso. Puede que el pequeño atrapasueños resultara ser inofensivo, pero la sudadera negra era otra cosa; no era precisamente de su talla, y aunque Dorian no la había usado delante de sus padres, era evidente que la prenda era de un hombre, y si la habían descubierto, tendría que dar explicaciones.
Se levantó de un salto y se quedó pensativa, cuestionándose lo que estaba haciendo. Por un momento pensó en abandonar; se iba a marchar y no volvería, así que unos objetos insignificantes no podrían decir nada en su contra, ¿no? Pero tampoco podía dejarlos allí. Si por casualidad Nora los encontraba, estaba claro que se sorprendería, sabiendo que la sudadera era de su marido, y se preguntaría qué demonios haría allí, en el armario de la habitación de su hermana mayor. No, era mejor no correr riesgos, así que tenía que encontrarlos sí o sí; la cuestión era dónde.
A lo lejos se escuchó un ruido. Un sonido de motor se filtró a través de la ventana de la habitación, dejando inmóvil a Ángela. Escuchó con atención y se dio cuenta de que un coche acababa de llegar o… se iba.
—¡No! —exclamó, temiendo que fuera su taxi.
La ventana estaba ligeramente empañada y la limpió con el dorso de la mano. Mientras lo hacía, también barajó la posibilidad de que se tratara de su padre, cosa que agradecería mucho. Le quería infinitamente, y marcharse sin despedirse de él era un duro golpe. Sin embargo, lo que vio rompió todas sus expectativas, bloqueando su cuerpo hasta el extremo, cortando su respiración.
Ese coche no era ni el de su padre ni tampoco el del taxista, que seguía esperando pacientemente a lo lejos. Era otro taxi que le resultaba desconocido, pero no la persona que acababa de bajarse de la parte de atrás.
—No puede ser… —Pero lo era. Y es que estaba viendo ni más ni menos que a su hermana.
La sangre se le heló, y comprendió de inmediato que el tiempo del que disponía se había acabado. Ya no podía permanecer allí ni un minuto más. ¿Cómo iba a ser capaz de mantener la calma? ¿Cómo se suponía que iba a comportarse? ¿Cómo podría mirarla a la cara?
El pánico llenó sus venas, y todo porque no alcanzaba a comprender. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Se suponía que ella no debía estar allí; se suponía que en ese instante tendría que estar en su casa, de vuelta con su marido, alegrándose por volver a verle, pero en cambio había decidido ir allí, y no se le ocurría la razón. O tal vez… Al pensarlo se le nublaba la vista. ¿Habría descubierto la verdad? ¿Habría atado los cabos sueltos y quería una explicación que, por otra parte, era imposible de entender?
Quería desaparecer, pero tampoco podía irse sin más, no sin lo que había venido a buscar. Lo intentó una última vez pero no los encontró. En lugar de eso, había formado un montón de ropa desordenada y tirada por el suelo.
Suponía que Nora ya habría entrado, y de seguro estaría hablando con Julia, descubriendo que ella misma estaba allí. Tragó saliva violentamente y escuchó con atención. En efecto, su madre profería gritos de alegría al ver llegar a su hija pequeña.
—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! —la oyó decir—. ¡Ya has vuelto, cielo!
La risa burlona de Nora era inconfundible, razón demás para saber que estaba allí.
—Hola, mamá —saludó—. ¿Cómo estás?
—Encantada, mi niña. Aunque sea por un momento, mis pequeñas han vuelto a casa.
—¿Qué? —Nora no entendía lo que quería decir.
—Angy está aquí —canturreó Julia—. Ha… venido para despedirse.
—¿En serio? ¿Ya se va?
—Es lo mismo que le he preguntado yo, pero me temo que no podemos hacer que cambie de idea. Tiene que coger el avión dentro de poco, así que has venido justo en el momento oportuno. —Soltó un suspiro—. Está arriba, en su habitación.
Ahora que ya sabía su posición exacta, Angy no podía quedarse quieta. Se dio la vuelta y metió gran parte de la ropa esparcida de vuelta en el armario, intentando no llamar la atención. Cuando estuvo segura de que todo estaba más o menos en orden, salió atropelladamente y bajó las escaleras, sabiendo que era lo mejor que podía hacer; si Nora la encontraba husmeando dentro del armario, se habría interesado descaradamente, y eso era un auténtico peligro ambulante.
Se topó con ella en el tramo final de la escalera.
—¡Hermanita! —gritó Nora con verdadero énfasis—. ¡Qué bien que estés aquí!
Para Angy fue totalmente lo contrario. Tenerla cara a cara fue como sentir la onda expansiva de un misil impactando contra su cuerpo. La culpa zarandeó invisiblemente sus hombros y de forma automática bajó la mirada, avergonzada por lo que había hecho con su marido, pero no arrepentida, al menos no del todo.
—Nora —pronunció, intentando crear expectación—. ¿Qué haces aquí? ¿No tendrías que estar en tu casa?
Nora la abrazó antes de contestar a todas las preguntas.
—Vamos, relájate. Nada más que he estado fuera unos días. Cualquiera diría que no te alegras de verme.
—Oh, no seas tonta —disimuló—. Sabes que me alegro. Es la primera vez que has estado fuera y yo aquí.
—Bueno, eso es relativo —protestó Julia.
—¿Por qué? —quiso saber Nora.
—Porque tu hermana no ha estado aquí, ni en casa de tu marido —carraspeó—. Se ha quedado en un hotel para quitarse de en medio.
Nora frunció el ceño y sacudió la cabeza. Enterarse no le había hecho ninguna gracia.
—Ahora entiendo por qué Dorian no quería contestar a mis llamadas. Sabía que me pondría furiosa con él.
—Él no tiene la culpa —interrumpió Angy—. No quería molestarle, y por eso he estado fuera. No la tomes con tu marido.
—Ya, pero se suponía que él debía de… vigilarte.
Angy puso los ojos en blanco intentando olvidar todo lo que había pasado a espaldas de su hermana.
—No empieces con lo mismo. Puedes ver con tus propios ojos que estoy perfectamente. No he vuelto a tener mareos ni nada parecido. Así que nada de malas caras.
—Oh, es que no se trataba sólo de eso, Angy. —Nora sacudió la cabeza—. No quería que pasara varios días sin nadie con quien hablar, por eso hubiera estado bien que hubieras ido. Se habrá sentido muy solo. Me habrá echado de menos…
Las náuseas crecían en su interior. ¿Podía sentirse tan mal? ¿Cómo podía mantener una conversación normal sin que le temblara la voz? ¿Cómo podía ser tan cruel y detestable?
—Pues entonces ve con él —espetó Angy—. ¿Por qué has decidido venir aquí en lugar de ir a verle?
—Porque estaba segura que de algún modo te encontraría aquí. Además, he llegado antes de lo que esperaba, y no quería despertar a Dorian antes de lo necesario. Por eso he preferido venir aquí en primer lugar. —Torció la sonrisa—. Ya os echaba de menos.
Julia abrazó a su hija menor y sonreía sin parar. A continuación le hizo un gesto con la cabeza a Angy.
—Por cierto, cielo —entonó—. ¿Ya has encontrado lo que buscabas?
Angy se estremeció. ¿Leía sus pensamientos?
—¿Qué?
—En tu cuarto, Angy —explicó Julia—. Estabas haciendo mucho ruido.
—Ah… —susurró—. No. Bueno, no he encontrado nada porque todo está bien. No se me olvida ningún detalle.
—¿Segura? Es como si hubieras perdido algo.
—¿Tanto ruido hacía?
—Ya lo creo.
—¿Qué buscabas? —se interesó Nora.
Una nueva sacudida para sus destrozados nervios. Oh, no. Eso no podía pasar. No podía mostrar curiosidad. Cuando empezaba, ya no paraba hasta lograr encontrar algo…
—Nada en realidad. Sólo quería asegurarme de que no se me olvidaba nada.
—¿Quieres que te ayude?
—¡No! —soltó.
Julia y Nora se quedaron sorprendidas por el tono exageradamente alto que Angy había utilizado.
—Vale, no hace falta que grites…
—Lo siento —se disculpó—. Es que tengo que irme ya. —Hizo como que miraba el reloj—. He perdido mucho tiempo, y no quiero que pierdas el tuyo.
Nora frunció el ceño otra vez. Algo se le escapaba.
—Relájate. Estás muy alterada.
—Lo sé, es que quiero irme de una vez.
—No llevas aquí ni una hora y ya quieres irte. —Hizo una mueca con la boca—. Y yo acabo de llegar. ¿Ni si quiera vas a quedarte para desayunar con nosotras?
La cara de súplica de Nora lo decía todo. En circunstancias normales habría aceptado, pero sabiendo que la había engañado con su propio marido no podía permanecer cerca de ella, sintiéndose escoria humana.
—Nora, lo siento, pero tengo que irme ya. Sólo he venido para despedirme de vosotras. —Se revolvió el pelo—. El taxi lleva aparcado desde hace un rato. No quiero hacerle esperar más.
—¿Y ya está? ¿Vas a marcharte así? ¿Sin despedirte de papá? ¿Sin despedirte de Dorian?
Se le movía el estómago cada vez que escuchaba su nombre. No quería volver a verle nunca más, o eso es lo que le decía cuidadosamente su cerebro una y otra vez, repitiendo el mensaje para que le quedase lo más claro posible.
—Nora, por favor, no puedo hacer otra cosa. Ya no puedo cruzar la ciudad para despedirme. —Tragó saliva—. El avión sale a una hora determinada. No creo que le importe demasiado que no me despida de él.
—¿A qué viene eso? —protestó Nora—. ¿Cuándo entenderás que le importas?
—Chicas, chicas —interrumpió si madre—. No os peleéis. Si tienes que irte ya, de acuerdo. Pero creo que deberíamos haber hecho algo todos juntos antes de que te fueras. Tu padre se pondrá muy triste.
—Y Dorian también —añadió Nora.
—Por favor, no me echéis la culpa. Para vosotros es fácil, pero no para mí. Prometí quedarme un tiempo y es lo que he hecho. Hemos estado más tiempo juntos, pero ya es hora de volver. —Se volvió hacia Nora—. Pídele disculpas a Dorian, ya no tengo tiempo de decirle adiós. —Se dio la vuelta y salió atropelladamente de la casa.
—¡Espera!
No hizo caso y se dirigió al taxi.
—¡Despídete como es debido! —sollozó su hermana.
Angy se volvió y encontró a Nora y a Julia unos metros detrás, con las caras inusualmente compungidas y tristes.
—Ven aquí —susurró Angy, dirigiéndose a Nora.
—Oh, Angy. —Nora la abrazó con fuerza, pero sin llegar a llorar—. Se me ha pasado muy pronto. No puedo creer que te vayas ya.
—Entiéndelo. El trabajo es el trabajo. —Tomó el valor para mirarla a los ojos—. Ahora vuelve a casa y haz feliz a tu marido, y asegúrate de que él hace lo mismo contigo.
Nora asintió sin oponer resistencia.
—Voy a echarte de menos.
—Y yo a ti, mocosa. —La garganta se le abría en canal debido al cargo de conciencia—. Si alguna vez he hecho algo que no debía, te pido perdón. —La abrazó con fuerza sabiendo que era la última vez—. Eres la persona más… increíble que conozco.
—No te pongas sentimental, Angy. Conmigo es suficiente. —Sonrió—. Espero que te vaya bien en el teatro. Ojalá que no tardes mucho en volver a visitarnos.
Ella no lo sabía, pero Angy no tenía intención de volver, no sabiendo lo que había hecho, una puñalada por la espalda, una traición.
—Adiós cielo —susurró Julia, abrazando a su hija—. Espero que tengas un buen viaje. Y si no es mucho pedir, llama de vez en cuando, pero hazlo en serio.
Angy las abrazó a las dos al mismo tiempo por última vez. Ahogó las lágrimas dentro de los ojos y se despidió con la mano. Se metió en la parte de atrás del taxi y le dio instrucciones. Cuando quiso volverse para mirar a través del parabrisas trasero, su madre y su hermana ya resultaban demasiado pequeñas.
Cerró los ojos y acabó llorando. Finalmente había tenido el valor loco de aguantarle la mirada, sabiendo que la había traicionado. No tenía corazón, ya no. Algo así no podía perdonarse, ni ahora ni nunca. Así que confiaba en que la distancia castigara su error, sabiendo que el arrepentimiento no entraba dentro de los planes, porque en el fondo había sido la decisión más acertada; al menos por una noche recordó lo que era ser completamente feliz.


129


Nora observaba junto a su madre el taxi que iba alejándose cada vez más, atravesaba el puente, y se perdía en la carretera, llevándose a Ángela definitivamente lejos de allí.
—No puedo creer que haya vuelto a irse —murmuró—. Espera tener un poco más de tiempo…
—Lo sé, cariño, pero bueno, ya conoces a tu hermana. Ha supuesto un gran esfuerzo para ella quedarse más de lo necesario, así que tenemos que estar agradecidas con ella. —Abrazó la cintura de su hija—. Vamos dentro, creo que tienes que contarme qué tal te ha ido.
Entraron lentamente y fueron directamente a la cocina. Julia le sirvió una taza de café bien cargado a Nora, acompañado de unas deliciosas pastas. Se sentó a su lado y le cogió la mano con naturalidad, esperando oír algo verdaderamente bueno.
—Dime cielo —canturreó de buena gana—, ¿cómo han ido las cosas? ¿Te lo has… pasado bien?
Nora se quedó pensativa durante un momento con el ceño fruncido. Parecía tener mal aspecto, pero era una tapadera; en seguida soltó una risotada y la enmarcó en una de sus grandes sonrisas.
—Oh, mamá, no puedes imaginártelo —murmuró, gesticulando entusiasmadamente con las manos—. Ha sido increíble. Jamás me había alegrado tanto por algo así.
—Vaya, eso es bueno.
—Mucho más que bueno, es estupendo que por fin cuenten conmigo. —Bebió un poco de su café—. Creo que le debo una disculpa a mi jefa. Después de todo, no es tan cruel como creía. —Se alborotó el pelo—. Si la hubieras visto. Por fin ha dejado de tratarme como a una niña, y me ha dado responsabilidades. Y por supuesto, he cumplido con mi trabajo.
—¿Sabes? Me alegro muchísimo de que ya estés de vuelta, pero creía que al menos tardarías un día más en volver.
—Lo sé, pero todo ha ido mejor de lo que esperábamos. Ha sido muy rápido, pero a decir verdad no creía que fuera a salir tan perfecto. Las exposiciones, la publicidad, las reuniones… Dios mío, me sentía realmente como una de ellos, ¿entiendes? Sabía de lo que hablaban, y me tomaban en cuenta para tomar la mayor parte de las decisiones —explicó—. Ha sido una experiencia increíble. Y toda esa gente observándonos. Jamás en toda mi vida me había sentido nerviosa al hablar delante de personas.
—¿Tú? —dejó escapar Julia—. ¿Nerviosa? Nunca te has puesto nerviosa delante de la gente. Tienes carisma. Te encanta expresarte. Es uno de tus puntos fuertes.
—Sí, pero esto era totalmente distinto. Había en juego mucho más que un simple montón de aplausos. Me miraban como si no fuera a dar la talla, y sin embargo, lo he hecho. —Dejó escapar un suspiro—. Creo que a partir de ahora puedo decir oficialmente que me encanta mi trabajo.
Julia sonrió exageradamente y murmuró una lista interminable de piropos y felicitaciones.
—Oh, cielo… Tu padre se va a poner muy contento. Esto hay que celebrarlo.
—Sí, la verdad es que me encantaría. —Se mordió el labio—. ¿Por qué no venís a casa? Podría preparar una buena cena.
Su madre frunció el cejó, sopesándolo.
—¿Le parecerá bien a tu marido?
—¿A Dorian? Claro que sí, mamá. Precisamente quiero hacerlo por él. Ha estado solo unos cuantos días, y aunque sé que no es nada, está hecho de otra pasta. Es muy sentimental, y seguro que entre todos lo pasaremos bien.
—En ese caso, por mí no hay ningún problema. —Sacudió la cabeza añorando tiempos pasados—. Será divertido. Además, tengo que confesarte que me muero de ganas por echarle otro vistazo a ese palacio que tenéis. —Se levantó de la silla y recogió su taza de café, poniendo todo en orden.
El reloj de la cocina se hacía oír de vez en cuando, con sus manecillas haciendo el mismo recorrido una y otra vez; la mañana se hacía paso con tonos cada vez más claros y potentes. Hacía buen tiempo.
Nora meditaba en algo en particular, aunque no sabía si debía comentarlo con su madre, aunque no podría hacerlo con nadie más, así que no esperó más para desahogarse.
—Mamá —susurró—, ¿crees que he hecho bien en irme?
Julia paró en seco con sus actividades y se dio la vuelta para contemplar a su hija. Al ceño fruncido se sumaban la sacudida de cabeza.
—¿A qué viene esa pregunta? —quiso saber—. ¿No se suponía que hace un minuto estabas encantada?
—Sí, pero a decir verdad me preocupa Dorian. Es que ha estado muy ocupado, o eso creo. No me ha llamado ni una sola vez y tampoco me ha cogido el teléfono cuando era yo la que llamaba.
—¿No has dicho que era por Angy? ¿Que sabía que te enfadarías porque tu hermana no estaría en vuestra casa hasta que volvieras?
—Sí, pero creo que hay algo más. Sólo me ha estado enviando mensajes, como si no quisiera hablar conmigo, como si estuviera evitándome.
—¿Por qué haría una cosa así?
Nora se quedó mirando la taza de café que estaba en la mesa, justo delante de ella. Sopesaba las diferentes opciones, pero ninguna estaba clara.
—Bueno, quizás… está molesto conmigo. Por lo del viaje inesperado, quiero decir.
—¿Por qué? No tiene sentido. Y no ha sido para nada inesperado. Ya nos lo dijiste. No fue de un día para otro. —Se rascó la barbilla—. Cielo, era una gran oportunidad para ti, no veo qué tiene de malo que hayas aceptado ir.
—Lo sé, pero no está acostumbrado a estar sin mí. —Puso los ojos en blanco—. No quiero que suene cursi, pero sé que habrá estado incómodo. Si le hubiera llevado conmigo a lo mejor…
—Nora, escúchame. Te estás adelantando. Ni siquiera le has visto todavía. Tienes demasiados pajaritos en la cabeza. Estoy segura de que estará deseando verte. Y en cuanto a tu escapada, ha sido totalmente profesional. Él mejor que nadie puede entenderte. —Hizo una pausa—. ¿Cuántas veces ha tenido que irse para hacer entrevistas con todos esos grupos con los que hace tratos? Que yo sepa, tú te has quedado esperándole, y no habéis tenido ningún problema.
Nora asintió en silencio.
—Quizás tengas razón.
—De quizás, nada. —Sonrió—. Hazme caso, estará encantado cuando le cuentes lo bien que han salido las cosas. Así que no te preocupes.
Nora se obligó a sonreír, quizás para calmar el ambiente.
—Está bien, te haré caso. —Se terminó el café y se levantó de repente—. Voy a darme una ducha y después iré a verle. —Se sonrojó sin querer—. Le echo de menos.
Julia torció la sonrisa en un gesto cómplice.
—Anda, cariño. Ve a relajarte. Yo te espero aquí antes de que te vayas.
—En seguida vuelvo.
Julia se quedó a solas en la cocina, sumida en su propia nube de pensamientos, mientras que Nora subía rápidamente a la planta de arriba para encerrarse en el baño y darse una ducha. Lo estaba deseando. Aunque ya fuera oficialmente la casa de sus padres, todavía se sentía como pez en el agua allí. No había mejor lugar que la isla para relajarse, aunque fuera para darse una ducha.
Se desvistió con rapidez y se quedó mirándose los profundos ojos azules en el espejo. No estaba acostumbrada a verse al natural, sin maquillaje. Aunque sabía que no le hacía realmente falta para destacar, lo cierto es que un poco de toque artificial despejaba sus incomprensibles inseguridades acerca de su aspecto todavía mucho más que juvenil y fresco.
Por encima de cualquier recuerdo, no dejaba de pensar en Dorian. Habían sido unos días breves pero intensos sin su compañía. No entendía lo difícil que se le había hecho dormir sola en una gran cama de hotel sin sentirle al lado. La verdad es que era un motivo más para darse cuenta de que ya no entendía la vida sin él.
Se puso sus vaqueros favoritos y una camiseta ajustada, que resaltaba lo espléndido de su cuerpo. Se colocó una toalla alrededor del pelo y empezó a recoger las cosas, tarareando alguna musiquilla almacenada en su memoria. Después fue al que hasta hacía poco era su cuarto para recoger un par de accesorios y ordenar las ideas, pero automáticamente pensó en su hermana, estímulo adecuado que le provocó una sensación de malestar en el vientre, porque acababa de irse, mostrando como siempre su inesperado e incomprensible estilo de decir adiós, pero esta vez mucho más pronunciado, como si hubiera estado incómoda ante su presencia; deseando largarse de forma casi histérica. Habría deseado que se quedara más tiempo con ellos porque le había sabido a poco su permanencia en la isla, y se hacía peor el trago amargo porque la fecha exacta de su regreso —si es que acaso estaba escrita en alguna parte— quedaba demasiado lejos.
Pasó al lado del cuarto de su hermana mayor y recordó lo que Julia le había preguntado a Angy. ¿Qué estaría buscando con tanto afán para hacer tal cantidad de ruido? Y lo más extraño había sido la manera cortante en la que había rechazado su ofrecimiento de ayudar a encontrar lo que fuera. Definitivamente había algunas cosas en la forma de ser de su hermana mayor que nunca alcanzaría comprender.
De forma inocente, y movida por una curiosidad de niña, echó un rápido vistazo desde la entrada. Aparentemente no había nada fuera de lo normal; todo estaba en orden… Bueno, eso sin contar algunas de las prendas que estaban dispuestas estratégicamente por algunos puntos de la habitación para no llamar la atención. ¿Qué hacían fuera del armario?
Se adelantó unos pasos y entró para ver mejor. Nada había sido retocado, pero algo no encajaba. Sabía que Angy hacía años que no usaba esa ropa, así que no tenía motivos para sacarla del armario, a no ser que fueran un estorbo para… lo que andaba buscando. Había hecho ruido, pero a simple vista no había nada patas arriba, así que era evidente que el armario escondía la respuesta. Se quedó delante de las puertas y sin más retraso, las abrió de par en par, cosa que no había hecho desde hacía mucho.
Un vistazo por encima y comprendió que la razón estaba allí dentro. Era imposible disimular que alguien había estado toqueteando por allí. La cuestión era saber por qué. Si Angy había guardado alguna de su nueva ropa allí dentro durante su breve estancia, no tenía motivos para haberlo alborotado todo, al contrario, la habría dejado bien a la vista, sabiendo que no tardaría en irse. Los montones de ropa estaba movidos, algunos de ellos más que arrugados. ¿Qué se le había perdido en el fondo?
Tanteó con las manos toda la superficie textil esperando encontrar algo desconocido, algo que pudiera serle útil a Angy, aunque no sabía el qué. Si se había empeñado tanto en remover todo aquello de manera tan estridente, era porque de verdad buscaba algo, y no para asegurarse de que no se dejaba nada. Así que siguió palpando en todas direcciones, rastreando el perímetro interior, aunque no veía nada raro, nada más que ropa, ropa y más ropa. Acabó por meter medio cuerpo dentro, entrecerrando los ojos y comportándose como una mocosa. ¿Por qué estaba haciendo eso? ¿Quién le había dado permiso para curiosear? Bueno, no se enteraría nadie así que, técnicamente, no hacía nada malo. Echar un vistazo no hacía daño.
Pasó los dedos sobre el tablón de madera del fondo, y descubrió que había un pequeño hueco, uno bastante considerable, así que no estaba en perfectas condiciones. Metió la mano dentro del hueco y palpó nuevamente, y entonces dio con algo, una prenda grande, oscura y gruesa. Frunció el ceño mientras la examinaba minuciosamente y al final optó por sacarla de allí para ver de qué se trataba exactamente. Dio un ligero tirón y acabó por sacar una sudadera oscura, de una talla mucho más que grande para el cuerpo esbelto y delgado de su hermana mayor.
No le hizo falta nada más que un segundo para cerciorarse de que aquella sudadera era de… su marido. Arqueó las cejas y se la acercó a la nariz. Sí, no había ninguna duda de que era de él, ya que olía exactamente igual que la fragancia que solía usar. Le dio varias vueltas para asegurarse del todo y al hacerlo, un pequeño objeto se depositó en el suelo. Bajó la mirada para ver de qué se trataba y se quedó todavía más impresionada. Se agachó lentamente para coger el desgastado atrapasueños que estaba escondido en la sudadera.
Mirando ambos elementos que sujetaba entre las manos, se quedó con la boca abierta, intentando encontrar una explicación para eso. ¿Qué demonios hacían en la isla? Mejor dicho, ¿qué demonios hacían escondidos en el armario de su hermana? No recordaba haberlos traído allí, ni siquiera recordaba cuando fue la última vez que Dorian se había puesto esa sudadera, pero lo que más le desconcertaba era el curioso atrapasueños. Lo único que recordaba levemente era haberlo encontrado en casa de Dorian y habérselo entregado después. ¿Cómo había ido a parar allí? ¿Qué significaba? ¿Por qué lo tenía ella? Un pensamiento iluminativo le atravesó la mente. ¿Era esto lo que había estado buscando antes de marcharse?
Se acabó sentando en el suelo para pensarlo con calma. No entendía nada de lo que veía, pero tampoco tenía motivos por los que preocuparse. Seguramente habría algún tipo de explicación… Además, su madre le había dicho que Angy había pasado esos días de su ausencia en un hotel, por lo tanto no había estado en la casa de Dorian, así que no podía haberlos cogido. Pero entonces, ¿cómo los había conseguido?
Se quedó pensativa durante un tiempo indeterminado hasta que se hartó de hacer todo tipo de especulaciones que no la conducían a ninguna parte. Terminó de prepararse y decidió dejar el tema temporalmente a un lado; ya hablaría de ello con Dorian. Mientras tanto, lo primero era lo primero. Regresaría a su nueva casa de inmediato, porque las ganas de verle de nuevo estaban por encima de cualquier otra cosa, incluso de ese repentino desconcierto.


130


Sabía que no estaba bien, pero le resultaba imposible no pisar el acelerador al máximo. Literalmente se moría por llegar y abrazar a Dorian con todas sus fuerzas. Estaba extasiada al comprobar por sí misma lo que unos simples días de ausencia podían causar en su estado de ánimo. Era como haber estado separada de su marido al menos durante un mes. Claro que la corta espera se había hecho ligeramente más duradera al no haber hablado por teléfono. Le regañaría en cuanto tuviera ocasión, pero prefería gastar sus energías en dar una cantidad infinita de besos para recuperar el tiempo perdido.
Hacía un día espléndido, con un sol maravilloso y un cielo abierto, despejado de nubes. La carretera estaba igual de solitaria que de costumbre, así que no tardaría demasiado en llegar. A decir verdad, estaba ya a un paso, y se moría por salir corriendo a su encuentro. Se sentía como una quinceañera, sin saber muy bien qué decir. ¿Estaría dormido o esperando su regreso? Le había llamado a casa, pero como no había respondido, sospechaba que aún estuviera durmiendo. Seguramente el trabajo le habría dejado hecho polvo.
Giró hacia el lateral y comenzó a distinguir todas esas magníficas casas, pero la suya no podía compararse a nada igual. Sonrió como una boba al aproximarse, y se alegró todavía más al ver la verja abierta: eso significaba que él estaba despierto. Entró rápidamente y aparcó con decisión. Abrió la puerta del coche y sacó del maletero la pequeña maleta que se había llevado. Estaba a punto de entrar por la puerta cuando ésta se abrió y Dorian apareció, bien vestido, pero con una expresión neutral.
El corazón le dio un vuelco, y verle era el mejor de los regalos de su regreso.
—¡Dorian! —Salió corriendo, dejando antes la maleta en el suelo, y dando un salto para lanzarse sobre su cuello—. ¡Por fin!
Él la estrechó entre sus brazos y besó su frente con dulzura, respirando agitadamente.
—Bienvenida a casa, Nora. —Esbozó una pequeña sonrisa pero sus ojos decían otra cosa—. Vamos. —La dejó en el suelo y fue en busca de la maleta.
Nora se quedó bastante sorprendida. La verdad es que tenía en mente otra bienvenida mucho más intensa, así que ese recibimiento le había sabido a poco. No obstante, hizo lo que le pidió y entraron al gran vestíbulo cogidos de la mano. Llegaron al salón y se sentaron en el sofá, Nora sentada en las rodillas de su marido.
—¿Tienes sed? ¿Quieres que te prepare algo de beber? ¿Te apetece comer algo?
Nora negó efusivamente con la cabeza para dar respuesta a todas esas preguntas. Lo único que quería era mirarle de cerca. Comprobar que todo iba bien, igual que cuando se marchó días atrás.
—Sólo quiero estar contigo.
—Sí, pero eso no te quitará el hambre…
Nora le besó sin dudar. Le sujetó la cara entre las manos y la aferró con fuerza, para asegurarse de alguna forma que era real.
—Nora, vamos… —Se separó lentamente—. Relájate. Tienes que descansar.
¿Por qué estaba de ese humor? Estaba literalmente apagado, como si le fallaran las fuerzas. ¿O acaso estaba molesto?
—¿Estás enfadado conmigo?
Dorian frunció el ceño ante la inesperada pregunta.
—¿Por qué?
—No lo sé. Por todo esto. —Se mordió el labio—. A lo mejor no querías quedarte solo. ¿Habrías preferido venir conmigo?
—Eh, Nora, cálmate por favor —susurró, acariciando su mejilla—. No estoy enfadado contigo, y mucho menos por algo así. Es fantástico que hayas podido ir. Me alegro por ti. Es un gran progreso. Además, yo no habría servido nada más que para estorbar. —Sonrió—. Todo está bien.
—¿Y por qué no contestabas a mis llamadas?
—Porque… —Se pasó una mano por el pelo—. No te imaginas lo ocupado que he estado. He tenido reuniones con varios grupos en el último momento y cuando quería darme cuenta de la hora ya era muy tarde. Siento haberte hecho pensar cosas que no son, pero he estado hasta arriba de trabajo. No volverá a pasar.
Nora le abrazó con fuerza, soltando un gran suspiro. Estaba decidida a ir a por el segundo asalto.
—Verás, tengo que decirte algo.
—De acuerdo. ¿De qué se trata?
—Bueno, he invitado a mis padres a venir esta noche. Para celebrar mi vuelta y… para pasar un rato todos juntos. —Esperó una respuesta sumida en el silencio, pero no llegaba—. ¿Crees que he hecho mal?
—No, en absoluto —aclaró al cabo de unos segundos—. Me parece buena idea.
Nora torció ligeramente la cabeza hacia un lado, desconcertada.
—Pues no lo dices muy convencido. Si quieres, puedo llamarles y decirles que no…
Dorian la abrazó con fuerza, levantándola de su regazo.
—Nora, siento mucho estar así, pero es que no me creo que ya hayas vuelto. Por fin —añadió.
Un leve alivió se respiró en el aire.
—¿Así que era eso? —sonrió—. No ha pasado ni una semana, cielo. ¿Tanto me echabas de menos?
Dorian pegó su frente a la de ella.
—Sí —susurró—, mucho.
—Oh, me alegra tanto oírte decir eso. —Le besó tiernamente—. Yo también. No te imaginas cuánto.
Se quedaron mirándose el uno al otro hasta que Nora rompió el silencio.
—¿De verdad estás bien? Parece que te ocurre algo. ¿Estás cansado?
—A decir verdad, sí. —Apretó la mandíbula—. No he podido… pegar ojo en toda la noche.
—¿Por mí?
—Sí.
Esas eran el tipo de cosas por las que se derretía. Saberse importante e imprescindible le ponían inevitablemente la sonrisa bobalicona en la cara.


La hora de comer estaba siendo bastante agradable. Nora no había parado ni un momento de hablar sobre sus días de trabajo; las exposiciones, reuniones, lo detallaba todo hasta el extremo, mientras que Dorian escuchaba atentamente sin interrumpirla ni una vez. Estaban cómodos el uno con el otro y eso era evidente. Además, su marido ya parecía que iba estando mejor, como siempre, o eso parecía.
—Bueno, creo que ahora te toca ti —apuntó Nora—. Cuéntame qué has hecho en mi ausencia. —Aleteó descaradamente sus pestañas—. Vamos, no seas tímido.
Dorian esbozó una media sonrisa y se bebió un largo trago de agua. Se pasó la mano por el pelo y se quedó mirando la mesa, como si de repente prefiriera no hablar.
—¿Y bien?
—¿Qué quieres saber? Apenas he salido del estudio, y cuando lo hacía me iba corriendo a alguna de las muchas reuniones que tenía.
—¿Y qué pasa con Ray? ¿No te ha echado una mano?
—No, la verdad es que no era necesario. Pero de todas formas habría sido igualmente agotador. —Carraspeó—. No quiero hablar de eso.
—¿Por qué? ¿Tan mal lo has pasado?
—Sí —gimoteó—. He estado muy agobiado y… triste.
Nora arqueó las cejas involuntariamente.
—¿Triste? ¿Por el trabajo? —Se mordió el labio—. Algo se me escapa.
—No importa, cielo. Ya estás aquí y eso es lo importante.
Nora se moría por hacerle la pregunta evidente, así que no se lo pensó dos veces.
—Creo que no estás siendo del todo sincero conmigo.
—¿A qué te refieres?
—Creo saber por qué no has hablado conmigo por teléfono. —Se movió en su asiento—. Tiene que ver con Angy.
En una milésima de segundo, Dorian se puso pálido, como si hubiera visto un fantasma. Desde luego, no había empezado la mañana con muy buen pie.
—¿Por qué… dices eso?
—Bueno, creo que es evidente, ¿no?
Él desvió la mirada.
—No.
—¿Cómo que no? —Se alborotó la melena rubia—. Está claro que mi hermana no ha pasado aquí ni un solo día de los que he estado fuera. No has podido echarle un ojo para asegurarse de que estaba bien.
—Ah, eso…
—¿Eso es lo que vas a decir? —Frunció el ceño—. Ya sabes lo mucho que me importa, y quería que estuviera aquí contigo para que, entre otras cosas, os hicierais compañía.
Dorian mantenía la mirada helada, algo que no era propio de él.
—Nora, tu hermana es adulta y sabe lo que se hace —contestó secamente—. Intenté convencerla para que viniera pero ha sido imposible. —Soltó un suspiro—. Creo que se habrá quedado en algún hotel…
—Sí, eso he oído. La he visto esta misma mañana, antes de venir aquí. —Ladeó la cabeza—. Quería ir a ver a mi madre para que supiera que acababa de volver y ella estaba allí.
Dorian abrió la boca pero no dijo nada.
—¿Por qué pones esa cara?
—Oh, por nada, es que me sorprende que estuviera allí. —Sacudió los hombros—. Creía que ya se habría marchado.
Nora asintió.
—Sí, bueno, eso es lo que ha hecho inmediatamente después. Estaba muy rara, la verdad. Tenía una prisa histérica por largarse. Ni siquiera ha querido esperar para despedirse de nuestro padre o de ti.
—¿Te ha dicho algo?
—¿Algo… como qué?
—No sé, dónde ha estado o qué ha estado haciendo…
—Nada. Sólo sé que se ha quedado en un hotel de la ciudad y ahora mismo estará en un avión para regresar a su vida corriente. En cierta forma, y aunque se me haga difícil, todo vuelve a la normalidad.
Su marido se levantó de la silla y comenzó a recogerlo todo. Estaba especialmente pensativo, cosa que aprovechó para meditar ella también. No había olvidado lo que había visto dentro del armario de su hermana, pero a decir verdad ahora no estaba muy convencida de querer sacar el tema. Dorian no estaba por la labor, así que la comunicación no sería precisamente fluida…
—Dorian…
Él se volvió y la estudió atentamente con la mirada.
—¿Sí?
No supo por qué, pero en el último momento cambió de idea, y decidió morderse la lengua.
—Nada, olvídalo.
—¿Qué?
—Oh, nada. —Pensó en lo primero que se le ocurrió—. Nada, es que… me alegro de volver a casa.
Su marido sonrió con más ganas.
—Sí, es genial.
Nora se levantó y le agarró de las manos, moviéndolas de un lado a otro.
—¿Sabes? Creo que tenemos que recuperar el tiempo perdido.
—¿Tú crees?
—No lo creo, lo sé.
Él se encogió de brazos.
—Muy bien.
Nora sonrió pero por dentro no dejaba de aumentar su desconcierto. ¿Por qué todo el mundo estaba tan raro? Primero Angy y ahora él. Tenía la sensación de llevar fuera de casa demasiado tiempo, porque a duras penas podía reconocer el panorama. De todas formas, hizo borrón y cuenta nueva y se concentró en la noche que les aguardaba.


131


Las cosas no podían ir peor; su mujer acaba de regresar y no tenía fuerzas para disimular. Había actuado de forma caótica, sin ningún tipo de convicción, y para colmo, tenía que aguantar a sus suegros durante la cena. Ellos no tenían la culpa, a decir verdad nadie la tenía, pero se veía a sí mismo actuando de la misma manera que años atrás, cuando Angy le dejó por primera vez. No era nada, salvo una montaña de silencio, y Nora no había dejado de preguntarle si estaba bien, pero era absurdo afirmarlo cuando se moría por salir corriendo en busca de lo que de verdad quería.
Todavía las hirientes y malsonantes palabras de Ángela resonaban en su mente. Había sido tan cruel, tan mentirosa… Bueno, al menos sabía que no lo había dicho con franqueza, que se había visto obligada a decir esos disparates para conseguir que él no la siguiera, pero había sido tan duro de escuchar… No podía creerlo. Había pasado la mejor noche de toda su vida y por la mañana su recién recuperado bienestar mental había desaparecido. La había dejado ir, porque en el último minuto se quedó petrificado, creyendo por un absurdo segundo que no le quería, pero creerse algo así era una idiotez. ¿Por qué si no había pasado la noche con él? ¿Por qué había vuelto para asegurarse de que estaba bien? Y lo que era más importante, ¿por qué volvió sobre sus pasos y acabó besándole?
—Dorian —susurró Nora—, ¿quieres más vino?
La pregunta de su mujer le devolvió de golpe a la realidad. Estaban sentados en la gran mesa del salón comedor, terminando de cenar.
—No, gracias. Estoy lleno hasta para eso.
Ella sonrió y le sirvió otra copa a su padre.
—Cielo, no es bueno que bebas tanto —comentó Julia—. Recuerda lo importante que es la salud.
—Sí, pero esta noche déjame disfrutar —respondió Vladimir—. Mi pequeña ha vuelto de su gran aventura.
Nora se sonrojó y sacudió la cabeza.
—Déjalo ya, papá. No es para tanto.
—¿Y eso quién lo dice?
—Pues yo —sonrió—. Además, en ese caso, Dorian me lleva mucha ventaja. Ha hecho más viajes que yo por negocios.
Eso es verdad, pensó Dorian. Se esforzó por sonreír y luego bajó la mirada. Estaba literalmente desinflado. Quería desaparecer.
—¿Qué tal te han ido estos días sin mi niña? —murmuró Julia—. ¿Has echado en falta su presencia?
Cómo no, tenía que mentir de nuevo. Ahora entendía un poco mejor la afirmación de Angy cuando decía que su vida era una continua mentira. Se sentía acorralado.
—La verdad es que estos días se me han hecho muy largos, pero como bien ha dicho ella, ya todo ha vuelto a la normalidad.


Volvieron a la casa cúbica después de haber dado un largo paseo aprovechando que la temperatura era excelente. Al igual que cuando Angy estuvo allí, Nora dejó claro su intención de conseguir que sus padres pasaran la noche con ellos en lugar de coger el coche y volver; el viaje de dos horas no era bueno, sobre todo con dos copas demás para Vladimir.
Estaban en el salón, viendo la tele cuando Julia se retiró finalmente a una de las habitaciones disponibles, así que estaban presentes el matrimonio y el padre de Nora. A la pobre se le cerraban literalmente los ojos, así que ya no podía contar con ella. Era evidente que se iba a quedar a solas con su suegro, a no ser que se esforzara para disimular un repentino agotamiento.
—Bueno, mis queridos hombretones —canturreó alegremente Nora mientras se levantaba del sofá—, yo me voy a dormir. Necesito descansar de todas las horas de vuelo.
—Voy contigo —espetó Dorian—. También estoy cansado.
El único que no había abierto la boca era Vladimir, que seguía impasible observando la pantalla de televisor.
—Buenas noches —entonó.
—Buenas noches, papá.
Estaban los dos caminando hacia el pasillo cuando algo rompió el silencio.
—Dorian.
Él paró en seco al escuchar su nombre. Se dio la vuelta de inmediato en lugar de seguir a Nora.
—¿Sí?
—¿Podemos hablar un momento?
—Claro —dijo con un hilo de voz mientras le dedicaba una mirada desconcertante a su mujer—. Ahora te alcanzo, ¿de acuerdo?
Ella asintió sin oponer resistencia y desapareció.
—¿Va todo bien? —quiso saber Dorian al acercarse y tomar asiento de nuevo.
Vladimir entornó los ojos.
—Esperaba que tú pudieras decírmelo.
La aparente calma se había rasgado con una facilidad increíble. ¿Cómo se suponía que tenía que contestar? ¿A qué venía esa pregunta?
—No le entiendo —alcanzó a decir.
—Dorian, tranquilo. Esto no es ningún interrogatorio —bromeó—. Pero creo que deberíamos hablar.
—¿Sobre qué? —soltó, antes siquiera de pensarlo.
—Sobre lo que te preocupa.
Desde luego, ese habría sido un buen momento para huir. El nudo en la garganta creció desmesuradamente y no tenía idea del aspecto que tendría su cara, pero debía de ser todo un poema.
—¿De lo que me preocupa?
—Sí, eso he dicho —insistió su suegro—. Has estado callado toda la noche y, aunque no te conozco al cien por cien, siempre sueles estar de buen humor. ¿Qué sucede? ¿Problemas con el trabajo?
—No, todo va bien.
—¿Seguro? Nora me ha dicho que has estado muy liado últimamente y que por eso no has podido hablar con ella.
¿Le estaba reprochando? Bueno, era evidente que tenía razones para hacerlo, solo que no lo sabía.
—Sí, he tenido reuniones y cosas así. En general estoy bastante conforme, pero bueno, siempre suceden… imprevistos.
—Te entiendo perfectamente —aseguró Vladimir—. Yo tengo líos con bastante frecuencia. —Tosió seguidamente—. Entonces, ¿no quieres desahogarte con tu suegro? ¿Tan sólo es una cuestión laboral?
Había dado de lleno. Estaba claro que no, que no estaba así debido a su trabajo, pero no podía sincerarse plenamente y decirle lo que de verdad había ocurrido en ausencia de Nora. No podía mirarle a los ojos y confesarle que había estado con la que era su cuñada; no podía decirle que estaba enamorado de otra mujer diferente a su hija menor, y tampoco podía explicarle lo desolado que se encontraba, porque se sentía un completo desgraciado ahora que había vuelto a probar la miel de unos labios tan dulces, y esa exquisita delicia había cogido un avión para no volver.
—Bueno, con Nora todo va perfectamente —mintió—. Tenía muchas ganas de que llegara. Me ha hecho falta estos días…
—Me alegra oír eso. —Colocó una mano sobre su hombro—. Se nota que la quieres mucho.
Dorian experimentó una caída en picado. Se sentía un completo inútil, un impostor, un mentiroso. ¿Esto era lo que Angy sentía a cada momento del día?
—Soy muy afortunado por tenerla.
—Créeme, es lo contrario —susurró—. Mi hija no ha tenido una vida fácil y tú le has dado la estabilidad que tan urgentemente necesitaba. —Sonrió—. Gracias.
Los ojos verdes de su suegro se le clavaron hasta lo más profundo de sus retinas. Era la primera vez que estaba tan cerca de él, y por lo tanto podía analizar a fondo el verdor de esos ojos tan extraños. Y cómo no sentirse aturdido si eran tan increíblemente parecidos a los de su hija mayor; no se había dado cuenta antes.
—A propósito —continuó diciendo—. No te tortures por Angy.
—¿Qué? —espetó, sobresaltado.
—He hablado con Julia y con Nora y sé que no has podido hacer nada para que mi hija mayor se fuera a tu casa durante estos días. No te culpes; Ángela es demasiado cabezota y cuando tiene algo en mente, es imposible que cambie de opinión. Lo que nos queda entre manos es saber que está bien, y que ya ha vuelto a su vida, que es lo que verdaderamente quiere.
A quien verdaderamente quiere es a mí, pensó súbitamente. Tragó saliva un par de veces y zarandeó los hombros, buscando aliento de alguna loca manera.
—Intenté hablar con ella en unas cuantas ocasiones y le dije que si venía, Nora no tendría que estar preocupada. En realidad, nadie lo estaríamos. Pero…
—Lo sé, Dorian. Ella es así. Creía que de verdad estaba mejor en un hotel pero no tiene nada que ver. —Sacudió la cabeza, evidenciando su decepción—. Creo que le causas demasiada impresión. Te tiene mucho respeto.
Eso sí que era verdaderamente extraño de oír, sobre todo de oídos del padre de Angy.
—¿Por qué? ¿Acaso no soy… social?
—Oh, claro que sí. Lo que ocurre es que ella es todo lo contrario —explicó Vladimir—. Resulta que su pasión es el teatro pero a la hora de la verdad sigue siendo la niñita tímida de años atrás. —Sonrió al recordar—. Además, para ser del todo franco, no sabe cómo manejar la situación. Nunca ha tenido que acostumbrarse a la idea de tener formalmente un cuñado. No me malinterpretes; eres el hombre ideal para Nora, pero en su época de juventud, es decir, cuando todavía era incluso más joven… —Arqueó las cejas—. Bueno, tenía la cabeza en otras cosas.
—No se preocupe, le entiendo. Es comprensible, pero después de todo lo que ha pasado entre nosotros, resulta incómodo no llevarse bien. Todavía me sorprendo por lo que hizo por mí. —Resopló—. Me salvó la vida, y nunca tendré la manera de devolverle el favor. Sólo intentaba ser amable con ella, que me tuviera confianza, pero he cometido un gran fracaso.
—Hijo, no lo veas así. Ángela definitivamente está hecha de otra pasta; no puede estarse quieta y su lugar no estaba aquí. Si añades eso a su relativa incapacidad para estrechar nuevos vínculos sociales, me temo que no podemos hacer nada al respecto. Es su manera de ser, su estilo de vida es distinto y está feliz bajo la seguridad de su caja fuerte. —Tragó saliva—. Necesita cubrir otro tipo de necesidades. Quizás no está preparada para vivir la vida que se espera de ella, por eso en cierta forma se comporta así. —Arrugó la frente—. Hazme caso, lo ha intentando con todas sus fuerzas, pero el núcleo familiar no es precisamente su catalizador. Su energía viene de otra fuente. Ya lo has comprobado por ti mismo. Es muy independiente; no necesita a ningún hombre para ser feliz, y aunque me gustaría tener nietos por su parte, lo cierto es que si ella está feliz a su estilo, yo también lo soy.
Dorian jamás hubiera podido imaginar que bajo esa fachada dura de expresión inerte se encontraba un gran hombre, que hablaba con sabiduría y experiencia propia. Desde luego, era una caja de sorpresas. Razón demás para que Angy se pareciera a él.
—Sinceramente, creo que debería de ser capaz de encontrar alguien que pueda hacerla feliz —sentenció en un arrebato de ira—. El trabajo no lo es todo, no te abraza por las noches y no te hace sentir completo. Creo que se está perdiendo muchas cosas.
—Tienes toda la razón, pero como ya te he dicho, es su decisión.
Después de un par de intercambios más de ideas, los dos se despidieron y se fueron a sus respectivas habitaciones. Dorian abrió la puerta del dormitorio principal y entró de puntillas para no hacer ruido. Se tumbó al lado de Nora con sigilo pero fue inútil: estaba despierta.
—Vaya, vaya —susurró, divertida—. ¿Confraternizando con el enemigo?
Esta vez Dorian sonrió sin esfuerzo. La abrazó con fuerza y la atrajo hasta él, buscando consuelo en sus brazos, aunque sabía que no era lo mismo.
—Juraría que habías dicho que estabas agotada —recordó—. Así que a dormir.
Nora le pasó un brazo por el cuello y se acurrucó de lado, flexionando las rodillas.
—Buenas noches.
—Que descanses, princesa.
—¿Sabes una cosa? —dijo con un hilo de voz—. Te quiero.
—Y yo.
Y en la oscuridad del cuarto, se hundió lentamente en su particular pozo de desesperación y amargura, porque esa misma declaración tan pura de sentimientos había sido pronunciada la noche anterior por otros labios. Sí, ahora estaba allí otra vez, pero ella no. Su ángel de fina mirada verde, que lloraba desconsoladamente entre palabras nunca dichas, ya no estaba.


132


Los días se le hacían endiabladamente eternos. No había ni un solo momento en que no deseara dejar de existir. Total, ¿para qué? Angy se había marchado y no había razón por la que alegrarse. Tenía a Nora, sí, pero ahora mejor que nunca resultaba escandalosamente evidente que no era un alivio, si no todo lo contrario. No quería odiarla porque estaba ajena a todo ese asunto, pero verla a ella significaba recordar instantáneamente que su verdadero amor faltaba; le faltaba ella, y no podía levantarse por las mañanas como de costumbre. Sentía una desazón profunda que no se llenaba con nada. Cada vez que la besaba, se sentía traicionado, decepcionado consigo mismo por no ser valiente; le dijo a Angy que le contaría a su hermana toda la verdad si decidía marcharse sin él, pero no llegó a decir nada. No pudo hacerlo. Una cosa era decirlo y otra bien distinta hacerlo; plantarse delante de la mujer con la que estaba unido y decirle que su matrimonio había sido una farsa desde antes incluso de casarse. ¿Cómo soltar semejante bomba de relojería y sobrevivir?
Nada tenía arreglo. El amor que alguna vez había sentido de forma efímera pero intensa por aquella joven de melena dorada y ojos de mar se había desintegrado. No estaba por ninguna parte y ni siquiera quedaban ruinas para ser recordado. No sentía nada, y sin embargo, tenía que comportarse como el hombre perdidamente enamorado de su esposa que se suponía que era. Qué gran mentira; le tatuaba a fuego el dolor intenso por la pérdida que se repetía una y otra vez. Porque se sentía encadenado al saber que no podía hacer nada. Estaba tentado de marcharse para buscar a la que de verdad consideraba su alma gemela, pero simplemente no podía. Esa no era la manera de hacer las cosas, pero tampoco había podido contarle a Nora lo que ocurría, ya que Ángela había huido cobardemente para evitar pelear por lo que le pertenecía.
Se escabullía en el trabajo a todas horas, como aquel día. Se limitaba a quedarse pensativo, mientras que los demás se habían tomado un descanso o ya habían terminado. Tenía el aspecto de haber sufrido un colapso mental, sin hablar, sin gesticular. Era un títere inerte, esperando a que alguien adecuado moviera sus hilos para devolverle a la vida que le habían arrebatado nuevamente.
Despertó de su encierro interno al escuchar unos pasos aproximarse a la sala donde se encontraba. Ray dio dos golpecitos en la puerta y entró. Se le quedó mirando con atención.
—Eh, Dorian —pronunció—, ¿por qué no te vas a casa? Hace rato que hemos terminado. No te quedes ahí parado y aprovecha.
Dorian se encogió de hombros y suspiró.
—Nora todavía no estará en casa —mintió—. No quiero estar solo allí. Es demasiado grande y ya… no me acostumbro a ser solo uno.
Ray ladeó la cabeza y sonrió.
—Vaya con el gran enamoradizo. —Le guiñó un ojo—. Te tiene bien pillado, ¿eh?
—Eso me temo. —Su voz parecía una súplica de socorro.
—Bueno, entonces si no quieres volver a casa, te propongo algo mejor.
—¿Y bien?
Ray movió la cabeza para indicarle que se levantara de su sillón.
—Vamos a ir a tomar algo. Hace mucho que no vienes con nosotros. —Se encogió de hombros—. ¿Por qué no te apuntas?
Dorian apretó la mandíbula y se pasó una mano por el pelo, nervioso.
—No sé, Ray. No creo que sea una buena idea.
—Vamos, tío —imploró su amigo—. No seas así. Nora te tiene todo el tiempo para ella sola. No tiene por qué enterarse. Unas copas, una buena conversación entre colegas, y luego de vuelta al hogar. Estarás en casa antes de las doce, cenicienta. —Sonrió con diversión—. Te lo prometo.
Dorian lo meditó durante un momento y se levantó. Optó por negarse de nuevo.
—Agradezco tu oferta, de verdad, pero hoy no estoy de humor. Quizás en otro momento, ¿de acuerdo? —Caminó hasta el umbral de la puerta—. Dile a los chicos que lo siento.
La sonrisa desapareció en la cara de su amigo.
—Como quieras, pero haz algo para alegrar esa cara.
—¿A qué viene eso, Ray?
—Bueno, sólo digo que tendrías que estar bien, y si no lo estás…
—¿Qué? —espetó, poniéndose irritante.
—Escucha, si estás preocupado por algo, lo que sea, dímelo. Estás muy raro últimamente.
—Eres la segunda persona que me lo dice.
—¿También Nora? —aventuró—. Pues entonces será por algo. —Se cruzó de brazos—. En serio, no quiero verte así.
Dorian aferró el pomo de la puerta con fuerza. No sabía qué decir para disculparse.
—Creo que estoy… pasando por una mala racha, supongo.
—¿Por qué?
—Por todo, por nada…
—Venga, Dorian, no me vengas con esas. Te conozco y sé que tiene que haber algún motivo importante para que te comportes de esa manera.
—Pues si lo encuentras, comunícamelo —gruñó, y se fue.


El viento en la cara refrescaba sus nervios. Hacía buena noche y aunque acabara de ponerse el sol, ya tenía que volver a casa. Se había pasado toda la tarde por ahí, dando tumbos hacia ninguna dirección, viendo escaparates sin mirar, cruzando calles dentro de su propio mundo, descansando en un banco del parque… Todo eso para no tener que hacer frente a lo que le esperaba en casa, para no ver a la mujer que seguramente le estaría esperando.
Cogió el coche que había comprado recientemente y volvió a casa, sintiendo como la bilis le subía por la garganta. Se sentía inmovilizado, como en su propia jaula de oro; tenía todo con lo que alguna vez había soñado y sin embargo no les bastaba. Una casa inmensa, un trabajo estable y con buenos resultados, una mujer absolutamente preciosa que le adoraba…
Entró en el vestíbulo y se desabrochó un par de botones de la camisa. Fue directamente al salón comedor y se topó con ella. Le había estado esperando, porque tenía cara de pocos amigos. Había un par de platos en la mesa; uno estaba vacío, pero el otro estaba intacto. No hacía falta preguntar cuál era el suyo. Se acercó con pasos de plomo y la besó en la mejilla. Nora estaba viendo la tele, con el ceño fruncido.
—Siento no haber podido acompañarte —se disculpó, señalando los platos de comida—. He estado ocupado.
—Lo sé, últimamente te pasas el día en el estudio. —Dejó escapar un suspiro—. Podías haberme llamado.
Dorian se sentó a su lado y le pasó una mano por los hombros, aparentando serenidad.
—No sé qué es lo que tengo en la cabeza. Estaría bien saberlo.
—Créeme, a mí también me gustaría saberlo. —Seguía sin mirarle, lo que era una mala señal.
—¿Qué estás viendo? —preguntó, intentando desviar el tema.
—Nada —contestó secamente—. Sólo estaba haciendo tiempo hasta que vinieras. —Por fin le miró—. La cena se te ha enfriado.
—No te preocupes. Ya he cenado fuera.
Ella arqueó las cejas y se volvió hacia él, sorprendida.
—¿Y no pensabas decírmelo? —gruñó—. ¿Con quién?
—Con Ray y los demás —mintió—. Hace tiempo que no me tomaba nada con ellos y han insistido…
—Te recuerdo que yo también he perdido el contacto frecuente con mis mejores amigas y aquí estoy. Se supone que tenemos que hacer vida de casados.
Dorian tragó saliva y asintió.
—Sí, lo siento. No quería decírtelo para que no te enfadaras.
—Ya sabes lo mucho que odio que me trates como a una niña. No voy a enfadarme porque no me lleves contigo a todas partes porque también necesitamos nuestro propio espacio. Si me dices que vas a salir con tus amigos, perfecto, porque así me evitas la angustia de estar esperándote durante horas y creer que ha podido pasarte algo.
Esa inesperada sinceridad le hizo sentirse muy mal. Bajó la cabeza y suspiró. No podía discutir porque Nora llevaba toda la razón.
—Perdóname —susurró, agarrándole la mano—. No volverá a pasar.
Nora se acercó y se acurrucó contra él, con la cabeza justo debajo de la barbilla.
—No quiero que te disculpes. —Le miró a los ojos—. Sólo prométeme que la próxima vez me avisarás.
—Te lo prometo.
Se quedaron viendo la tele durante un largo rato cogidos de la mano, sopesando el profundo silencio y luego se fueron al dormitorio. Nora se pegó a su cuerpo y se quedó inmediatamente dormida, así que aprovechó para observarla de cerca. Sí, nada había cambiado. El vínculo que tenía que unirles no estaba, y no iba a volver bajo ninguna circunstancia. Sabiendo esa verdad que le ahogaba, cerró los ojos e intentó por todos los medios dormir, pero necesitó mucho más que insistencia para poder hacerlo.


133


Llevaba sentada en la cama todo el día, sin moverse, con el cuerpo rígido y entumecido. Mantenía un perpetuo silencio porque no tenía a nadie al lado para poder desahogarse. Sostenía en la mano su teléfono móvil, pero cada vez que intentaba marcar el número de su mejor amigo, le entraba el pánico y cambiaba de idea, pero así no podía continuar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había vuelto completamente loca? ¿Por qué no había hecho lo que se suponía que debía hacer? Estaba aterrada, como si hubiera desarrollado un inesperado mecanismo de defensa que la instaba a hacer lo que de verdad quería, y si por algún breve instante de tiempo pensaba en la posibilidad de irse, su cerebro se cerraba en banda y negaba efusivamente, como si le fuera la vida en ello. Aunque en cierto modo, así era. No recordaba haberlo pasado tan mal nunca. Ya no sabía cómo afrontar la situación, no tenía arreglo, porque había sido mucho peor de lo que esperaba; había dejado de confiar en su persona porque se había traicionado a sí misma. ¿No se suponía que tenía todo bajo control? ¿Por qué no controló la situación cuando pudo hacerlo en lugar de que le explotara en la cara? ¿Cómo podía mirarse al espejo y no sentir vergüenza por lo que había hecho? ¿Quién en su sano juicio habría seguido sus pasos?
La cabeza le daba vueltas sin parar, siendo consciente del tremendo error cometido. Ya no sabía en qué punto humeante estaban las cosas, porque si en un estado neutral ya echaban chispas, la locura de pasar la noche con él había prendido la llama que después dio paso al fuego incontrolado. Era evidente que siempre había estado alimentando las brasas de su amor por Dorian, pero lo que había hecho no tenía perdón. Era un delito desolador, caótico, estridente, sin sentido, de mal gusto, cruel... Se le ocurrían un millón de descripciones igual de intensas pero con palabras no era suficiente para describir el mal que había causado, y todo por su propio bienestar.
Se suponía que había renunciado a él; todas las veces que Dorian había insistido para encontrar una nueva oportunidad se habían ido al traste porque así debía ser, y en el último momento, en el último segundo antes de marcharse, había desconectado la vocecita de ángel de su hombro derecho para hacer caso al demonio acoplado en su hombro izquierdo. Pero aunque intentaba pensar con objetividad, lo cierto es que no podía. En lo más profundo de su intelecto, sabía que había algo puro; no había sido un capricho de unas horas, si no un deseo contenido durante varios años en los que no había desaparecido absolutamente nada de lo que sentía. Había sido capaz taparse los oídos para no escuchar la ética que salía de su cerebro y había corrido literalmente hacia él. Pero cuando le besó, supo que el trato acababa de romperse, y aunque tendría que responder por la mañana, siguió a su lado, ignorando los fuertes remordimientos. Ahora estaba allí, en realidad en ninguna parte, porque así se veía, perdida en un lugar entre el mundo de verdad, el que estaba ahí afuera, y el suyo propio, levantado a base de sueños e imaginaciones que no iban a ninguna parte. Se le quemaba la garganta, y tenía los ojos tan desgastados de llorar, que estaban considerablemente hinchados y rojizos. Era como haber despertado de repente de un sueño reparador para toparse con lo opuesto. Le faltaba la energía que sus músculos necesitaban para reaccionar, pero el hombre que era capaz de dársela, había sido abandonado... otra vez.
La discusión definitiva antes de marcharse había sido demoledora. Se le aceleraba el pulso al revivirla una y otra vez, y aunque era una tortura no dejar de pensar en ello, al menos era la única posibilidad de verse de nuevo junto a él, aunque se gritasen. Y lo peor de todo había sido decirle todas esas cosas que ambos sabían que no eran ciertas. ¿Cómo se había vuelto tan descaradamente fría en un abrir y cerrar de ojos para decirle que no sentía nada? ¿Y la noche tan maravillosa? ¿Cómo podía haberle gritado que para ella no había significado nada? ¿Acaso ya estaba tan acostumbrada a mentirle a todo el mundo que ni siquiera podía hacer una excepción con él? Bueno, sí que podría haberlo hecho, pero entonces se habría marchado junto a ella. Haberle visto coger la maleta y guardar la ropa a toda prisa la hizo sentir tan bien y tan mal que el sentimiento creado no podía ser descrito porque era nuevo para ella. Si hubiera mirado para otra parte, ahora estaría muy lejos, y desde luego no estaría sola, pero habría sido lo más injusto para todo el mundo aunque Dorian fuera incapaz de verlo. Por eso se comportó como una adolescente que no sabía lo que quería para convencerle de que se quedara y siguiera ocupando su puesto de marido, porque no podía abandonar a su mujer, no podía abandonarla. Le había dicho que si la dejaba, Nora se moriría. ¿Y qué es lo que había hecho ella al acostarse con su marido? ¿Acaso no le había asestado una potentísima puñalada por la espalda? No, definitivamente no existía mayor prueba de cobardía, porque si hubiera tenido agallas, habría hecho lo correcto dentro de todo el mal causado; debería haberle dicho la verdad antes que permitir que su hermana pequeña continuara creyéndose la fantasía que se erguía sobre su alrededor.
Sentía pavor al tantear imaginariamente el terreno desolado que habría dejado a su paso. ¿Cómo estaría Dorian? ¿Qué habría hecho justo después de que ella abandonara la casa? ¿Habría cumplido su promesa de confesarle todo a Nora? ¿Estaría sin saberlo metida de lleno en una estampida inminente?
Miraba de nuevo el teléfono móvil. Se estaba quedando sin batería y seguía sin saber qué hacer. Se suponía que ya tendría que haberse puesto en contacto con Evan e informarle de su regreso... A decir verdad, eso ya no iba a ser posible, porque aquel día por la mañana después de que se marchara de casa de sus padres, dejando atrás a su hermana y a su madre, no fue al aeropuerto. Simplemente se quedó dando tumbos por la ciudad, llorando en silencio mientras la gente la miraba como si fuera un bicho raro. No había sido capaz de realizar la última acción que posiblemente le habría otorgado un poco de sentido común y dignidad. A la hora de la verdad, se había negado a volver a su vida normal y corriente, porque sabía que el teatro no iba a poder llenar del todo el hueco perforado en su corazón. Por muchas horas que se pasara encima del escenario, su cara reflejaría todo lo que había perdido, y a pesar de los aplausos que cosecharía su vuelta, no sería feliz.
Apretaba los dientes al imaginarse la cara que pondría Evan nada más verla aparecer. La conocía mejor de lo que creía, así que las palabras no serían necesarias para explicar lo que había pasado; un simple vistazo por la cubierta sería suficiente para comprender que su interior estaba mucho más que roto en mil pedazos, y no quería enfrentarse a algo así. No quería discutir con nadie más porque su apogeo había llegado a su fin. Había apostado todo y, ¿qué es lo que le quedaba? Nada, porque ahora era una doña nadie y había acabado por hacer aquello que juró que nunca haría: ser la responsable de la destrucción del matrimonio de su hermana.
Se dejó caer sobre la cama, colocándose de lado y en posición fetal, ahogando las lágrimas sobre la fina tela. Daba puñetazos una y otra vez sobre la esponjosa superficie, maldiciendo a todo el mundo, sobre todo a ella misma. El estómago suyo estaba mucho más que cerrado, y las ganas de vivir se le habían ido. ¿Cómo seguir hacia delante teniendo en la conciencia algo tan horrible? ¿Qué pasaría dentro de dos, cinco o diez años? ¿Se convertiría en costumbre ir a verles de nuevo manteniendo en el aire el secreto que, de saberse, rompería todo lo que había costado crear? ¿Volverían a verse cada cierto tiempo sabiendo lo que había pasado entre ellos? ¿Actuarían como siempre, de la misma manera, haciendo creer a todos los presentes que no se llevaban bien? ¿Así serían sus vidas? ¿Simples interpretaciones? ¿Qué sería de su pobre Dorian, obligado a quedarse junto a una mujer que no quería? ¿Le había matado al decirle que debía permanecer para siempre al lado de Nora?
Sentía desprecio por sí misma. Había tirado la piedra y escondido la mano. Primero le dijo que le quería y por la mañana había pasado a un estado totalmente diferente, profiriendo gruñidos de rechazo, como si no quisiera volver a verle nunca más. Había sido profundamente egoísta, olvidándose de lo que pudiera sentir ese pobre hombre. ¿Qué derecho tenía ella a decirle lo que tenía que hacer? ¿Por qué le negaba la posibilidad de elegir si él era capaz de tomar sus propias decisiones?
Todo lo había hecho por esa joven de mirada azul. Había reaccionado otra vez de manera brusca e inesperada para intentar salvar la felicidad de su hermana, aunque no fuera precisamente real. ¿Era lo correcto permitir que todo siguiera tal y como estaba? ¿Debía volver a esa casa inmensa donde todo se había desatado y decirle la verdad? No y mil veces no. Sólo tenía que hacer una única cosa, y era coger el maldito avión que la alejaría de todo ese infierno desatado. Pero aunque se empeñara, aunque rehiciera sus pasos miles de veces, aunque tuviera el billete en la mano, aunque estuviera delante de su asiento, sabía que no lo haría. Era pensar en lo que dejaba atrás, y se le formaba un nudo en la garganta, cortando así cualquier posibilidad de huida. Se imaginaba otra vez con Dorian y... sabía que no podía abandonarle. No podía dejarle. Era lo único que tenía claro: no quería marcharse.


134


Nora conducía tranquilamente por la ciudad; Dorian iba en el asiento del copiloto. Apenas habían hablado en un par de ocasiones, y todo lo demás se salpicaba con silencio y más silencio. Se dirigían al restaurante favorito de ella; habían quedado con Ray y también con Cata y Vera. Lo habían decidido para evitarse así más discusiones sobre las posibles salidas de uno y de otro sin avisar. Al menos tendrían una noche diferente a todas las demás, ya que hacía bastante tiempo que no salían por ahí. Nora esperaba que de algún modo sirviese para que su marido se despejara, porque estaba con la cabeza en otra parte, y como era tan reservado, no había conseguido sonsacarle nada, únicamente la insistente respuesta de siempre: estaba bien.
Aparcaron en el parking y salieron en cuestión de dos minutos. El restaurante estaba bastante lleno, pero como ya tenían mesa reservada, no había ningún problema. Se acercaron al lugar indicado y, para su sorpresa, descubrieron que Cata y Vera ya estaban allí.
—No puedo creerlo —susurró Nora, mientras se acercaban a la mesa—. Casi nunca llegan pronto.
Las dos mejores amigas de Nora se levantaron entre sonrisas y murmullos y esperaron a tenerla cerca para estrecharla entre sus brazos. Ella por supuesto se dejó llevar, muerta de la alegría por tenerlas cerca de nuevo.
—¡Oh, chicas! —exclamó—. ¡Estáis estupendas! —Las miró a una y a otra—. Esos vestidos os sientan de maravilla.
La pelirroja de Cata se ruborizó, mientras que Vera sonreía con su característica mueca. La verdad es que estaban espléndidas. Eran jóvenes, y los vestidos caían sobre sus cuerpos con una gracia agradable.
—Tú tampoco pasas precisamente desapercibida —comentó Vera—. ¿Querías eclipsarnos?
Nora se tapó la boca con las manos. Volvía a comportarse como una adolescente.
—Sabes que siempre lo consigo. —Le indicó a Dorian que se acercara—. ¿Recordáis a mi... marido? —Su voz denotaba un orgullo inmenso.
—Claro que sí —puntualizó Cata.
Hicieron los respectivos saludos y se sentaron a la mesa. Las cuatro de las cinco sillas estaban ocupadas.
—¿Quién falta por venir? —se interesó Vera.
—Un amigo de Dorian, del trabajo —explicó Nora—. No tardará en llegar.
—¿Sólo uno? ¿Crees que estoy dispuesta a compartirlo con Cata?
La pelirroja frunció el ceño.
—Puedes quedártelo para ti solita. No tengo ninguna intención de ligármelo.
—Lo siento, chicas, pero lo de ligar esta noche no va a poder ser —interrumpió secamente Dorian—. No al menos con Ray.
—¿Por qué?
—Ray ya está... pillado.
Vera arrugó los labios y se encogió de hombros.
—Qué pena. La próxima vez tráenos a alguien que esté disponible.
Nora observaba la escena desde fuera. Estaba encantada por estar con sus amigas, pero respecto a Dorian, era como tener una espinita que no lograba sacarse. No le gustaba el tono seco y cortante que había empleado. Había formas mucho más amables de decir lo mismo.
—Cielo, relájate —murmuró—. Ellas no saben nada.
—Por eso precisamente lo he dicho —dijo Dorian—. No quiero que Ray tenga problemas con su novia.
Nora frunció el ceño. ¿Pero qué mosca le había picado? ¿Por qué tenía ese humor de perros?
—Cálmate —dijo al fin—. Hemos venido para pasar un buen rato, ¿entendido?
Los minutos transcurrían pero el desconocido amigo de Dorian no aparecía y Nora detestaba la impuntualidad. Se estaba retrasando más de la cuenta, y si no era mucho pedir, deseaba cenar lo antes posible. No quería que los malos modales de Ray estropearan la noche.
—¿Sabes si tardará mucho más en llegar? —preguntó a Dorian.
—No lo sé, Nora. No soy adivino.
—¿Por qué no le llamas?
—Seguro que ya estará llegando. No te preocupes. Él es así.
Esa respuesta no era suficiente para ella. Ya habían esperado suficiente, y su estómago se estaba resintiendo. Además, ella lo estaba pasando bien con sus amigas, pero deseaba que Ray estuviera allí para que así consiguiera animar a Dorian, que desde luego no estaba haciendo grandes esfuerzos por estar de buen humor.
—Vamos, cielo. Es para asegurarnos —imploró de nuevo—. Ya lleva un buen retraso. A lo mejor le ha pasado algo...
—Está bien —soltó bruscamente Dorian, levantándose de su silla—. Voy a llamarle, ¿de acuerdo? —Tragó saliva—. Ahora vuelvo.
Compungida y desorientada, vio alejarse a su marido hasta que se perdió de vista en dirección a la calle. Se volvió hacia sus amigas pero acabó desviando la mirada. Estaba avergonzada por esa actitud totalmente incomprensible y fuera de contexto.
—¿Va todo bien? —preguntó Vera.
Nora levantó la cabeza y después de varios segundos, se encogió de hombros.
—Yo creía que sí —murmuró—. Pero ya no estoy tan segura.
—¿No quería venir? —aventuró Cata.
—La verdad es que sí. Se mostró conforme con el plan, pero no entiendo por qué se comporta de esa manera. Y la forma de hablaros...
—No te preocupes por eso —aseguró Vera, cogiéndola de la mano—. Nosotras hemos venido a verte a ti.
—Sí, pero no tiene motivos para actuar así. Lleva demasiados días de mal humor. Y no quiere decirme por qué.
—¿Cosas del trabajo?
—Eso espero —susurrró Nora—. Porque si tiene que ver conmigo...
—No seas tonta —apuntó Cata, sonriendo para quitar hierro al asunto—. Eres increíble, Nora. No tiene ni una minúscula pega contra ti. Serán cosas sin importancia, pero a veces los hombres son así. Además, tienes que entender que no somos parte de su círculo de amigos habitual. No se siente... del todo cómodo. Dale un poco de tiempo, seguro que con un par de copas y una buena charla entre todos, conseguimos que mejore. —Le guiñó un ojo—. No te preocupes.


135


Dorian miraba el cielo oscuro. Hacía una temperatura perfecta y agradecía haber salido a la calle. No aguantaba durante más tiempo la charla incesante entre Nora y las otras dos. No estaban en el lugar adecuado para ellas. Llamaban demasiado la atención desde el primer minuto, cuando habían roto en griteríos por verse. Había sentido vergüenza, y despejarse la cabeza le venía bien. Ya había hablado con Ray, y como siempre, llegaba más que tarde. Decidió que le esperaría allí; bajo ninguna circunstancia volvería a entrar solo, a expensas de los comentarios poco útiles de las dos mejores amigas de su mujer.
Los coches pasaban de vez en cuando, y cada vez que divisaba un taxi, tenía que controlar sus piernas, que estaban mucho más que deseosas por subirse a uno de ellos. La mente se le corrompía porque se sentía incapaz de manejar la situación. Había aceptado salir esa noche a petición expresa de Nora, pero se arrepentía de haber dicho que sí. Él era de otra pasta, y no quería perder el tiempo con mocosas... Bueno, sin olvidarse de la evidencia de que Nora también lo era. Le caían bien, de verdad, pero verlas también le ponía de mal humor, porque todo lo que estaba su alrededor hacía que no dejara de pensar en Ángela, como una carga silenciosa sobre los hombros. El restaurante donde se vieron por primera vez después de dos años; Cata y Vera cuando hablaron de ella al conocerla; la simple visión de Nora... Todo se le quedaba en las entrañas y no podía continuar. Tenía los pies dentro de unas peligrosas arenas movedizas y no sabría cuánto tiempo podría soportarlo. Estaba demasiado disgustado por lo ocurrido, por no haberse atrevido a irse de verdad, a buscarla desde el minuto cero....
Un silbido conocido llegó hasta sus oídos. Levantó la cabeza y entonces se encontró con Ray. Suspiró de alivio. Se acercó a él y le estrechó la mano.
—Nora te va a matar —anunció—. ¿Dónde te habías metido?
—Lo siento, Dorian. Pero he tenido problemas para venir. Espero que no sea muy tarde...
—Para mí no lo es, pero ya sabes lo que opinan las mujeres...
—¿Está tu mujer sola? —quiso saber Ray.
—Me temo que no. —Arrugó la frente y suspiró—. Está con sus dos mejores amigas.
Ray arqueó las cejas.
—¿Y me lo dices ahora?
Dorian ladeó la cabeza, intentando no perder la paciencia.
—Te lo dije en su momento, pero veo que tienes demasiadas cosas en la cabeza como para acordarte. Pero no te preocupes, les he dejado muy claro que no estás disponible.
Ray sonrió como un idiota; un idiota feliz.
—Ya lo creo. Me hubiera gustado traerla conmigo, pero...
—Mira, dejémonos de tanta charla y entremos. Si no, yo también seré presa fácil de mi mujer.
136


Los profundos ojos azules de Nora estaban demasiado ocupados mirando de reojo a su marido. A pesar de todo, a pesar de las malas contestaciones, de su mal humor, estaba tan guapo como siempre. Cualquier cosa le sentaba bien, pero cuando llevaba puesto un traje, ella se quedaba sin respiración. Cualquier mujer estaría mucho más que encantada de ocupar su lugar, estaba segura. No era simplemente su potente atractivo físico, su encanto iba mucho más allá de las apariencias. Era comprensible, cariñoso, amable... No se le ocurría ningún defecto en él, no al menos uno que fuera verdaderamente importante. Con todos esos atributos formando un ser tan perfecto, resultaba imposible no sentirse irremediablemente atraída con sólo echar un vistazo; no le extrañaba haberse enamorado de él nada más verle. El amor a primera vista tenía sentido con analizar palmo a palmo a Dorian. Se sentía afortunada de tenerle, y recordó sin esfuerzos el momento inesperado e impulsivo en el que le pidió que se casara con ella. Había sido la decisión más importante y a la vez la más tomada a la ligera, pero no podía arrepentirse. Era lo mejor que había hecho.
—Llamando a Nora desde el planeta Tierra —bromeó Vera con voz de robot—, ¿podría volver a la realidad?
La rubia se enderezó de inmediato y miró a su alrededor. Todos la estaban mirando, así que terminó por ruborizarse.
—¿Qué pasa? —preguntó inocentemente.
—Eso mismo queremos saber nosotros —soltó Ray con un gran sonrisa—. Te estábamos hablando pero estabas ocupada en otra cosa.
—Sí, ya es suficiente —protestó cariñosamente Vera—. Deja de comerte con los ojos a tu marido. Ya podrás hacerlo después...
El color rojo en sus mejillas se avivó tanto que tuvo que agachar la cabeza. La habían pillado en el momento álgido, y no podía disimular.
—Lo siento —se limitó a decir.
—No te disculpes —Apremió Ray—. No te culpo. Tu marido está especialmente guapo hoy.
—¿Y cuándo no lo está? —preguntó al aire. Aferró la mano de su marido que se encontraba a su derecha y le miró sin titubear.
—Oh... —suspiró Cata—. ¡Qué romántico!
Dorian sonrió cálidamente y bebió un trago de su copa. No parecía estar demasiado cómodo.
—Bueno, ¿por dónde íbamos?


Estaba metida en el cuarto de baño; había conseguido que Cata y Vera se quedaran en la mesa. La verdad es que necesitaba un poco de espacio para pensar. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Estaba demasiado empalagosa? ¿Demasiado insistente? ¿Qué había ocurrido para que en unos pocos días se hubiera transformado en una mujer tan ciegamente atraída por su marido?
La puerta del baño se abría y se cerraba al paso de varias mujeres, así que decidió que ya era hora de salir. Tenía que poner su mejor cara y controlarse en los próximos minutos. La cena no había resultado ser precisamente mala, así que deseaba que el nivel de buen humor general aguantara hasta el final, y para ello, tenía que cerrar la boca e intervenir de vez en cuando, en lugar de mirar constantemente a Dorian. Una vez ya había sido suficiente; la mirada desconcertante de él le había dicho todo sin necesidad de palabras. Ese no era el lugar más apropiado. Se mordería la lengua y se llevaría sus piropos a otra parte.
Cuando volvió a sentarse a la mesa, ya habían traído el postre. Su helado estaba delicioso, pero más que comérselo con gusto, jugueteaba con la cuchara, intentando no hacer pucheritos. Iba a soltar algún comentario gracioso pero sintió que su marido le agarraba la mano y se acercaba a su oído.
—¿Estás bien? —susurró.
—Sí —contestó, sin estar demasiado convencida.
Dorian se inclinó sobre ella y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. La besó en la frente.
—Siento haber estado tan borde, princesa. Perdóname.
Eso era justo lo que necesitaba. A partir de ese momento, cambió su humor. Si Dorian se había dado cuenta de su error, no tenía caso seguir lamentándose. Podrían habar largo y tendido cuando volvieran a casa, así que en el restaurante debía sonreír y comportarse tal y como les tenía acostumbrados: esa preciosa diosa juvenil con una sonrisa perpetua encadenada a los labios.


137


Se despidieron de Ray, Vera y Cata y emprendieron el camino de vuelta al parkin. Nora entrelazó los dedos con los de Dorian, pero su marido no puso inconveniente. Dieron un par de pasos más y ya estaban delante del coche. Ella ya estaba a punto de subirse cuando Dorian la agarró del brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Nora.
—Me gustaría conducir un rato —pidió su marido—. Por favor.
Nora arrugó la frente. Sabía que podía hacerlo, pero después del accidente había tomado la decisión de conducir siempre que pudiera.
—No sé, Dorian —empezó a decir—. Es de noche y...
Él se acercó y le quitó con cuidado las llaves de la mano, todo sin dejar de mirarla.
—Por favor —dijo una vez más—. Tendré cuidado.
—Está bien, pero ten cuidado.
Dorian la besó en la frente, satisfecho.
—Eso he dicho.
El coche se puso en movimiento y salió al aire libre. Apenas había coches por allí, pero Nora no acababa de estar conforme con la decisión de su marido de conducir. Le seguía viendo como el hombre que estaba en la cama del hospital, cuando todavía estaba marcado por una gran cantidad de arañazos y heridas. Tragó salia, apretó los identes y deseó que todo saliera bien.
—He... pasado una buena noche —comentó él.
—¿De verdad? ¿Lo dices en serio o es para que me lo crea?
Dorian le dedicó una rápida mirada antes de volver a la carretera.
—Lo digo en serio, Nora. Es lo que necesitábamos. Me ha sentado bien.
—Pues al principio no parecías demasiado conforme. —Se quedó pensativa, meditando si aquella conversación podía acabar bien—. Echabas chispas por la boca cada vez que hablabas.
—Lo sé y lo siento. Es que no estaba concentrado.
—No tenías que estarlo, Dorian. No era ninguna reunión de trabajo. Se trataba sencillamente de desconectar.
—Sí, y eso es lo que he hecho. —Le apretó cariñosamente la rodilla con la mano—. Gracias.
Nora asintió de mala gana y miró por su ventanilla.
—De nada.


La casa cobró vida al iluminarse cada instancia. El silencio les daba la bienvenida. Nora se quitó los altos tacones y caminó descalza con ellos en la mano. Subió directamente a la planta de arriba, camino del dormitorio.
—Voy a la cocina a beber un poco de agua —anunció Dorian—. ¿Quieres que te suba algo?
—No, cielo —entonó ensimismada—. Gracias.
Estaba deseando meterse en la cama, y no era precisamente por el agotamiento físico, si no por el mental. Le daba vueltas una y otra vez al asunto, el motivo por el cual Dorian no era el de siempre. Era un ochenta, puede que un noventa por ciento, pero el resto no era normal. Esa pequeña diferencia comenzaba a notarse, y por nada del mundo deseaba quedarse callada, porque eso es lo que hacía siempre, ya que su marido no soltaba prenda. Así que debía de ponerse firme y no dejarse convencer. En cuanto Dorian subiera al cuarto, hablarían.
Estaba ya perfectamente desmaquillada, con un fino camisón de seda rosa pálido sobre su cuerpo, cuando Dorian entró por la puerta. Tenía los zapatos en la mano, y los dejó caer enseguida.
—Has tardado mucho —objetó Nora.
Dorian se encogió de hombros y comenzó a desvestirse. Se puso una camiseta azul marino y unos pantalones cómodos del mismo color. Se dejó caer sobre la cama, junto al lado de su mujer.
—Lo siento —se excusó—. No me he dado cuenta. Estoy cansado.
—¿Te das cuenta de que últimamente no haces más que disculparte?
Él la miró sorprendido. Se incorporó de repente y la observó. Nora aguantó su mirada.
—¿Qué hay de malo en que me disculpe?
—Nada, pero en lugar de hacerlo, deberías pararte a pensar un minuto para que no tengas que decirlo después.
Él apretó la mandíbula y cruzó las piernas.
—¿Todo esto es porque me he retrasado? ¿Porque me he quedado cinco minutos más en la cocina?
Nora se mordió el labio. No le reconocía. Era incomprensible que estuviera evitando el tema.
—No, claro que no es por eso. ¿Cómo puedes preguntármelo?
—Te lo pregunto porque no te entiendo. Estás muy alterada.
—¿Alterada? ¿Yo? —Se revolvió el pelo—. Ya, y supongo que tú estás perfectamente.
—Sí.
—¿De verdad? ¿No crees que deberíamos hablar?
Dorian cerró los ojos y respiró profundamente. No quería discutir.
—Ya estamos hablando.
—Te equivocas. —Se calmó y habló con más tacto—. Ni siquiera hemos empezado.
—Está bien, Nora. —Se pasó una pálida mano por el pelo y con la otra agarró la muñeca de ella—. Hablemos.
Un segundo después, Nora se puso en pie y fue directamente hasta el enorme vestidor. Tenía el corazón en la boca y los nervios punzantes. No sabía si aquel era el momento adecuado, pero tal como estaban las cosas, seguramente sería el único. Sacó la sudadera que encontró en el armario de Ángela y volvió al dormitorio.
—Vale, me gustaría hablar sobre esto —dijo, dejando caer la sudadera sobre la cama—. La encontré en el armario de mi hermana, en la isla. ¿Puedes... explicarme por qué estaba allí?
Dorian ni se inmutó, es más, ni siquiera parpadeó. Se quedó inmóvil, pensativo. Y no era habitual en él.
—Es mi sudadera.
—Sí, ya sé que lo es, por eso te lo pregunto, Dorian. ¿Qué hacía escondida en la habitación de Angy?
Dorian alargó el brazo y estudió su sudadera a fondo. Después la dejó caer de nuevo.
—Sinceramente, no lo sé. Hace mucho que no me la ponía.
—¿Cómo ibas a poder usarla si no la tenías? —La voz de Nora se alzó sin querer.
—Verás, hay algo que no te he contado —dijo de repente Dorian—. Hace tiempo, hablé con ella.
Nora frunció el ceño, totalmente confundida. ¿Adónde quería ir a parar?
—¿Que hablaste con ella? ¿Cuándo?
—Cuando decidiste pasar unos cuantos días en el campo, con ella y su amigo Evan. Hablamos el último día, temprano por la mañana. Quería pedirme perdón por la discusión que tuvo contigo la noche anterior, porque tú estabas dormida y no quería despertarte.
Desde luego eso era nuevo para ella. No tenía ni idea.
—¿Y por qué no me lo dijiste en aquel momento? —reprochó—. ¿Y por qué tenía tu chaqueta? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
Dorian resopló, mostrándose ofendido. Para él era evidente la relación.
—Hablamos fuera, lejos de las cabañas, y hacía frío. Temblaba de la cabeza a los pies y se la ofrecí. Eso es todo. Debió de llevársela cuando se marchó con Evan a toda prisa y luego me olvidé completamente. Olvidé pedírsela, lo siento.
Nora había escuchado con atención y se había quedado conforme. Tenía cierta lógica, pero lo que no entendía es por qué había esperado hasta el último momento para decírselo.
—¿Y ya está? ¿No hay nada más?
—¿Qué más podría haber? —preguntó Dorian—. Sé que debí decírtelo, pero era cosa vuestra y... no quería interponerme. No quería que te enfadaras, por eso lo dejé correr.
Nora volvió a la cama y se sentó junto a él. Seguía con el remordimiento en la cabeza, un hormigueo que advertía que el asunto todavía no había concluido.
—Sé que siempre lo eres, pero me gustaría que ahora fueras del todo sincero conmigo —dijo con un hilo de voz.
Dorian se tumbó a su lado y la abrazó. Eso hizo que se sintiera algo mejor, pero todavía no habían acabado de hablar.
—Te diré lo que quieras saber.
—Pues entonces dime qué ocurre —soltó sin pensar—. Dime qué ocurrió esos días para que estés así. Dime qué ha pasado para que no seas el mismo de siempre. —Reprimió las lágrimas—. Te tengo delante y me frustro por que no llego entender qué te pasa. Eras mi marido antes de coger el avión y al regresar de nuevo me encuentro con un hombre diferente.
Dorian abrió los ojos pero no dijo nada. Era una tumba.
—¿Lo ves? A esto me refiero. Cuando tenemos problemas o cuando creo que podemos tenerlos simplemente te apartas. No sirve de nada que te quedes callado, Dorian, porque así no solucionaremos nada.
—No hay nada que solucionar.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es la verdad.
—Vuelves a equivocarte. —Se incorporó y le rodeó la cara con las manos—. Sé que algo va mal, y haría lo que fuera para ponerlo todo en su sitio. Sea lo que sea, porque me importas y no soporto verte de esta manera.
Dorian se separó y se quedó sentado sobre la cama, dándole la espalda.
—¿Y cómo estoy? ¿Qué es lo que hago mal?
—No es lo que haces, si no cómo lo haces —explicó ella—. Ya no te ríes; no sonríes como antes y estás muy apagado. ¿Qué ha pasado cuando yo no estaba?
—Ya te lo dije, Nora. —Se volvió hacia ella—. He tenido muchos problemas en el trabajo.
—¿Y por qué Ray no parece tan preocupado como tú?
—Ya le conoces. No se lo toma tan en serio.
—Pues ahí está el problema. Quizás deberías verlo todo desde otra perspectiva.
—¿Y por eso tienes que pedirle a tu padre que hable conmigo?
Nora se quedó con la boca abierta. ¿A qué se refería?
—¿De qué estás hablando? Yo no he hecho nada parecido.
—Pues será casualidad, supongo. —Apretó los dientes y los ojos le ardían—. El día que volviste, después de que te fueras a dormir, ¿no recuerdas que tu padre me pidió que hablásemos?
—Sí, pero yo no tuve nada que ver, Dorian.
Su marido se calmó un poco y volvió a tumbarse.
—Pues hablamos de lo mismo. Sobre el trabajo y todo eso. Quiso saber si todo iba bien. Y ahora que has sacado el tema pensaba que le habrías...
Nora se acercó a él y se acurrucó. Detestaba discutir en la cama.
—Te aseguro que no le dije nada. Además, cuando quiero saber qué te pasa, te pregunto directamente, como ahora. No necesito a ningún intermediario y mucho menos a mi padre.
Se quedaron callados un momento, mirándose el uno al otro, hasta que Nora volvió a la carga.
—Sé que no debo estar así, pero no quiero preocuparte con mis problemas, Nora.
—Desde que estamos casados tus problemas son míos también. Son nuestros, de los dos, ¿recuerdas?
—No siempre podemos contárnoslo todo.
Nora se apoyó sobre su codo, perturbada.
—¿Por qué dices eso? ¿Prefieres ocultarme la verdad?
—No, no es eso, es que...
—Escucha, no puedes culparme por tratar de averiguar lo que está pasando. Tú harías exactamente lo mismo por mí. No me soltarías hasta dar con la raíz del conflicto, y te aseguro que yo voy a seguir con esto hasta que lo sueltes.
Su marido hundió la cara en la almohada, lo que significaba que no quería seguir hablando.
—Háblame, desahógate conmigo, por favor. No te tortures más.
—No me torturo. Que no te cuente cada minuto del día no significa que me encuentre mal. Necesitamos nuestro propio espacio.
—¿Sabes? Eso es lo que me preocupa. Esos días en los que yo no estaba tuviste tu espacio y cuando vuelvo te encuentro convertido en esto. —Hizo una pausa—. Desde que nos conocemos no has tenido ni un problema con el negocio, ni uno solo. ¿Cómo se va a desplomar todo en cuestión de dos, tres días?
—A veces esas cosas ocurren.
—Y a veces llega un momento en que es imposible seguir disimulando. Sobre todo cuando tu marido te miente —añadió.
Dorian palideció. La conversación no le estaba sentando nada bien, y a ella tampoco.
—¿Eso crees? ¿Crees que te estoy mintiendo?
—No lo creo, lo sé. No puedes decirme que todo esto no es más que por el trabajo porque no me lo creo.
—Pues es la verdad.
—No, joder, claro que no lo es. Porque si eso fuera verdad, no estarías así conmigo. Si estuvieras preocupado por tu maldito negocio te apoyarías en mí, y por si no te has dado cuenta, estás haciendo justo lo contrario. No me tomas en cuenta, no me hablas, no me miras... —Ahogó un suspiro—. ¿Vas a tener el valor de mirarme a la cara y decirme que no es por mí?
Dorian se levantó de la cama y se quedó de pie durante un tiempo indeterminado. Nora le miraba con rabia, deseosa de que aquella pesadilla acabara. Pero no podía dejar que se saliera con la suya otra vez. Tenía que hablar.
—Dime la verdad —suplicó de nuevo—. Dime que es por mí, por mi culpa. —Cerró los ojos un instante—. ¿Crees que no debería haberme ido? ¿Te has enfadado porque te dejé solo?
—No, no estoy enfadado por eso.
—Entonces admites que algo te ocurre. ¿Querías venir conmigo?
—Por supuesto que no. Era un viaje por trabajo.
—¿Y entonces por qué, Dorian? ¿Por qué? —Se puso de rodillas sobre la cama—. ¿Por qué ahora cada vez que te miro tengo la sensación de que no eres feliz? ¿Qué es lo que te hecho para herirte tanto?
Dorian bajó la cabeza y ahogó la mirada. Estaba muy afectado. Hasta parecía temblar.
—No eres tú, Nora —dijo al fin—. Tú no me has hecho nada.
—¿Y quién? —Se levantó y se puso a su lado—. ¿Quién te ha hecho esto?
El silencio se apoderó de ellos. Estaba claro que Dorian no pensaba abrir la boca, y Nora comenzaba a entrar en terreno pantanoso. Tenía una ligera idea, una suposición que cobraba fuerza, porque aparte de ser lógica, era la única posible.
—Creo que ya sé lo que ocurre —susurró ella.
—No puedes saberlo —apunto Dorian.
—Quizás te sorprenderías.
—¿Por qué?
Ella le dio la espalda y volvió de nuevo al vestidor. Buscó el pequeño atrapasueños y lo cogió con ambas manos. Volvió al cuarto con pasos lentos.
—Por esto —gimoteó, mostrándole el pequeño objeto que tenía entre las manos.
Su marido abrió la boca pero no dijo absolutamente nada. Se había quedado sin habla, completamente mudo. Contemplaba el atrapasueños con ojos desorbitados, incapaz de comprender qué hacía en su poder.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Dorian, compungido y nervioso.
—Lo encontré en el armario de Angy. Junto con tu sudadera.
Él se movió un poco pero prefirió no acercarse.
—Hace mucho que no lo veía.
—Ya, y yo tampoco —apuntó Nora—. Sobre todo porque recuerdo perfectamente habértelo dado a ti, y no a ella. —Tragó saliva—. ¿Por qué lo tenía mi hermana? ¿Por qué tenía estas cosas que son tuyas?
Dorian apretó los puños y después se llevó las manos a la nuca, entrelazándolas por detrás. No sabía qué decir.
—No tengo ni la más remota idea —acabó por decir—. Lo de la sudadera tiene una explicación, pero esto... —Apretó los labios—. No lo sé. No sé cómo ha podido ir a parar a su armario, Nora.
—¿Pero cómo lo explicas?
—No puedo. No puedo explicarlo porque no sé cómo ha podido llegar hasta allí.
—¿Se lo diste tú?
—No.
—¿Y por qué lo tenía guardado, Dorian?
Dorian se cruzó de brazos y lo meditó. Parecía más nervioso que antes.
—Quizás lo robara.
Nora inclinó la cabeza, incapaz de procesar algo así.
—¿Robarlo? ¿Por qué? ¿Para qué querría Angy una cosa así?
—No lo sé, pero si yo no se lo di, y está claro que tú tampoco, no quedan demasiadas posibilidades.
Nora se llevó una mano a la cabeza. Se estaba mareando. Nada nuevo que descubría encajaba con lo anterior. ¿Desde cuándo Angy era una ladrona?
—Nada tiene sentido.
—Pues dejemos esta discusión que no nos lleva a ninguna parte.
Nora le clavó la mirada con rabia. Y volvía a hacer lo mismo, ya volvía a huir.
—De eso nada. No hemos terminado. Esto no aclara nada todavía; no aclara por qué estás así.
—¿Cuántas veces vas a repetir lo mismo?
—Hasta que admitas de una vez por todas que lo que te ocurre no es por el trabajo, si no por otra cosa. —No estaba totalmente convencida pero tenía que intentarlo—. Es por alguien, tú mismo lo has dejado claro. Yo no he sido, pero entonces hay alguien más. Y creo que es evidente.
—¿Quién? —espetó Dorian—. Según tú, ¿quién me ha hecho esto?
—Mi hermana, Dorian —acabó por decir Nora—. Ha sido Ángela la que te ha hecho esto, ¿verdad?
Dorian apartó instantáneamente la mirada. Palideció aún más bajo la tenue luz del dormitorio. Retrocedió un paso se apoyó contra la pared.
—¿Cómo...? —Volvió a mirarla—. ¿Cómo estás tan segura?
—A decir verdad no estaba convencida del todo, pero ahora que acabo de ver tu reacción, creo que no hace falta que intentes negarlo. —Se acercó unos cuantos pasos hasta quedar de nuevo a su lado—. ¿Qué es lo que te ha hecho?
Dorian no respondió. Se había quedado de piedra, inmovilizado.
—Ahora entiendo muchas cosas —continuó Nora—. Ahora entiendo tu silencio, ahora entiendo la necesidad urgente de Angy por coger el avión para no tener que verme la cara. —Se revolvió el pelo—. ¿Qué pasó en mi ausencia? ¿Qué pasó para que las dos personas más importantes para mí no quieran decirme nada?
Su marido la esquivó, se desplazó hacia un lateral, pero eso no servía para nada. No podía huir, y ambos lo sabían.
—¿Para qué serviría, Nora? —dejó escapar—. ¿De qué serviría que te lo contara? ¿Para hacerte daño? ¿Es eso lo que quieres?
—Lo que quiero es entenderte, y como a ella no puedo preguntárselo, te lo pregunto a ti por última vez. ¿Qué pasó entre vosotros dos?
Dorian la miró con ojos de cordero, mostrando una parte rota de su interior. Estaba literalmente muerto de miedo. Abría la boca para decir algo, pero en el último segundo decidía cambiar de opinión.
—No te va a gustar.
—Creo que a estas alturas eso está claro.
Dorian se sentó en el filo de la cama, con los codos apoyados sobre los muslos y la cara sobre las manos.
—No sé por dónde empezar.
Nora corrió a su lado y le acarició la mejilla para darle ánimos.
—Con lo más sencillo. —No podía creer que al final su marido fuese a hablar—. Empieza con lo más evidente.
—Te mentí, Nora. —Se quedó mirando hacia el frente—. Te mentí para que no supieras la verdad.
—¿Qué verdad?
Dorian se volvió hacia ella y la miró durante un tiempo interminable, incapaz de decidirse entre hablar o callar para siempre.
—Angy... si estuvo aquí. —Tragó saliva—. Bueno, a decir verdad sólo estuvo la noche anterior a tu regreso.
—¿Por qué? —preguntó con calma—. ¿Le pediste que viniera?
—En cierta forma, sí. Quería que viniera porque... necesitaba hablar con ella. Las formas no fueron precisamente las mejores, pero era la única manera para convencerla.
—¿Qué le dijiste?
—Pues...
—Dímelo.
—Le dije que tenía problemas —sentenció—. Le dije que no me encontraba bien y necesitaba que viniera. Intenté ser lo más convincente posible...
Nora no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿De verdad era posible?
—¿La engañaste? —reprochó—. ¿Hiciste que creyera que estabas mal para conseguir que viniera hasta aquí?
Él giró el cuello y asintió, arrepentido.
—Sé que no lo entiendes, pero no podía seguir con esto durante más tiempo.
—¿Con qué, Dorian? ¿Con qué no podías seguir? —preguntó duramente en un susurro—. ¿Qué era tan sumamente importante para que pudieras hacer algo así? ¿Sabes lo que debió sentir? ¿Sabes lo mal que lo pasaría? —Se tapó la cara con las manos—. Qué injusto...
—Entiendo que te pongas así, pero tal como estaban las cosas, era la única posibilidad. Tú no estabas para ayudarme y tenía que hacerlo de una vez por todas; tenía que hablar con ella y solucionar nuestros problemas porque no soportaba la tensión que se creaba cada vez que estábamos cerca.
Nora asintió en silencio pero tardó unos cuantos segundos más en llegar a entenderlo.
—¿La... tensión?
—Vamos, tú mejor que nadie sabes lo que ocurre. Desde el primer momento que conocí a tu hermana nunca me ha dado ninguna posibilidad de llegar a entenderla. Nunca ha permitido que me acercara para tener una relación normal de cuñados; nunca ha bajado la guardia y sólo tenías que verla cada vez que me echaba un vistazo. No me soporta, o mejor dicho, no soporta que esté cerca de ti. —Su voz iba subiendo hasta el techo, creciendo sin parar—. Sé que es muy diferente a todos vosotros, pero nunca le he dado motivos para que desconfíe de mí. —Hizo una pausa—. Y sé que le debo absolutamente todo porque me salvó la vida, y eso es algo que no entenderé. Es capaz de sacarme de un coche lleno de agua pero no se atreve a relacionarse conmigo. ¿Sabes lo frustrante que es eso? ¿Tienes idea de cómo me hacía sentir? Me ha costado mucho llevarme bien con tu familia. Tu padre es al que más temía, pero ahora me doy cuenta que la pieza más inaccesible es tu hermana, y nunca seré lo suficientemente bueno para que me acepte como uno más de su familia. Para ella siempre seré el tipo raro que está casado con su hermana, nada más.
Nora estaba atónita. Ahora era ella la que se había quedado sin habla. No tenía ni idea de lo mal que se sentía su marido respecto a Angy. Sabía que era sensible, pero no que lo fuera tanto.
—Entonces querías... dejarlo todo aclarado.
—Sí, Nora. Porque quería que fuera capaz de darme una razón, una sola de por qué no intentaba llevarse bien conmigo. Intentaba disimular delante de todos, pero a mí no podía engañarme. No sé, ese tipo de cosas se saben al instante, y me temo que yo lo supe desde que me la presentaste en el restaurante. —Cerró los ojos mientras apretaba los puños, colocados sobre sus muslos—. Quería que me explicara sus motivos cara a cara, que fuera valiente y que por una vez se sincerara, pero no conmigo, si no con ella. Porque actúa en todo momento, olvidándose de que esto es la vida real, no el teatro.
—En eso tienes razón.
—Claro que la tengo, porque tú también tienes ojos en la cara. Es más, la conoces mucho mejor que yo, y no puedo interponerme entre las dos porque sois hermanas y eso es indiscutible, pero me hervía la sangre cada vez que discutía contigo delante de mí. Es mejor que lo hubiera hecho en privado, porque cada vez que veía cómo te gritaba... —Apretó los labios—. Todos los reproches, todas las palabras de acusación que te lanzaba... ¿Cómo podía decirte esas cosas?
Nora le agarró la mano y suspiró. Ya empezaba a entender un poco mejor a su marido, o eso creía. De todas maneras, empezaba a vislumbrar la luz al final del túnel.
—¿Y qué pasó? ¿Qué ocurrió cuando llegó y se dio cuenta de que todo era una farsa?
—Se puso hecha una loca. Y lo entiendo, de verdad, es de muy mal gusto lo que hice, pero no me arrepiento.
—¿Pero hablasteis?
—Bueno, yo no lo llamaría así, pero más o menos... Sí, hablamos. Aunque no tenía ninguna intención de escucharme.
—¿Quería irse?
—Sí, pero no la dejé hacerlo. No hasta que me aclarase un par de cosas. —Se movió ligeramente sobre el borde de la cama—. La obligué a que me escuchara.
—Me sorprende que digas eso —objetó Nora—. Por lo que yo sé, mi hermana es muy cabezota. Si quería irse...
—Cerré la puerta de entrada, y le dejé bien claro que no la abriría hasta que hubiéramos tenido la conversación que deberíamos haber mantenido hace mucho.
—¿De verdad la encerraste?
—Sí, Nora. No podía dejar que cogiera ese avión sin solucionar antes nuestras diferencias.
—¿Y qué pasó después? —quiso saber ella.
—La cosas no fueron precisamente... bien —explicó—. No hacíamos más que discutir; no sabía que tu hermana podía enfadarse tanto, la verdad. Me dijo algunas cosas... Los dos nos dijimos cosas horribles, y lamentándolo mucho, no arreglé el problema. Más bien lo compliqué mil veces más.
—Lo siento mucho, cielo. —Nora no podía creerse que aquello hubiera ocurrido de verdad—. No tenía ni idea...
—Nos estuvimos gritando todo el rato, pero le dejé bien claro que así no podíamos seguir. Sí, ella tiene su vida en otra parte, pero cuando no tenga más remedio que verme, no quiero que finja, no quiero que aparente ser alguien que no es. ¿Por qué le cuesta tanto aceptarme? No debería huir. Si tiene problemas, que los afronte, como hacemos todos los demás. Y lo más importante: que discuta conmigo, pero que no la tome contigo, porque no tienes la culpa de nada.
—¿Y después de todo aquello finalmente se marchó?
Dorian se quedó callado una eternidad, contemplando la nada hasta que asintió con la cabeza.
—Se fue muy alterada, diciéndome miles de cosas que en el fondo sé que no siente. Llovía y era de noche... Quizás debí seguirla y asegurarme de que llegara bien, pero... En fin, no hubiera sido buena idea. Y comprendo que no quisiera verte cuando volviste a la isla, porque irremediablemente al estar cerca de ti, recordaría nuestra discusión, por eso la viste tan alejada y desesperada por irse. —Dejó caer los pesados párpados—. Fue una gran pelea, y no me enorgullezco de ello.
Nora le abrazó con fuerza. No sabía cómo sentirse. Estaba alterada, confundida, pero también molesta; que su marido y su hermana hubieran discutido a sus espaldas no era precisamente alentador. Creía que se llevaban bien, sobre todo después del percance tan grave de Dorian, pero al parecer había supuesto antes de tiempo y no todo era felicidad.
—Debiste decírmelo en cuanto llegué —apuntó—. Así nos habríamos evitado todos estos quebraderos de cabeza entre nosotros. —Sacudió la cabeza—. ¿Estás bien?
Dorian se tumbó otra vez y esperó a que Nora hiciera lo mismo.
—No sé si esa es la palabra adecuada para definir cómo me siento, pero al menos, estoy algo aliviado.
Nora le besó en la frente.
—Gracias por confiar en mí y contármelo.
—No, gracias a ti por insistir para que te lo contara. Tenías razón. Debería habértelo dicho antes, pero tenía miedo.
—Ya sé lo que pasó, y aunque suena egoísta decirlo, prefiero que las cosas estén como están. Tú a mi lado y ella lejos. Para que no podáis volver a haceros daño.


138


El hombre que en algún momento había sido, definitivamente ya no estaba. El sentido común y la responsabilidad habían hecho borrón y cuenta nueva para coger las maletas y largarse hacia un lugar desconocido. Tenía la absoluta certeza de que ya no quedaba nada en pie, ni sus ideales, ni sus temores, ni sus principios. ¿Adónde habían ido a parar? ¿Cómo había podido ser capaz de perder la cabeza y decir tanta sarta de mentiras con un núcleo en común? Se sentía totalmente inhumano, falso, desgraciado, cobarde, cruel, devastador, infame, criminal... Un sinfín de verdades como puños tatuadas en la mente, que le recordarían para siempre el caos que había desatado. ¿Y para qué había servido? ¿Para complicarlo todo aún más? ¿Para echar a perder la reputación de Angy? ¿Para salvar su apariencia formal? ¿No se suponía que él era el más valiente de los dos, capaz de arriesgarlo todo por lo que tenían? ¿Qué había pasado a la hora de la verdad?
El tiempo nunca solucionaría nada, y aunque tenía que hacer grandes esfuerzos por volver a ser el que era, esa parte de sí mismo se había borrado, y pasara lo que pasase, no volvería. Había convencido a Nora de algo que nunca había existido; la supuesta pelea verbal con su cuñada antes de marcharse. ¿Cómo se le había ocurrido una cosa así? Era verdad que durante una breve milésima de segundo, cuando le preguntó qué demonios pasaba, pensó en decirle la verdad, la única que de verdad había, pero finalmente se había quedado por el camino, escondida de todo lo demás para que nunca fuera desvelada. Y todo porque se dio cuenta que en realidad, no quería herir a su mujer. Puede que quisiera con locura a Ángela, pero aquella joven inocente que lo único que hacía era esforzarse por comprender y agradar a su marido no tenía culpa de nada. ¿Por qué pagar unos platos rotos que no le correspondían? Ni siquiera habría servido de mucho, porque el ángel de mirada verde no le correspondería otra vez, eso se lo había dejado bien claro.
Caminaba como un alma en pena en la ciudad; sus paseos diarios después del trabajo se habían convertido en una especie de terapia. No hablaba, pero con cada paso dado, intentaba creer que de esa forma dejaba atrás todo lo malo, aunque esa gran cantidad indecente de culpabilidad se había convertido en una segunda piel. No alcanzaba a comprender el nivel logrado en el puro delirio; la soledad experimentada cuando todo el mundo se cernía cariñosamente sobre él. Nada en lo que creía tenía sentido ya. Nada le agradaba, nada le hacía sentirse como parte de un todo. Estaba solo, con un corazón más que roto y la impotencia de saberse metido dentro de un triángulo amoroso inconcebible; un amor no correspondido tras otro: Ángela iba en cabeza, y justo detrás de ella, estaba él. Después de Dorian, Nora. Amores falsos que no llenaban bolsillos ni almas.
Habría podido refugiarse en la bebida, pero lo único que conseguía hacerle respirar medianamente bien era caminar. Un paso tras otro, y seguir, seguir, seguir... Sin ningún destino, vuelta sobre vuelta, hasta que llegaba la noche y comprendía que su propio espacio imaginario tenía que desaparecer antes de volver a casa. Una especie de cenicienta obligada a volver a las doce; solo que él no era ninguna princesa, si no todo lo contrario: un canalla vil y cobarde.
Parecía que Nora había vuelto a recuperar la seguridad de antes. Ya no le preguntaba constantemente si se encontraba bien, pero las cosas no funcionaban a un alto rendimiento. No se acercaba a ella y seguía empleando burdas tácticas de distracción para agrandar esa barrera invisible a los ojos que los separaba cada vez más, porque cada vez que la miraba, tenía la sensación de no tener nada en común, salvo por estar unidos de alguna forma a Angy. Era ella la verdadera pieza fundamental del juego, la que hacía que todo tuviera sentido, pero no podía tomar el control si no estaba dispuesta a dejar atrás sus miedos, y mucho menos si estaba tan lejos que no veía lo que ocurría.
Había llegado hasta tal punto, que cada vez que salía a dar rienda suelta a sus pensamientos, dejándoles vía libre para caminar entre todas esas calles mil veces exploradas, se atrevía a quitarse la alianza del dedo anular; una muestra más de que para él, el matrimonio había dejado de cobrar sentido, si es que alguna vez lo había tenido, cosa que dudaba enormemente si su discurso en el banquete había estado dirigido a la madrina, y no a la protagonista salpicada de blanco a ojos de los demás. No lo hacía con el propósito de llamar la atención, aun sabiendo el interés que despertaba en otras mujeres que se cruzaban con él de vez en cuando. No, lo hacía para poder creer durante una fracción de segundo que era libre, que nada le ataba a aquel lugar, que podía disponer de un billete de avión para viajar a cualquier parte del mundo, y alejarse de lo que le estaba haciendo daño, ya que Nora y sus muestras gratuitas de cariño le comprimían el pecho hasta quebrársele las costillas en realidad perfectamente sanas.
Esa tarde en especial andaba más perdido que de costumbre, aunque al menos había visto a Nora por la mañana; se había presentado por sorpresa en el estudio, así que podía sacar partido de aquello, sabiendo que horas más tarde no necesitaría una coartada propiamente dicha: le había asegurado que más tarde tendría que retomar el trabajo; la misma escusa fácil y rápida que usaba de manera demasiado frecuente para poner una mampara de separación entre expectativa y realidad. Así que allí estaba, sentado en una cafetería a medio llenar, con los pensamientos corrompidos a su lado como único acompañante, con el teléfono móvil encima de la mesa y encendido, por si acaso su mujer necesitaba localizarle, aunque rezaba entre dientes que no fuera necesario, porque más que nunca necesitaba ese espacio vital.
La vista cansada se le iba de vez en cuando al suelo, al techo, o a la taza que tenía justo enfrente y que ni siquiera había probado. No tenía ganas de beber café, ni de cualquier otra cosa que pudiera requerir un mínimo esfuerzo, porque las pilas estaban vacías. Quería aparentar ser el hombre fuerte y seguro de sí mismo, pero seguro que el resto de personas que deambulaban por allí tenían una idea bastante alejada de lo que era. Ni siquiera la camarera que revoloteaba insistentemente a su alrededor parecía estar atraída por ese fuerte magnetismo del que antes era dueño; seguramente sentiría pena por esos ojos tristes, unos ojos que aunque exquisitos, añadidos a todo el conjunto, no estaban a la altura.
—¿Le ocurre algo a su café, señor?
Dorian levantó la vista hacia la joven camarera de pecas y pelo cobrizo que le miraba con una mezcla agridulce de emociones.
—No, está perfecto —contestó—. ¿Por qué?
—Oh, disculpe, es que me he tomado el atrevimiento de echarle un vistazo, y no lo ha probado —explicó la chica—. Si quiere, puedo servirle otro ahora mismo.
Él miró su taza de café y de nuevo a la chica, alternando la vista de uno a otra. Se Dejó caer sobre el respaldo de su silla y negó con la cabeza.
—¿No? —repitió la chica—. ¿No quiere otro café?
—No, ya te he dicho que no quiero otro maldito café.
La joven camarera se puso más pálida de lo que ya era y retrocedió, bajando la mirada hasta el suelo. Un leve rubor le tiñó las mejillas.
—De acuerdo, disculpe.
—No, no —rectificó Dorian, arrepentido por su mal humor—. Yo lo siento, señorita. He sido un grosero.
Ella inclinó la cabeza y se dio la vuelta para ir a escabullirse, pero en el último segundo, Dorian habló de nuevo, captando su atención.
—¿Sabes qué? He cambiado de opinión. —Intentó sonreír mientras leía el nombre de la chica escrito en la pegatina de su uniforme de trabajo—. Sírveme otro, Sarah —carraspeó—. Por favor.
—Ahora mismo, señor.
Después de ese pequeño incidente, Dorian se sintió en la obligación de beberse el nuevo café. Había sido un grosero y un mal educado. Desde luego, estaba perdiendo todo lo que le caracterizaba. Además, ¿qué culpa tenía esa pobre chica de sus desgracias? Sólo intentaba ser amable y hacer bien su trabajo.
Volvió la vista hacia un lateral de la entrada, junto a los paneles de cristal que iban desde el techo hasta el suelo, donde había una mesa ocupada por tres adolescentes que no le quitaban los ojos de encima. Le miraban cada pocos segundos y luego comenzaban a cuchichear entre ellas, con tímidas sonrisas y toqueteándose el pelo, muy coquetas. Dos de ellas debían de ser hermanas, con sus respectivas melenas de color caoba y ojos azules; la tercera en discordia llevaba el pelo recogido en una alta coleta, de color rubio brillante. Seguían su juego una y otra vez, como si esperasen ansiosas que Dorian diese el primer paso y se acercase, cosa que no pensaba hacer en absoluto. ¿Qué edad podían tener esas mocosas? ¿Dieciséis, diecisiete años? No, era una estupidez. Él tenía treinta años, y aunque no los aparentase, hacía tiempo que había dejado atrás su adolescencia. Aunque en cierta forma, no podía dejar de sentirse culpable pensando en Nora. Sólo tenía seis años más que ella; todos los días se encontraban parejas que se llevaban diez, quince y hasta veinte años y aun así no había ningún problema. En cuanto a su relación, el problema no era la diferencia de edad, si no algo mucho más simple y complicado a la vez: no eran un matrimonio feliz, el amor de su mujer no era correspondido.
Se quitó la alianza del dedo y la dejó sobre la superficie pulida de madera. Estudió el objeto en profundidad, como si tratara de encontrar el significado a un completo enigma. Le daba vueltas una y otra vez por la mesa; hacía que rodara y luego paraba para observar de nuevo, a la espera de un milagro que no llegaba.
—Perdona, ¿estás solo?
Dorian se sobresaltó cuando escuchó esas palabras. Levantó la cabeza y, para su asombro, pudo comprobar que se trataba de la chica de la coleta rubia que había estado observándole desde la otra parte de la cafetería. Era guapa, con brillante sombra de ojos y una dentadura más que perfecta; habría dejado de usar recientemente el aparato dental.
—¿Qué?
La chica sonrió con malicia y se inclinó sobre la mesa, acercándose peligrosamente.
—Pareces ansioso —comentó—. ¿Estás... esperando a alguien?
¿Qué debía decir? Si decía que no, alimentaría la ilusión de ese particular trío de adolescentes con las hormonas revolucionadas; si decía que sí, su tapadera resultaría farsa enseguida, porque no vendría nadie y tendría que irse.
—Eso depende —dijo al fin.
—¿De qué?
—De lo que pretendas.
—Bueno, mis amigas y yo te hemos estado observando y...
—Sí, de eso ya me he dado cuenta —espetó Dorian, irritado—. ¿No tenéis nada mejor que hacer que observar a un completo desconocido? ¿No tenéis que estudiar? —Ante la pregunta tan ridícula que había lanzado, hasta él se sintió idiota—. No me conoces en absoluto. ¿Tu madre no te enseñó a no hablar con desconocidos?
—Me llamo Fanny —dijo ella, extendiendo la mano—. ¿Y tú eres...?
—No importa.
—Claro que sí —insistió la adolescente—. Estoy tratando de conocerte. Sé amable conmigo.
Dorian no podía creerse que aquello fuera verdad. Algunas mujeres de las mesas cercanas le miraban con desaprobación, aunque él no tenía culpa de nada.
—Vuelve a tu mesa, por favor.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —repitió, molesto—. Vas a meterme en un lío. No eres más que una cría.
Fanny se rio con gracia y sacudió las caderas a modo de provocación.
—¿Y eso qué importa? —Se inclinó todavía más—. ¿No te gustan las chicas guapas como yo?
—Soy demasiado mayor para ti.
—Eso debo decidirlo yo.
—No creo que puedas. Seguramente no sabrás ni distinguir lo que tienes delante.
—Te sorprendería saber de lo que soy... capaz.
¿Cómo iba a acabar esa situación tan embarazosa? ¿Era un hombre adulto y ni siquiera podía deshacerse de esa niñita engreída?
—Escucha —empezó a decir, usando la táctica que, literalmente, tenía entre manos—. ¿Ves esto? —dijo, levantando la alianza—. Estoy casado, así que vete.
—¿Y?
—¿Acaso esto no significa nada para ti? ¿No te das cuenta que estás cometiendo un gran error?
—Da igual, ella no tiene por qué enterarse —alegó—. Sólo te estoy pidiendo que te acerques a nuestra mesa para que charles con nosotras. ¿Es tanto pedir?
En ese momento Dorian se inclinó sobre la mesa para acercarse todavía más a la rubia.
—Te lo digo por última vez: déjame en paz. —Frunció el ceño—. Puede que a los chicos idiotas de tu edad les hagas sentirse embobados, pero a mí no me atraes lo más mínimo, ¿lo entiendes? —Tragó saliva—. No me interesas, así que vuelve a casa para jugar con tus muñecas. Fin de la conversación.
La chica arrugó los labios y torció la cabeza. No le había gustado nada lo que acababa de escuchar.
—Como quieras, tú te lo pierdes.
—Seguro...
Fanny iba a volver a su mesa pero en el último segundo se volvió hacia él, irritada.
—¿Sabes? Si tienes problemas con tu mujer, deberías hablarlo con ella en lugar de esconderte aquí. Puede que así se te borre la amargura que llevas escrita en la cara y, ¿quién sabe? Puede que así evites correr el riesgo de hacer algo que no debes.
Se quedó sin aliento, estupefacto, viendo alejarse a la chica rechazada. Instantes después, las amigas de Fanny se volvieron hacia él para mirarle de malas formas. A continuación, se levantaron a la vez y acabaron por desaparecer, no sin antes percatarse del feo gesto que Fanny le estaba dedicando a través del cristal, con el dedo corazón bien levantado. Apoyó los codos sobre la mesa y escondió la cara entre las manos. Se sentía estúpido y desconcertado a partes iguales. Por lo menos volvía a reinar el silencio en sus oídos, cosa que agradecía enormemente. Se acabó el café y sonrió a la camarera que le había servido antes. Quería irse a otro sitio pero a decir verdad no sabía adónde ir. Tenía las piernas engarrotadas por sus continuas caminatas, y era la primera vez que se tomaba un descanso en el camino.
La puerta de la cafetería se abrió y entraron una pareja de ancianos cogidos del brazo. Sonreían con entusiasmo en medio de una saludable conversación. Se sentaron en la mesa contigua a la suya. En ese mismo instante decidió que ya era hora de marcharse, sobre todo porque no soportaría verles a esos dos tan alegres, sabiendo que su propia situación sentimental dejaba mucho que desear. Se levantó y, tras pagar los dos cafés, se dirigió hacia la puerta de cristal, abriéndola con ganas, con el fresco viento dándoles las buenas tardes. Se quedó pensativo y petrificado, volviéndose temporalmente una estatua humana, mirando de izquierda a derecha, pensando qué dirección tomar, intentando no recorrer el mismo trayecto de siempre, variando en la medida de lo posible.
Y entonces, cuando ya creía que no podía sorprenderse a esas alturas, sucedió lo imposible.


139


¿Era real lo que estaba viendo al otro lado de la calle? ¿Le engañaban sus ojos o nada más que reflejaban la verdad? ¿Podía ser cierto? ¿Cómo? No tenía explicación posible, a menos que todo lo que había supuesto anteriormente fuera mentira. Desde luego, esa visión parecía de carne y hueso, deambulando lentamente por la acera, perdida entre la multitud, con aspecto sano aunque ausente, con esa silueta esbelta tan característica.
Dorian empezó a nadar a contracorriente en mitad de toda esa gente, convencido de que no había perdido el juicio, si no todo lo contrario: acababa de recuperarlo. Apretó el paso y siguió en su misma acera, mientras observaba cada pocos segundos su objetivo. Se movía con lentitud, así que le resultaba bastante fácil seguirle los pasos. Para no llamar la atención, se paraba de vez en cuando o reducía la velocidad, temeroso de que fuera descubierto en cualquier segundo, con los nervios de punta. La cabeza le daba vueltas porque no alcanzaba a comprender lo que veía; ni por todo el oro del mundo habría cambiado esa escena imprevista aunque maravillosa, que hacía que el corazón le latiese de nuevo con renovadas esperanzas, quemando energía a toda máquina. Su diafragma se movía con ritmo, y sus pulmones se llenaban de aquel aire fresco y limpio. Había vuelto a recuperar la juventud de la que se suponía que era dueño, con la sonrisa definiéndole los inertes labios de la boca. Sacudía la cabeza con gracia y apretaba los puños debido a la emoción contenida. No sabía si podía reprimir por más tiempo las ganas locas de salir corriendo y aparecer de la nada, pero antes que eso, debía averiguar el lugar exacto al que se dirigía su melancólica presa. Se veía a sí mismo como una especie de detective privado, recordando típicas películas que describían con todo lujo de detalles sus enrevesadas estrategias y maniobras para desenmascarar al enemigo. Solo que en este caso, su objetivo no era precisamente el enemigo, más bien todo lo contrario. Por eso se daba ánimos para no desfallecer, para aguantar unos pocos minutos, a esperar el momento adecuado para hacer el truco final y aparecer en un abrir y cerrar de ojos. Sabía de buena mano que dispondría de una única oportunidad, así que no podía lanzarse sin más.
Mientras intentaba evitar el hecho de que los nervios le estaban atacando desde dentro, no dejaba de juguetear con la alianza, metida dentro del bolsillo derecho del pantalón oscuro que llevaba. Le servía como distracción, pero era un indiscutible catalizador para todos los recuerdos insertados en su memoria que llevaban escritos el nombre de su esposa. Era curioso, porque la adolescente prepotente y segura de sí misma de la cafetería se había comportado de una manera muy parecida a la forma de actuar de Nora, sobre todo en sus tiempos más alocados. La había rechazado, pero en cierta forma se sentía un hipócrita, porque ambas tendrían mucho más en común de lo que le gustaría aceptar. Pero claro, él estaba demasiado preocupado por otros asuntos, así que no tenía más remedio que dejarlo correr; ya tenía suficientes quebraderos de cabeza, aunque una diminuta luz al final del trayecto parecía adivinarse, sumida entre las tinieblas, decidiendo aparecer definitivamente o correr a esconderse.
Su objetivo seguía avanzando con buen ritmo, sin detenerse a mirar los jugosos escaparates de ropa, joyería o exquisiteces como aquellas. Dorian había decidido olvidarse de su trayectoria en el sentido paralelo para caminar justo detrás, a una distancia mucho más que prudente, para asegurarse de que no la perdía de vista. Estaba decidido a resolver el crucigrama, así que no debía saltarse las pistas, por mucho que deseara llegar al final del camino. Quién lo iba a decir, que después de tantas tardes entre pasos, caminantes y olvidos, la sensación de sentirse perdido le iba a proporcionar la chispa de suerte que había estado rogando desesperadamente para volver a encontrarse.
Miraba a todas partes para acabar por reubicarse. Esa parte de la ciudad no le era demasiado conocida, pero no le importaba lo más mínimo. Seguía continuando su carrera hacia ninguna parte, deseando encontrar la manera adecuada de acercarse; lo que no tenía nada claro era qué decir. Tenía tantas y tantas cosas en esa condenada mente que probablemente necesitaría un buen monólogo para deshacerse de todas las palabras y sensaciones que tenía guardadas bajo llave, como una molesta pero necesaria espina alojada en la base del raciocinio. Se le secaba la boca cada dos segundos, y comenzaba a notar las palpitaciones en las sienes, el sudor frío, las terminaciones nerviosas llameando bajo la piel. Todos los síntomas apuntaban a una especie de primera cita, pero no era una cita, y si lo fuera, no sería la primera. La conocía bastante bien, y en el fondo no necesitaba hacerse un bombardeo de preguntas. Le bastaba con una sola.
Estaba a punto de cruzar la calle sin darse cuenta de que el semáforo para los coches acababa de ponerse en verde. Una oleada de pitidos se le metió en los oídos, además de una buena lista de insultos que le devolvieron a la realidad, haciéndole retroceder bruscamente para no ser atropellado. Sintió los músculos encenderse, y para intentar no ser visto, lo único que se le ocurrió fue arrodillarse de repente, con la escusa tonta de abrocharse el cordón de uno de los zapatos. Se tomó su tiempo, haciendo lazadas imaginarias para ganar algunas milésimas, siendo un obstáculo para los demás transeúntes. Un minuto después de asegurarse, volvió a levantarse y rastreó sistemáticamente su campo de visión, volviendo a localizarla sin problemas. Reanudó su marcha robótica, con pasos decididos, deseando que esa lenta agonía terminara ya. Por suerte, así fue. Tuvo la gracia de ver a su objetivo acercándose a un hotel medio escondido, con la fachada blanca y con miles de ventanales. La siguió con cuidado y, tras tomar aliento, entró a través de esas puertas giratorias. Disimuló como pudo por los alrededores de la entrada, escondiéndose detrás de algunas de las columnas esculpidas en elegante piedra negra. Todo era bastante atrayente, pero no podía despistarse, así que sacó la cabeza de su improvisado escondite y se movió con la misma rapidez que un perezoso: caminando durante un segundo y descansando dos más. Así fue su recorrido hasta llegar a la parte de los ascensores y las escaleras. Ya estaba decidido a meterse dentro de uno de esos cubos de acero cuando se dio cuenta que tenía que optar por la alternativa de las escaleras; no sabía la razón de por qué siempre se le olvidaba ese detalle.
Contenía la respiración como podía, agarrándose fuertemente a la barandilla a medida que ascendía. Las venas le iban a estallar y temía a echarlo todo a perder por algún descuido. Las pisadas que resonaban por encima de su cabeza eran cada vez más rápidas, así que tenía que adaptarse a esa nueva velocidad, al mismo tiempo que controlaba el sonido emitido por sus propios zapatos. Hasta temía parpadear por perderse algún segundo. Estaba ensimismado en no cometer ningún error cuando dejó de escuchar las pisadas. Prestó atención y volvió a percibirlas, sólo que más débiles. Subió a toda prisa y se metió por unas puertas dobles de madera oscura que estaban en la parte izquierda. Al atravesarlas, se encontró en un interminable pasillo bien iluminado con una delicada alfombra color carmesí cubriendo todo el suelo que alcanzaba a ver. Miró hacia la izquierda y contempló el pasillo vacío, pero cuando se volvió hacia la derecha, allí estaba, siguiendo el camino hacia su habitación. Dorian tragó saliva y caminó sobre los dedos de los pies para hacer el menor ruido posible; un paso en falso y ella se daría la vuelta, descubriéndole en el acto. Mantenía la distancia pero con más impaciencia: la tenía tan cerca... Más de lo que habría podido soñar.
—Disculpe —dijo una voz aguda a sus espaldas—, ¿puedo ayudarle en algo?
Dorian creyó por una milésima de segundo que el plan se había chafado, pero inmediatamente después se dio cuenta de que era perfecto; se daría la vuelta para que su objetivo no pudiera identificarle.
—La verdad es que sí —respondió amablemente a una señora con piel oscura y moño perfectamente colocado, que sujetaba un carrito con productos de limpieza—. ¿Ha visto a la... mujer que acaba de girar en esa esquina del fondo?
—Sí, señor. Claro que la he visto. —Arrugó los labios y se cruzó de brazos—. ¿Qué pasa con ella? ¿Tiene algún problema?
—Oh, no. Claro que no. —Se llevó la mano al pelo, nervioso—. Lo cierto es que me gustaría que me ayudara. ¿Sabe en qué habitación está esa mujer?
La señora comenzó a mover el pie de forma ascendente, impaciente.
—Sí, lo sé. ¿Por qué?
—Bueno, le va a parecer una tontería pero... ¿Podría decírmelo?
—¿Por qué? ¿Qué quiere de ella? ¿La conoce?
—Verá, señora... Es muy importante. —Tragó saliva—. Y sí, sí que la conozco. —Ladeó la cabeza—. Es mi novia. He venido desde muy lejos para darle una sorpresa.
El ceño fruncido de la señora se suavizó, y Dorian creyó percibir un principio de sonrisa en esos afilados labios caribeños.
—Bueno, creo que podría hacer la excepción pero... —Chasqueó la lengua—. No sé, señor. No quiero meterme en líos. Podría tener problemas si descubren que he dejado pasar a alguien que no está alojado en el hotel...
Sabiendo que era su última oportunidad, le dedicó la mirada más sincera y conmovedora de todas. Sacó con cuidado la alianza del bolsillo y zarandeó levemente la mano para que de ella saliera una especie de brillo minúsculo, una ráfaga fugaz que tintineaba debido a las luces.
—Lo comprendo perfectamente, pero no se lo pediría si no fuera importante. —Agitó otra vez la mano con el anillo dentro—. Llevo mucho tiempo pensándolo y, creo que hoy es el día.
—Oh... —La señora se llevó las manos a la boca, sorprendida—. ¿No me diga que...?
—Sí, señora. —Actuó como si estuviera al borde de un ataque de nervios—. Voy a pedirle que se case conmigo.
La mujer sonrió con ganas esta vez. Sacudió la cabeza y dejó escapar una sonrisa bobalicona. Al parecer, acababa de convencerla.
—Ah, los jóvenes de hoy en día... —dijo, alzando las manos—. Está bien, está bien. Pero tendrá que ser discreto, y si me preguntan, diré que no le he visto entrar, ¿entendido?
Dorian le sujetó las manos con delicadeza.
—Muchísimas gracias —entonó—. No sé cómo devolverle el favor...
—Con que no me meta en líos, será suficiente.
Los dos atravesaron el pasillo y giraron por la esquina adecuada. Al fondo, había otra hilera de puertas idénticas. La señora se quedó plantada cerca de la más alejada, a la derecha.
—Es ahí —señaló—, la 311. Buena suerte.
—Gracias, creo que voy a necesitarla.
Esperó lo suficiente para ver a la señora de la limpieza alejarse enérgicamente y se quedó parado delante de la puerta de la habitación durante tanto tiempo, que por un segundo, se atrevió a pensar en abandonar. Pero no podía hacer eso, no después de haber llegado tan lejos. Literalmente se encontraba a un paso de ella. Y pensar que la había perdido de verdad…


140


Esta vez sería la definitiva. No habría más falsas alarmas ni promesas rotas. Ya había soportado suficiente y si ahora se encontraba allí de pie, no podía dejar que el destino hiciera de las suyas sin poder intervenir. Era su vida, su decisión; no se alejaría más, y le daba igual el precio carísimo que tuviera que pagar por ello. Su felicidad estaba en juego, así que en definitiva no existía mayor motivación para hacer frente a lo que le aguardaba. La parte más difícil residía en la otra mitad; convencerla de lo que ambos querían había resultado misión imposible hasta aquel momento, y necesitaría toda la artillería pesada para dar un paso al frente y negarse a retroceder otra vez por miedo. Porque prefería que todo el peso de sus errores cayera sobre los dos, antes que separarse obligado por las falsas apariencias.
Observaba cada filamento blanco de la puerta que le miraba con recelo. Todo estaba en silencio, y miraba a todas partes para asegurarse de que continuaba siendo así. Necesitaba toda la concentración posible y lo necesitaba ya. Mantenía los puños apretados y la garganta se le había secado muchísimo más que antes. Tenía las pupilas dilatadas y el corazón corriendo como loco por alcanzar la gloria; esa gloria que se hallaba al otro lado de la puerta. ¿Qué haría cuando la tuviera delante? ¿Cuál iba a ser su táctica? ¿Tenía que pensarlo antes o era mejor improvisar? ¿No sería mejor besarla para hacer callar todas las palabras de reproche que seguramente le dedicaría por haberse atrevido a aparecer por allí? No tenía nada claro. La adrenalina se había condensado y la valentía se le escapaba entre los dedos, al mismo tiempo que seguía haciendo girar la alianza. ¿Por qué se veía incapaz de hacerlo? Conocía la respuesta a esa pregunta: temía que le rechazara de nuevo, otra de tantas. Pero entonces, ¿por qué estaba en la ciudad? ¿Por qué no se había largado? ¿No se suponía que lo había hecho atropelladamente para dejar su mayor error atrás? Comenzaba a flaquear y a sentirse mareado. Creía que se había quedado mudo, y eso no ayudaba. Nunca había sido propenso a rezar, pero por esa vez podía hacer una excepción. Miró hacia arriba hacia el impoluto techo blanco y comenzó a mover los labios sin llegar a pronunciar ni una palabra. Seguía empeñado en pedir ayuda a alguna especie de ente celestial cuando escuchó ruidos al otro lado de la puerta y el miedo le invadió, paralizándole. ¿Pero qué estaba haciendo? ¿Se iba a quedar el resto del día así, incapaz de reaccionar? No, definitivamente no. Ese era el momento adecuado, o al menos se le parecía mucho. Cerró los ojos para darse a sí mismo la valentía que le urgía y colocó el puño cerrado sobre la puerta. Dos segundos después, finalmente consiguió llamar a la puerta, con dos simples toquecitos de muñeca.
Silencio. Un desconcertante silencio era lo que le llegaba a los oídos. Su objetivo parecía haberse quedado inmóvil detrás de la puerta, intuyendo que algo no iba bien. Dorian ladeó la cabeza y escuchó con atención. Nada, ni un crujir del suelo o un paso inapropiado. Por eso, a expensas de forzar la situación y llevarla al punto justo, volvió a llamar, esta vez con decisión.
—¡No hay nada que limpiar, gracias! —dijo la voz femenina, ahogada por la delgada línea que los separaba.
Dorian sacudió la cabeza con énfasis. Desde luego, no le iba a resultar fácil convencerla para que le abriera. No podía hablar porque le reconocería enseguida, así que tenía que seguir intentándolo.
Llamó otra vez.
—¡No! —exclamó—. Por favor, vuelvan mañana. Todo está en orden. Ya les avisaré.
Otro intento, una vez más.
—¿Es que no me entienden? —chilló de nuevo la protagonista, esta vez más cerca—. ¡He dicho que no!
Al segundo después, la puerta se abrió, los ojos de ambos colisionaron, y la farsa apresuradamente preparada se había destapado, saliendo a la luz la cruda realidad.
Dorian no pudo evitar sonreír. La tenía a menos de un metro, teniendo el inmenso honor de contemplar esos preciosos ojos verdes que le tenían acostumbrado a sacar lo mejor de sí mismo.
—Te encontré —susurró.
Acto seguido, y después de reaccionar tardíamente debido al impacto tan grande por verle, Angy movió la mano e intentó cerrar la puerta de un golpe, pero Dorian ya había introducido el pie en la pequeña abertura, anulando sus intenciones.
—¡Tú! —chilló Angy, desesperada.
Con delicadeza, y con cuidado para no hacerla daño, Dorian metió el hombro y luego el resto del cuerpo por la abertura hasta que la puerta quedó abierta y entró; la fuerza de Angy no era suficiente para pararle, y menos en esas circunstancias.
—Hola, Angy.
Ella no podía articular palabra. Era como si estuviera padeciendo una pesadilla a tiempo real, incapaz de abrir los ojos para escapar de ese tormento que no parecía concluir nunca. Su cuerpo comenzaba a temblar inesperadamente, volviéndose frágil con cada nueva exhalación.
—¿Qué estás haciendo aquí? —logró decir al cabo de una eternidad.
—No, qué estás haciendo tú aquí —reprochó Dorian enérgicamente—. Creía que no volvería a verte y acabo de descubrir que no es verdad.
Ella palideció hasta el extremo, con los labios algo abiertos, moviéndose casi imperceptiblemente debido al miedo. La camisa que llevaba se le movía agitadamente sobre el pecho debido a las altas palpitaciones. Estaba al borde de las emociones.
—¿Cómo...? —intentó preguntar—. ¿Cómo me has encontrado?
—Te he seguido hasta aquí.
—¿Cómo has podido...?
—Vamos, Angy —interrumpió él—. Estamos en la misma ciudad. Antes o después tendría que descubrirte. —Apretó la mandíbula, ansioso por decir todo lo que le venía a la mente—. ¿De verdad pensabas que no lo haría? ¿Creías que no daría contigo, aunque fuera accidentalmente?
—Apenas salgo del hotel —retó ella—. No más de lo necesario y mis salidas son muy breves...
—Pues esta vez ha sido suficiente para dar contigo —dijo Dorian, en un tono más sosegado—. Tengo que reconocer que ha sido cuestión de suerte, pero cuando te he visto he sentido tantas cosas...
—Para —espetó ella, alzando una mano para rogar que no continuara—. No empieces otra vez. Estoy cansada de este estúpido juego.
—¿Juego? ¿A esto lo llamas juego? —reprochó—. ¿Te parece un juego descubrir que la mujer a la que tanto quiero me ha engañado haciéndome creer que ya estaba muy lejos cuando en realidad seguía estando tan cerca que ni siquiera habría podido imaginármelo? ¿Te das cuenta de lo que ha significado para mí verte en mitad de la calle? —Tragó saliva—. ¿Tienes idea de lo feliz que me he sentido cuando te he reconocido entre toda esa gente, sabiendo que no me estaba equivocando?
Ella no podía discutir sobre aquello. Mantenía la mirada apartada, sobre el suelo; avergonzada, disgustada y sobre todo desorientada.
—Angy, háblame —suplicó Dorian—. Estoy intentando no rendirme. Oh, vamos, ahora sé que no es tarde.
—No, no lo es —dijo con un hilo de voz Angy—. No es tarde ni pronto. Para nosotros no existe el tiempo.
—Deja de actuar —masculló—. Esta es tu propia vida; aquí el telón no caerá hasta que hayas respirado por última vez. —Alargó el brazo con cuidado y le acarició la mejilla—. Lucha por lo que quieres; lucha por mí.
Angy sacudió la cabeza en lugar de responder por medio de palabras. Estaba indefensa, acorralada. No tenía el control de la última vez que se vieron, cuando le estaba abandonando conscientemente.
—Tenemos que hablar.
—No, ya no, maldita sea. —Reaccionó como un resorte, imprevisible—. Ya hemos hablado muchas veces, ¿y para qué, Dorian? ¿Para qué nos ha servido?
Dorian tragó saliva.
—¿De verdad necesitas preguntármelo? —susurró.
Angy cerró la puerta con un golpe seco. Tenía lágrimas inundándole los ojos, amenazando con hundirse de forma inminente. Dio varios pasos hacia atrás y se abrazó así misma, en un intento por consolarse, por no sentirse tan ingenua.
—No debió pasar.
—Pero pasó, Angy. —Se acercó lo suficiente—. De todas formas pasó. No me arrepiento de lo que ocurrió entre nosotros y nunca me arrepentiré por estar contigo. Y no ha pasado ni un solo día desde entonces en el que no haya pensado en ti.
Ese arrebato de sinceridad acabó por hacerla llorar, al mismo tiempo que se cubría la cara con las manos para esconderse.
—No llores...
Ella no respondía, así que hizo lo que deseaba, que era abrazarla muy fuerte, igual que años atrás. Esperaba que se revolviera y rechazara sus brazos, pero en lugar de eso, se aferró a él con mucha fuerza, implorándole en lenguaje no verbal que no la dejara caer, tanto literal como metafóricamente.
—Estoy aquí —susurró Dorian—. Lo sabes...
—No deberías haber venido —gimoteó Angy.
—Tenía que hacerlo. —Se apartó un poco y le borró las lágrimas de las mejillas con el pulgar—. Nada, absolutamente nada ni nadie me habría impedido venir. Estaba decidido.
—Pero esto no estaba preparado —se excusó ella, todavía temblando—. Yo no estaba preparada para algo así. Ya comenzaba a aceptar que...
—No aceptas perderme —sentenció Dorian.
—¿Qué?
—Por favor, por una vez, sé sincera contigo misma. ¿Acaso necesitas más pruebas? No hay mayor demostración de lo que sientes que seguir aquí.
Angy se separó de él y se colocó el pelo detrás de la oreja. Los ojos le brillaban por la humedad del llanto y comenzaban a crepitar.
—Es diferente.
—No, nada es diferente —apuntó Dorian—. Todo sigue igual que cuando te marchaste la última vez. Todas estas semanas de agonía se compensan con esto.
—Te supliqué que lo intentaras. Has tenido tiempo, muchos días. ¿No te han servido para saber qué es lo que te conviene?
—¿Lo que me conviene? —repitió—. ¿De verdad eres capaz de mirarme a los ojos y decirme que lo que realmente me conviene es estar al lado de una mujer a la que, por más que lo intente, no puedo hacer feliz? ¿Tu mayor deseo es que permanezca al lado de Nora, sabiendo que la engaño continuamente porque no pienso en ella? —Hizo una pausa—. ¿Cómo pretendes que me olvide de un amor como el nuestro si lo que tuve con tu hermana no puede comparársele, si nunca ha tenido la más mínima posibilidad de eclipsar este sentimiento que te llama cada vez que te siento cerca?
Ella se dio la vuelta, dándole la espalda. Era una estatua de nervios, terrores profundos y contradicciones. Era evidente que mantenía una encarnizada lucha interna.
—No voy a irme hasta que lo oiga de tus propios labios, Angy.
Angy se dio la vuelta, confusa.
—¿Oír qué?
—La verdad; la verdadera razón por la que aquel día no fuiste capaz de alejarte y volver a tu otra vida.
—Basta...
—¿Por qué? —preguntó Dorian.
—Yo... —susurró ella, helada hasta los huesos—. No quería... No podía...
—¿Qué, Angy? ¿Por qué? ¿Por qué no hiciste lo que se suponía que deseabas hacer? ¿Por qué no te subiste al avión si era lo que repetías una y otra vez que harías? ¿Por qué me dejaste solo permitiendo que creyera que era realidad si nunca llegó a cumplirse?
Ángela respiraba entrecortadamente, volviéndose más débil a medida que escuchaba con dolor las preguntas que brotaban intensamente de la garganta de Dorian.
—¡No podía irme, Dorian! —gritó—. No podía. Intenté marcharme pero algo dentro de mi maldita cabeza me suplicaba para que no lo hiciera. Porque sabía que en el fondo, aunque me negara a creerlo, no podía dejarte. No podría olvidarme de ti ni aunque volviera a nacer un millón de veces. —Ahogó un grito interno impregnado de angustia—. ¿Era eso lo que querías oír? ¡Bien, pues ya lo sabes! —Apretó los párpados con desesperación—. ¿Qué esperabas? ¿Crees que para mí fue fácil dejarte allí sabiendo que Nora podría aparecer en cualquier momento? ¿Crees que no me odié a mí misma al entregarte a otra mujer que por mucho que te adore nunca podrá amarte con la misma devoción que yo? ¿Crees que no se me rompió el corazón cuando te dije todas esas cosas horribles? —Las piernas le fallaron y cayó lentamente de rodillas—. Era yo la que daba el primer paso, la que decidía marcharse y dejarte atrás. Fue mucho peor que la primera vez. Nunca podré olvidar el dolor en tus ojos, ni la manera que tenías de rogarme para que no te abandonara, sabiendo que te estaba pidiendo algo imposible al intentar convencerte de que siguieras adelante sin mí. Porque a partir de lo que pasó esa noche he comprendido que no puedo seguir con esto yo sola, porque nunca seré capaz de concebir mi vida si no es contigo. —Golpeó el suelo con el puño—. Por eso no pude irme. Porque desde que te dejé no hice más que complicarlo todo. Porque yo jamás me hubiera convertido en lo que soy si nunca te hubiera conocido. Te lo debo todo, y sabía que si me alejaba de ti no volvería a mi vida normal, si no a la farsa que inventé al saber que había perdido lo más esencial, porque sólo vivo cuando estoy contigo, y por primera vez me atrevo a decirlo en voz alta, porque mi vida sin ti no es vida, sólo es un pedazo de recuerdo de lo que fui. Y si estoy aquí, es porque tú le das sentido a cada nueva exhalación, porque tú... —Soltó el aire contenido—. Porque tú eres mi vida, la única vida que quiero tener.


141


La sonrisa perfectamente esculpida y automática que hacía que Nora resultase todavía más encantadora había vuelto a ocupar su lugar; los pensamientos ya no le enturbiaban la vista y las comisuras de sus labios se curvaban con más facilidad. Ya había dejado de darle vueltas a la inestabilidad de su marido, confiando en la distancia y en su capacidad para hacer apagar las llamas de la discusión entre él y su hermana recientemente ausente. No llegó a presenciarla, aunque a decir verdad tampoco hubiera querido estar presente si le hubieran brindado la oportunidad; sus referentes más esenciales eran los protagonistas y cada cual tendría razón a su manera. No, definitivamente era mucho mejor mantenerse neutral, y entender de una vez por todas que Angy jamás tendría su sitio entre ellos, porque a pesar de querer a su familia, el vínculo se mantenía estable cuando todos ocupaban sus puestos, y el de ella estaba muy apartado. Pero a pesar de todo aquello, debía mirar el lado positivo de las cosas, que ahora le resultaban mucho más evidentes, algo más que una ilusión óptica. Todo le sonreía, e incluso iba con muy buen humor a trabajar. Ya había dejado atrás los prejuicios hacia su jefa, y cada vez que cruzaban la mirada, sonreía con interés y sin esfuerzo. Las plantas ya no suponían un castigo, más una recompensa, recordándole insistentemente que una agradable sorpresa podía volver a suceder; sólo era cuestión de permanecer alerta y saber esperar.
Esa mañana había despertado con una sensación de control absoluto sobre lo que la rodeaba. Hacía un día precioso, con el sol dando de lleno a las ventanas y, como guinda del pastel, Dorian le había llevado el desayuno a la cama. Por eso no podía salir nada mal. Después se había dado una larga ducha y llamado a su madre. Cuando quiso encontrar a su marido, no tuvo más que prestar atención para escuchar esa melodía prodigiosa y endulzada que salía de los experimentados dedos de Dorian al hacer contacto con las teclas del piano. Por eso volvió a la habitación y le encantó verle allí, tan sereno y a la vez tan encantado por lo que hacía. Llevaba el pelo revuelto, pero lo que más llamativo resultaba era la tímida sonrisa que aparecía a intervalos cortos entre nota y nota.
—Buenos días —susurró, acercándose con pasitos lentos e infantiles.
—Buenos días, princesa. —Aceleró la melodía sin inmutarse—. ¿Te ha sentado bien la ducha?
—Sí, pero no podría haber empezado mejor el día sin tu desayuno. —Se ruborizó—. Gracias.
—No me las des. No ha sido ninguna molestia.
La escena parecía sacada de algún musical, con toda esa luz perfectamente milimetrada y proyectada a conciencia, los árboles de fondo tras el cristal, y el sonido armónico alcanzando los techos.
—Me hubiera gustado quedarme todo el día metida en la cama —comentó Nora, coqueteando con un mechón de pelo.
—Nadie te impide hacerlo —murmuró él, distraído.
Nora sonrió y sacudió la cabeza, mirándole como sólo podía hacerlo una mujer enamorada hasta los huesos.
—Tonto, ¿cómo voy a dormir si estás tocando el piano? Tendría que ponerme tapones en los oídos…
—No sería necesario —explicó él—. Dejaría de tocar en cuanto me lo pidieras.
—Sé que lo harías, pero no quiero que dejes de tocar. —Se acercó un poco más y se quedó a unos centímetros del impresionante piano negro de cola—. Me encanta escucharte.
—Gracias.
—No tienes por qué darlas. —Dejó escapar un suspiro digno de una colegiala—. ¿Hay algo que no sepas hacer?
Dorian sonrió, pensativo.
—La lista es demasiado larga.
—Entonces creo que tenemos opiniones muy distintas de ti mismo.
—Es posible.
Los dos terminaron de hablar y Nora contempló en silencio a su marido, que mantenía la espalda recta, moviendo rítmicamente la cabeza mientras seguía dando vida a la música. Estaba impresionada por la capacidad que tenía él de hacer algo así sin inmutarse, como si de verdad fuera fácil seguir sus pasos. Desde luego tenía más de un as escondido bajo la manga, y era evidente que las aguas habían vuelto a su cauce, porque no detectaba síntomas de apatía, todo lo contrario. El hombre que tenía delante había renacido en algún sentido, pero no lograba adivinar en cuál, y en especial, por qué.
—¿Vas a decirme qué ocurre?
En ese momento Dorian dejó de tocar, con unos ojos vivos e intensos.
—¿A qué te refieres?
—Estás de mejor humor últimamente —explicó, arqueando las cejas juguetonamente—. Pareces... relajado. Satisfecho, diría yo.
Él se encogió de hombros y siguió tocando.
—Sí, es verdad. Estoy... contento.
—¿Y... puedo saber a qué se debe? —Se inclinó sobre el piano, sonriendo—. ¿Por fin has aprendido a relajarte y a tomarte todo con más calma?
—Sí, algo así.
—Oh, vamos, no seas tímido. —Dejó escapar una risita de las suyas—. Dímelo, me tienes muy intrigada.
—Bueno, digamos que he vuelto a... concentrarme en mis prioridades. Ahora sé que es mejor no suponer nada antes de tiempo. —Asintió mientras seguía tocando—. No dar por perdido aquello en lo que crees. Todo puede mejorar.
—¿Y qué es lo que ha mejorado? ¿Eso es lo que ha pasado en el estudio? ¿Las cosas han vuelto a la normalidad?
—Sí, yo diría que incluso más. —Dejó escapar una leve sonrisa—. No puedo creer que haya vuelto a la superficie. Estaba muy confundido pero ahora lo veo todo más claro. Estoy mejor que nunca.
—Oh, vaya —murmuró Nora—. ¿Lo dices en serio?
—Muy en serio. Además, no es sólo por el trabajo.
—¿Hay más?
Dorian la miró durante un segundo de forma poco habitual, atravesándola.
—Siempre hay algo más que el trabajo.
—Sí, pero quiero que me digas a qué te refieres. ¿Es por mí?
—Nora, de una forma o de otra… —Sacudió la cabeza—. Tú siempre vas a tener algo que ver conmigo. Referente a mis emociones.
Se le llenó el estómago de mariposas, de luces incandescentes y un revuelo de agitaciones nerviosas.
—Eso espero. Quiero seguir teniendo que ver contigo durante el resto de mi vida. Por eso me casé contigo.
Dorian esbozó una sonrisa que disolvió aceleradamente y cambió de registro, pasando a uno más melancólico que el anterior. ¿Era su cambio de estado de ánimo?
—¿Por qué tocas algo tan triste?
—Nora, no es triste.
—Sí que lo es —insistió ella—. Tienes habilidad para tocar cualquier cosa. No hagas sonar esa música tan deprimente.
—A mí no me lo parece. Es preciosa.
Nora puso los ojos en blanco a propósito. Rodeó lentamente el piano y se colocó justo a su lado, acariciándole la nuca.
—Siempre tienes que salirte con la tuya, ¿verdad?
—Bueno, creo que yo podría decirte exactamente lo mismo.
Nora se agachó y le dio un tierno beso en la sien, percibiendo su fragancia, esa que tanto le encantaba.
—Podrías ser un músico muy famoso algún día.
—¿Bromeas? Nunca podría ser profesional.
—¿Y eso por qué?
Dorian tomó una pausa y posó las manos encima de las teclas, sin pulsarlas, descansando los dedos.
—Porque no soy tan bueno como crees.
—Eso es discutible.
—¿Lo ves? Nunca aceptas que te lleven la contraria, aunque no tengas la razón.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —espetó burlonamente.
—Me temo que ya es un poco tarde para reaccionar.
Nora se sentó sobre su regazo en un abrir y cerrar de ojos, aprisionándole el cuello. Comenzó a besarle pero él no respondía con el mismo entusiasmo, simplemente se limitaba a permanecer en su sitio.
—Vaya, veo que no te has levantado tan cariñoso como creía.
—Lo siento —se disculpó—. No puedo ser perfecto las veinticuatro horas.
—Ya, eso me temo. —Se levantó con algo de pesar y se quedó de pie, justo a su lado—. Podríamos ir a cenar esta noche. Hacer algo romántico —propuso.
—No sé —repuso Dorian—. Tengo mucho trabajo atrasado…
—¿Ni siquiera lo vas a pensar?
—Bueno, ya veremos.
Nora iba a volver a la carga cuando vio algo que la dejó muy desconcertada. Fue cuestión de una milésima, puede que menos, pero resultó ser suficiente para percibirlo. Un pequeño detalle que hacía daño a la vista. Algo insignificante para algunos pero no para ella. Era como si acabara de recibir una bofetada. ¿Era una broma? No, no lo era. Se encontraba perfectamente y en ese caso no estaba viendo algo que se suponía que debía de estar allí, en el dedo anular de su marido. Su alianza no estaba con él; en su lugar, la marca más clareada de la piel avisaba de su ausencia. ¿Por qué? ¿Qué hacía sin su anillo? ¿Qué razón tenía para no llevarlo puesto? ¿Dónde demonios estaba? ¿Lo había perdido?
—¿Nora?
Volvió a la realidad, mirándole a los ojos, llena de confusión.
—¿Qué?
—Te has quedado muy callada.
—Sí, bueno… —balbuceó—. Es que…
—¿Sí?
Quería decírselo pero no sabía cómo. En su lugar, se dio cuenta de que su cuerpo estaba actuando por su cuenta, enfureciéndose, haciendo que la sangre fluyera más rápido y se le subiera hasta las sienes. Ni siquiera se atrevía a mencionar el tema por miedo. ¿Miedo a qué? Quizás sólo se tratara de un descuido o un inusual olvido, pero de todas formas no se atrevía a ir más allá. ¿Por qué no lo llevaba puesto? ¿Qué había hecho con él? ¿Acaso quería esconderlo? ¿Tenía motivos para hacer algo así?
—Acabo de darme cuenta de una cosa.
—¿De qué? —se interesó él—. ¿Qué ocurre?
La respiración de Nora cada vez se encontraba más agitada. Se estaba haciendo un nudo en la garganta y de seguir así acabaría por asfixiarse. ¿Por qué le afectaba tanto? ¿No estaba segura respecto a él? ¿No se suponía que hasta hacía unos minutos tenía todo bajo control?
—Nada —contestó secamente, apartándose de esa fuente de repentina inseguridad e incertidumbre.
—Eso no me vale.
—¿Que no te vale? —repitió—. ¿Y para mí qué es lo que vale? ¿Estás seguro de que tenemos el listón situado a la misma altura?
Dorian se levantó, frunciendo la mirada y sin saber a qué venía nada de aquello.
—Creo que no te sigo —murmuró—. Me he perdido algo.
—Sí, creo que yo también me he perdido algo.
—¿Pero qué ocurre? ¿Es por algo que he dicho?
Nora apretó los labios y levantó las manos, pidiendo silencio.
—¿Sabes qué? Es mejor dejar las cosas así —mintió—. Dejemos esto porque no quiero discutir contigo.
—Yo tampoco quiero hacerlo, pero tienes que explicarme a qué ha venido eso.
—No.
—¿No?
—Ya te lo he dicho, Dorian. No estoy… preparada. —Tragó saliva amargamente e intentó borrar la imagen del anillo que no estaba allí—. Necesito... —Sacudió la cabeza para sacarse las malas sensaciones adquiridas—. Es decir, quiero ir a ver a mi madre.
—¿Ahora?
—Sí, ahora —replicó—. ¿No vas a dejarme ir?
—¿Por qué dices eso? —protestó Dorian—. Claro que puedes ir. No voy a impedírtelo. Puedes hacer lo que quieras.
—Ya, y supongo que eso es exactamente lo que estás haciendo tú —soltó, mientras le daba la espalda en dirección a la salida del dormitorio.
—¿Qué has dicho?
—Nada.
—Nora, ¿qué te pasa? —preguntó, alzando la voz—. Hace un momento estabas bien y ahora...
En ese instante decidió pararse y mirarle a los ojos, antes de atreverse a pensar en las distintas posibilidades, cada cual más terrible.
—¿Puedo hacerte una pregunta antes de irme?
Él se cruzó de brazos.
—Adelante.
—¿No echas nada en falta? ¿Lo que sea?
Dorian torció el gesto y se encogió nuevamente de hombros, sin entender nada.
—No, que yo sepa.
Le dolió tanto aquella respuesta que tuvo que disimular para que no la viera aguantando las ganas de romper a llorar.
—Genial... —susurró—. Nos vemos luego. —Y salió de allí a toda prisa.


Ni siquiera se ha dado cuenta, pensaba una y otra vez, amparada bajo la protección del volante. Llevaba toda la tarde intentando distraerse con cualquier cosa, pero le resultaba mucho más que difícil llegar a hacerlo; la angustia se le clavaba cada vez que intentaba tomar un nuevo soplo de aire. Hasta el oxígeno parecía haberse vuelto amargo. Daba vueltas sobre sí misma como una peonza y lo peor es que no tenía ni idea de dónde acabaría, pero de una cosa estaba segura: iba a estrellarse contra un muro de hormigón. No sabía cómo reaccionar, porque después de tantas horas fuera de casa, era como si el tiempo no hubiera pasado para ella. Sólo era capaz de revivir una y otra vez la escena que había logrado sacarla de quicio. Esa pérdida de la complicidad que iba mucho más allá de lo que podía vislumbrar. Mantenía un acalorado debate consigo misma interceptando opiniones antagonistas y enfrentadas. Primero atisbaba una total y absoluta negación para poco después echar la vista a otro lado y aceptar la posibilidad de que… De pensarlo se le quemaban las entrañas, porque después de todo, veía justo lo que no quería ver; su matrimonio no era tan perfecto como había creído. Se estaba resquebrajando, y había estado tan ciega que ni había prestado atención a las enormes fisuras que presagiaban un impacto tan revelador como ése. Aunque no tenía motivos para ponerse en lo peor, ¿verdad? No tenía pruebas que argumentaran su teoría, arrinconando a Dorian. Pero entonces, ¿por qué se había puesto así? ¿Por qué le había dolido tanto? ¿Qué había cambiado?
No había ido a ver a su madre como le había hecho creer a Dorian. A decir verdad no llegó a alejarse demasiado de esa gran casa cúbica; apenas había recorrido la carretera una y otra vez, pero lo suficientemente cerca por si acaso recobraba el sentido común y se daba cuenta de que le urgía volver para pedirle perdón, pero algo así no llegó a ocurrir. Simplemente se limitó a dejar pasar el tiempo, a intentar dejar la mente en blanco, en no pensar en nada que tuviera que ver con aquello… Pero no era tan sencillo. Quería una explicación, y desde luego no la tendría si se quedaba para siempre escondida dentro de su coche. Necesitaba el valor para hacerse las preguntas adecuadas y sobre todo, necesitaba tener aún más valor para responder con algo que estuviera a la altura. La cuestión era saber qué camino tomar; si permitir que aquella ligereza tomara forma, creando un abismo de duda insalvable, o si por el contrario soltaba los cabos y lo dejaba correr. Hiciera lo que hiciese, sentía que estaba fuera de juego. Siempre era la última en enterarse de las cosas, y en esa ocasión no había sido una excepción.
No se permitía llorar, porque si lo hacía, daría por sentado sus sospechas, y no podía levantar castillos en el aire sin tener entre las manos nada más que una imagen grabada en la memoria a corto plazo que le indicaba que las cosas no estaban tan bien asentadas como parecía. Pensó en analizarlo desde fuera, desde otro ángulo que no tuviera nada que ver con la caída en picado que experimentaba en esos segundos que no acababan. ¿De verdad era lógico que hubiera actuado así? ¿Le había dado por ello la razón a la inseguridad? No, no y mil veces no. No podía tirar todo lo andado por la borda únicamente porque una pieza no encajara en el inmenso puzzle que tan concienzudamente se había empeñado en construir de su mano. Le quería, le adoraba, haría cualquier cosa por él. ¿También sería capaz de no decirle nada? ¿Temía despertar la idea de unos celos sin motivo aparente?
Todo le daba vueltas, colisionando con sus neuronas entrando en erupción. No había hecho caso de las llamadas insistentes que habían colapsado su móvil; no estaba preparada para escuchar su voz y menos para intentar explicarle el motivo de su absurda marcha. Tampoco lo estaría para cuando volviera, porque no se imaginaba delante de él, manteniendo una conversación normal. ¿Qué le diría? Más bien, ¿qué tendría que decirle? «Oh, Dorian, lo siento tanto… He metido la pata. He creído cosas absurdas por mirar donde no debía. He visto que no llevabas puesta la alianza y por un momento he pensado que te había perdido; había creído que tenías un motivo para no recordar que estás casado conmigo».


Aguardó delante de la puerta un buen rato hasta que por fin decidió entrar. No había nadie más allí; Dorian se habría marchado a trabajar, o eso suponía. Así que tenía algo de tiempo para pensar en algo. Fue directamente a la habitación y se quedó petrificada delante del piano. Alargó el brazo y deslizó los dedos encima de las teclas, recuperando el control. Sacudía la cabeza una y otra vez, deseando volver atrás para no haber prendido la chispa, porque de haber mantenido fría la cabeza, eso no habría pasado; si hubiera actuado como una persona racional no habría tenido la necesidad de salir corriendo, si no de mirar de frente a la situación y preguntarle por qué no llevaba el anillo. Habría sido fácil, pero entonces no habría sido ella misma, porque si se caracterizaba por algo, era por su fuerte e imprevisible personalidad. Había dejado que la tormenta estallase, y ahora volvía con pasos lentos al punto de partida, con la mente plagada de contradicciones.
Se pasó el resto del tiempo de aquí para allá, inspeccionando su propia casa, sin tener claro lo que buscaba, nada más que repetía la misma coreografía continuamente, haciendo de tripas corazón para asimilar que las cosas no podían quedarse así. No podía volver a mirarle a la cara y sonreírle sin más, porque su marido también necesitaba una explicación. ¿Qué habría hecho ella en su lugar? Si Dorian se hubiera comportado como un loco al darse cuenta de que ella no llevaba el anillo, ¿qué habría dicho a su favor? ¿Se hubiera sentido ofendida al darse cuenta de que él dudaba de su compromiso? Claro, se hubiera sentido muy dolida al saber que su marido desconfiaba de ella. Pero al no ver el diminuto haz de luz que solía encontrar de refilón siempre que veía su mano, se había sumido en un torbellino de necedad y terrores personales. Definitivamente le estaba dando demasiada importancia a algo que no merecía tenerla, porque no tenía quejas de su vida en común; la trataba como a una princesa y sabía que nunca le faltaría nada estando a su lado, porque nunca se había sentido tan auténtica como cuando le miraba a los ojos y podía ver el reflejo de los suyos propios.
Despertó en su cama. Miró el despertador y comprobó que ya eran las ocho de la tarde. Había dormido mucho, y no había probado bocado desde el desayuno. Se puso en pie rápidamente y prestó atención. Quería comprobar si había regresado porque necesitaba verle, así que bajó corriendo el tramo de escaleras y no le encontró hasta llegar al salón. Allí estaba, con la camisa arrugada y el ceño fruncido. Se quedaron mirándose mucho rato sin decir nada hasta que él se levantó.
—Hola —susurró.
Nora se volvió tan frágil y se sintió tan arrepentida que fue directa hacia él y le abrazó con pesar, intentando mantener a raya la melancolía.
—Te he echado de menos.
Dorian tardó en corresponder su gesto de cariño pero finalmente lo hizo.
—Pues nadie lo hubiera dicho esta mañana.
Nora le miró a los ojos y se encontró con un hombre empequeñecido, triste o una mezcla de ambas cosas.
—Lo siento tanto… —Decidió que finalmente le daría una oportunidad, proporcionándole el beneficio de la duda.
—No importa, Nora. Ahora estoy mucho mejor sabiendo que estás aquí.
Se quedaron abrazados un buen rato, incapaces de dar el paso de separarse.
—Me tenías preocupado —murmuró él, sujetándola por los hombros y mirándola igual que si se tratara de un padre regañando a su hija—. He llamado a tu madre y no has ido a verla. No has ido a la isla. —Endureció la mirada—. ¿Dónde has estado todo el día?
—No quería ponerla nerviosa con mi estado de ánimo —empezó a decir ella—, por eso cambié de opinión. Estuve… en la ciudad, caminando de un lado para otro.
Dorian abrió un poco los ojos, sorprendido.
—¿En… la ciudad? ¿Qué hacías allí?
—Nada, en realidad. Es que no sabía adónde ir y tenía que distraerme con algo.
—Lo que deberías haber hecho era quedarte conmigo y explicarme qué demonios ha pasado hoy, porque por más que lo pienso no logro encontrar nada decente que me aclare el lío que tengo en la cabeza.
—Ya, pues ese es el mismo problema que tengo yo —se lamentó Nora—. Que no sé qué es lo que me ha pasado…
Dorian le levantó la barbilla con el dedo índice, obligándola así a que le mirara.
—Vas a tener que hacerlo un poco mejor para convencerme del todo —dijo sin inmutarse—. ¿Qué es lo que he hecho?
—Nada, es que…
—No, por favor. No te escondas de mí. —La besó en la frente—. Eres mi mujer y tengo el derecho de saber qué es lo que te atormenta.
Era la ocasión perfecta para contárselo, pero otra vez volvía a dudar. Le miraba de frente y se sentía estúpida por haber dudado de él, porque ahora estaba pendiente de lo que sentía, y eso no sería posible si no estuviera enamorado de ella, ¿no?
—Me siento muy mal conmigo misma —aseguró—. He estado todo el día dándole vueltas a lo mismo. Incluso pensé en ir a verte al estudio, pero no quería molestarte… —Tragó saliva—. No podía controlarme, eso es todo, por eso prefería marcharme antes de tener una discusión realmente importante. No quería pelearme contigo.
—Ya, pero eso no responde a mi pregunta. ¿Qué te hizo ponerte tan furiosa? ¿Fue por lo que dije de lo de salir a cenar? ¿Es eso?
Nora jamás había pensado en la posibilidad de perderle, y no estaba capacitada para ponerse a meditar en ese instante, así que apartó de golpe lo que martilleaba dentro de su cerebro y evitó saber la verdad, mintiéndole por primera vez.
—Sí… —dijo con un hilo de voz—. Me enfadé tanto porque creía que no te apetecía hacer planes conmigo, que no querías dejar a un lado tu trabajo para compartir conmigo una noche que fuera… especial.
Dorian dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza.
—Estás equivocada…
—Lo sé, es que…
—Déjame acabar —insistió Dorian—. Estás equivocada porque no pretendía hacerte creer nada parecido. Estaba agobiado por todo lo del estudio, las reuniones y nuevos contratos. A veces tengo la sensación de que se me va de las manos y me obsesiono demasiado. Pero eso no significa que deba descuidarte, y si en algún momento has tenido la mínima sensación de que lo he hecho, te pido perdón. Lo siento.
Nora volvió a abrazarle porque de verdad le creía; sonaba muy sincero y arrepentido.
—Sé que debería haberme quedado para hablar, pero sabía que de seguir así no podría controlarme y no quería acabar estallando. No quería reprocharte nada y por eso era mejor hacerme a un lado. —Derramó una lágrima—. Yo también lo siento, no sabes cuánto. Por haber dudado de ti…
Dorian se tensó y apretó la mandíbula. Retrocedió un paso y se quedó mirando el techo.
—Entonces, ¿todo está bien? —preguntó.
—Sí…
—¿De verdad? ¿No hay nada por lo que deba preocuparme?
Eso debería preguntarlo yo, pensó Nora. Se abrazó a sí misma e ignoró los avisos de alarma de su razón. La llamaban para que hiciera una última cosa antes de estar segura del todo, pero no se atrevía; no se atrevía a mirar directamente el dedo anular de la mano derecha de él. Comprobar que seguía sin estar allí la destrozaría de nuevo.
—No, Dorian. No hay nada de lo que debas preocuparte.
—Pues no sabes lo que me alegra oírte decir eso. —Sonrió—. Ven, vamos a la cocina. Voy a prepararte la cena.


Llevaban en la cama cerca de dos horas, pero por más que lo intentaba, Nora no podía pegar ojo. No estaba cansada, pero además no quería dormirse, sino más bien castigarse de modo tolerante: pensar en lo ocurrido para que no volviera a repetirse, vertiendo más confianza en el hombre que más quería.
Se desplazó poco a poco hasta quedar al borde de la cama. Después, se incorporó progresivamente hasta que se quedó sentada; sacó las piernas fuera y tomó contacto con el frío suelo. Se levantó despacio y caminó hasta la puerta.
—Vuelve a la cama…
Nora saltó del susto. Se dio la vuelta y vio a Dorian removiéndose en la cama, medio adormilado, medio consciente.
—Tengo sed —dijo sin pensar—. Ahora vuelvo.
Todo estaba oscuro y no quería encender ninguna luz para no llamar la atención, así que no le quedó más remedio que caminar casi a ciegas, palpando cada centímetro de escalera para no precipitarse peligrosamente al vacío. Acabó en el vestíbulo y se quedó parada. No podía dormir. Demasiadas emociones fuertes en un solo día. Sacudió la pesadez de sus miembros y caminó sin dudar hacia el salón; de todas las estancias, era su favorita. El despacho, el pequeño gimnasio o lo demás no le importaban. Encendió la pequeña lámpara para no llegar a iluminar todo el enorme salón. La luz era suave, y no la incomodaba. Miró a su alrededor y por primera vez se cuestionó si aquel era su lugar, rodeada de tanto lujo. Se sentó en el sofá y encogió las piernas, rodeándolas con los brazos y balanceándose muy despacio. A decir verdad estaba algo más aliviada, pero el cemento de la absoluta certeza no había llegado a solidificarse, y sabía que algo con encajaba como antes; una diminuta espinita alojada dentro de sí misma. Había sido un día agotador, y definitivamente esas horas angustiosas le dejaban claro que hasta el mejor de los despertares podía volverse agridulce en cuestión de segundos.
Hacía una temperatura perfecta pero sintió una ligera ráfaga de frío. Se masajeó las sienes y meditó en mitad de todo ese mundo de silencio levantado forzosamente para tratar de pensar como una mujer adulta, y no como la niña insolente que a veces dominaba su raciocinio. Levantó la mirada y la dirigió a varios ángulos, y de repente, percibió la chaqueta de Dorian. Estaba medio arrugada, descansando en el respaldo de uno de los sillones pegado al sofá. Se levantó y la cogió con cuidado. Se la acercó a la cara y respiró la fragancia. Le encantaba hacer eso. Volvió con ella al sofá y se sentó, cubriéndose con la prenda. Acariciaba la suave tela gris oscura, tapando todo su cuerpo y dejando al descubierto su cabeza. Era como abrazarle pero sin sentir la pena por haberse comportado así, pero no las tenía todas consigo, porque le había mentido y, para colmo de males, no había tenido la valentía para mirarle la mano; sencillamente se había limitado a imaginarse que estaba allí, al igual que su propia alianza colgaba de su pálido y frágil dedo. Hizo girar el anillo varias veces, sintiéndose ridícula por haber sucumbido debido a algo tan pequeño. También miraba de reojo el anillo de pedida, recordando la noche mágica en la que le había pedido que se casara con él cuando ya lo estaba. Sonrió. Eso se quedaría para siempre grabado en su memoria, haciéndola compañía en momentos difíciles como ése.
Metió las manos en los bolsillos de la parte de fuera y agradeció el suave tacto. Era como estar medio escondida para que nadie pudiera encontrarla. Respiró hondo. Había sido una especie de desafío contenido, y no se le daban demasiado bien las situaciones límite. Apenas había visto nada y prácticamente se había derrumbado. Movió los dedos dentro de los bolsillos marcando un ritmo ligero, intentando encontrar algo de serenidad. La vergüenza que sentía por sí misma era aplastante y demoledora. ¿Qué hubiera pasado si se lo hubiera contado a su madre? ¿Qué habría opinado? ¿Le habría dado la razón o le habría reprochado su falta de madurez? No lo sabría, porque no pensaba decírselo bajo ninguna circunstancia.
Desplazó las manos fuera de los bolsillos y siguió acariciando la chaqueta por los bordes, las mangas… Eso ayudaba bastante. A continuación inspeccionó el único bolsillo de la parte interior situado por encima del costado derecho. Parecía estar vacío, pero cuando introdujo alguno de los dedos, se topó con algo… pequeño. Frunció el ceño y se esmeró para sacar a la luz el objeto y descubrir lo que era. Cuando lo hizo, el alivio que le había sido devuelto volvió a disiparse, disparando proyectiles de asombro y… decepción. Sí, ahí estaba de nuevo, demostrando que podía encontrarse en cualquier parte del mundo menos donde debería estar. El pequeño aro relucía en la palma de su mano.
«No puedo creerlo —pensó—. Todavía no ha vuelto a ponérselo».
Se quedó allí tanto tiempo que cuando quiso darse cuenta ya habían pasado otras dos horas. No lloró, no supo qué hacer; si chillar, mandarlo todo al diablo o contenerse, tratando de encontrar la explicación lógica. ¿Podía ser verdad lo que se imaginaba? ¿Estaba perdiendo la cabeza? ¿Qué era lo que tenía qué hacer? Exhaló fuertemente y se levantó del sofá, dejando la chaqueta en el mismo sitio donde la había encontrado. Volvió sobre sus pasos y subió indecisa las escaleras. Cuando llegó al dormitorio, se quedó un minuto en la entrada, decidiendo si dormir a su lado era lo más acorde con lo que sentía por dentro. Se mordió la lengua para evitar males mayores y se acercó, sentándose en el borde de la cama y zambulléndose despacio entre las finas sábanas. Tenía hasta miedo de respirar por si le despertaba, así que los suspiros y sollozos no estaban permitidos. Escondió la cara en la almohada y cerró los ojos, pero los abrió inmediatamente después, porque a pesar de todo le complacía mucho mirar a su marido cuando dormía, que era cuando más inocente e ingenuo parecía…
Con cuidado de no despertarle de su profundo sueño, le cogió la mano y le deslizó el anillo a través del dedo. Después se quedó contemplándole en mitad de la oscuridad y el silencio. Se acurrucó a su lado pero sin llegar a tocarle. Respiró hondo e intentó imaginarse que ese día no había ocurrido; en ese momento deseó que fuera tan solo una pesadilla.


142


Ya no podía rescribir la historia, no podía volver atrás. Había dado con ella y esta vez era la misma Angy la que no estaba dispuesta a irse. No tenía más opción que aceptarlo, porque nunca sería feliz si se alejaba de Dorian; por eso no pudo marcharse, y por eso no lo haría. Aunque otra cosa bien distinta era enfrentarse a aquello que tanto temía, pero el tiempo se le acababa y las opciones también. Todavía era incapaz de reconocerse; no era la misma de antes porque se había pasado demasiado tiempo huyendo de lo que realmente era, y no había servido para nada la angustia por controlar su otro yo. Había estallado sin que pudiera hacer nada, y aunque aún le costase trabajo hacerse a la idea, esa nueva imagen suya reflejaba exactamente lo que quería, y le quería a él. Una difícil decisión que tendría que tomar antes o después, pero al menos sabía que era algo mutuo, porque Dorian le había demostrado de todas las maneras posibles lo mucho que la quería.
Su encuentro en el hotel había sido inesperado; una bomba lanzada directamente en el torrente sanguíneo hacia el corazón. Casi no pudo creerlo, que después de tomar medidas de precaución extremas para no ser descubierta, su plan se había ido al traste. Pero había merecido la pena, porque logró sincerarse y derramar por la garganta todo aquello que no la dejaba respirar, y durante un minuto descubrió que podía ser feliz, porque él estaba allí y era capaz de comprenderla y consolarla con el simple tacto de sus manos. No entendía cómo había sido capaz de encontrarla, pero al hacerlo, le había devuelto las ganas de creer en la posibilidad minúscula de tener una nueva oportunidad, pero el obstáculo más difícil, por encima de las dudas, era otro mucho más caótico, y se definía como un total imposible. No concebía la idea de destrozarle la vida, pero ya lo había hecho con la suya propia y quería encontrarle un sentido a todo. Puede que su hermana pequeña se enamorara locamente de Dorian, pero al fin y al cabo llegó después, y aunque no quería verla como una especie de intrusa, lo cierto es que de alguna complicada manera lo era; Angy tenía el mismo derecho de ser feliz, y no podrían compartir al mismo hombre. Él tenía que estar con una sola mujer, y nunca tuvo la necesidad de elegir a pesar de que en su vida se presentara una joven rubia preciosa. Quedó cautivado por dos esmeraldas y el hechizo no desaparecería nunca. Era una cuestión de certeza irrevocable y absoluta. Una de las pocas verdades que podían contarse alguna vez.
Esta vez mantenía el teléfono en la mano, pero hacía algunos minutos que había hecho la llamada correcta. Le había llamado a él en número oculto, suplicándole entre discretas líneas que fuera a verla, porque tenía una terrible ansiedad al saber que estaba muy cerca. Por supuesto, Dorian no se hizo esperar, y había aceptado encantado, con un tono de voz cálido, alegre y envolvente, demostrando que era toda satisfacción la sensación de saber que iba a volver a verla después de tan poco tiempo transcurrido desde la última vez, cuando abrió la puerta y se topó con él. La conversación había sido breve, y tras colgar, se reprochó otra vez por lo que hacía a escondidas. ¿Acaso ya ni se tomaba la molestia instantánea de sentir remordimientos? ¿Empezaba a aceptar la difícil situación en la que se hallaba? ¿Se había rebajado como persona al permitirse pensar por un segundo que realmente podía llegar a ser la amante del marido de su propia hermana? ¿Lo haría? ¿Acaso no lo había hecho ya?
Su red bien tejida de pensamientos se vio interrumpida una hora después porque alguien acababa de llamar a la puerta. Se acercó con pasos rápidos y el corazón se le aceleró violentamente. Volvía a sentir mariposas en el estómago, y sonreía sin poderlo evitar. Abrió lentamente y no pudo ni parpadear. Sí, allí estaba, sólo porque ella se lo había pedido. Silencioso, entregado, preocupado… Enamorado.
—Hola, Angy —susurró Dorian, con esa media sonrisa que le tatuaba la cara.
—Hola.
Se quedaron embobados mutuamente, como si el verse fuera suficiente para imaginarse un lugar mucho más que perfecto.
—¿Puedo pasar?
Angy reaccionó, apartándose.
—Claro.
Dorian pasó y volvió a contemplarla, sin poder contenerse de la emoción tan grande que le embargaba.
—Creí que no volverías a llamarme —admitió.
—Ya, lo cierto es que yo también lo creía, pero… —Se mordió el labio, apartando la mirada—. Quería verte.
Dorian se acercó y le dio un beso en la frente, acunándola a ritmo lento.
—No sabes lo difícil que se me hace despertar cada mañana y reprimir estas ganas locas de olvidarme de todo y venir a buscarte —susurró—. Has hecho que sonría de nuevo.
—Tú nunca dejaste de hacerlo —comentó automáticamente, acariciándole una de las mejillas—. Escucha, si te he pedido que vinieras es porque, aparte del hecho indiscutible de que necesitaba verte, creo que también tenemos que hablar.
—¿De qué?
—No es agradable que lo preguntes cuando ya conoces la respuesta. Tenemos un grave problema, Dorian. —Soltó un suspiro—. Y no puedo… No podemos seguir así.
Él la cogió de la mano sin esperar el consentimiento y se dirigieron al pequeño sofá verdoso que había en el cuarto del fondo. Se sentaron uno al lado del otro, con las manos entrelazadas y las respiraciones alteradas.
—Tómate un respiro antes de volver a torturarte —suplicó Dorian—. Intenta calmarte.
—Es que no puedo hacerlo. No puedo relajarme, porque aunque lo hiciera, no serviría de nada. No arreglaría el caos que tenemos entre manos. —Se llevó las manos a las sienes—. Dios mío… —dejó escapar—. ¿Qué estamos haciendo?
—Lo que sentimos. Hacemos justo lo que nuestras emociones nos dicen que hagamos. No podemos combatir contra algo que no se ve y que a la vez es tan fuerte. Esto no es ningún delito.
—Oh, Dorian, lo es. Claro que lo es. —Sacudió la cabeza— ¿Cuándo decidimos atravesar nuestros propios límites?
—Cuando ellos tampoco podían pararnos, Angy. A veces las reglas se rompen porque antes o después se descubre que no eran las adecuadas.
—¿Y esto es lo adecuado? ¿Es adecuado engañar a mi hermana que por nada del mundo se imagina nada de esto?
—Siempre tenemos la otra opción, y lo haría si tú también estuvieras dispuesta a hacerlo.
Un silencio rotundo vaciló en sus labios antes de atreverse a formular la pregunta que desencadenaría todo lo demás.
—¿Y si te dijera que sí? —murmuró, llena de miedo—. ¿Y si te dijera que empiezo a considerar la posibilidad de… pensar en nosotros?
—¿Significa eso que lo harías? —aventuró, con los ojos encendidos por la emoción—. ¿Estarías dispuesta a decirle la verdad?
Angy reprimió las lágrimas, ahogándolas dentro de sus ojos enrojecidos.
—Sólo digo que mi vida no puede continuar así, escondiéndome tras las esquinas y mintiendo las veinticuatro horas. Yo no soy de esa clase de persona, y llevo ya tanto tiempo actuando como tal que a veces me doy miedo a mí misma porque no reconozco a la mujer que me mira desde el otro lado del espejo.
Dorian la atrajo hacia él, colocándola en su regazo, intentando calmarla nuevamente.
—Has luchado contra todo aquello que te definía tal y como eras. Lo has intentando con todas tus fuerzas y no has podido dejarlo pasar, pero eso no significa que no seas decente. Te has negado la oportunidad miles de veces, y ahora que ya sabes que no puedes seguir haciéndolo, debes encontrar la valentía para aceptar lo que se nos presenta. —Hizo una pausa—. Sé que esto no es normal; sé que las circunstancias te empujan a nadar a contracorriente, pero por encima de los problemas, de las dudas y de la próxima venda caída de Nora, siempre puedes mirar más allá para encontrar la determinación que te falta. Porque después de todo este infierno, me es suficiente con saber que estaré contigo. No sé dónde o cómo, pero contigo. Y créeme cuando te digo que no me importa perder lo que tengo porque en el fondo no es nada; en cambio, si me despierto un día y encuentro tu mirada, no será necesario echar la vista atrás porque cada vez que te mire, sabré que en ti existe un mundo, mi mundo. Tú lo serás todo, en cuerpo y en esencia.
Aunque sabía que estaba mal, Angy le besó para agradecerle esas palabras de aliento. Después, bajó la mirada.
—Vamos, Dorian. Mírame. —Se sintió avergonzada—. ¿Qué es lo que ves?
—Veo a una mujer que ha hecho hasta lo imposible por mantenerse a flote, pero eres humana.
—¿Quieres saber qué es lo que veo yo? —gimoteó Angy—. Veo a una sombra sin nombre, sin escrúpulos, que definitivamente ha perdido el juicio por hacer una deshonra tan grave. Soy escoria humana, y lo peor es que actúo en silencio, cuando nadie me ve; soy tan cobarde que no puedo decirlo así sin más, porque soy egoísta. —Entrecerró los ojos—. No quiero perder a Nora pero siento que tampoco puedo perderte a ti. Otra vez no. Y es injusto creer que tengo posibilidades de conservaros a los dos, porque si eso fuera verdad, significaría que lo haría por las malas; significaría seguir con esto a sus espaldas, sin que ella se enterase. Y no puede ser. Tiene que saberlo, pero es entonces cuando la perderé. —Ahogó un suspiro—. Estoy partida, dividida en dos mitades. ¿Cómo sé qué decisión es la correcta?
—Angy, no puedes preguntarme eso porque sabes lo que te diré. Te diré que lo dejes todo por mí, que pases por alto el sufrimiento de tu hermana a favor de nosotros dos… —Apretó la mandíbula—. Tú eres la única que puede tomar una decisión; correcta o no, debes elegir. En realidad, la decisión ya la tienes tomada, pero crees que no estás preparada para hacerla pública.
—No es que lo crea, es que sé que no lo estoy. No estoy preparada y aunque pasara una eternidad nunca estaría lista para hacer frente a todo esto. ¿Cómo se confiesa una cosa de tal magnitud? No puedes soltar las palabras, no puedes dejarlas correr, porque cuando llegara a entenderlo se volvería loca, ¿lo entiendes?
—Claro que lo entiendo. Sé que va a dolerle mucho.
—Más que eso.
—Tenemos que encontrar una manera para estabilizar lo que tenemos, Angy. Yo no quiero esconderme, pero por nada del mundo quiero que te vayas, y si la única forma de impedir que lo hagas es no decirlo, pues…
—No, Dorian. —Se levantó de un salto, indefensa, dándole la espalda—. No me pidas algo así. Eso es lo peor de todo, ni siquiera es una opción. No cuenta. —Se volvió hacia él—. ¿De verdad podrías hacerlo? ¿Podrías seguir a su lado mientras estás conmigo? ¿Es lo que quieres? ¿Decirle lo mucho que la quieres… sabiendo que no es verdad? ¿Pasar a su lado todo el día mientras buscas excusas para tratar de verme?
—No, claro que no quiero hacer eso —sentenció—. No quiero seguir diciendo mentiras y comportarme como el hombre que ella cree que soy; no quieres compartirme con tu hermana y convertirte en la otra, pero tampoco pareces dispuesta a confesarle lo que ocurre, y eso me deja en una situación muy inestable, porque si tú dudas, no sé qué hacer. Necesito saber que cuento contigo.
Angy apretó los puños y dejó escapar una amarga exhalación.
—Por supuesto que cuentas conmigo, ya lo sabes —reprochó—. Lo has sabido desde que me encontraste en este hotel, despejando todas las dudas sobre si podía abandonarte o no, así que deja de insistirme porque no es algo que pueda tomarse a la ligera.
Dorian la siguió y la abrazó.
—Está bien, lo siento. No quiero hacértelo pasar todavía peor.
—Eso es imposible —admitió, enjugándose las lágrimas—. Ahora sé que no puedo dejar lo que tenemos, pero no tengo ni idea de cómo demonios vamos a hacerlo, cómo admitirlo. Necesito tiempo para pensar.
—¿Cuánto es eso?
Angy arrugó el ceño, perpleja.
—No lo sé, no sé cuánto, pero el necesario.
Dorian se la quedó mirando pensativo, buscando nuevas alternativas.
—Dices que nunca estarás preparada para decírselo, entonces, no lo hagas.
—¿Qué estás diciendo?
—Digo que no tienes por qué pasar por esto —explicó Dorian—. Podemos organizarlo todo, trazar alguna especie de plan y… escapar.
Angy se separó bruscamente, como si acabara de presenciar algo horrible.
—¿Ese es tu plan? —reprochó—. ¿Huir? ¿Esperas hacerme creer que es lo mejor?
—No, claro que no es lo mejor, pero sólo trato de encontrar una solución.
—Esto no tiene solución. Nunca la tendrá; ni aunque se lo digamos, ni aunque huyéramos… —Tragó saliva—. ¿Te das cuenta que eso sería mucho peor? Huir por la puerta de atrás… Sería como arrancarle la dignidad, y convertirnos en seres repugnantes, más todavía de lo que somos y seremos…
Dorian palideció.
—Pues entonces tienes que escoger. Elige lo que creas que debes hacer, pero no puedes dejar que los días se escapen, porque no sé cuánto tiempo puedo seguir así —apuntó Dorian—. No puedo ser su enamorado, porque no lo soy. Tampoco puedo corresponder a sus besos, o a lo que me dice sin sentir asco por mí mismo. No puedo… actuar.
Angy sintió esa creciente oleada de celos que la invadía a todas horas.
—Eso ya lo sé —gruñó amargamente—. Sé que tampoco es fácil para ti, pero de una u otra forma encontraré la manera para enfrentar esto.
Dorian le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿Has pensado en cómo será nuestra vida juntos si logramos dar ese paso gigantesco? ¿Tienes idea de lo felices que podríamos llegar a ser para el resto de nuestros días?
—Sí, lo he pensado. Es el mayor de mis sueños sabiendo que puede volverse… real. A decir verdad, es lo único que me ha mantenido en pie todo este tiempo.


143


Se había levantado antes de tiempo, muy temprano. Había preparado el desayuno para los dos pero no había sido capaz de probar el suyo. Había estado más ocupada en analizar discretamente a Dorian, que seguía metido dentro de su inexplicable burbuja de felicidad, mientras ella permanecía en su particular lucha cruzada interna, cambiando unas ideas por otras, sopesando pensamientos a priori absurdos, y pasando a un segundo plano en el que ya no ocupaba el primer puesto. Se sentía un cero a la izquierda; no comprendía qué estaba pasando por alto, pero desde luego las cosas estaban siguiendo un curso demasiado enrevesado que por más que intentaba, no lograba comprender.
Estaba en la entrada, esperando a que Dorian sacara el coche del garaje. Cuando lo hizo, entró sin hacerla caso para ir a buscar unos papeles; los metió en el maletero y se acercó sin mucho entusiasmo para despedirse.
—Creo que no se me olvida nada… —comentó distraídamente—. No has debido levantarte tan temprano, Nora.
—No me importa, quería despedirme de ti —murmuró—. Te vas más temprano que de costumbre.
—Sí, pero hubiera preferido quedarme en la cama hasta más tarde, créeme.
Se quedaron un minuto sin palabras, como esos típicos matrimonios que seguían juntos sin tener ningún motivo para estarlo. Para desgracia de Nora, ya habían entrado irremediablemente en esa fase. Se le atragantaba de forma agonizante.
—Te quiero —susurró—. Muchísimo…
Dorian le dio un beso casto en la frente y sonrió.
—Yo también, cielo. —Se separó y fue a abrir la puerta del coche—. Volveré a la hora de cenar, ¿de acuerdo?
—¿Tienes que quedarte tan tarde en el estudio? ¿Otra vez?
Dorian se encogió de hombros.
—En el estudio, no —aclaró—. Ray y yo tenemos… una reunión en la otra parte de la ciudad. Es una gran oportunidad, la posibilidad de firmar un buen contrato. —Miró su reloj—. Tengo que irme ya, Nora. Se hace tarde.
Nora dio un paso atrás, abrazándose a sí misma.
—Claro —murmuró—. Conduce con cuidado.
—Sí.
El coche arrancó enseguida y salió de allí. Nora le veía alejarse hasta que desapareció. Se sentía empequeñecida, totalmente insignificante.
Los ventanales de las paredes no servían de nada, pues experimentaba una profunda oscuridad, cegada entre lo que veía, y lo que quería ver. Su mundo se estaba desmoronando, y nunca, bajo ninguna circunstancia, se había convertido en una mujer pasiva. Acostumbrada a tener el control, se había desprendido involuntariamente de esa fortaleza. Ahora, consumida por la incertidumbre, se había vuelto una más, una chiquilla débil e insegura. Se había despedido de su marido, y había sido todo tan frío, que habría podido comenzar a chillar de la rabia, pero estaba segura de que él ni siquiera se habría molestado en consolarla. Al parecer estaba demasiado ocupado en otros asuntos más recientes y, por mucho que insistiera en ello, quedaba claro que nada tenían que ver con el trabajo. Era sin duda algo más personal, y ella no era la implicada; eso era lo peor.
Después de darse una larga ducha, se quedó mirándose en el gran espejo. No le gustaba lo que veía porque a Dorian no le gustaba, o al menos no tanto como antes. Pero era absurdo. ¿Ya se había terminado la magia? ¿Tendría que acostumbrarse a eso a partir de ahora? ¿Había dejado de resultar atractiva? Ni siquiera llevaban casados un año, ¿qué había pasado para que su encantador marido perdiera drásticamente el interés? ¿Qué fallo había cometido?
Bajo los ojos azules encontraba grandes surcos oscuros; eran la prueba más evidente de su problema para conciliar el sueño. En lugar de dormir, se pasaba toda la noche contemplando su cara, su pelo revuelto y sus marcadas facciones. Se había convertido en el mayor intervalo de tiempo que compartía con él, pues ya no pasaba por casa más de lo necesario, y cuando volvía, ponía de manifiesto el cansancio que tenía, así que ni siquiera hablaban más de cinco minutos. La complicidad se había esfumado, y su relación no era la de un matrimonio recién formado, si no todo lo contrario. Cada uno estaba a lo suyo y por más que Nora intentaba acercarse con cada nueva oportunidad, él se escabullía ágilmente, dejándola con la palabra en la boca y los sentimientos heridos. ¿Por qué? ¿Por qué ya nunca le contaba nada? ¿Por qué se alejaba voluntariamente? ¿Había dejado de sentir amor? ¿Ya no podía estar a la misma altura que ella? ¿No podía corresponder de la misma forma, tan intensa y sincera? Preguntas, preguntas y más preguntas. Tenía una larga lista que iba aumentando, y el hueco de las respuestas seguía vacío. ¿Se estaba volviendo paranoica? ¿Seguía sin tener motivos para sospechar o es que sencillamente no quería admitirlo? ¿Acaso las pruebas que tenía no eran suficientes para hacer suposiciones alocadas? Las salidas inexplicables, las vueltas a casa a altas horas de la noche, el constante buen humor ilógico, el progresivo distanciamiento entre ambos, la ausencia de la alianza… Estaba claro, ¿no? ¿Qué más podía ser?
Se pasó todo el día en el invernadero, sin abrir la boca. Por primera vez las plantas eran una gran distracción, pero no lo suficientemente eficaz. Ahogaba los llantos y las penas cuando algún cliente se le acercaba para preguntar algo, pero en cuanto volvía a estar sola, derramaba alguna que otra lágrima; había llorado mucho a lo largo de su vida, pero jamás le habían hecho tanto daño como en ese momento lo hacían esas otras. Un secreto, una mentira, una falsa realidad… Un efecto dominó que no podía parar, y estaba a punto de caer a un precipicio, y no estaba segura de si Dorian no la dejaría caer o, en cambio, miraría para otro lado.
Tenía que llegar al punto de partida, al instante exacto en el que todo había comenzado a desmoronarse. Ese momento no podía ser otro que aquellos días en los que tuvo que marcharse por trabajo. Cuando volvió, ya encontró diversas evidencias en el cambio considerable del comportamiento de Dorian. Tras mucha dificultad, había conseguido sonsacarle información. Le había contado toda su discusión con Angy, pero ahora parecía absurda, inacabada, imperfecta, ilógica… Por un lado parecía razonable, pero por otro… Algo no encajaba bien, y comenzaba a entender por qué. ¿Y si había sido una tapadera? ¿Y si esa supuesta discusión entre ellos nunca hubiera llegado a ocurrir? ¿Y si no había sido verdad? ¿Quizás una estrategia perfecta para encubrir algo más? Temblaba de la cabeza a los pies por atreverse a pensar en la posibilidad de que su perfecta vida en pareja no fuera tan fiel en la vida real como en su mente. Estaba exhausta de tanto entrelazar unas posibilidades con otras, dejándola con las manos vacías; si perdía la confianza, ¿qué le quedaba? ¿Qué podía salvarse?
Recordaba que al principio de su relación, Dorian se había estado debatiendo internamente por la diferencia de edad; alegaba que Nora era muy joven y él en cambio, ya formaba parte de otra etapa. Ella nunca lo consideró como una desventaja, y los seis años que les separaban no le habían impedido ser feliz. Ahora, esos años demás que él tenía, transformados en una potente arma que la aventajaba, cobraban sentido y pesaban en el alma. Por ese motivo se moría de la desesperación, creándose en la mente una sutil imagen de su… sustituta; una versión mejorada de sí misma, pero era inaceptable, una estupidez… ¿Cómo sería? ¿Más joven? No, eso era imposible. ¿Cómo iba a sentirse atraído por alguien más joven que ella? Era apenas una cría, ¿por qué tendría que estar interesado en alguna chica todavía más pequeña? ¿Veinte, dieciocho años tal vez? ¿Qué es lo que podía tener una jovencita de esas que ella no tuviera con sus veinticuatro primaveras? Tenía un cuerpo definido, con los músculos tensos y la piel perfecta; una cara angelical… ¿Qué desperfecto tenía? Quizás fuera su personalidad. Bajo esa fachada de niña buena, se escondía una mujer decidida, que sabía lo que quería la mayor parte del tiempo, inteligente, algo alocada pero en definitiva aceptable. ¿No era suficiente? ¿Habría sido capaz de encontrar a otra mujer que le hiciera sentir otro tipo de cosas? ¿Una mujer con más experiencia en todos los aspectos?
Todo le daba vueltas. Su autoestima, acostumbrada a estar en la cima más alta posible, había caído en picado, estrellándose contra el frío suelo que le recordaba que, más o menos guapa, era humana y el paso del tiempo era igual para todos. Si en los primeros momentos de su relación ya no era apreciada por su marido, cuando pasaran cinco o diez años —si es que acaso llegaban a estar tanto tiempo juntos—, ¿qué sería de su amor? ¿Tendría que suplicarle para que no la dejara? ¿La acabaría abandonando por otra? ¿La engañaría?
Se veía a sí misma como una bonita mariposa recién salida de su prisión de seda, tan ingenua e ineficaz, que comenzaba a detestarse. Sí, un cuerpo bonito anclado a un fuerte temperamento, pero después de eso, ¿qué más había? ¿Qué podía esperarse de ella? Tenía un trabajo, pero no había ido a la universidad. Con su edad, ya podría tener una carrera a sus espaldas, pero en lugar de eso, se pasaba los días cuidando plantas. Dorian nunca se lo había reprochado; había sido de las pocas personas que la habían animado insistentemente para que siguiera adelante, pero a la hora de la verdad quizá no fuera un trabajo muy prometedor. Él ganaba muchísimo más dinero con un negocio que le encantaba; conocía a gente importante y hacía tratos jugosos. Aparte de eso, tenía una casa absolutamente fantástica, digna de algún actor famoso. ¿Y dónde encajaba ella en todo eso? ¿Nada más que servía como adorno? ¿Un bonito maniquí que decoraba el terreno sentimental a ojos de los demás?
No podía seguir así. Eran detalles insignificantes por separado, pero si se juntaban, mostraban algo que por nada del mundo quería saber, pero mirar para otra parte no haría que el escándalo desapareciera. Y por supuesto, además de todo el discurso mental sobre la edad, la ingenuidad y el carácter, había otra cuestión mucho más importante: los hijos. ¿Cuántas veces habían discutido sobre el mismo tema? ¿Cuántas veces había podido comprobar lo dolido que se sentía Dorian al escuchar que ella no quería tener hijos? ¿Sería el verdadero problema? Entonces no podría culparle, no al menos tanto como en un principio creía. Sí, ella era todavía muy joven, pero nunca había intentado posicionarse en el lugar de su marido; no había pensando en lo que debía sentir, y se había limitado a decir que no un millón de veces. Pero claro, es que no era tan fácil. Seguía siendo una cría, sin saber cuidar de sí misma algunas veces, así que, ¿cómo iba a ser capaz de cuidar a un bebé? Y ya era tarde para hablarlo, porque a esas alturas la llegada de un hijo no solucionaría nada. ¿Qué pasaría si ya había encontrado a una verdadera madre para sus hijos? ¿Una auténtica mujer, con su misma edad, que le diera tantos descendientes como quisiera, además de una estabilidad irrompible?
Se estaba consumiendo. El calvario le llegaba a la garganta y el oxígeno no podía ser respirado. Todo era confuso, complicado. No podía acudir a nadie. ¿Quién estaría dispuesto a escuchar sus teorías de esposa celosa y desquiciada? Su madre pondría el grito en el cielo y se metería de por medio sin dudar, y Angy, la única que de verdad podría hacer algo aparte de consolarla, estaba demasiado lejos como para hacerla partícipe de la noticia. ¿Y quién le quedaba? ¿Debía contárselo a sus amigas? ¿Serían Cata y Vera lo suficientemente maduras para escuchar algo así sin llevarse las manos a la cabeza? Pasaba el tiempo, y con cada segundo, más le perdía.


La mesa estaba puesta y la cena servida. Estaba en su sitio, esperando a que volviera, vestida con un ceñido vestido rojo que no se ponía desde hacía tiempo. Esperaba así sorprenderle de algún modo, jugando su última carta, poniendo toda la carne en el asador para llamar su atención; daría cualquier cosa para que volviera a mirarla como solía hacer. Ahora se limitaba a fingir y a sonreír para tratar de demostrar que estaba feliz, ignorando por completo el hecho de que ella ya no lo estaba.
El corazón se le aceleró como nunca cuando a lo lejos escuchó la puerta abrirse. Se levantó y apretó los puños, muy nerviosa. Tragó saliva y esperó pacientemente a que apareciera en el salón. Finalmente apareció, con una media sonrisa más que escandalosa y los ojos puestos en otra parte. Cuando desvió la mirada un instante hacia ella y vio semejante mujer, se quedó parado un segundo antes de acercarse.
—Vaya —dejó escapar—. Estás… guapísima. Acabas de dejarme impresionado. —Se pasó una mano por el pelo y dejó la chaqueta del traje en el respaldo de la silla—. ¿Por qué te has vestido así? ¿Celebramos algo?
Nora frunció el ceño y trató de mantenerse calmada.
—Quería estar… diferente para ti. No sé, arreglarme un poco —explicó—. Como ya apenas salimos, pensé que sería una buena idea.
—Sí, claro, por qué no… —Se desabrochó un botón de la camisa gris perla.
—¿Qué tal ha ido?
—¿El qué?
Desde luego eso no era precisamente una buena señal. ¿Acaso era una mentira más?
—Tu posible contrato, Dorian. ¿No se supone que has estado todo el día fuera por ese… negocio?
—Ah, claro —se apresuró a decir—. Claro que sí. Bueno, no ha sido tan fructífero como esperaba. No hemos conseguido llegar a un acuerdo, pero tarde o temprano lo conseguiremos. —Se acercó hasta ella y le tocó un mechón de pelo—. Gracias por preparar la cena y esperarme. Ha sido todo un detalle, Nora.
Agarrándose a esas palabras cariñosas como si fueran un salvavidas, Nora le besó con intensidad, arañando esas milésimas de segundo para sentirle cerca, y engañarse por seguir creyendo que todo era un cuento de hadas.
—Nora… —susurró Dorian mientras se apartaba lentamente—. Espera.
—¿Esperar? Ni siquiera me has saludado como es debido. Me lo debías.
—Sí, pero la cena se enfría —soltó de repente—. Además, antes me gustaría darme un baño. Me sentará bien.
—Entonces la comida se enfriará todavía más —gruñó ella—. Hazlo luego, por favor. Llevo todo el día sola y quiero aprovechar este rato para estar contigo. —Se le hizo un nudo en la garganta—. Por favor.
Dorian hizo una pequeña mueca antes de decidirse.
—Está bien, como quieras.
Tomaron asiento uno enfrente del otro, en la mesa del gran comedor. Todo estaba exquisito. Después del trabajo, Nora se había esmerado todo lo posible para preparar una buena cena. No había conquistado tiempo atrás a su marido por el estómago, pero se aferraba a cualquier cosa que creyera que podía ser de ayuda para atar los cabos que se habían soltado.
—¿Y bien? —empezó Nora—. ¿Cómo han ido las cosas?
—Ya te lo he dicho. Estamos en ello.
—¿Y ya está?
Dorian se encogió de hombros mientras bebía de su copa de vino.
—No sé qué más puedo decir —murmuró—. Hemos intentando de todo, pero no dan su brazo a torcer. Hemos concertado una cita para más adelante…
—¿Y esa próxima cita también te tendrá todo el día ocupado? —Le había salido sin pensar, movida por la rabia. Se dio cuenta justo después—. Lo siento, no quería…
—Nora, entiendo que te preocupe estar todo el día sola. Lo comprendo, pero es mi trabajo y no puedo decir que no. Hago todo lo posible para acabar cuanto antes, pero no puedo saltarme horas de trabajo por ti.
Ese se le clavó en la espalda, como una puñalada cruel. Visto lo visto, anteponía su trabajo a ella. Si es que acaso se trataba de trabajo…
—No te estoy pidiendo que hagas eso, pero sinceramente me extraña tu comportamiento actual. No sé, antes tenías mucho tiempo libre y solías acabar más pronto que tarde. Pasabas lo justo dentro del estudio, unas cuantas reuniones y listo. —Torció la mirada—. Ahora tengo la sensación de que pasas más tiempo en cualquier otro lado que aquí. Apenas te veo, no hablamos… La situación actual me confunde.
—¿Y qué propones que haga?
—Vuelve a ser como eras antes. Has tenido un cambio muy brusco y no llego a entender por qué. ¿No hay nada de lo que quieras hablarme?
Dorian miró hacia su plato y un segundo después le clavó la mirada.
—No entiendo a qué viene todo esto —pronunció—. Acabo de llegar a casa y estoy agotado. Me esfuerzo cada día por hacer bien mi trabajo y…
—¿Desde cuándo el trabajo se ha vuelto más importante que yo? —explotó Nora.
—Tú eres mi máxima prioridad.
—¿Y por eso ahora me paso la mayor parte del tiempo esperando a que regreses? —reprochó— ¿Por eso paso totalmente desapercibida ante tus ojos?
¿Por qué…? —Sacudió la cabeza, sorprendido—. ¿Por qué dices eso?
—Dime la verdad —susurró ella, alzando tímidamente la voz—. ¿No estoy lo suficientemente guapa para ti?
—¿Qué? Oh, pues claro que lo estás. Estás preciosa.
—Ni siquiera me has mirado.
Él torció los labios.
—Eso no es verdad —alegó—. Te estoy mirando ahora.
—Sí, pero no lo estarías haciendo si no te lo hubiera dicho.
Dorian arrojó la servilleta sobre el mantel, visiblemente molesto.
—Sólo quiero cenar tranquilo con mi mujer, y descansar. No creo que sea tanto pedir. —Hizo una pausa—. ¿Puedes hacer eso por mí?
—¿Quieres que me quede callada en lugar de decir lo que pienso?
—No, pero no quiero tener otra maldita discusión. Quiero tener un respiro, por favor.
Vencida desde todos los ángulos, Nora bajó la cabeza y aceptó la derrota temporal. Así no servía para nada insistir. Él se comportaba como si todo fuera normal, y por si eso fuera poco, estaba indignado. ¿Y qué pasaba con ella? ¿Sus sentimientos no merecían tenerse en cuenta?
Se quedaron callados durante bastante rato. Tan solo se oían el ruido de los cubiertos de vez en cuando, pero por lo demás, reinaba el silencio. Él ya se había entretenido pensando en alguna cosa, pero Nora se desesperaba por dentro. Se moría al verle así, siendo alguien que no era. No se casó con el hombre que tenía en frente. Algo… o alguien le había cambiado profundamente. De todo eso surgía un mensaje brillando con luces de neón: tenía mejores cosas con las que entretenerse antes que estar a su lado.
Terminó su plato y se lo llevó a la cocina. Cuando volvió, Dorian seguía comiendo de su plato, sin inmutarse absolutamente por nada. Estaba ensimismado, tanto, que no se daba cuenta de las lágrimas que comenzaban a formarse en los ojos doloridos de Nora. Soltó un suspiro y sintió que el autocontrol se disipaba.
—¿Qué ha cambiado? —dejó escapar.
Dorian, que había estado más atento a sus propios pensamientos que a cualquier otra cosa, se sorprendió. Dejó los cubiertos y profundizó la mirada.
—¿Qué?
Ella seguía helada, sin vida, sin poder sobreponerse. De pie como una estatua de piedra.
—Entre nosotros, Dorian. ¿Qué ha… cambiado?
Su marido arrugó la frente y apretó los labios, molesto.
—Nada, Nora. No ha cambiado absolutamente nada.
—¿Cómo puedes decir algo semejante? —reprochó, absolutamente muerta de la indignación—. ¿Crees que no me doy cuenta? Pareces otro, ni siquiera te reconozco. ¿Qué es lo que te he hecho para que me trates así?
—¿Y cómo te trato?
—Directamente me evitas. —Dio un paso adelante—. ¿Cómo voy a pensar que todo está bien cuando la verdad es que nos comportamos como dos completos desconocidos?
—Esto no tiene ningún sentido —reprochó él, poniéndose de pie con aire incómodo—. ¿Por qué dices eso?
—¿Que por qué? ¿No eres capaz de darte cuenta por ti mismo?
—¿Pero de qué estás hablando?
Ya no pudo soportarlo más y dejó derramar las lágrimas que había estado controlando. El maquillaje de sus ojos se emborronó y volvía a ser esa niña indefensa.
—¿Dónde está el hombre con el que me casé? —chilló.
—Lo creas o no, lo tienes justo delante de ti.
—Pues de eso se trata, que no me lo creo. Algo realmente grave te ha ocurrido porque te comportas como un extraño. No me haces caso; ya no me abrazas por las noches y no me dices lo que sientes. ¿Cómo voy a estar bien si no sé en qué te has convertido?
Dorian se desabrochó otro botón de la camisa. Estaba tenso y preocupado. Sus ojos reflejaban algo, pero no podía saberse con exactitud de qué se trataba.
—No puedo pasarme a tu lado las veinticuatro horas del día diciéndote lo especial que eres —gruñó Dorian—. No puedo estar pendiente de tus caprichos o tus necesidades porque tengo más problemas en la cabeza de los que crees. Eres mi mujer, y siempre procuro darte el lugar que te corresponde, pero no me llames egoísta si procuro mantener esta a casa a flote a base de pasarme todo el día trabajando. —Se pasó una mano por la frente—. Siento no poder complacerte siempre, pero soy humano y cometo errores.
—No te reprocho los errores que puedas cometer porque yo también meto la pata. Lo único que me preocupa es que estás más distante de lo que me gustaría.
—No me escuchas…
—No, eres tú quien no me escucha a mí —insistió Nora—. Te estoy diciendo que has dejado de prestarme atención y me saltas con lo del trabajo. —Se revolvió el pelo—. No hablo de las horas que te pasas en el estudio, si no de lo que ocurre cuando vuelves a casa.
—¿Y qué es lo que ocurre?
—Nada —sentenció—. Eso es lo que me está volviendo loca. No intentas comunicarte conmigo, no me preguntas qué tal me ha ido el día o cosas así. —Sollozó—. Hasta parece que te cuesta un mundo besarme. ¿Vas a decirme que eso también es por culpa del trabajo? ¿Te causo los mismos problemas?
—No —dijo él.
—¿Y entonces? ¿He… dejado de interesarte?
Dorian hizo amago de acercarse pero cambió de idea.
—No tienes motivos para decir una cosa así.
—¿Eso es lo que crees? ¿Que no los tengo?
—Te digo que no —protestó Dorian.
Nora se llevó una mano a la cabeza y dio un par de pasos aquí y allá, siendo incapaz de asumir la verdad. Si él no era capaz de admitirlo, ¿por qué tendría ella que ser la que tirase por los dos?
—¿Cómo te sentirías si un buen día dejara de pasar tiempo a tu lado excusándome continuamente con el trabajo? —preguntó—. ¿Qué pensarías si estuviera más alegre de lo normal y tú no tuvieras nada que ver con ello?
—Me alegraría por ti.
—No me vengas con esas, te conozco. —Se mordió el labio—. O eso creía…
—Llevo todo el rato escuchándote y no entiendo ni una sola palabra de lo que me dices. Para mí nada ha cambiado. Sigo haciendo las mismas cosas que siempre, ¿por qué te molesta tanto? ¿Por qué ahora?
—Porque ahora es cuando me doy cuenta de que te estoy perdiendo, Dorian.
Él sacudió la cabeza, impasible.
—No.
—Deja de negarme todo lo que te digo y admítelo de una vez, porque tengo ojos en la cara y me doy cuenta. Has dejado de tenerme en cuenta para casi todo lo que haces. Es como si hubieras encontrado lo que necesitas… en otra parte.
Dorian se acercó a su lado y le acarició la mejilla, pero ella le rechazó con un paso atrás.
—A veces no me doy cuenta de lo que hago. Me pierdo en el montón de cosas en las que tengo que pensar y siento que a veces no te preste atención…
—No se trata de prestarme atención —sollozó, dolida—. Se trata de averiguar qué es lo que se te pasa por la cabeza porque no quieres compartir ni un minuto de tu tiempo conmigo. Soy tu mujer pero no actúo como tal porque ni siquiera me das la oportunidad. Si me acerco un paso, das dos. Y así con todo. —Se enjugó las lágrimas—. Y te quiero. Te quiero más de lo que puedas imaginar pero ya no sé si puedo decir lo mismo de ti, porque no sé si el problema que escondes tiene que ver conmigo; no sé si estoy en lo cierto cuando digo que el problema soy yo misma y no eres capaz de encontrarle una solución.
Dorian iba a acercarse de nuevo pero Nora no lo aguantó más y le dio la espalda, echando a correr en dirección al dormitorio. Tuvo que desprenderse de los tacones para ir más deprisa. Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta, dando un portazo. Se echó sobre la cama y rompió a llorar nuevamente. Se le quebraban hasta las palabras que tenía en mente sin tan siquiera pronunciarlas. Era tanta la pasividad que había presenciado en los ojos del hombre al que tanto amaba, que se rompía en mil pedazos.
Tras varios minutos de soledad, la puerta se abrió lentamente.
—¿Puedo pasar?
Nora no contestó; seguía con la cara enterrada en la almohada. A los cinco segundos sintió el peso del cuerpo de Dorian sobre la cama, a su lado.
—Escucha, Nora. —Su voz estaba triste—. Yo… No sé qué me pasa últimamente. Lo siento mucho.
Ella se incorporó lentamente y, con la vista emborronada, le miró.
—Con sentirlo no es suficiente —reprochó—. No me vale que me digas que lo sientes si vas a seguir con la misma actitud. Quiero que me quieras; quiero que me hagas sentir que soy importante para ti de la misma forma que lo hacías antes.
Él se acercó un poco más y la atrajo hacia él, besándola en la frente y luego en la mejilla.
—No…
—Perdóname, Nora. —La besó en la comisura de los labios—. Perdóname…
—No es tan sencillo —murmuró. Sentándose de repente, cambió de táctica—. No quiero dormir contigo en la misma cama.
Dorian arqueó las cejas.
—¿Hablas en serio?
—Sí, muy en serio.
Se quedaron mirándose durante una eternidad. Después, él se levantó, con cara de estupefacción.
—Está bien —dijo al fin—, como quieras…
Nora no podía creer que se retirara tan fácilmente, sin insistir. Se puso en pie y alzó las manos.
—¿Lo ves? ¿Ves lo que estás haciendo? —gruñó—. Ni si quiera vas a intentarlo. Te digo que no quiero dormir a tu lado y en lugar de convencerme para que cambie de idea, prefieres quitarte de en medio.
—No quiero quitarme de en medio, Nora. Sólo me aparto para no estorbarte. Ya no sé qué es lo que quieres, maldita sea. ¿Cuál es el problema?
—Tú eres el problema —sentenció.
—¿Que soy qué?
—Olvídalo, ni siquiera me escucharías.
En ese momento fue su marido el que actuó sin pensar. La levantó del suelo y la besó. Ella, intentando resistirse al principio, acabó por rendirse, porque esos besos le sabían a gloria. Puede que existiera otra mujer en alguna parte, pero en ese breve intervalo de tiempo era tan alto el nivel de desesperación acumulada en la sangre que algo tan grave no le importaba; le bastaba con saber que estaba con ella esa noche, como pequeñas dosis de una droga irreemplazable.


144


Se estaba convirtiendo en alguien que detestaba su propio reflejo. No sólo se engañaba a sí mismo; engañaba por igual a Nora y a Angy. Sabía a quién le debía lealtad y de quién estaba enamorado, pero hasta que ella no se atreviese a dar el primer paso, él tendría que limitarse a seguir… actuando. Poner cara de felicidad; sonreír forzosamente cuando Nora le mirase. Pero era insostenible. No podía corresponder. Se sentía tan obtuso que al mínimo descuido lo echaría todo a perder. Estando en casa tenía que acompañar a su joven esposa, y mientras eso pasara, Angy le estaría esperando en el hotel. Así era imposible permanecer de una sola pieza. Era como tener un tornado en la garganta y tratar por todos los medios de no dejarlo escapar. Así se sentía cuando despertaba por la mañana y Nora seguía a su lado. Habían tenido muchas discusiones y la última había sido la peor, porque ya era evidente que algo ocurría, y aunque confiaba en la ingenuidad propia de la juventud de Nora, lo cierto es que podía darse cuenta de que las cosas no funcionaban como al principio. Y rompía a llorar como una pobre niña porque se sentía responsable del tremendo deterioro de su matrimonio con el hombre de sus sueños, creyendo que no era suficiente para él; eso le hacía sentirse un cobarde, un canalla jugando con el corazón de esa jovencita que no tenía idea de lo que en verdad ocurría. Por eso comprendía a Angy en su dificultad para encontrar el momento y las palabras adecuadas para soltar la bomba. No era tarea fácil destrozarle la vida a un ser querido en cuestión de cinco segundos. ¿Y después qué? ¿Se irían sin más? No, desde luego que no. Nora lucharía hasta las últimas consecuencias por aquello que, por ley, le pertenecía, aunque ello significase enfrentarse a su propia hermana.
Se le ahogaban los nervios en frascos llenos de dudas. Pero por suerte, tenía ese diminuto espacio de tiempo para olvidarse de la tormenta desencadenada cuando volvía corriendo al hotel, a la habitación 311. Aunque Angy se resistiera a besarle o a decirle lo que sentía, se desbordaba de alegría al verle llegar, porque era justo eso lo que necesitaba para respirar. Las veces que se despedían se volvían cristales grises enturbiando la percepción de la piel, con los nudos en las gargantas y suplicando a Dios un día más para permanecer resguardados de la lluvia de traición. Condenados a esperar a marchas forzosas, a contenerse… Estaban metidos en un laberinto, pero eso no era lo peor; lo peor era saber el camino de salida, teniendo en cuenta que al final del todo estaba esa chica de fuerte carácter; era un minucioso detalle que por nada del mundo podía obviarse.
Había llegado al final de su destino, con la sonrisa colgando de los labios y los pies magullados por la caminata. Pero no le importaba lo más mínimo; sería capaz de cruzar el océano con tal de verla otra vez; admirar esos ojos verdes que le daban lo más importante, aquello que no podía cogerse con las manos pero si meterse en lo más profundo del alma. Por eso no esperó ni un segundo a llegar a su destino y llamar tres veces a la puerta; era su forma particular de decirle que era él. Angy abrió la puerta y sonrió, no con los labios, si no con la mirada. Se hizo a un lado para dejarle pasar y al segundo después alargó los brazos para estrecharle con fuerza, como si hubieran pasado milenios desde la última vez que se vieron.
—Yo también te he echado de menos —saludó Dorian, con un brillo indescriptible.
Angy se separó lentamente y, aunque era notable el cambio brusco en su humor, adoptando un aire más calmado al saber que le tenía de vuelta, lo cierto es que parecía inquieta. Se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿Cómo está? —preguntó.
—¿Nora?
Angy le clavó la mirada, ofendida. Era algo estúpido hacer una pregunta como ésa.
—No trates de quitarle importancia —reprochó—. Sí, Nora. Pues claro que me refiero a ella. ¿Acaso hay alguien más?
Dorian quiso poner los ojos en blanco pero en el último momento se detuvo. Sacudió la cabeza.
—No quiero hablar de eso…
—Dorian, por favor. Necesito saber cómo se encuentra, eso es todo.
—Todo lo bien que se puede estar en estos casos, supongo.
—¿No ha… mejorado?
Él se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir.
—No sabría qué decirte —admitió—. Apenas hablamos y cuando lo hacemos discutimos más de lo que me gustaría. Sabe que algo me pasa y quiere averiguarlo. —Se llevó las manos a la nuca—. Cree que he perdido el interés por ella. Se pone día y noche todos esos vestidos que tiene guardados para conseguir que me fije en ella y, aunque tengo que hacer algo para que no sospeche, no soy capaz de… —Soltó el aire contenido—. Lo intento, de verdad que lo intento, pero tú no eres ella. Si fueras tú, no tendría que mentir, sería diferente…
Angy no le dejó acabar, poniéndole el dedo índice sobre los labios para pedirle que guardara silencio.
—No tienes que explicarme nada, Dorian. No es la primera vez que tengo que soportar este infierno. Nora es tu mujer y… —Apretó los labios—. Sé que te quiere, y en su lugar yo también estaría desesperada por llamar tu atención.
—Sí, pero odio cada vez que tengo que comportarme como el marido perfecto. —Arrugó los labios, molesto—. Me muero por dentro al saber que tengo que estar a su lado porque no soporto besarla sabiendo que no eres tú. No quiero engañarte con ella. Sé que parece una locura, pero no quiero nada que tenga que ver con su vida, si no contigo. Te traiciono cada vez que te dejo aquí y no puedo…
Otra vez le fue imposible continuar porque Angy decidió callarle con un beso.
—No me siento engañada —susurró un segundo después—. Sé lo complicado que es todo esto y confío plenamente en ti.
—Lo sé, pero no imaginaba que pudiera resultarme tan difícil ser dos personas diferentes en un mismo cuerpo.
Angy se encogió de hombros y profundizó la mirada.
—Bienvenido a mi mundo.
Pidieron que les trajeran un café y tuvieron una charla animada. Volvían a rencontrarse miles de veces, pero siempre parecía ser la primera de todas. Se respiraba paz, pero sobre todo, una infinita afinidad.
—Eres la mayor recompensa en mi día a día —manifestó Dorian, con la sonrisa incapaz de irse de su boca.
—Ya, día a día…
—¿Qué?
—¿No crees que nos estamos precipitando?
—No te entiendo, Angy. ¿No era esto lo que querías?
Angy ladeó la cabeza y desvió la mirada, indecisa ante la pregunta.
—Sí, pero tus constantes idas y venidas son demasiado sospechosas.
—Tiene que hacerse a la idea de todos modos…
—Pero no así —espetó de repente—. Es decir, no creo que se quede quieta. —Cerró los ojos—. Tenemos que dar el primer paso antes de que decida darlo ella. —Palideció—. Si descubre por su cuenta lo que ocurre…
Dorian le quitó la taza de las manos con un suave gesto y le acarició la mejilla; luego besó cada dedo de la mano derecha de ella.
—Estamos juntos en esto, y no permitiré que nos separen otra vez. Ni las personas y tampoco las circunstancias. Hemos sufrido mucho pero eso se acabó. —Levantó su frágil barbilla—. Merecemos una oportunidad.
—Es lo que más deseo pero por más vueltas que le doy no soy capaz de enfrentarme al peligro que supone abrirle los ojos. —Hizo una pausa—. Puede cometer cualquier estupidez.
Captando el mensaje entre líneas, los músculos de Dorian se tensaron.
—¿Insinúas que podría… hacerse daño?
—Nora siempre ha sido alguna especie de inmenso iceberg sumergido. Aunque creas conocerla lo suficiente, puedes darte cuenta de que en realidad no has visto nada más que la superficie. —Se revolvió el pelo—. Y eso es lo que me aterra. No tengo ni idea de cuáles podrían ser sus pensamientos en un momento tan agónico.
—Entonces tenemos que tener cuidado.
Angy se abrazó a sí misma y sollozó repetidamente. Se le marcaban las venas de las sienes y unas ligeras ojeras bajo los ojos.
—Eso es imposible —aseguró—. Por más que lo intentemos, eso no va a ocurrir. Hagamos lo que hagamos, vamos a arruinarle la vida. —Reprimió las lágrimas—. ¿Crees que podremos vivir con eso?
—Sinceramente, llegados a este punto, creo que sería capaz de cualquier cosa en el mundo salvo renunciar a ti. —Se acercó y la abrazó—. Para mí las otras alternativas han dejado de ser viables. Estás tú, y nadie más que tú. No es que seas mi primera prioridad; eres la única.
—Y tú la mía, Dorian, pero no dejo de preguntarme cada maldito instante qué pasará después. Qué hará, qué es lo que no hará; cómo afrontará la vida que le espera. —Tragó saliva—. Si su propia hermana y su marido la han traicionado, ¿volverá a creer alguna vez en los demás? ¿Volverá a abrirse para dar a conocer sus sentimientos?
—Angy, no puedes torturarte más con esto. Es una locura, pero no podemos cambiar el pasado. Podríamos no haber vuelto a saber nada el uno del otro nunca más, pero no fue así. Volvimos a encontrarnos y no ha resultado fácil llegar hasta aquí. No pienso echarlo todo a perder. —Suavizó el tono de voz—. Nora es fuerte y joven. No digo que sea coser y cantar, pero lo superará.
—Eso espero, porque cuando lo sepa, no podré volver a acercarme nunca más; no sabré si es feliz o si se debate en lo profundo de una terrible depresión. Para ella será como si yo hubiera muerto. Y tendré que vivir con ello para el resto de mi vida.
—Ya está, ya está… —La acunó en sus brazos con facilidad—. Deja la mente en blanco.
—No puedo…
—Entonces, piensa en otras cosas.
Angy se rascó la mejilla y se encogió de hombros. Parecía indefensa y débil, empequeñecida debido a la indecisión.
—¿Cómo qué?
—En nosotros, por ejemplo. —Sonrió intentando parecer sereno—. Quiero proponerte algo.
—De acuerdo...
—Pero no te va a gustar —aseguró en seguida Dorian, frunciendo el ceño como si previera lo que pasaría a continuación.
Angy ladeó la cabeza.
—Entonces es mejor que no digas nada.
—Eh, vamos. Ni siquiera me has dejado intentarlo. —Se puso en pie con ella en los brazos.
—¿Qué estás haciendo?
—Confía en mí —insistió Dorian—. Vamos a ir hasta la puerta.
—¿Por qué?
Él no contestó hasta que se situó justo enfrente de la puerta. La dejó en el suelo con cuidado, sin soltarla de la mano.
—¿Y bien? —quiso saber Angy, con cierto atisbo de sospecha en los ojos.
—No puedes pasarte el día encerrada —alegó Dorian—. Tienes que salir.
Ella dio un paso atrás como si hubiera recibido una fuerte descarga, huyendo del peligro y gesticulando con las manos.
—Pero no contigo —rebatió Angy, asustada—. ¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo vamos a poder salir a pasear? ¿Se te ha olvidado por qué estoy escondida?
—Estamos en la otra punta de la ciudad. Nora no tiene por qué enterarse. Estará en casa o en el invernadero.
—¿Lo sabes o simplemente lo supones? —Se mordió el labio, tremendamente nerviosa—. Ni siquiera estás seguro.
Dorian puso los ojos en blanco.
—Vale, lo confieso —admitió—. No estoy cien por cien seguro, pero eso no significa que no podamos salir.
—Escucha lo que dices, por favor. Ya estamos haciendo todo lo posible por vernos aquí. No me pidas que hagamos esto también porque es un suicidio.
—Lo que es un suicidio es esconderse continuamente. —Se cruzó de brazos—. Sé que estás muerta de miedo, pero quedándote aquí no arreglarás nada. No pretendo presionarte, ¿de acuerdo? Intento hacerte respirar, Angy. No puedes estar encarcelada.
—No se trata de eso. Es mi decisión permanecer aquí. Es mi única posibilidad, ¿lo entiendes? ¿Te das cuenta de lo que pasaría si nos descubre en un descuido? ¿Estás dispuesto a correr el riesgo? —Ahogó un suspiro—. ¿Esto no es suficiente para ti?
Dorian frunció el ceño y dio un paso para sujetarle la cara entre las manos. El contacto era suave, casi aterciopelado.
—No me importa cruzar la ciudad para venir a verte —susurró—. Me encanta estar aquí contigo, lo digo en serio, pero no es bueno para ti. Esto no puede ser una opción. Quedarte encerrada bajo tierra significa la pérdida de muchas cosas.
—Ya lo sé, pero entiende a lo que nos enfrentamos. —Comenzó a temblar—. Mataría por hacer cosas como ésas; pasear contigo de la mano sería como un sueño, pero… Por favor, no me malinterpretes, Dorian. Sé que necesitas dar un paso más pero creo que aún es pronto. A mí tampoco me gusta esconderme pero esto…
—Inténtalo —suplicó él, dándole un beso en la frente—. Por mí, por favor…
—Es demasiado…
—Entonces es mejor que me vaya —saltó de repente.
Angy abrió la boca pero no dijo nada. La había pillado totalmente desprevenida.
—¿Irte? Pero si acabas de venir…
—Sí, lo sé, pero no quiero incomodarte con mi idea, así que lo mejor será que me vaya.
—¿Hablas en serio?
Dorian afirmó con la cabeza pero en realidad no era cierto. Era una estrategia para intentar conseguir que Angy cambiara de opinión. Quizás si dejaba caer la posibilidad de anular su encuentro, a lo mejor la situación se volvería favorable para sus intenciones.
—Por favor, no. —Se abrazó a él como si le fuera la vida en ello—. No te vayas, es demasiado pronto. Me paso los días contando los minutos para volver a verte. —Le miró a los ojos—. No me hagas esto.
—Está bien —dijo, rindiéndose a lo que sentía—. Pero esto tiene que acabarse pronto. No tienes que asumir ninguna otra identidad. Sé tu misma.
—Eso es más fácil decirlo que hacerlo.


145


La tarde se iba perdiendo entre los minutos. El cielo se volvía gris y las nubes amenazaban con lluvia. Las cosas seguían igual: ellos dos escondidos del mundo en esa habitación de hotel desconocida. Dorian seguía pensando de la misma manera; le mataba verla así, enjaulada sin motivo aparente, como una reclusa. Insistía en creer que no habían cometido ningún delito, pero eso era pedir demasiado. Habían pasado largos intervalos y ya no decían nada. Se limitaban a estar abrazados el uno con el otro, a sentirse, a oírse respirar, y percibir que esos preciados instantes eran tan reales como cualquier otro. Angy estaba más calmada, pero también ausente. Demasiado.
—Háblame —susurró Dorian—. No me gusta verte tan apagada.
Ella le miró con una expresión angelical, pura. Su mirada denotaba una carga demasiado pesada sobre los hombros.
—Lo he estado pensando —murmuró.
—¿En qué?
—En nosotros. —Desvió la mirada—. En dar un paso más.
Dorian habría podido dar saltos de alegría pero decidió que era mejor contenerse.
—¿Estás segura?
—No, pero tienes razón. No puedo quedarme aquí encerrada todo el día. Antes o después… —No se atrevió a terminar la frase. Se mordió el labio—. Creo que podemos intentarlo.
—Verás como todo sale bien —aseguró él—. Empezaremos desde cero. Como si fuese nuestra primera cita.
Angy sonrió inocentemente y se ruborizó.
—¿Todavía lo recuerdas?
Dorian se puso en pie y la levantó, dándole un tierno beso al final.
—Nunca seré capaz de olvidarme de los momentos que tengan que ver contigo.
Después de un intercambio breve de palabras de ánimo, salieron de la habitación y recorrieron el largo pasillo. Evitaron la zona de los ascensores y fueron por las escaleras. Angy iba algo más rezagada, así que Dorian decidió esperarla para ponerse a su altura.
—No pasa nada —dijo.
—Me siento tan… ridícula —admitió Angy.
—No digas eso. —La cogió de la mano, entrelazando los dedos de ambos—. Poco a poco.
Angy soltó un suspiro al entrar en contacto con él. Sus manos eran delicadas. Un tacto muy agradable que llevaba tiempo queriendo repetir.
—No hacíamos esto desde…
—Lo sé, desde hace mucho, Angy. Pero ahora estamos aquí, y es lo que cuenta.
Salieron al aire libre y la calle les dio la bienvenida. No había demasiada gente por las aceras, pero los coches estaban atascados en un rutinario paseo por la negra calzada. Soplaba un aire ligero, mientras el cielo se oscurecía lentamente.
—¿Preparada? —La voz de Dorian saltaba de alegría en su garganta. Estaba mucho más que feliz.
—Eso creo.
La visión era digna de ver. Dos personas adultas comportándose como adolescentes recién salidos del cascarón. Caminando con paso lento e inseguro. Daban la impresión de estar aprendiendo a caminar.
—Esto es maravilloso —dijo Angy.
Ante ese comentario tan sincero, Dorian se soltó un segundo de su mano y le pasó el brazo por la cintura para traerla hacia él y le besó la sien. Estaba pletórico, paseando sobre una nube, incapaz de asimilar esa nueva información sensorial que le llegaba y se metía en lo más profundo. Volvía a sonreír, lo que era todo un logro.
—Podría quedarme contigo toda la vida así, Angy. Caminando de tu mano.
—Y yo contigo, pero estoy muerta de miedo.
Dorian no pudo evitar reírse.
—Lo sé, por eso no dejas de mirar en todas direcciones. —Besó su mano—. Nadie nos está mirando.
—Es para asegurarme…
Continuaron su camino hacia ninguna parte cuando llegaron a una esquina en la que había una pequeña tienda de perfumes. Angy se quedó mirando el escaparate instantáneamente.
—¿Quieres pasar? —propuso Dorian.
—No es necesario —contestó Angy—. Estaba echando un vistazo, nada más…
—De acuerdo.
A medida que transcurrían los minutos, Dorian se olvidaba de la importancia del asunto y caminaba con más rapidez, pero Angy era emocionalmente incapaz de seguir su ritmo acelerado.
—Dorian…
—¿Qué? —Lo que vio no le gustó. Ella estaba todavía más pálida que de costumbre.
—No… —Paró en seco—. No puedo.
Dorian también cesó de caminar y se la quedó mirando, preocupado.
—¿Que no puedes qué?
—No puedo hacerlo, Dorian. —Comenzó a temblar visiblemente y a negar una y otra vez con la cabeza, dejando asomar nuevas lágrimas en los ojos—. No puedo.
Él, comprendiéndolo un instante después, soltó un suspiro cargado de emociones. Torció los labios pero no dijo nada.
—No puedo pasear contigo de la mano como si nada importara —continuó ella—. Y no digo que no quiera hacerlo, pero me es imposible comportarme contigo como una pareja normal. Lo he intentado, pero aún es demasiado pronto…
—Eh, vamos. Respira. Lo estás haciendo muy bien. Eres capaz, Angy.
—No me hagas esto, por favor. —Su voz denotaba pánico. Agarraba sus manos con fuerza, suplicándole hasta la saciedad—. Quiero volver.
—Está bien, tranquila —susurró Dorian—. No te preocupes. Ya tendremos tiempo para pasear. —La besó en la frente—. Me ha encantado esto, te lo aseguro. Gracias.
—Siento estropearlo de esta manera, pero me supera…
—No has estropeado nada, al contrario. Has vuelto a alegrarme el día —explicó él con toda naturalidad—. Te he pedido que hicieras algo que te altera y aun así has decidido intentarlo. Eres muy valiente.

La puerta de la habitación 311 se abrió lentamente y ambos entraron. Dorian estaba serio pero muy conforme con el avance logrado. Angy, sin embargo, tenía una cara triste, desolada, con los ojos enrojecidos por aguantarse las ganas de llorar. La curva de la boca era prácticamente inexistente. Estaba hecha añicos por no haber podido ser capaz de alargar el paseo.
—Perdóname —gimoteó—. Parezco una niña pequeña que no sabe lo que quiere.
—De ninguna manera. —La llevó hasta el sofá y la sentó a su lado, pasándole el brazo por los hombros—. Ha sido precioso, Angy. Es algo que tengo grabado aquí. —Se señaló el pecho—. Y no se va a ir a ninguna parte.
—Pero lo he estropeado todo. Íbamos tan bien y yo me he puesto histérica.
—Créeme, ha sido más que suficiente.
—No para ti, Dorian. —Arrugó la frente—. Sé que te habría encantado seguir hasta que anocheciera.
—Sí, pero podemos hacerlo más adelante. Tendremos tiempo de sobra para hacerlo… —Puso cara de concentración—. ¿Los próximos veinte, treinta años? —Sonrió—. No tengo prisa.
Angy se sintió algo mejor y le abrazó. Después le besó en la comisura derecha y luego en los labios. Derramó dos finas lágrimas pero las ignoró.
—Te quiero tanto… —Se agarró a su cuello—. Eres todo para mí.
Dorian le apartó el pelo de la cara y le borró las lágrimas con un suave roce. La besó en la nariz.
—Y tú eres… ¿Cómo describirte? El aire en los pulmones, el día y la noche, el continuo latir de este alocado y terco corazón… —Se dio unos golpecitos en el pecho—. Creo que nací con tu nombre grabado en él.
Angy se ruborizó inmediatamente. Ahogó una risita. Era pura, real, sincera. No se comportaba como la gran actriz que era, si no como una mujer enamorada. Algo simple y complejo a la vez.
—¿Puedes esperarme aquí un minuto?
La pregunta sorprendió de lleno a esa mujer de mirada renacida. Angy le miró extrañada, sin comprender.
—¿Por qué? —quiso saber—. ¿Adónde vas?
—Es un secreto. —Sonrió tímidamente Dorian—. ¿Confías en mí?
Ella contuvo la respiración pero soltó el aire lentamente. Le besó en la mejilla.
—Ya conoces la respuesta.
Dorian, sintiéndose conforme con lo que acababa de oír, sonrió y la besó en los labios.
—Enseguida vuelvo. —La apartó con cuidado y se levantó—. No te vayas. Ni se te ocurra marcharte porque vayas donde vayas, te volveré a encontrar.
El comentario consiguió hacerla reír; esa sonrisa sabía como el cielo.
—Anda, vete ya —canturreó Angy—. Ya no pienso irme a ningún lado. —Se abrazó a sí misma—. Sin ti, no —añadió.
Dorian salió totalmente disparado hacia la calle. Echó a correr en la misma dirección que antes. Estaba embobado, envenenado por el licor que le proporcionaba la sonrisa de Angy. La energía volvía a su cuerpo repetidamente y no perdía ni un minuto en pensar en la fatiga. Recorrió algunos metros con paso más sereno hasta que divisó la tienda de perfumes que Angy había observado con tanto detenimiento. Sin pensárselo dos veces, entró y estuvo buscando algo en particular. Para su suerte, pudo encontrarlo. Hacía años que no lo veía, pero ahí estaba. Satisfecho, lo compró y salió como una exhalación de nuevo a la calle. Caminó de vuelta lo antes posible y en un abrir y cerrar de ojos estaba de vuelta en la habitación, respirando con algo de dificultad.
—¿Estás bien? —preguntó Angy, que había estado esperándole de pie—. ¿Has estado corriendo?
—Sí —contestó Dorian, intentando poner un ritmo constante en la respiración—. No quería perder el tiempo. He corrido todo lo rápido que he podido para volver enseguida.
—¿Para qué?
—Para darte esto. —Le entregó el pequeño regalo envuelto discretamente—. Es para ti. Espero que te guste, aunque creo que no es necesario cruzar los dedos.
Sorprendida, Angy agarró el paquetito envuelto en papel de regalo y se lo llevó cerca de los ojos para estudiarlo mejor. Lo movió ligeramente pero no obtuvo información relevante. Lo desenvolvió con infinita cautela para no hacer mucho estropicio y, cuando lo tuvo en la palma de la mano, se llevó la otra que le quedaba libre a la boca, sollozando repentinamente. No daba crédito a lo que veía.
—Oh, Dio mío, es…
Dorian sonrió y cogió el pequeño frasco de perfume de cristal azulado.
—Sí, lo es. Es el mismo perfume que usabas… antes.
Angy se abalanzó a sus brazos, incapaz de contenerse. Comenzó a llorar, pero esta vez le estaba permitido. Se alegraba al ver aquello; le hacía recordar tiempos mejores. Era el perfume que había usado durante años mientras salía con Dorian. Él siempre se lo regalaba frecuentemente. Al verlo de nuevo allí, en su poder, era como volver atrás en el tiempo, como si en el fondo nada hubiera cambiado.
—Es precioso —susurró ella—. No ha cambiado nada. —Sacudió la cabeza mientras mantenía el regalo entre las manos, incapaz de soltarlo—. ¿Cómo lo has conseguido?
—Bueno, en realidad, ha sido gracias a ti —explicó Dorian—. Cuando hemos pasado por esa tienda de perfumes y de repente te has quedado mirando el escaparate con tanto empeño… —Se encogió de hombros—. Me has dado la idea, así que he salido corriendo a buscarlo con la esperanza de encontrarlo, y al parecer he tenido suerte.
—No tenías por qué hacerlo.
—No, pero quería. —Le acarició la mejilla—. En cierta manera te da ese toque tan personal.
Angy le quitó el tapón de cristal y presionó el pulverizador plateado. Una suave y fresca fragancia impregnó el ambiente. Cerró los ojos y por un momento se dejó llevar; los años demás se le habían ido al instante.
—Eres absolutamente perfecta —dejó escapar Dorian, embobado con la mujer preciosa que tenía ante sí—. No puedo creer la suerte que tengo.
—Creo que es algo mutuo. —Se echó algo más del perfume en la muñeca y se la acercó a él—. Huele, es delicioso. Casi había olvidado lo bien que me sentaba.
Dorian respiró la fragancia directamente en la piel de Angy. Era una sensación indescriptible. Sonreía de forma todavía más evidente, como un adolescente con las hormonas fuera de control.
—Espero que a partir de ahora, pueda seguir regalándote lo mismo —murmuró—. Para no perder las viejas costumbres.
Angy se llevó el fresco al pecho y lo abrazó, imitando a una niña que abraza tiernamente su osito de peluche. Estaba contenta.
—No me gusta que me regalen nada, pero creo que contigo puedo hacer una excepción. —Miró de nuevo su regalo—. No me lo esperaba. Todo esto es una especie de milagro.
—Sí, y tú definitivamente eres un ángel. —La sentó sobre su regazo—. La mujer con los ojos más bonitos que he visto en toda mi vida.
Se fundieron en un cariñoso beso, que dejaba entrever agradecimiento, ternura, pasión y confianza. Un gesto que era capaz de decirlo todo sin necesidad de palabras, porque a esas alturas de la historia, ya apenas tenían nada que contarse, se conocían el uno al otro mejor que a sí mismos.
—Te quiero —susurró Dorian al oído de Angy—. Total e incondicionalmente.
—Yo también te quiero. —Aleteó sus largas pestañas—. Quiero que esto acabe muy pronto y tenerte conmigo… para siempre.
Dorian sonrió y echó la cabeza para adelante y se apoyó en el pecho de ella.
—Este enrevesado asunto es sólo el principio. Si tenemos paciencia, todo saldrá bien. Después de tanto, nos lo merecemos más que nadie.
Un beso magnético volvió a unirles, sintiendo un calor humano, reconciliador, dulce… Estaban presos mutuamente y bajo ninguna circunstancia querían escapar.
Todo hubiera sido perfecto si en ese momento no hubieran sido interrumpidos. Un móvil de Dorian cobró vida y sonó con ganas de ser escuchado.
—Maldita sea… —Se revolvió con cuidado.
Angy se apartó bruscamente y palideció. Apartó la mirada, indecisa.
—Es… —Dorian no acabó la frase pero no hizo falta decir nada más.
—¿Nora? —aventuró Angy, segura de no equivocarse.
—Sí. —Observó la pantalla iluminada del teléfono sin moverse—. No voy…
—Cógelo —se adelantó Angy—. No lo pienses.
—No —dijo Dorian—. No pienso hacerlo.
Los ojos de Angy se desquiciaron.
—Vamos, cógelo. Será peor si la evitas.
—Pero…
—Hazlo por mí.
Mordiéndose la lengua, Dorian finalmente obedeció y contestó a su mujer, intentando adoptar una posición neutral.
—Hola, Nora —saludó secamente—. ¿Cómo estás?
Angy se quedó mirándole durante la breve conversación sin apenas parpadear. Cuando Dorian colgó, dejó escapar el aire contenido en la garganta.
—¿Qué… te ha dicho?
—No mucho, solo quería decirme que va a volver a casa algo más tarde de lo habitual, y que no la espere para cenar. —Se rascó el mentón—. Después me ha dicho que me… quiere.
—Ya, eso es algo inevitable —gimoteó Angy.
La escena romántica se había desintegrado por completo. Unas palabras intercambiadas a través del teléfono eran suficientes para destruir su mundo paralelo. La tranquilidad efímera se había ido.
—Bueno, después de todo, salimos ganando —apuntó Dorian.
—¿Por qué dices eso?
—Porque así puedo estar más tiempo contigo, Angy. Volveré más tarde.
Ella se inclinó hacia delante para respirar. La palidez era descaradamente extrema.
—No, te está poniendo a prueba.
—¿Qué?
—Vamos, piénsalo. Está intentando descubrir lo que pasa y quiere saber si te encontrará en casa cuando ella regrese, así que eso es exactamente lo que vas a hacer.
—Pero Angy, yo…
—Haz lo que te digo. —Le acarició la cara—. Por favor, Dorian. Sé de lo que hablo.
—Entonces, ¿eso significa que tengo que irme ya? —reprochó él—. ¿Quieres… que me vaya?
Ella cerró los ojos con dolor.
—No lo digas así, sabes que no es cierto. Daría cualquier cosa para que te quedaras, pero no puedes hacerlo. Tienes que volver. Es lo mejor.


El silencio había dejado de ser su aliado, sobre todo cuando no podía oír las palabras de Angy al saber que la dejaba atrás. Las horas habían pasado volando; le había sabido a poco su encuentro con ella y por ello aferraba el volante con fuerza. Había hecho caso a sus consejos y ya estaba en camino para volver a casa, pero el sabor agridulce en la boca se le antojaba mucho más que molesto. Dejarla en ese hotel para volver a casa con Nora era como abandonar el cielo y sumergirse en los subsuelos llenos de azufre. Sólo que su mujer no era un demonio, más bien otro ángel situado en el lugar y momento equivocados.


146


Había sufrido terriblemente el paso lento del reloj. Había hecho todo lo posible por no desesperarse, pero lo único que le daba fuerzas era volver a casa con su marido; aunque las cosas no fueran bien entre ellos últimamente, todavía se sentía conforme al mirarle. Por eso no pudo esperar más y se despidió de sus compañeras de trabajo Ana y Violeta, que habían decidido salir después del trabajo a tomar algo. Arrancó el coche con dedos nerviosos y se dirigió hacia las solitarias carreteras. Todo era oscuridad salvo por las luces del coche. Escuchaba tristemente el disco que tenía grabado todas las canciones que Dorian y ella habían recopilado durante sus primeros meses de relación. Ahora, que lo escuchaba sola, era completamente distinto.
Había estado tentada varias veces a lo largo del día de darle una sorpresa, pero sabía que presentarse sin avisar en el estudio no le haría ninguna gracia, así que esperaba encontrarle de vuelta en casa. Barajaba todas las opciones, y rezaba mentalmente para verle allí; si entraba y descubría que estaba sola, no se responsabilizaba de sus actos; ya estaba aguantando demasiado. No, nunca había sido una chica celosa pero ahora cambiaba de opinión porque aunque siguiera sin atreverse a mirar más allá, lo cierto es que tendría que competir contra una adversaria anónima, y por esa razón los celos estaban mucho más que justificados, al menos en la mayor parte. Así era una nebulosa de inseguridades. Ya no sabía si la quería, si la amaba, o si había sufrido una especie de colapso porque a lo mejor era el tipo de hombre que no estaba preparado para afrontar el matrimonio. ¿Acaso ella lo estaba? ¿Había cometido un grave error al casarse con Dorian precipitadamente antes de tomarse el tiempo necesario para llegar a conocerle mejor?
Aparcó el coche en el garaje y después atravesó el vestíbulo con pasos lentos. A primera vista no percibía nada que indicase que había alguien más allí, así que el fuego en sus sienes aumentaba progresivamente. Alcanzó el salón y aunque las luces estaban encendidas, estaba desierto. Lo atravesó para llegar a la cocina y se topó con un par de platos usados. Respiró con alivio. Era una señal, el detalle suficiente para informar acerca de la supuesta llegada de su marido a casa. Sin pensarlo demasiado, se sirvió una copa de vino oscuro, pero tardó un par de minutos en darle el primer trago. Era amargo y fuerte, pero decidió terminarlo en lugar de dejarlo allí. Para su sorpresa, repitió el mismo proceso. No tenía sentido lo que hacía, pero confiaba en que así su inestable mente se perdiera entre velos de ensoñación donde no podría sentir dolor.
Recorría impaciente cada centímetro de su hogar. Estaba decidida a encontrarle, aunque para ello tuviera que buscar por cada recoveco. Sentía los músculos de la espalda tensos, y un mal sabor de boca, pero no precisamente por el vino; las palabras querían salir a borbotones, pero para que tuvieran sentido el receptor tendría que estar presente, y para eso antes tenía que dar con él. Por eso buscó en primer lugar en el estudio de grabación. Cuando Dorian no estaba durmiendo y disponía de un rato libre, se encerraba allí; era su particular santuario, así que probar en esa estancia era buena idea. Sin embargo, cuando accedió a ese particular cubo hermético con modernos equipos electrónicos y paredes aislantes, no encontró nada. Todo estaba oscuro y el sillón que solía ocupar su marido se encontraba vacío. Un silencio envolvente. No tendría respuestas allí, así que cerró la puerta por la que había entrado y atravesó el estudio para abrir otra puerta que daba acceso al pequeño despacho. Abriendo con cuidado, a sus ojos llegó una luz tenue que emanaba de un moderno flexo. Entró con precaución y, con alegría, vio a Dorian allí. No le sorprendió verle de aquella manera, dormido encima de la mesa y un montón de papeles revueltos a su alrededor. Se acercó de puntillas y se puso a su lado. Le pasó una mano por la mejilla y consiguió que se revolviera. Se inclinó para despertarle.
—Eh, dormilón —susurró—. Despierta.
Hicieron falta unos cuantos intentos más para que Dorian despertara. Cuando la vio allí, emitió una agradable sonrisa y la besó en la comisura de los labios. Aunque no era suficiente para ella, Nora se encogió mentalmente de hombros y le ayudó a subir a la planta de arriba donde fueron directos al dormitorio. Iba a intentar tener una conversación neutral con su marido pero por esa vez era evidente que él estaba agotado; los párpados se le caían constantemente, así que le ayudó a desvestirse para que se metiera en la cama. Él no protestaba. Estaba más relajado que de costumbre, así que en cierta manera suponía una mejora.
—Cielo, no te importa que haya salido a tomar algo con las chicas del trabajo, ¿verdad? —Ya conocía la respuesta de antemano, pero era una forma curiosa de darle las buenas noches.
—No… —gimoteó Dorian entre sueños, con los ojos cerrados—. Puedes salir cuando quieras.
Esa clase de respuesta no la soportaba. Indicaba indiferencia, y Nora no soportaba sentirse alguien invisible.
—Podemos salir todos alguna noche, ¿te parece bien?
Esta vez Dorian se limitó a emitir un gruñido en forma de afirmación. Tenía la cara medio escondida entre la almohada, así que la conversación se acababa en ese momento.
—Que descanses… —Se desvistió rápidamente y después se contempló las ojeras bajo los ojos azules—. Creo que empiezas a hacerte mayor, Nora.
Recogió en un suspiro toda su ropa y la ordenó en una silla. Después se acercó a Dorian por el lado de la cama que ocupaba y se inclinó. Apagó la lámpara de ese lado y le contempló en silencio. Le quería, y era palpable por hacer algo así, limitarse a observarle mientras las pupilas se dilataban y el corazón corría con fuerza. Se inclinó para darle un beso en la mejilla. Ya estaba preparada para retirarse cuando percibió algo distinto en él. Inhaló con fuerza a la altura de su cuello y poco a poco creyó distinguir un toque diferente en su colonia. Se le petrificaron los huesos y volvió a inhalar. Intentando comprender lo que sus receptores olfativos le decían, volvió a hacerlo por tercera vez. Sí, era evidente que Dorian no olía a la colonia que solía llevar siempre, esta vez era un aroma más delicado, suave, perfumado… Se levantó rápidamente y retrocedió, mientras comenzaba a llorar en silencio. Acababa de recibir otra bofetada sin previo aviso, y ya resultaba prácticamente insoportable. ¿De qué manera podía desatarse un caos silencioso en la habitación mientras que Dorian dormía? ¿Cómo podía conciliar el sueño si su mujer acababa de descubrir otro elemento punzante que desbarataba todos sus intentos por salvar su relación?
Salió a toda prisa del cuarto, mientras lloraba con más intensidad. No podía creer que el asunto estuviera llegando a esos extremos, en los que su marido no trataba ni siquiera de disimular. ¿Cómo había podido quedarse dormido sabiendo que olía a perfume de mujer? ¿Acaso le daba igual lo que pensara ella? ¿Quizás se había confiando demasiado por creer que su mujer no se daría cuenta? Todo se volvía una falacia, y lo peor era sentirse aterradoramente sola. ¿Qué le quedaría si le perdía?
Entró de sopetón en la cocina y agarró la botella de vino. En lugar de usar la copa de antes, bebió directamente del recipiente alargado, recibiendo con furia el líquido que se le colaba en la garganta. Al cabo de pocos minutos, había conseguido acabarse casi todo el contenido. La cabeza la daba vueltas pero no era suficiente para frenar el dolor. La angustia crecía cada vez más y no hallaba la manera de encontrar un atajo para ser capaz de enfrentarse cara a cara con la verdad. Se veía a sí misma como una adolescente alocada y estúpida incapaz de parar ante una especie de sobredosis sentimental: Dorian se había convertido en la droga más potente que le proporcionaba todo lo que necesitaba. Ahora, que se volvía inevitablemente tóxico para su salud, era incapaz de renunciar a él. Estaba literalmente enganchada a ese hombre. ¿Qué podía hacer para hablar de una maldita vez? ¿Qué más pruebas necesitaba? ¿Cuándo comprendería que había dejado de ser la única en esa relación?
Vagaba por la casa como un fantasma. Los ojos estabas hinchados y secos. Las lágrimas se le habían acabado por esa noche. La garganta estaba reseca y el mareo leve en las sienes iba y venía a su antojo. No estaba borracha, pero deseaba estarlo. Su cuerpo se encontraba al borde del agotamiento profundo pero era incapaz de pensar en dormir. En lugar de eso, fue de nuevo al despacho de Dorian con la idea absurda de encontrar algo. Entró violentamente y cerró dando un portazo. Encendió la luz y se dirigió a la mesa de madera oscura que se encontraba al fondo. Sí, allí encima estabas las posesiones de Dorian. No se lo pensó dos veces para inspeccionar la cartera de su marido. Estaba harta de tantos secretos que acababan por salir a la luz. Al menos por una vez tenía que intentar averiguar los asuntos por su cuenta. Rebuscó en cada bolsillo del interior. Encontró un pequeño papel doblado infinitas veces sobre sí mismo, oculto bajo un par de billetes. Lo sacó con cuidado y empezó a desdoblarlo con dedos torpes. El vino ingerido no la ayudaba en la tarea. Fue necesario un relativo intervalo de tiempo algo más largo de lo habitual para descubrir el contenido. Después de leerlo por encima un par de veces, se dejó caer en el sillón de cuero que había detrás del escritorio. Creía que lloraría de nuevo, pero no había más lágrimas que derramar. Suspiró agónicamente y cerró los ojos.
Empezaba a comprender que los detalles más pequeños e insignificantes —como la factura de una colonia comprada a escondidas cuyo destino era mucho más que clandestino— cobraban vida en cuestión de segundos, desmoronando mundos aparentemente estables. Si su vida tratara sobre una partida de ajedrez, desde luego su rol como reina habría acabado en ese preciso instante. No podría permanecer al lado de su rey porque acababa de ser sustituida por otra; una reina adulta que inesperadamente le había hecho jaque mate a su propio corazón.
147


Las altas e inmensas hojas verdes de todas esas plantas sumergidas bajo esa inalcanzable cúpula de cristal ahuyentaban sus envenenados pensamientos durante un par de minutos. Ansiaba con todas sus fuerzas convertirse en una más de ellas; sin pensamientos, sin sentimientos. Una vulgar, triste y solitaria planta silenciada por el agua necesaria para hacer brotar nuevas réplicas, en lugar de venirse abajo, convertida en un vulgar saco de carne y huesos. Su magullado cerebro no daba abasto intentando recuperar el control en su vida. Se había visto vapuleada y manipulada como una muñeca de trapo, y ahora ella misma era la que buscaba cualquier escusa para tardar todo lo necesario antes de volver a casa. A esa prisión de acero, piedra negra y cristal. Su príncipe había desaparecido y en su lugar se había levantado una bestia distante, incapaz de adorarla como antes; incapaz incluso de esconder adecuadamente sus ocultas intenciones. Ya no le quedaba más remedio que tomar una decisión: optar por convertirse en una especie de mártir y seguir al lado de Dorian a pesar de conocer la existencia de una dolorosa presencia en forma de amante, o apartarse de lo que más quería y mirar de frente al problema. La cuestión era si el valor retenido en sus venas era suficiente; lo dudaba.
Volvía a tener la conciencia de diez años, cuando se pasaba las horas muertas escondida en algún hueco, esperando a ser descubierta. Sin embargo ya no era una niña, y si estaba escondida en su lugar de trabajo era precisamente porque no quería ser encontrada. Había atendido a unos cuantos clientes, pero en cuanto se le presentaba la ocasión, corría a esconderse. Por eso llevaba allí prácticamente un montón de horas acumuladas, mientras se desesperaba una y otra vez, sentada en un rincón, sollozando y rompiéndose los nervios, incapaz de decidir por sí misma.
—Tomándote un descanso, ¿eh?
Los sentidos de Nora se activaron al unísono. Levantó la cabeza pero por fortuna, no era su jefa. Su compañero Oliver la miraba con esa sonrisa divertida, desde su posición elevada. Tenía el mono de trabajo manchado de tierra y las manos tenían la misma pinta.
—Hola —saludó ella.
—¿Por qué estás… aquí?
—No sé, quería pensar y este es un sitio algo alejado de todos los clientes y el personal.
El chico asintió varias veces y se quedó pensativo. Solía estar muy atento a lo que pasaba a su alrededor y, en esa ocasión, percibía algo distinto en ella.
—Nora —murmuró—, ¿te encuentras bien?
—Sí. —No tenía ni fuerzas para mentir adecuadamente—. Supongo.
—Ya, pues siento decirte que así no convences a nadie. —Se pasó una mano por la frente sudorosa—. ¿Te sientes mal?
Nora se limitó a negar con la cabeza. Además de que era un secreto el hecho de que su matrimonio estaba fracasando sin que pudiera mencionarlo, no había palabra en el diccionario que fuera mínimamente capaz de explicar su terrible y apagado estado de ánimo.
—Puedes irte a casa —insistió Oliver—. No tienes muy buena pinta. Hablaré con la jefa si quieres.
—No quiero ir a casa —espetó—. Es decir, no será necesario. Creo que estoy bien. Un simple mareo, nada más. Enseguida se me pasará. —Intentó fingir una sonrisa—. Gracias.
Oliver correspondió con otra sonrisa pero no acababa de parecer convencido. Mantenía el ceño fruncido. Se lo pensó un minuto y se sentó al lado de Nora.
—Escucha, tienes un gran talento y podrías trabajar en cualquier parte. Sé que ahora lo llevas mejor, pero si este trabajo no te convence del todo, puedes dejarlo. Búscate otra cosa. Nadie te obliga a seguir, ¿sabes? —Se rascó la nuca—. No te agobies, Nora. Este es un trabajo… poco común.
—Lo sé, pero lo que me preocupa no es el trabajo. A decir verdad ahora agradezco estar aquí.
—¿Eso quiere decir que…?
Nora escondió la cara entre las manos, reprimiendo la angustia loca de romper a llorar.
—Eso quiere decir que no sé cómo puedo mantener mi vida bajo control. —Colocó la barbilla encima del brazo—. Resulta que no es tan perfecta como creía. Se me escapa entre los dedos…
—Entonces tienes que hacer algo al respecto.
Se quedaron en silencio un momento. Nora necesitaba tomar aire para formular una pregunta un tanto inusual, directa y confusa.
—¿Crees que soy guapa?
Oliver arqueó las cejas debido a la sorpresa. Abrió la boca pero tardó bastante en decir algo.
—Pues claro que sí. Claro que lo eres, Nora. Eres una mujer realmente guapa.
—¿Lo dices en serio o es para que me lo crea?
Su incertidumbre aumentaba progresivamente.
—Bueno, creo que es bastante evidente que cualquier hombre estaría encantado de salir contigo. Eres muy atractiva. —Arrugó los labios—. ¿Por qué me preguntas eso?
Nora se quedó callada, sin poder decir nada. No pensaba con claridad; estaba encerrada en una especie de búnker del que no podía salir.
Oliver le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Nora la aceptó y en cuanto estuvo otra vez de pie, cometió la locura de intentar una estupidez. Se quedó mirando profundamente a su compañero de trabajo. Nunca se había fijado demasiado bien, pero era muy atractivo. Si su marido podía verse a escondidas con otra, ¿quién decía que ella no podía hacer lo mismo? Se acercó peligrosamente para intentar besarle.
—¿Qué estás haciendo? —La voz de Oliver se cortó, presa del mayor de los desconciertos—. Para…
No dejaba de preguntarse a sí misma qué demonios estaba haciendo, pero su cuerpo se movía en la dirección contraria, inclinándose hacia delante e intentando hacer un esfuerzo para algo que se suponía que estaba prohibido. Una especie de autómata independiente.
—Nora… —Sujetó sus finas muñecas sin hacer demasiada presión y volvió a negar con la cabeza, retrocediendo un paso para crear suficiente separación—. No. Reacciona. No quieres hacer esto.
Esa vez fue suficiente para que despertara de su propio embrujo. Parpadeó varias veces como si no pudiera dar crédito a lo que había estado a punto de hacer. Se tensó bruscamente y abrió la boca.
—Dios mío… —Se llevó las manos a la cabeza, apartándose—. Lo siento mucho, no sé qué me pasa…
—No te preocupes —aseguró su compañero—. Sé que no querías hacerlo.
—Ha sido una estupidez. —Sacudió la cabeza en todas direcciones, apretando los puños y maldiciéndose a sí misma—. Lo siento, Oliver. Lo siento mucho. No sé en qué estaba pensando. Maldita sea… —Suplicó con los ojos—. No quiero que pienses que…
—Tranquilízate, no ha pasado nada. —Mantenía las palmas levantadas pidiendo calma—. Olvídalo.
Nora le dio la espalda y comenzó a andar de derecha a izquierda, cayendo en la cuenta del grave error cometido. Ni siquiera se había planteado el hecho de que su compañero le hubiera correspondido. En su vida sólo existía un hombre y no era el que había estado a punto de besar. ¿Tan desquiciada estaba para llevar a cabo una estupidez de semejante envergadura?
—Joder —masculló—. Ni siquiera sé por qué lo he hecho. —Miró hacia arriba—. Esto es una locura.
Oliver, a pesar de seguir en un estado de súbita sorpresa e ensimismamiento, dio paso para acercarse y suspiró.
—¿Tienes… problemas con tu marido?
Se le revolvieron las tripas, el corazón y el cerebro. Los ojos azules temblaron dentro de sus cuencas.
—¿Tan evidente es?
—No, no quería decir eso, es que… —Desvió la mirada—. Escucha, no te preocupes por mí. No se lo diré a nadie. Cualquiera puede cometer un error, ¿de acuerdo? —Le colocó una mano protectora sobre el hombro—. Sea lo que sea, puedes con ello. Sé que no eres el tipo de mujer que se rinde a la primera de cambio. Intentad solucionar vuestros problemas, Nora. Eres una mujer preciosa y estás muy enamorada de Dorian. No tienes por qué hacer este tipo de cosas.


La botella de vino era lo más parecido a un estado de ensoñación que podía probar. No medía correctamente y se limitaba a dar tragos progresivamente más largos, dejando que su cerebro se embriagara para darle un respiro. A fin de cuentas, estaba saturado por un montón de información de la que no quería ni oír hablar. Estaba sentada frente al silencio, acurrucada en un lado del sofá del gran comedor, escuchando su propia respiración y el murmullo constante de la implacable soledad, acechándole desde los rincones de su mente. Ya no sabía qué hacer; había entrado en una especie de fase terminal de la que no podía escapar. Tenía como única opción seguir hacia delante, pero no podía hacerlo si no era capaz de reconocerse delante de un espejo. ¿Quién era ella y dónde estaba su antiguo carácter? ¿Acaso el miedo atroz a la pérdida le había causado una merma en su carácter, reduciéndola a un montón de cenizas?
Movió los ojos en la dirección adecuada y le encontró. Dorian acababa de volver, tan misteriosamente tarde como solía hacer todas esas últimas veces. No obstante, en vez de aparentar su creciente apatía, corrió a sentarse a su lado, preocupado por el estado de ella. Sin embargo, Nora ya no era capaz de distinguir fantasía y realidad; montar en cólera no serviría de nada a esas alturas, así que se limitó a tragarse el orgullo y a abrazarle con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo, sabiendo que jamás podría traicionarle y menos de esa forma; besar a otro no cambiaría nada, sólo la haría sentirse peor. Le quería, y para ella no había en el mundo hombre más maravilloso que él. Sí, puede que la traición estuviera delante de sus propios ojos y aun así no tuviera el coraje de poner el grito en el cielo, pero el amor a veces ciega, y Nora ya no quería ver más allá.


148


Una vida… dentro de otra. La incertidumbre, el acongojo, el éxtasis caótico y la petrificación mental la habían llevado a un aislamiento temporal absoluto. Incapaz si quiera de parpadear, la mujer de ojos verdes si limitaba a mirar el vacío, intentando comprender a marchas forzadas lo que se le venía encima. Jamás habría podido asimilar algo así dentro de unas condiciones normales, y estaba claro que las circunstancias en las que se encontraba inmersa eran todavía mucho peores. ¿Cómo podría enfrentarse a algo así? Había esperado hasta el último momento para cerciorarse de que irremediablemente no había ninguna clase de error. Por desgracia, así era. No había equivocación posible y, en el caso remoto de que hubiera alguna, sería tan minúscula e insignificante que no merecería ser tomada en cuenta. No se podía retroceder en el tiempo y tenía que asumir obligatoriamente el nuevo cambio de rumbo que acababa de tomar su vida. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ya había estado llorando lo suficiente, y unas cuantas lágrimas más no disolverían ese diminuto pero a la vez gigantesco e inminente… problema. Ni siquiera estaba segura de querer llamarlo así. Era una creación sorprendente pero maravillosa en el momento menos apropiado. No es que nunca se hubiese planteado la posibilidad de ocupar algún día ese tipo de cargo lleno de sentimentalismo diario, pero había acabado por entorpecer aún más su encriptado laberinto para encontrar la salida. Ya no podía pensar únicamente en Dorian o en sí misma; ni siquiera en Nora. Ahora el mundo le colgaba de los hombros y la hundía progresivamente en un fango oscuro lleno de sedimentos de culpabilidad, irresponsabilidad, necedad, evasión y huida del sentido común… ¿En qué diablos pensaba cuando se dejó llevar?
Las manos le temblaban con tal violencia que no habría podido ser capaz de sostener por más tiempo aquel indicador de una nueva existencia. Estaba sentada en el suelo, con las piernas recogidas y balanceándose hacia delante, una y otra vez. Toda una irrelevante danza para poner palabras tangibles a la sombra de una nueva traición. No es que fuera suficiente con haberse saltado todas las reglas éticas y moralmente humanas, ahora también la revelación de ese día suponía una infamia todavía mayor. Los mareos, la inestabilidad corporal, el cambio de humor… Bueno, ya era tarde para negar que estuviera ahí. Pero por otro lado, al igual que se había visto sorprendida por su llegada, no se sentía con la voluntad suficiente para mirar hacia otro lado y acabar con aquello que, en el fondo, era de su propia carne y del hombre que más amaba. Una mezcla potentísima. Un nuevo ser al que poder mirar a los ojos y ver el reflejo de los suyos propios. ¿Qué debía hacer? ¿Acaso esta verdad absoluta e innegable la obligaría definitivamente a marcharse lejos de él? ¿Tendría que conformarse con una réplica a pequeña escala que le recordaría para siempre todo aquello que nunca dejaría de sentir?
Las manecillas del reloj parecían ir hacia atrás en lugar de correr hacia delante. La cuestión a tener en cuenta era si debía hablar… o callar para siempre. Quedaba claro que aquello literalmente era cosa de dos, pero Dorian ya tenía suficientes problemas como para añadir uno más a su lista. Aunque claro, conociéndole, no se lo tomaría tan mal —teniendo en cuenta las circunstancias—, o eso al menos creía. Ese deseo siempre había estado latente, pero revelárselo supondría un nuevo desafío más difícil que el anterior, porque era un vínculo que les uniría para siempre, si finalmente Ángela decidía seguir adelante con ello.
Le costó una barbaridad decidirse, pero optó por no guardar silencio. Dorian debía saberlo y era mejor no perder el tiempo. Por eso se tomó la osadía de llamarle con número oculto. No le dijo gran cosa por teléfono, pero la angustia evidente en su voz fue suficiente para alarmarle. Le pidió que fuera a verla a pesar de la resistencia residual que aún mantenía; otro asunto mucho más relevante necesitaba de su entera disposición, y soltar una bomba de tal magnitud requería al menos la presencia física y real por su parte.
Las horas previas al encuentro acordadas habían sido demoledoras, voraces de angustia. Los continuos pinchazos en el pecho advertían de un colapso nervioso, un infarto, o la misma muerte súbita; puede que todo a la vez. Jamás se había sentido así. Había dado pasos de gigante y desde luego había acabado por demostrar que no estaba a la altura; precipitarse al vacío era algo de locos, y ella lo hizo sin pensarlo, dejándose llevar, y ahora tenía que pagar las consecuencias de sus actos, de la cobardía. Era humillante ser presa y víctima de su propio cuerpo. Ya no se conocía tan bien como antes, y todo lo supuesto se había descolocado por completo. Caminaba a ciegas y toparse con un muro infranqueable suponía erradicar cualquier mínimo esbozo de esperanza.
La puerta fue sacudida por unos golpes que procedían del exterior. Se levantó de su letargo letal y dormido y se quedó plantada durante un minuto. Cuando por fin consiguió abrir la puerta, el hombre que tenía delante demostraba tener un corazón mucho más sensible de lo que aparentaba. Las manos le temblaban ligeramente y la mandíbula estaba cerrada a cal y canto, como si hubiera olvidado hasta el mismo respirar para concentrarse en llegar allí; su única y más reciente misión.
—Angy... —La abrazó con fuerza, elevándola del suelo, apretándola contra su pecho que se agitaba violentamente. Segundos después la soltó con delicadeza, sujetando inmediatamente la fina cara de la mujer que más amaba entre las manos—. Siento haber tardado tanto en venir… No podía irme sin más porque hubiera sido demasiado evidente… Lo siento mucho… —Cerró los ojos—. Creí que iba a volverme loco.
—No importa —susurró ella—. Lo que importa es que ahora estás aquí. Has venido…
Saber que ambos estaban pendientes de la decisión emocional del otro suponía hallarse en mitad de la cuerda floja. Tenían en mente motivos diferentes, y atreverse a tomar el turno de palabra para hablar se antojaba la prueba más cruda.
—Estabas muy preocupada cuando me llamaste —puntualizó Dorian—. Sonabas como si estuvieras a punto de entrar en pánico.
—Lo siento, los nervios me han traicionado —se excusó ella—. Tenía que convencerte de algún modo para que vinieras…
—Angy, lo habría hecho de todos modos aunque no hubieras mencionado ni una sola palabra. —La besó en la frente—. Sabes que haría cualquier cosa por ti. No necesito que me supliques, ni que finjas.
—Lo sé… —Se llevó las manos a la cara para esconderla—. Es que…
—¿Qué?
El silencio se volvió sólido, como una gruesa pared de hielo forjada accidentalmente entre sus cuerpos.
—Tenemos que hablar —logró decir.
—Lo sé, esto no puede seguir así.
—Sí, pero no me refiero a eso. No es lo que estás pensando.
—¿Entonces? Angy, me estás asustando. ¿Estás bien?
Angy no sabía qué decir. Estaba profundamente confundida.
—No lo sé, Dorian. —Dio un paso atrás—. Esto es una pesadilla…
Él tragó saliva y parpadeó rápidamente en una hábil secuencia, acelerando la impaciencia por llegar a entender levemente lo que Angy intentaba decir.
—Háblame, por favor. No te quedes callada.
—No quiero estar callada pero no encuentro las palabras exactas para decirte algo así… —Soltó una profunda exhalación—. Es más difícil de lo que crees.
—Pero soy yo, Angy. Me conoces mejor que yo mismo. —Alzó las manos—. Por favor no me apartes de ti. Soy capaz de escuchar cualquiera cosa. Dame la oportunidad de demostrarte que cuentas conmigo para todo. —Aferró su mano como si fuera puro oxígeno—. Estamos juntos en esto.
—No es necesario que lo menciones, sé que estás diciendo la verdad, pero esto… Dios mío… —Se revolvió el pelo—. Es que no tiene arreglo.
Angy comenzó a moverse de una forma poco habitual. Sus extremidades se movían, todo su cuerpo convulsionaba en una especie de danza de mal gusto. Parecía haber sufrido una pérdida simultánea de temperatura y control mental.
—Estás… temblando —gimoteó Dorian, cuya inseguridad iba en aumento—. ¿Te sientes bien? ¿Estás mareada?
—Eso no es lo importante.
—Por supuesto que lo es. Para mí es muy importante, te lo aseguro. Tu bienestar es lo primero para mí. —Se abalanzó sobre ella con decisión y la levantó en el aire sin dificultad, llevándola hasta la cama y dejándola con la misma suavidad—. Antes que nada tienes que tranquilizarte. Inténtalo. Esto no es bueno para ti.
Angy ahogaba gritos de desesperación. Sentía un calor sofocante que le abrasaba las entrañas y pronto reduciría su cuerpo a pura ceniza.
—Dime cómo pretendes que me calme cuando estamos metidos de lleno en esta maldita realidad —masculló—. No podemos huir de ella.
Dorian la acunó entre sus brazos.
—Eso no es del todo cierto y lo sabes. —Le apartó el pelo de la cara—. Siempre está la posibilidad de…
—No, Dorian. Déjalo ya —imploró—. No quiero que lo menciones otra vez. No quiero huir, no es la manera adecuada de hacer las cosas.
—Ya, pero esta tampoco es la forma correcta, Angy. —Suspiró con amargura—. Míranos: estás con un ataque de nervios perpetuo y yo no puedo continuar con la mentira de siempre. Si no huimos, si no lo hacemos ahora, puede que se haga tarde.
Los ojos verdes se clavaron en los de él.
—Ya es tarde —aseguró Angy—. Ha sido tarde desde el primer minuto así que en realidad nunca hemos tenido ninguna opción.
—¿Ni siquiera ahora?
—Ahora… —Apartó la mirada—. Ahora no sé en qué punto exacto nos encontramos.
Dorian la besó en la mejilla.
—Yo sí lo sé, Angy.
—Pues entonces recuérdamelo porque yo ya no sé qué hacer.
Sus ojos de tonalidad avellana se enfriaron, y rostro cuadrado a la vez que sutilmente sereno se derrumbó, ensombreciéndose a la velocidad del rayo.
—¿Quieres… dejarme? —La voz se le quebró de golpe—. ¿Vas a dejarme otra vez?
—No, no… —Negó con la cabeza de forma frenética—. Claro que no, Dorian. Te quiero. —Acercó los labios a los de él—. Puede que haya intentado negar lo que siento un millón de veces pero eso no ha logrado que desaparezca. No voy a volver a irme sin ti… —Apretó los párpados—. Aunque quisiera no podría, ya no…
—Lo sé, yo siento lo mismo. Ahora me sería todavía más imposible dejarte ir…
—No —soltó Angy de repente—. No es eso, Dorian. No se trata de nosotros. Es decir, sí, pero me temo que se escapa a nuestro control…
—¿Por qué?
—Porque aunque te abandonara no serviría de nada —gimoteó—. Aunque intentara olvidarme de ti no podría porque te tendría literalmente presente todos los días. —Tragó saliva—. Y no es por lo que sienta ahora o por lo que pueda sentir dentro de algún tiempo, si no por lo que… llevo dentro de mí.
El rostro de Dorian se desencajaba cruelmente, haciendo muecas, espasmos y ligeras sacudidas indeseables.
—¿Sigues sin estar segura? ¿No quieres decirle a tu hermana lo que ocurre?
—No se trata de eso. Ya no es lo que más me preocupa. Ha dejado de ser el problema principal.
Él asintió pero no comprendió.
—¿Y cuál es?
—No puedo… —Se mordió el labio con brusquedad, haciéndose un daño intenso que a la vez intentaba ignorar—. No puedo decírtelo.
—Angy…
Ella se despegó de sus fuertes brazos y se levantó, dándole la espalda. Sus temblores no cesaban y por unos segundos deseaba hasta perder el conocimiento. Se dio la vuelta.
—Tienes todo el derecho a insistirme, pero es mucho más difícil de lo que creía…
Dorian se posicionó a su lado y esperó, pacientemente.
—Dorian…
—Angy. —Inclinó su frente sobre la de ella, dándole así un poco de ánimo—. Sea lo que sea, tienes que decirlo. No puedes quedarte callada porque te está matando. —Hizo una pausa—. A estas alturas no me importa lo que sea, sólo quiero que seas fuerte y aguantes. Si has decidido llamarme y decírmelo en persona ha sido por algo, así que ahora no puedes darme la espalda y esperar que lo olvide porque no puedo. —Le levantó la barbilla con los dedos—. No puedo.
Angy contuvo la respiración, maldiciendo a todo el mundo mentalmente.
—Todo es culpa mía —murmuró—. Si me hubiera marchado aquella maldita noche antes que permitir que lo demás sucediera…
—No empieces con eso, Angy. —Le colocó un dedo en los labios—. Ambos tenemos la culpa, aunque me niego a llamarlo de esa manera. Los dos nos comprometimos. Hicimos lo que sentíamos, y no tenemos por qué disculparnos continuamente por ello.
—¿Y quieres que a cambio estemos satisfechos por lo que hicimos?
—Tú eres la mujer que quiero. La única con la que quiero estar. Me arrepiento de haberme casado con Nora, de estar haciéndola daño aunque aún no lo sepa, pero eso no significa que me arrepienta de lo que hice aquella noche o de lo que siento por ti. Porque te mentiría si dijera que es verdad. No me arrepiento de lo que pasó.
Angy se dejó caer sobre la pared, con la espalda tensa y entumecida, abrazada a sí misma, con la cara pálida y prácticamente inerte.
—Pues quizás deberías.
—¿Por qué? —insistió él—. ¿Por qué debería arrepentirme? Dame una sola razón para hacerlo.
Esa era la oportunidad perfecta para confesarle la verdad. Lo que intentaba decirle resultaba ser suficiente y necesario para pararse a pensar un minuto en lo que hicieron. De todo aquello había surgido un nuevo ser, un individuo minúsculo que detonaría con lo previamente establecido.
—No estoy segura de que quieras saberlo. Es demasiado… No sé, me supera totalmente. Ni siquiera soy capaz de asimilarlo todavía.
—¿Y crees que ocultándome las cosas te será más fácil?
—No, no he dicho eso. Lo que intento decir es que…
—Angy, escúchame. Sé el miedo que estás experimentando porque puedo verlo en tus ojos. Te entiendo, pero entiéndeme tú a mí. —Sus cristalinos ojos pedían clemencia—. Estoy muy perdido, y necesito que me digas la verdad. No me escondas nada, por favor. Puedes confiar ciegamente en mí. —Ladeó la cabeza, suplicante—. No puedo soportar verte así. Dices que no quieres dejarme pero tampoco dices lo contrario. Es como si hubieras perdido la capacidad para decidir. ¿Vas a decirme qué ocurre?
Con lágrimas en los ojos, Angy supo que ya no podía alargar durante más tiempo ese averno de incertidumbre.
—Dorian… —Le cogió la mano con una lentitud pasmosa y poco a poco la desplazó hasta situarla encima de su vientre. Segundos después, las lágrimas contenidas en el abismo de sus ojos se desbordaron, poniendo auténtico énfasis en el terror de lo que estaba por venir—. Estoy embarazada.

149


Una diminuta luz al final del túnel se abría paso para llegar al núcleo central de todo lo inesperadamente surgido. Aún las palabras de Angy resonaban en su cabeza, dándole de lleno al igual que un rayo impactando contra un árbol. Se había quedado sin habla, y por más que trataba de analizar la situación con una chispa de calma, la serenidad se había desintegrado por completo, dejándole en mitad de toda esa nueva preocupación que, mezclada con todo lo que llevaban a sus espaldas, se volvía inadecuado. Una mecha que había provocado el estallido final. Por eso ahora entendía mejor la resistencia de Angy a decirle lo que ocurría; soltarle esa verdad a bocajarro no había sido nada fácil, pero cuando lo escuchó de sus labios, el corazón se le paró. Sintió muchas cosas, pero más allá del miedo o de la inseguridad de afrontar un reto todavía mayor, la felicidad por saber que tendría un hijo había aplacado parcialmente la angustia que vino después. Siempre había tenido profundos deseos de ser padre, y ahora que se había vuelto realidad, no podía conciliar el sueño o trabajar de manera eficiente; sus pensamientos se concentraban en ese único elemento maravilloso que había acabado por unirles todavía más.
Las semanas siguientes a la noticia se antojaron todavía más insoportables. El único capricho que podía apartarle de aquello que no quería revivir era verla de nuevo, pero Nora no parecía por la labor. Ahora le controlaba de forma casi neurótica, haciéndole preguntas absurdas y vigilando sus pasos. Hasta se había presentado varias veces por sorpresa en el estudio al final de la jornada, cortando así las posibilidades de ir corriendo a buscar a Angy. Se sentía por ello maniatado; unas fuertes e invisibles manos le sujetaban del cuello y por más que intentaba zafarse una y otra vez, el compromiso matrimonial le tenía absolutamente desquiciado. Se limitaba a ver correr las horas en el reloj, rezando entre dientes que alguien le diera fuerzas para soportar el calvario y cerrar los ojos con intensidad, hasta la locura incluso, creyendo que al abrirlos se encontraría con esa mirada verde en lugar de la aséptica y glacial inspección que le dedicaba su mujer.
Aquel día había resultado ser igual de claustrofóbico. Nora insistió hasta la saciedad para salir a cenar fuera, así que no le quedó más remedio que ir con ella. El restaurante era el mismo que el de siempre, invadiéndole con recuerdos intensos y llenos de una promesa que ahora más que nunca resultaba prácticamente irrompible. La conversación había ido cayendo en picado hasta que se limitaron a mirarse el uno al otro, buscando las ventajas y los inconvenientes de esa relación que mantenían sin mucho entusiasmo.
—¿Te alegras de haber venido?
La pregunta de Nora retumbó en sus tímpanos, revolviéndole las entrañas. No, por supuesto que no se alegraba, porque gracias a esa idea, había perdido otra oportunidad de reunirse con Angy así que, no, no estaba precisamente contento de perder el tiempo con su mujer.
—Sí, por qué no —murmuró—. Está bien tomar un poco el aire.
—¿Crees que he insistido demasiado? —meditó Nora—. Sé que me he pasado, pero quería hacer algo diferente para nosotros. Hoy es un día… especial.
—¿Qué tiene de especial?
Nora le sostuvo la mirada pero inmediatamente después de varios segundos no pudo seguir haciéndolo. Cambió totalmente su registro, arrugando el ceño y sintiéndose fuera de lugar.
—¿No lo recuerdas?
—¿Recordar qué?
Los pálidos ojos azules de esa joven mujer se volvieron puro hielo. Abrió la boca pero no emitió ningún sonido. Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos, era alguien diferente.
—Hoy es nuestro día, Dorian. —Levantó la mano derecha, sacudiéndola en el aire con rabia—. Hacemos un mes más de… casados.
Se sintió estúpido hasta límites insospechados. Ahora entendía la decepción impregnada en los ojos de Nora. Había preparado la salida para celebrar el tiempo que llevaban juntos, y él lo había estropeado todo en cuestión de segundos. ¿Cómo podía haberlo olvidado?
—Maldita sea… —Se llevó una mano a la frente—. Lo siento.
—No, no lo sientes. Lo dices para disculparte pero no es verdad.
Dorian se inclinó hacia delante y le acarició los dedos de la mano que estaba encima de la mesa.
—Lo digo en serio, Nora. Lo siento mucho. Soy un completo imbécil, me he olvidado por completo… —Se desabrochó un botón de la camisa—. Ni siquiera te he comprado nada.
—Ni yo necesito que lo hagas. —Soltó la servilleta con rabia—. No quiero ningún anillo o cualquier otra cosa para intentar demostrarme que sigues estando igual de interesado que cuando te casaste conmigo, Dorian. Lo único que quiero es saber que estás a mi lado. Que valoras el tiempo que pasamos juntos en lugar de ver pasar los segundos en el reloj y dejarlos correr sin hacer absolutamente nada.
—No los dejo correr.
—Claro que sí. Los ves pasar por delante de tus ojos pero ni siquiera intentas hacer algo para que merezcan ser recordados. No intentas compartir tus días conmigo, te limitas a vivirlos por separado e intentas que yo no influya en ellos.
—Te equivocas.
—No, por favor, deja de decir eso. No me equivoco en absoluto. —Deslizó la mano y la entrelazó con la de él—. Es como si de repente hubieras dejado de confiar en mí, como si no quisieras tener nada que ver conmigo. Es muy frustrante verte todo el tiempo tan cerca y sentir que estoy demasiado lejos para poder tocarte.
—No se trata únicamente de tu bienestar, Nora —saltó de repente, incapaz de contenerse—. Lo creas o no, yo también lo estoy pasando igual de mal, pero eso no significa que pueda gritarte o reprocharte un millón de cosas porque eso es algo que nunca haría. Necesito tener mi propio espacio, y no lo tengo si cada vez que necesito tomarme un respiro me masacras con miles de preguntas que ni siquiera entiendo de dónde salen. —Apretó los dientes—. Esto es muy agobiante.
—¿Eso es lo que crees? ¿Que no te doy tu espacio?
—Al menos no el suficiente.
—¿Y para qué quieres tener tu espacio? ¿Para poder olvidarte durante un par de minutos que estás casado conmigo? ¿Quieres tu espacio para largarte Dios sabe dónde y con quién mientras yo me hago a un lado y me comporto como la dócil esposa que te espera en casa hasta que decides volver? —Sacudió la cabeza—. Esto es injusto, Dorian. No entiendo por qué te comportas así. No comprendo por qué demonios hemos llegado a este límite en el que parece que cualquier cosa es más importante que nuestra vida en común.
—Siendo sincero, yo tampoco sé el motivo, pero no puedo seguir con esto.
Aquella última frase llena de inconcebible sentencia agujereó los sentimientos de Nora.
—¿Sabes qué? Tienes razón. Yo tampoco puedo seguir con esto.
—No… —Estaba arrepentido por lo que había dicho, pero ya no podía retroceder—. Escucha, no quería decir nada parecido…
—Aquí está tu regalo —soltó, dejando sobre la mesa una pequeña cajita negra. Se levantó de golpe—. Aunque a lo mejor ni siquiera te interesa descubrir qué es.
Dorian observó a Nora alejarse lentamente mientras alternaba la vista con la pequeña caja que tenía delante. La cogió rápidamente y la abrió. Se quedó sorprendido. Unos gemelos de plata personalizados, con las iniciales de ambos entrelazadas, brillaban en el interior.
—¡Nora, espera!
Mientras corría, no sabía ni qué pensar. La sangre se le acumulaba en el cerebro y el corazón estaba literalmente desbocado. Acababa de recibir un regalo precioso y no había tenido la caballerosidad mínima de responder como se suponía que debería haber hecho. Tampoco había hablado como un hombre responsable, si no como el adolescente que años atrás dejó de ser.
—¡Nora!
Ella no respondía. Seguía caminando agitadamente hacia el coche. Entró segundos después y puso el motor en marcha, pero no se movió de allí, ya que Dorian se colocó al lado de la puerta del conductor.
—Baja la ventanilla —rogó él.
—No. —Tenía las manos aferradas con ferocidad al volante—. Déjame. Vete, ¿eso es lo que quieres, no? Pues hazlo, no voy a impedírtelo.
Dorian pegó la mano al cristal, con ojos suplicantes.
—Por favor —insistió—. Baja la ventanilla. No puedes irte así.
En lugar de hacerlo, Nora cambió de opinión y abrió la puerta sin avisar. Se bajó del coche y se quedó plantada delante de su marido, expectante y confusa; suplicante y tenaz.
—Gracias por los gemelos —susurró Dorian, en un intento de empezar una conversación de reconciliación—. Son preciosos.
Nora se cruzó de brazos. Los labios le temblaban.
—¿Y ya está? —reprochó—. ¿No vas a decir nada más?
—No… Es decir sí, por favor, déjame acabar. —Tragó salivo y carraspeó—. Sé que estás enfadada, y tienes todo el derecho del mundo a odiarme, pero te suplico que me perdones. —Se acercó y le acarició la mejilla—. Por favor, Nora. No quiero esto. Sé que no debería haberte hablado de esa manera, y te pido perdón. Me arrepiento de haberte dicho todas esas cosas estúpidas. Yo… lo siento muchísimo.
Su mujer le abrazó y le besó en la mejilla, sollozando sin parar. Era una preciosa muñeca de porcelana… rota.
—Necesito saber qué es lo que estoy haciendo mal porque no puedo seguir así. —Se acercó a sus labios—. Quiero saber que está en mi mano el hecho de poder recuperarte.
Dorian cerró los ojos y la estrechó entre los brazos, enterrando la cara en esa preciosa melena dorada. Respiró con agonía, inhalando ese agradable aroma.
—No estás haciendo nada mal, Nora. El idiota que lo hecha todo a perder soy yo. Eres todo lo que necesito, lo que cualquier hombre mataría por tener, pero siento que a veces no puedo estar a la altura.
Ella se separó de repente y estudió su expresión.
—No, por supuesto que no. Eso es lo que tú crees, pero sí puedes hacerlo, cielo. Por eso me casé contigo —explicó—. Eres el único hombre por el que me he atrevido a dar el paso más importante de mi vida. Fuiste el único capaz de enamorarme locamente y demostrarme que puedo ser mejor si me lo propongo. —Alzó la mirada al cielo oscuro—. No digas que no estás a la altura porque sencillamente has superado todas las expectativas. —Se aferró a su cara con cuidado—. Eres perfecto, y doy gracias a Dios porque te cruzaste en mi camino.
Algo dentro de su magullado corazón le decía que no debía besarla, pero su cerebro ya estaba mandando órdenes a su cuerpo para que obedeciera. No tenía más opción; no podía mantenerse distante durante más tiempo así que terminó por acercarse todavía más y se fundieron en un beso que, si no era sincero por su parte, desde luego lo era por el lado de Nora.
Después de una charla interminable sobre lo que debían hacer, de una cantidad envolvente de besos de perdón, de miradas que lo decían todo, de silencios no dichos entre palabras que no decían nada, volvieron a casa y se metieron en la cama. Uno al lado del otro, próximos pero distantes, cercanos pero no juntos.


150


La preciosa rosa blanca que descansaba sobre la almohada desprendía un suave aroma que se colaba entre los primeros minutos de aquella desolada mañana. Estaba allí porque Dorian había decidido comprarla la noche anterior en un intento por solucionar de forma infantil sus problemas. Aunque amargamente Nora sabía que la entrega de una rosa no solucionaba absolutamente nada; sólo dejaba el rastro de la duda, de las huellas de todo aquello que no se decían por el miedo a perder… Ella estaba perdiendo en todo momento, cosa que se negaba a aceptar de ninguna de las maneras. Dorian era el premio a toda una vida llena de quebraderos de cabeza, y aunque sus peleas resultaran ser el actual pan de cada día, no soportaba el ligero rastro de sus últimos pensamientos, que la dejaban abandonada en un páramo emocional alejado de la mano de Dios, donde la confusión reinaba y la apartaba de ese hombre por el que sentía algo mucho más que amor. Quizás se hubiera convertido en una obsesión, pero tenía claro que el anillo que relucía en su dedo anular entrañaba mucho más que un sentimiento; dejaba claro que estaba total y absolutamente unida a él. Era ella misma por el hecho de haberse casado con Dorian. Si le perdía, también se perdería a sí misma, y entonces ya no sería capaz de volver al sitio que antes solía llamar hogar.
Se había dirigido directamente al cuarto del baño para darse una ducha. Hacía días que no perdía el tiempo en desayunar; el simple hecho de entrar a la cocina e intentar convencer a su estómago para que aceptara de buena gana algo nutritivo no tenía el más mínimo atractivo. Además de esa dificultad, también estaba el pequeño e intermitente conflicto cada vez que sus ojos iban a parar accidentalmente a esa otra botella medio vacía, haciendo que recordara que era ella la encargada de beberse con agonía ese licor que quemaba las venas, a pesar de odiar el alcohol.
No dejaba de pensar en el dinero gastado en aquellos gemelos personalizados. Había estado ahorrando a sus espaldas para darle la gran sorpresa, y después de una enfermiza eternidad, por fin se había decidido. Estudió al detalle la perfección del regalo. Sus iniciales formando un pequeño objeto de plata resultaba original, y confiaba en acertar, pero el empeño y esfuerzo expuestos al máximo para conseguir la gratitud de su marido se habían desbaratado con tanta facilidad que habría podido esconderlos bajo tierra, para no tener así que recordarse una vez más lo estúpida que había sido por creer que la entrega de un regalo para celebrar un mes más de aquella tormentosa relación podía arreglarse de forma tan sencilla. No, desde luego todo había dejado de ser sencillo. Los días pesaban en el alma como una tonelada, y verse el anillo en el dedo era más bien un castigo que un placer.
Cuando terminó de observarse con un alto grado de desaprobación en sus propios ojos, se envolvió el cuerpo con una toalla y salió del baño con el pelo revuelto y húmedo. Entró en la habitación sin hacer ruido pero pudo comprobar que Dorian estaba despierto: los ojos nítidos y el pelo atractivamente revuelto hacia arriba hablaban por él. Llevaba el torso descubierto, y los abdominales se le marcaban claramente. Estaba en forma, mucho más que eso era el hombre perfecto, su hombre perfecto… No quería catalogarlo con la misma facilidad que un objeto de su propiedad, pero ese individuo al que llamaba marido despertaba en ella el deseo de hacerle saber todo aquello que sentía, guardado bajo llave en lo más profundo de su intelecto.
—Buenos días —susurró Dorian.
—Hola —correspondió Nora, sorprendida de que él fuera el encargado de dar el primer paso—. ¿Cuánto tiempo llevas despierto?
—No mucho, en realidad. Me he despertado hace un par de minutos y he visto que no estabas.
—Bueno, ya he vuelto. —Se observó a sí misma, con la toalla como única prenda que le cubría—. Me estaba dando una ducha.
—Ya… —Se acercó a ella y la besó en la frente, justo antes de abrazarla—. Hueles muy bien.
Nora se puso de puntillas y le besó con ganas. Si era alguna especie de oportunidad, tenía que aprovecharla.
—¿Has dormido con la rosa?
Ella desvió la mirada hacia la cama, en la zona donde solía dormir; la rosa descansaba sobre su parte de la almohada.
—Sí… —Se ruborizó—. Me apetecía dormir con algo que fuera tuyo. —Le acarició el pecho desnudo—. Gracias.
—De nada. —Se encogió de hombros—. ¿Has desayunado?
—No tengo hambre.
Su marido arrugó los labios.
—Creo que tu estómago no opina lo mismo.
—Bueno, en ese caso podría hacer una excepción si me acompañaras.
El despreocupado rostro de Dorian se esfumó; volvía a él la continua tensión diaria.
—¿Desayunarías sólo si yo también lo hiciera?
—Ya sabes lo que quiero decir. —Suspiró—. Me sería más fácil…
Dorian se desplazó hacia un lado, dispuesto a abandonar la habitación.
—Todavía no me has respondido.
Él se giró, confuso.
—¿Qué quieres decir?
—¿Te apetece que desayunemos juntos?
—Sí, por qué no…
Tomándose aquello como una probabilidad de empezar bien el día, Nora se dispuso a vestirse con rapidez para no perder el tiempo. Sacó la ropa interior de uno de los cajones de la cómoda y acto seguido se quitó la toalla, pero al hacerlo, se volvió hacia su marido, que desvió la mirada al instante, actuando como si fuera un desconocido.
—¿Por qué haces eso?
Dorian levantó la mirada, indeciso.
—¿Hacer qué?
—Apartar la vista —contestó Nora—. Acabas de hacerlo cuando me he quitado la toalla.
Él no dijo nada. Se quedó pensativo, incómodo. Como si se sintiera extraño en esa situación de lo más normal.
—No hay nada que no hayas visto antes. —Levantó la cabeza con orgullo mientras comenzaba a ponerse la ropa interior—. Soy tu mujer, Dorian.
—Sí, pero no quiero incomodarte…
—¿Incomodarme? —No comprendía lo que acababa de oír—. Me has visto desnuda tantas veces que ya he perdido la cuenta.
—Sí, pero no me refería a eso… Olvídalo. —Sacudió la cabeza—. Espérame en la cocina, ¿de acuerdo? Voy a darme una ducha.
Nora observó a Dorian alejarse, atravesar la puerta y perderse a lo largo de todo el pasillo. Después, escuchó la puerta de uno de los baños cerrarse, y mientras se decidía entre hacer lo correcto y lo que de verdad quería, la piel se le erizaba, conteniendo las ganas de ir a buscarle. Las ganas locas de maravillarse de cerca con ese hombre pudieron más que el sentido común. Estando cubierta únicamente por la ropa interior, corrió hasta el baño y se quedó delante de la puerta, aferrando con intensidad el pomo. Instantes después, lo hizo girar con el mayor de los cuidados para no hacer ruido y, conteniendo la respiración, entró. Una suave niebla de vaho flotaba entre esas cuatro paredes blancas y relucientes. Al fondo, perdido entre el silencio opaco del agua cayendo sobre sus hombros, estaba Dorian, concentrado particularmente en no pensar en nada.
Se acercó de puntillas y le observó. Su marido mantenía los ojos cerrados y por lo tanto, aún no se había percatado de su presencia. Por eso, aprovechó la ventaja y, dejándose llevar, deslizó la mampara de cristal de la ducha hacia un lado y entró, empapándose al instante y aferrándose con amor a su marido.
—Nora… —Sus ojos demostraban lo desconcertado que estaba, viendo a su mujer aparecer allí como por arte de magia—. ¿Qué haces aquí?
—Quería estar contigo —susurró—. Hace mucho tiempo que no nos duchamos juntos. —Le abrazó otra vez, dejando escapar sollozos—. Lo echaba de menos…
El cuerpo de Dorian reflejaba claramente la tensión que sufría por dentro. Sus facciones, tan marcadas como siempre, evidenciaban lo incómodo que se sentía al haber sido invadido por su mujer.
—Necesito darme una ducha —alegó Dorian.
—Ya lo estás haciendo.
—Tranquilo —añadió él secamente.
Nora dio un paso atrás y entornó los ojos, dolida.
—¿Quieres que me vaya?
Tras pensar un minuto la respuesta, mientras el agua seguía mojándoles por igual, Dorian acabó por cerrar los ojos.
—No —murmuró—. Puedes quedarte, si quieres.
—Pero eso no significa que quieras que me quede. No es lo mismo.
Su marido apretó los puños, indeciso.
—Has sido tú la que ha entrado en la ducha sin avisar, Nora. Me ha sorprendido verte aquí, pero eso es todo. Quédate, ¿vale?
Algo más conforme, Nora se volvió a acercar y le acarició los hombros, las clavículas y luego subió por su cuello hasta tocar con los dedos las comisuras de los labios de esa boca que tanto adoraba.
—Eres tan perfecto…
—No —aseguró Dorian—. No lo soy en absoluto.
—Pues para mí sí lo eres…
Él extendió un brazo y la atrajo hacia su torso, besándola en la sien. Respiraba aceleradamente.
—¿Estás bien? —se interesó Nora.
—Sí, lo estoy.
Nora le acarició el pelo mojado y enjabonado y se estiró para besarle. Los labios de ambos, húmedos por el agua, formaban una extraña conexión. Cuando se separaron, aquella joven mujer estaba hecha pedazos por sentirse tan sentimentalmente inútil.
—¿Qué nos ha pasado?
Dorian ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
Ella le acarició las mejillas con auténtica devoción.
—Antes no podías tenerme ni un día lejos de ti porque te volvías loco. —Agachó la cabeza—. Ahora soy yo la que se está volviendo loca porque no sé qué hacer para volver a ponerlo todo en su sitio.
—No hay nada que arreglar —puntualizó Dorian, elevándole la barbilla con los dedos.
Eso quería creer ella, pero hacía bastante que las emociones se habían vuelto absolutamente irreconciliables. Se alzó tan bien como pudo, y soltó al aire la pregunta que más atormentaba su cabeza.
—¿Has dejado de quererme?
Cada centímetro del cuerpo de Dorian se tensó hasta el extremo. Se separó bruscamente y tras cerrar los ojos, volvió a abrirlos, descubriendo así una mirada poco habitual en él.
—¿Cómo puedes preguntarme algo así?
—Porque creo que a estas alturas ya resulta demasiado evidente. —Los zafiros le brillaban debido a las lágrimas que resistían por no salir—. ¿Es verdad? ¿Ya no me quieres?
Por un segundo pensó que Dorian acabaría por confesar, pero no.
—Te quiero, Nora. —Le colocó el pelo mojado detrás de la oreja—. Te quiero muchísimo.
—¿Y por qué has dejado de demostrarme lo que sientes? —Las lágrimas salieron finalmente de su escondite—. Me comporto como una cría cada vez que tengo que ir detrás de ti para suplicarte que me des un beso.
—¿Así es cómo te sientes?
—No, Dorian. Así es que cómo me haces sentir tú. —Se acercó y se aferró a su cara, manteniendo los labios muy próximos a los de su marido, pero sin llegar a tocarse—. No me buscas, no me tocas. —Percibió la sensación de un beso leve al entrar en contacto con él—. ¿Dónde se ha quedado la pasión que había entre los dos? Yo te adoro, pero eso no es suficiente para mí si no me demuestras que también me quieres. Hemos perdido el contacto y es lo que más me aterra. Te siento por las noches dormido a mi lado y lo que veo es un desconocido que no muestra el más mínimo interés por mí, cuando en realidad espero que ocurra alguna especie de milagro y reacciones. —Se pasó las nerviosas manos por el pelo mojado—. Me paso cada minuto de cada noche observándote, reprimiendo las ganas de abrazarte o de besarte, de saber que eres mío. Sentirte junto a mí como lo que eres, mi marido, es lo único que pido. —Le cogió una mano, entrelazándola con las suyas y le miró directamente a los ojos—. ¿Desde cuándo se ha convertido en una obligación hacer el amor? ¿Acaso no me deseas? ¿No quieres compartir conmigo la misma cama?
Dorian estaba tan profundamente confundido que no podía articular ni una mísera palabra. El agua caía por su rostro y por el resto de su cuerpo, dejándole con la misma apariencia que una estatua inerte de piedra.
—Necesito de ti, ¿lo entiendes? —continuó Nora, incapaz de dejar de hablar—. Necesito todo lo que tenga que ver contigo. Tu forma cariñosa de hablarme, de tocarme, de besarme… —Se mordió el labio, nerviosa—. ¿Hace cuánto que no me besas con… amor? Sé de sobra que besar a alguien no es lo mismo que juntar unos labios con otros, y lo peor de todo es que tú haces precisamente eso. Te limitas a actuar pero por más que trato de verlo, no encuentro el sentimiento por ningún lado. Se ha esfumado, y no logro comprender por qué. —Se dejó caer sobre la superficie de cristal—. En realidad, me aterra descubrir el motivo.
La expresión de Dorian iba adquiriendo progresivamente un cúmulo de pensamientos sin descifrar. No recordaba haberlo visto así antes.
—Te estás confundiendo —dijo sin demasiada convicción.
—¿Eso es lo que crees? —reprochó ella.
—Sí, porque es la verdad.
Nora sonrió de manera irónica, reprimiendo las ganas de gritar para liberar la desesperación que tenía acumulada en las venas.
—¿Alguna vez volverás a ser totalmente sincero?
Dorian intentó salir pero Nora le cortó el paso, arrinconándole sobre la pared blanca del fondo, llorando con más intensidad.
—Nora, por favor…
—Si de verdad me quieres —susurró con dolor—, demuéstramelo. Hazme saber que estás conmigo, que me valoras por quien soy, por lo que te hago sentir. —Le besó en la mejilla—. Quédate conmigo, Dorian.
Por más que trataba de ver en él al mismo hombre de siempre, no podía reconocerle. Se había perdido en un mar de dudas, y aunque doliera, tenía que admitir que ya no formaban una pareja. El vínculo no estaba.
—Quiero salir, Nora. Por favor.
—Y yo quiero que me escuches, maldita sea. —Se encontraba al límite de sus propias fronteras—. Estoy tratando de ser paciente pero ya no puedo más. Tienes que poner de tu parte, ¿lo entiendes? Porque si no, esto no funcionará.
Esta vez Dorian dejó de forcejear para intentar salir y se quedó quieto, cosa que Nora aprovechó para inclinarse sobre él y besarle, una y otra vez, arrancando con pesar los últimos vestigios de los viejos sentimientos.
—Nora… —La voz no le salía de la garganta—. Por favor…
—No te vayas, Dorian. Te lo ruego. —Le besó con más ganas, enterrando su boca en la de él, con el corazón palpitando hasta el extremo y las lágrimas mezclándose con el agua que caía de arriba.
Ese hombre confundido, parcialmente cedió, abrazando a Nora y elevándola sin dificultad, consiguiendo cambiar las posiciones, con aquella mujer entre sus brazos, apoyada ahora sobre la pared.
—Te quiero… —susurraba ella entre beso y beso.
Creía que por una vez había ganado la batalla, pero cuando estaba dejándose llevar, manejando la posibilidad de ir recuperándole poco a poco, Dorian se separó, soltándose de aquellos labios que le reclamaban lo que consideraban suyo, saliendo finalmente de la ducha.
—Ya es suficiente —susurró.
Nora no podía creerlo. Se había rebajado todo lo posible y no había servido para nada. Se había olvidado del orgullo y, ¿qué es lo que había recibido a cambio?
—No me hagas esto, por favor. —Se apoyó sobre la mampara de cristal, con el cuerpo mojado y tiritando—. Te necesito conmigo.
—No de esta manera.
—¿Y cuál es la manera para ti, Dorian? ¿Alejándonos cada día más? ¿Volviéndonos dos extraños que viven bajo el mismo techo hasta que llegue el momento en que no nos soportemos el uno al otro?
Él se colocó la toalla alrededor de la cintura y se volvió para mirarla.
—Eso lo has dicho tú.
—De eso se trata, que digo todas las cosas que tú ni siquiera te atreves a mencionar. —Sollozó—. Eres un maldito cobarde.
—¿Ves? Ahora sabes que no soy perfecto.
—Sí, puede que me aterre tanto perderte que me aferro a algo que ni siquiera es real. Y todo esto es por tu culpa.
Dorian apretó los puños con rabia.
—Entonces ya sabes lo que tienes que hacer —apuntó—. Si no puedo hacerte feliz, si no estás conforme con aquello que puedo darte, sólo nos queda una solución.
Las piernas de Nora se volvieron de gelatina. El corazón le dio un vuelco por escuchar algo así. Antes, sólo estaba en su imaginación, ahora, la verdad más sobrecogedora acababa de ser mencionada por la boca de su propio marido.
—¿Estás rompiendo conmigo?
—No, pero necesito tiempo para pensar.
—¿Para qué? —replicó ella, hecha una furia—. ¿Para decirme que ya no sientes lo mismo? ¿Para dejarme?
—Nora no voy a dejarte, estoy casado contigo.
—¿Y eso qué diablos importa? —Movió los puños en el aire—. Si quieres dejarme, lo harás de todas formas. Un anillo no significa nada si he dejado de importarte. No impedirá que te vayas.
—No…
—¿No qué? —chilló.
—No voy a irme.
—¿Y eso de qué servirá si sigues comportándote de la misma manera? —entonó, presa de la rabia—- ¿De qué me servirá que sigas a mi lado si tus acciones me demuestran que no es eso lo que quieres?
—¿Y tú? —espetó él de repente—. ¿Sabes lo que quieres?
—Sí, yo sí lo sé, Dorian. Y te quiero a ti, pero no tengo ni idea de lo que quieres tú. Y creo que no eres feliz a mi lado. —Se enjugó las lágrimas—. ¿Me equivoco?
Él salió de allí sumido en el más absoluto de los silencios, pero Nora, que acababa de dejarse caer en la ducha, ya sabía la respuesta. Aquel cruel silencio se lo había dicho. Ahora, mejor que nunca, conocía la verdad. Todo se había acabado, y lo peor de todo es que le quería mucho más que antes.
Durante toda su vida había tenido un éxito rotundo con los chicos, rompiendo corazones descaradamente a diestro y siniestro, sin ni siquiera pararse a pensar en ello. Ahora, que las tornas habían cambiado radicalmente, entendía perfectamente lo que se sentía. Acababan de romperle el corazón, y la persona que lo había hecho era precisamente aquella que más quería en el mundo.


151


Había llegado al límite de su propia conciencia. Había superado con creces todo lo meramente aceptable, y sabía que el principio del fin estaba cerca, desencadenándose delante de su persona, proclamando la victoria inminente de todo aquello que había estado eludiendo, pero no podía continuar así. La verdad estaba justo delante de sus ojos; bastaba la determinación necesaria para arrojar la venda al suelo, y aunque aún se sorprendiera por ello, ya había tomado la decisión de desenmascarar esa patraña que no daba más de sí.
Desde que le conoció había vivido inmersa en un auténtico sueño, pero por más que le pesara en el alma, el tiempo de gracia se había terminado y tenía que despertar, antes de que fuera demasiado tarde, antes de convertirse en la clase de mujer que consentía absolutamente todo por amor. No, ella no era así y no podía hacer una excepción con Dorian. Al fin y al cabo, ya no era tanta la utopía que albergaba en su memoria; el presente era nefasto y el futuro sería igual de pésimo si no reaccionaba. Al menos, tenía que intentarlo. Sus acciones la definían. No era propensa a dejarse llevar por la corriente, y en esa ocasión, tampoco se vería arrastrada por sus sentimientos. Si merecía el respeto correspondiente por parte de los demás, antes tenía que tener amor propio, así que no podía permitir bajo ninguna circunstancia que la engañaran, y menos de esa forma tan vil, aparentando ineficazmente por delante y haciendo Dios sabe qué a las espaldas. No, definitivamente no era la clase de mujer que permitiría que se burlaran de ella colgándole el cartel de mujer permisiva que consentía que su marido tuviera una amante. Esta vez lo descubriría, aunque para ello tuviera que llevarse todo por delante.
El cielo gris clareaba con lentitud a primera hora de la mañana, y reflejaba perfectamente el estado de ánimo de Nora. Era una mezcla curiosa de adrenalina y tormento, presa por el deseo de averiguar la verdad; ni siquiera había esperado a ver amanecer para levantarse de la cama. Lo que ese día aguardaba no podía ser obviado, por eso deseaba empezar lo antes posible, teniendo la absoluta certeza de que al final del día muy probablemente todo su mundo, construido paso a paso, se acabaría de un solo asalto, con el golpe de gracia generado por su hasta entonces fiel… marido.
Se había dado una ducha rápida y después de tomarse un ligero vaso de zumo, metió en el bolso unas gafas oscuras y una gorra; las necesitaría para lo que tenía pensado llevar a cabo. Lo había pensado mucho, y tras ejecutar toda la secuencia de actos al menos un millón de veces en su cabeza, ya había llegado el día. Nada podría salir mal. El plan no tenía fisuras, o si las tenía igualmente saldría bien, porque Dorian estaría tan ocupado que incluso sería incapaz de verla venir ni estando a un metro de distancia, por eso se decía una y otra vez que estaba siendo muy valiente; llegar al fondo de esa gran mentira que tenía las horas literalmente contadas.
Como último capricho, se había permitido el gusto de contemplarle un rato antes de que se despertara. Era una especie de despedida sin que él se enterara. Dormido, relajado y ajeno a lo que pasaría más tarde, parecía alguien diferente, y desde luego, con todas las evidencias notables que le había dado involuntariamente a Nora, lo era. Había dejado de ser ese hombre ejemplar, ese vínculo de referencia y apoyo al que poder mirar para deleitarse con lo bien hecho. Ahora, convertido en la sombra de alguien que no valoraba lo que hasta en ese momento tenía, la máscara se había caído, desvelando los oscuros secretos de alguien perfecto hasta la fecha. Pero al final, como todos los demás, el príncipe no era precisamente azul; desteñía descaradamente.
Esperaba ansiosa en el salón hasta que los nervios pudieron con ella y fue al garaje para sacar el coche. No quería perder el tiempo. Hasta pensó en la posibilidad de dejarle una nota en lugar de esperar a que se despertara, pero cuando estaba a punto de cambiar de opción, Dorian apareció en el vestíbulo.
—Buenos días —saludó amablemente—. ¿Qué haces despierta a estas horas?
—Tengo que irme —informó—. Se ha acumulado un montón de trabajo y tenemos que solucionarlo.
—¿Cuándo?
—Hoy —contestó, intentando no perder la paciencia—. Nos llevará todo el día y posiblemente no acabemos hasta esta noche.
Él ladeó la cabeza, muy pensativo.
—¿Y desde cuándo lo sabías?
—Desde ayer.
Dorian carraspeó sonoramente. Estaba molesto.
—¿Y no pensabas decírmelo?
—Te lo estoy diciendo ahora, Dorian. —Sacudió la cabeza—. De todas formas, últimamente no estamos precisamente receptivos el uno con el otro y… —Se mordió el labio—. Bueno, se me olvidó decírtelo.
El silencio se podía cortar con facilidad. Ninguno de ellos quería aquello.
—¿Cuándo llegarás?
Nora actuó todo lo bien que pudo, simulando pensar durante un rato.
—No lo sé, pero bastante tarde. —Se agitó el pelo en gesto triunfal—. Quizás con un poco de suerte pueda llegar a eso de las nueve o diez de la noche.
Su marido frunció el ceño y se rascó la barbilla.
—¿Ocurre algo? —quiso saber Nora, sabiendo que sus palabras habían causado el efecto deseado.
—No, nada. —Se encogió de hombros—. Es que no sueles pasarte todo el día en el invernadero, eso es todo…
—Lo sé, pero no me queda más remedio que aceptar. Hay varios problemas que solucionar. No te imaginas los inconvenientes que hay detrás de todas esas plantas. Supongo que les faltan voluntarios para quedarse hasta tan tarde, así que no puedo decir que no. —Puso los ojos en blanco—. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, puedes llamarme, ¿de acuerdo?
Estaba a punto de salir por la puerta principal, pero algo se lo impidió.
—Nora.
Al escuchar su nombre, se volvió enseguida, manteniendo a raya las emociones superficiales.
—¿Qué?
—¿No vas a despedirte?
Por un momento, eso le hizo cambiar de opinión acerca de sus intenciones de desenmascararle, pero recuperó la cordura y siguió interpretando su papel de buena esposa.
—Oh, claro —murmuró—, lo siento. —Se acercó con rapidez y le besó con intensidad pero sin llegar a sentirlo del todo, apartándose milésimas después—. Espero que pases un buen día.
—Gracias —susurró él, acariciándole la mejilla—. Te esperaré para la cena, ¿vale?
—No es necesario, Dorian. —Desvió la mirada a propósito—. Cenaré con mis compañeros de trabajo. —Sonrió fríamente—. Adiós.
Tenía intención de marcharse, pero ahora era Dorian quien no le dejaba hacerlo, manteniendo su mano aferrada alrededor del brazo de ella.
—Oye —comenzó a decir en tono de disculpa—, siento mucho lo que pasó el otro día, Nora. No sé qué diablos me pasó, pero no quería tratarte así.
—Ya, pero lo hiciste.
—Quiero… —Tragó saliva—. Necesito pedirte perdón. —Le acarició el pelo—. De verdad, lo siento mucho.
Nora se deshizo de las ataduras de él y se escabulló, intentando no tirar la toalla.
—Ya, yo también lo siento. —Deshizo a trompicones el nudo en la garganta—. No sabes cuánto. —Y salió de allí en un abrir y cerrar de ojos.


152


El inesperado viento matutino le cortó la cara mientras esperaba con ansias el que sería su coche durante aquel día. El primer paso consistía en eso, en alquilar un automóvil cualquiera para no llamar la atención; merodear como un tiburón por los alrededores del estudio de Dorian con su propio coche sería un suicidio, y estaba decidida a no pasar por alto ningún minucioso detalle, por eso se le iluminó la cara cuando por fin se sentó en ese asiento que olía a cuero; estaba en buen estado y la pintura de la carrocería era negra. Así que después de pagar, se dirigió a toda prisa al lugar donde debía permanecer unas cuantas horas vigilando hasta que Dorian se atreviera a salir; lo peor sería llegar y no encontrar evidencias suyas por ningún lado. Eso sería terrible, porque aparte de no saber por dónde continuar, la oportunidad se le habría escapado, y dudaba enormemente de que siguiera contando con las fuerzas necesarias para investigar otra vez en una nueva ocasión.
La presión se le acumulaba en el pecho. Las manos, aferradas desesperadamente al volante, contenían el deseo de impactar contra algo su furia reprimida. Seguía preguntándose en qué momento pasado se le había ido de las manos el hecho de confiar ciegamente en Dorian. Nada había sido extraño, pero a raíz de su marcha de pocos días por trabajo, todo se había ido al traste. ¿Por qué? ¿Acaso el hombre con el que se casó no había sido feliz en ningún momento y aprovechó al máximo la ausencia de ella para desquitarse con la vida que le había tocado? ¿Era nada más que falsas apariencias, desvelándose en realidad su auténtica personalidad? ¿Había sufrido alguna especie de crisis emocional o por el contrario siempre había sido así, incapaz de conformarse con una sola mujer? Sí, Dorian era increíblemente atractivo tanto por dentro como por fuera, pero eso no le daba derecho a jugar así con los sentimientos de su mujer, que se había desvivido para que todo saliera a pedir de boca. Ahora, que estaba a un paso de retirar el telón del escenario, no sabía exactamente con qué iba a encontrarse. Las posibilidades eran infinitas, y no estaba completamente preparada para verle la cara a una desconocida que le había arrebatado su posesión más valiosa.
Aparcó a una distancia prudencial de la entrada, además de recogerse el pelo en una improvisada coleta y ponerse la gorra y las gafas de sol. Después, se cambió de camiseta; de esa guisa, no podría reconocerla ni estando delante de él, por eso trató de mantener a raya los nervios, mintiéndose descaradamente cuando se decía que todo saldría bien. ¿Cómo iba a ser eso posible si había firmado la sentencia definitiva que pondría el cierre a su efímero matrimonio?
El interior de esa minúscula atmósfera sobre cuatro ruedas se llenaba tristemente con el sonido de las notas que emanaban del reproductor, repitiendo una y otra vez todas esas canciones que tiempo atrás hicieron suyas, pero lamentablemente era ella la única que perdía los minutos en volver a escucharlas, deseando retroceder, cuando todo era perfecto o al menos tenía todo el aspecto de serlo. Cada segundo evocaba un recuerdo diferente, pero aquellos que más conseguían deprimirla eran los de su boda y posterior luna de miel. Jamás se había sentido tan unida a alguien, comprendida y satisfecha al mismo tiempo. Dorian se había convertido en el amo de su universo, en la pieza más importante del juego, y ahora no era más que un vulgar impostor que escondía sus verdaderas intenciones bajo una mísera sonrisa. No, ya no continuarían por ese camino de mentiras y realidades transformadas inútilmente; había tenido miles de oportunidades para darle la vuelta al asunto y si no lo había hecho ya, no lo haría más adelante, así que le tocaba a ella tomar las riendas y decidir —muy a su pesar—, que estaba mejor sin él, con una vida alejada de todo lo que había considerado un bien común.
Las tripas le rugían con fervor, pero desconocía la causa exacta; no comer demasiado en las últimas semanas era algo a tener en cuenta, pero los nervios mezclados con la incertidumbre y el pavor se volvían sólidos candidatos para explicar el temblor exagerado que experimentaba su cuerpo. La cabeza le daba vueltas, y el continuo cosquilleo en las yemas de los dedos no permitía ni un respiro. No sabía cómo iba a aguantar todo ese tiempo escondida allí, controlando a su presa. ¿Así era cómo quería llamarlo? No, pero tampoco quería buscar un sinónimo; a fin de cuentas estaba acechando entre las sombras, y ya no era su aliado, si no una especie de amante y amigo convertido en enemigo que no correspondía como marido.
Pensó en sus padres; ellos sí que eran la viva imagen de la felicidad y el compromiso a través del tiempo. Llevaban toda la vida juntos, y todavía podía encontrarse en sus miradas un reflejo de aquello que seguían sintiendo el uno por el otro. Sí, quizás la pasión desbordante de los primeros años ya no estuviera presente, pero el amor surgido entre ambos seguía allí, recordándoles al resto del mundo que el amor sí que podía durar. Por el contrario, a ella se le había acabado antes de tiempo, antes si quiera de percatarse de las fisuras. Por eso recordaba con pesar las palabras de duda de su padre cuando les comunicó su intención de casarse con un hombre al que ellos ni siquiera habían visto. Le había reprochado su inmadurez, la falta de experiencia por dejarse llevar, y ella se había cerrado en banda por catalogar esas palabras como injustas. Ahora, no obstante, se volvían un puro reflejo de su realidad, porque se daba cuenta que, al menos por una parte, había sido un error rotundo tener prisas por casarse con alguien al que conocía de hacía seis meses. Y por ello había tenido que pagar un precio muy alto. En lugar de ser feliz, de estar concentrada en otro tipo de cosas, se entretenía espiando a su marido. ¿Qué opinarían los demás? ¿Era buena idea no mencionarle a nadie lo que ocurría? ¿Estaba lo suficientemente preparada como para aceptar medianamente bien la sacudida que se escondía detrás de todo aquello?
Nadie la obligaba a seguir; no tenía un arma apuntándole a la cabeza para asegurarse de que estuviera allí. La decisión era suya, y no tenía por qué pasar por algo así. La certeza ya estaba presente, la duda sembrada daba sus primeros frutos y no tenía necesidad de envenenarse a sí misma con algo tan sombrío. Podía largarse si era eso lo que quería; de todas formas nada volvería a ser como antes, no tenía arreglo, y el matrimonio era insalvable. Pero aun así, algo silencioso proclamaba entre susurros la vital importancia de estar presente, para evitarse así la posterior oleada de remordimientos por pensar que quizás se habría equivocado. Si se quedaba, y comprobaba por ella misma lo que ya sabía, no habría margen de error. Las cosas estarían claras y podría terminar de una sola sentada con aquello que no la dejaba vivir.
Se miraba en el espejo retrovisor, orientado hacia su posición; lo que veía desbarataba todos sus intentos por sentirse mejor. Era como si hubiera envejecido diez años de golpe, como si los días se hubieran convertido en años y la culpa pesara como el acero, incapaz de sobreponerse a algo tan brutal que ni siquiera la persona más cualificada podría soportar. Tenía que apretar los dientes, cerrar los ojos y permanecer de pie todo el tiempo posible.
La gente de la calle seguía su rutina y nadie parecía fijarse en ella. Dentro de ese coche, camuflada, pasaba desapercibida, pero al igual que alguien se siente observado por miles de ojos cuando hace algo que no está bien, Nora experimentaba una sensación tensa, creada por la idea de estar siendo vigilada, pero nada más lejos de la realidad. Era un minúsculo punto dentro de aquella caja metálica, escuchando el eco de su propia y agitada respiración, con los músculos cargados y la crepitante ilusión de la pérdida inminente hondeando sobre su perturbada cabeza.
Concentraba la vista en el reloj. Las agujas parecían ir hacia atrás en lugar de hacer su recorrido habitual. Los minutos tardaban una realidad en consumirse, y la esfera de cristal reflejaba débilmente el rastro de esos ojos que habían dejado de expresar la vitalidad propia de su edad. Ya no se sentía joven, ni guapa, era sencillamente una chica demasiado risueña, creando su particular mundo en las nubes, y por ello incapaz de ver lo que tenía delante de sus propias narices.
Removió con las manos el interior de su bolso; había muchas cosas inútiles allí dentro, pero consiguió encontrar lo que andaba buscando. Sacó su cartera y la abrió lentamente. Fijó la mirada en el montón de fotos que tenía guardadas; hablaban de un tiempo pasado, cuando formaban la pareja ideal. Ahora, examinándolas desde otra perspectiva bien diferente, no era lo mismo. Eran un bonito recuerdo de algo que había dejado de existir. Se las llevó cerca del pecho y las apretó contra sí misma en un vano intento por sentir algo, pero era demasiado tarde. La luz al final del túnel no estaba; se había vuelto ciega y no le quedaba más opción que fiarse de sus otros instintos. Desde luego, el mundo se le había quedado grande, demasiado grande para una niña que todavía aspiraba a controlar la vida que tenía entre manos.
El tiempo transcurrido se asemejaba demasiado a la arena de un desierto; por más que pasara, siempre había más y más, sin poder vislumbrar nada nuevo. Se desesperaba a pasos desmedidos, así que pensó en la posibilidad de abandonar la seguridad y el anonimato del coche, pero se resistía a salir a plena luz del día. ¿Y si alguien conocido la descubría? La noticia no tardaría demasiado en llegar a oídos de Dorian, así que no sabía qué hacer, pero todavía faltaba demasiado para la hora de salida de su marido. Además de todo eso, comenzaba a sentir hambre; se había olvidado de guardarse algo que poder llevarse a la boca, así que literalmente estaba a la deriva. Su misión era esperar, y nunca se le habían dado bien las esperas. Su paciencia no era precisamente su fuerte, pero por esa vez no le quedaba más remedio que hacer una excepción.
Las horas pasaban cruelmente hasta convertirse en polvo. Los párpados se volvían cada vez más pesados y muy a su pesar, comenzaba a quedarse dormida. La falta de sueño que había acumulado le estaba pasando factura en el peor de los momentos. Se resistía contra aquello, pero ya era demasiado débil en todos los sentidos.
Cuando abrió nuevamente los ojos, la primera reacción automática fue llevarse la muñeca cerca de los ojos para averiguar cuánto tiempo había pasado. Al hacerlo, descubrió que había dormido mucho más de lo esperado, y se maldijo por dentro. Comenzó a mirar en todas direcciones, pero segundos después, encontró lo que buscaba. El coche de Dorian seguía aparcado allí, justo donde estaba antes de quedarse dormida, sin embargo, no las tenía todas consigo, ya que quizás eso no resultaba ser suficiente para cerciorarse de que su objetivo no había huido por la puerta de atrás, por eso se atrevió a salir del coche por primera vez; se sentía como un bicho raro escondida detrás de las gafas y la gorra, pero no tenía otras opciones.
Un sonido conocido le llegó sin avisar. Una vibración a través de la tela del bolsillo de sus pantalones provocó una reacción de pánico. Miró en todas direcciones antes de atreverse a mirar quién llamaba. Deslizó la mano a través del bolsillo y sacó el móvil. Sí, era él quién estaba llamando, y eso era algo verdaderamente extraño. ¿Por qué lo hacía? ¿Acaso estaba viéndola en aquel preciso instante desde algún punto de la calle? Decidió no contestar; dejó que sonara durante varios segundos hasta que por fin volvió el silencio. Respirando con dificultad, volvió al coche sin pensárselo dos veces. Se quitó las gafas y la gorra y escondió la cara entre las manos, sintiéndose inútil y desprotegida. Únicamente se había limitado a ignorar a su marido y la sacudida por dentro había sido considerable. ¿Cómo demonios iba a ser capaz de tolerar fisiológicamente el impacto de verle acompañado de otra mujer?
Después de un largo intervalo de silencio y reflexión, se atrevió a comprobar si Dorian le había dejado un mensaje en el contestador. Por desgracia, así era. Unas cuantas líneas verbales comentando lo ocupado que estaba; también volvía a pedir perdón por su comportamiento inadecuado y la ya conocida excusa para anunciar que tardaría algo más de lo normal en volver a casa.
Su cabeza se movía hacia delante y hacia atrás, percibiendo sobre la frente el suave tacto del volante. Quería sumergirse, enterrarse en algo para no seguir con esa amargura. Y lo peor de todo era saber que aún no había empezado. La temperatura iba en aumento, subiéndole hasta la altura de las sienes, como una segunda piel, inyectándole todo el odio que podía tolerar. Se convertía en una especie de heroína intentando atar los cabos sueltos…
La tarde llegó a marchas forzadas. El color del día se atenuaba ligeramente y las calles se llenaban con énfasis gracias al buen tiempo. Mientras tanto, ella seguía profundamente inmersa en esa urna de acero, plástico y neumáticos, intentando sostener un poco más la angustia. ¿Cuánto tiempo inhumano llevaba allí? Ya había perdido la cuenta, así que miraba una y otra vez el reloj de su muñeca, contando al unísono los segundos transcurridos. Los rayos de sol se colaban por algunos espacios abiertos de los cristales, y uno de ellos impactó suavemente sobre la piel de su mano, tiñéndola de un dulce color naranja. La movió con lentitud y acto seguido tuvo que cerrar los ojos brevemente porque la luz se reflejaba sobre su alianza. Apartó la mano hacia un lado de sombra y movió hacia arriba y abajo los dedos, pero era incapaz de apartar la mirada del dedo anular. Se quitó el anillo y por un momento pensó que lo más adecuado era arrojarlo por la ventanilla, pero su cordura reaccionó antes que la rabia y decidió que era mejor no hacerlo. Volvió a ponérselo en su sitio y soltó un sollozo. Se cubrió la mano derecha con la izquierda y apoyó la cabeza en el respaldo. Desvió la mirada hacia la calle y dejó que se perdiera, entre adoquines, voces y asfalto. Todo era sumamente homogéneo hasta que, por puro azar o presentimiento, alzó la vista hacia un plano más alejado y le identificó sin problemas.
Allí estaba, saliendo de su estudio de grabación, tan alto, tan atractivo y tan recientemente descubierto… mujeriego. Caminaba con paso decidido, con el cuerpo relajado y una inquietante sonrisa sobre la boca. Se acercó hasta su coche y, tras guardar algunas cosas en el maletero, se subió de inmediato y arrancó. Fue en ese momento cuando Nora tardó en reaccionar. No era habitual que saliera a esas horas, pero a esas alturas ya nada resultaba habitual en él. Dorian aumentó la velocidad del vehículo y ella no tuvo más remedio que despertar para no perderle. Arrancó con violencia el motor y se puso en marcha, tomando el mismo sentido que Dorian. Había poco tráfico, pero el suficiente como para dejar una distancia prudente entre ambos automóviles.
Las pulsaciones iban aumentando a una velocidad frenética. Había esperado horas para que llegara ese momento y ahora era incapaz de afrontarlo. No quería saber nada de lo que podía encontrarse, sin embargo su cuerpo no reaccionaba de la misma manera que su cerebro. Pisaba el acelerador sin calma ninguna y se había saltado varios semáforos. Experimentaba una disonancia dentro de sí misma, pero ya no podía dar marchar atrás. Era extraño que algo así estuviera teniendo lugar; unos metros más adelante, continuaba circulando el coche que contenía ese hombre convertido en un completo extraño. Y allí estaba ella, persiguiéndole tan bien como podía, siguiendo las pistas para desenmascarar la verdad.
—Esto no puede estar pasando… —repetía, pero sí que podía, era real, demasiado tal vez.
Todavía no se lo podía creer. Asumir el hecho de que su marido tuviera a otra era sencillamente desgarrador. Ella lo tenía todo, ¿no? Bueno, ya no. Había dejado de ser el centro de atención; estaba en el banquillo y una sustituta posiblemente mejor ocupaba su lugar. Teniendo eso en mente, ¿cómo no venirse abajo? Quería llorar, pero ya lo había hecho demasiadas veces en un intervalo muy corto, y desde luego él no se merecía ni un ápice de sus lágrimas. Había dejado de ganárselas, al igual que su compasión y su amor. No merecía tener su consideración ni perdón. No, algo así no tenía excusa. Ella jamás hubiera sido capaz de hacer algo así. Aparte de quererle con locura, si las cosas se hubieran complicado tanto, Nora habría dicho la verdad en caso de sentirse acorralada; si hubiera dejado de sentir amor por su marido debido a otro hombre, habría acabado por confesar, y no se habría limitado a jugar al mismo tiempo con el destino de dos personas.
Atravesaban la ciudad con ritmo rápido. Ahora los coches eran menos y por eso tuvo que ingeniárselas para ponerse la gorra y las gafas de nuevo mientras mantenía aferrado el volante. Se sentía enormemente ridícula con ese disfraz, pero tenía que aguantar. Era la oportunidad que había estado esperando, a tan solo un paso de verle la cara a esa sin nombre. Por más que lo intentaba, no recordaba haber estado antes en esa parte de la ciudad. Los edificios no le resultaban familiares, y los continuos giros se sucedían con demasiada frecuencia. Tenía la sensación de dar vueltas sobre sí misma como una peonza; las calles parecían iguales, sucesivas repeticiones. Así no tenía nada claro salvo una cosa: Dorian se las había ingeniado bastante bien escondiéndose en el otro extremo de la ciudad, pero por suerte o por desgracia, su plan iba a dejar de tener el éxito logrado.
Cuando quiso darse cuenta, el coche de Dorian se metió por una calle algo más desapercibida y redujo la velocidad hasta pararse. Para seguir oculta, pasó de largo y tras dar un rápido giro al final de la calzada, aparcó el coche de alquiler que conducía en un sitio idóneo, de manera que veía de frente y a una distancia de seguridad todos los movimientos de su marido, que acababa de bajarse del coche y se dirigía con buen paso al otro lado de la calle. Para su sorpresa, Nora se dio cuenta que estaba a punto de entrar en un hotel que ni siquiera había visto al girar la calle. Estaba demasiado escondido, pero tenía cierto encanto, con la fachada pintada elegantemente de blanco.
Se le disparó el ritmo cardíaco hasta el extremo. Tragó saliva y la boca se le secó. Por un momento se convirtió en una especie de maniquí, incapaz de moverse. Justo cuando comenzaba a temblar, Dorian desapareció de su campo visual; había llegado a su objetivo, y a Nora se le cortó la respiración. ¿Era eso todo lo que iba a ver? ¿Se iba a quedar allí plantada hasta que decidiera largarse, huyendo sin atreverse a descubrir la verdad? ¿Había dicho mentiras, ahogado sentimientos y cruzado la ciudad para quedarse con esa mala sensación? Se sentía terriblemente estúpida. Se había imaginado las cosas de modo diferente, pero sabía que Dorian era muy inteligente. Si tenía algo que ocultar, lo haría bien, y por lo tanto no se permitiría pasear de la mano por la calle con nadie que no fuera ella, sabiendo que por puro azar podría encontrarse con las personas inadecuadas. Pero algo así, le desgarraba el pecho. Saber que su marido era capaz de cruzar la ciudad para verse a escondidas con su amante era un estallido nuclear. Ese era su plan de todos los días; mentía diciendo lo ocupado que estaba en el estudio y en realidad hacía eso otro...
Podía sentir el centelleo violento de las pulsaciones. Tenía la boca abierta como un pez que intenta respirar fuera del agua, solo que ella no necesitaba agua, si no el oxígeno que su marido acababa de robarle al presenciar esa escena. No daba crédito a lo visto, no quería creerlo, pero después de suplicar un milagro que no llegaría nunca, por fin tenía la absoluta certeza de que su querido marido le estaba siendo infiel. ¿Qué más necesitaba? ¿Quién en su sano juicio atravesaría una ciudad entera para refugiarse en un hotel y tener buenos e inofensivos motivos para hacerlo? Era real, una verdad indiscutible. Había descubierto su engaño y ahora solo tenía que… Bueno, en realidad era la parte más difícil. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Entrar chillando como una loca, tratando de descubrirle con las manos en la masa mientras abría de par en par cada puerta de las innumerables habitaciones? No, era demasiado hasta para ella. Su carácter, antaño parecido al de un león fiero, ahora no era más que el de un gatito doméstico. Sabía que no podría hacerlo, pero la solución tampoco la encontraría allí, metida dentro de ese coche. ¿Debía esperarle? ¿Aguardar un montón de horas hasta que decidiese volver a salir? ¿Y qué le diría después? ¿Sería capaz de enfrentarle cara a cara? La verdad no, porque estaba ya tan despiadadamente desesperada que se aferraría a lo más ilógico, incluso haría un esfuerzo por creer sus mentiras para soñar momentáneamente que todavía no estaba todo perdido.
El tiempo se había parado; si antes le había parecido lento, ahora era una pesadilla. El nudo en la garganta era amargo, detestable, incapaz de desaparecer. Temblaba de la cabeza a los pies, pero en lugar de sentir frío, la oleada creciente en su interior derramaba pura lava, incandescente, sublime, arrogante y voraz. Se estaba deshaciendo, volviéndose de gelatina, con frondosas lágrimas cayendo irremediablemente por las mejillas. No era una mujer adulta, sólo había intentando serlo pero ahora se daba cuenta que la vida no era un juego, pero sobre todo, el terror de saber que nunca se puede llegar a conocer completamente a una persona le inundaba cada minúsculo ápice de sus locas terminaciones nerviosas. Se apoyó sobre el volante con la cara escondida entre los brazos, sollozando y sintiendo miles de punzadas sobre el tórax. Sentía que no le quedaba nada entre las heladas manos, porque los recuerdos a los que aferrarse no valían de nada, y el simple hecho de mirar hacia el futuro se asemejaba a una puñalada descarada. ¿Qué sería sin él? ¿Cómo podría cambiar de perspectiva? ¿Cómo dejarle ir sin sentir alejarse su propia vida, sabiendo lo que estaba haciendo? ¿Le perdonaría? Esa era una posibilidad. Estúpida, deprimente, alocada, sin sentido... Pero al fin y al cabo una posibilidad. Aunque no podría hacerlo. ¿Qué era más importante? ¿La dignidad o la soledad? ¿Sería capaz de perdonarle con tal de no perderle? ¿Consentiría que volviera a hacerlo una segunda vez?
Quería a su madre. El llanto que emanaba de ella no cesaba, y su deseo en ese momento no era otro que estar en la isla, con Julia consolando su dolor; sería la única que quizás podría llegar a entender todo ese jaleo inmundo, pero para hacerlo antes tendría que contarle la verdad, y ese constituía otro problema de envergaduras monstruosamente grandes. Si decidía acabar con esa farsa de matrimonio, ¿cuál sería la manera adecuada de decirles a sus padres que se separaba? ¿Tendría el coraje para decirles que a su edad ya era una jovencita manipulada y engañada por su aparentemente ejemplar y responsable marido? ¿De verdad hablar era lo mejor o lo era el hecho de guardar silencio? No encontraba respuesta a ninguna de esas preguntas, pero sobre todo, la que más atormentaba su quebradiza mente, aquella que incluso cortaba de raíz el aire que fluía desde sus pulmones, era la de por qué tenía que pasarle a ella. ¿Por qué? Era una pregunta sencilla y endiabladamente complicada al mismo tiempo. ¿Qué había hecho mal? ¿Se equivocó al pedirle matrimonio de forma tan impulsiva? ¿Se vio Dorian acorralado y por eso aceptó? ¿No se suponía que la adoraba? ¿Dónde estaba todo eso ahora?
Salió del coche e intentó respirar con calma. Estaba mareada y los ojos le ardían. Por suerte, no había gente paseando por allí cerca, así que al menos contaba con algo de privacidad. Dobló el cuerpo hacia abajo y apoyó las manos sobre las rodillas, con la espalda arqueada. Cerró los ojos y expulsó el aire. Estaba totalmente abatida y fuera de lugar. ¿Cuál era el siguiente paso? Decidió sentarse sobre el bordillo de la acera, con las piernas recogidas y los brazos alrededor de ellas. Se balanceaba una y otra vez, intentando pensar qué hacer con su vida ahora que había quedado reducida a un pozo de mentiras. No le quedó más remedio que vislumbrar algo que no quería ni imaginarse, levantándose por las mañanas en una cama enorme, fría y vacía, sin nadie que pudiera llenar ese otro lado...
Levantó la vista y clavó los heridos ojos azules en la entrada del hotel. Parecía desierto; nadie entraba o salía de él. Todo estaba demasiado tranquilo excepto su estado de ánimo. ¿Y si...? No, sencillamente no estaba preparada. ¿Por dónde empezaría a buscar? ¿Y si le llamaba? ¿Y si le dejaba claro que sabía lo que estaba haciendo? Posibilidades numerosas y ni una sola conseguía convencerla. Todo parecía estar fuera de su alcance. Se levantó y se atrevió a dar un paso, pero cruzar la calle era otra cosa, una misión imposible y suicida para sus nervios. A esas alturas lo único que podía hacer era esperar. ¿Sería posible tenderle una emboscada cuando saliera? No era su estilo, pero aquellos límites desesperados requerían medidas desesperadas. Sí, a lo mejor podría intentarlo. Al fin y al cabo podría huir si no lo soportaba. Estaba claro que no lo haría a la hora señalada, pero esa mínima esperanza pululando por sus neuronas agonizantes, perdidas entre el delirio, diciendo cosas que ya nunca volverían a ser verdad, confundían la vida con un sueño.
Se quedó esperando tanto tiempo que creyó perder la razón. Intentó borrar las caricias, las palabras que un día Dorian le dedicó con tanto amor; ya no importaban. En ese preciso momento estaría con otra mujer. ¿Estaría enamorado de esa desconocida o simplemente sería deseo ajeno convertido en desenfreno puro? Fuera lo que fuese, era detestable.
Unas voces llegaron a sus perturbados oídos y retrocedió hasta situarse al lado del coche, expectante. Un latigazo desestabilizó su cuerpo cuando distinguió el timbre grave de... él. Acechó desde lejos y le reconoció al instante. El temblor volvió a ella, y todo porque sus peores temores se confirmaban: había otra persona acompañándole. Parecían felices. Estaban agarrados de la mano y se mostraban relajados abiertamente, sobre todo Dorian. La mujer en cuestión era alta, esbelta, pelo negro... Aparentemente no tenía nada que Nora pudiera envidiar, pero todo cambió en una milésima de segundo, cuando ambos se volvieron y quedaron expuestos ante su campo de visión, sin margen de error, desenmascarando la verdad. Se abrazaron durante varios segundos y luego él le colocó el pelo detrás de la oreja —igual que había hecho con ella multitud de veces— y la besó. Después, esa mujer se separó con lentitud y descubrió completamente su rostro; le era tan familiar que Nora estuvo a punto de desmayarse debido a la conmoción.
Cuando ya creía que el corazón no podía desintegrarse en más fragmentos rotos, lo hizo de nuevo. Era la peor revelación que había tenido en toda su vida. Ya no podía creer en nada; no podía creer en nadie. No era posible lo que estaba presenciando. ¿De verdad había hecho algo tan malo como para merecer esa muerte instantánea tan atroz?
Las piernas le fallaron y tuvo que apoyarse en el capó para no zambullirse en el mar de asfalto que descansaba bajo sus pies. Observó con horror aquella escena que había acabado por desarmarla. No había vuelta atrás; ya sabía la verdad, y era infinitamente peor de lo que había imaginado. Había sido doblemente engañada por las dos únicas personas por las que habría sido capaz de hacer cualquier cosa.
Lloraba desconsoladamente mientras el aliento se le escapaba entre los labios, observando alejarse a ese hombre del que estaba enamorada y a la mujer que caminaba junto a él; su propia hermana, sangre de su sangre... Angy.


153


No había palabra alguna para describir lo presenciado, ni siquiera para acercársele. La venda ya no cubría sus ojos, pero la verdad había resultado ser mucho peor que la mentira. ¿Cómo podía ser posible? ¿En qué momento se había gestado tal patraña? ¿Qué nombre podía dársele a esa infamia surgida de la nada? Era incapaz de asumirlo; no podía. ¿Cómo? El simple hecho de visualizarles juntos simbolizaba la gota que colmaba el vaso, destruía su integridad; no sólo la física, también la mental. Sus ideas, previamente establecidas, nada más que habían sido una extraña utopía, surgidas por una inestable justificación que ahora se venía abajo. ¿Habían estado jugando con ella todo este tiempo? ¿Desde cuándo estaban tan unidos? Ella ni siquiera debía estar allí. ¿No se suponía que hacía varias semanas que había vuelto a casa, al teatro? ¿Qué estaba haciendo en ese lugar, llevando a cabo algo tan descabellado? ¿Cómo había perdido el juicio de semejante manera? ¿Cómo había cruzado la línea de la moral?
El torrente violento de pensamientos se sucedía tajantemente, como un caudal desbordado. Las lágrimas no resultaban ser, ni de lejos, suficientes para exteriorizar lo que llevaba por dentro; ni siquiera los gritos desgarradores que se moría por dejar escapar servirían de algo. El mundo no podía parecerle más cruel. ¿En que instante inadecuado había perdido la capacidad de reaccionar? ¿Era eso lo que Dorian había estado ocultando? ¿Era Angy la mujer que había conseguido arrebatarle lo que más quería?
Nada tenía sentido. Si era una broma de mal gusto, no tenía ni la más mínima gracia. Pero lamentablemente iba más allá de la mera suposición. Aunque intentara encontrar algún tipo de justificación para lo que había visto, eso no era posible. Nunca se habían llevado bien, hasta el punto de que Angy no podía permanecer cerca de él. ¿Y por qué entonces había visto esa escena tan desconcertante?
Se metió de nuevo en el coche y se quedó inmóvil. ¿Qué otra cosa podía hacer? Le era todo un reto respirar, así que lo demás estaba directamente descartado. El impacto emocional se asemejaba a un disparo en el pecho, llenándola de plomo, sangre, pavor y locura. El shock fue tan grande que su mente alcanzó el punto máximo de fusión y terminó por quedarse en blanco. Sin querer, recordó lo que Dorian le contó sobre sus caros días de ausencia; su supuesta discusión con Angy. Ahora sabía que no era cierto. Lo que había visto no concordaba con aquello. ¿Y si no discutieron? ¿Y si pasó algo entre ambos que desató la tormenta, dando lugar a la infidelidad? ¿Acaso la atracción había estado siempre presente y por eso no podían permanecer próximos el uno al otro? Por ello comenzaba a entender el inexplicable y absurdo comportamiento de su hermana mayor antes de irse de la isla. No pudo ni mirarla a la cara más de dos segundos; su único deseo fue marcharse lo antes posible, no estaba cómoda…
No soportaba el dolor. Era intenso, quemándole las venas sin piedad, ascendiendo agónicamente por el torrente sanguíneo hasta alcanzar el cerebro. Un títere, eso es lo que había sido; manipulada hasta límites insospechados por aquellas personas que habían cometido el mayor acto de traición. El pensamiento devoraba sus neuronas frenéticamente, y la vida ya no poseía el mismo encanto. Se había convertido en una trampa mortal, y no se había dado cuenta del tremendo error cometido hasta que había sido atrapada. No quería seguir con aquello; el cuerpo se le quebraba por momentos, y temía acabar sufriendo un infarto. Bueno, al menos así dejaría de pensar en ello.
Esta vez el tiempo cambió de velocidad y se esfumó, dejando paso a la desolación. Los rayos de sol desaparecieron y luego vinieron los colores púrpura y azul, impregnando el cielo de varios tintes diseminados por cada rincón celeste, llevándose bien lejos hasta la última gota de luz visible a la que poder aferrarse. El silencio magistral lo cubría todo a su paso, con su enorme y mortífero manto, sellando las compuertas de la misma razón y dejando libres los cabos que siempre habían estado demasiado sueltos como para ser confiscados de su propia libertad. La calle fue absorbida progresivamente por la oscuridad y el alumbrado público se encendió, pero Nora no veía más allá de lo que tenía a un palmo de los ojos. El estómago le rugía desde hacía horas, pero su mente estaba perturbada, insana, herida, abierta, caótica, insalvable... Una especie de coma cerebral que ignoraba descaradamente las necesidades fisiológicas como el hambre. No tenía apetito conscientemente; las pocas energías que se resumían en el vano intento de seguir respirando no eran las adecuadas para mantener a raya su propia batalla corporal. Literalmente, se consumía.
No quería permanecer allí ni un minuto más, por eso arrancó el motor con furia e intentó dejar eso atrás, aunque sabía de buena mano que era absurdo pensar que podría hacerlo. Pasó de largo por la calle pero paró un minuto justo en la entrada del hotel. Apretó los labios con tanta fuerza que terminó por hacerse daño. Sacudió la cabeza para ahuyentar a las otras nuevas lágrimas que esperaban su turno para escapar y salió de allí a toda velocidad, sin querer verles de nuevo, sin querer averiguar nada más, porque ya había tenido mucho más que suficiente con lo que había visto, siendo testigo y víctima al mismo tiempo de algo que ni siquiera habría podido sospechar nunca.
Tenía los ojos tan hinchados y agotados que la visión no era precisamente la adecuada para conducir, pero le era completamente indiferente. Era una especie de robot comportándose de manera artificial, sin saber qué rumbo tomar; estaba perdida. Deambulaba por la carretera desierta pero no tenía ni idea de la dirección a tener en cuenta. Acababa de hacer un barrido mental y su disco duro se había borrado, cayendo en la cuenta de que no tenía un lugar al que regresar. Volver a casa —la que hasta en ese momento Dorian había compartido con ella— no era posible. Si lo hacía, arrasaría literalmente con todo. El engaño perpetrado a sus espaldas había provocado un inmenso dolor, pero también las ganas de destruir todo aquello que le recordase ese mal y envenenado trago. Sacudiría ventanas, rompería cristales, quebraría recuerdos y provocaría la catarsis necesaria para liberar su otro yo, aquella que no dejaba salir por miedo a perder el control, aunque en una situación así, ¿quién sería capaz de mantener la calma? No podía actuar como si no hubiera visto nada, como si en verdad hubiera estado ocupada en el invernadero. Eso era imposible.
Devolvió el coche alquilado y condujo durante horas el suyo propio. Estaba indecisa, y aunque no quería admitirlo, se moría de ganas por salir corriendo en busca de su madre. Sí, ya era tarde y se preguntarían qué iba mal, pero la angustia de sentirse tan sola destrozaba todavía más su autoestima. Sopesando los pros y los contras, finalmente optó por ir a la isla y pasar la noche allí; era la única opción posible porque se sentía irrevocablemente incapaz de volver a casa de Dorian. ¿Cómo podría actuar con naturalidad, meterse en la cama con él y comportarse como si todo siguiera igual? ¿De qué forma podría mirarle a la cara sabiendo que seguiría engañándola hasta en los más mínimos detalles? ¿Hasta qué punto soportaría el hecho de que la tocara, de que la rozara mínimamente con la punta de los dedos si ya había sido capaz de... estar con su hermana? ¿Cómo podría seguir a su lado y oírle decir una y otra vez que no tenía intención de dejarla cuando ya la había apartado y Angy y él estaban... juntos? Ni siquiera era capaz de tolerar la tensión que sufría sólo al pensarlo, al imaginarlo, al... aceptarlo. ¿Tan poco valía como persona que merecía ser vapuleada así? ¿Tan insignificante resultaba ser que hasta su marido la engañaba con la mujer de la que nunca, bajo ninguna circunstancia, habría sospechado? ¿Habían sucumbido uno en los brazos del otro, teniendo como seguridad su aparente incompatibilidad? Preguntas y más preguntas que herían todo su ser. Él era su marido, pero un hombre al fin y al cabo, pero ella... ¿En qué mente racional tenía cabida asunto tan esperpéntico? ¿Por qué había hecho algo así? ¿No se suponía que estaba enamorada de un hombre desde hacía años, siendo incapaz de olvidarle? ¿No había sido suficiente con vivir de su recuerdo? ¿No había sido capaz de luchar para estar con él y a cambio había tenido la osadía de meterse en medio de un matrimonio? ¿Le había resultado más fácil seducir al marido de su hermana? ¿No podía hacerle daño a esa desconocida arrebatándole a un hombre pero en cambio sí que podía destruirla a ella, sangre de su sangre? ¿Acaso era una manera de vengarse, de desquitarse, al ver reflejado en el matrimonio de Nora lo único que no tenía? Angy siempre había tenido éxito, y ella en cambio, esa hermana pequeña, la oveja negra de la familia, acumuló gran cantidad de despojos de tipo emocional y decepciones varias. ¿También tenía que arrebatarle lo único bueno que había tenido en la vida?
El rumbo de los acontecimientos había sufrido un giro mayúsculo y no había posibilidad alguna de retorno. Lo que sus ojos habían visto aquel día marcaba un antes y un después en su vida, en sus creencias, principios y en su personalidad. Ya no volvería a ser la que era; la antigua Nora se había marchado de una vez por todas, porque si por un momento hubiera conservado el carácter fuerte que solía definirla tiempo atrás, los habría descubierto al instante, montando en cólera infinita con el grito en el cielo, no obstante, su actitud había dejado mucho que desear. No se había atrevido a asumir los riesgos y la pena y el sufrimiento habían acabado rápidamente con ella. Enmudeció hasta el extremo y así seguiría hasta que explotara.


El puente se encontraba engullido por la oscuridad de la media noche; lo atravesaba con una lentitud considerable porque, aunque había estado buscando las palabras adecuadas durante el viaje, lo cierto es que Nora seguía sin encontrarle sentido. ¿Qué iba a decirles? ¿Qué excusa no demasiado sospechosa pondría para justificar su inesperada aparición? Lo único que le importaba es que ya estaba allí. Aparcó el coche cerca de la entrada, pero cuando salió al aire libre, las piernas se negaron a caminar, por eso se quedó inmóvil allí, sin ser capaz de terminar lo que había empezado. Por suerte, la luz de la casa se encendió y la puerta principal no tardó en abrirse; Julia estaba prácticamente dormida pero reaccionó cuando distinguió a su hija.
—¡Nora! —exclamó, saliendo a su encuentro—. ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo?
Nora la abrazó con fuerza y estalló, llorando amargamente, volviendo a un tiempo pasado, cuando era una niña que buscaba consuelo en los brazos de su indispensable madre.
—¿Puedo quedarme aquí esta noche? —preguntó con la voz ronca—. No puedo volver.
Los ojos de Julia estaban más vivos que nunca, con su profundo color azul parpadeando a tiempos desiguales.
—¿Por qué, cielo? —Le enjugó las lágrimas—. Claro que puedes quedarte, esta siempre será tu casa. —La abrazó con fuerza—. Vamos, entra.
Pasaron directamente al salón y tomaron asiento en el sofá, todo ello sin soltarse de la mano.
—Háblame, cariño. Estás muy pálida y no paras de temblar —apuntó Julia, volviéndose inestable al igual que su hija—. ¿Qué ha pasado? ¿Algo va mal?
No obtuvo respuesta. Nora seguía llorando, aunque parecía algo más centrada teniendo en cuenta las circunstancias.
—Cariño, ¿estás bien?
—No —admitió ella por fin, rompiéndose de nuevo—. No lo estoy.
—Nora. —Levantó su cara angelical para que la mirase a los ojos—. Dime qué ocurre. —Acarició su mejilla—. Dime qué te ha pasado para que hayas aparecido por aquí a estas horas.
—No puedo… decírtelo.
—Claro que puedes, Nora. Soy tu madre. —Besó la frente de su hija—. Estoy aquí, contigo. No va ha pasarte nada malo. Puedes confiar en mí.
Unas pisadas se escucharon de golpe, bajando con rapidez la escalera. Al cabo de cinco segundos, Vladimir apareció en el saló, mostrando la misma cara de incertidumbre que su mujer minutos antes.
—Nora —entonó gravemente—. ¿Qué haces aquí?
—Cielo, dale un poco de tiempo —aconsejó Julia—. Apenas puede hablar.
Tomándoselo al pie de la letra, Vladimir optó por el silencio y fue a sentarse al lado de su hija, quedando Nora justo en medio de los dos, sollozando y apartándose el pelo de la cara.
—Mi niña —susurró Julia—, necesitamos saber qué te ocurre, nos tienes muy preocupados. —Hizo una pausa—. ¿Es por Dorian?
Nora no contestó con palabras, pero su cuerpo se tensó al escuchar ese nombre. Fue suficiente para ellos.
—Nora —pronunció su padre, poniéndole una mano sobre el hombro—, ¿ha pasado algo entre vosotros?
El interrogatorio no tenía sentido ya que Nora seguía muda.
—¿Qué te ha hecho?
La pregunta directa de Vladimir consiguió que reaccionara, ya que por fin levantó la cabeza.
—No puedo decíroslo —murmuró.
Sus padres se miraron, alarmados.
—Sí que puedes, Nora —insistió Vladimir—. Ahora estás a salvo. ¿Te ha hecho daño? ¿Te ha puesto la mano encima?
Tanto Nora como Julia se quedaron sin respiración por un momento.
—¿Cómo se te ocurre algo así? —reprochó Julia.
—¿Crees que puedo pensar bien sobre él cuando nuestra hija ha aparecido aquí en mitad de la noche, llorando y siendo incapaz de articular palabra?
Nora agarró la mano de su padre y la estrechó con fuerza, calmándole.
—No, papá. No es eso. Dorian jamás me ha pegado y nunca sería capaz de algo así.
—¿Entonces? ¿Por qué estás así? ¿Qué ha pasado?
—Por favor, tenéis que entenderme —suplicó Nora—. No quiero hablar, tan solo deseo pasar la noche aquí. —Se revolvió el pelo—. Necesito pensar.
—¿Pensar en qué? —preguntó Julia—. ¿Os habéis peleado?
Nora habría querido decir que sí, pero no le salía de dentro. No quería mentirles, aunque tampoco estaba preparada para contarles lo que de verdad ocurría.
—Es algo más complicado…
—Tienes que decirlo, hija. Nos volvemos locos al verte así.
—Lo sé, pero estoy bien…
—No lo estás —gruñó Vladimir—. No digas que estás bien porque es completamente falso. Si estuvieras bien, ahora no estarías aquí, cariño. Sea lo que sea, tiene que arreglarse.
Nora sintió punzadas profundas al oír eso. Su matrimonio no podía arreglarse; no tenía fisuras, sencillamente se había partido en dos, y ella ya estaba a la deriva.
—Sé que no entendéis nada de lo que os digo, pero haced un esfuerzo. Os lo diré, pero no ahora.
—¿Y cuándo? —quiso saber Julia.
—Cuando esté preparada.
Ante ese comentario, su madre abrió la boca pero enseguida volvió a cerrarla. Parecía que se le había ocurrido algo.
—Mamá, por favor, no me mires así.
—Es que en estos momentos no le encuentro el sentido a nada de esto y, conociéndote, creo que sólo puede tratarse de una cosa.
—¿De qué? —retó impulsivamente Nora, sabiendo que era imposible que su madre lo supiera—. ¿De verdad crees que lo sabes?
—No estoy completamente segura, pero por tu forma de actuar, de haber venido a esconderte aquí y que no quieras mencionar a tu marido sólo puede significar una cosa.
—¿De qué estás hablando? —interrumpió Vladimir.
Julia agarró las manos de su hija que seguían temblando desmesuradamente.
—Cariño, dinos la verdad. —Aguantó la mirada durante varios segundos—. ¿Estás embarazada?
Nora abrió los ojos de par en par, sorprendida de que su madre creyera que su reacción desmedida tenía que ver con la llegada de un hijo que ni siquiera existía.
—¿Cómo puedes pensar una cosa así? —saltó de repente—. ¿Crees que actuaría de esta manera si estuviera embarazada? ¿Tan inmadura me consideras que das por sentado que he venido hasta aquí por el simple hecho de estar asustada por la llegada de un bebé? —Se levantó del sofá y comenzó a dar vueltas—. ¿Es así cómo me ves? ¿Una mujer demasiado infantil como para afrontar los problemas?
—Cálmate —murmuró Julia, levantando las manos en el aire.
—No me pidas eso —gruñó—. No me pidas que me calme cuando ni siquiera tienes idea de lo que ocurre.
—Pero entonces, ¿no estás embarazada?
—¡No! —chilló—. Claro que no lo estoy.
—¿Y qué te ha sucedido para que actúes de semejante manera? Has perdido el control.
Cómo no hacerlo cuando todo en lo que creía se había esfumado en cuestión de diez segundos.
—Yo no he tenido nada que ver en esto, no tenía ni idea de que algo así pudiera ocurrir, he sido la última en enterarme y…
—¿Enterarte de qué?
—Nada —murmuró, sabiendo que estaba hablando más de la cuenta—. Olvídalo.
—Maldita sea, Nora —estalló su padre—. No me digas que lo olvide porque es absurdo. ¿Qué demonios ha pasado?
Derramó un nuevo manantial de lágrimas. Estaba deshecha, empobrecida emocionalmente.
—Lo único que puedo deciros es que… Dorian no es cómo era antes. Ha cambiado.
—¿En qué sentido?
Nora se enjugó las lágrimas e hizo un gran esfuerzo por sobreponerse y mirar a su madre a los ojos.
—En todos los que puedas imaginarte —susurró—. Ha dejado de ser el mismo. No le reconozco. Ya… no me quiere.
Los expresivos ojos de Julia parpadearon, atónitos, ante las palabras de Nora.
—¿Qué?
—No me quiere, mamá. Se ha olvidado de que existo. —Fue derecha hacia las escaleras—. Se acabó.
Julia la interceptó antes de que desapareciera.
—Espera, no te vayas. —Suavizó el tono de voz—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que ha dejado de tenerme en cuenta. Ya no le importo. Sencillamente ha encontrado algo mejor.
—Tú eres lo mejor para él.
—No, te aseguro que él no opina lo mismo, de lo contrario no habría… —Paró justo a tiempo—. No tiene arreglo.
—Los matrimonios tienen discusiones todos los días pero eso no significa que el amor haya desaparecido.
—Por mi parte no lo ha hecho —susurró—. Le sigo queriendo igual o más que antes, pero me ha traicionado. Ya no siente nada por mí.
—Pero…
—Créeme, me mata reconocerlo pero es la verdad. Yo le quiero, mamá. Pero él a mí no.
—¿Cómo estás tan segura?
Nora cerró los ojos y reprimió el deseo profundo de confesar; decirles que su hija mayor había acabado con su matrimonio.
—Porque lo he visto con mis propios ojos.
—¿Te lo ha dicho?
—No con palabras.
Julia asentía pero seguía su propio hilo de pensamientos aislados y particulares.
—¿Pero cómo? —insistió—. Explícamelo de una forma que pueda entenderlo, cariño.
—No te gustaría saberlo.
—¿Por qué?
—Porque es demasiado —dijo con un hilo de voz—. Demasiado brusco; demasiado intenso y doloroso para que puedas comprenderlo. Yo ni siquiera puedo afrontarlo.
—Me estás asustando.
—Mejor estar asustada que destrozada.
—Nora —intervino su padre—. No vas a poder esconderte aquí eternamente. Tienes que afrontar los golpes de la vida. Ya te dije que no sería fácil. —Apretó la mandíbula—. Tu madre y yo no tenemos ni idea de lo que ha ocurrido, pero sea lo que sea, no tienes por qué enfrentarte a ello sola. Puedes contárnoslo.
—Es mejor que no, sé de lo que hablo.
—¿Por qué?
—Acabo de decirlo. Sería demasiado.
—¿Para nosotros o para ti?
—Para todos.
La conversación iba aumentando en tensión pero algo cambió, dando lugar a una erupción a pequeña escala. El teléfono comenzó a sonar.
—No contestes —saltó Nora.
—¿Por qué?
—No lo hagas —insistió.
Ignorándola, Julia fue en busca del teléfono. Observó la pantalla durante un instante.
—¿Es él? —preguntó Nora.
Julia asintió.
—Por favor, no le digas que estoy aquí —imploró, alzando inconscientemente la voz—. Por favor, por favor…
Su madre asintió otra vez y descolgó el teléfono. La conversación fue breve.
—Era él, aunque no parecía el mismo —explicó—. Quería saber si estabas aquí, pero le he dicho que no. —Se cruzó de brazos—. Estaba muy preocupado. Dice que a estas horas ya deberías haber vuelto a casa, y aunque intenta localizarte no te encuentra por ninguna parte. —Torció el gesto—. ¿Vas a decirnos de una vez por todas que está pasando? Se está volviendo loco, Nora. Está sufriendo.
Le había prometido a su madre que le diría la verdad, pero eso no llegaría a suceder; era demasiado.
—Es lo menos que se merece después de lo que ha hecho —murmuró—. Que sufra al menos una décima parte de lo que he sufrido yo, aunque ni siquiera estoy segura de que lo sienta de verdad. Ya he dejado de saber cuándo miente.
Su padre iba a tomar la palabra pero ella le dedicó una fría mirada que fue capaz de dejar claro su intención de no seguir hablando. Se dio la vuelta y subió a su habitación. Después, ni las lágrimas tuvieron el efecto sedante que esperaba. No había nada, sencillamente se encontraba en el limbo.


El cielo era de un profundo color negro, bañado de estrellas por todas partes, con una luna más que tímida ondeando sobre el firmamento. Era tarde, de madrugada, pero no había intentado dormir un poco; sabía que no habría servido de nada, por eso prefirió salir a dar un largo paseo por la isla, con sus pésimos y mendigos pensamientos como único acompañante. Había optado por guardar silencio frente a los insistentes apogeos de sus padres por averiguar lo ocurrido, pero se había cerrado en banda. No quería mentirles, así que no dijo nada; se limitó a esperar a que dejaran de llamar a la puerta de su habitación, y cuando todo se quedó callado, sin ojos que pudieran ver y sin oídos que pudieran escuchar, salió al aire libre sintiéndose encadenada a una pared que ni siquiera podía percibir.
Aunque intentara borrar a tiras aquel día, nunca podría hacerlo. Había presenciado algo que no habría tenido cabida ni en sus peores pesadillas, así que el recuerdo permanecería inquebrantable a pesar de su empeño por querer olvidar. Algo así no se extinguiría nunca. Y ya no podría vivir, sólo tendría la posibilidad de seguir respirando; eran cosas diferentes. El temblor en cada una de sus extremidades seguía apareciendo sin avisar, con sus convulsiones inesperadas y llantos ahogados para no despertar a nadie. La razón por la que levantarse cada día ya no era palpable, es más, a lo mejor no llegó a ser real en ningún momento. Sólo vio aquello que quiso ver, aquello en lo que quiso creer, y ahora nada más que contemplaba una obviedad que amargaba hasta el tuétano. ¿Por qué? Seguía formulando la misma pregunta aunque no sería capaz de dar con la respuesta. Ninguna tendría sentido para ella. Era un crimen contra su propio bienestar mental. Intentaba verlo desde otra perspectiva, encontrar el incentivo por el cual Angy se había atrevido a ir más allá, pero aunque intentaba meterse en su piel, aunque intentaba ver el mundo a través de sus ojos, lo único que seguía viendo era el engaño. ¿Dónde había quedado la moral, la decencia, el sentido común? ¿Tan buena actriz era que había conseguido engañarla sin tan siquiera proponérselo? ¿Se había empeñado en distorsionar la realidad a sus espaldas? ¿Lo había hecho con el único propósito de recordarle que era muy superior a ella? No tenía perdón ni excusa posible.
Lo que más atormentaba su mente era meditar sobre el momento exacto en el que todo comenzó a fraguarse. No habían sido demasiadas las veces que se habían visto, y la mayor parte de ellas, por no decir todas, ella misma había estado presente. Es más, había sido testigo directo de la tensión entre ambos. Nunca hablaron más de lo normal, no se dedicaban miradas curiosas ni tampoco buscaban escusas para permanecer cerca el uno del otro. Era Angy la que siempre se apartaba. ¿Pero entonces por qué les había visto juntos, paseando tranquilamente, agarrados de la mano y ajenos al mundo real? ¿Acaso todo había sido mentira? ¿Una falacia para aparentar frente a los demás? Si nunca se llevaron bien, ¿qué fue lo que les hizo cambiar? ¿Un gesto, una mirada, una palabra tal vez? Nada encajaba en su sitio. No conseguía encontrar el elemento que sirviera de puente a sus ideas enrevesadas.
Ella jamás habría hecho una cosa así. Su adolescencia había sido poco respetable, había cometido muchas locuras y tremendos errores, pero ahora se descubría como una auténtica persona ejemplar, porque aunque podía ser perfectamente imperfecta, lo cierto es que era transparente. En cambio, su hermana mayor, la persona idílica a la que había adorado desde siempre, no era precisamente la mujer que aparentaba ser. Era dulzura, ternura y comprensión, que era capaz de pensar en los demás antes que en sí misma… Bueno, ahora ya sabía que ella era la excepción. Ángela podía hacer cualquier cosa por los demás menos por ella. Había jugado a dos bandas, con personalidades distintas y le había dado justo donde más le dolía; su talón de Aquiles, su punto débil. ¿Por qué? ¿Era una especie de venganza? ¿Quería vengarse por algo del pasado?
Se pasó la noche entera divagando hasta el extremo de lo consciente. El sueño pesaba como toneladas sobre los párpados y aun así permanecía despierta. Era una tortura propia. Era tal el dolor, que su cuerpo estaba drogado, entumecido, embriagado… Conocía la verdad de primera mano pero eso no conseguiría que dejara de tener en cuenta sus sentimientos. Le quería; estaba profundamente enamorada de Dorian, y aunque él ya le hubiera buscado una sustituta sin ir demasiado lejos, el amor no se iba a ninguna parte, y era la peor parte de todo ese caos desatado. Si hubiera podido enterrarle mentalmente en cuanto vio ese infierno delante del hotel, lo habría hecho sin dudar, pero el sufrimiento que recorría su sangre en un continuo círculo recordaba involuntariamente que estaba unida a ese hombre. A su lado se encontraba completa, pero si tenía que verse apartada, no constituía la exactitud de nada, si no la mitad de algo a medio componer. Era una minúscula nota musical olvidada en un pentagrama oxidado; para hacer sonar la melodía le necesitaba a él, pero era una especie de músico renacido por haber dado con una nueva inspiración de ojos verdes.
Las alternativas que había tenido hasta ese momento se habían desintegrado. A partir de ese nuevo período la única posibilidad era seguir hacia delante, pero no toleraba el engaño cometido. No podía ignorarlo, había sido tan estremecedor que merecía algún tipo de explicación aunque para ello tuviera que acabar con su familia. ¿Qué familia? Angy ya no formaba parte del núcleo familiar, ya no era su hermana, y en cuanto sus padres supieran lo ocurrido no volverían a mirar a su hija mayor de la misma forma. Tampoco tendría a su lado al hombre que escogió para casarse, así que técnicamente no tenía nada que perder… porque ya lo había perdido todo.
Deseaba verles la cara en ese mismo segundo, gritarles bien alto que ya no podrían continuar jugando con ella porque ya lo sabía todo. El dolor dejaba paso a la furia. Y aunque le dolía en el alma, sabía que no podía liberar su ira, todavía era demasiado pronto. Si lo hacía, no sería suficiente. Tenía que encontrar la manera de engañarles de la misma forma que ellos lo habían hecho con ella. Sí, era algo casi imposible de pedir, pero si se esforzaba ahora que ya había perdido aquello que le daba sentido, era posible. Además, las cosas no podían ir peor, ¿qué perdía con intentarlo? Les daría una buena lección; si ella jamás podría olvidar lo que había descubierto, esas dos personas que había dejado instantáneamente de conocer tampoco podrían olvidarla. Aunque literalmente ardiera en llamas, su venganza sería gélida.


154


Las olas salpicaban contra la orilla, al igual que su estómago rugía por un poco de comida. No había probado bocado en ningún momento, así que, bien temprano por la mañana, Nora acabó por tomarse un buen desayuno compuesto por zumo de naranja y tostadas con mermelada. Así pudo pensar con algo más de concentración; necesitaría todo el arsenal del que pudiera disponer para no detonar a la primera de cambio cuando volviera a cruzarse con él. Sí, lo estuvo pensando toda la noche y, a pesar de ser una tarea mucho más que complicada, se obligó a pensar en un futuro próximo y guardarse la artillería pesada cuando llegara el momento. Pero hasta entonces, iba a tener que interpretar el papel de su vida; intentaría comportarse de manera natural, como si no sospechara nada, como si no supiera nada acerca de la aventura de su marido. Si salía bien, al menos tendría la opción de reír la última; ya había llorado demasiado.
Quería hablar con su madre y darle algún tipo de explicación, pero Julia no se detendría con sus preguntas hasta dar con el centro del problema. Todavía no se había levantado así que Nora podía respirar con más calma. Por suerte, aquel día lo tenía libre, por lo tanto podía empezar inmediatamente con su plan, desarrollando poco a poco cada minúsculo detalle. Lo primero era llegar con gesto inocente a esa gran casa cúbica que ahora se asemejaba a una especie de castillo aislado, pero lo más importante recaía sobre la excusa bien tramada que tendría que exponer cuerdamente para que Dorian no sospechara. Había pensado en decirle alguna mentira sencilla y barata, confiando en que así no haría demasiadas preguntas. De todas formas, no quería perder el tiempo soltando un discurso improvisado que Dorian ni siquiera tendría intención de comprender. Puede que llamara la noche anterior comportándose como el marido preocupado que se suponía que era, pero ya no se lo tragaba. Todo era un mentira dispersa en pequeñas dosis, así que por mucho que le costara cambiar de actitud, intentaría ignorarle, de la misma forma que él lo hacía con ella.
Después de darse una ducha, que lejos de amortiguar las agujas imaginarias que se le clavaban en la piel tras pensar en lo que le quitaba el sueño acabó por deprimirla aún más, se decidió por abandonar la isla, pero tras abrir la puerta principal y observar aquel paisaje que no podía compararse con nada, la melancolía se apoderó de ella. No quería irse; después de todo lo vivido en las últimas y agonizantes veinticuatro horas, su antiguo hogar se había convertido en el único hogar al que podía acudir. Le costó un mundo dar unos simpes pasos sobre la hierva fresca, pero su subconsciente le daba ánimos silenciosos, comprendiendo que la única dueña de su propia vida siempre sería ella misma. Trataba de asimilar el hecho irrefutable de que no dependía de nadie, aunque la necesidad de estar cerca de su infiel marido todavía estuviera flotando sobre la superficie de la mente. No, ya no podía permitirse pensar así; todo eso se había acabado, y aunque no había sido decisión suya, había determinadas cosas que no podían perdonarse. Estaba segura que habría sido capaz de perdonarle cualquier cosa, pero la infidelidad iba más allá de sus límites. Además, cabía destacar que la tercera persona implicada siempre había estado presente de una forma o de otra, así que tenía que hacer voto de necedad para ignorar sus fuertes impulsos para volver atrás.
Sus pasos se volvieron algo más decididos pero algo la obligó a darse la vuelta; acababa de escuchar su propio nombre. Allí estaba Julia, recién levantada pero con la mente bien despierta.
—Hola, tesoro. —Su voz era agradable, sabiendo que estaba entrando en terreno desconocido—. ¿Has podido dormir?
—Sí —dijo sin pensar—. Lo necesitaba. Últimamente no he pegado ojo. Demasiadas cosas en las que pensar… —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. Siento todo esto, mamá. No quería daros más problemas en los que pensar.
—No te preocupes por eso, cielo. —Se adelantó un poco y se situó justo enfrente—. Somos tus padres y estamos para eso. Es lo mejor que has podido hacer. Poner un poco de distancia suele despejar la mente.
Se quedaron calladas durante algún segundo, pero Nora sabía que tenía que irse ahora que disponía de la determinación para hacerlo posible.
—Tengo que irme —anunció—. Dale las gracias a papá cuando se despierte. —Se mordió el labio—. Anoche se puso demasiado tenso. Yo le hice ponerse demasiado tenso…
—Ya es mayorcito, Nora. —Sonrió—. Sabe lo que se hace.
—Sí, pero su corazón…
—Su corazón está bien, cariño. Hace falta algo mucho más fuerte para sacarle de sus casillas.
Nora se permitió sonreír por primera vez. No habían sido demasiadas las veces en las que le había dicho a su padre lo mucho que le quería, pero aquella habría sido la oportunidad perfecta.
—¿Vuelves a casa? —preguntó Julia.
La pregunta espoleó sus sienes. Apretó los dientes y asintió, teniendo en cuenta que había todo un mundo detrás de aquella simple pregunta.
—Sí, mamá. Voy a volver —murmuró—. Intentaré… solucionar las cosas.
Julia esbozó una tímida sonrisa pero no las tenía todas consigo.
—Cielo, quiero que entiendas que tu padre y yo nos preocupamos por ti. No siempre puedes contárnoslo todo, pero en la medida de lo posible, sabes que cuentas con nosotros. —Respiró hondo—. Mi matrimonio no siempre ha sido un camino de rosas, pero siempre puedes volver a empezar de cero; arrancar todo lo malo que ha crecido y esperar a que suceda algo bueno. Siempre se tienen segundas oportunidades.
Quería creerse todo aquello, pero le resultaba muy difícil. Para Dorian no habría segunda oportunidad.
—Gracias, mamá. —Le dio un gran abrazo—. No voy a olvidarme de esto. Os quiero muchísimo.
—Oh, cariño. Nosotros también te queremos a ti. Siempre serás nuestra pequeña.
Sintiéndose consumida por miles de sensaciones, Nora se despidió como pudo y subió a su coche. Se tomó unos preciados minutos antes de poder arrancar e irse definitivamente, pero cuando logró hacerlo, en su cerebro ya se había introducido un nuevo pensamiento, una idea tan poderosa que daba miedo. Comenzaba a pensar como una mujer despechada, alguien sin escrúpulos que estaba dispuesta a jugar su última carta con una estrategia magistral. Había sido la víctima en primer lugar, pero en la segunda parte tanto Dorian como Ángela lo serían, adoptando ella el papel de verdugo. Da igual lo que tuviera que pasar por alto; a veces tenían que hacerse cosas impensables y había llegado su turno. Sus ojos ya no parecían los mismos; no lo eran. De estar calmados y apaciguados como un cielo azul despejado de nubes, habían pasado a una nueva fase, en la que el mar se enfurecía y rompía contra las rocas. Eso la definía: un mar poderoso, inestable y peligroso.


Cuando vislumbró todas esas casas impresionantes que desprendían elegancia por cada una de sus esquinas, el pánico dominó sus instintos hasta metérsele de lleno en los nervios. Quería dar marcha atrás y desaparecer, pero si no lo hacía ahora, si no se atrevía a jugar al mismo juego involuntario, no lo haría nunca. Por eso sacudió la cabeza y los hombros de manera exagerada para deshacerse de las malas vibraciones. Ni siquiera había sido capaz de encender el móvil por miedo a lo que podía encontrarse. Lo mejor era resolver el asunto cara a cara, pero cuando entrara en contacto con esos ojos avellana que habían sabido darle lo mejor y lo peor de cada instante, se abriría una fisura insalvable entre los dos.
Aparcó justo en la entrada; la verja de hierro estaba abierta, así que eso indicaba que no estaría sola durante mucho tiempo. Salió del coche y tuvo que apoyarse contra la puerta del conductor para no caer al suelo. Las piernas eran de mantequilla y el corazón se le había subido a la garganta. Era peor de lo que había imaginado. Nunca se le habían dado bien las mentiras, no al menos ese tipo de mentiras. Tenía una forma muy peculiar de actuar, y comportarse de forma distinta sería como activar una alarma, indicando que no era ella misma, si no una copia barata que intenta salir del paso. Se obligó de nuevo a caminar y, para encontrar fuerzas donde no las había, rememoró esa escena horrible, en la que descubría la identidad de esa desconocida. Fue suficiente para que la sangre se hirviera dentro de la piel y despertara dentro de la gran cúpula de miedo que la envolvía. Abrió la pesada puerta principal y se encontró con todas aquellas siluetas de piedra, tan silenciosas y despejadas como siempre; en cierto modo se sentía como una más de ellas. Miró en todas direcciones pero intentar decidirse por la opción adecuada. Dorian podía estar en cualquier parte, así que era jugar al azar. Se decidió al fin por la planta de arriba. Subió las escaleras a buen ritmo y encontró refugio en su gran dormitorio… compartido. La idea se volvía amarga, teniendo en cuenta que nada volvería a estar emocionalmente en su sitio. Dejó el bolso sobre la superficie de la cómoda y se miró al espejo. Después de todo, no presentaba demasiado mal aspecto. O al menos su mente conseguía engañarla bastante bien. Comenzó a andar en todas direcciones pero sabía que algo fallaba. No escuchaba ningún ruido de pisadas, así que tenía que pensar en algo. Si Dorian no se percataba de su presencia, tendría que ser ella misma la que fuera a buscarle, que pareciera accidental.
Fue necesario el trascurso de diez minutos para que finalmente se decidiera a bajar en su busca. Todo estaba en silencio, así que fue inspeccionando cada lugar, abriendo cada puerta, hurgando en cada recoveco, pero por más que buscó en la planta de abajo, no logró dar con él. ¿Acaso no había vuelto la noche anterior? ¿Había aprovechado nuevamente la ausencia de su mujer para pasar la noche con Angy? ¿Le había otorgado sin darse cuenta una oportunidad que no había desaprovechado, dejándole el camino libre? Sintió vértigo al verse acorralada. Hiciera lo que hiciese, siempre saldría perdiendo. No había posibilidad alguna de ganar.
Se dejó caer sobre el sofá del enorme salón. Teniendo la verdad como telón de fondo, se le antojaba mucho más grande, descomunal, al igual que el hueco perforado en su corazón. Sollozaba sin medida, con los codos apoyados sobre las rodillas y la cara escondida entre las manos. El nudo en el estómago no dejaba de crecer, y las inseguridades aumentaban. Aparte de saberse sola, en ese momento lo estaba más que nunca. ¿Dónde se había metido? A pesar de todo lo sucedido, ¿le podían más las ganas de volver a verle? Tenía que mantener a raya sus sentimientos. No podían salir a la luz, porque entonces todo se complicaría más aún. Así estaba, sumergida en su nube de vapor llena de incertidumbre cuando por fin lo percibió. Un pequeño revoloteo de pasos lejanos, acercándose y aumentando su ritmo frenético. Se levantó de un salto y aguardó el encuentro inminente. Su pecho se movía agitadamente, con los pulmones a toda máquina. Estaba a punto de entrar en erupción. Se volvió de cara a la puerta, aunque estaba a demasiada distancia. Tras un período temporal que no llegó a alcanzar los diez segundos, ese hombre que había destruido su mundo con relativa facilidad apareció, quedándose pálido al verla allí, como si nada hubiera pasado.
Nora creía que iba a desplomarse. Era como ver a un desconocido por primera vez. Sí, reconocía su apariencia física, pero no su interior. Le miraba directamente a los ojos pero no se acostumbraba a esa nueva miraba que dejaba entrever demasiados secretos. Él se acercó unos cuantos pasos pero volvió a parar. Por su actitud, no llegaba a creerse del todo que su mujer estuviera allí de vuelta. En el fondo, ella tampoco.
—Nora… —Su voz era suave, aterciopelada, como un susurro que dejaba escapar toda la preocupación contenida—. Has vuelto.
¿Qué debía decir? Claro que había vuelto, pero no por él. Lo había hecho porque se suponía que era lo correcto, para llevar a cabo su plan, para desenmascararle. Pero también, en lo más profundo de su alma, sabía que se alegraba al verle.
—Sí —logró decir—. He vuelto.
Dorian recorrió esos pocos pasos que les separaban y terminó por abrazarla, alejándola del suelo.
—¿Dónde estabas? —preguntó—. ¿Dónde? Me he pasado la noche entera sin dormir, buscándote, llamando a todo el mundo para intentar dar contigo. —Acarició su mejilla—. ¿Estás bien?
Aquella joven mujer se partió por dentro. Ya no entendía absolutamente nada. Lo había visto con sus propios ojos; había visto de lo que era capaz de hacer a sus espaldas y ahora en cambio parecía aliviado por tenerla de nuevo cerca. ¿Estaba jugando o era real? ¿De verdad estaba preocupado? Sus ojeras bajo los ojos le daban cierta credibilidad, pero si comenzaba a creerle, su idea se vendría abajo.
—Sí, estoy bien. —Parecía una muñeca de plástico, incapaz de expresar sentimientos.
—¿Por qué no me llamaste? —reprochó—. Creí… que te había ocurrido algo. —La atrajo hacia él y la abrazó de nuevo—. No vuelvas a hacerme esto, por favor.
Nora no se retorcía. Se había imaginado la escena de manera totalmente diferente. Había creído firmemente que los gritos habrían sido los principales protagonistas, sin embargo, su garganta estaba sellada.
—Háblame, por favor. ¿Dónde has estado? ¿Dónde has pasado la noche? Llamé a tu madre para saber si estabas allí pero ella no sabía nada. —Sus ojos ardían—. ¿Por qué no volviste?
—No podía. —Le había salido desde dentro, sin tan siquiera pensarlo, sin querer evitarlo—. No podía volver.
—¿Por qué?
—Porque se hizo tarde, muy tarde. —Comenzaba a improvisar sin tener idea de si saldría bien—. Terminamos muy tarde, se nos echó el tiempo encima y cuando quise darme cuenta ya era… tarde. —Un pensamiento le cruzó la mente y lo dejó salir—. Además, el coche no arrancaba. Todo fue cuestión de mala suerte en el momento menos indicado.
—¿El coche? —repitió Dorian—. Acabo de verlo desde la ventana. Has venido con él…
—Sí —se apresuró a decir—, pero Oliver consiguió arreglarlo esta mañana…
Dorian ladeó la cabeza y frunció el ceño, pero sin llegar a soltarla.
—¿Oliver? ¿Tu compañero de trabajo?
—Sí, mi compañero. Me quedé sin batería en el móvil y una cosa llevó a la otra y al final no tuve más remedio que pasar la noche en su casa.
—¿Qué? —soltó—. ¿Dormiste con él?
Nora no daba crédito a la expresión de su todavía marido. ¿Eran imaginaciones suyas o estaba celoso?
—Claro que no, Dorian. No lo digas así. Además, vive con su hermana. No te pongas en lo peor.
Pareció hacerle caso y se separó. Lo meditó un instante.
—Tienes razón, lo siento. Es que estaba tan preocupado… —Se rascó la mejilla—. Podías haberme avisado y habría ido a buscarte.
—¿Habrías cruzado la ciudad si te lo hubiera pedido?
—Claro que sí, Nora. —Soltó un profundo suspiro—. Sólo quería saber si estabas bien.
La rabia por el recuerdo volvió a invadirla. No podía creer que tuviera agallas para reprocharle algo así cuando él mismo era el infiel. Era él quien estaba con otra; Nora sólo había tenido la desgracia de descubrirlo.
—Pues ahora ya lo sabes —espetó, alejándose apresuradamente, sin saber muy bien qué hacer.
—Espera —susurró Dorian—. ¿Qué te ocurre? Pareces… distinta.
Hubiera sido un momento mucho más que apropiado para soltar la bomba allí mismo, pero todavía era pronto. No resultaría ser tan gratificante.
—Claro que estoy distinta. Tú también lo estás, pero no pareces darte cuenta. Pero a pesar de todo, no pienso ponerme a llorar como una niña. Ya soy mayorcita para afrontar esto.
—¿Afrontar qué? ¿Qué quieres decir?
—Lo sabes perfectamente, Dorian. —Relajó el cuerpo tenso—. No estamos bien. Sea lo que sea lo que está interfiriendo entre nosotros, se vuelve más fuerte cada día, así que no voy a intentar luchar por esto si tú no pones de tu parte. —Soltó un suspiro—. No voy a agobiarte más si es eso lo que quieres, pero tampoco esperes mi completa disposición porque no voy a rogarte.
—No me agobias.
—¿Y entonces por qué me haces sentir como una extraña cada vez que estamos juntos? —Se mordió el labio—. Ni siquiera sé por qué te cuento esto. No quiero discutir otra vez. Es lo que hacemos siempre.
—No, siempre no —dijo Dorian, intentando acortar distancias—. Hemos pasados muy buenos momentos.
—Eso es, tú mismo acabas de decirlo. Tiempo pasado, no futuro. Se ha acabado.
—¿El qué se ha acabado?
—¿De verdad quieres que te responda a la pregunta cundo tú mejor que nadie sabes lo que ocurre?
La cara de incertidumbre de ese hombre iba en aumento. Estaba completamente desorientado, descolocado.
—Escucha, sé que no estamos pasando por un buen momento, pero se arreglará.
La sonrisa amarga de Nora acabó por materializarse en sus tensos labios.
—Lo dices para que me lo crea, pero ni siquiera tú pones empeño para creerte lo que dices.
—Has dicho que no lucharás si yo no lo intento, pero es precisamente lo que quiero hacer. Quiero poner de mi parte.
—¿Es lo que quieres o lo que crees que debes hacer? —preguntó abiertamente—. Son cosas diferentes, y creo que los dos sabemos la verdad. No te equivoques en tu elección, porque si lo haces, yo sufro. —Dejó caer los hombros, rendida—. Cada vez que me ignoras, sufro; cada vez que intento acercarme y tú me apartas con la indiferencia que desprendes, sufro. No puedo pasarme cada minuto de cada hora intentando recuperar lo que teníamos porque ahora sé que no va a volver. —Los ojos se le inundaron—. Sé que has cambiado, y aunque quiero creer que existe algo de lucidez en mitad de esta tormenta lo cierto es que soy incapaz de encontrarla, porque ahora cada vez que te miro a los ojos no puedo encontrarte. Eres tú y otra persona al mismo tiempo, todo a la vez. ¿Está dentro de ti el hombre del que me enamoré? ¿Has sido tú todo este tiempo?
—Claro que soy yo, Nora. —Estaba muy pálido—. No sé por qué dices todas esas cosas...
La adrenalina salió disparada por cada poro, acelerando su ritmo cardíaco y metiéndose de lleno en el compartimento estanco que reservaba para la auténtica cólera.
—¿Cómo puedes ser tan cínico? —bramó—. ¿Cómo puedes reprocharme cada cosa que digo si puedes encontrar la explicación que justifica mis palabras en tus actos desmedidos?
—¿Qué significa eso?
—Por favor, deja de hacerme preguntas cuyas respuestas conoces mejor que yo, Dorian. —Se volvió de espaldas—. Deja de hacerme perder el tiempo.
—¿Eso es lo que crees? ¿Te hago perder el tiempo?
—En realidad, no. Creo que eso debería preguntártelo yo a ti. —Volvió a mirarle, con los ojos sumergidos en su propio mar azul picado—. ¿Te estoy haciendo perder el tiempo?
—No, por supuesto que no. Tú jamás…
—¿Estás seguro? Puedes decirme la verdad.
—Te estoy diciendo la verdad.
—Pues siento decepcionarte, pero no te creo. —Las venas de su cuello se hinchaban poco a poco—. No puedo creerte, así de sencillo.
—¿Que no puedes creerme?
—Antes habría podido hacer el esfuerzo, pero ya puedo ver con claridad. No tengo la venda puesta sobre los ojos. No estoy tan ciega como para no darme cuenta de lo que sucede a mi alrededor, por mucho que te empeñes en que así sea.
—¿Tan furiosa estás conmigo?
—¿Furiosa? —repitió—. La palabra adecuada sería otra. Probablemente podría decirte lo decepcionada que estoy, pero no podría describir con precisión cómo me siento.
—¿Y cómo te sientes?
—Sola. —La palabra le llenó la boca, bloqueando sus intentos por recuperarse.
—No lo estás.
—¿Y eso quién lo dice? ¿Tú? ¿Lo dice el hombre que está tan atareado que no puede compartir ni un mísero segundo con su mujer?
Dorian iba a hablar pero de su boca no salió nada. Mientras tanto, Nora se esforzaba por no llorar. No quería hacerlo delante de él, no quería mostrar lo débil que era.
—Nora…
No quería mirarle a los ojos, así que buscó un punto neutro al que aferrarse, pero cuando distinguió los gemelos personalizados que le regaló colgando de las mangas de la camisa, volvió a buscar el contacto visual, llena de dolor.
—¿Por qué los llevas puestos?
—Me los regalaste tú, ¿recuerdas?
—Sí, pero no quiero verlos.
—Pues lo siento, pero me gustan y voy a seguir llevándolos.
Nora se llevó las manos a la cabeza y dio varias vueltas.
—No creas que esto va a arreglarse así, de forma tan sencilla. —Apretó los puños—. Además, ni siquiera quieres que se arregle.
Dorian abrió mucho los ojos.
—¿Cómo puedes decir semejantes estupideces?
—Porque sé que no lo deseas. No es lo que quieres, lo sé.
—¿Cómo…?
—¿Que cómo lo sé? —terminó—. Es mejor que no me preguntes eso. Lo sabrás en su momento.
La tensa discusión dejó de avivarse momentáneamente porque el teléfono móvil que Dorian llevaba sujeto al cinturón cobró vida, dejándoles sin palabras.
—¿No vas a contestar? —preguntó Nora, hecha una furia.
—No.
—¿Por qué?
—Porque estoy hablando contigo.
—¿Y desde cuándo te importa eso? Me ignoras continuamente. Esto no cambia nada, así que por mí, puedes contestar.
Dorian vaciló por un segundo, pero no lo hizo.
—No —dijo—. No pienso cogerlo.
—¿Quieres que lo haga yo? —soltó sin pensar.
—No.
Le tenía justo donde le quería.
—¿Acaso tienes algo que esconder?
—Por supuesto que no.
—Entonces cógelo.
—He dicho que no.
Nora perdió la poca paciencia que le quedaba y se lanzó a por el móvil, pero Dorian dio un paso atrás y levantó el pequeño objeto, pulsando la tecla y poniendo el altavoz.
—Hola, Ray —dijo fríamente—. ¿Qué quieres?
Nora se quedó sin respiración. Por un segundo había creído que podía ser ella, pero no era tan estúpida como para atreverse a llamarle; claro que tampoco la consideraba tan tonta como para ser capaz de andar paseando con un hombre casado por la calle y sin embargo, ya lo había hecho.
La conversación fue breve, pero suficiente para que el rostro de Dorian expresase satisfacción; un sentimiento que Nora había dejado de tolerar.
—¿Hay algo más de lo que quieras asegurarte? —preguntó con voz ronca, tendiéndole el móvil—. Puedes mirar todo lo que quieras. Llamadas, mensajes…. No tengo nada que esconder.
Le hubiera ahogado con sus propias manos. En ese momento deseó haber podido hacer fotos del día anterior, inmortalizando en una imagen aquello que consiguió desestabilizarla. Así no podría seguir con su papel de hombre razonable y ejemplar. Sin pruebas, no tenía nada y él salía ganando, dejándola a ella como una loca desquiciada, una mujer celosa de hasta una simple sombra.
—Supongo que por el momento tendré que fiarme de tu palabra —logró decir—. Aunque a estas alturas no tenga demasiado valor.
—Esa es tu opinión…
—Claro que lo es, y no pienso cambiarla.
Dorian miró el reloj de su muñeca; era su forma de decir que tenía que irse ya. Cambió de registro y ya no estaba a la defensiva. Volvía a ser el marido preocupado de antes.
—Volveré para la hora de cenar…
—Sí, ya sé que volverás tarde, ya sé que siempre estás terriblemente ocupado; no hace falta que me lo recuerdes todos los días —estalló Nora—. Soy consciente de que ahora pasas más tiempo fuera de casa que dentro de ella. Sólo espero que al menos valga la pena.
Él soltó un suspiro y se acercó a ella, tratando de esquivar las palabras envenenadas que pudiera arrojarle. Quiso darle un beso en la frente, pero Nora no se lo permitió. Se apartó en un segundo y desvió la mirada, con los brazos cruzados sobre el pecho y las lágrimas prácticamente a punto de derramarse.
—Espero que pases un buen día, Nora.
Le veía alejarse lentamente, y a pesar de querer decirle la verdad, a pesar de querer acabar inmediatamente con toda esa farsa de la que también estaba siendo cómplice de alguna incomprensible manera, el amor cegó sus intenciones de seguir imperturbable.
—Espera —susurró, sabiendo que no podía dejarle ir así. Se acercó a él y se puso de puntillas para besarle—. Adiós. —Le dio un beso corto pero intenso. Una forma directa de decirle adiós, de despedirse de esos labios que seguramente no volvería a rozar nunca más. Sin saberlo, los había compartido con Angy, pero a partir de ese momento sería su hermana la que ostentaría el privilegio de quedarse con ellos.
La puerta principal se cerró tras él y se quedó sola, suspendida imaginariamente en su mundo de papel, inundado por la cantidad delirante de lágrimas que ya ni siquiera se tomaba la molestia de evitar. Se había quedado sola, abandonada, apartada de todo lo que conocía… Se dejó caer sobre el suelo y escondió la cara entre las manos. Sintió el metal sobre el dedo anular y, desatando su enfado, se quitó el anillo de pedida y la alianza y los arrojó bien lejos. Después, siguió llorando hasta que se quedó sin fuerzas, hasta el punto de que le era difícil respirar. Se levantó tambaleante, con un único pensamiento en la cabeza: llenarse las venas de alcohol. Caminó en dirección a la cocina, pero cuando estaba a punto de abandonar el salón, su mente dio la voz de alarma para que fijara la mirada en un elemento que hacía daño a la vista. Se posicionó delante de la estantería de madera maciza en la que estaban colocadas todas esas fotos que tomó prestadas de casa de sus padres. Hubiera sido capaz de destrozar cada una de ellas, pero su furia se centró en una sola, aquella que más odio provocaba.
La foto resguardada tras el marco plateado no era la misma. No podía ser contemplada de la misma forma. Ahora representaba un alto porcentaje de alguien que no quería recordar. Cogió el marco, clavó las uñas sobre el cristal, haciendo presión sobre la imagen, volviéndose loca por ver los ojos verdes de Angy convertidos en papel, que la miraban con desdén, burlándose de ella. No pudo aguantarlo más. Levantó el brazo y, con toda la fuerza de la que fue capaz, arrojó la fotografía al suelo, haciendo añicos el cristal, diminutos fragmentos relucientes que volaron en todas direcciones.


155


Era como si volviera a empezar desde cero. No era una cuestión de ensamblar unos pasos con otros como si nunca antes lo hubiera hecho, pero lo cierto es que Angy se sentía renacida, aunque por ello la culpa no desaparecía. Jugaba a ambos juegos a la vez, compartiendo un mismo espacio temporal para sentimientos adversos, contradictorios. Era capaz de pasar de un estado de utopía a otro totalmente delirante, cuando realmente perdía la esperanza de que su sueño pudiera volverse realidad. Ya había llegado demasiado lejos como para abandonar, pero a veces esos pequeños lapsus conseguían que tuviera remordimientos, replanteándose la idea de tirar nuevamente la toalla, pero todo cambiaba cuando encontraba la determinación necesaria en esos ojos color avellana que nunca dejaban de observarla. Sí, en cierto modo era como vivir una segunda oportunidad, aunque no era agradable al cien por cien, ya que sentirse clandestinos por esconder algo que ambos sentían no era fácil. Habían establecido esa rutina que sabía a algo agridulce; la espera se hacía eterna por verse, pero cuando llegaba, era como tocar el cielo. Y todo volvía a irse hasta la oportunidad siguiente. Mientras todo eso ocurría, el diminuto ser que crecía imperceptiblemente dentro de Angy se iba volviendo cada vez más importante, aunque por una breve fracción de segundo corrió peligro; la posibilidad de abortar fue efímera, pero llegó a existir. Por suerte, y a pesar de la gravedad de la situación y las circunstancias, querían seguir adelante. Su hijo no tenía culpa de nada, había sido el resultado del amor perpetuo entre dos personas que habían hecho hasta lo imposible por no volverse a unir, pero ya no había remedio. Se quisiera o no, ya eran una familia, aunque una bien diferente al resto, y todo ello gestándose a espaldas de los demás.
La tensión era sublime, compacta, indestructible; una especie de segunda capa de piel. Ya era tan conocida que intentaba olvidarse de ella, concebir la angustia como algo perpetuo, pero lo peor aún no había llegado, y se desesperaba sin tregua. Se tomaba unos minutos de permiso para pensar acerca de la otra… posibilidad. Era cierto que cuando Dorian le propuso marcharse sin decir nada, como dos cobardes huyendo por la puerta de atrás, se negó en rotundo, pero llegados a esos extremos, lo cierto es que ya no le parecía algo tan descabellado. Sí, Nora sufriría de todos modos, pero por otro lado sería una forma rápida de acabar con el sufrimiento propio. De pensar así sentía decepción por sí misma. Ya no estaba segura de poder cumplir nada de lo que se proponía. Hasta ahora no le había dado resultado y todo iba en picado, de mal en peor. El desastre era inminente. No podían continuar así para siempre, viéndose a escondidas y rezando para que Nora nunca se enterara. No, desde luego esa no era una forma digna de vivir pero, ¿lo sería fugándose con el marido de su hermana?
Aquel día llovía sin descanso, empapando las desoladas calles y tiñendo el cielo de un oscuro gris. Había calma en la atmósfera exterior, pero en cuanto al interior de esa ya conocida habitación de hotel, las cosas eran bien diferentes. Estaban juntos sí, compartiendo ese silencio que decía todo, pero lógicamente no se percibían las típicas sonrisas de las primeras veces. Sabían que todo estaba en juego; la tormenta se avecinaba y no estaban resguardados. Les caería un buen chapuzón sobre las cabezas, y no tenían forma humana de impedirlo.
Dorian acariciaba la mejilla pálida de Angy mientras intentaba aparentar serenidad, pero lo cierto es que le era imposible.
—No quiero verte así —susurró.
Angy le devolvió la mirada, pero sus ojos verdes intensos estaban apagados, translúcidos y sin vida. Las ojeras debajo de ellos emitían claras muestras de agotamiento, pero más que físico, era mental. No soportaba la presión, estaba deshaciendo su cuerpo.
—No sé cómo afrontar esto, Dorian. —Su labio inferior tembló—. Se me viene encima y no soy capaz de procesarlo todo como debería. No puedo hacerme a la idea…
—Lo sé, pero estamos más cerca que nunca de conseguirlo.
—¿De verdad lo crees?
—Claro que sí, Angy. Lo digo en serio. Un paso más, uno solo, y podremos irnos de aquí.
—Sí, pero la vida de Nora no se detendrá ante nuestra marcha —murmuró—. Los días se volverán nefastos para ella. Todavía no puedo aceptar el hecho de que soy yo la que va a romperle el corazón. No se imagina que su propia hermana…
—Por más que lo repitas no encontrarás una solución de esa manera —interrumpió Dorian.
—Maldita sea, eso ya lo sé, pero de nada sirve callar.
—Te equivocas, ahora más que nunca necesito que seas fuerte. —Colocó con delicadeza la mano sobre el vientre de Angy—. Hay alguien más que te necesita.
Angy sollozó lentamente y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Cómo vamos a decírselo? ¿Lo has pensado? ¿Se te ocurre algún modo de confesarlo y no perder la cabeza en el intento?
—Lo he pensado muchas veces, pero no soy capaz de decir precisamente aquello que quieres oír, porque no va a ser nada fácil, nos guste o no, es complicado.
—Dorian…
Tenía intención de decirle algo, pero Angy no pudo continuar. Su cuerpo se estremeció repentinamente, sacudido por una fuerza invisible y enérgica. El pecho se le movía arrítmicamente arriba y abajo, con los labios apretados y morados. Estaba sufriendo alguna especie de crisis de ansiedad repentina.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, alarmado.
—Me cuesta respirar, estoy mareada…
Sin pensarlo ni un minuto, Dorian la tumbó de lado y se colocó justo detrás de ella, permitiendo que aferrara su mano con fuerza. Intentaba sincronizar la respiración de Ángela con la suya propia.
—Respira, vamos. —No dejaba de acariciarle la mano—. Ahora no, venga.
—No puedo…
—Sí que puedes —insistió Dorian—. Respira conmigo.
Angy intentaba apaciguar el ritmo al que expulsaba el aire y, tras varios intentos fallidos y segundos interminables, lo logró.
—Eso es, buena chica. —La besó en la nuca—. Tranquila. —Lentamente ladeó su cuerpo para que quedaran frente a frente—. Ya ha pasado.
Ella se aferró a él como si fuera un salvavidas. Tenía la cara pálida, comparable solo al de un cadáver. Los nervios estaban acabando con ella; lloraba como una niña.
—Esto me supera cada día más… Es imposible.
—Eres más fuerte de lo que crees.
Ella cerró los ojos para evadirse de esa tóxica realidad.
—¿Es posible que esto esté pasando? ¿De verdad no nos queda otra posibilidad?
Dorian entrecerró los ojos, nervioso.
—¿Qué estás intentando decirme?
—Nada —susurró ella—, pero…
—No puedes volver a abandonarme. —Su cuerpo se tensó y ahora era él quien se estremecía de pies a cabeza—. No puedes…
Angy le tomó en sus brazos, dejando que apoyara la cabeza sobre su pecho.
—Sabes que no volverá a pasar —murmuró—. No dejaré que algo así ocurra. No cometeré el mismo error dos veces.
Sintiéndose algo más aliviado por esas palabras, Dorian se relajó sobre el cuerpo de Angy. Se reconfortaba con percibir el latido de su corazón, sus pulsaciones, el fino vaivén del tórax… Era una melodía orgánica que le tenía encandilado.
—Escucha, sé que lo he dicho un millón de veces, pero ahora hablo totalmente en serio —murmuró—. No podemos arriesgarnos a esperar más tiempo.
Angy le sujetó la cara entre las manos. Sus ojos verdes parecían intentar buscar alguna pista para averiguar algo más.
—¿Por qué dices eso?
—Ya lo sabes.
—No, Dorian. No hagas eso, no me mientas. Conozco esa mirada. —Le acarició la mejilla—. ¿Qué sabes?
Él se encogió de hombros para apartarse un poco.
—Lo mismo que tú.
—Si quieres que sea valiente tú también debes serlo, por favor. No me ocultes nada.
Se abrió entre ellos una fractura invisible a los ojos, una falla titánica.
—¿Qué te ha dicho?
Dorian no contestó; desvió la mirada.
—Venga, no te quedes callado.
—No es lo que dice, si no aquello que se calla.
Ella palideció de inmediato.
—¿Insinúas que…? —Se llevó las manos a las sienes—. ¿Crees que puede saber algo de lo nuestro?
—No, pero ha llegado al límite de la paciencia. Ya no lo soporta más, Angy. Está desesperada, quiere arrinconarme o hacerme confesar de algún modo… —Soltó un suspiro—. Sabe que hay otra. No lo dice directamente, pero es lista.
Angy se incorporó de repente y le dio la espalda. Volvió a temblar, pero de manera más contenida. La delgadez de la que era preso su cuerpo no era de lo único que tenía que preocuparse. El cuello de la botella se volvía cada vez más estrecho y a ese ritmo no podrían salir ilesos, si es que acaso alguna vez creyeron que podían hacerlo.
—Tenemos que hacerlo ya, antes de que sea demasiado tarde.
—Pero Dorian, no estoy preparada —gimoteó Angy—. Todavía no…
—Siendo del todo sinceros, no lo estarás nunca ni yo tampoco, pero sea cómo sea, debemos afrontarlo. —Posó de nuevo la mano sobre el vientre de ella—. Por todos nosotros.
Angy colocó su mano encima de la de él, agradeciendo su contacto.
—¿Cuánto tiempo crees que tenemos como máximo?
—Una semana.
—¿No crees que es poco?
—Deja de buscar escusas.
Angy cerró los ojos y asintió. Él tenía razón, pero se resistía a creerlo.
—Ni siquiera debería estar aquí —sollozó—. Todos creen que estoy muy lejos, de vuelta al teatro, pero en realidad, estoy haciendo esto…
—¿No te hace feliz?
—Ya sabes a lo que me refiero. Es un sueño hecho realidad poder volver a tenerte cerca, pero se nos ha ido de las manos. No tengo ni idea de cómo vamos a salir de esta situación. —Apretó inconscientemente los puños—. Y lo que más me duele es reconocer que, de una forma u otra, sabía que esto iba a pasar. Intentaba engañarme, pero cada vez que te veía las ganas de olvidarte se esfumaban al instante. Si hubiera sido valiente en el momento adecuado, quizás ahora todo sería diferente.
—No te atormentes por algo que no puede arreglarse. El pasado no se puede cambiar, pero el futuro, nuestro futuro, sí puede volverse favorable. Estamos a tiempo y, aunque no es precisamente un asunto fácil, no podemos estancarnos.
Se quedaron abrazados durante un buen rato, olvidándose de lo demás, de lo prohibido, de lo que se suponía que era inaccesible; ya habían surcado cualquier límite infranqueable. Angy estaba embriagada con la visión de Dorian, tan cerca que podía distinguir cada fina molécula de piel, formando ese hombre tan perfecto por el que sentía algo indescriptible.
—Tengo que confesarte algo —dijo de repente—. No he sido del todo sincera contigo.
—Te escucho.
—¿Recuerdas el día de la boda? ¿El momento en el que te encontré a solas en la habitación mientras te preparabas?
Dorian asintió con la cabeza, sin decir palabra.
—Pues… —Se le cortó la respiración—. Te mentí; no llegué hasta allí para desearte suerte o para decirte que no tendríamos posibilidad de recuperar lo nuestro.
Dorian frunció el ceño, pero tan solo al recordar, recobró esa pizca de esperanza que creía perdida. Suspiró. Desde aquel día habían pasado demasiadas cosas.
—¿Y entonces? ¿Qué ibas a decirme?
Angy sonrió débilmente y le besó en la mejilla, acercando sus labios al oído de él.
—Pretendía algo imposible. —Cerró los ojos apenas un instante—. Quería pedirte que lo dejaras todo por mí, que no te casaras con Nora.
—No —susurró él—. No hubiera sido imposible. Me habría ido contigo, Angy. No me hubiera importado nadie, ni siquiera… —Se interrumpió a propósito para no decir su nombre—. Eso hubiera sido lo correcto. Tendrías que habérmelo pedido, ni siquiera habría dudado.
—De eso se trataba —replicó en un suspiro—. Estaba tan segura de que lo harías que por un momento me atreví a pensar en ello, pero al final no pude hacerlo. Recuperé la cordura y me entró el pánico, por eso te dije todo aquello. Y luego, cuando fuimos al altar… —Destapó una mueca visceral, llena de dolor—. Me sentí la mujer más infeliz del mundo, porque te estaba llevando hacia otra mujer.
—Mantuve la esperanza hasta el último segundo, Angy. Estaba preparado para escapar si me lo pedías. Traté de ser paciente, pero ese momento no llegó, y por eso dije todo eso en mi discurso antes del banquete. Estaba herido; quería que tuvieras claro que no me había rendido. Por eso mencioné nuestra frase y por eso luego, durante el baile, te lo dije sin rodeos. Eras tú la que deberías haberte casado conmigo.
Angy se mordió el labio, indecisa.
—Ya es tarde para eso.
—Pero sabes que tengo razón.
—Puede, pero no me hace falta llevar un anillo para saber lo mucho que te necesito. Pasé a tu lado los mejores años de mi vida, y no por ello tuve que visualizarme vestida de novia. Contigo era suficiente.
—Sí, pero a decir verdad estarías realmente preciosa vestida de blanco. —La besó en la comisura de los labios—. Habrías sido la novia más bonita de todo el universo.
Angy le devolvió el beso como Dios manda, entregándole en un simple gesto un poco de esa droga de la que no acababan de cansarse.
—El hecho de casarme contigo no habría cambiado a mejor lo nuestro, no significaría poner más énfasis a todo esto, a lo que siento. —Sus ojos parecieron brillar como luceros al alba—. Nunca me he considerado de nadie, pero te aseguro que a día de hoy soy completamente tuya, y lo seré durante el resto de mi vida si es eso lo que quieres.
Dorian sonrió como pocas veces lo había hecho.
—Sí, quiero.


156


Definitivamente habían cambiado; esos ojos azules centelleantes que le atravesaban la piel no eran los mismos de siempre. Los había visto desde todas las perspectivas y ángulos visibles, pero resultaba excesivamente evidente que Nora sabía algo. Quizá no tenía ni idea de la magnitud real de lo que ocurría, pero ya no se molestaba en ser la de siempre, claro que tampoco tenía razones de peso para serlo. Su marido la engañaba, no tenía contacto con el mundo real y su trabajo, aunque había mejorado bastante, no le brindaba el apoyo que tal vez necesitaría para agarrarse a algo y no percatarse de lo sola que estaba, en todos y cada uno de los sentidos posibles. Se deshacía a su antojo, y por más que Dorian trataba de mantener bajo control el ataque de insensibilidad que a veces amenazaba con irse de la lengua antes de tiempo, no lograba acercarse a ella. ¿Para qué serviría? Ya sabía que era imposible tocarla, besarla o incluso mirarla durante varios minutos. Había tocado fondo y la única opción era emerger de la superficie, dejando a esa pobre chica casada perdida en las profundidades, y por ello se sentía a morir. No tenía la culpa de nada y sin embargo pagaba indirectamente con ella su tremendo error. Si hubiera sido valiente el día de la boda para decir que no, se habrían ahorrado mucho dolor. Nora estaba sufriendo como nunca, y lo peor es que no podía hacer nada para consolarla. No la quería, y lo tenía más claro que nunca.
Por supuesto, también estaba la otra parte implicada, Angy. Era de locos saber que por fin había vuelto a estar con ella. El simple hecho de pronunciar silenciosamente su nombre hacía que sus labios vibraran de pura emoción contenida, risueña, infantil, soñadora, desatada… Se veía como un hombre enamorado, porque lo estaba. No había hecho las cosas como debería, pero sabiendo que el fin estaba cerca, tenía que aguantar; un diminuto ser aguardaba para entrar en la vida, y para ello antes tenían que desaparecer, dejar aparcado indefinidamente aquello que les impedía ser felices. Y aunque sonara increíblemente cruel, lo cierto es que tenía que dejar arrinconada a Nora, pero no iba a ser sencillo. ¿Cómo podría mirar su retorcida cara, convertida en un susurro de todo aquello que quería ignorar, y confesar que estaba locamente enamorado de su hermana? ¿Cómo tener el desinteresado valor de admitir que por fin podría ver su sueño cumplido, ser padre, pero que ella no sería nunca la elegida?
Tenía el corazón en la garganta. Llevaba cerca de diez minutos plantado allí, delante de la puerta cerrada del dormitorio. Nora estaba dentro, tan ausente e inmóvil que se parecía a un maniquí; apenas se apreciaba el respirar de su pecho. Había intentado hacerla salir de todas las formas de las que fue capaz, pero no lo consiguió. Se preparó, se vistió con uno de sus trajes y, temiendo escuchar la respuesta equivocada, entró, vacilante. Allí estaba, justo donde la vio por última vez, con la mirada perdida, con su cuerpo sobre la cama y la boca sellada. Era desolador verla así cuando aquella joven mujer era totalmente lo opuesto, un torrente de vivo de emociones, pero ese canal se había secado. Ni un oasis podría salvarla ya.
—Llevas todo el día encerrada aquí dentro —comenzó—. Tienes que comer algo.
Ella ni siquiera apartó la vista del suelo para mirarle. Era como si no se hubiera dado cuenta de que estaba allí. Le ignoraba, le era completamente indiferente.
—Por favor —insistió—. Háblame.
Otra vez volvió a hablarle al silencio. Resultaba inútil. Ella se había desprendido de su temperamental carácter y lo poco que quedaba de esa diosa rubia era su apariencia, lo demás, era extinto.
Dorian jugó otra de sus cartas y se acercó, lo suficiente como para hacerse notar pero sin llegar al extremo de incomodarla.
—Te propongo algo —murmuró—. Salgamos a cenar. Esta noche, tú y yo. Solos, sin nadie que nos moleste.
—¿No crees que la que molesta aquí soy yo?
La pregunta le dejó tan sorprendido que ni siquiera pudo contestar. El nudo en su garganta apretó las entrañas con más fuerza. Era delirante y desconcertante verla así.
—Te estoy pidiendo que vengas conmigo, por favor. —Se pasó la mano por el pelo—. Sería agradable hacer algo diferente. Quiero que acompañes.
—¿Quieres pasearme para que todo el mundo me vea? ¿Salir a cenar es mi premio de consolación ante tus negligencias? —Le devolvió la mirada, por fin—. ¿Y si te dijera que no? ¿Saldrías de todos modos?
Vaciló un instante.
—Claro que no. No sería lo mismo. Sólo saldría contigo, sin excepciones.
Nora se levantó de la cama y fue directamente al cuarto de baño.
—Si no te importa —pronunció, antes de cerrar la puerta—, preferiría que me esperaras abajo.
Dorian obedeció sin rechistar y bajó las escaleras de dos en dos, desabrochándose los botones de la camisa. Temía haber cometido otro error. Se quedó esperando en el desolado vestíbulo, con el suelo traslúcido y diferente. Todo le parecía raro a esas alturas. Su mundo se estaba precipitando al vacío, a la nada, a la completa ceguera de lo inestable, a la necedad, al descanso interrumpido de sus verdaderas intenciones.
Después de lo que parecieron diez minutos escasos, unos pasos esculpidos elegantemente por tacones se dejaron oír en la parte de arriba de las escaleras. Cuando Nora tocó el suelo del vestíbulo, parecía un ángel al que acababan de arrancarle las alas.
—Estás muy guapa —dejó escapar Dorian—. Realmente…
—Podemos irnos ya —dijo ella, interrumpiéndole.
Dorian asintió pero no dijo nada. Además de seguir estremeciéndose cada vez que Nora se ponía de semejante guisa, estaba perplejo por el brevísimo espacio temporal transcurrido. Estaba sorprendido por su apariencia. Vestía con uno de sus impresionantes vestidos, y aunque estaba arreglada, no resultaba tan despampanante y llamativa como otras veces. Su semblante seguía frío como una roca. Igual pero diferente, era difícil tratar con la ambigüedad de una mujer despechada.
—¿Qué? —espetó Nora, harta de ser examinada con detalle.
—Oh, nada —se apresuró a decir él, intimidado por el tono cortante concentrado en esa única palabra—. Es que has… tardado muy poco.
Nora se alborotó el pelo mientras no le quitaba los ojos de encima.
—¿Y eso qué significa? ¿Debo volver arriba para empezar otra vez? ¿No tengo tu estimada aprobación?
—Claro que la tienes. Estás muy guapa, como siempre.
—No digas como siempre, Dorian. Esto es diferente, no tiene nada que ver con lo que se suponía que hacíamos antes.
—Bueno, sólo quería decirte que estás igual de atractiva aunque no lleves tanto maquillaje…
—¿No es eso lo mejor del matrimonio? ¿Que no tengo que estar continuamente atractiva para ti porque ya estamos casados? —Se adelantó y salió a la calle, sin esperar una respuesta.


El restaurante era como visualizar una lujosa copa de champán; ellos estaban al fondo, donde el color parece más intenso, pero a ciencia cierta, el sabor también resulta llamativo, medio dulce, amargo, una mezcolanza curiosa de entidades, solo que en ese caso, la mezcla era altamente explosiva: la tensión iba en aumento y aquella pareja de extraños, colocados frente a frente, evitaban mirarse, compartir cualquier punto de referencia e ignorar el hecho de que ya estaban perdidos antes siquiera de intentar buscarse.
—¿Qué tal en el trabajo? —La pregunta de Dorian no fue precisamente brillante pero peor resultaba el silencio que, por otra parte, resultaba atronador.
—Sin cambios, sin novedades, nada que merezca la pena contar.
—Algo tiene que haber. Antes, no hace mucho, estabas contenta.
—Antes, antes, antes… —La voz de Nora sesgaba el ambiente—. Sé que te encanta hablar en pasado para desentenderte de lo que no te gusta, que por cierto creo que son demasiadas cosas, pero despierta de una vez. Hasta lo que ha ocurrido hace una hora también es pasado. No me preguntes por algo que ni siquiera me importa.
Los ojos de Dorian, desprendidos incomprensiblemente de la sensibilidad que había intentado adoptar, se cerraron durante varios segundos. Desde luego pudo darse cuenta de que salir a cenar no había sido más que otro cero a la izquierda. Podía tener perdón el hecho de que cometiera estupideces por estar enamorado de Angy, pero era un suicidio el hecho de intentar mantener unido un bloque de hormigón que se resquebrajaba desde sus mismos cimientos, y en este caso, Nora estaba rota por dentro y por fuera. ¿Cómo se le había ocurrido ese plan de emergencia? ¿No se suponía que estaba desesperado por acabar con ese matrimonio que en verdad no duró ni un instante? ¿Qué estaba haciendo allí, con una mujer a la que había entregado unos meses de su vida por la evasión, por el mero hecho de huir de la realidad?
—Lo siento —logró decir—. Te pido perdón. Sé que tu trabajo no es algo que te apasione, pero quería empezar por algo sencillo.
—Ese es el problema, que no hay nada que sea sencillo.
—Está bien, hagámoslo a tu manera, Nora. No hablaré hasta que lo consideres oportuno.
Ella soltó un bufido.
—Es lo más inteligente que has dicho en todo el día. —Se levantó de su silla, originando un ruido molesto.
Dorian se quedó nuevamente perplejo pero reaccionó.
—Espera. —Sujetó débilmente su muñeca—. ¿Adónde vas?
Nora se soltó bruscamente de la mano que estaba aferrada a ella.
—Al baño —contestó secamente—. ¿Quieres comprobarlo o te fías de mí?
Dorian se removió incómodo en su asiento.
—Está bien, pero no tardes demasiado.
—Sí, tienes razón. Será mejor que no pierda el tiempo. Quién sabe si cuando vuelva seguirás ahí sentado, ¿verdad?
Dorian iba a decir algo pero no tuvo ocasión, ya que Nora salió a toda prisa hacia el fondo para perderse entre la gente.
Cuando volvieron a estar uno sentado frente al otro, el silencio era lo único palpable, como un comensal más.
Un camarero joven se les acercó por fin para tomar nota.
—Buenas noches, ¿qué desean tomar?
Dorian le soltó rápidas palabras, contenidas por los nervios. Un sinsentido.
—¿Qué vas a tomar? —preguntó a Nora.
—Lo mismo que tú, supongo.
—¿Estás segura? ¿No quieres alguna otra cosa? ¿Probar algo diferente?
Nora dejó de prestarle atención a la carta y clavó los afilados zafiros en la cara de su marido. Echaban chispas, ardían. Se mordía el labio con puro enfado, contenido únicamente por la barrera estratégicamente situada a la altura de su envenenada lengua.
—¿Y tú? ¿Ya has probado algo… diferente?
—No. —Desvió la mirada, culpable—. Elijo lo de siempre.
—¿Estás completamente seguro de eso?
Gracias a un golpe de suerte fortuita, pudieron cenar sin interrupciones, sin indirectas malsonantes que pudieran evidenciar aún más lo ridículos que estaban por comportarse de una forma cuando en realidad se morían por sacar aquello otro que les definía, aquello que no les dejaba respirar. Sin embargo, y aunque Dorian se afanaba en agarrarse a algo que tuviera lógica, quería seguir actuando al menos por una noche como el marido perfecto, preocupándose por su mujer, pero era mucho más que imposible, sobre todo cuando Nora estaba literalmente fuera de sí, con las retinas embriagadas en algo que no llegaba a descifrar, y con la boca ocupada tratando de saborear insistentemente el vino que reposaba en esa botella tan cara. Bebía sin contemplaciones, sin pausas más allá de lo normal, bebía y bebía como si el líquido oscuro que adornaba su copa se tratara de agua. Pero comenzaba a hacer efecto en ella, y Dorian no quería saber cómo terminaría la noche con una mujer enfadada con la vida, con él y con todo el mundo en general, y menos si tenía completamente anulado el sentido común.
—¿Qué estás haciendo? —terminó por decir, incómodo por la escena alcohólica que tenía delante de las narices.
—Beber.
—Eso ya lo veo.
—Entonces no preguntes. —Volvió a mojarse los labios, deleitándose con la irritación de su marido—. Sólo estoy tratando de pasármelo bien.
—¿A esto lo llamas pasarlo bien? —reprochó en un susurro—. Compórtate, por favor.
Nora ignoró sus palabras de advertencia y volvió a sujetar la fina botella en la mano para inclinarla y derramar más vino sobre su copa, a la altura prácticamente del borde, dando largos sorbos sin saborearlo. Era como si quisiera eliminar un sabor demasiado amargo de su boca.
—Estoy intentando tener paciencia, por favor. —Se pasó una mano por la garganta; le ardía—. Quizás no deberías beber tanto.
—Tú no me das órdenes. Si quiero beber, bebo. No te metas.
Dorian no daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Desde cuándo Nora había perdido radicalmente el control sobre sus propios actos? Nunca había llegado al límite de la estupidez en cuanto a su comportamiento, pero ya no dejaba lugar a dudas. Con su actitud, comparable solo a la de una adolescente queriendo ahogar las penas en alcohol, dejaba bastante que desear.
—Me tomaré otra copa —murmuró, arrancándole de las manos la botella para conseguir el último despojo del vino asentado en el fondo—, si no te importa.
Nora apretó los puños encima de la mesa. Ese gesto no le había agradado en absoluto. Quería seguir bebiendo y en el último segundo, cuando estaba convencida de poder terminar con la botella ella sola, su marido le había arrebatado ese capricho propio de los cegados bebedores cual Dionisio.
—Camarero —pronunció pobremente Nora cuando divisó a uno de ellos vagando por allí cerca—, otra botella.
—Enseguida —contestó el joven.
Dorian negó con la cabeza.
—No será necesario, gracias. —Apretó la mandíbula—. Mi mujer ya ha bebido bastante.
Nora dejó caer a propósito la mano abierta sobre el mantel, haciendo bastante ruido.
—Si no te importa, yo decidiré cuando es bastante. —Volvió a mirar al camarero, que estaba confundido por lo grotesco de la escena—. Por favor, tráigame otra botella. Ahora.
Esta vez Dorian cedió. No quería discutir delante de nadie, pero se sentía vapuleado por su mujer. No sabía cómo parar ese tren que descarrilaría de forma inminente.
—¿Por qué lo haces?
Su mujer dejó escapar una ligera sonrisa, pero no era de verdad, si no una simple máscara de ironía, de rabia e impotencia.
—Porque ya no me importa nada, Dorian. —Se inclinó hacia delante con los codos flexionados—. No me importa lo que me pase, ni lo que opine la gente sobre mí. Me he hartado de ser buena y no recibir a cambio nada más que decepciones y cobardes puñaladas por la espalda.
—Veo que ya estás bebida —alegó él sin mucha determinación—. No sabes lo que dices.
—Eso es lo que te gustaría, pero no soy tu maldita muñeca de trapo. No soy un títere para que puedas manejarme a tu antojo. —Levantó considerablemente la voz sin apenas percatarse de ello—. Nora haz esto, haz lo otro, compórtate como es debido, espérame en casa, no hables sin permiso… ¿Sabes qué? Estoy cansada de eso. Me he cansado de tus estúpidos juegos. No soy como crees y puede que cuando menos te lo esperes, te sorprenda. —Sus ojos se humedecieron, pero destilaban odio sin tristeza—. Yo también sé jugar.
En ese preciso momento el camarero volvió con esa otra botella. Nora no le dio tiempo ni a que le sirviera en la copa. Se la quitó de las manos y, el lugar de rellenarse la copa por infinita vez, hizo algo fuera de lugar. Se la llevó directamente a la boca, bebiendo del pequeño orificio, sujetándola con ambas manos.
El joven se esfumó en milésimas de segundo, mientras que Dorian mantenía la mirada fija en ella, boquiabierto, desconcertado y potencialmente humillado.
—No puedo creer que estés haciendo eso —soltó, indignado—. ¿Has perdido la cabeza? Todo el mundo nos está observando.
—Me importa una mierda —masculló, dándole una patada al diccionario—. Que miren cuanto quieran, me da exactamente igual.
—Pues te aseguro que a mí no me da lo mismo. Me estás dejando en ridículo.
—¿Eso es lo único que te importa? ¿Tu estúpida reputación? A la mierda también, al fin y al cabo eres como todos los demás.
Dorian cerró los ojos e intentó evitar el contacto de todos aquellos que les miraban, con abundantes signos de desaprobación y vergüenza ajena.
La escena seguía su curso, sin nadie que pudiera pararle los pies a esa joven que comenzaba a reírse sin motivo aparente y a actuar de forma desinhibida.
—Ya es suficiente, Nora. —Dio un puñetazo sobre la mesa, haciendo sonar los cubiertos—. Por el amor de Dios, te has bebido la botella tú sola.
—¿Y qué más da? Págala, tienes dinero de sobra. —Dejó la botella en la mesa. Los dedos le temblaban—. Creo que no te arruinarás por unos cuantos billetes. Al menos ten un detalle con la que todavía es tu mujer.
—No.
—¿Qué?
—He dicho que no.
—¿Cómo te atreves…?
—No, cómo te atreves a montar semejante espectáculo. —Se levantó, cansado de soportar la vergüenza—. Se acabó, nos vamos ahora mismo.
—Ni hablar, no pienso moverme de aquí. Yo me quedo.
—No, te vienes conmigo. A casa.
—¿No se suponía que saldrías conmigo? No puedes largarte.
—Sí que puedo, sobre todo porque no tolero que me hagas esto.
—¿Y yo sí puedo hacerlo? —chilló—. ¿Crees que yo sí puedo tolerar todo lo que haces?
—Deja de decir eso…
—¡No! Aunque no quieras vas a escucharme.
Dorian dio un paso pero no llegó más lejos.
—¡Siéntate! —exclamó.
Él no cedió. Quería largarse para dejar de ser el centro de atención, pero no era tan sencillo.
—Estás jugando con fuego.
—Sí, pero resulta que ya me he quemado, Dorian. Estoy ardiendo en llamas. No te soporto, no soporto esta vida. No tolero lo que me has hecho.
—Basta de discutir delante de todo el mundo. —Se fue hacia ella y la obligó a levantarse—. Si quieres discutir bien, pero hazlo fuera.
—¿Crees que puedes controlar absolutamente todo de mí? —Se soltó de un manotazo y agarró su bolso para salir del restaurante.
Dorian casi palpó el agujero enorme en su estómago. No iba a ruborizarse, pero estaba muy avergonzado con todos los comensales observándole detenidamente. Sin más, sacó su cartera y pagó la cuenta en exceso, dejando a propósito unos cuantos billetes más. Corrió hacia la salida para tratar de buscarle solución a algo que no la tenía.
—¡Nora! —gritó, intentando localizarla.
Deambuló por las calles cercanas, pero no la veía por ninguna parte. ¿Le abría pasado algo?
Entonces la vio, justo cuando se metía en la parte de atrás de un taxi. Salió corriendo en su busca y, antes de que arrancara, consiguió llegar a la ventanilla.
—¿Qué haces?
—Largarme. ¿No era eso lo que querías? ¿Que no te dejara en ridículo delante de un puñado de imbéciles? —Apartó la mirada—. Arranque, por favor.
—Nora —insistió—. Bájate. Yo te llevaré.
—No, esto al menos lo decido yo. No quiero estar cerca de ti, no quiero que me lleves a tu casa.
—¿Adónde vas a ir?
—A cualquier otro sitio.
—No me hagas esto, por favor. —La vista se le nubló—. Sal del coche.
Ignorándole descaradamente, Nora se inclinó hacia delante para hablarle al conductor.
—Le daré más dinero si me saca de aquí ahora mismo.
Con resignación, Dorian no pudo hacer más que ver cómo el taxi desaparecía de su vista.


La oscura verja de la entrada estaba cerrada. Dorian tuvo que esperar lo que le pareció una eternidad para atravesarla. Aparcó el coche de la peor de las maneras y en cuestión de segundos accedió al vestíbulo, donde reinaba el imperioso silencio; parecía estar burlándose de él. A decir verdad, tenía la impresión de que casi todo lo que le rodeaba lo hacía. Soltó un largo suspiro y accedió al salón. Encendió las luces pero las apagó con brusquedad. Prefería mantener en la oscuridad, porque eso es precisamente lo que estaba ocurriendo. Las cosas ya no podían ir peor, y desde luego el negro era el color perfecto para describir mínimamente lo mal que se sentía consigo mismo, con sus decisiones, con su miedo irrefrenable a hacerla daño.
Subió al piso de arriba y entró en el dormitorio. Cuando la vio aparecer de repente, el corazón se le agitó desmesuradamente, pero no sabía si era por el alivio o la decepción de saber que no estaría solo para reflexionar. Nora estaba en ropa interior, con la cara algo cambiada; los ojos estaban hinchados debido seguramente a su incansable llanto, ahora la única manera que tenía para desahogarse.
—¿Sorprendido?
Él asintió.
—Creí que no vendrías.
—Cambié de opinión. —Se cruzó de brazos—. Supongo que ésta todavía es mi casa, me guste o no.
—Lo es.
Nora se alborotó el pelo y ladeó la cabeza. Por su expresión, aún estaba demasiado borracha.
—Quizás deberías dormir un poco.
—Dormir no es precisamente el mejor remedio para quitarme este dolor de cabeza. Además, no tengo sueño.
—De acuerdo, entonces te dejo para que puedas estar tranquila.
—No lo hagas —murmuró con decisión—. Es tu casa, sería absurdo pedirte que te fueras. En todo caso sería yo quien debería dormir en otro lado.
Se quedaron mudos, maniquíes obsoletos visualizándose en mitad de la tormenta. Se habían vuelto dos desconocidos. Ya no les unía nada.
—Insisto —susurró Dorian—. Tú dormirás aquí. Así estaré más tranquilo. —Se dirigió hacia la puerta pero no pudo salir. Volvió a mirarla—. ¿Podemos hablar?
—No va a servir de nada, Dorian. —Sus ojos se llenaron de lágrimas a una velocidad pasmosa—. Todo lo que había, todo lo que existía entre tú y yo, se ha roto.
Ella tenía razón, así que ni siquiera intentó negarlo.
—Quizá necesitemos tiempo.
—Sabes que yo nunca he apostado por los grises. Para mí todo se resume en blanco y negro. No pretendas cambiarme porque no soy reemplazable, aunque ya lo hayas hecho…
Dorian intentó un acercamiento. Quería estrecharla entre sus brazos y decir que todo saldría bien, pero era la mayor mentira posible. No veía más que una niña destrozada, perdida entre lo que sentía y lo que no podía sentir. Una lucha interna e indecisión.
—Dorian…
Elevó la mirada cuando escuchó su nombre, y a continuación la vio acercarse en un suspiro, con todo su cuerpo prácticamente al descubierto, arrojándose a sus brazos a pesar de odiarle.
—Lo siento —acabó por decir, mientras acariciaba su pelo rubio.
Ella no dijo nada, simplemente se limitó a esperar algo que no iba a suceder, el momento en el que todo fuera como en un principio.
—Sé que no me crees, pero lamento estar haciéndote tanto daño.
—No, no te creo. —Elevó sus ojos para encontrar los de él—. No puedo creerte después de lo que has hecho.
El corazón de Dorian brincaba como un loco, frenético e imparable. ¿Estaba equivocado al pensar que todo se había descubierto?
—Nora… —Se interrumpió al instante; vio algo que no le gustó—. ¿Qué significa esto?
—¿El qué?
—Tus anillos. —Agarró la mano de Nora, con todos los dedos desnudos, sin rastro de la alianza ni del anillo de pedida—. ¿Dónde están?
—¿Y eso qué importa? —reprochó, apartándose tan rápida como una bala—. ¿Para qué seguir llevándolos? Ya no significan nada. Para mí eran un símbolo de nuestro matrimonio, pero has conseguido que dejen de tener el mensaje adecuado.
—¿Qué has hecho con ellos?
—¿De verdad quieres saberlo o sólo estás fingiendo? ¿Quieres hacerme creer que algo así te importa?
Él se enfureció por dentro, pero también estaba desconcertado. No estaba enamorado de ella, pero aún así, no ver los anillos había provocado una especie de fisura en su interior. ¿Acaso era tan egoísta?
—Ni siquiera sé por qué tú lo sigues llevando —insistió Nora—. Ya es una mentira, no sé qué es real y qué no, Dorian.
Él se la quedó mirando estupefacto, sin saber qué decir. Intentaba ponerse en su situación y el dolor debía de ser inmenso. Estaba destrozando su autoestima y tal y como ella había dejado claro, toda su vida.
—Dime que se acabó.
—¿Qué? —logró decir, incapaz de creer que ella hubiera dicho algo así. Esta vez sonaba sincera, directa y rota.
—Dímelo y no volverás a saber de mí. —Derramó profundas lágrimas que no tardaron en rodar por las mejillas—. Me apartaré para que logres estar con alguien que sí pueda hacerte feliz, pero no me hagas sufrir más porque no lo soporto.
Estaba asustado, pero por un instante, creyó que era el momento de decirle la verdad. Un nombre, uno solo, desvelaría el engaño bien tramado a sus espaldas. Podía acabar con la farsa en menos de un minuto, confesándole la verdad y dejarla libre. Pero no lo hizo. No llegó a hacerlo. No podía hablar sin más. Angy debía estar presente así que el sufrimiento tendría que alargarse algo más.
—No puedo —susurró.
—¿Que no puedes? —repitió, incrédula. Se enjugó las lágrimas—. ¿Me estás diciendo que no puedes dejarme?
—No puedo.
Nora apretó los puños y ladeó la cabeza, llorando sin cesar. No lo entendía. Tenía delante al hombre de su vida, y aunque estaba dolida, partida en dos, era incapaz de encajar unas piezas con otras. Algo, o mejor dicho todo, se le escapaba.
—Jamás me habían roto el corazón —murmuró—. Y tú lo has hecho, Dorian. De la peor forma posible.
—Nora, yo… —Tenía el nudo en las cuerdas vocales—. Yo…
Ella se acercó y le propinó una bofetada en la mejilla. Fue tan repentino e inesperado que él ni siquiera sintió dolor. Abrió mucho los ojos pero no se movió. Se lo tenía bien merecido.
—Ni siquiera te has inmutado —gruñó.
Era la primera vez que Dorian quería llorar. Se sentía como un lastre, escoria humana.
—¿Cómo puedes ser incapaz de reaccionar? —exclamó Nora—. ¡Háblame!
Fue como hablarle a un juguete. Sus labios estaban sellados, no daba muestra alguna de percepción. Se había quedado petrificado.
—No puedes hacerme esto —susurró ella—. No puedes…
Dorian intentó separarse pero algo se lo impidió. De nuevo, y de forma más violenta, Nora comenzó a golpearlo en el pecho, presa de la rabia que había estado conteniendo. Dejaba escapar alaridos, gruñidos, sollozos y suspiros. Golpeaba una y otra vez, desesperada por la pasividad de su marido.
—¿Por qué lo has hecho? —chillaba detrás de cada golpe—. ¿Por qué?
La razón volvió a su sitio y Dorian reaccionó. Movido por multitud de sentimientos, consiguió atrapar las muñecas de ella y la paralizó en unos segundos.
—Para, por favor… —La estrechó contra su pecho—. Para…
Nora se resistía, y aunque estaba atrapada por esos brazos que se asemejaban a acero puro, se movía insistentemente para liberarse. Tras la agonía del cansancio, dejó de forcejear, y gruesas lágrimas le mojaron la camisa a él.
—Perdóname —susurró Dorian en su oído—. Lo siento, lo siento muchísimo…
Ella le abrazó. Era frágil como una muñeca de porcelana. Se deshacía con su contacto. Temblaba considerablemente y se comportaba como una mujer sola, despechada, abandonada a su suerte y ebria.
Dorian terminó por levantarla del suelo y llevarla hasta la cama. Se sentó sobre el borde, con ella en el regazo, intentando consolarla, sabiendo que el culpable de todo era él mismo.
—Bésame —susurró Nora entre el silencio, atrapando la cara de él en sus manos y rodeándole la cintura con sus piernas.
Dorian tensó el cuello hacia atrás.
—No.
—Vale. —Le acarició la mejilla—. Pues si no me besas tú, lo haré yo.
No pudo evitarlo. Dorian acabó por encontrarse con los labios de su desesperada mujer. Le atravesaban como puñales porque no quería hacerlo. Así sólo podía pensar con más intensidad en Angy, sabiendo que también la engañaba con todos esos gestos.
—Si te quedas conmigo esta noche podría hacer cualquier cosa. —Le besó en la sien—. Podría intentar perdonarte…
Dorian se sentía literalmente atrapado. No quería nada de aquello; para él, besar a Nora era amargo. El sentimiento hacía mucho que se había ido y por nada del mundo iba a volver.
—No puedo hacerlo, Nora. —Se movió hacia un lado y la dejó sobre la cama.
—Claro que puedes, soy tu mujer. Se supone que me deseas tanto como yo a ti. Se supone que mueres por tocarme.
—No —susurró—. Sabes que no es así.
Nora arrugó la frente y golpeó la superficie de la cama.
—Joder, claro que lo sé, no me ha quedado más remedio que averiguarlo.
Dorian se tambaleó por dentro. El espinazo se le heló. Ésa era la situación más incómoda que había vivido nunca.
—Es ella… ella… —susurraba Nora, que se había dejado caer sobre el colchón y estaba ladeada, en posición fetal, hablando consigo misma, la mente perturbada y dañada—. Ella…
—¿De qué estás hablando?
Nora no contestaba. Estaba demasiado borracha como para decir algo con sentido o cohesión.
—Nora. —Se acercó de nuevo y la incorporó sin esfuerzo. Estaban muy próximos, cara a cara—. Respóndeme.
Ella soltó otro sollozo y pegó su frente a la de él. Cerró los ojos.
—No quiero perderte aunque sé que ya lo he hecho —murmuró—. Pero aun así me niego a aceptarlo. Te lo he dado todo, ella no.
Él se revolvió y acabó por levantarse. Era un tira y afloja descomunal con la moral que albergaba dentro como ser humano que se suponía que era, aunque a decir verdad ya no estaba muy seguro de seguir siéndolo.
—¿Hasta cuándo? —chilló Nora, que ahora se había erguido sobre las rodillas y tenía el tronco elevado. Se llevaba las manos al pelo revuelto.
—¿Hasta cuándo qué? —repitió Dorian, enfurecido. Había acabado por perder la poca paciencia que aún le quedaba.
—¿Hasta cuándo vas a seguir con esto? ¿Crees que soy estúpida? ¿Crees que puedes comprarme? —Se tambaleó ligeramente y se dejó caer de boca sobre la cama, llevándose una mano a la sien y la otra apoyada sobre la sábana. Estaba muy mareada—. ¿Crees que con unas cuantas cenas y palabras sin sentimiento alguno puedes arreglar lo que has hecho? ¿Crees que puedo perdonarte el hecho de que hayas destrozado mi vida?
Dorian amenazaba con irse, pero no podía dejarla en esas condiciones.
—¿Es que no te das cuenta? —exclamó Nora, que le miraba como si pretendiera matarle con un simple vistazo—. Te estoy dando una oportunidad.
—Esto no debería estar pasando —musitó Dorian, con la mandíbula desencajada y los ojos hundidos en sus cuencas—. No debería…
—No, pero gracias a ti es real. ¡Basta ya!
—¡No sé qué quieres que te diga!
—Basta de mentiras —sentenció—. Sé un hombre y ten lo que hay que tener para decirme la verdad.
—No sé de qué estás hablando.
—Pues yo sí, y te garantizo que no vas a poder seguir con esto. Lo he descubierto. Se acabó. —Se tumbó de nuevo—. Lo sé.
Un escalofrío le recorrió el espinazo. ¿Cómo? No podía ser verdad.
—¿Qué es lo que sabes?
Nora, en un último esfuerzo por hablar antes de caer rendida en la cama y que el sueño la venciera, le masacró con la mirada, aunque el alcohol en su cuerpo era demasiado. Terminó por cerrar los ojos y derramó las últimas lágrimas.
—Lo sé —susurró—. Lo sé absolutamente todo.


157


Tenía toda su atención concentrada en la mano derecha; estaba al borde de rozarle la mejilla, pero después de todo lo que había sufrido sabía que no merecía la pena tocarle. Allí estaba Dorian, dormido en la cama de una de las habitaciones secundarias. Pese a todo, era la primera noche que dormían bajo el mismo techo pero en camas diferentes. Su rostro sereno descansaba sobre la almohada; su pecho se agitaba con ligereza, propio de aquellos que aún duermen. Le había hecho todo el daño del mundo y más y todavía se derretía por el simple hecho de observarle. Era un tira y afloja sentimental descarriado. No tenía sentido nada de aquello y aún así se había levanto con precaución para no despertarle y poder así contemplarle. En un primer momento supuso que ya no estaría en casa, pero al encontrarle dormido allí, al menos sintió un ápice de alivio durante una milésima de segundo. Se incorporó de repente y ahogó un suspiro lastimero. ¿Qué estaba haciendo con su vida? ¿Tan cobarde se había vuelto como para ser incapaz de actuar? ¿Desde cuándo era tan débil? La antigua Nora jamás habría permitido algo así; no habría tolerado el engaño ni un segundo más allá de la verdad. Habría estallado en llamas en el mismo instante de descubrir el engaño y, sin embargo, allí estaba ella, corrompida en el más absoluto de los silencios, limitándose a esperar, pero ¿el qué? Nada volvería a ser como antes, las piezas se habían salido de su sitio y por más que negaba el hecho evidente de que Angy y Dorian tenían algo que iba mucho más allá de la atracción, lo cierto es que todavía su huidiza mente daba muestras de querer mirar hacia otro lado. ¿A qué demonios estaba esperando? ¿A que alguno de los dos confesara? No, desde luego eso no pasaría. Le había dado a su marido una grandísima oportunidad para que lo hiciera, pero de su boca nada más que seguía saliendo un bucle repetitivo y obsoleto de patrañas y falacias. Negaba una y otra vez, convencido de tener la espalda bien cubierta mientras que le era infiel con su propia hermana. Sólo de pensarlo le hervía la sangre. ¿Cuántas? ¿Qué número debía asignarles? ¿Cuántas veces habrían desaparecido para reunirse en secreto? ¿Desde cuándo habrían estado burlándose de ella y jugando a ser dos personas diferentes?
Cerró la puerta tras de sí y fue a la cocina. Decidió que el desayuno más apropiado para su corazón hecho trizas era el vino. Se sirvió una copa y, tras chasquear la lengua debido al sabor amargo, bebió de nuevo, quizás para encontrar en el último páramo desolado la chispa que le urgía vitalmente para poder ser capaz de reaccionar. El tiempo se le había acabado, la cuenta atrás estaba dando paso al espectáculo final, y ella debía ser la protagonista. No más escusas, no más velos pintados sobre la frente; los ojos cubiertos debían acabarse, y debían hacerlo ya. Era su hora, su momento, la fracción de segundo adecuada para encauzar su autoestima. Nadie tenía derecho a burlarse de ella ni a que la vapulearan de semejante manera. Era el turno de actuar, de reír la última, de… tenderles una trampa. Quizás no serviría de mucho, pero se moría de ganas por verles la cara, por demostrarse a sí misma que tenía razón: la única persona transparente siempre había sido ella. ¿Y luego qué? Era una pregunta sin respuesta, pero ya no tenía nada entre manos. Se vislumbraba de nuevo en casa de sus padres, con una vida amorosa interrumpida y hecha añicos, y lo peor es que no lograba descifrar por qué. ¿Qué era lo que Angy tenía que ella no? ¿Qué podía haberse fraguado para que se hubieran olvidado de dónde se estaban metiendo?
Salió de la mansión en armonioso silencio y se subió al coche. El pánico repentino que agujereó sus sienes provocó que un mareo ascendente se colapsara en su cerebro; tuvo que apoyar la frente sobre el volante para darse un respiro. Comenzó a llorar, pero tardó algo de tiempo en percatarse de ello. Estaba ya tan sorprendentemente acostumbrada a sentirse tan mal que no había reparado en el aspecto fúnebre que debía de tener. Las profundas ojeras bajo los ojos, los labios magullados, secos y callados, las manos temblando desde la altura de las muñecas hasta el último rincón de los dedos. Todo se desmoronaba; era nada más que un montón de atractivo femenino superficial atado a un saco de carne, sin más, una mujer vacía y hueca por dentro. Arrancó el coche y no tardó en decidirse, no podía posponer el mayor asunto de su vida durante más tiempo. Debía ir a trabajar al invernadero, pero no importaba. Le era tan indiferente bajo esas circunstancias que hasta deseaba ser despedida; así no le quedaría más remedio que comenzar de nuevo en todos los aspectos.
El móvil vibró inesperadamente pero no lo cogió. Era Dorian el que estaba llamando, así que razón demás para ignorarlo. Si escuchaba su voz, una sola nota melódica proveniente de sus cuerdas vocales, daría marcha atrás, y no podía permitírselo. Por mucho que le siguiera queriendo, la opción de tragarse el orgullo y perdonarle no estaba disponible. No podía seguir viéndole como el mismo hombre del que se enamoró. Había cambiado, ese antiguo Dorian se había marchado, y su lugar había sido ocupado por un egoísta desprovisto de escrúpulos y remordimientos. Se había vuelto un ser detestable, capaz de jugar con el corazón de su mujer solamente porque creía que podía hacerlo. Y así, sin más, se había buscado una sustituta totalmente inadecuada. Era el colmo que la engañara, sin tener motivos para hacerlo, pero si además era capaz de serle infiel con su hermana, ya nada de humanidad quedaría dentro de él. Por eso no se merecía ni sus lágrimas, ni su perdón, ni nada bueno por su parte. Lo único que se merecía era un gran castigo, algo que nunca pudiera quitarse de la cabeza.
Atravesó la ciudad con dificultad; el denso tráfico frenaba sus grandes deseos de llegar al objetivo fijado. Estaba sedienta por vengarse, por lograr hacer las cosas de forma lenta y con acopio de valor y serenidad, para así después recoger la recompensa. Dio varios rodeos con el fin de ganar algo de recorrido, y lo logró. Zigzagueando entre calles secundarias, consiguió establecer una especie de perímetro vigilado. Manteniendo los dientes quietos para que no rechinasen, dio un paso definitivo, sabiendo que no podría irse de allí con las manos vacías; no se lo perdonaría nunca. Aparcó delante del hotel, a unos pocos metros de las puertas de entrada. El aire fresco se colaba por la ventanilla y hacía ondular con gracia su pelo dorado. Se miró por el espejo retrovisor y sollozó. No tenía ni idea de por qué estaba allí, abriendo la herida tan reciente que se le había formado en la plenitud del pecho. Era como castigarse; una forma cruel de recordarse que era más imperfecta que nunca: no había conseguido mantener a buen recaudo al hombre que había conseguido hacerla mejor.
Se pasó allí toda la mañana, inmóvil pero deseando hacer justo lo contrario. Vaciló varias veces ante la idea de entrar en ese hotel y tratar de encontrarla por sus propios medios, pero sería demasiado escandaloso y precipitado. Tampoco sabía cómo hacerla salir de su escondite —si es que acaso se encontraba allí—, así que su única opción era esperar a que ocurriera lo inesperado. Al fin y al cabo no podía pasarse el día entero metida allí, ¿no? Su mente le proporcionó otra idea: quizá ella ya no estaría allí, quizá Angy se habría marchado de verdad, consciente de que lo que hacía estaba mal. A lo mejor había reaccionado a tiempo, sabiendo que era un error garrafal… No, era pedir demasiado. Si realmente conocía bien a su hermana, sabía que Ángela no se rendiría tan fácilmente. Si había llegado tan lejos, ocultándose de todos, no renunciaría a Dorian, por eso había hecho todo eso, haciéndoles creer a ella y a sus padres que se había marchado, cuando lo cierto es que seguía increíblemente cerca...
No podía más; la presión en el pecho era tan fuerte que no podía controlarla. Se sentía como un náufrago a la deriva, que vagaba sin dirección. Todavía esperaba algún tipo de explicación, por eso había acabado en ese lugar. ¿Qué más podía ser? Ni siquiera pensaba en la posibilidad de perdonarla. Era demasiado, no podía hacerlo, ni ahora ni nunca. Una traición semejante no podía ser contemplada desde la piedad ni la compasión. Lo que había hecho no tenía remedio, pero sí debía de tener un castigo. No llegaba a comprender la complejidad de aquella mente. ¿Tanto daño le había hecho el teatro que se había permitido el lujo de arrasar con todo? ¿Acaso la falta de sentirse deseada y querida por un hombre la habían arrastrado a sus bajos dominios, dejando libres sus instintos, ganándose a alguien que no le correspondía, que no era para ella? ¿No sabía distinguir entre lo que era realidad de ficción? Definitivamente había llegado demasiado lejos, y no se lo permitiría durante más tiempo.
Salió del coche y se apoyó sobre el capó, respirando entrecortadamente mientras hacía esfuerzos por sobreponerse. El mareo en la cabeza no desaparecía, pero hacía hasta lo imposible para convencerse a duras penas de que estaba bien; lo suficientemente bien como para destapar la trama pomposa entre los amantes que se escondían bajo la piel de su propia familia. No sabía dónde estaba su sitio, su lugar; había perdido el punto de referencia para lograr encontrarse, y deseaba fervientemente creer que podría hacerlo manteniéndose a la espera en ese lugar, en la otra punta de la ciudad, deseando verse cara a cara con su recién descubierta adversaria. Lo peor era saber que la conocía bien, teniendo bajo la manga el conocimiento de sus puntos débiles, y eso era exactamente lo que pensaba emplear en su contra. ¿No se suponía que la vida de Angy era perfecta, calculada eficientemente, milimetrada hasta la absurda precisión? Pues obtendría justo lo contrario, topándose con algo que nunca habría podido imaginar, de la misma manera que Nora tampoco habría podido sospechar nunca de lo que se hallaba delante de sus propios ojos.
La columna se le resquebrajó debido a la posición extrema que adoptó al darse cuenta de lo que veía. Había estado tanto tiempo allí de pie, mirando al suelo y consumiéndose por dentro a base de pensamientos desconsiderados, que no había reparado en lo que sucedía apenas unos metros más allá de su posición. Creía que era una ilusión, o al menos deseaba que así fuera, pero la verdad es que esa mujer que salía en aquellos momentos del hotel desprendía el innegable retazo de lo real. Su pelo oscuro, al igual que su porte elegante y esbelto la delataban. Su forma de andar llevaba su nombre, así que no le hizo falta preguntarse si realmente era ella. Habría podido distinguirla en medio de un millón de personas. Definitivamente supo que era su hermana cuando se dio cuenta de que ya estaba siguiéndola. Había sido algo automático, instantáneo. Sus pies se habían puesto en marcha antes siquiera de que su cerebro diera la orden. Se le secó la garganta y el motor que le rugía en el pecho ya volvía a hacer de las suyas, con infinitas revoluciones por minuto. Era su particular forma de prepararse para lo inminente, el estallido final, un preludio para la mayor revelación.
De repente, paró en seco, incapaz de contenerse; era demasiada la furia que experimentaba solo al verla. ¿Cómo iba a ser capaz de hablarle, de mirarle a los ojos sin sentir la más voraz de las repulsiones? ¿De verdad estaba preparada para lo que se le venía encima? No tenía otra alternativa, por una vez debía ser valiente y admitir que ya había perdido tanto a uno como a otro, así que no valía la pena remendar el error. Tenía que quedar por encima, y la única manera de conseguirlo era empezar por allí. Sabía que había llegado la hora, el momento de interpretar el gran papel de su vida; fingir una sonrisa tétricamente falsa y reprimir los impulsos de decirle a la cara que lo sabía. Por el momento, eso no iba a ser posible. Pero todo era cuestión de esperar, de tener paciencia. Pronto tendría su oportunidad. Por eso volvió a caminar, un paso tras otro, manteniéndose a una distancia prudente, siguiéndola de cerca, tanteando el camino, las posibilidades, percibiendo en el aire el entramado mismo de la traición, y apretando la mandíbula hasta sentir dolor. No podía creerlo, estaba allí, atreviéndose a salir de su escondite y a esperar a Dorian, a verse de nuevo a escondidas… Tuvo que taparse la boca con las manos para ahogar un grito de frustración, y mientras tanto, Angy avanzaba más y más, con pasos lentos: no estaba para nada cómoda. No miraba hacia atrás, pero mantenía su cuerpo en alerta, como si presintiera algo malo, como si temiera estar siendo vigilada por alguien, sin saber que en efecto, así era. Nora copiaba sus movimientos, acercándose progresivamente sin levantar sospechas, con la temperatura de su cuerpo alcanzando límites más que insoportables.
Quería volver a casa; quería despertarse en su cama imaginando que todo eso no había sido más que una pesadilla; que al abrir los ojos encontraría a su marido justo a su lado, abrazándola, haciéndole saber que la quería, que no la había cambiado por otra, que nada se había roto entre los dos, que la idea de ser felices todavía era posible…
La silenciosa persecución acabó en una calle algo más transitada, con los coches avanzando lentamente y las tiendas recién abiertas. Nora soltó el aire de los cargados pulmones y dio un rápido sprint hasta situarse apenas a dos metros de su objetivo. Después, mientras intentaba serenarse y rogar al cielo la paciencia suficiente para aparentar tranquilidad, permitió que sus labios se curvaran, que su lengua chocara con sus dientes y, finalmente, entonara bien alto el nombre de su hermana, la persona más querida y odiada en igual medida.


158


Angy creyó que el corazón se le había paralizado sin tan siquiera proponérselo, y el motivo estaba más que justificado. Había escuchado a alguien decir su nombre en mitad de la calle, pero no fue necesario que se diera la vuelta para comprobar que no era Dorian, más bien se trataba de otra persona. Para ser exactos, había sido una mujer la encargada de pronunciarlo. Se quedó de piedra, petrificada, sin saber cómo reaccionar. El primer instinto fue echar a correr en alguna dirección, huir como hacía siempre que las cosas se complicaban. La segunda intención fue la de maldecirse a sí misma, y todo por haberse atrevido a salir a la calle, a sabiendas de que era algo muy peligroso, y justo había acabado por descubrir lo mucho que lo era. La primera vez que se hartó de permanecer escondida en el hotel, desencadenó la oportunidad perfecta para que Dorian la encontrara; ahora, que volvía a cometer el mismo error, se había topado nada más y nada menos que con la última persona a la que deseaba ver. Era un infierno.
—¡Angy!
La voz se repitió de nuevo, recalcando su nombre; más que ser una insistencia para atraer su atención, se asemejaba a un delirio, a una maldición, algo que no debía ser entonado en voz alta. Su tono era diferente, más potente de lo habitual, tórrido, fúnebre, una especie de chillido que emanaba desde dentro de alguien que repite la misma locura hasta la saciedad.
No tuvo más remedio que darse la vuelta lentamente. Le pareció estar dentro de un sueño, con el tiempo paralizándose dentro de su esfera, con todos esos minutos volatilizándose imperceptiblemente hasta alcanzar lo imposible. Una perspectiva a cámara lenta; primero rodaron sus pies, sus rodillas, sus muslos, sus caderas, todo su tronco, su cuello, y finalmente, su cara. Esos ojos verdes desteñían puro terror. Se sentía atrapada estando en mitad de la calle. Nunca había experimentado tal angustia, sabiendo que no podía escapar de aquello. Al fin y al cabo, era lo que había estado esperando agónicamente.
En efecto, por más que intentaba borrar la escena de sus retinas, su hermana pequeña estaba allí, a tan solo unos pocos metros, con una sonrisa algo particular.
—Nora… —Su voz fue tan débil que apenas pudo escucharla ella misma.
Esa mujer de pelo dorado no vacilaba, permanecía intacta, inmóvil, con esos ojos diciendo algo que Angy era incapaz de interceptar y descifrar, o al menos no quería hacerlo, porque entonces solo podría significar una cosa…
El cuerpo se le enfrió de golpe a pesar de la temperatura exterior. Un jarro de agua fría sobre sus articulaciones.
—Nora... —repitió con un poco más de entonación. Dio un paso hacia ella pero inmediatamente se detuvo. Las piernas le flaqueaban con descaro—. ¿Qué estás haciendo aquí?
El pelo rubio de Nora se agitó hacia atrás cuando se acercó, rápida como una bala. Su ceño se frunció, las arrugas en su joven rostro tomaron cierto tiempo de protagonismo. Había algo en ella que resaltaba, pero era imposible identificar el qué. Su sonrisa parecía ser la de siempre, perlas esculpidas a conciencia detrás de esos labios bien dispuestos, pero sus ojos, tan azules como recordaba, estaban en llamas, demasiado vivos, demasiado encendidos, como si tuvieran la intención de decir algo, aquello que su lengua quizá no se atreviera a confesar.
—No —soltó Nora, cortando el aire entre ambas—. ¿Qué estás haciendo tú aquí?
Angy sabía que algo no iba bien, o es que estaba tan aturdida por el impacto recibido que no sabía distinguir entre lo que era real y lo que había dentro de su propia mente.
El mundo alrededor de ambas pasó a un segundo plano. Las calles se desintegraron, los transeúntes desaparecieron y lo único que podía escucharse era el latido desenfrenado de aquella actriz de teatro que ahora se encontraba bajo mínimos, indispuesta tanto física como emocionalmente. Rugía en su intelecto una voz de alarma, pero no podía esconderse, estaba en campo abierto, sin muros a los que aferrarse ni telones para cubrirse. La culpa se acumulaba en su garganta, queriendo salir a borbotones, queriendo silenciar definitivamente el insoportable murmullo de la conciencia alterada.
—Se suponía que no tendrías que estar aquí —dejó caer Nora, con la voz elevándose, mezclándose con un tono de arrogancia y superioridad desbocada.
—Yo… —La voz de Angy no salía de su garganta por más que lo intentaba.
—Contéstame. ¿Qué haces aquí? —insistió Nora.
Angy se tambaleó de repente y estuvo a punto de caerse al suelo. La sangre había abandonado sus músculos y se había convertido en gelatina. Las manos le temblaban sin consuelo alguno. Quería despertar de esa pesadilla.
—No puedo creerlo —soltó Nora.
—Ni yo tampoco…
Se sintió sorprendida cuando los brazos de su hermana pequeña rodearon su cuello, estrechándola contra ella, con una fuerza inusual; parecía querer hacerla daño en lugar de darle la bienvenida.
Cuando se separaron, los ojos verdes y azules colisionaron de inmediato. Era una sensación extraña, como dos desconocidas que acabaran de conocerse.
—Cuando te he visto no podía creerlo —comentó Nora, que ahora su semblante estaba algo menos rígido—. Creía que no podía ser verdad, pero eras tú, Angy. Eras tú la que estaba en mitad de la calle.
—¿Cómo me has encontrado?
Angy se maldijo por dentro otra vez al permitir que las palabras salieran sin su consentimiento. Había sido inesperado, como una bomba que estalla sin poder desactivarla.
—Ha sido por casualidad. Estaba por aquí paseando y de repente he visto a una mujer que me resultaba familiar y… —Apretó los puños—. Sabía que tenías que ser tú.
—Qué sorpresa…
—No, te aseguro que la sorpresa me la he llevado yo, Angy. Nunca me hubiera imaginado que estarías aquí. ¿No habías vuelto? ¿No tenías todo el trabajo atrasado del teatro? ¿Qué ha pasado?
Las preguntas la acribillaban. Era un interrogatorio demasiado directo, con gran impacto. No sabía cómo responder sin sentirse estúpida y una mentirosa compulsiva.
—No podía... irme. No podía...
—¿Y qué pasa con nosotros? ¿Qué ocurrió el día que te despediste de mamá y de mí en la isla? ¿No ibas a coger un avión esa misma mañana?
—Sí, pero surgieron complicaciones y...
Nora la cogió por los hombros, curvando la mirada, con las pupilas extrañamente dilatadas.
—¿Qué pasó?
—No quiero hablar de eso.
—¿Por qué? —La soltó de repente—. No me vengas con esas. Creo que después de todo merezco una explicación. —Intentaba contenerse a pesar de querer explotar—. Creía que estabas muy lejos y cuando menos me lo espero te encuentro aquí, en la misma ciudad. No me digas que tiene sentido porque te aseguro que no lo tiene. Es una locura. ¿Por qué no has vuelto? ¿Por qué sigues aquí?
—¡Para! —exclamó Angy.
Nora sacudió la cabeza y apretó los dientes. Sabía que así las cosas no acabarían bien. Se estaba dejando llevar y eso era precisamente lo que no tenía que hacer. Así desembocaría toda su rabia antes de tiempo, y tenía que arrinconarla. Tenía que aguantar a cualquier precio.
—Lo siento —mintió—. Es que me sorprende que estés aquí...
—Y a mí... —Tragó saliva—. Yo también estoy sorprendida de estar aquí. —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. Bueno, es que no podía irme.
—¿Por qué? Dímelo, vamos —gruñó con tozudez—. ¿Hay algo que te ate aquí? Y no me digas que es por nosotros porque no me lo creo. Nunca has hecho ninguna excepción. —Tomó aire—. ¿Acaso hay algo que no puedes dejar atrás? —Reprimió las lágrimas—. ¿Algo que hayas olvidado llevarte contigo?
Angy se estremeció ligeramente. No era la misma de siempre. Parecía más insegura y débil que de costumbre. Tenía que tener algún motivo para estar de esa guisa, una razón lo suficientemente poderosa como para arrastrarla a cometer lo peor.
—Dificultades de última hora.
—¿De última hora? —repitió Nora—. ¿Crees que soy estúpida? No me trates como a una niña. No puedes engañarme. —Volvió a equilibrar el tono de la voz—. Hace mucho que te despediste. Han sido tantas semanas que ya he perdido la cuenta.
—No lo entenderías —intentó disculparse Angy—. Además, tengo que irme ya...
—¿Qué?
—Me tengo que ir, Nora.
—¿Adónde? Aquí no está tu querido teatro. No puedes hacer nada, a no ser que...
Angy desvió la mirada. Se comportaba como alguien que intentara esconder algo.
—Hablo en serio, Nora.
—Y yo también, Angy. No puedes pretender que me haga a un lado como si no pasara nada. —Se alborotó el pelo—. Escucha lo que dices. Has estado aquí todo este tiempo y no has sido capaz de ir a vernos, de avisarnos, de hacernos saber que no te habías ido. ¿Por qué razón lo has hecho? ¿No querías que lo supiéramos?
—No, la verdad es que no quería que os enterarais —respondió Angy.
—¿Por qué? ¿Acaso intentas ocultar algo?
—¿Qué...? —Se rascó la mejilla—. Nada de eso. Simplemente he tenido problemas para volver. No podía volver a mi rutina y no he tenido más remedio que permanecer aquí. Si os avisaba, hubierais vuelto a insistir para que me quedara en la isla o...
—En mi casa —terminó por decir Nora, incomodísima—. Con Dorian.
Pareció que Angy vaciló al escuchar ese nombre en particular. Sin querer, ella misma se delataba.
—Sí, y por eso no podía decir nada. Este no es mi sitio.
—¿Sabes? Creo que por una vez podrías haber hecho una excepción.
—Ya la hice —soltó Angy—. O al menos lo intenté.
—Es verdad, casi lo olvido —puntualizó—. Dorian me dijo que estuviste en nuestra casa la noche antes de que yo volviera.
Angy abrió mucho los ojos y enseguida apartó la mirada. Temblaba de la cabeza a los pies.
—¿Qué más te dijo?
—No mucho, en realidad. Me dijo que intentó ser amable contigo y que tú le... rechazaste. Al igual que siempre, te comportaste como una desconocida. Discutisteis, ¿verdad?
—Pues...
—¿Verdad?
—Sí, Nora. Discutimos. —Apretó los puños—. Sabes que no nos soportamos el uno al otro. Fue una estupidez intentar que me quedara con él esos días. Nunca nos llevaremos bien. Lo he intentando, pero no puedo. Después de aquella noche, no quiero volver a verle.
—¿Estás segura de eso?
Nora no podía creer lo cínica que era su hermana. Parecía haberse creído hasta su propia mentira. ¿Acaso no se daba cuenta de que sabía la verdad, que sabía perfectamente que aquella noche pasó algo entre los dos?
—Por eso al día siguiente estabas tan rara —continuó Nora—. Por eso cuando fui a la isla y te encontré estabas deseosa por largarte. Apenas podías mirarme a la cara. Como ahora —añadió.
—No es lo que crees...
—¿Y qué es lo que yo creo, Angy? ¿Puedes meterte dentro de mi cabeza para saber qué es lo que pienso?
—Pero ¿qué te ocurre?
Nora no daba crédito a lo que acababa de escuchar. ¿Cómo tenía Angy la tremenda desfachatez de preguntarle algo así cuando sabía todo lo que había detrás? ¿Cómo podía actuar con relativa normalidad?
Nora se cubrió la cara con las manos. Deseaba arañar, romper, descomponer, desintegrar, exterminar cada átomo de ella.
—¿Quieres saber lo que me ocurre? ¿De verdad eres capaz de preguntármelo? ¿Acaso no es evidente?
La iba cercando poco a poco, introduciéndola en su trampa. Sabía que Angy no confesaría y menos de esa manera, pero imaginarlo durante un segundo al menos reconfortaba su fortaleza.
—No, por eso te lo pregunto. No tengo ni idea de por qué la tomas contigo.
Nora se dio la vuelta a la velocidad del rayo, mordiéndose el labio con tanta fuerza que estuvo a punto de sangrar. Quería hablar, pero sabía que aún no era el momento. Volvió a mirarla y se tragó el orgullo.
—Es muy injusto que digas algo así. Me parece el colmo que te hayas escondido de nosotros, comportándote como una fugitiva. ¿Desde cuándo te escondes de semejante manera? ¿Cuándo has decidido que lo mejor es quedarte en hoteles que están en la otra punta de la ciudad?
—¿Es que no me escuchas? Ya te he dicho la razón. No quería que me agobiarais con vuestras alternativas.
Varias personas pasaron a su lado, provocando que se separaran un poco. Nora soltó un gran sollozo porque no se podía creer que toda su vida actual se redujera a ese momento. No la reconocía; hablaba de un modo diferente, y después de lo que había hecho no había manera posible de querer entenderla. Era capaz de soltar más mentiras en ese instante que en toda su vida. Quería aferrarse con uñas y dientes a lo que tenía con el marido de su hermana, de lo contrario no se tomaría la molestia de ser tan bruja, perversa y demás calificativos que acudían a la mente crucificada de Nora.
—Has cambiado, Angy.
Ella sacudió la cabeza y se frotó las manos.
—Lo creas o no, sigo siendo la misma de siempre.
—No, la Angy que yo conozco no habría sido capaz de hacer algo así...
—¿A qué te refieres?
—A todo esto, a... —Cerró los ojos—. Ya da lo mismo. No se puede deshacer lo andado...
Angy agachó la cabeza y consultó su reloj.
—He perdido mucho tiempo. Tengo que marcharme.
—Te acompaño.
—No, no puedes.
—Claro que puedo.
Angy dio un paso atrás.
—¿No tienes que ir a trabajar al invernadero?
Nora se encogió de hombros.
—Tengo el día libre.
—Pues entonces, aprovéchalo...
Nora agarró su mano, poniendo su mejor sonrisa y empezando de cero.
—Eso es lo que estoy haciendo. —Fingió sentirse arrepentida—. Escucha, lo siento, ¿vale? Siento haberme puesto así, pero me sorprende que no hayamos tenido noticias tuyas sabiendo lo cerca que estabas... —Se mordió el labio—. Sólo quiero estar un rato contigo, recuperar un poco el tiempo perdido. —Cerró los ojos, apartando su furia—. Vamos a tomar un café.
—¿Qué?
—No puedes negarte, Angy —insistió—. Por favor, no quiero discutir. Empecemos de cero. —Amplió su sonrisa—. Hablemos un poco mientras nos tomamos algo. Quiero escucharte, prestar atención a todo lo que tengas que decirme...
—No tengo nada que decirte.
El pálpito resistente en las sienes de Nora aumentó, pero trató de hacerle caso omiso.
—No seas tan testaruda. Te lo ruego, Angy. Me alegro de que estés aquí. Venga, no te robaré mucho tiempo.
Angy empezó a mover frenéticamente su pierna derecha a toda velocidad, moviéndose ante la indecisión.
—De acuerdo —dijo al fin—, pero no puedo quedarme mucho tiempo.
—Tranquila —replicó Nora, alzando las manos—. Luego te dejaré libre para que hagas lo que quieras.
Angy comenzó andar seguida de Nora. Eran ya dos hermanas irreconciliables, dos nuevas desconocidas, enemigas por un hombre y adversarias constantes por ser víctimas de sentir lo mismo, amor por un hombre que no podía partirse en dos.


159


Nora tomó la decisión de sentarse en la primera mesa que encontró; después, y tras pedir dos cafés, no dejaba de asesinar visualmente a la mujer que tenía sentada justo enfrente. Angy estaba corrompida, deshecha, sabiéndose culpable por el delito que había cometido, catapultándola fuera de todo lo que fuera aceptable. Movía los ojos a una velocidad frenética, posando sus globos oculares en cualquier sitio lejos de los de su hermana. El labio inferior de la boca le temblaba con sigilo, y la torpe manera que tenía para ocultarlo era llevándose la taza de café próxima a su boca, aunque apenas llegara a beber. Por el contrario, Nora esperaba ansiosa, al igual que un depredador espera ansioso poder dar caza a su indefensa presa. Movía las manos sobre la mesa, y apenas se tomaba la molestia de parpadear; no quería perder ni un mínimo detalle sobre la confesión corporal que Angy mostraba sin ser consciente de ello. Para ser actriz, ese papel lo interpretaba francamente mal. Tenía todas las de perder, y sólo era cuestión de tiempo que se diera cuenta.
—Estás muy callada —murmuró Nora—. No has abierto la boca desde que estamos aquí y eso es demasiado hasta para ti.
Angy se llevó la taza a la boca antes de responder.
—Ya te lo he dicho. No tengo nada que decirte. Al menos, nada nuevo.
Nora apretó con fuerza sus dedos alrededor de la taza que sostenía para liberar de alguna forma la rabia que la invadía por escuchar eso. Si se mordía la lengua, estaba segura de morir envenenada. Se había cegado por tanto odio. ¿Cómo que no tenía nada que decir? ¿Y qué pasaba con el hecho de que tuviera una aventura con el marido de aquella que tenía sentada delante de ella?
—No me esquives. Sabes que no voy a dejar que te vayas hasta que me expliques qué está pasando.
Otra vez volvía Angy a comportarse como una quinceañera que se afana por ocultar secretos propios de la edad, solo que en ese caso no era una adolescente, y su secreto podía ser catalogado como una infamia. Mantenía la mirada perdida.
—Creo que no te sigo.
—Y yo creo que ese truco no te funciona conmigo.
—Pero…
—Hay algo que no me estás contando, lo sé.
—¿Por qué estás tan segura de eso?
Porque lo he visto con mis propios ojos, pensó Nora.
—Sencillamente porque ahora estás aquí en lugar de haber vuelto a tu casa, al teatro y a tu vida. —Tragó saliva—. ¿Quieres que siga?
—No, no hace falta. Lo que no entiendo es por qué estás insistiendo tanto.
—¿Eso te parece?
Angy asintió con la cabeza.
—Siempre huyes, siempre buscas alguna razón para marcharte. Esta vez sin embargo, cuando todos creíamos que lo habías vuelto a hacer, resulta que no has movido ni un solo dedo para remediarlo. Tenía entendido que querías volver a tu rutina. Solo intento entender la razón por la cual no lo has hecho. —Apretó los dientes—. Quiero que me digas por qué sigues aquí. El motivo que ha impedido que te fueras.
—Es complicado.
—Sí, de eso estoy segura, porque tú nunca habrías hecho algo así. Tú nunca te hubieras quedado por nosotros, así que la explicación viene de otra parte.
—Sí, y ha sido por el teatro. Todo se ha complicado de repente. No he podido hacer nada para evitarlo.
En ese instante Nora estuvo a punto de olvidarse de su promesa interna de aguantar las sacudidas de dolor y lanzarse contra ella, arañarla y hacer que confesara.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿No se supone que siempre lo tienes todo bajo control?
—Pues…
—¿Hay algo que te preocupe? —preguntó, con ese extraño brillo incandescente en los ojos—. ¿Algo de lo que quieras hablar?
Angy se mordió el labio al mismo tiempo que se colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja.
—No. —Tanteó con la mirada—. Bueno, sí…
—Vamos, suéltalo. Sea lo que sea.
—Si no he podido volver ha sido por… Evan.
—No me lo creo —soltó Nora—. Es imposible.
—Pues te aseguro que no lo es. Discutí con él.
—¿Cuándo?
—Antes de que me fuera.
—¿Y cuándo fue eso?
—No lo sé exactamente.
Nora se pasó una mano por el pelo, impaciente. No soportaba oír tanta mentira junta.
—Supongamos que te creo —lanzó—. ¿No crees que hubiera sido mejor arreglar vuestras diferencias cara a cara?
—Esta vez no.
—¿Por qué? ¿Por qué esta vez ha sido diferente? ¿Qué has hecho para estropearlo todo?
Angy tenía una mirada vacía; quería expresar indiferencia, pero el miedo se apoderaba de ella sin piedad.
—Le dije que no estaba preparada para volver a engancharme al último papel. Ya tiene otra sustituta y aunque me suplicó para que recapacitara, sé que lo empeoraría, así que sencillamente decidí quitarme del medio. —Tragó saliva—. No lo aceptó. Me exigía regresar inmediatamente porque me había ausentado demasiado, pero le dejé claro que si lo volvía, no haría absolutamente nada.
—Pero no lo entiendo. Yo te vi actuar, Angy. Lo hiciste de maravilla. No sé por qué te echas atrás. —Se mordió la lengua—. ¿Por qué aquí? ¿Por qué no volviste? Nadie te hubiera obligado a hacer algo que no quisieras hacer.
—No conoces a Evan.
—No, y a decir verdad a ti tampoco. —Suspiró—. No sé por qué te escondes aquí.
—Entiéndeme. No puedo volver, al menos por el momento no. Estoy tratando de encontrar la manera…
—¿La manera para qué? ¿De qué tienes miedo? Ya eres mayorcita. Puedes decidir por ti misma.
—De eso se trata, y por eso decidí quedarme aquí más tiempo.
—¿Hasta cuándo? ¿Hasta que te hartes de lo que haces aquí? —reprochó—. ¿Volverás de repente, sin avisar, y dejarás todo atrás?
—¿Qué quieres decir con eso?
Nora quería desaparecer. No se podía creer que algo así estuviera pasando. Angy se había inventado una excusa totalmente idiota, irracional, absurda, estúpida, incoherente… Una mentira sin pies ni cabeza.
—Creo que nunca seré capaz de entender por qué lo has hecho.
Lógicamente no se estaba refiriendo a la supuesta ausencia del teatro de Angy, si no a la aberración cometida referente a su marido.
—Nora, yo…
—Ahora vuelvo —dijo, levantándose inmediatamente—. Voy al baño.
—De acuerdo.
—Espérame —gruñó—. Ni se te ocurra desaparecer.
Angy frunció el ceño.
—¿Por qué haría algo así?
—No lo sé, pero sólo quiero asegurarme —insistió—. Siempre desapareces a la primera de cambio y vuelves cuando menos se te espera.
La dejó con la palabra en la boca y fue al baño. Estaba frenética, histérica, consumida por la más absoluta cólera. No sabía si lo mejor era perder el conocimiento para tener un poco de descanso. La impotencia por no poder hacer nada estaba acabando con ella.
Cuando estuvo a salvo, lejos de la mirada de su adversaria, se introdujo en uno de los retretes y cerró la puerta. Comenzó a sentir la adrenalina inyectada en las venas y supo que tenía que desahogarse de alguna forma. Pasó las manos por la puerta y, de repente, corrompida por el dolor más intenso y nefasto que había experimentado en toda su vida, comenzó a dar golpes sobre la superficie con los puños cerrados, una y otra vez. Al principio trató de contenerse para no llamar demasiado la atención, pero a medida que sacudía el interior de la puerta se olvidó de la gente que pudiera escuchar esos incomprensibles golpes.
Después de varios minutos, salió de su escondite y se apoyó en el lavabo, derrumbada. La cabeza le daba vueltas. Estaba exhausta y las muñecas le dolían. Cerró los ojos durante un minuto.
—¿Se encuentra bien?
Nora levantó la cabeza y fijó la mirada en el espejo de la pared que le devolvía la vista. Una mujer de unos cuarenta años la miraba con preocupación, como si presintiera algo malo. Seguramente habría oído el escándalo de los golpes.
—¿Qué?
—¿Se encuentra bien? —repitió la mujer—. Está muy pálida. ¿Se siente mal?
—Oh, no —se apresuró a decir Nora—. No, claro que no. Estoy bien, no se preocupe. —Se llevó a la cabeza una mano fría y temblorosa—. Gracias.
La mujer asintió, pero a decir verdad no parecía demasiado convencida. Le dedicó unos segundos más de su tiempo, con esa mirada bajo el ceño fruncido y, tras un movimiento de cabeza, abandonó el baño, dejando a Nora sola.
—No puedes dejar que se salga con la suya —susurraba a media voz una vez tras otra como una especie de plegaria—. No puedes.
Volvió a mirarse en el espejo, tratando de reconocerse en ese reflejo suyo que más que un retrato exacto de sí misma, se asemejaba al de un fantasma. Se irguió sobre sus talones, respiró hondo y deseó que aquel día terminara lo antes posible, pero tenía que encontrar una manera de dar la estocada final. Por eso encontró fuerzas donde menos esperaba y salió del baño para volver a su sitio, en la mesa que compartía con Angy, justo enfrente de ella, para seguir mirándose a los ojos y mentir más a fondo, aprendiendo de toda una maestra en el arte de reproducir falacias.
—Has tardado —comentó Angy—. ¿Estás bien? No tienes muy buena cara. Deberías irte a casa.
—No hace falta. Me encuentro perfectamente.
—Pero quizá deberías...
—Escúchame —gruñó Nora—, estoy bien, ¿de acuerdo? No necesito que te preocupes por mí.
—Eres mi hermana. Por supuesto que debo preocuparme por ti.
—Entonces no entiendo por qué mientes. Yo no lo haría.
La tensión y la agonía subían como la espuma, alcanzando la atmósfera más ínfima, llenándolo todo con la ignorancia que pasaba desapercibida.
Angy se levantó de repente, mordiéndose el labio, con intentos por salir disparada hacia alguna parte.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Nora—. ¿Adónde vas con tanta prisa?
Angy vaciló un instante antes de responder.
—Voy al baño.
—Creí que no lo necesitabas —recordó Nora, entrecerrando los ojos.
—Sí, lo sé, pero he cambiado de idea. Creo que necesito refrescarme un poco la cara —murmuró, apartando la mirada—. Enseguida vuelvo.
Nora vio cómo su hermana se encaminaba hacia el pasillo que conducía al baño pero, casi al minuto, volvió sobre sus pasos, como si hubiera olvidado algo.
—¿Y ahora qué te pasa?
—He olvidado el bolso —murmuró Angy, intentando parecer despreocupada.
Nora captó sus intenciones en el momento adecuado e interceptó la mano que Angy ya había colocado sobre su bolso. La apartó con rapidez pero con sutileza.
—Descuida —dijo Nora—, yo te lo cuido.
—No, no es necesario, de verdad…
—Insisto. —Cogió el bolso y lo colocó sobre su regazo, dejando a Angy con la boca prácticamente abierta—. Tranquila, no te lo robaré. —Le guiñó un ojo—. Vamos, ve. Tus cosas están a salvo conmigo.
Estaba consiguiendo justo lo que quería: Angy se estaba comportando de manera imprecisa, volviéndose más inestable y nerviosa con el trascurso de los minutos. No parecía precisamente conforme con la idea de que su hermana pequeña tuviera su bolso, pero finalmente se encogió de hombros.
—Está bien, como quieras —dijo con un hilo de voz—. Enseguida vuelvo.
Nora se tomó el privilegio de dedicarle una mirada de desprecio y odio profundo camuflada bajo una sonrisa lúgubre.
—Tómate todo el tiempo del mundo.
La vio alejarse a lo largo del pasillo y, cuando estuvo segura de estar a salvo, no pudo evitarlo y abrió la cremallera del bolso de Angy. Metió la mano de forma voraz, buscando algo, cualquier indicio o prueba, deseando encontrar algo que la incriminara, de manera que no pudiera defenderse. Movió los dedos en todas direcciones, percibiendo formas dispares, hasta que se topó con una especie de objeto tridimensional y pequeño. Lo sacó a la superficie y dejó escapar un sollozo cuando lo identificó: era el frasco de la colonia que llevaba puesta Angy. La fragancia se le metió hasta el tuétano y volvió a guardar el frasco, sabiendo demasiado bien que aquello había sido un regalo de Dorian, recordando que encontró la factura en su cartera, teniendo muy presente la noche en la que se dio cuenta de que su marido olía a perfume de mujer, precisamente a ese perfume.
Apretó la mandíbula y respiró hondo. Después, como un sabueso enloquecido, continuó buscando en el interior del bolso, algo con lo que poder deleitarse. Sacó de manera involuntaria el teléfono móvil de Angy. Lo estudió de cerca, y de repente, como si una diminuta luz se hubiera encendido en el lugar más recóndito de su cerebro, le llegó la revelación que había estado esperando, el motivo perfecto, el detalle camuflado, la oportunidad para vengarse. Fue instantáneo, y aunque hacerlo supondría un riesgo bastante alto, la sed por vengarse ya estaba mezclándose con su sangre. Tendría que ser rápida, pero sabía que podía hacerlo así que, sin más, empezó a escribir un mensaje de texto para Dorian, haciéndose pasar por Angy. Ése sería otro gran paso para el desenmascaramiento definitivo.
Cuando acabó de escribir, mirando de reojo el pasillo para que no pudiera ser pillada infraganti, leyó de nuevo el mensaje. Quizá fuera demasiado directo, pero tenía altas probabilidades de funcionar. Le dio a la tecla de enviar y, antes de borrarlo de todos los sitios para que no dejar pistas, estudió cada palabra escrita:

“Dorian, necesito verte. Hay algo de lo que tenemos que hablar. Me urge. Reúnete conmigo dentro de dos días a las 9:00 a.m. en el parking del restaurante donde Nora nos presentó la primera vez. Procura que no se entere. Por favor, no respondas a este mensaje y en cuanto lo recibas, bórralo.”

Guardó de inmediato el teléfono móvil dentro del bolso y, sintiéndose una ganadora, se llevó a los labios el vaso de agua. Levantó los ojos y percibió la silueta delgada de Angy aproximarse, con la cara desencajada y los labios grisáceos. No tenía buen aspecto; ella en cambio, estaba pletórica, todo lo bien que podía estar dentro de las complicadas circunstancias.
—¿Ya estás mejor?
Angy se removió en su sitio al sentarse.
—Sí, supongo.
—¿Supones? ¿No estás segura?
—Bueno, últimamente no me encuentro... demasiado bien.
Nora se mordió el labio con impaciencia.
—¿Y puedo saber por qué?
—Ya te lo he dicho —replicó Angy—. Es por todo el asunto del trabajo.
—No todo puede ser por el trabajo —murmuró entre dientes—. ¿Tanto te afecta?
—El teatro es lo que más me importa. Claro que me afecta.
—Está bien, no pienso insistir más.
Angy se lo tomó como un alivio y se permitió acabar con la taza de café. Apretaba los labios con tanto ahínco que conseguía parecer un rostro sin boca.
—¿Qué tal con Dorian?
—¿Qué? —Creyó no haber oído bien—. ¿Qué has dicho?
Angy tragó saliva.
—¿Cómo van las cosas entre vosotros?
Nora abrió mucho los ojos. Otra vez estaba sorprendida por lo hipócrita y falsa que podía llegar a ser Angy. ¿De dónde diablos había sacado la idea de preguntar algo así sabiendo lo que escondía detrás de sus supuestas buenas intenciones?
—¿Por qué te interesa?
—Sólo estoy tratando de sacar algún tema de conversación. Me quedo en blanco.
Ahora Nora tenía un dilema. ¿Qué debía hacer? ¿Darle la razón y admitir que su matrimonio era una farsa o, por el contrario, debía mentir, dejando claro que lo suyo iba sobre ruedas, mejor que nunca?
—Estamos bien —dijo finalmente, sintiéndose muy débil—. Sin novedades. Pasa mucho tiempo fuera de casa... debido al trabajo, pero las cosas entre nosotros van bien.
—Me alegro.
—¿De verdad?
—Claro, quiero que seas feliz.
—Tenía entendido que no le soportabas. No creo que te haga mucha gracia que esté casado conmigo.
Angy negó inmediatamente con la cabeza.
—Eso no tiene nada que ver. El hecho de que no nos llevemos bien no implica que no me alegre de que esté... contigo. Sé que es un buen hombre.
—Sí, lo es, pero ni siquiera has hecho el intento de conocerle. ¿Realmente qué sabes de mi marido? ¿Cuántas veces has estado con él? ¿Sabes lo que le gusta? ¿Cuáles son sus aficiones?
Las preguntas se sucedían como una carrera desesperada, a toda mecha. El calor que la invadía era insoportable. Las mejillas le ardían, y sus ojos azules eran navíos luchando a contracorriente en un mar salpicado de oleajes.
—¿Sabes qué? Tienes razón —murmuró Nora—. A mí también se me ha hecho tarde. No quiero hacerte perder más tiempo y menos con las mismas discusiones. Vámonos.
Angy asintió y se levantó. Caminaron cerca la una de la otra, atravesando el pasillo que daba a la calle. Nora se adelantó y abrió la puerta, sujetándola con firmeza para que Angy pudiera salir en primer lugar. Al hacerlo, Nora percibió el aroma de perfume que había analizado antes. Lo reconoció de inmediato y otra vez se vistió con su titánico enfado.
—Curiosa colonia —soltó, una vez que salieron a la calle—, ¿es nueva?
—¿Qué?
—El perfume que usas —aclaró—. Que yo recuerde no sueles usar esas cosas.
—Bueno, ahora sí. —Se encogió de hombros—. ¿Te gusta?
Recibió tal sacudida que fue igual que obtener una bofetada descomunal. ¿Cómo podía preguntarle eso, sabiendo que era Dorian quien se lo había regalado? ¿Tan increíblemente bajo había caído?
—No demasiado —gruñó—. Es bastante fuerte.
—Tal vez.
Caminaron juntas un par de minutos, al lado, pero sin tener nada que decirse. Era la primera vez que se mostraban tan distantes la una a la otra. No se refugiaban en la comodidad, si no en lo ajena que se había vuelto su confianza. Era nula, ya no estaba.
Angy paró en seco y Nora tuvo que cesar de caminar para darse la vuelta y averiguar por qué lo había hecho.
—Nora... —balbuceó Angy.
—¿Qué pasa? ¿Por qué te has parado?
—Escucha, no quiero ser impaciente, pero en serio, tengo que irme ya. —Miró hacia arriba—. De verdad, me ha gustado verte.
—Y a mí —mintió Nora—. ¿Nos veremos pronto?
—Sí, supongo que sí. Ya te llamaré algún día.
Nora soltó una risa irónica y se cruzó de brazos.
—Ahora más que nunca sé que no lo harás.
Angy apretó los labios y levantó la mano para decir adiós. Fue algo frío, ausente, escaso de valor. Se dio la vuelta y dio un par de pasos, pero giró sobre sus talones y le dedicó a su hermana pequeña una última mirada lastimera, pidiendo quizás clemencia.
—Una última cosa —susurró—. No le digas a papá y a mamá que sigo aquí. —Se mordió el labio—. Se enfadarían y me gustaría seguir estando al margen. ¿Puedes hacer eso por mí?
Nora tardó bastante en contestar. Estaba demasiado ocupada en no saltar por los aires. Tenía motivos más que suficientes para entrar en erupción.
—Claro. No le diré a nadie que estás aquí. —Se mordió el interior de las mejillas a modo de contención—. Ni siquiera a Dorian.
Angy desvió la mirada y, tras volverse definitivamente, se fue alejando, dejando a Nora sola en la calle, con unas ganas locas de desahogarse. Todo era caos.
Y a pesar de resultar imposible de creer, lo cierto es que estaba sucediendo delante de sus propios ojos. La estaba dejando ir. Cuando se quedó sola, estaba demasiado aturdida. Por primera vez se sentía totalmente infeliz.


160


Nora volvió a casa, y se pasó todo el día sola, huérfana de complicidad y apoyo. Dorian se habría ido a trabajar —o eso era lo que suponía—, así que hasta la noche no volvería a tener compañía. Por eso aprovechó para desquitarse, bebiendo una copa tras otra. No lo hacía con rapidez, si no tratando de saborear cada trago hasta sus últimas consecuencias. Ya lo había intentado todo; les había acorralado por separado y, ¿qué es lo que había conseguido aparte de sufrir una dolencia que iba más allá de lo físico y emocional? No habían dicho nada que no supiera ya: mentiras y más mentiras, justificaciones por todas partes, traiciones que se repetían hasta la saciedad, con su olor putrefacto introduciéndose en sus entrañas, hasta la médula, con el corazón roto y la cabeza asaltada por el miedo. Un miedo atroz, voraz, insensible, sigiloso, que era capaz de colapsar todas las venas para que recibiera a bocajarro un mensaje común: estaba total e irrevocablemente sola, desprotegida. Eso la aterraba desmesuradamente. No encontraba consuelo en ninguna parte. Los hilos que sustentaban cada parte de su insignificante cuerpo vibraban y se movían sin su consentimiento. Ahora sólo le quedaba rematar lo que había empezado, pero no estaba segura de querer hacerlo. Volver a verles juntos, aunque fuera para desenmascararles, suponía un precio demasiado alto para su orgullo. Sí, les acorralaría como dos asquerosas ratas, pero cuando todo acabase, cuando el telón finalmente cayera y no tuviera más remedio que retirarse, ¿adónde iría? ¿Se apartaría sin más? ¿Le dejaría a Angy el camino libre?
Se pasó horas llorando en cada esquina, en cada rincón, en cualquier parte para arrancar sin medida cualquier rastro que quedara de la felicidad que se originó alguna vez entre esas cuatro paredes, cuando creía firmemente que aquel era su castillo y Dorian era el príncipe azul que había esperado durante toda su vida. Hasta se atrevió a sentarse al piano y posar débilmente los dedos por todas las teclas, originando con ello una especie de melodía ronca, arrítmica, pero sobre todo muy triste. Allí fue testigo del momento exacto de total desconcierto, cuando se dio cuenta de que Dorian no llevaba la alianza. Fue muy doloroso, como recibir un impacto colosal, pero si hubiera tenido la determinación para no seguir averiguando cosas acerca del comportamiento anómalo de su marido, ahora no estaría en esa situación. Ahora no tendría que enfrentarse cara a cara con dos personas tan vitales para ella. Si hubiera sido más dócil, apartando los ojos para ver lo justo y necesario, quizá ahora podría acercarse a Dorian y creer que nada había cambiado. A lo mejor habría podido tener sus sospechas, pero si no le hubiera reprochado nada, todavía su marido se acercaría, y le habría hecho creer que todo marchaba bien.
Se preparó un baño templado. Se metió lentamente y la espuma rodeó su cuerpo. Estaba totalmente tumbada, y flotaba como un fragmento de madera a la deriva, sin rumbo ni determinación. Mantenía los ojos cerrados, pero era imposible dejar la mente en blanco. En todo momento venían a ella todo tipo de ideas y suposiciones, conjeturas y teorías desproporcionadas, capaces de darle donde más le dolía. Se los imaginaba juntos en cualquier oportunidad, hasta cuando ella misma había estado presente, a solo unos palmos de distancia. ¿Cómo había podido ser tan estúpida e ingenua? Volvía llorar, provocando que sus lágrimas saladas se mezclaran con el agua y la espuma de la bañera. Estaba en un estado catatónico; se veía como algo desprovisto de valor. Sentía unas enormes ganas de sumergirse en el agua y no volver a salir; perderse entre la calidez húmeda y silenciosa de un baño no parecía tan desagradable.
El resto de la tarde se hizo añicos en el reloj. Salió por los alrededores para dar un pequeño paseo y tras serenarse —o eso creía—, volvió a esa cárcel gigantesca. La garganta le quemaba horrores. Beber nunca había sido lo suyo y ahora sin embargo iba consiguiendo cada vez más espacio para el alcohol en su estómago y en el cerebro. No le impedía seguir martirizándose, pero en cierta forma las imágenes que se le aparecían estaban amortiguadas, como si así el sufrimiento no fuera tan intenso.
La claridad del día terminó por esfumarse; vio el atardecer desde el salón, petrificada justo delante de uno de aquello grandes ventanales que iban hasta el suelo. Mantenía la mano pegada al cristal, buscando algo inconexo, tal vez ridículo, a lo mejor esa pieza que sabía que no volvería a estar en su sitio. Subió al cuarto principal y se metió en el vestidor. No tardó en localizar la sudadera de Dorian que descubrió en el armario de Angy, preguntándose si aquella vez en el campo ya estarían metidos de lleno en su aventura. Sin dudar, y sabiendo de sobra que la prenda todavía mantendría casi intacta la fragancia de su marido, se la puso por encima. Hacía demasiado calor para eso, pero prefería ignorarlo mientras imaginaba tontamente que eran los brazos de Dorian los que la abrazaban, en lugar de una sudadera inerte.
Cuando quiso darse cuenta, unos ruidos procedentes de la parte de abajo llegaron hasta sus oídos. Se quedó muy quieta e identificó la puerta principal abrirse: Dorian acababa de llegar. Las piernas le flaquearon como mantequilla. El corazón comenzó a bombear a toda máquina y no pudo evitar experimentar júbilo y decepción en el mismo espacio y tiempo. Quería alejarse de él pero al mismo tiempo sabía a ciencia cierta que se moría por verle; su enamoramiento no había acabado, ni siquiera debido a una infidelidad. Estaba allí, acechándola, como puñales sigilosos. Respiró hondo y trató de pensar con eficacia y dejar aparcada la inseguridad. Se escondió todo lo bien que pudo y guardó silencio, metiéndose en su papel, ciñéndose a las nuevas reglas. Permanecer oculta entre las sombras hasta que tuviera una oportunidad, al igual que con Angy. Con ella había sido relativamente fácil, pero ahora las cosas cambiaban. Tenía que hacerse con el móvil de Dorian, y sabía que lo llevaba con él a todas partes. Iba a ser casi imposible, pero si no lo conseguía por las buenas, estaba convencida de conseguirlo por las malas.
Transcurrieron varios minutos hasta que Dorian se dio por vencido. La había estado buscando, creyendo que tal vez la encontraría allí, pero Nora se había salido con la suya. Además, sin poder llegar a creerlo en un principio, escuchó la puerta del baño cerrarse, así que su oportunidad acababa de presentarse. Salió de las sombras y caminó de puntillas. Se acercó a la puerta del baño y escuchó el agua de la ducha cayendo en grandes cantidades, originando un ruido sordo. Sabiendo que disponía de unos valiosos minutos, bajó corriendo las escaleras de la manera más cuidadosa posible, teniendo como objetivo localizar el móvil y hacerse pasar por él para engañar a Angy. Buscó por todos los sitios en los que se suponía que podría estar, pero cuando llegó al despacho de Dorian, lo encontró. Estaba encima del escritorio, junto con las llaves, la cartera, unas ganas de sol y varios papeles. Le temblaron las manos cuando lo cogió. Estuvo tentada de mirar los mensajes y las últimas llamadas, pero optó por no perder tiempo con eso. Escribió a toda prisa el mensaje para su hermana, tratando de adaptarse en igual medida al otro mensaje enviado, procurando no desentonar. Lo leyó varias veces para asegurarse, y después de enviarlo, volvió a leerlo antes de borrarlo definitivamente:

“Angy, tengo que verte. Tenemos que hablar. Es muy importante. Te espero dentro de dos días a las nueve de la mañana en el parking del restaurante favorito de Nora. Te garantizo que es un sitio seguro. No me falles. Por favor, no respondas a este mensaje y una vez leído, bórralo.”

Todo se quedó vacío y estanco cuando terminó. Dejó el móvil en su sitio y un fino hilo de duda reapareció delante de ella. ¿Y si no funcionaba? ¿Y si por alguna razón alguno de los dos descubría que era una trampa y decidía no presentarse? ¿Podrían intuir de alguna manera que ella estaba implicada en los mensajes? Era imposible saberlo. Tendría que tener paciencia para averiguarlo, y dos días después obtendría una respuesta definitiva. No tenía ni idea de si podría soportarlo, pero no tenía más remedio que levantar la cabeza frente a ellos y demostrar que el juego había acabado. Se le revolvían profundamente las entrañas.
Volvió a la planta de arriba, sigilosa como un gato. Los pies se habían convertido en dos pesadas losas de plomo. El pecho le dolía, pero ni siquiera se tomaba la molestia de comprobar la naturaleza de la punzada; estaba demasiado claro. Se dejó caer en la cama y recogió las piernas, rodeándolas con los brazos. Se movía adelante y atrás, como una mocosa desprovista del consuelo de su madre. Cuando levantó la vista después de algún tiempo, le vio. Allí estaba él, recién salido de la ducha, con unos pantalones cortos y una camiseta blanca. Abrió desmesuradamente los ojos cuando supo que ella estaba allí.
—Creí que no estabas —dijo él—. Te he buscado por toda la casa pero no he conseguido encontrarte.
Nora se levantó rápidamente de la cama y evitó mirarle. Quería irse de la habitación, y más concretamente, de la casa.
—A lo mejor no quería que lo hicieras —dijo con un hilo de voz.
Retomó sus pasos para salir de allí. Dorian se apartó, pero en el último segundo cambió de idea.
—No te vayas —dijo casi en un susurro—, tenemos que hablar.
Nora se dio la vuelta y le clavó los ojos; demasiado ardientes, demasiado contenidos para lo que había visto.
—¿Cuántas veces me has dicho lo mismo? —reprochó—. ¿Acaso va a servir para algo más que limpiar tu sucia conciencia?
Dorian desvió la mirada. Con todo su porte, destilaba inseguridad en grandes cantidades.
—No quiero que estemos así. Lo odio.
Nora arqueó las cejas. Sentía instantáneamente como la rabia la consumía y la hacía verse como una insignificante muñeca de trapo.
—¿Que lo odias? Tú eres el único culpable de esta situación. Has hecho que mi mundo se venga abajo. Has destruido todo lo que tenía sentido para mí. Después de esto ya no queda nada.
—Tienes todo el derecho a decirme lo que quieras. Me lo merezco.
—Eso no arreglará nada, ni me hará sentir mejor. Estoy destrozada, y cada vez que te veo recuerdo una y otra vez lo estúpida que he sido.
—Dilo —susurró Dorian.
Nora le miró sin comprender.
—Hay tantas cosas que me gustaría decir…
—Dilas. Sea lo que sea. Necesito que lo hagas.
—¿Para qué? No servirá de mucho. No será suficiente para mí.
—No, pero es un comienzo.
—No hay ningún comienzo, al menos no para mí. Esto es el final. —Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano—. Acabemos con esto de una vez.
—¿A qué te refieres?
—Maldita sea, no puedo creer que seas capaz de fingir todavía. Eres un cobarde, un maldito egoísta. Me refiero a todo esto, a lo que has creado, a lo que has destruido con tus aires de grandeza y superioridad al creer que tenías derecho a hacer lo que te diera la gana. —Cerró los ojos un momento—. No puedes ni mirarme a la cara, eso me demuestra una vez más que no mereces ser perdonando. Ni siquiera tratas de explicármelo. Sea lo que sea lo que estás pensando, no puede ser nada bueno. Te has convertido en un completo desconocido. Jamás pensé que serías de ese tipo de hombres.
—Y yo jamás tuve planeado nada de esto. Nunca quise hacerte daño.
—¡No me vengas con esas! —exclamó—. Cada vez que lo dices, más me hieres. Dices que nunca lo planeaste pero la verdad es que ya lo has hecho, y sabes tan bien como yo que no tiene remedio. Puede que antes, quizá, hubiera existido alguna manera, pero te aseguro que ya no podrás encontrarla. —Se alborotó el pelo—. Ten el valor para sincerarte conmigo, Dorian —suplicó—. Llegados a este punto es lo único que te pido. No puedes fingir todo el tiempo porque así consigues hacerme todavía más daño del que puedo tolerar. Mírame, no soy de acero. Me he roto tantas veces que ya no puedo volver a recomponerme. Estoy esparcida por el suelo y lo peor es que nadie vendrá a ayudarme. Tú no vendrás porque me has olvidado. Has olvidado que estás casado conmigo. —Hizo una pausa—. Se suponía que pasaríamos juntos el resto de nuestras vidas, y cuando menos lo esperaba, cuando menos podía imaginarme algo así, decidiste romper todas las reglas y hacer lo que se te antojaba, pero no te paraste a pensar un segundo en lo que yo quería o en lo que necesitaba, porque lo único que necesitaba eras tú. ¿Por qué crees que me casé contigo? Esperaba que me quisieras de la misma forma, con la misma intensidad y compromiso. Me enamoré de ti como una loca; te lo di todo y esperaba que pudieras hacer lo mismo. Creí que estabas enamorado, hasta hace poco creía que me querías, pero a decir verdad ya ni siquiera sé si lo hiciste alguna vez.
Dorian estaba mudo, sin palabras.
—¿Lo ves? Todavía trato de comunicarme contigo y eres incapaz de romper este silencio. No puedes hacer nada para cambiarlo. Ya no tiene arreglo, y creo que lo sé mucho mejor que tú, porque a pesar de lo que andas haciendo a mis espaldas, aún me controlas y quieres que permanezca cerca de ti, y eso es algo que, por más que intente, no logro comprender.
—Siendo honesto yo tampoco lo entiendo. No quiero que te sientas así. Daría lo que fuera para volver atrás.
—¿Para qué? ¿Para no haberte comprometido? ¿Tan desesperado estás por dejarme que eres capaz de admitir que fue un error el hecho de casarte conmigo?
—Yo no he dicho eso.
—No con palabras, pero haciendo lo que haces es lo que demuestras.
Él miraba continuamente al suelo. Era como si tuviera doble personalidad.
—Ya tienes el camino libre, eso era lo que querías. Puedes hacer lo que te plazca, tal y como has estado haciendo últimamente —susurró Nora—. Por lo que a mí respecta, me es totalmente indiferente.
Dorian iba a decir algo al respecto pero no se atrevió.
Nora se fue directa al vestidor y se hizo con una pequeña maleta. Comenzó a meter la ropa en ella sin ningún cuidado, con rápidos movimientos de brazos y manos. Creyó por un momento que Dorian se lo impediría, pero por su parte nada más que obtuvo una petrificación absoluta. Una vez que terminó, el calor que invadía su cuerpo era considerable, así que se quitó la sudadera de él y se la tiró con toda la rabia de la que fue capaz. Él la cogió al vuelo y se quedó pensativo, mirándola.
—A partir de ahora esta casa volverá a ser más grande y espaciosa —bramó Nora—. Puedes hacer con mi espacio lo que consideres oportuno. Me llevaré todas mis cosas en otro momento, pero por ahora con esto es suficiente. No soporto permanecer aquí ni un minuto más.
—Nora, por favor, deja que te lo explique...
—¡¿Qué se supone que vas a explicarme?!
—No es tan sencillo como parece. Todo tiene una explicación.
—El problema es que me he cansado de escucharte. Me he cansado de creer todas tus mentiras, así que eso se acabó. Lárgate de mi vida, desaparece y no vuelvas.
Llegó a la planta de abajo en un suspiro. Abrió la puerta principal pero no pudo ir más allá. Dorian había ido tras ella y en el último segundo la sujetó por el brazo.
—No puedes irte de esta manera —murmuró.
Nora se soltó de golpe.
—¿Y cuál es la manera para ti? —Se acercó y le puso una mano en el pecho, presionando hacia atrás—. ¿Vas a decirme que lo mejor que puedo hacer es quedarme aquí, sin hacer nada por mi felicidad, mientras veo como nuestro matrimonio o lo poco que queda de él se echa a perder? ¿Crees que puedo ser la mujer fiel, paciente y dócil que te espera en casa mientras tú te pasas el día fuera? ¿De verdad crees que no sé lo que pasa? ¿Por quién me has tomado? ¿Crees que puedes utilizarme a tu antojo?
Dorian se pasó una mano por el pelo. Su mandíbula estaba demasiado tensa, a punto de romperse, y las pupilas estaban dilatadas. Parecía enfermo.
—No, la verdad es que no tienes idea de lo que está pasando. No sabes nada, Nora.
—¿Cómo te atreves...?
—Escúchame. —Dio un paso para acercarse—. No puedes irte. Hay cosas que tienes que saber, motivos que tienes que entender...
—¡No quiero saber nada más! ¡Ya he visto suficiente!
—No, todavía no.
Nora hizo el intento de salir pero él se lo impidió, posicionándose delante de la salida.
—Deja que me vaya.
—No puedo.
—Joder, sí que puedes. —Ahogó un sollozo—. Es lo que quieres, Dorian, de lo contrario jamás habríamos llegado a esta situación. Admítelo. Sé valiente al menos por una vez. No intentes engañarme hasta el último momento. —Consiguió salir al exterior—. Ya me has humillado lo suficiente.
—Te aseguro que yo no quiero esto, Nora. —Su voz se quebró y rompió a llorar—. Lo odio casi tanto como tú. Daría lo que fuera para que no tuvieras que pasar por esto. Sé que es más difícil para ti que para mí, pero a veces estas cosas pasan. No he podido hacer nada. Es demasiado complicado para que puedas llegar a entenderlo, demasiadas cosas que decir, asuntos que explicar... No es tan sencillo. No quiero hacerte daño, nunca lo he querido, y me siento como un imbécil por estar haciéndolo continuamente. Estoy totalmente dividido. Me mata la indecisión.
—Te equivocas. No estás indeciso. —Apretó los labios—. Ya has elegido, y no ha sido a mí. Me has cambiado, me has sustituido como si fuera una estúpida pieza de tus juegos. No voy a arrastrarme más si es eso lo que pretendes. No voy a ser el segundo plato de nadie, ni siquiera el tuyo. —Se limpió las lágrimas con la mano—. Merezco algo mucho mejor y desde luego si me quedo a tu lado no podré tenerlo. Afronta lo que has hecho, y trata de vivir con ello. —Ahogó un grito—. Hazlo porque te aseguro que yo no puedo. Jamás voy a poder perdonarte lo que me has hecho. Te he dado lo mejor de mí y lo has borrado en un instante. No tienes corazón. Has interpretado un doble papel pero yo abandono. No pienso intentar recuperarte, definitivamente ya eres de otra, es oficial. Pero olvídate de mí. Has perdido el derecho a preguntar, a entrometerte en mi vida. —Miró hacia el cielo, tratando de no desvanecerse—. Por cierto, creo que deberías quitarte de una maldita vez el anillo. Sé que para ti no significa nada. Creo que no te ha dado más que problemas. Haz con él lo mismo que has hecho conmigo: deshazte de él.
Se dirigió al coche y metió la maleta en el maletero. Arrancó con rapidez y salió disparada hacia la carretera, hacia ningún lugar en concreto pero lejos, muy lejos.


161


Tenía los nervios en carne viva, las sensaciones táctiles por del bajo del umbral normal y la piel parecía haber sido arrancada a tiras. No había podido dormir bien aunque lo había intentado con todas sus fuerzas. Angy sabía que algo se había roto dentro de ella; algo definitivo que no volvería a restablecerse ni si quiera con un milagro. Había visto suficiente, y el disgusto casi le había costado la salud. Todavía no podía creer que la idea de salir a dar un paseo de apenas cinco minutos hubiera podido dar un nuevo giro a su ya tan increíblemente agitada vida. Haber sido descubierta andando por la calle dentro de esa desapercibida parte de la ciudad había sido una fuerte descarga eléctrica para todos los átomos de su cuerpo. Y es que se le calló el alma literalmente a los pies cuando al volverse se dio de bruces con su hermana, que la llamaba en plena calle, tan cerca que casi podía percibir la presión reinante en esa distancia tan corta. Sus ojos eran diferentes; eran fuego azul teñidos de algo nuevo… Temía que fuera precisamente el motivo del asunto tan delicado que irremediablemente las mantenía unidas. No tenía ni idea de cómo demonios había podido disimular, si es que a su patético intento de contener su conciencia destrozada se le podía llamar así. Le temblaron tanto las piernas que por un momento creyó desvanecerse, pero no pudo hacerlo. Tuvo que aguantarse las ganas de desaparecer una vez más y contemplar esa escena injusta. Tenía la mente dividida. Se había pasado las últimas horas recapacitando una y otra vez, volviendo al punto de partida. Desde luego Nora se había mostrado más fría y distante, pero por otro lado, parecía ser la misma de siempre. No tenía sentido que sospechara nada si no, ¿cómo había podido abrazarla e insistir para pasar un rato juntas? Claro que su voz había sido determinante. Y sus ojos… Esos ojos habían dicho demasiadas cosas, pero se había quedado tan impactada por verla que no quiso prestarles atención. Se había comportado como una hipócrita, como la hermana mayor más detestable y cruel sobre la faz de la Tierra. Había sido capaz de mirarle a los ojos casi todo el tiempo, tratando de imponer una escusa que no podía ser creída por nadie. Nora había tenido razón desde el primer momento. Nunca había querido quedarse allí más de lo necesario y ahora en cambio seguía en el mismo lugar, cuando se suponía que tendría que estar lejos. ¿Qué lógica tenía el hecho de que su supuesta discusión con Evan la hubiera llevado a tomar la decisión de no mover ni un dedo? ¿No se suponía que el teatro era lo que más le importaba? ¿No pensaba volver para arreglar las cosas?
El cerebro le daba vueltas dentro del cráneo. Sentía náuseas cada poco tiempo, pero no era por el bebé que llevaba dentro de sus entrañas, si no por la confusión y el pavor que poco a poco estaban acabando con su integridad. Su mundo de silencio se estaba deshaciendo a la misma velocidad que los casquetes polares se derriten ante el sol en llamas. Estaba al aire libre, sin protección, sin seguridad y llena de incertidumbre. Sabía que no podía confesarle la verdad; ahora más que nunca se le antojaba una locura, una abominación… La había tenido delante, frente a frente, y a duras apenas había podido mantener una conversación normal. ¿Cómo iba a ser posible que la próxima vez que volviera a verla fuera el momento para confesar que el hombre al que tanto quería era su marido? ¿Su propio cuñado, el mismo hombre al que se suponía que no podía soportar? No, no podía hacerlo, pero tampoco quería decirle a Dorian que había cambiado de opinión. Y ese era otro asunto. Su mensaje la dejó totalmente desconcertada. Había sido claro y directo. Las palabras empleadas habían sido algo frías, así que algo no iba bien. No solía ser propenso a enviar mensajes de texto; había acudido al hotel varias veces para verla o incluso fue capaz de recorrer kilómetros antes de llamarla, pero eso era completamente nuevo. Había hecho lo que le pedía; borró el mensaje en cuanto lo leyó, pero una sensación de inquietud la embargó de repente. ¿Qué es lo que estaba pasando? ¿Por qué la había citado en el parking del restaurante favorito de Nora si podían verse en el hotel? Y sobre todo, ¿qué era lo que tenía que decirle? ¿Era posible que Nora le hubiera descubierto antes de tiempo? ¿Era de eso de lo que tenían que hablar? ¿Le iba a proponer su ya conocido plan de fugarse juntos? ¿Acaso ya no tenían otra opción más que huir como dos completos cobardes?
La mañana de ese día tan esperado no se hizo de rogar. Angy estaba preparada antes de tiempo, deseando que las manecillas del reloj hicieran el camino contrario al habitual, pero por más que se esforzaba en creer que todo saldría bien, lo cierto es que presentía que algo malo iba a suceder. Hacía demasiado tiempo que había dejado de tener las cosas bajo control, pero con esa cita secreta a primera hora de la mañana ya no sabía con qué podía encontrarse. Quizá Dorian también hubiera llegado al límite y entonces habría decidido cambiar de opinión, pero si algo así ocurría, si Angy tenía que escuchar de labios de ese hombre que su nueva oportunidad se había acabado antes siquiera de empezar, no podría soportarlo. Ya se había imaginado nuevamente a su lado tantas veces que lo daba por hecho, pero ahora una nueva piedra en el camino dificultaba la terminación del sendero. No habían dejado títere con cabeza, y puede que ahora no tuvieran más remedio que pagar por sus actos.
Eran las ocho de la mañana cuando esperaba al taxi. Se miró por última vez en el espejo que había colgado en una de las solitarias paredes del baño y salió del hotel a toda prisa, bajando las escaleras atropelladamente e intentando no chocarse con nadie, a pesar de tener la visión algo empañada por las lágrimas que se morían por salir. El corazón le iba a estallar de un momento a otro, con los nervios resaltándose descaradamente bajo la yema de sus dedos y el aliento cortado a mitad de camino entre la boca y la garganta. No había desayunado nada; era imposible que ante tanta incertidumbre pudiera tomar algo de comer. El estómago estaba cerrado a cal y canto, pero eso fue algo que agradeció en cuanto se subió al taxi. El hombre que lo conducía parecía tener prisa por acabar ese viaje, e iba a tanta velocidad inyectada bajo las ruedas del vehículo que Angy habría podido vomitar sin problema lo poco que hubiera tomado.
Las calles se volvían un amasijo de colores indefinidos. El ruido exterior taladraba sus sienes sin piedad. Tenía sed y ninguna posibilidad para acabar con ella. La buena temperatura de la calle no era nada si se compraba con su inconcebible calor corporal. Tenía las manos algo sudorosas y temblaban frenéticamente. No poseía la determinación para manejar su propio cuerpo. Miraba una y otra vez el móvil, apartando casi a patadas las ganas que tenía de ponerse en contacto con él, o de que al menos diera señales de vida para indicar que nada había cambiado. Estaba en la cuerda floja, sin poder avanzar ni retroceder; las manos atadas a la espalda y todo un abismo infinito sobre el que precipitarse sin apenas esfuerzos.
—Señorita, ya hemos llegado.
La voz ronca de ese hombre que la miraba desde la parte delantera del vehículo la asaltó sin previo aviso. Angy levantó la mirada y echó los hombros para atrás, como si no pudiera creerlo. Miraba todo con ojos desorbitados, inmortalizando en sus retinas cada rincón de esa calle, el imponente restaurante y todo lo que conllevaba. No podía creer que el viaje se hubiera hecho tan corto, o es que quizá no había querido darse cuenta del trascurso del tiempo. De todos modos, y aunque se moría por estar en cualquier otra parte, apretó los dientes, pagó al conductor y salió al contacto con el aire libre, percibiendo un aroma cálido. El sol ya resplandecía con fuerza a pesar de ser tan temprano, pero su corazón se había congelado. Era como un pequeño iceberg rodeado de rayos solares. Estaba a punto de sucumbir y no podía hacer nada para remediarlo. Sus primeros pasos se asemejaban sospechosamente a los de un niño pequeño, sólo que ella no era una niña, si no una mujer adulta que no estaba dispuesta a afrontar lo que tenía entre manos. Se le cortaba el aliento de la misma forma que si hubiera estado corriendo durante horas. Miraba frenéticamente de un lado hacia otro, intentando encontrar a Dorian, pero la poca gente que andaba por allí era totalmente desconocida. Agachó la cabeza e intentó mantener a raya el inminente ataque de ansiedad. Esa diminuta alarma insertada en algún vagón de su descarrilado cerebro no dejaba de centellear de vez en cuando, pero trataba de ignorarla. Si no se atrevía a estar allí, mucho menos podría hacer realidad lo que tanto quería. Su mente estaba literalmente dividida, pero esta vez no iba a salir corriendo para esconderse; eso lo había hecho demasiadas veces y a fin de cuentas el resultado no había variado significativamente. Intentó aumentar el ritmo, pero a medida que sus pies la llevaban cada vez más cerca del restaurante, tenía la sensación de que sería engullida de una vez, aplastada por esas paredes, convertida en polvo, cenizas y nada que mereciera ser recordado. Las agujas invisibles se clavaban en su nunca, como si miles de ojos estuvieran atentos y al acecho de cada uno de sus movimientos.
Estuvo a punto de ser catapultada por los aires si no fuera porque el coche que atravesaba la calle en ese preciso instante frenó a tiempo. Los insultos y demás palabras mal sonantes hicieron que Angy terminara su camino con rápidas zancadas. Había estado al límite de ser atropellada y ni aún así conseguía salir de su asombro interno. Todo le daba igual; le parecía escaso de relevancia en comparación con lo que iba a descubrir de un momento a otro. Sintió vértigo al vislumbrar la pequeña pendiente de hormigón que descendía hacia la oscuridad en la parte de atrás del restaurante. La valla metálica estaba abierta, así que no se lo pensó dos veces para entrar. Al principio sus pasos resonaban por las paredes, así que mantuvo la respiración durante varios segundos y trató por todos los medios de serenarse y amortiguar el ruido de sus pies, cansadas piezas de plomo que rechinaban sin pudor alguno. Sus ojos se fueron acostumbrando a la leve penumbra que lo envolvía todo. Había un tintineo, un ruido sordo, proveniente seguramente de los fluorescentes que estaban situados en varios puntos estratégicos de ese páramo entre el mundo de arriba y el de abajo. Se le heló la sangre cuando por fin cesó de caminar. Ya había llegado, estaba allí, pero no era precisamente lo que había imaginado. La escena poseía cierto encanto tétrico. Todo en silencio, demasiado silencio por todas partes. Numerosas columnas salpicaban el entorno aquí y allá, con la mayor parte de las plazas desiertas; únicamente unos cuantos vehículos estaban allí, tan quietos y en el fondo tan muertos que Angy sintió indecisión una vez más. No entendía nada. No tenía sentido que hubiera acabado allí. En el hotel se habría sentido respaldada, protegida y segura tras los muros de un edificio desapercibido, pero allí, en ese principio de mundo subterráneo que no hacía más que alterar su conciencia y amortiguar su voz sorda, quedaba claro que cualquier cosa podía pasar.
Miró su reloj varias veces para asegurarse que no se había equivocado de hora. No, eran poco más de las nueve de la mañana. Había seguido las instrucciones al pie de la letra y lo único que deseaba era acabar con eso cuanto antes. Abrazarle y saber nuevamente que no estaba sola, que nunca lo había estado, pero le resultaba agotador pensar de forma optimista, sobre todo ahora que desconocía por completo cuál sería el siguiente paso.
Estaba tan concentrada en no moverse que podía percibir de forma clara y precisa el arrítmico sonido del corazón. Bailaba y trastabillaba una especie de vals lento y meticuloso, saturado de trampas y arrinconado al final de la sala. Sus pulmones se expandían para luego volver a su sitio. El aire salía ordenadamente pero no era orden lo que precisamente reinaba allí. Los minutos siguieron pasando, voraces e imparables, desordenándolo todo hasta un punto de fusión irreconciliable, consiguiendo que volviera a pensar de nuevo en aquello que se afanaba por borrar. Y es que lo peor había sido su mensaje. El tono tan frío… Lo único que se le pasaba por la cabeza era la idea de que las tornas hubieran cambiado. ¿Y si Dorian había cambiado de idea? ¿Acaso quería dejarla? No, eso era imposible. No podía hacerle una cosa así. No estando en su estado. Sería demasiado grave, un delito muy serio… Pero Nora también tenía nombre propio en la historia.
—¡Angy!
Se dio la vuelta al escuchar su nombre y entre las columnas de hormigón del fondo distinguió una alta figura acercándose. Se sintió algo más segura al saber que era él.
—Dorian —murmuró, soltando el aire pesado de los pulmones—. Por fin estás aquí…
Él terminó por ganar terreno dando grandes zancadas. Su tez estaba algo descolorida. Sus ojos abiertos de par en par, con las pupilas dilatadas. Era él pero con un aspecto diferente. A juzgar por su fachada, no había podido dormir.
—Siento haber tardado.
—No importa.
—He llegado lo antes posible —susurró Dorian, acercándose a ella, abrazándola con cariño—. ¿Estás bien? Me tenías muy preocupado…
—Claro que estoy bien. —Le miró sin pestañear—. Eres tú el que me preocupa.
Dorian soltó el aire contenido en los pulmones y ladeó la cabeza. Le colocó a Angy un mechón de pelo detrás de la oreja. Después, su mirada se silenció.
—Me he vuelto loco pensando en lo que podía estar pasando. Quería verte y asegurarme de que no había problemas. El tiempo se me ha hecho eterno pero he conseguido esperar hasta hoy. —Tragó saliva—. Sea lo que sea, puedes confiar en mí y lo sabes. Creo que a estas alturas nada puede ser peor. ¿Vas a decirme qué ocurre?
Angy frunció el ceño, desconcertada.
—¿Qué…?
—Vamos, por favor. Creo que después de todo ya has hecho lo más difícil. No soporto mirarte a los ojos y no saber a qué me enfrento. —Apretó los labios—. No aguanto más esta incertidumbre. Quiero saber lo que está pasando. Tienes que decírmelo.
Fue como si la garganta se le llenara de arena. Le costaba trabajo respirar. Por un momento deseó haber entendido mal, pero estaban uno enfrente del otro, sin más interferencia que el eco de sus propias voces.
—¿Yo? —tartamudeó Angy—. ¿No eras tú quién tenía que hablar conmigo? ¿Algo importante y urgente que no podía esperar? —Sacudió la cabeza—. He hecho lo que me pediste, cuando hace dos días me enviaste ese mensaje al móvil. Parecías preocupado y no quise…
La expresión de Dorian se fue contrayendo de manera exagerada, como si Angy le hablara en un idioma completamente nuevo y extraño para él.
—Espera, ¿qué? —Alzó las manos hacia arriba, mostrando las palmas desnudas, pidiendo un poco de tiempo—. ¿De qué estás hablando? ¿Qué mensaje?
Angy se quedó petrificada, helada, muerta en vida. Los ojos de Dorian estaban tan asustados como los suyos propios. Algo no encajaba.
—¿Me tomas el pelo? Tu mensaje, Dorian. Me enviaste un mensaje. ¿Es que no lo recuerdas?
Él parpadeó un par de veces, atónito, casi con la boca abierta.
—Por supuesto que no te estoy tomando el pelo, pero sinceramente no sé de qué me hablas, Angy. Yo no te envié ningún mensaje. Fuiste tú la que me lo enviaste. Me dijiste que teníamos que vernos aquí, a esta hora. Por eso he venido. Tú me pediste que lo hiciera.
Angy se tambaleó y se echó hacia atrás. La cabeza le dio vueltas sin previo aviso. Se estaba mareando sin apenas darse cuenta. Había gato encerrado.
—Eh, mírame —rogó Dorian—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—No, no lo estoy. Maldita sea, yo no te envié nada, Dorian.
Él se estremeció, pero aún se resistía a pensar en las demás posibilidades.
—Pero…
—Esto no puede estar pasando… —Se llevó las manos a la cabeza—. No puede ser verdad.
Él la sujetó por la muñeca y acarició sus mejillas.
—Eh, tranquilízate. Estoy contigo, ¿de acuerdo? —La rodeó con los brazos y la besó en la frente—. No te voy a dejar.
—Pero esto no tiene ningún sentido. Es una estupidez. Si dices que tú no me enviaste ningún mensaje y si yo tampoco lo hice, entonces…
—Angy, cálmate. No es bueno que te alteres en tu estado. Por favor, respira…
Aunque lo intentaba, no podía. Se le estaban rompiendo todos los esquemas. En ese momento lo veía tan claro que se negaba a creerlo. Era una trampa, un agujero mortal… ¿Por qué si no habían acabado allí?
—No puede ser… —Se tapó la boca con ambas manos—. No, no, no…
Dorian la cogió por los hombros, sujetándola frente a él.
—¿Por qué dices eso? ¿Qué quieres decir? ¿Qué está pasando, Angy?
—Tenemos que irnos ahora mismo —susurró, zafándose de esas fuertes manos, mirando en todas direcciones, presintiendo que no estaban solos—. Vamos.
—Eh, espera, espera… —La sujetó por la muñeca con decisión—. ¿Por qué? ¿Qué sucede? ¿Por qué quieres irte ahora?
Angy tenía los ojos abiertos de par en par. Los dientes apretados apenas dejaban pasar el aire. Se sentía presa de un juego que había resultado ser demasiado fácil y mortal. Había caído en las redes y al parecer era la única que lo presentía.
—¿Es que no te das cuenta?
Dorian frunció el ceño.
—¿De qué debería darme cuenta?
—No hay tiempo para explicaciones, ahora no.
Él se cruzó de brazos.
—Claro que lo hay. Ni siquiera sé por qué te comportas así. ¿Pero qué es lo que te ocurre?
—Hazme caso, sé de lo que hablo. Vamos.
—Pues yo no tengo ni idea de a qué te refieres. —Apretó la mandíbula—. Y no pienso irme de aquí hasta que me expliques lo que sucede.
Angy intentó hacerle cambiar de idea suplicándole con los ojos. Sabía que no estaban solos. El tiempo que les quedaba era el mínimo para escapar, si es que acaso todavía era posible, cosa que dudaba.
—Por favor, tienes que entenderme…
—No, entiéndeme tú a mí, Angy. Estoy totalmente perdido.
No se resistía a abandonarle. Tiraba de su mano como si le fuera la vida en ello, pero hacer que se moviera apenas un paso resultaba imposible. Se cansó de insistir mediante esa táctica y trató de pensar en otra más efectiva mientras daba pequeñas vueltas alrededor, evitando decir algo fuera de lugar que pudiera comprometerles todavía más.
Cuando volvió a mirarle, Dorian contenía la respiración. Sus puños estaban aferrados con tanta fuerza que la sangre había dejado de circular por ellos. Podía leerse el miedo más vivo y más intenso en sus ojos.
—¿Vas a decirme que lo dejas? ¿Intentas decirme que se ha acabado? —aventuró con la voz rota—. ¿Es eso? ¿Me has traído aquí para decirme que no quieres seguir adelante?
—¡No, claro que no! —declaró Angy, liberando adrenalina por cada poro—. Ya te he dicho que yo no he tenido nada que ver con esto, Dorian. ¿No lo ves? Aquí corremos peligro.
—¿Peligro? ¿De qué demonios hablas? —gruñó—. Aquí solo estamos tú y yo.
—¿Estás seguro de eso?
Dorian miró en todas direcciones. El silencio reinante le daba la razón.
—Creo que sí. Vamos, mira a tu alrededor. No hay nadie.
Angy se moría por decirle la verdad ahora que por fin lo había descubierto. Quería gritarle que estaban totalmente expuestos, pero deseaba encontrar otra manera.
Él se llevó las manos a la cabeza.
—Por favor, no juegues conmigo.
—No lo hago. —Endureció la mirada tanto como pudo, intentando emitir el mensaje correcto en las coordenadas adecuadas para que por fin pudiera entenderlo él también—. No soy yo la que está jugando con nosotros en este momento.
Al menos consiguió captar de lleno la atención de Dorian, cuyo rostro se había contraído secamente.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó.
—No lo sé, pero estamos perdiendo el tiempo —susurró Angy—. Ha debido de haber alguna equivocación…
—¿Hay algo que quieras decirme?
Angy sabía que era ahora o nunca. Tenía que sacarle de allí, hacer que todo su rastro desapareciera antes de que fuera tarde, antes de que… No se atrevía ni a imaginarlo realmente. Apostó todo en la última jugada y le sujetó la cara con las manos, poniéndose casi de puntillas.
—Confía en mí, por favor. Te lo explicaré cuando estemos en otra parte, pero ahora no. —Bajó la voz aún más—. No podemos quedarnos aquí.
—Pero…
Angy no le dio opción a hablar, ya que le colocó un dedo sobre los labios.
—¿Confías en mí?
Dorian se quedó pensativo por un momento, haciendo esfuerzos por adivinar lo que escondían aquellas palabras.
—Sí —dijo al fin.
—Entonces, vamos.
Iba a cogerle de la mano para salir juntos del parking pero en el último segundo se dio cuenta y reaccionó a tiempo. Le dedicó una mirada gélida, intentando decir sin vocales que tenían que actuar, un papel diminuto en un escenario considerable, con un público minoritario, pero… fiel.
Le dio la espalda y comenzó a caminar hacia la salida. Él la llamaba en voz baja pero intentaba ignorarle. Era como intentar explicarle a un niño pequeño una fórmula química. No sabía leer entre líneas. Quería sacarle de allí, pero si volvían a la calle, juntos, quizá el remedio fuera todavía peor que la enfermedad.
—¡Angy!
Esta vez no tuvo más remedio que cesar su caminata. Se volvió hacia él con rabia en el rostro, por saberse impotente, a punto de ser descubierta…
—¿Qué?
—Espérame. —Avanzó hacia ella.
—Vuelve por dónde has venido —espetó de repente.
—¿A qué viene eso? —reprochó él, atónito.
—Ya me has oído.
—Espera un momento. Ni siquiera sé por qué actúas así. Hace un segundo estabas bien y ahora…
—Maldita sea, no hagas preguntas y haz lo que te digo, Dorian. —Se mordió la lengua—. Vete de aquí.
—Angy, yo… Te aseguro que si he cometido algún error, yo…
Quería que la tierra se la tragara. Sin querer hacerlo comenzaba a odiar a Dorian. ¿Por qué era tan evidente para ella y sin embargo para él resultaba ser un galimatías? ¿Por qué no podía captar el mensaje sin más y hacer lo que le pedía?
—Esto nos va a estallar en la cara si no te marchas ahora mismo.
—Te quiero. —Esa declaración tan sincera como inapropiada se convirtió en la mecha, el estallido ya no tenía remedio.
—Cállate —espetó, intentando no llorar. Quería hacerle callar, que se mordiera la lengua, coserle los labios; hubiera hecho cualquier cosa para impedir que hubiera dicho aquello, la sentencia final para ambos—. No lo digas.
—¿Por qué? Es la verdad. Estoy harto de fingir, eres la única mujer a la que quiero.
Ahora lo sabía; sabía de buena tinta que ella estaba allí. Casi podía sentirla, el fuego azul de sus ojos emanando con una fuerza imparable. La cuenta atrás llegó a su fin. Angy cerró los ojos y esperó la estocada final. Habían cavado su propia tumba, y una persona verdaderamente fuera de sí iba a ser la encargada de escribir sus nombres en la lápida.


162


La sombra de la más letal y mortífera alevosía acabó por sembrarse en todo su torrente sanguíneo. El dolor experimentado iba más allá de los umbrales de la percepción sensorial, se alejaban demasiado de lo meramente soportable, y el estallido dentro de su cuerpo eclipsaba con categórica diferencia a la monumental explosión de Hiroshima. Su garganta se cerró, atrapando el aire que tan desesperado estaba por salir a flote; las comisuras de los labios sellaron el grito que seguramente habría sido el más abrumador hasta la fecha, e incluso la humedad presentes en sus cristalinos ojos se volvió arena y fuego, un desierto sin delimitar que traía consigo noticias nefastas: no podía haber nada peor que aquello. Acechando entre las sombras, con un perpetuo enmudecimiento de su lengua hasta casi perder el habla, Nora había sido testigo directo de la mentira magistral que había tenido éxito hasta ese momento. Había sido capaz de ver con los cinco sentidos para no perderse detalle alguno de ese crimen, mientras los recuerdos felices y estables de su no tan alejado pasado se perdían de manera irreconciliable en el fango más oscuro de ese agujero negro que ya había empezado a devastarlo todo a su paso.
Había permanecido allí durante horas, antes de que las calles fueran visibles con los primeros rayos de sol de la mañana, antes incluso de que la vida despertara del sueño de la noche, antes de que toda la rabia consumiera su alma. Había esperado hasta quedar noqueada por la saciedad ficticia de la rebelión, la venganza y la última posibilidad que recaía directamente en la palma de su mano abierta. Había sucumbido a la muerte teniendo el corazón al rojo vivo, con toda esa sangre envenenada emanando desde dentro, logrando que volviera por un instante a su adolescencia, cuando nada tenía importancia para ella y se limitaba a destruir todo a su paso, sin contar con nada ni nadie. Ahora ese antiguo espíritu la rondaba, insistiendo para entrar en su cuerpo y poseerla de tal modo que ni la más completa de las rendiciones pudiera traerla de vuelta. Ahora ya no tenía nada que perder. Tenerlos frente a frente era el plato que estaba a punto de servirse bien frío, sin prisa, con detenimiento, hablando desde su posición, como alguien que ha perdido la vista pero que ve mejor el mundo con los ojos nublados. Al fin y al cabo esa venda se había caído casi de manera forzosa, así que lo demás poco importaba. Tenía un monstruo naciendo de su letargo invierno dentro de sus nervios y desde luego estaba más que preparada para dejarlo salir y darle rienda suelta para que hiciera todo lo que tuviera previsto, arrancando disculpas que no servirían para nada más que echar más leña al fuego, chispeantes llamas arañando las puertas del cielo suplicando el delirio que acabara con todo aquello.
Cuando descubrió la verdad sobre Dorian y su pequeño secreto, acumulando pruebas incriminatorias acerca de la veracidad de su aventura, de la existencia de otra, se quedó tan sorprendida, abrumada, vislumbrada, catatónica y febril que no pudo decir nada. No se atrevía a decir que lo sabía, viéndose a sí misma como el verdugo más que como la víctima que era en realidad. Creyó por un segundo que todo era un sueño y que a lo mejor tendría posibilidad de recuperar a su marido si intentaba obviar el hecho de que le era infiel. Su carácter desapareció porque el miedo la invadía sabiendo que estaba a las puertas del mismo éxodo, teniendo muy presente que el cuento de hadas que tan fervientemente había creído vivir era finito. Se ahogaba en el vino para morderse la lengua, pero todo cambió cuando fue valiente para desenmascarar a esa desconocida que le estaba arrebatando hasta el mismo aire que tanto necesitaba. Cuando lo supo, cuando la reconoció a las puertas de ese hotel, cuando sus ojos no pudieron cerrarse para que evitara esa colisión tan tremenda, el fuego que había estado apagado durante su duelo de paradojas se reavivó, más alto, más furioso y por supuesto más irracional. Encolerizó por dentro, mientras trataba de asumir ese disparo a bocajarro. La ambigüedad hizo mella en ella durante poco tiempo. Sí, era cierto que se había quedado sin palabras, incapaz de reaccionar, incapaz de seguirles y desmontar su romance, pero fue el paso definitivo para reír la última, para tenderles una trampa, cercarles poco a poco con alambre de espino y dudas. Su antigua furia volvió, renacida y dispuesta a decir todo aquello que pensaba ya que había guardado silencio en los momentos más cruciales.
Odiaba la traición de ambos, pero ver a su hermana allí la destrozaba más todavía, sabiendo que ésta era ni más ni menos que la tercera en discordia. Lo había visto con sus propios ojos, y ahora estaba allí, a tan solo unos metros de esos dos miserables, a punto de entrar en escena para interpretar un papel que no había tenido el gusto de interiorizar. Había conseguido que cayeran en la trampa, así que tenía la opción de desquitarse de forma completa, teniendo muy presente que aquella mañana cerraría un capítulo de su vida que hubiera sido mejor no empezar nunca.
—Maldito hijo de puta…
La voz que pronunció aquellas demoledoras palabras no había sido para nada desconocida. Es más, en cuanto Dorian y Angy prestaron atención a su alrededor para localizar la posición exacta, vieron atónitos como el cuerpo casi moribundo e histérico de Nora aparecía como por arte de magia de entre las columnas del fondo. Sólo así pudieron percatarse sin equivocación alguna de la trampa; habían picado el anzuelo sin esfuerzo, creyendo que había sido una inocente voz de socorro del uno al otro.
El triángulo espacial que formaban era perfecto. Seis ojos, tres bocas enmudecidas brevemente y tres corazones sintonizados por accidente en la misma frecuencia. Nora no sabía por dónde empezar. Quería gritar, huir, correr, romper, arañar y descomponer todo lo que pudiera alcanzar con las manos. Desviaba la mirada hacia derecha e izquierda, clavándola en el rostro de uno y de otro. El calor que sentía era insoportable, con cada poro de la piel emanando pura lava y la razón fuera de combate. Ahora era su otro yo, la parte dura e inconexa la que tomaba el control. Una parte de su cerebro se había desconectado, y estaba levemente delimitada por un único deseo: pagar con la misma moneda.
Angy soltó un grito ahogado y se llevó las manos a la boca, cubriéndola con los dedos.
Dorian se volvió de piedra.
—Nora… —Su voz apenas resultaba audible. Estaba igual de estupefacto que Angy—. ¿Qué…? ¿Qué estás haciendo aquí?
Nora no dejaba de llorar. Había jurado que no lo haría, pero era imposible. Las lágrimas le resbalaban sin dificultad por las mejillas hasta caer al suelo, ese mar negro de asfalto y huellas de neumáticos. Estaba deshecha, con los ojos hundidos y la línea de los labios emborronada, pero por encima de todo aquello, por encima de la rabia y la angustia que se escapaban de su cuerpo, quedaba demostrado que ya no había vuelta atrás. Era demasiado tarde.
—Quería que comprobaras por ti mismo que yo también sé jugar —sentenció—. He tenido que aprender a hacerlo. Tú me has enseñado cómo.
La visión no tenía cabida en ninguna mente normal. Era demoledor contemplar esa escena.
—Has sido tú… —comenzó a decir Dorian, mirando de reojo a Angy, comprendiendo lo que ésta había estado intentando decirle—. Tú has hecho todo esto. Nos has engañado.
Nora apretó los puños.
—Me temo que has tardado demasiado tiempo en darte cuenta. Si hubieras sido más obediente, si tal vez le hubieras hecho caso a la zorra de tu amante a lo mejor habríais podido salir de aquí. —No parpadeó—. Lástima que seas tan inútil hasta para eso.
Angy comenzó a llorar, con su figura empequeñeciéndose rápidamente. Las manos le temblaban y era incapaz de mirar a otra parte que no fuera el suelo, sofocando los sollozos que le emergían involuntariamente de la garganta.
—¿Estás llorando? —bramó Nora, en tono de reproche, dirigiéndose hacia ella—. ¿Te sientes mal? ¿Por qué? No eres tú la engañada, Ángela. Soy yo. —Se mordió el labio con furia—. Yo soy la perdedora. Has ganado. Tú te has llevado el trofeo, enhorabuena. Ya eres oficialmente la persona más detestable del universo.
Tuvo que parar ya que Dorian se interpuso entre ambas. Su cara era desigual, con los ojos desorbitados y el pecho moviéndosele con arritmias.
—No te acerques —murmuró—. No lo hagas.
—¿O qué? ¿Qué vas a hacer? —gruñó—. Ya no puedes hacerme más daño. Es inútil que lo intentes. Ya estoy totalmente rota.
—Te lo pido por favor, no des un paso más.
—¿Y qué si lo hago? ¿Acaso esa desgraciada que se esconde detrás de ti no puede defenderse sola? Ni siquiera tienes derecho a entrometerte.
—No es por mí, Nora. —Apretó la mandíbula—. Puedes decirme todo lo que quieras, pero no voy a permitir que les hagas daño.
Se hubiera caído de bruces de no ser por la adrenalina que caía en cascada de sus retinas. Hubiera dado cualquier cosa por no escuchar algo como eso.
—¿Qué has dicho?
Dorian ladeó la cabeza, apartando los ojos.
—Nada.
Nora se adelantó y le agarró por el cuello de la camisa, apretando las manos todo lo que podía para asegurarse de que no se le escapaba. Echaba chispas. Quería ahogarle allí mismo.
—Repítelo. —Le zarandeó con fuerza—. Has hablado en plural para referirte a ella, como si… —Lo comprendió al instante—. Como si en realidad…
Le soltó un momento para coger aire. Se había llevado metafóricamente el peor golpe de su vida. Ahora sabía que entre toda esa indeseada verdad todavía podía haber algo peor; Dorian acababa de mencionarlo, pero no sabía si a propósito o sin querer.
—No puede ser… —El corazón le dejó de latir.
Dorian tragó saliva y se le acercó para contener su furia inminente.
—Nora, tienes que entender…
Sacudida por una oleada de pánico y frustración, le dio una bofetada y después se movió hacia delante; impactó de lleno contra el cuerpo del que todavía era su marido. Colisionaron violentamente. Dorian habría podido bloquearla sin problema, pero le pilló tan desprevenido que perdió el punto de equilibro y se inclinó hacia atrás, acabando en el suelo, tirado boca arriba con Nora encima de él, golpeándole con rabia constantemente.
—¡Eres un cabrón! —gritaba—. ¿Me oyes? ¡Un maldito cabrón!
Dorian intentaba zafarse de su adversaria pero le resultaba casi imposible.
—¡Para! —gruñía—. ¡No quieres hacer esto!
—¡Has sido tú! ¡Tú me has obligado a hacerlo!
Movía las manos de manera frenética. En alguna parte de su cerebro racional le costaba trabajo asumir el hecho de que estuviera agrediendo a su marido. Las uñas estaban clavadas en ese rostro que tanto quería, y el forcejeo parecía no poder acabar.
—¡Desgraciado! —exclamaba—. ¡No tienes corazón!
Dorian consiguió agarrarle una de las muñecas, pero la pelea todavía seguía, ya que Nora golpeaba el pecho de él con el puño que todavía tenía libre.
—¡Nora! —gemía Dorian, cansado de intentar zafarse de esa prisión humana.
—¡No te atrevas a decir mi nombre!
—¡Tenemos que hablar!
Nora le propinó un puñetazo en el pómulo.
—¡¿Cuántas veces te he oído repetir esa misma frase?! —rugió—. ¿Y para qué? ¡¿Para qué ha servido?! ¡Eres un miserable!
Podía observar desde su posición cómo el labio superior de Dorian comenzaba a sangrar. Pero no era suficiente. Quería más, quería hacer más daño; el que le habían infligido a ella era muy superior.
—¿Cuántas? —entonó, con ese graznido saliendo de sus magulladas cuerdas vocales—. ¿Cuántas han sido? ¿Cuántas veces te esperé en casa mientras tú ibas a buscarla? ¿Cuántas veces me dejaste sola para acostarte con ella? —chilló—. ¿Esa era la razón? ¿Por eso no podías tocarme?
La cara de su marido estaba hinchada y roja. Expresaba muchas cosas, sobre todo miedo.
—No es lo que crees…
—¿Cómo puedes decir algo así? —reprochó, apretando las manos alrededor del cuello de él—. ¿Cómo tienes agallas para soltar semejante estupidez? ¿Que no es lo que creo? ¡Esta es la prueba más evidente! —Hizo más presión—. Le has dicho que ella es la única para ti. ¡La única! ¿Y qué pasa conmigo? —Le dio otra bofetada—. ¡No mereces ni el aire que respiras!
—¡Basta! ¡Es suficiente! —dijo una voz—. ¡Déjalo ya!
El imperativo de Angy sonó tan fuerte que llenó toda esa atmósfera hostil.
Nora cesó de golpe por la sorpresa y estudió el rostro de su magullado marido. Había arañazos, piel encendida y unos ojos desconcertados. Pero quería más, lo necesitaba. La furia estaba allí.
Dorian aprovechó ese minúsculo intervalo para zafarse de los brazos de Nora y posicionarse encima, rodando sobre el suelo y sujetándola con las manos a la altura de las muñecas.
—Nora —pronunció, en un tono algo más neutral—. Se acabó. No sigas. Cálmate.
Los zafiros de Nora se inundaron con la misma facilidad que una gota de lluvia. Ahora era Dorian quien tenía el control. Ella ya no podía hacer nada bajo el pesado cuerpo de él. Tenía inmovilizado todo el cuerpo y sólo podía contemplar esa escena. No se lo podía creer.
—Embarazada —logró decir—. Ella está embarazada…
Quería que no fuera cierto, pero cada vez que sus ojos se encontraban con los de Dorian, él le decía con el más absoluto de los silencios que era verdad.
—Vas a ser padre —susurró—. Te va a dar un hijo…
Por el rabillo del ojo Nora pudo ver cómo Angy daba un paso, agonizante e indecisa.
—Suéltala —imploró Angy.
Dorian no quiso ceder.
—Pero…
—Hazlo. Deja que se levante.
Nora sintió un alivio en sus muñecas; Dorian obedeció finalmente y se levantó, dejándola libre. Se incorporó y fijó la mirada en el suelo.
—¿Cómo habéis podido hacerme algo tan cruel? —escupió, todavía sobre el suelo, retorciéndose del intenso dolor psíquico.
Esta vez su mirada recaía directamente sobre Angy. Por más que lo intentaba, no lograba comprender por qué también lloraba. Era la amante, no la mujer cornuda como lo era ella.
—No puedo creer que seas tú la que llore. —Volvió a ponerse en pie con mucho esfuerzo—. ¿Crees que eres la única que está sufriendo? ¿Crees que tienes derecho a llorar? —reprochó—. ¡Lo sabías! Sabías lo que estaba pasando porque eres tan culpable como él. No me digas que esas lágrimas son sinceras porque nada en ti lo es.
—Nora, por favor…
—Mírame a los ojos —retó—. Hazlo de la misma forma que todas esas veces. No seas tan cobarde.
Angy consiguió mirarla, pero estaba tan avergonzaba que la miraba a intervalos muy cortos.
—Nora, yo…
—Adelante, vamos. —La señaló con el dedo—. Respóndele. Dile cuánto le quieres. Ya no tienes que fingir. Ninguno de los dos tiene por qué hacerlo. —Se mordió el labio—. Lo sé todo.
—Te equivocas —soltó Dorian—. No todo.
—¡Por el amor de Dios, os vi! —Su llanto se rompió en algo totalmente inhumano, sonoro—. Os vi, Dorian. No hay nada que puedas decir para convencerme de lo contrario. Cuando aquella mañana antes de marcharme te dije que estaría todo el día trabajando, te mentí. Me había cansado de tus mentiras y decidí seguirte. Atravesaste la ciudad y fuiste a buscarla. A ella, a mi sustituta. —Su voz temblaba tanto que parecía ser víctima de una especie de terremoto—. No me digas que estoy equivocada porque os vi saliendo del hotel, cogidos de la mano, sonriendo y paseando como una pareja normal, como si todo a vuestro alrededor no fuera una mentira. En ese momento me arrancaste el corazón, me mataste. —Los ojos iban a salírsele de las órbitas—. ¿Vas a decirme que eso tampoco es cierto?
Él bajó la cabeza, muy avergonzado.
—Y tú… —susurró, volviéndose hacia Angy—. Creí que te conocía, que probablemente sería la única que de verdad sabía cómo eras, pero después de esto, después de mentirme tantas veces y mirarme a los ojos sin titubear mientras te veías con él, me doy cuenta de que no eres más que una miserable. Ya no eres mi hermana, ni siquiera sé quién eres y en lo que te has convertido.
—Déjala —gruñó Dorian—. Si alguien te debe una explicación, soy yo. Yo soy quien está casado.
—¡Y una mierda! Ella es tan culpable como tú. No tiene caso que intentes defenderla. Sabía lo que hacía, y no le importó, de la misma manera que a ti se te olvidó a quién le debías fidelidad… Lo habéis hecho los dos. ¡Los dos! —vociferó, dando vueltas de un lado a otro, incapaz de controlar el torrente vocal que se afanaba por salir de sus cuerdas vocales—. Os habéis estado riendo de mí delante de mis narices. Durante todo este tiempo me he sentido culpable creyendo que estaba haciendo algo mal y ahora me doy cuenta de que en realidad yo era la única que se comportaba de la manera correcta. —Se enjugó las lágrimas—. No me merecía esto, y por vuestra culpa todo se ha desmoronado…
El aspecto de Angy se asemejaba demasiado al de una especie de no muerto. Los ojos se le marcaban y la piel se le había puesto tan pálida que casi parecía traslúcida. En ella se observaba un rastro de culpa, pero no era suficiente. El daño ya estaba hecho y por mucho que se arrepintiera —si es que de verdad era así—, no tenía remedio; ya era tarde, demasiado tarde. De nada servía esconder la mano después de haber arrojado la piedra.
—¡¿En qué demonios pensabais para hacer algo tan descabellado?! ¿Cómo pudisteis siquiera planteároslo? —Se dirigió hacia él—. ¿Acaso no te bastaba conmigo? ¿No era suficiente para ti que tuviste que probar con alguien que llevara la misma sangre que yo? ¿Tenías la necesidad obsesiva de saber quién sería mejor? —Se volvió hacia Angy—. ¿Y tú? ¿Qué excusa tienes? ¿Querías tener el mismo éxito en tu vida privada que en el trabajo y por eso decidiste buscarte un hombre que no estaba a tu alcance? ¿No se te ocurrió nada mejor que seducir a mi propio marido? ¿Creíste que podrías salirte con la tuya? —Se tiraba de los pelos con rabia—. ¿Te lo tomaste como un reto? ¿Es que has perdido la cabeza?
—Nora, por favor, si me dieras la oportunidad de hablar…
Nora no dejó que terminara esa frase. La cortó de un momento a otro acercándose y propinándole una fuerte bofetada en la mejilla. Rasgó el aire con tanta facilidad que al impactar contra la carne desnuda la debilitó al instante. Angy retrocedió pero ni siquiera trató de defenderse o recomponerse.
—Eres una zorra —sentenció—. Nunca se me habría ocurrido pensar que fueras como esa clase de mujeres que lo único que quieren es entrometerse en la vida de los demás, pero resulta que eres incluso peor. Mucho peor. Sólo piensas en ti misma y te importa una mierda el sufrimiento de los demás. Cuando me doy la vuelta durante un segundo me apuñalas sin titubear y luego actúas sin más, porque eso es lo que mejor se te da, ¿no? Actuar. —Le levantó la cara a la fuerza para que la mirara—. Sí, lo llevas en tus venas. Nadie es mejor que tú. Eres tan buena que hasta habías logrado por un instante convencerme. Pones ojos de cordero y en realidad eres una desequilibrada. No mereces ni el aire que respiras, no mereces… nada. —La agarró por el cuello de la camisa, forcejeando—. Seguro que sentías la necesidad frustrante de superarme en todo, de ser la hija ejemplar y perfecta en todos los sentidos, por eso te desquiciaste conmigo; por eso desde que me casé no has vuelto a ser la misma. Tenías envidia; los celos te corrompían hasta que fuiste capaz de ir más allá. Querías quedar por encima, como lo has hecho siempre.
—Nora, por favor… —suplicaba Angy, con la cara sonrosada por la bofetada.
—¿Por favor? ¿Me estás rogando después de lo que has hecho? ¿Esperas que tenga compasión cuando tú ni siquiera has tenido escrúpulos para meterte en la cama con él?
—Nora —intervino Dorian—. No vuelvas a ponerle una mano encima o…
—¿Crees que me importan tus amenazas después de presenciar esto? ¿Crees que algo me puede importar después de ver con mis propios ojos como os encontrabais aquí? Los dos sois exactamente iguales. Escoria humana. No entiendo cómo habéis podido comportaros de forma tan natural sabiendo todo lo que había detrás. Me habéis hundido, y todo ¿para qué? —chilló—. ¿Para qué? ¿Cómo puedes decir que estás enamorado de ella? ¡¿Cómo?! ¿Qué ha podido darte que yo no? Un hijo, ¿es eso? ¿Te la llevaste a la cama porque accedió a darte algo que yo no quería? ¿Acaso te ha ofrecido más? ¿La prefieres a ella? ¿Prefieres compartir tus noches con esta fulana antes que conmigo?
—¡Ya está bien! —explotó Dorian, acercándose—. Angy no es nada de eso. Es una buena mujer.
Entre los nuevos lloros, Nora se volvió todavía más loca. Sonrió de manera irónica.
—¿Buena? —repitió—. ¿Esperas que me crea algo así cuando ha sido capaz de quitarme lo que más quería?
—No soy de tu propiedad, Nora.
—¡Eres mi marido, Dorian! ¿Sabes lo que es eso? ¿Tienes idea de lo que significa?
—Sí, pero las cosas cambiaron.
—¿Cuándo? ¿Cuándo lo hicieron? —reprochó—. Por el amor de Dios, nunca os habéis soportado el uno al otro. Estabais en el otro extremo y cuando he querido darme cuenta os habéis convertido en amantes…
—Lo intenté con todas mis fuerzas —dijo de repente Angy—. Yo no quería que esto pasara…
—¿Que lo intentaste, Angy? —Apretó los puños una vez más—. ¿El qué intentaste exactamente? ¿Acostarte con tu cuñado lo antes posible para desquitarte o procurar que yo no me enterara?
Las lágrimas de Angy parecían ahogarla. Tenía la camisa empapada, y los ojos completamente rojos e hinchados. Parecía un cadáver a punto de venirse abajo.
—Fue un accidente…
—¡Cierra la boca antes de que te la cierre yo! —bramó Nora—. ¿Cómo puedes calificarlo de esa manera? ¿Accidente? Accidente es que te atropellen con el coche, que acabes en el agua o cualquier otra cosa que no se pueda prever. Pero lo que has hecho… —Se mordió la lengua—. Lo que tú has hecho no es un accidente. Es una traición. Pudiste haberlo evitado. Pudiste ser leal a tu única hermana, pero en vez de eso, en vez de respetar algo tan sagrado como un matrimonio te lanzaste a por él, sin pensar, sin arrepentirte… —Se llevó las manos a la cabeza—. No me digas que fue un accidente porque entonces me demuestras que ya no puedes caer más bajo, tratando por todos los medios de quitarle importancia y desentenderte de la culpa.
—No trato de desentenderme —susurró Angy—. Sé que lo que hice estuvo mal…
—No hables en pasado como si lo hubieras dejado. Esto no se ha acabado, por eso estáis aquí. —Frunció el ceño—. He visto tu cara cuando has caído en la cuenta. Tus ojos se han llenado de pavor y te ha entrado el pánico. Lo único que querías era huir. Ni siquiera has pensado en la posibilidad de afrontarlo y decirme la verdad.
—Eso no es cierto —intervino Dorian.
Nora le clavó la mirada, muerta de rabia.
—¿Y qué sabrás tú? —reprochó.
—Nora, íbamos a decírtelo.
—¿No te cansas de mentirme ni por una vez?
—Es verdad… —murmuró Angy, casi para sus adentros.
Nora se mordió el labio para evitar que siguiera temblando.
—¿Y ya está? ¿Y qué si era verdad? ¿Creéis que así se hubiera solucionado todo?
Dorian ladeó la cabeza.
—No, pero era una manera de empezar.
—¿Empezar? ¿A quién te refieres cuando dices eso? ¿A vosotros, la feliz pareja de enamorados clandestinos? —Le apuntó con el dedo—. A mí no me queda nada, y es gracias a vuestra incomprensible estupidez.
—Nora. —La voz de Dorian se volvió sólida como el hielo—. Juro por Dios que hice hasta lo imposible por hacerte feliz, pero no puedo elegir a quién querer.
—Por supuesto que no. No tenías que elegir entre nosotras porque se suponía que ya lo hiciste el día de nuestra boda. Se suponía que me elegiste a mí por encima de cualquier otra mujer. —Se pasó una mano por la frente; se estaba mareando—. ¿Feliz? ¿A esto lo llamas hacerme feliz?
—Sé que soy un cobarde, que no tengo perdón, pero esto no es ningún capricho.
—Me da igual lo que signifique para ti. Para mí es lo peor que me ha ocurrido. Angy puede hacer cualquier papel. Está claro que será cualquier cosa si se lo pides. Sería capaz de hacer cualquier locura con tal de no quedarse sola y amargada. Ya no puede tocar fondo.
—Te aseguro que no ha sido fácil para nosotros.
—Desde luego eres un completo desgraciado e hipócrita —masculló, con las pupilas tan dilatadas que el iris azul de sus ojos apenas resultaba perceptible—. Los tienes bien puestos si te atreves a hablar en plural refiriéndote a vosotros justo cuando me tienes delante. —La voz se le congeló—. Ahora lo entiendo todo. Debes de haberme odiado mucho por todas esas veces en las que intentaba salvar lo que teníamos. Te inventabas cualquier escusa para que ni siquiera tuvieras que rozarme. Todo un numerito para reservarte ni más ni menos que para Angy. —Soltó un bufido—. ¿Qué tal se le da, por cierto? ¿Te vuelve loco? ¿Ha cumplido tus fantasías ocultas de marido casado y obsoleto? ¿Es tan dócil como aparenta o solo es otro maldito disfraz?
—Déjalo ya.
—No, no pienso dejarlo. Puedo hacer lo que me dé la gana porque eso es exactamente lo que has estado haciendo tú continuamente.
El corazón le latía tan rápido que casi podía notarlo a la altura misma de la piel, asomando bajo los resquicios de las heridas que empezaban a formarse como un inmenso canal derramando agua descaradamente. Su cerebro ya no respondía; estaba a un paso del delirio aunque tal vez eso fuera lo mejor visto lo visto. Habitaba en un mundo paralelo y recién descubierto. Las apariencias engañaban hasta rasgar el filo hilo que mantenía unidas realidad y fantasía. Eso no era un sueño; sencillamente se había despertado en mitad de la más escandalosa y desorbitada pesadilla. Exhalaba el aire con ahínco, pero le hacía un daño atroz. Su mente entraba en coma irremediablemente.
Se dirigió de nuevo hacia su hermana mayor, pero con un toque diferente, como si toda su furia se hubiera desgranado poco a poco con cada dentellada y ahora no quedase nada más que el aturdimiento por ser incapaz de aceptar lo inaceptable.
—Dime, Angy. ¿Crees que ahora ya puedes irte? ¿Crees que ya tienes todo lo necesario para volver a tu vida teatral? —reprochó—. Deberías darle las gracias a tu amigo Evan. Le has mencionado tantas veces… Desde luego te esforzaste para que fuera tu tapadera, intentando excusarte alegando que os habíais peleado, pero por desgracia no ha funcionado. —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. ¿De verdad creíste que podría tragarme algo así? Temblabas de la cabeza a los pies. No mantenías los ojos en su sitio y te morías por salir corriendo, como de costumbre. Te dejé que creyeras que seguía siendo la misma de siempre, como si no tuviera idea de lo que ocurría, pero la verdad es que ya lo sabía… todo. Sabía que te escondías para encontrarte con Dorian, por eso te esperé hasta que decidiste salir de ese agujero. Quería comprobar por mí misma si tenías las suficientes agallas para seguir interpretando tu papel, y la verdad es que lo hiciste. Sí, algunos actos hablaban por ti, pero saliste de la encrucijada.
—No quería hacerte pasar por nada de esto, Nora —esbozó inútilmente Angy—. Sé que me odias, y que no tengo perdón, pero hay mucho más que no sabes. Hay demasiados cabos sueltos que…
Nora alzó la mano para pedir silencio.
—Estoy intentando no desfallecer y lo único que se te ocurre decir es que aún hay más. ¿Sabes lo mucho que me duele escuchar una cosa así? —derramó—. Es como si hubiera despertado de golpe tras estar en coma durante años. No reconozco nada de lo que tengo delante. No sé quiénes sois, y lo peor de todo es que no tengo ni idea de quién soy yo, y qué hago aquí.
—Seguimos siendo nosotros…
—Todavía no puedo creer que esto esté pasando —murmuró, haciendo caso omiso a esas palabras—. Así de golpe, como si de verdad me lo hubiera ganado a pulso por algo. —Levantó la cabeza, como si mirar hacia un cielo que era imposible de contemplar desde allí abajo pudiera servir de algo—. ¿Qué he hecho mal, Dorian? ¿Qué hice para que te engancharas a ella de semejante manera y a mí me apartaras con la misma facilidad que a una cría?
—Tú no hiciste nada, Nora.
—¿O sea que todo fue un juego? ¿Era mentira toda esa historia de que no os soportabais el uno al otro? ¿Así resultaba más fácil engañarme?
—Nunca tuvimos la intención de hacerte esto —aseguró su hermana.
—Lo habéis hecho de todos modos. Esto no implica nada. Aunque no me hubiera enterado, lo habrías seguido haciendo.
—Esta es la única verdad —soltó Dorian—. Lo has oído tú misma, así que de nada sirve negarlo. —Tragó saliva costosamente—. Quiero a esta mujer —dijo, señalando a Angy—, y aunque es un tremendo desastre que sea tu hermana, no voy a negar lo que siento, porque ya no puedo soportarlo más. He hecho todo lo posible por actuar de acuerdo a lo que se suponía que debía sentir, Nora, pero por más que intentaba mirarte con los ojos de un marido entregado a su esposa, lo cierto es que he fracasado. Y siento en el alma haberte hecho esto, estar haciéndote daño de esta manera, pero mentiría si te dijera que me arrepiento de lo que he hecho. —Dio un paso para acercarse a Angy—. La amo; sencillamente la necesito para seguir viviendo, porque mi vida no tiene sentido si ella no está presente. Sé que no lo entiendes, pero he esperado mucho tiempo para hacer lo que debía; ser sincero conmigo mismo y afrontar el hecho de que para mí siempre habrá una mujer, pero no eres tú, si no ella. —Bajó la mirada al suelo—. Ella es mi razón, es todo. Lamento haberme puesto en tu camino y traicionarte de esta manera, pero ya no podía traicionarme a mí mismo. No es algo de una sola noche. No es lujuria lo que me une a ella. Nos queremos. Hemos soportado mucho para no hacerte daño pero irremediablemente ha ocurrido. Hay una historia detrás de todo esto, pero sé que no quieres ni oír hablar de ella, así que, por lo que a mí respecta, se acabó. —Se quitó la alianza del dedo anular—. Se acabó, Nora.
Nora había sucumbido a la pena, a la verdad más aberrante que se había desatado de la propia boca de ese hombre. Todo lo anterior había sido insoportable, pero eso, aquel discurso soltado a bocajarro y sin pensar había desparramado por los suelos toda su integridad o lo poco que quedaba de ella. Lo había hecho: había sido valiente durante un instante para decir todo lo que pensaba, pero ella no podía con eso. Era como si le hubiera excavado una tumba para dejarla allí para siempre. Le había dado donde más le dolía, sin tapujos, sin contemplaciones, y le había dejado claro que para él no significaba nada; absolutamente nada.
—Aún no sé que voy a decirles a papá y a mamá —lloró, con las lágrimas mojando sus mejillas pálidas como el hielo—. ¿Qué voy a hacer? Ni siquiera puedo decirles la verdad porque les destrozaría, y no quiero para ellos lo mismo por lo que estoy pasando yo. —Dirigió a Angy una mirada llena de tristeza—. Dame una razón, Angy. Una sola para entender qué demonios es esto. Por más que lo pienso una y otra vez no soy capaz de afrontarlo. —Soltó una especie de grito contenido—. ¿Cómo pudiste hacerme una cosa así? —sollozó—. ¿Por qué? ¿Qué he podido hacerte yo para que me traicionaras de ese modo?
—Nora, por favor… —Angy se acercó inesperadamente y le rozó la muñeca con la yema de los dedos.
—No me toques —gruñó—. No lo hagas porque no sabes de lo que soy capaz. Todavía estoy intentando no ponerte las manos encima y ahogarte yo misma porque es lo que te mereces.
Ante esas palabras de amenaza, Angy volvió a su sitio. Ya no lloraba, pero tenía el aspecto de haber envejecido muchos años, con arrugas hasta ese momento inexistentes proclamando su minuto de gloria en ese rostro surcado de ¿culpabilidad, tal vez?
Para su asombro y total desmembramiento sentimental, Nora tuvo que ver cómo Dorian se posicionaba junto a Angy. No la tocaba, pero el hecho de estar a su lado la hacía sentirse a ella totalmente inservible. Un trapo viejo y usado del que había que deshacerse.
—Ya no queda nada; nada por hacer, nada que decir —suspiró, con la mirada perdida y el cuerpo flotando en su nube de dolor irracional—. Ya lo has dicho todo, todo lo que era posible. Mis intentos por demostrarte a cada ínfimo instante lo que siento se han hecho añicos. No te bastaba conmigo, no te bastaba todo lo que te he dado e incluso todo aquello que podría haberte ofrecido si me hubieras dado la oportunidad. —Se tiró del pelo con una fuerza desmedida—. Eres el peor hombre que he conocido jamás. Debes de estar completamente loco si has permitido que esto se te fuera de las manos, o puede que fuera precisamente eso lo que querías, que descubriera toda esta farsa porque aunque intentaba con todas mis fuerzas ignorar el hecho de que me engañabas descaradamente, dejabas demasiadas pistas a la vista. ¿Qué pretendías que hiciera? ¿Morderme la lengua para que así tu estúpida aventura pudiera continuar hasta que a ti te diera la gana? ¿Pretendías salirte siempre con la tuya creyendo que nunca dudaría de ti, o que para el resto de mi vida estaría lo suficientemente ciega como para no descubrir que el hombre con el que me casé me ha destruido por puro egoísmo? —Esperó de algún modo una contestación por parte de Dorian, pero como no llegaba, continuó—. Habría sido capaz de cualquier cosa por ti, Dorian. Hasta habría olvidado mis inseguridades para darte un hijo. Nuestro hijo… —Sacudió la cabeza—. Hubiera sido de los dos, y no de ella. —Observaba con pesar la alianza de su marido, que había dejado de estar en el sitio que le correspondía; ahora Dorian la mantenía en la palma de la mano, como si fuera un simple trozo de papel—. Definitivamente no eres para mí, nunca lo has sido, de la misma manera que yo tampoco formaba parte de tu vida. Me has utilizado, hiciste que me enamorara de ti hasta las últimas consecuencias y ahora me doy cuenta de que en realidad nunca he dejado de estar sola. —Cerró los ojos porque no quería ver nada más—. Has sido capaz de mirarme a los ojos y decir que me querías, cuando en realidad no soportabas estar cerca de mí y salías corriendo a buscarla a ella. A ella, Dorian. ¿Qué diferencia puede haber entre ambas para que hayas decidido decantarte por la hermana de tu esposa? —Se pasó los dedos por los ojos, tratando de parar el torrente de lágrimas que no dejaban de brotar—. Toda mi vida era tuya y la has destruido. Me has arruinado, me has roto por la mitad —susurró—. ¿Sabes lo que se siente? ¿Sabes lo que tengo aquí dentro? —Se colocó la mano sobre el pecho—. Odio que el corazón me siga latiendo, sabiendo que lo sigue haciendo por ti, porque no tenía motivo más valioso que tú para seguir hacia delante. Dime qué es lo que me queda ahora. Dime cómo se supone que tengo que afrontar esto si ni siquiera puedo hacerlo. Me has dejado sola, me has abandonado cuando más te necesitaba y ni siquiera fuiste capaz de parar aún sabiendo lo doloroso que iba a ser para mí. Te dio igual, te desentendiste con tanta facilidad que me cuesta creer que el día de nuestra boda prometieras que sería para siempre. —Escondió la cara entre las manos—. Ahora sé que no lo será. Nunca podrá serlo.
Se movió de su posición y deambuló tratando de encontrar la salida. Unos pasos la despertaron del letargo amargo en el que se hallaba.
—Espera, no te vayas —rogó Angy, presa del pánico—. Hay algo muy importante, Nora. Tienes que saberlo.
—¿Saber qué? —estalló, traspasándola con la mirada—. ¿Que le quieres? ¿Qué no has podido evitar enamorarte del marido de tu propia hermana? —La voz se le desgarró de tal modo que pareció que sus cuerdas vocales no podían dar más de sí, liberando un sollozo lleno de desconsuelo al saber que las fuerzas la abandonaban—. Déjame respirar. Huye, vete con él. No tienes por qué seguir con esto. Ya no me importa nada. Todo se acaba aquí y ahora. —Cerró los ojos y se dio la vuelta, lentamente, paso a paso, como si de verdad hubiera olvidado cómo caminar. Se paró en seco y giró la cabeza para decir una última cosa a esas dos personas irreconocibles que seguían en sus trece de sentirse las víctimas cuando en realidad eran los únicos culpables de toda esa situación que había llevado la estabilidad a la quiebra—. No quiero volver a veros a ninguno de los dos. Iros lejos, muy lejos, tan lejos como podáis para que nunca más tenga que recordar el hecho de que existís. Para mí estáis muertos.
Era definitivo; se alejó con voz ausente, el alma cansada a la par que rota y un corazón indefenso, latiendo en mitad de su descubierto pecho esperando que por alguna incomprensible pero agradecida razón dejase de bombear sangre.
Fue un punto y final. Después de eso, ya no había vida, ¿para qué seguir respirando?


163


Como si no pudiera creer lo que había dicho hacía tan solo un momento, Dorian observó con auténtico pesar como su todavía mujer se alejaba de allí, desapareciendo por la rampa mientras emitía sonoras lágrimas y llantos lastimeros. Desde luego todo había acabado para ella. No supo cómo ni por qué, pero de repente sintió la necesidad de salir a buscarla, aunque ¿para qué? ¿Qué más podía decirle? Cuando quiso reaccionar ya era tarde; se había ido y lo peor de todo es que no tenía ni idea de adónde. Era muy joven e inexperta, y por su ahora quebradiza mente podría perfilarse cualquier pensamiento, hasta el más… suicida.
Volvió al lado de Angy, que parecía necesitarle con verdadera urgencia; estaba derrumbada sobre sus rodillas, derramando insaciables lágrimas al suelo, incapaz de recomponerse, incapaz de tolerar ese caudal abierto que había dejado paso al veneno que precisamente había querido evitar desde el principio.
—Angy...
Ella no se movió; era como si se hubiera quedado petrificada.
—Tienes que levantarte, vamos —la instó con suavidad.
—No puedo.
La asió de las muñecas con lentitud.
—Inténtalo.
—He dicho que no —saltó, perdiendo los papeles—. Déjame sola.
Dorian se echó para atrás, con el propósito de darle algo de espacio, pero se sintió estúpido al oír esa petición, más bien un imperativo irrevocable.
—No pienso dejarte aquí.
Esta vez ella no respondió, así que Dorian se sentó a su lado, apoyando la mano derecha sobre la espalda helada de Angy.
Era curioso el paso del tiempo; todo acababa de desmoronarse y por alguna extraña razón parecía que los días se habían sucedido uno detrás de otro, dejando alejado ese suceso desmedido cuando en realidad estaba tan presente en el aire que resultaba palpable; se podía sentir el odio, la rabia, el desengaño, los gritos, los reproches y todo elemento que hubiera tenido que ver en el desencadenante amargo de ese final de cuento de hadas.
Dorian no pudo evitarlo durante más tiempo y acabó por cogerla en brazos, evitando así que esa frágil mujer convertida en auténtico hielo siguiera rozando el suelo. La colocó con sumo cuidado sobre su regazo, acunándola, dándole besos en la frente... Pero era inútil; no reaccionaba, estaba en shock, incapaz de procesar esa bomba de relojería recién estallada. Si no fuera por el desengaño de Nora, desde luego Angy se llevaba la peor parte. Respiraba por inercia, pero era como si no estuviera allí. Su única forma de hablar ahora era llorando, una y otra vez, con las esmeraldas tan encendidas que parecían lava verdosa; un espejo del alma, que reflejaba fielmente que sus peores temores se habían hecho realidad.
—Dilo —susurró Dorian, sabiendo perfectamente que Angy se moría por decir algo aunque mantuviera los labios sellados—. Desahógate.
Angy se removió pero aún se resistía.
—Vamos, estoy aquí —apremió, cogiéndola de la mano.
Por fin ella levantó la cabeza y le clavó los ojos. El habla volvía a su voz dormida.
—¿Por qué lo has hecho? —gimoteó Angy.
Dorian acarició su mejilla, cauteloso.
—¿Te refieres a contarle la verdad?
—No tenías por qué decir todo eso —reprochó—. No era necesario, Dorian. —Su labio inferior temblaba excesivamente al eco de sus palabras—. Le has visto la cara cuando pronunciabas aquello. Se ha roto por la mitad; sus ojos se han quedado vacíos y es como si hubiera dejado de respirar… —Apretó los párpados contra sus ojos para expresar la rabia e impotencia que tenía dentro—. No tenías por qué… Ha sido demasiado. Ya tenía suficiente con saberlo y tú le has dejado claro que para ti no significa nada. Ha sido cruel, lo más doloroso que ha escuchado en su vida. La has reducido a la nada. —Bajó la mirada—. No tenías ningún derecho a hacerla añicos. Ya resultaba evidente, ¿por qué has tenido que destruirla así?
—Por favor, no me odies —imploró Dorian, dándose cuenta en ese instante de que Angy tenía razón; se había excedido—. Pero sentía que era el único momento para poner las cartas sobre la mesa. —Se pasó una mano por la frente—. Hablaba en serio cuando decía que no lo soportaba más —entonó, todo lo convencido que podía estar en ese momento—. Me importa una mierda que me tirara al suelo y me golpeara tanto como podía; estaba en su derecho de hacerlo, pero saber que también te ha pegado a ti…
—Olvidas el hecho de que yo también me lo merecía —recordó ella, convertida en un amasijo de cuerpos, remordimientos y flaqueza—. Soy tan culpable como tú.
—Eso no es cierto. Tú eras libre para estar con quién quisieras…
—Sí, pero eso no me daba derecho a apropiarme de ti.
—Es tarde para decir eso, Angy. Ya lo hiciste hace mucho tiempo. Te adueñaste de mí desde el primer instante en que estuvimos juntos, así que no te culpes como si todo hubiera surgido ahora, de repente. Ella no lo sabe, y probablemente no querrá saberlo, pero todo esto viene de atrás. —Le apartó con los dedos el pelo de la cara—. Sólo intentaba hacer que comprendiera que por más que lo intentara, por mucho que pusiera de su parte, no me recuperaría, porque en el fondo… —Escondió la cara en el cuello de ella—. En el fondo siempre he sido tuyo.
Angy le pasó las manos por el cuello y se aferró a él con las pocas fuerzas de las que disponía. Se había vaciado por completo; una pérdida de tiempo para intentar sacar impulsos de donde no los había ya que todo su ser se reducía a un cuerpo magullado psicológicamente, somatizando toda la tortura hasta tatuarse a la altura de las venas.
—¿Y ahora qué? —entonó en el aire—. Debería sentirme aliviada porque se supone que ya podemos irnos, empezar de nuevo, pero me siento tan mal… —Sacó un grito desde dentro—. Ella tiene razón. Soy una…
—No —interrumpió Dorian, antes de que dijera esa palabra mal sonante—. No te atrevas a decir esa palabra. No eres nada parecido. Mantengo mi idea de que eres una buena mujer; para mí siempre lo has sido y siempre lo serás.
Angy sacudió la cabeza con tenacidad.
—Las buenas mujeres no hacen este tipo de cosas, Dorian. No rompen matrimonios ni destruyen la vida de aquellos a los que aman. Y eso es justamente lo que he hecho… —Se borró las lágrimas con el dorso de la mano—. No me digas que soy de la clase de mujer ejemplar porque sería totalmente absurdo. Soy una desgracia para mi familia. Esto no tiene perdón.
Dorian la besó en la comisura de los labios.
—Te aseguro que a veces el perdón no lo es todo —susurró—. Puede que ahora no lo veas, incluso puede que necesites años para ser consciente de ello, pero literalmente voy a estarte agradecido por lo que has hecho durante el resto de mi vida. —Esbozó una pequeña sonrisa—. Me has salvado, Angy. Me has devuelto las ganas de vivir, y pienso recompensarte por ello todos y cada uno de los días que me queden.
—Lo sé, y no te haces idea de lo que me reconfortan tus palabras, pero ahora mismo me siento incapaz de experimentar alegría o cualquier otra cosa que implique optimismo. Acabo de hacer una cosa terrible. Ni siquiera he podido decirle todo cuanto tenía en mente, y todo porque estaba aterrada y paralizada. Tal y como ha dicho Nora, yo no tenía derecho a llorar y es lo único que he hecho.
—No podías hacer nada más —puntualizó él—. Además, el idiota que lo ha estropeado todo soy yo. Si te hubiera hecho caso, si tal vez hubiera decidido cerrar la boca y obedecerte para salir de aquí, a lo mejor habríamos evitado todo… esto.
—Tenía que suceder de todos modos, así que no puedes culparte. Antes o después tenía que enterarse, aunque lamentablemente ya lo sabía… —Resopló debido a la ansiedad que se resistía a abandonar su cuerpo—. No me lo puedo creer. Fingió todo el tiempo cuando me encontró hace dos días. Notaba algo extraño en ella pero jamás hubiera podido asegurar que se trataba de esto. Me habló, me insistió para que estuviéramos juntas un rato y… —Se mordió el labio con resignación—. Ni siquiera sé cómo pudo soportarlo. Sabía que la estaba engañando descaradamente y aun así aguantó. Fue lo más valiente y estúpido que alguien ha hecho jamás. Yo no habría podido hacer lo mismo. No habría podido soportarlo.
—Te equivocas. Lo tuyo tiene más valor. ¿Acaso tengo que recordarte todo por lo que has pasado? Aguantaste durante todo este tiempo; desde que descubriste que yo era el novio de tu hermana, desde que me casé con ella. Todas esas veces en las que te pedía que hicieras lo que de verdad sentías. —Endulzó la mirada—. Eres la mujer más valiente que conozco.
—No lo soy. Intentas verlo como una victoria, pero es la peor de las derrotas. No hemos hecho lo que debíamos. Se suponía que íbamos a decirle lo que ocurría y ha terminado por averiguarlo por su cuenta. Eso no es de ser valientes, si no de unos completos cobardes. Nos han descubierto, pero no por ser sinceros, si no descuidados. Es muy diferente a como lo imaginas. La realidad es infinitamente peor.
—Puede, pero lo peor ya ha pasado.
Angy le acarició las mejillas con ambas manos.
—Lo dices, pero no crees en ello.
—Sí que lo hago. Ya me siento como un criminal; no puedo cambiar lo que ha ocurrido ni tampoco puedo hacer que el dolor desaparezca. Eso es algo con lo que tendré que vivir, pero es que no me arrepiento. Porque tú eres el final a este capítulo que desearía olvidar y al mismo tiempo eres el principio de la historia que me muero por vivir. Se acabó; tendremos que aprender a enterrar esta parte y concentrarnos en lo que tenemos delante. —La besó en el lóbulo de la oreja y le dio un tierno achuchón—. Me vas a hacer papá, y te prometo que será alguien muy pero que muy querido.
Angy sonrió por primera vez, pero la tenue alegría en su mirada no duró demasiado. El dolor aguijoneó de nuevo su corazón y el rostro se le desencajó. Era el retrato más fiel de la desgracia, la depresión y el desamparo al saber que había dejado de existir como hermana.
—¿Cómo voy a traer un bebé al mundo si no tendrá a toda su familia? —gimoteó entre suspiros—. Me he llevado por delante a la mía…
—Te garantizo que será el bebé más feliz, porque nos tendrá a los dos. Juntos, Angy. Se convertirá en nuestra mayor recompensa después de esto. —La cubrió de besos—. Ya te lo dije; no me importa perder esto si desaparezco contigo. —Bajó la voz—. Y eso es lo que haremos.
Angy le estudió con la mirada, tan fija que ni parpadeaba.
—¿Y si te dijera que tengo miedo? —Sus pupilas bailaban, contrayéndose un segundo para luego expandirse por el iris—. ¿Y si después de marcharnos juntos descubres que no soy suficiente para ti? ¿Qué pasará entonces?
Dorian dejó escapar el aire a través de los dientes. No soportaba verla así, tan débil que ya comenzaba a dudar hasta de lo más resistente.
—He pasado toda mi vida esperando encontrar a alguien que mereciera la pena. Te encontré y, gracias a ti, me encontré a mí mismo durante siete preciosos, perfectos y maravillosos años. Luego te perdí. —Apretó los labios—. En todo ese tiempo mi existencia no tuvo cabida para respirar por un motivo. Tú te habías marchado y me convertí en un autómata. Pero cuando te encontré de nuevo, todo volvió a cobrar sentido. No me digas que tienes miedo de que lo nuestro no funcione porque siguió haciéndolo aun cuando la distancia nos separó. —Se acercó a su oído—. Nunca pongas en duda cuánto vales, porque para mí significas el mismo cielo. Eres mi ángel, y si algo en esta vida merece ser para siempre, es lo nuestro; si algo ha de durar una eternidad, que sean las mañanas en las que me despierte a tu lado. —Le dio un dulce beso en los labios mojados—. No hay mayor prueba de ello que el ser que tienes dentro de ti. Es un milagro, y voy a cuidaros a los dos sin condiciones.
Se quedaron tanto tiempo sumidos en lo que sentían, mutuamente perdidos en los brazos del otro, que por un momento el mar volvió a la normalidad. El silencio era reconfortante teniendo en cuenta todos los gritos que habían estado presentes antes. Escuchaban el latido de ambos corazones, con su acelerada carrera hacia ninguna parte, con esa melodía imparable; eran únicos, una pareja de baile indisoluble, por eso necesitaban estar en contacto; por eso Angy se afanaba en apretarse contra él, perdiéndose en su pecho, en su cuello, respirando el aroma alterado de su piel... De la misma forma que Dorian estrechaba con delicadeza la esbelta figura de esa mujer que adoraba. La conexión se hacía más fuerte, con la corriente eléctrica pasando de un lado a otro. De buena gana habrían podido quedarse allí eternamente, pero no era el lugar adecuado y tampoco el momento. Ya habría tiempo de volver a vivir su sueño, ese en el que tanto empeño habían vertido para conseguir a costa de cualquier cosa, pero por ahora, había cosas más relevantes. Era hora de despertar.
Ella se zafó suavemente de aquellos brazos que la llevaban directamente al paraíso y se enderezó. Le costó un mundo incorporarse y volver a estar de pie, pero cuando lo hizo, lamentablemente el mareo en sus sienes no se fue; incrementó las punzadas incómodas que la hacían saber todo el alcance de su inestabilidad.
—¿Te encuentras mejor? —se atrevió a preguntar Dorian, que también acababa de levantarse del frío suelo.
Angy se pasó las manos por toda la cara, haciendo hincapié en la zona de sus mejillas, tan sonrosadas por la vergüenza y la culpabilidad que parecían antorchas.
—No, en absoluto. No es estoy bien, pero eso ya no importa —murmuró—. Lo que importa es todo lo demás; debemos aclarar este desastre, o al menos intentarlo. Hacer que todo se sepa.
Dorian asintió, pero parecía no opinar lo mismo.
—¿Estás segura de lo que dices?
Ella asintió con la cabeza. Después se abrazó a sí misma y dejó escapar los pocos sollozos que albergaban dentro de su garganta.
—Tenemos que ir a buscarla.
Dorian se tensó al momento. Tenía en mente otra idea; quizá parecida, pero radicalmente distinta.
—¿Qué?
—Tenemos que encontrarla.
—¿De qué estás hablando? —entonó—. Por fin estamos juntos...
—Tú no lo entiendes —susurró, posándole un dedo sobre los labios—. Si le pasa algo, si decide cometer cualquier estupidez... —Dejó caer los hombros—. No me lo perdonaré nunca.
—Pero ya no podemos hacer nada más. Se acabó.
—No para ella —insistió—, y tampoco para nosotros.
Dorian frunció el ceño.
—Aunque vayas en su busca sabes que no tiene solución. No puede arreglarse.
—Maldita sea, eso ya lo sé. No pretendo nada de eso. No se trata de limpiar mi conciencia.
—¿Entonces?
—No puedo huir.
—¿Y qué pretendes hacer? ¿Quieres quedarte?
—Quiero hacer lo que mi mente me está gritando que haga. No puedo irme de esta manera. —Parpadeó frenéticamente—. Tengo que explicarle todo lo que hay detrás. Probablemente no lo entenderá; ni siquiera estoy segura de que me crea, pero al menos tengo que intentarlo. Tiene que saberlo. —Se humedeció los labios—. Tiene que saber que no me enamoré de su marido, si no del hombre que yo dejé tiempo atrás.
Dorian apretó los puños, indeciso. Estaba dividido. Sabía que Angy tenía parte de razón, pero era demasiado arriesgado...
—Eso la destrozará todavía más —masculló—, porque entonces comprenderá que me casé con ella sin sentir...
—Sea como sea, es la única verdad. Es nuestra historia.
—Sí, pero ¿por qué ahora? ¿Por qué debemos hablar ahora si ya es tarde? Ya sabe lo que ocurre. El hecho de que estuviéramos juntos antes de conocerla a ella no nos exime de la culpa.
—Pero es la única manera para que yo pueda irme de aquí en paz —lloró—. Sé que no es lo mismo para ti, pero es mi hermana y al menos le debo esto.
—Pero las cosas se torcerán aún más.
—Eso no es cierto. Ya no puedo caer más bajo, así que no tengo nada que perder.
Se quedaron reflexivos durante un minuto, pero Dorian acabó por decir algo que le amargaba, sabiendo que no estaba decidido.
—No puedo.
Angy intentó no volver a llorar.
—No me digas eso. Necesito saber que cuento contigo.
—No puedo dejar que lo hagas. Es que no quiero que te acerques a ella. Ya has visto cuál ha sido su reacción. ¿Crees que te dejará hablar? No, por supuesto que no. —Se pasó las manos por el pelo, angustiado—. Te destrozará en cuanto te tenga cerca.
—No me importa —murmuró—. Es un riesgo que estoy dispuesta a correr.
—A mí sí me importa. No pienso consentirlo. No puedo dejar que lo hagas.
Angy se acercó a su cara y la estrechó entre sus frías manos.
—Escucha, tienes que ceder por mí, Dorian. Es algo muy importante que no puedo retener en mi pecho. Tengo que hablar ahora. Siempre ha sido un secreto pero tiene que dejar de serlo a partir de ya. Es lo que da sentido a lo que hemos hecho. Ella cree ciegamente que me encapriché de ti por estar celosa de su nueva vida, pero no es cierto. No quiero que me recuerde como me ve ahora. Tengo la obligación de intentarlo por última vez. Es mi hermana, y después de esto no volveré a verla nunca más. Nos iremos lejos, pero antes de que eso ocurra, tiene derecho a saber toda la verdad. —Se pegó suavemente a su pecho—. Sé que una parte de ti todavía la quiere, o al menos lo has hecho en algún momento de tu vida, así que lo único que te pido es que vayamos a buscarla —suplicó—. Es lo menos que podemos hacer.
Dorian le levantó la barbilla. Tenía los ojos muy expresivos.
—Pero ella no querrá vernos, Angy. Ya has oído lo que ha dicho: para ella estamos...
—Muertos, sí, lo sé. —Se mordió el labio con terror, con los ojos moviéndose como locos en todas direcciones—. Pero si no la buscamos ahora puede que sea tarde.
Dorian tragó saliva, incómodo.
—Pareces demasiado... segura.
Angy desvió la mirada.
—Créeme, sé de lo que hablo —susurró, alejándose.
—Espera. —La sujetó por la muñeca—. ¿Por qué? ¿Por qué lo sabes?
Angy se quedó muda. Su cuerpo hablaba por ella, como si pronunciar esas palabras que tenía en mente le causara una parada tanto física como emocional. Delataba su temor.
—Angy —volvió a pronunciar Dorian—. ¿Por qué?
Ella se volvió con los ojos entornados, tristes, ensombrecidos, pobres de cordura y saturados de... miedo.
—Porque siempre ha sido inestable, y cuando la he mirado a los ojos no era ella, si no la antigua Nora. Por un momento ha sido como revivir uno de sus peores días cuando no era más que una adolescente con problemas. No sabes de lo que puede ser capaz en situaciones extremas, y le hemos arrebatado en un instante todo lo que tenía sentido para ella. —Se le escapó un sollozo de culpabilidad abrumador—. Su punto de equilibrio sencillamente se ha desvanecido. Literalmente ya no tiene nada que perder, ¿lo entiendes?


164


Deambulaba de un lado para otro sin tener nada claro. Sólo le quedaban las funciones primarias intactas, operando frenéticamente hasta alcanzar un cataclismo que la llevara a la ceguera, porque ya no quería ver nada más, nada que pudiera destruir con afán e ímpetu el inesperado derrumbamiento de su existencia. Había huido, se había largado por la puerta de atrás, incapaz de encontrar sentido a lo que sabía. Su cuerpo no lo toleraba, pero ya era tarde para redimirse por su determinación por averiguar la verdad, pero estaba tan asustada que el cielo se le venía encima, como una enorme losa sobre sus hombros, engulléndola sin piedad alguna para llevársela muy lejos, donde no pudiera ser encontrada por nadie; así sucumbiría de forma definitiva ante la verdad más voraz y culminantes de todas. No le encontraba sentido a los intentos por serenarse; después de esa tremenda humillación no había cura posible para sanar las heridas. A decir verdad, no eran heridas, sino una fractura descomunal; de nada servía restaurar los trozos rotos si bajo ninguna circunstancia volvería a su estado original. Se habían llevado todo consigo, y ya no sentía nada de su propiedad, ni siquiera el aire que inhalaba a intervalos demasiado rápidos. Se suponía que llevaba una vida feliz, serena y plena, pero todo había sido pura falacia. Había sido engañada y trastornada de tal modo que no fue capaz de admitir todo el escándalo hasta que no lo vio con sus propios ojos, cuando quedó desamparada de la protección familiar al cerciorarse de que era Angy la que se llevaba las horas más imprescindibles de su felicidad, ya que era ella la que le había quitado a su marido.
No estaba en la Tierra, y mucho menos en el cielo. Se abría paso en mitad del azufre, camino directo hacia el infierno. Conducía tan rápido que apenas podía ser capaz de vislumbrar nada a su paso, tan solo un puñado de imágenes distorsionadas a causa de la peligrosa velocidad. Se atrevió a imaginarse fuera de su cuerpo; una clara evidencia de su total evasión de la realidad. Aceleró todavía con más énfasis notorio y el vehículo salió despedido hacia delante, a la máxima potencia. Su pensamiento vagaba lentamente de un extremo a otro. ¿Y si por casualidad hacía girar con brusquedad el volante y acaba estrellándose contra un árbol, otro coche que viniera en dirección contraria o contra un quitamiedos?
Su móvil sonaba en alguna parte de vez en cuando, pero no era ni el momento ni tampoco el sitio adecuado para contestar. Fuera quien fuese, no podría ponerse en contacto con ella. Ya estaba sumergida dentro de su propia burbuja y estaba claro que ni un prematuro golpe de suerte la haría salir de allí. Avanzar, tan solo podía avanzar, pero la cuestión era adónde. No quería ver otras caras conocidas, y eso implicaba tanto a sus padres como a sus dos mejores amigas. En el fondo quería estar sola para que así nadie tuviera la necesidad de sentir lástima por esa joven que acababa de desmembrarse a sí misma por tratar de manejar una situación de semejante envergadura sentimental; tolerar un desengaño había sido sencillamente una misión suicida, y ahora lo sabía.
Se perdió inevitablemente en el trascurso de la ciudad, con el tráfico inundándolo todo con sus esqueléticos cuerpos y la gente corriendo en todas direcciones. Aunque en principio se saltó un semáforo en rojo por puro despiste, más tarde volvió a hacerlo siendo plenamente consciente de ello; le daba igual. Era tal su indiferencia hacia lo que tenía delante que abría resultado ser igual de eficiente con los ojos cerrados. Giraba una y otra vez, por callejuelas estrechas, fragmentos de vida urbana que colisionaban con su hasta entonces actual posición. A veces iba demasiado rápido y otras en cambio conseguía acabar con la paciencia de los conductores que iban justo detrás. Tampoco prestaba atención. Era como si la manejaran desde fuera, con cuerdas invisibles atadas a sus muñecas, con alguien al otro lado indicándole lo que tenía que hacer.
Su viaje sobre cuatro ruedas cesó de repente, y todo porque al levantar accidentalmente la vista se topó con un bar abierto, con las puertas balanceándose ligeramente, instándola de forma sutil para que entrara. Recordó todas esas veces que había bebido en su casa —más bien en la de Dorian— hasta acabar por marearse, pero esta vez era diferente, era escandalosamente necesario que lo hiciera. Quizá así sería una buena manera o tal vez la única de no recordar constantemente que iba a la deriva. Salió del coche y se pasó el dorso de la mano por las mejillas. Las notaba especialmente sensibles, por eso quería asegurarse antes que nada de borrar todo rastro de las lágrimas, aunque por otro lado era imposible disimular la rojez de sus ojos.
Varias miradas de asombro y curiosidad la asaltaron nada más entrar. Seguramente no sería una rutina el hecho de que alguien, en concreto una mujer, tan joven, atractiva y asqueada, les deleitara con el simple hecho de andar. Se agitó el pelo de forma despreocupada y dio varios pasos para elegir dónde situarse. Como el único lugar en el que apenas había gente era en la barra, accedió ir allí. Se colocó torpemente en uno de los taburetes que había en un extremo y dejó caer los hombros, con las manos sobre la lisa superficie. Cerró los ojos. En el fondo no sabía qué demonios estaba haciendo, pero al menos era una alternativa a todo lo demás.
—Señorita, ¿se encuentra bien?
Nora abrió los ojos. Descubrió que el tipo que había detrás de la barra la miraba con detenimiento. Se sintió confusa. Esperaba que le dirigiera la palabra, pero para saber qué iba a tomar y no para interesarse por su bienestar.
Asintió levemente antes de desviar la mirada.
—¿Qué le pongo?
—Algo fuerte —pidió—. Whisky doble.
El hombre torció los labios y se retiró un momento para acceder a la botella. Sirvió la bebida en un vaso de tamaño pequeño y se lo puso delante de ella.
—Gracias.
A continuación, y sin demorar más tiempo, Nora se llevó ese líquido vertiginoso a la boca, dejando que entrara en canal y de sopetón. Como respuesta, experimentó una lengua de fuego inundándole la garganta hasta llegar al estómago. Una ligera corriente de emoción provocó que soltara un sollozo. Entendió que necesitaría mucho más para que surtiera efecto. Le pidió al camarero otra ronda a pesar de saber que las cosas no acabarían bien.
El tiempo transcurrió a intervalos y, después de desinhibirse un poco, Nora se dio cuenta de que ya llevaba bastante alcohol en el cuerpo. La boca le sabía a puro ardor, pero no le desagradaba demasiado ese tintineo de los primeros ecos de la embriaguez. Su temperamento aumentaba en silencio al seguir teniendo muy presente el caos de los últimos acontecimientos. Sólo al pensarlo un envoltorio asfixiante de emociones torturadoras arrancaban descaradamente lo poco que quedaba de su integridad. Ya echaba chispas cuando volvió a dirigirse al camarero para entonar la misma frase.
—Póngame otra copa —gruñó.
—¿Otra…? ¿De lo mismo?
—Sí.
El hombre vaciló antes de atreverse a rellenar el vaso.
—No me incumbe en absoluto, pero ya ha bebido demasiado. —Se rascó el mentón—. ¿Seguro que está bien?
Nora trató de no perder la calma.
—Sólo haga lo que le he pedido, por favor.
—De acuerdo, pero…
Acabó por dar un fuerte golpe en la barra, para asegurarse de que el mensaje quedaba lo suficientemente claro.
—No es asunto suyo, ¿de acuerdo?
El hombro frunció el ceño y acabó por encogerse de hombros, seguramente molesto por el comportamiento tan arisco y agresivo de Nora. Se alejó de allí, dejando la botella al alcance de la mano, ya que un teléfono empezó a sonar al otro lado del bar y fue a cogerlo.
No sabía si ya era por la locura que se apoderaba sin remedio de su conciencia o por el desesperado énfasis por perder los pocos papeles que le quedaran a buen recaudo pero, sin pensárselo demasiado, aprovechando que tenía el camino libre, Nora se atrevió a dar un paso más y cogió la botella que estaba justo delante de ella. Se levantó del taburete de la barra y miró en todas direcciones. No tenía sentido huir por la puerta de atrás porque acabaría por ser alcanzada antes de tiempo así que, con esa preciada botella sostenida entre sus temblorosas manos, se precipitó a la parte de atrás del bar, hacia los baños. Dio un empujón imperceptible a la puerta y ésta se abrió con estrepitosa rapidez. No había nadie más allí, así que eso le brindó un poco de calma.
Acabó por colarse dentro de uno de los cubículos, sentada sobre la tapa del váter. Guardó silencio para asegurarse de que no la seguían. Soltó el aire contenido de forma espasmódica y cerró los ojos un segundo. Al abrirlos, una ligera ráfaga la invadió. El ambiente era extraño, irreconocible. No pudo evitar sentirse como años atrás, sólo que esta vez tenía una razón de peso para tomarse la libertad de dar rienda suelta a sus miedos. Por eso recogió las piernas y las envolvió con sus brazos, con los pies apoyados sobre el borde y la botella sostenida aún en una de sus manos. Comenzó a balancearse rítmicamente hacia delante y hacia atrás, escondiendo la cara bajo sus brazos, dejando que sus lágrimas mojaran sus rodillas. Otra vez; de nuevo volvía a hacerlo. Había aguantado mucho sin desfallecer y ahora le tocaba retomarlo justo donde lo había dejado. No podía hacer otra cosa. Había aprendido que, si bien llorar no era la solución a los problemas, se volvía literalmente un desagüe para dejar que el mayor porcentaje de las penas salieran a través de sus ojos.
Y así, entre lloros y lloros disimulados bajo el equilibrio controlado del volumen de su voz, esa joven prematuramente casada y posteriormente engañada, se debilitó hasta los huesos por dejar salir a la superficie todo el tormento arrancado de las fauces de su alma. Bebió sin control de la botella, inundando su estómago con una cantidad indecente de whisky, aunque había otras cosas más indecentes que dejarse emborrachar por una misma.


Un ruido seco de golpes cercanos la despertó. Nora abrió los ojos de sopetón y el corazón se le disparó a la velocidad del rayo. Parpadeó varias veces, mirando a su alrededor; estaba rodeada de cuatro mugrientas paredes llenas de mensajes escritos, arañazos y restos de chicle. Tardó unos segundos más para recordar dónde estaba.
—¿Hola? —dijo una voz femenina al otro lado—. ¿Hay alguien? ¿Puedes abrirme?
Se resistía a abrir, sabiendo que no tenía ni idea de lo que podía encontrarse, pero comprendió que no le quedaban más opciones. Alargó el brazo todo lo que pudo y descorrió el pestillo de la puerta.
—¿Pero qué…? —La chica que había abierto la puerta del cubículo parecía muy confundida por encontrarse a alguien allí, con semejante semblante ebrio; se suponía que era relativamente temprano para acabar en los baños por una fuerte borrachera.
Nora la estudió con detenimiento. Le resultaba familiar. Llevaba el pelo oscuro recogido en una coleta, con varios mechones sueltos, unas ligeras pecas salpicadas sobre los pómulos y unos ojos dorados. La reconocía: era una de las camareras del bar, que había visto al poco de entrar.
—Eh —susurró la chica—, ¿puedes oírme?
Nora se incorporó. Le dolía tremendamente la cabeza, como si le fuera a estallar de un momento a otro.
—¿Qué quieres?
—Eso no importa. ¿Qué hacías aquí? —quiso saber la extraña—. ¿Estabas escondida?
—No.
—¿Y por qué llevas horas aquí metida?
Nora frunció el ceño. Miró su reloj y no tuvo más remedio que darle la razón. Se había quedado dormida allí dentro y el tiempo se había esfumado en un instante.
La joven se acercó y la rodeó con el brazo para ayudarla a levantarse, pero Nora tenía las piernas de gelatina.
—Vale, con cuidado —entonó la camarera—. Despacio.
Cuando consiguió erguirse totalmente, Nora reaccionó de mala manera.
—Suéltame, ¿vale?
—No me hables de esa forma, sólo pretendo ayudarte.
Nora agitó una de las manos para negarlo.
—No necesito tu ayuda.
Un ligero sonido se escuchó con atención. Parecía cristal rozando contra una de las paredes.
—Oye, espera un momento… —Frunció el ceño—. ¿Qué tienes ahí?
Nora cedió para atrás, intentando salir de ese embrollo, pero lo único que consiguió es que la botella volviera a sonar al contacto con la pared.
—Nada.
—¿Cómo que nada? —Estiró el cuello para conseguir una mejor perspectiva—. Es una de nuestras botellas de whisky, ¿qué haces con ella?
—La he comprado.
—Eso es imposible —aseguró—. ¿La has robado?
—Te digo que no —gruñó Nora—, déjame en paz.
—De eso nada. —La cogió por la muñeca con decisión—. Vamos, sal ahora mismo. No puedes quedarte encerrada aquí.
Nora se movió con relativa rapidez felina y se deshizo de su oponente, propinándole un severo empujón que le hizo caerse al suelo. Automáticamente después de darse cuenta de lo que había hecho, dejó caer la botella al suelo, haciéndola añicos y salió atropelladamente del baño. La luz del día había disminuido pero eso no impidió que los ojos le dolieran por el cambio de matices.
—¡Papá, está aquí!
Ese aviso la obligó a volver a serenarse y a reaccionar. Tuvo que hacerlo sin más dilación ya que el dueño del bar —el mismo que le había servido las copas horas antes—, avanzaba hacia ella con enérgicos pasos.
—¡Oye, tú!
Nora sintió vértigo en sus venas y volvió a poner a toda máquina sus entumecidas extremidades.
—¡Eh! —exclamó el hombre—. ¡Señorita, espere!
Hizo caso omiso de esas palabras de reclamo y salió del bar a toda prisa. Sin saber cómo, consiguió encontrar su coche y se escabulló en él tan rápido de lo que fue capaz. Arrancó el motor y salió de allí a todo gas. Los neumáticos replicaron con estruendo sobre el asfalto, dejando un leve sendero de sus huellas. Pisó el acelerador a fondo y soltó el aire entre los dientes. El mareo superficial se iba instalando en ella con la misma facilidad con la que se abría paso entre el escaso tráfico.
Pasado un tiempo, se dejó envolver por esa extraña sensación de ingravidez, aunque las molestias por la insinuación de las nauseas venideras se iban acoplando con disimulo. Sentía salirse de su propio cuerpo, como si de verdad tuviera el don de flotar en el aire. Eso no podía ser bueno, pero se había convertido en la mínima distracción que tan ardientemente le urgía para poner a buen recaudo su desvencijada masa cerebral.
La tarde caía con énfasis sobre cada poro de la ciudad; el calor era bastante insoportable y quedaba claro que no podía ser buena idea el hecho de conducir de manera ininterrumpida; seguramente el tipo del bar habría apuntado su matrícula para dar aviso a la policía, así que técnicamente era una locura seguir circulando. Tenía que esconder el vehículo en algún sitio seguro, pero por allí todo estaba demasiado descubierto, a la vista… Pensó de inmediato en otro lugar, pero lo dio por zanjado al negarse a sí misma la opción de ir allí. No podía acabar en la isla, porque entonces no podría disimular ante sus padres y no podría contener su lengua para que guardara por más tiempo el secreto que la estaba matando lentamente, como un veneno de serpiente, inundándolo todo a su paso, directo al torrente sanguíneo y a los órganos más vitales… Claro que tampoco tenía un mayor número de posibilidades. Para empezar, no quería acabar enterrada en uno de esos hoteles de la ciudad, ya que no quería verse como un reflejo de Angy, escondida como una vulgar rata. Además, no tenía dinero en efectivo y la cartera tampoco estaba en su poder. Se encontraba maniatada, así que… Bueno, le dolía en el alma aceptarlo, pero si al final del día no se le ocurría otro plan, no le quedaría más remedio que volver al norte, a esa renacida prisión cúbica de granito negra y amplios ventanales… Vale, era como meterse en la boca del lobo, pero después de haber sobrevivido a todo lo pasado, quedaba claro que era una gran superviviente; nada podría acabar con ella, porque en el fondo, ya había pasado. Estaba acabada.
Para colmo, se estaba quedando sin gasolina y no pudo evitar maldecir. Todo lo tenía que salir mal. Un ataque de ansiedad comenzaba a aparecer lentamente, y no quería perder el control, no cuando estaba conduciendo. No le importaba lo que pudiera ocurrirle a ella, pero por nada del mundo deseaba ser la mala suerte de nadie, no quería poner en peligro a personas inocentes, por eso buscó un sitio apartado y paró.
Otra vez el tiempo hizo de las suyas, mientras que sus cansados ojos volvían a inundarse, con la misma potencia que una presa estallando frente a un muro de hormigón.


165


Angy estaba total y absolutamente desesperada, desquiciada hasta decir basta. Romper el límite de la cordura no había sido suficiente para ella. No podía parar en su aislamiento mental y el incontrolable frenesí por desquitarse consigo misma. Debía pensar en ello, en todo lo que había hecho para castigarse, porque en el fondo se lo merecía más que nadie, ella sola se lo había buscado. No podía dar dos pasos seguidos sin que la culpa la inmovilizara. El corazón hacía horas que vagaba confuso en esa maraña de sangre, nervios, tendones, músculos y piel.
Ya lo habían hecho todo, o casi todo. Habían buscado hasta en el último rincón inimaginable para dar con Nora pero hasta la fecha no habían tenido buenos resultados. Era como si hubiera desaparecido, como si la tierra se la hubiera tragado, y eso era exactamente lo que Angy quería evitar. No dar con su paradero de forma inminente empeoraba las cosas y suponía dar rienda suelta todos esos horribles pensamientos que esperaban ansiosos convertirse en realidad.
Dorian parecía igualmente abatido, pero lo llevaba en silencio, como una especie de cadena invisible serpenteando alrededor de su cuerpo.
—Sabes que tenemos que ir —pronunció.
Ante esa inadecuada declaración, Angy le miró con pesar, como si no pudiera huir de aquello que más temía.
—Lo sé —susurró—. Pero sólo al pensarlo…
—Escucha, si no puedes con ello, es mejor que vaya yo solo. —Le acarició la mejilla—. Tus padres se sorprenderán al saber que estás aquí.
—No es eso lo que me preocupa. Además, no puedo seguir escondiéndome. Ya es demasiado tarde. Que sepan que no me he ido es lo de menos.
—¿Entonces? ¿Estás decidida?
A decir verdad, no. No lo estaba en absoluto. Sabía de buena tinta que tenían que ir a la isla para comprobar que Nora no estaba allí; era un punto importante en el que buscarla, no podían dejarlo pasar, pero tampoco era plato de buen gusto aparecer por allí como por arte de magia. Sabía que sus padres se llevarían una gran sorpresa y harían muchas preguntas, y Angy no estaba preparada para contestar a ninguna.
—Puedo mentirles y decirles que he vuelto por problemas de trabajo, pero ya he mentido tantas veces que no puedo seguir haciéndolo… —Cerró los ojos—. Se darían cuenta de que algo no va bien, y eso conllevaría más problemas.
—Angy, nos guste o no, eso es inevitable. No podemos disimular. En cuanto pongamos un pie allí y vean que Nora no está con nosotros, sabrán que ocurre algo con ella. Sólo quiero asegurarme de que vas a soportarlo.
—Tengo que hacerlo, supongo. No puedo echarme atrás. Tengo que saber que no me he dejado nada por el camino, y eso incluye buscarla allí. —Apretó los dientes—. No tengo alternativa.
—Entonces vamos. —Le tendió la mano.
Volvieron al coche y se pusieron de nuevo manos a la obra. Esta vez el viaje en coche duraría más de lo esperado. Tenían que cruzar la ciudad y varias carreteras para llegar a su destino, pero Angy presentía que el camino se le haría muy corto.


La temperatura había disminuido. Ya casi el día se evaporaba a lo lejos. Cuando por fin el puente se vislumbró a unos cuantos metros, el estómago de Angy dio varias vueltas sobre sí mismo.
—Cuanto antes lo hagamos, mejor —murmuró Dorian, que se había dado cuenta del nerviosismo de Angy.
—No sé cómo comportarme. Oh, Dios, ¿qué les voy a decir?
—Ya se te ocurrirá algo. Siempre lo haces. —Apretó las manos sobre el volante—. Procura no parecer demasiado preocupada, ¿de acuerdo?
—¿Cómo? Se supone que ni siquiera debería estar aquí. —Se llevó una mano a la sien—. Es una locura.
—Angy, no puedo hacer esto yo solo. Tienes que aguantar.
—Lo sé, pero si al menos hubiéramos venido antes, ellos no estarían. Siempre vuelven tarde de la ciudad pero ya… Hemos llegado demasiado tarde.
Dorian aminoró la velocidad.
—Escucha, estamos aquí porque antes nos hemos asegurado de comprobar las otras posibilidades. Hemos buscado por cada rincón, por todos los sitios que se nos han ocurrido y al final esto es lo que había que hacer. No te lamentes pensando en ello.
Angy cerró los ojos en un momento de máxima debilidad.
—Lo siento —susurró.
—No, Angy. No te disculpes. Entiendo lo duro que debe de ser para ti enfrentarte a tus padres junto a todo lo demás, pero estoy aquí. —Alargó su brazo y entrelazó su mano con la de ella—. No pienso dejarte sola.
Angy se llevó esa mano a su mejilla para sentir su calor. Lo necesitaba.
Atravesaron el puente y la majestuosa casa se erguía allí, con un silencio rotundo. El coche se paró a unos cuantos metros de distancia, aprovechando que la luz del día ya comenzaba a escasear.
—Vamos allá —dijo Angy, haciendo el intento de abrir la puerta del copiloto.
Dorian sacudió la cabeza.
—Quédate en el coche —dijo él suavemente.
—¿Qué? —Frunció el ceño—. ¿Qué estás diciendo?
—Es lo mejor, vamos. Estás temblando.
Angy se miró las manos. Era cierto; temblaba demasiado.
—Pero no puedo dejar que entres ahí tú solo…
—Claro que puedes, y vas a hacerlo. —Le dio un beso tierno en la frente—. No tardaré demasiado, te lo prometo. En cuanto me asegure de que no está aquí, volveré. Ni siquiera sabrán que has venido.
Acto seguido, Angy pudo ver al hombre que tanto amaba salir del vehículo y caminar con paso decidido hacia la casa. Iba erguido, muy seguro de sí mismo, y no pudo evitar envidiarle. Admiraba su fortaleza y resistencia, algo con lo que ella no contaba en esos frágiles momentos.
Tras un intervalo de poco más de un minuto, la sacudida dentro de su cuerpo fue tan inesperada y hostil que estuvo a punto de llorar. El estómago se le revolvió y las piernas le flaquearon. Estaba sentada sobre el asiento pero aun así era como haberse caído al suelo. No podía creer lo que veía. Después de todo lo que había pasado en el transcurso de semanas, semanas, y más semanas interminables, igual de paradisíacas que tormentosas, Angy volvía a ver a sus padres. Estaban allí, incentivados morbosamente por la mera incertidumbre al ver a Dorian apostado en la entrada, diciéndoles algo urgente.
De repente, no pudo soportarlo más. No podía esconderse allí sin más, dejándole a Dorian toda la responsabilidad de lo acaecido. Tragó saliva y, tras murmurar algo que le sirviera como mantra y posible sustento para sus entumecidas extremidades, salió afuera y comenzó a andar en su misma dirección. No tardó en notar un pesado nudo en la garganta al cerciorarse de que sus padres acababan de reconocerla.
Julia abrió la boca de par en par y dio un par de pasos, atónita.
—¿Pero qué…? —No daba crédito a lo que veía, girando la cabeza en ambas direcciones, posando sus azules ojos en Dorian y luego en su hija mayor—. Angy, ¿eres tú? —Dio un paso más—. ¿Qué…? ¿Qué haces aquí?
—He venido… —Apretó los labios—. Hemos venido para hablar con vosotros.
Daban igual sus palabras; su madre seguía totalmente desconcertada.
—¿Cuándo has vuelto?
Angy negó con la cabeza, evitando su mirada.
—Eso no importa.
—¿Cómo que no importa? —exclamó—. ¿Por qué no nos has avisado? ¿Se puede saber qué ocurre?
En ese momento Vladimir también decidió acercarse. Dorian era el que más alejado estaba de ella.
—Papá…
—Angy. —Su voz era fría, pero directa, sin rodeos—. ¿Va todo bien?
—No —espetó—. Por eso estamos aquí.
Dorian carraspeó; quería hablar.
—Se trata de Nora.
El rostro de Julia se tensó.
—¿Qué pasa con ella, Dorian? ¿Está bien? ¿Le ha sucedido algo?
Angy se sintió como una auténtica criminal, intentando desesperadamente minimizar sus actos desproporcionados.
—Ese es el problema —admitió—. No lo sabemos. —Se colocó el pelo detrás de la oreja, disimulando su histeria—. No… sabemos dónde está.
Al mismo tiempo, tanto Julia como su marido se resquebrajaron por dentro. Sus gestos faciales se tensaron.
—¿Qué estás diciendo, Angy? —Julia comenzaba a desesperarse—. ¿Cómo que no sabéis dónde está?
—Ha desaparecido —murmuró Dorian.
Angy le arrinconó con la mirada. Así no ayudaba. No era buena idea soltarlo a bocajarro.
—¡Por Dios! ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Vladimir se dirigió a Dorian.
—Dime qué ha pasado. ¿Os habéis peleado?
—No exactamente.
El padre de Angy le atravesó visualmente. No era frecuente verle así.
—No sería la primera vez. —Se le acercó sin titubear—. Dime la verdad. ¿Dónde está?
—No lo sabemos —interrumpió Angy.
—No estoy hablando contigo —le reprendió su padre.
—Es la verdad —aseguró Dorian, con una voz perturbada—. No lo sabemos. Llevamos horas buscándola.
Julia se llevó las manos a la cabeza.
—¡¿Qué?! —exclamó—. ¡Por el amor de Dios! ¿Y nos lo decís ahora? ¿Por qué habéis esperado tanto?
Dorian carraspeó.
—Queríamos asegurarnos antes de preocuparos.
—¿Y ahora qué? ¿Cómo se supone que debemos comportarnos?
Vladimir se encaró con Dorian. Estaba furioso, conteniéndose.
—No hace mucho mi pequeña vino aquí para esconderse, porque le habías hecho daño. No quiso decirnos cómo ni por qué, pero como era la primera vez, decidí dejarlo pasar. Pero no pienso hacer lo mismo esta vez. —Apretó los puños—. Te atreves a venir hasta aquí para decirme que mi hija ha desaparecido y lo único que se te ocurre añadir es que no tienes ni idea de dónde puede estar. —Le apuntó con un dedo acusador; los ojos verdes le ardían—. Dame una sola razón para no echarte de aquí a patadas.
—¡Papá! —chilló Angy—. ¿Qué estás haciendo?
—Lo que debería haber hecho en su momento —dijo con naturalidad—. Por culpa de este hombre, tu hermana está sufriendo, y está claro que se siente sola si él no es capaz de darle todo lo que se merece.
—Ya está bien —dijo Julia entre suspiros—. No arreglaremos nada peleándonos entre nosotros. —Se volvió hacia Angy—. Lo que no entiendo que tienes que ver tú en todo esto, Angy. ¿No se suponía que habías vuelto a tu casa? ¿Que tenías todo eso de la gira con el teatro?
En ese instante podría haber dicho la verdad, y nada más que la verdad, pero eso no pasaría ni en sueños. No podía. Eso les destrozaría aún más, sabiendo que la única responsable de que Nora fuera infeliz era ella, su hermana mayor, aquella que debía de dar ejemplo.
—He vuelto porque… —Quería morirse allí mismo—. Porque…
—Yo le pedí que lo hiciera.
Angy soltó el aire de forma voraz, sorprendiéndose por la explicación tan sencilla de Dorian.
—¿Es eso cierto? —preguntó Vladimir.
—Sí —susurró Angy—. Dorian me pidió que volviera, porque soy la que mejor conoce a Nora y así podía ser de ayuda. —Se mordió el labio—. No quería que os preocuparais y por eso no os avisé. Se suponía que no tardaría en irme, sólo me quedaría hasta arreglar las cosas y después… —Chasqueó la lengua—. Después me iría de nuevo.
El silencio se hizo patente entre los cuatro. Una nube invisible de angustia se cebó con sus caras, desfigurándolas imperceptiblemente por el motivo de no saber dónde estaría la pequeña de la familia, tan inestable como quebradiza.
—Vamos, tenemos que ir a buscarla —espetó Julia.
—Voy a por el coche —murmuró su marido.
—No es necesario —soltó sin pensar Angy—. Lo haremos nosotros. Será suficiente, de verdad.
Vladimir se acercó a ella, pero su mirada ya había vuelto a ser neutral.
—Cariño, tienes que entender que tu hermana nos necesita. —Abarcó en el aire todo lo que le rodeaba con un gesto de la mano—. A todos, y eso implica hacer un gran esfuerzo por dar con ella antes de que las cosas… empeoren. Sabes tan bien como yo que en el fondo sigue siendo una niña. —Miró de reojo a Dorian—. Es una cría, por mucho que se haya casado.
—Tu padre tiene razón —aseguró Julia—. Puede que nos estemos precipitando, pero es mejor asegurarnos y no correr riesgos innecesarios. La encontraremos antes si nos separamos. Tú irás con Dorian, pero no me digas que me quede de brazos cruzados mientras mi niña está Dios sabe dónde porque no puedo hacerlo. —El labio le tembló ligeramente—. Nora es demasiado impulsiva, hace las cosas sin pensar. Puede que esté a salvo, que no sea más que otra de sus constantes rabietas y esté en casa de alguna amiga o en cualquiera otra parte; sea como sea, tenemos que hacer algo. Hay que asegurarse para que no se nos vaya de las manos. Así que, no quiero volver a discutir sobre ello, Angy. Vamos a ayudaros, pero haced todo lo posible por encontrarla.
Asintió, pero a Angy se le formó un nudo en la garganta.
—De acuerdo, entonces —murmuró Dorian, moviendo los pies sobre la hierba.
Su suegro carraspeó y ladeó la cabeza. Era obvio que quería disculparse, pero las palabras no le salían de la garganta; estaba más preocupado pensando en su hija menor.
—Dorian —entonó con severidad—. Procura que a mi hija no le pase nada malo. Encuéntrala, ¿entendido?
—Se lo prometo.
Angy pudo ver a Dorian empequeñecerse. Acababa de cometer un error. Le había prometido algo que no estaba a su alcance.
Todos se pusieron en marcha, pero el aliento no le llegaba a esa mujer de ojos verdes. Se había vuelto todavía más endeble. Cuando volvieron al coche, Angy ya no aguantó sus ganas de llorar. Estalló justo al cerrar la puerta, escondiendo la cara entre las manos.
Dorian arrancó el motor y, aunque seguramente deseaba consolarla, lo cierto es que prefirió sacarla de allí.
El silencio era atroz. La soledad se colaba por las ventanillas, con la misma facilidad que el viento nocturno.
Ella no dejaba mentalmente de recordar todo lo sucedido aquel día. Aún llevaba tatuado en la piel el rostro compungido, desencajado, alterado y roto de esa chica rubia. Había visto en sus ojos azules tanto dolor, que le costaba trabajo aceptar el hecho de que fuera ella quien se lo había infligido. Era insoportable. Y todavía quedaba lo peor. Seguía sin aparecer, y eso sólo podía significar una cosa…
La luna apuntaba bien alto en mitad de ese campo nocturno salpicado de estrellas. Parecía que el ambiente había aflojado algo más sus correas tirantes insertadas en la más pura de las tensiones y disputas familiares, pero era tan solo un reflejo. Palabrería barata, un tupido velo, un telón de fondo para encubrir lo más desgarrador.
Ángela comenzaba a suspirar cada pocos segundos. Estaba hiperventilando y un ligero dolor punzante en el pecho se le asomaba entre ecos distorsionados por el latir abrupto de su corazón.
Ya no pudo reprimir su instinto y lo dejó salir.
—Para —espetó sin avisar.
Dorian le dirigió un vistazo rápido, arqueando el cuello.
—¿Qué?
—Que pares, necesito tomar el aire —insistió.
—Pero estamos en mitad de la nada…
—Por favor, Dorian…
Él frunció el ceño sin apartar los ojos de la oscura carretera.
—No. No es una buena idea.
Se vio sacudida por su negativa, pero no estaba dispuesta a aceptarla. Abrió la puerta estando el coche en marcha.
—¡Hazlo!
Con sorpresa, Dorian no tuvo más remedio que ceder. Aminoró la velocidad de golpe y aparcó a un lado de la desierta carretera.
En cuanto tuvo vía libre, ella salió corriendo, tan rápido como pudo. No lo toleraba; la presión y el pavor en su pecho eran demasiado caros.
—¡Angy, espera!
Lo ignoró por completo. Su interior le instaba para continuara, pero no veía lo que tenía delante. Era una estupidez, sí, pero un modo para evadirse de toda esa letanía mental, superflua y amarga, tan insípida como respirar azufre.
—¡Angy! —Esta vez consiguió decírselo bien cerca. La había alcanzado, sujetándola firmemente para que no continuara. La atrajo hacia él, rodeándola con sus fuertes brazos, una especie de cuna improvisada—. Estoy aquí…
—Suéltame —gimoteaba—, quiero irme, desaparecer…
—Todavía no —murmuró él, con la voz serena—. Tú misma me lo has dicho. Antes de irnos, tenemos que hacer esto último, ¿recuerdas?
—Pero no puedo tolerarlo más, es insufrible…
Hizo más presión con su torso, acunándola.
—Eh, vamos —susurró—. Tranquila. Ya ha pasado.
Angy se apretó contra su pecho para aplacar el sollozo que salía de su garganta.
—No es cierto, Dorian. —Se mordió el labio con resignación, con tanta fuerza que casi lo hizo sangrar—. Dios mío, los has visto igual que yo. Sus caras, sus ojos, la expresión de miedo en ellos… Saben que ha ocurrido algo malo…
Con sumo cuidado pero con decisión, Dorian la zarandeó suavemente por los hombros.
—De ninguna manera —susurró—. No lo saben. No saben nada, ¿entendido? No tienen ni idea de lo que de verdad ocurre. —La besó en la frente—. Tranquilízate. Arreglaremos esto.
Angy se separó bruscamente, cansada de no poder salir de ese pozo emocional.
—¿Cómo? Dime cómo vamos a hacerlo.
—La encontraremos.
—Pero ¿cuándo? —Se llevó las manos a la cabeza—. Llevamos horas y horas buscándola, Dorian. No ha aparecido, y para colmo hemos involucrado a mis padres, y eso no la ayudará. Puede estar en cualquier parte, y está sola. ¿Sabes lo angustiada que debe de estar? ¿Sabes lo desdichada que se sentirá?
—Basta —sermoneó Dorian—. Así no puedes ayudarme, así que toma aire. Necesito que estés al cien por cien.
—Eso es imposible.
—Espero que no, porque si no tendremos que aplazar la búsqueda. —Ladeó la cabeza—. O lo hacemos nosotros a nuestra manera, o dejamos este asunto en manos de la policía una vez pasadas veinticuatro horas.
Los ojos de Angy se abrieron de par en par. Intentó serenarse por el bien de todos. Se dio la vuelta. Se abrazó a sí misma, y levantó los ojos al cielo oscuro ribeteado de estrellas.
—¿Y ahora qué?
Dorian la abrazó por detrás.
—Vamos a seguir buscando —aclaró—. Volveremos a la ciudad y empezaremos de cero. Volveré a llamar a Cata, a Vera o a cualquiera que pueda saber algo. Preguntaré a sus compañeros de trabajo, todo lo que sea necesario, ¿me oyes? No pararemos hasta encontrarla. —La besó en la nuca—. Ahora necesito que vuelvas al coche, por favor.
Despacio, arrastrando los pies, Angy se dio la vuelta y le contempló. Apenas podía vislumbrar claramente ese rostro que se cernía sobre ella, pero lo adoraba.
—¿Te das cuenta de que yo soy la única culpable de todo esto? Si le pasa algo, yo…
Dorian la silenció posándole un dedo en los labios.
—Te garantizo que algo así no sucederá.
—No puedes estar completamente seguro, así que las probabilidades siguen estando presentes…
—No puede haberse evaporado, así sin más. Habrá dejado algún rastro, lo que sea… Daremos con su paradero, pero necesito que te centres, no puedes volver a desconectar, ¿de acuerdo? Tú eres la que mejor la conoce, así que tienes que intentar pensar como ella. —Se pasó una mano por la barbilla—. ¿Adónde irías? ¿Dónde te esconderías?
Angy trató de pensar pero era un libro cerrado.
—No lo sé, maldita sea… —Resopló—. No tengo ni idea. Es Nora, puede estar en cualquier parte. Hace unos años, cuando tenía problemas o se sentía molesta, huía, pero siempre acababa volviendo por su propio pie, pero ahora, no hará algo así…
—Pero tenemos que buscar en puntos específicos, Angy. Es su ciudad, algún sitio tiene que haber que…
—No lo repitas —espetó, histérica—. Ya te he oído la primera vez, y siento mucho todo esto; siento no poder ser de ayuda, ¿vale? —Derramó otras lágrimas—. Pero no puedo hacer otra cosa. Tengo lagunas, la mente en blanco y estoy intentando no entrar en pánico…
Dorian supo que era suficiente y la abrazó, elevándola unos centímetros del suelo.
—Lo siento, perdóname, no debería presionarte tanto. —Le secó las lágrimas—. Lo estás haciendo muy bien, de verdad.
—No, no lo es. Ni siquiera sé mentir como es debido. Mis padres casi se dan cuenta de que no tenía ni idea de qué decir cuando mi madre me ha preguntado que qué tenía que ver yo en todo esto. Si no hubiera sido por ti…
—Eh, somos un equipo. —Trató de sonreír—. Además, tú habrías hecho lo mismo por mí.
Le besó con ganas, cerrando los ojos para tomarse un respiro. Estaba exhausta.
—Gracias —dijo con un hilo de voz—. Gracias por no dejarme caer.
Dorian la elevó sin problemas del suelo y la estrechó con suavidad.
—No pienso hacerlo.
Volvieron poco a poco al coche, con ella todavía flotando en sus brazos. La ayudó a ponerse de nuevo en el asiento y le puso el cinturón. Le apartó el pelo de la cara.
—Te quiero —dijo, cerrando despacio la puerta del copiloto.
Angy le vio rodear el capó y sentarse a su lado.
—Y yo —dijo al fin—. Yo también te quiero.
Dorian dibujó una brevísima sonrisa.
—Lo sé.


El camino se hizo largo, duro e imperturbable. Las curvas se sucedían con antojo desvaído, una vez tras otra, con aletargamiento cansino y mísero. Las luces de los primeros edificios de la ciudad a plena vista supusieron un ligero cambio.
—He localizado a Cata —señaló Dorian—. Me ha dado su dirección.
—¿Y qué te ha dicho? ¿Sabe que…?
—Sólo sabe lo principal, tranquila.
Angy arrugó el ceño.
—Deja de repetirlo, me estás poniendo nerviosa.
Él suspiró.
—Lo siento, sólo trato de que estés bien.
—Lo estaré cuando la encontremos…
El coche siguió el viaje por esquinas, rectas y laberintos, evitando peatones rezagados y siendo pobremente iluminado por las luces públicas. Las horas vespertinas se iban alejando de su ensimismamiento. Cuando llegaron al sitio correcto, Dorian aparcó en una calle lateral, medio escondida, lejos de miradas indiscretas.
Angy le observó con pesar.
—¿Seguro que no quieres venir?
—No, de verdad, Dorian. Estoy segura. Es mejor así. —Le acarició tiernamente la mejilla—. Te esperaré aquí.
—De acuerdo, no tardaré.
—Tómate todo el tiempo que sea necesario. —Su voz se apagó—. No iré a ninguna parte.
Dorian la observó con detenimiento. Estaba claro que la adoraba.
—Muy pronto todo esto habrá acabado.
Ella intentó devolverle ese atisbo de promesa con una sonrisa, pero se quedo a medio camino, evaporándose el destartalado intento.
—Anda, vete ya.
Le vio alejarse con paso decidido y un edificio algo desvencijado lo engulló. Entonces el silencio engulló a la propia Angy. Se sentía completamente fuera de lugar, aturdida, equivocada hasta el extremo mismo de la lucidez, con una pesadez de culpa tan inexpugnable que el aire quedaba atrapado en sus pulmones. No había nada peor que aquello, con la desgarradora duda, el tenaz desasosiego, y el intento fallido de imaginarse definitivamente lejos de toda esa pesadilla.
Cerró los ojos y dejó las lágrimas sueltas, rodando sobre sus ahora pálidas, destartaladas y escuálidas mejillas. No podía pensar en nada, tenía las neuronas en parálisis, con un punzante dolor sobre el pecho, pero al mismo tiempo se veía como una cobarde, una miserable que ni siquiera tenía derecho a pasarlo mal. ¿Qué pasaba con la otra cara de la moneda? ¿Cómo debería sentirse Nora en ese preciso instante? Se temía lo peor. Era incapaz de borrar su último recuerdo acuñado, cuando abandonó el parking y se evaporó. Debió de sentirse como alguien fuera del género humano, excluida socialmente por las personas en las que más confiaba. Para eso no había redención.
Como no lo soportaba más, abrió la puerta del copiloto y salió al aire de la calle. Fue un mínimo ápice de alivio. Se masajeó las sienes y suspiró. Le dolían tremendamente los ojos y el cráneo parecía hundírsele sobre la masa encefálica. Comenzó a cavilar, meditar punto por punto, porque en el fondo Dorian tenía razón. Si había alguien que fuera capaz de dar con Nora, tenía que ser ella. Pero no iba a ser fácil. Pensó en las posibilidades, pero no se le ocurría nada. No estaba con sus amigas, ni mucho menos cerca del hotel; tampoco la habían encontrado en la isla, ni en el invernadero, ni con sus compañeros de trabajo. Era realmente desquiciante que no apareciera, como si se hubiera largado a otra parte.
No prestó atención al tiempo transcurrido, nada más que al limbo situacional que la embargaba; hasta tardó desmesuradamente en percatarse de que Dorian estaba de nuevo en la calle, dirigiéndose hacia el coche.
—¿Y bien? —quiso saber.
Él dejó caer los hombros, en señal de derrota.
—Por desgracia, no sabe nada. Ha intentado localizarla pero es imposible, tiene el teléfono apagado. —Hizo una pausa—. Nos avisará si averigua algo.
Asintió concienzudamente. Era obvio que no obtendrían nada concluyente por esa parte, pero al menos ya había suelto un cabo menos.
Dorian se hizo a un lado y se metió de nuevo en el coche. Arrancó el motor y las luces cobraron vida. Sin embargo, no pudo hacer nada más ya que Angy no había vuelto al interior de ese cubículo de cuatro ruedas.
—Oh, no puede ser... —Sus ojos verdes centelleaban y su mente volvía a ponerse a trabajar, cosa que era de agradecer en esos momentos tan cruciales.
Dorian volvió a salir a la calle, esperando una explicación.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué no subes al coche?
Ella no le respondió.
—¿Qué pasa, Angy?
Tras un golpe certero de impaciencia y realidad, le miró con desconcierto, con una nueva vía para difundir la noticia encontrada.
—He tenido una idea…
—¿Cuál? —Su voz sonaba ansiosa—. Lo que sea.
Angy desvió la mirada.
—Es absurdo, pero resulta ser una posibilidad, igual de buena que cualquier otra.
Él tragó saliva, asintiendo arrítmicamente.
—Vale, ¿de qué se trata? ¿Sabes de algún sitio en el que pueda estar? ¿Se te ha ocurrido alguna sugerencia?
—Sí, pero… —Apretó los labios—. No sé, puede que en el fondo no sea más que algo insignificante… —Se llevó una mano a la sien—. He seguido tu consejo; he tratado de pensar como ella, y si yo estuviera en su pellejo, sería el último lugar al que iría, pero tratándose de Nora, quizá haya pensado que sería lo mejor.
—Dispara.
—Pues… —Se le cortó la voz—. Es posible que esté… en el último lugar en el que se nos ocurriría mirar.
Le dejó tiempo para que asimilara sus palabras. Lo entendió casi al instante.
—¿Hablas en serio?
—Por supuesto que sí —murmuró Angy—. Vamos, es una opción igual de factible que las otras.
Dorian tensó el rostro.
—Eso es imposible, Angy. No tiene sentido, no puede estar en casa. Sabe que la atraparíamos enseguida. No cometerá ese error.
—Pero es posible que…
—Te digo que no —insistió, cruzándose de brazos—. No puede ser. No puede haber vuelto. Vamos, tú misma lo has dicho antes. —Sacudió las manos—. Has dicho que ahora no volverá por su propio pie, así que dudo mucho que esté allí…
Ella no estaba dispuesta a ceder; por algún motivo incomprensible, su subconsciente le decía que podía ser posible, y por una vez no pensaba en desatender a su instinto.
—Tenemos que ir —entonó, dejando claro que parecía ser una exigencia más que una sugerencia.
—Pero…
—A tu casa, Dorian. Debemos ir. —La respiración se le aceleró—. Vamos, piénsalo. Es el único lugar al que no hemos ido.
Dorian frunció el ceño.
—Claro que no, porque no hace falta —reprochó—. ¿De verdad piensas que va a estar allí? Por supuesto que no. Nora sabe que sería el primer sitio al que iríamos a buscarla.
Ángela apretó los labios.
—Pero resulta que no ha sido así.
—Porque no ha sido necesario.
—¿Te estás rindiendo?
—Pues claro que no, Angy. Yo no he dicho eso, sólo pretendo hacerte entender que ir hasta allí sería una pérdida de tiempo. —Apretó la mandíbula—. No la encontraremos allí.
—¿Y si no llevas razón?
Dorian parecía no querer ceder.
—¿Y si eres tú la que se equivoca?
El tono de sus voces se iba elevando sin dificultad en mitad de la calle.
—Dorian, por favor. Tenemos que asegurarnos. —Le agarró del brazo—. No perdemos nada con intentarlo.
—Por supuesto que perdemos algo. Perderíamos un tiempo valioso.
—No si la encontramos allí.
Él se separó un poco, tratando de pensar objetivamente.
—¿Si tú fueras ella, de verdad irías allí sabiendo que pueden encontrarte?
Angy guardó silencio durante unos largos segundos.
—Puede que a lo mejor fuera mi mejor opción teniendo en cuenta que nadie se molestaría en mirar allí lo suficiente. Es el lugar perfecto. La casa es enorme, podría esconderse con facilidad en cualquier rincón y no nos daríamos ni cuenta.
Sin vacilar de nuevo, Dorian se irguió y le dio un beso en la frente para después volver a meterse de nuevo en el coche. Era una buena señal: significaba que estaba dispuesto a intentarlo.


166


Los ojos se le habían secado de tanto llorar; necesitaban un descanso por todo lo que habían sufrido. Mientras tanto, no dejaban de mirar afanosamente a su alrededor. Parecía mentira que al final hubiera acabado precisamente allí, donde había tenido que soportar esa sarta de mentiras y humillaciones por parte de Dorian. Ahora Nora sabía con certeza que su lugar no estaba allí, en mitad de todo ese lujo que a fin de cuentas se había convertido en su agridulce jaula de oro; no era suficiente para calmar sus ansias, y había acabado por descubrirlo gracias a un método poco ortodoxo.
El silencio magistral lo llenaba todo con su impoluto descaro, con esa verja de hierro abierta, así que acceder a la residencia de su todavía marido no había sido problema. Salió del coche (que lo había dejado escondido en un lateral de la casa, donde la oscuridad impedía verlo) lentamente y tomó aire; lo necesitaba. Después, y no sin un buen nivel de pavor absorbiéndole la razón, abrió la puerta principal y se encontró rodeada por un inmenso mundo oscuro, casi tal banal y hostil que le parecía cosa ajena, como si fuera la primera vez que llegaba. Avanzaba con pasos de anciana prematura, con la respiración exageradamente desigual y las manos cerradas en puños, a la defensiva. Pero en el fondo era innecesario, ya que todo invitaba a hacerse a la idea de que no había nadie más; ni luces a lo lejos, ni ruidos… Al menos, era un punto a su favor, pero quería estar totalmente segura de ello, por eso se preparó a conciencia para examinar todas las estancias. Aunque le iba a llevar un tiempo mucho más que considerable.
Cuando accedió al salón, una nube personal de recuerdos se cebó con ella; no pudo evitar pensar en el día que Angy estuvo allí… De pensarlo le hervía la sangre. Siguió dando diminutos pasos y lo observó todo, bebiéndose cada detalle. Fue a parar justo delante de la estantería de madera maciza donde reposaban las fotografías de su destartalada familia. Cogió una de ellas y soltó un suspiro. En esa imagen aparecían los cuatro; una foto de años atrás. Todos sonreían, parecían felices, sin ser conscientes de lo que pasaría años después, cuando la decisión injusta de Angy había acabado por partiles por la mitad y separarles de forma irremediable. La dejó en su sitio y cerró los ojos. No quería perder el control, pero deseaba dejarse de llevar…
Fueron necesarios varios minutos para que su mente se despejara. Aún seguía pensando en el duro golpe que supondría para sus padres enterarse de lo ocurrido. Sí, quedaba claro que ella era la víctima principal, pero las fisuras les alcanzarían de todos modos, y no sabía si podría soportarlo. Por eso invirtió sus últimas fuerzas en arrancar esa conciencia sumisa, impotente, y lo lanzó todo literalmente por los aires, todas esas fotografías quedando suspendidas instantáneamente en el aire para luego acabar estrellándose sobre el suelo. El ruido fue sordo, pero de cierta manera gratificante. Miró a su alrededor y buscó algo más con lo que poder desahogarse. No se lo pensó dos veces para no hacer discriminación y empezó a destruir todo a su paso; jarrones, lámparas, relojes y todo elemento que se encontrara cerca de su persona.
Pronto el escenario que la envolvía quedó destruido parcialmente. Destartalado, patas arriba y grotescamente transformado. Tuvo que doblarse sobre sus rodillas para tomar aliento. Llevaba sin comer demasiado y ese esfuerzo la superaba.
Se asombró pensando instintivamente en si Angy la estaría buscando. Apretó los labios para alejar esa idea. Resultaba humanamente posible, pero no dejaba de ser una pérdida de tiempo. No serviría de nada, y además, no estaba nada segura de poder controlarse si volvía a verla. La quemazón se extendía por su cuerpo y se avivaba a la mínima oportunidad, así que si volvía a toparse con su hermana mayor, las probabilidades de acabar en una desmesurada riña eran activamente elevadas.
De repente, y como si hubiera tenido una alucinación, perdió los nervios y subió a la planta de arriba, corriendo como una loca por las escaleras. Cuando llegó al dormitorio principal, se dedicó a dar golpes en la cama, lanzando los cojines, enmarañándose las uñas con las almohadas y emitiendo sonoros graznidos de resignación. Para colmo de males, allí estaba ese inmenso piano de cola. Los ojos se le crisparon y no quiso evitarlo. Comenzó a golpearlo con saña, sin remordimientos. Se hizo con una fina vara de metal que minutos antes había servido como decoración y la utilizó para hacerlo añicos; las teclas saltaron en mil pedazos y pronto su acrecentado volumen instrumental quedó reducido.
Cuando acabó de reducirlo todo a la nada, una oleada de sentimentalismo inoportuno invadió su rebeldía. Paró en seco y se llevó las manos a la cabeza, tanteando el camino del arrepentimiento. Los sollozos se sucedían en espiral, y acabó por dejarse caer sobre el magullado colchón. Se puso en posición fetal y se sintió indefensa. Cerró los ojos y extendió un brazo, con la esperanza de saber que no estaba sola y aislada. Aunque a decir verdad, a esas alturas ya no se sorprendía por no encontrarle allí. ¿Qué esperaba? No, claro que Dorian no estaba allí. Por supuesto que no. ¿Acaso por algún instante se había atrevido a imaginar que eso pasaría? Se sintió estúpida por permitirse pensar algo así. Ya le había perdido, ¿cómo iba a estar por allí?
Empleó el resto del tiempo siguiente en perderse en la cocina y buscar algún rastro de bebidas que sirvieran como vana distracción. Después de varios asaltos, estaba tan borracha que apenas se mantenía en pie; daba tumbos de un lado para otro, pero aún contaba con un lúdico y superfluo rastro de lucidez para percibir la angustia que la acompañaba sin descanso a todas partes. Podía sentirla en su interior; arañando, queriendo salir al exterior… Pero quería hacerla callar de algún modo, y aunque quedaba patente el hecho indiscutible de que probablemente había bebido más alcohol ese día que en toda su vida, todavía ansiaba seguir haciéndolo, puede que hasta perder el conocimiento, puede que incluso un poco más allá.
Perdió de nuevo los papeles y se lanzó con estrépito y voraz apetito hacia otra botella de vino que había conseguido encontrar. Sin querer, y por los nervios rotos, se manchó la camisa que llevaba puesta de un color carmesí intenso. Puso los ojos en blanco y automáticamente se puso a reír. Paró de golpe cuando otra idea le cruzó por sus neuronas. Se levantó y se hizo con una copa de cristal, vertiendo en su interior una considerable cantidad de vino, percibiendo el borde, casi a punto de derramarlo. Se lo llevó a la boca para degustarlo y se relamió los labios. Había acabado por encontrarle el buen gusto.
El camino se hizo terriblemente oscuro y desdeñoso de nuevo hacia el piso superior. Como estaba exhausta, con el cuerpo pendiente de un necesitado reposo, fue directamente hacia el baño, con la copa sujeta en la mano derecha y la izquierda haciendo lo propio con la botella. El reflejo del espejo del cuarto de baño no podía ser más fiel a su retrato facial; destacaba la tristeza esculpida en sus ojos, la inestable curva de sus labios que ya rozaba la demencia, e incluso la carencia de pigmento natural en sus mejillas. Todo lo bueno que había en ella se había ido.
Reprimió las lágrimas humeantes y se desplazó hacia el fondo, arrastrando los pies como un alma en pena, decadente y poseída por cadenas errantes. Se sentó en el borde de la bañera y dejó la botella en el suelo, justo a su lado. Arqueó la espalda hacia atrás y le dio otro sorbo a la copa. Alzó la mirada. Le dolía la cabeza de forma inhumana, como si en ese momento le serpentearan en su interior varios cuchillos afilados hasta el extremo. Vaciló un momento. Por un instante la pesadez de sus párpados ya no parecía tan suprema. Ladeó la cabeza y centró la atención en el fondo de la bañera; era como ver un reflejo de su alma, un absoluto vacío, un espacio en blanco. Alzó la mano que tenía libre y abrió el grifo, permitiendo que el agua brotara con prisa, con un peculiar sonido creciente.
Pasados un par de minutos, y cuando ya estaba todo listo, se deshizo de su calzado. Ahora que lo notaba, los pies le ardían, como si hubiera estado todo el día galopando. Se introdujo lentamente en la bañera con la ropa puesta; el agua estaba templada, cálida, casi deliciosa; un curioso contraste referente a su interior, un duro fragmento de hielo confiscado, lejos de todo atributo sentimental. Después de lo que le pareció un largo suspiro perdido entre la temperatura adecuada y el silencio que lo impregnaba todo con su aplastante criterio, Nora se dejó llevar y acabó por permanecer inmóvil sobre el agua, con su cuerpo tumbado sobre ese líquido relajante, con los oídos bajo el agua, con un ruido seco, una atmósfera sorda; era como entrar en otro mundo. Cerró los ojos y trató de no pensar en nada, aunque el torrente agresivo de imágenes que acudía con ansias a su mente era imposible de erradicar. Se le había metido de lleno en el cerebro, así que volvió a abrir los ojos, consciente de que el dolor no desaparecería como por arte de magia. Miró hacia el techo; un color impoluto lo envolvía todo. Podía sentir sin esfuerzo el aire colándose hasta el último resquicio franqueable de sus magullados pulmones. Luego, al dejar salir el dióxido de carbono, lo hacía por la boca, creando un extraño lamento difuminado en las ondulaciones que rasgaban el medio.
A eso era a lo único que podía aspirar en la vida, a ser una atractiva muñeca a la que podían utilizar sin sentir remordimientos. Se sentía terriblemente estúpida, sin comprender cómo demonios había podido permitir que las cosas llegaran hasta allí. Seguía cavilando sobre las alternativas, pero sencillamente no había ninguna, o es que era incapaz de verlas. Mirara por donde lo mirara, todas las puertas se habían cerrado de golpe, y estaba atrapada. Se le acababa el oxígeno, y no quería acabar siendo una vieja amargada, una mujer soltera criticada por la gente cercana, y mucho menos alguien sin orgullo… Sacudió la cabeza para alejar aquello, se incorporó y se sentó sobre la bañera. Se pasó las manos por las mejillas y luego por los ojos tan cansados, por sus cuencas, las cejas, la frente y el pelo húmedo. No podía experimentar sensación más devastadora e infame. Se miraba las manos una y otra vez, siendo plenamente consciente de que había algo diferente en ellas. Claro, esos preciados anillos ya no estaban, pero su marca sobre la piel todavía podía sentirse. Sacó un brazo por fuera y cogió la copa. Bebió de una sentada lo que le quedaba de vino y luego, movida por una reacción en cadena, casi obligada a hacerlo para serenarse, estalló la copa contra el suelo. El sonido fue breve, pero se le metió en el fuero interno de los tímpanos. Se asomó desde el borde de la bañera y vio las consecuencias: diminutos puntos brillantes rociados por la superficie. Los había de todos los tamaños y formas…
Y de repente, todo cambió. Traspasó la barrera infranqueable de la lógica y la estabilidad. La muerte ya no se le antojó tan inalcanzable y antinatural. Le pareció algo dulce, un camino fácil al cual sucumbir, porque después de eso, no le quedaba nada. Miraba hacia el ennegrecido futuro y le daba tanto miedo verse sola que cualquier cosa era mejor que enfrentarse a algo así. Nunca había tolerado la soledad, por eso cuando era más joven había cometido locuras enredándose con unos y otros, desesperada por encontrar algo bueno a lo que aferrarse. De nada sirvieron las constantes visitas a variados psicólogos; ella sabía que su terrible ansiedad no desaparecería nunca, por eso se sintió la persona más feliz del mundo cuando por accidente se topó con Dorian. Creía que gracias a él ya nunca tendría que romperse la cabeza pensando en sobrevivir un día más sin nadie que pudiera abrigarla del resto del mundo. Ahora sin embargo, esa desesperación punzante y claustrofóbica había vuelto con más fuerza que nunca. Sabía que jamás podría recuperarse, que nunca más hallaría la forma de empezar de cero y volver a intentar ser alguien importante al lado de otra persona. No, definitivamente no habría nadie que se pareciera a él, así que era una total pérdida tiempo tratar de buscar a un sustituto; no lo encontraría jamás.
Empezó algo que no estaba segura de poder terminar. Creyó que la naturaleza agradable del agua la ayudaría, pero le faltaba determinación. Lo intentó; lo intentó varias veces pero sabía que no sería capaz de acabar con su vida de esa forma. No le bastaba con meterse bajo el agua y esperar a que todo acabase. Cuando percibía que el aire se extinguía en sus pulmones y su cerebro le instaba entre riñas mentales para que volviera a captar algo de oxígeno, sucumbía a la debilidad, al raciocinio más primario y visceral, anclándose en un remoto pasado que le instaba a que no abandonara, que permitiera que su corazón continuara palpitando, pero no. De esta forma, acababa por escupir el agua e incorporarse violentamente, tosiendo y maldiciendo porque ni siquiera eso podía hacerlo correctamente. Volvió a llorar, apoyándose sobre el borde. No le agradaba esa infesta sensación de infinidad; quería finiquitar con el ardor que la abrasaba, y quería hacerlo ya. Por eso se relajó, hasta se alegró en el mismo momento en que sus ojos volaron hacia el suelo y fijó toda su atención en un fragmento de cristal de tamaño algo mayor que el resto. Alargó el brazo todo lo que pudo para conseguirlo y, una vez que lo tuvo en su poder, lo sostuvo sobre su resbaladiza palma y entrecerró los ojos, saboreando la posibilidad de que…
Si se atrevía, si hacía lo que le dictaba el corazón, el sufrimiento se acabaría para ella. No tendría que tomarse la molestia de esconderse y de huir, abochornada… Podría hacer que el odio, el dolor y la tempestad desaparecieran definitivamente. Por eso respiró hondo y tragó saliva, comenzando a juguetear con el cristal entre los dedos, notando como el pecho se le agitaba con espasmos. Tenía la llave a su plena disposición, la oportunidad perfecta… Además, tenía que aprovechar el momento. Era la única manera de que lo hiciera; cuando volviera a estar sobria, seguramente se echaría para atrás, así que debía ser ahora.
Echó la vista atrás en el tiempo; cuando le conoció, cuando se enamoró perdidamente de él; la primera vez que le besó, la primera vez que pasó la noche a su lado… Todas esas primeras veces sirvieron de puente para una fingida anestesia, cuando ni siquiera se dio cuenta del primer corte en su muñeca. Siguió pensando en positivo, rememorando esos recuerdos que nunca se irían del todo, mientras proseguía con su personal mutilación, cortando sin piedad la carne desnuda. Apretaba los dientes para obviar el dolor, que se colaba en sus nervios en forma de ráfagas de calor. Cerró los ojos y prosiguió con su tortura. Cambió de muñeca y repitió el mismo proceso, con la mente en otra parte, cuando era feliz.
El agua se fue tiñendo lentamente de un color intenso, muy parecido al vino, pero por desgracia lo que allí se derramaba era otra cosa: la sangre más inocente de todas. La escena era horrible, grotesca y muy injusta. La quemazón se le subió hasta las sienes y, cuando por fin se atrevió a contemplar lo que se había hecho a sí misma, cerró los ojos. Inclinó la cabeza hacia atrás, dejando que el agua la invadiera. Y así, lentamente, esperaba su final, aunque sabía que tardaría bastante en llegar.
Nunca fue capaz de pensar que podía acabar de esa forma tan despreciable con su vida, pero al final se dio cuenta de que la única carta a la que podía apostar, lo único que todavía podía decidir, era su interrumpida latencia. Era su forma de gritar bien alto que podía decidir por última vez, aunque para ello tuviera que arrojarse a la decisión del suicidio.


167


Tenía remordimientos hasta por respirar. Sus empequeñecidos ojos de color esperanza rezumaban de todo menos eso; la esperanza ya la había perdido, sobre todo porque el camino hacia la casa de Dorian se estaba volviendo un auténtico calvario sin fin. Apenas habían hablado durante el camino, y a medida que se aproximaban la angustia se volvía un pasajero más sobre ese vehículo avanzando frenéticamente sobre sus cuatro ruedas, dejando atrás senderos repletos de bosques, carreteras desiertas bañadas por la luna y todo un paisaje con cierto encanto vespertino.
Ella no lo soportaba más; no aguantaba la presión creciente sobre las terminaciones nerviosas de sus dedos, el acelerado espasmo de su corazón, y las contracciones de su diafragma. Creía que se estaba volviendo loca, y desde luego su nerviosismo se hizo todavía más patente cuando se dio cuenta de que ya estaban muy al norte, aproximándose.
—¿No puedes ir más rápido?
Dorian negó con la cabeza.
—Hago lo que puedo.
—Pero no es suficiente, vamos. —Frunció el ceño—. Acelera.
—Ya estamos llegando, ¿vale? Cálmate.
—No me pidas que me calme, joder.
—Pues tienes que intentarlo, por el bien de todos.
Angy asintió, incapaz de seguir con la disputa. Estaba sofocada, delirante y aterrada, como estar atrapada en dos mundos al mismo tiempo.
—Lo siento —dijo con un hilo de voz—. Lo siento mucho, yo… —Se despejó la frente del pelo que le caía—. No sé qué me pasa… No puedo controlarme.
Él ladeó la cabeza para mirarla un segundo.
—Eh, no lo estás haciendo tú sola, ¿recuerdas? Por eso estoy yo aquí. Lo haremos juntos, y así, cuando quieras darte cuenta, nos habremos ido.
—Ojalá fuera tan fácil como dices.
—Puede serlo si te esfuerzas. —Le acarició la mano—. Sé que puedes.
—Pero mírame, ni siquiera puedo controlar el temblor en mi voz o en mis piernas. Solo quiero acabar con esta locura de una vez. No puedo sentirme como la víctima porque es demasiado injusto para Nora. Ella se ha llevado la peor parte y yo aquí intentando comportarme como debería…
—Basta de compadecerte, Angy. —Su voz sonó rotunda—. Te guste o no, esto es lo que hay. Sé que no te arrepientes por esto porque sientes lo mismo que yo, pero precisamente por eso no debes echar la vista atrás cada dos segundos para recriminarte duramente por lo que has hecho. Eres más fuerte de lo que crees, y vas a seguir hacia delante. Lo superarás. Yo lo sé, lo creo, pero para que esto funcione eres tú quien tiene que creérselo, así que más te vale que empieces de una vez, porque ambos sabemos que esto no iba a ser precisamente un camino de rosas.
Ella se quedó sin aliento, incapaz de responderle. No recordaba que Dorian pudiera ser capaz de soltar semejante discurso para tratar de encontrar un poco de ánimo, para hacerla despertar de su letargo. Se le veía decidido; sí, quizás con algo de miedo rondándole de vez en cuando, pero definitivamente estaba preparado, mucho más de lo que lo estaba ella misma.
—Es que no creo que sea capaz de perdonarme a mí misma.
Dorian redujo la velocidad para prestarle atención.
—Yo te perdono —susurró.
—Eso no me vale. Estás metido en esto tanto como yo.
—Te garantizo que para mí no has cambiado. Sigues siendo igual de ejemplar que cuando te conocí, lo que ocurre es que las circunstancias no han sido precisamente las mejores. Has luchado por lo que quieres, y me da igual si el resto del mundo se opone a nosotros, y si no quieren entenderlo, no tendrán más remedio que aceptarlo. —Tragó saliva—. Es muy fácil criticar sin conocer toda la historia, Angy. Pero tú vas a arreglar eso. Le vas a contar todo lo que nos une, y una vez que lo sepa, si no puede afrontarlo, seré yo el primero que lo sienta por ella, pero no me echaré atrás.
Angy quería abrazarle. Le había encantado lo que acababa de escuchar. Así era imposible no seguir luchando por su historia.
—Creo que no te merezco —murmuró—. Eres demasiado bueno para mí. No sé qué es lo que he podido hacer para conseguirte.
Ese hombre maravilloso sonrió con ganas, mostrando una dentadura impoluta, con los labios tensos, las mejillas vivas y una sensación de puro bienestar inundándole el rostro.
—No, yo soy el afortunado. —Cogió su mano y se la llevó a la boca, besándole los nudillos—. Estoy hecho a tu medida.
Entre tanto, con unos pocos metros más recorridos, acabaron por llegar a su destino. Dorian aparcó cerca de la que era su casa y chasqueó la lengua. Ahora sí que parecía algo más nervioso de lo normal.
Angy se quitó el cinturón de seguridad y salió al aire fresco de la noche tan rápido que se mareó. Se dobló por la mitad y tras un largo suspiro, volvió a erguirse y contempló con ojos vaporosos la impresionante casa cúbica salpicada de negro, con esos miles de ventanales.
—Es la hora…
Dio un par de pasos indecisos hacia la entrada, pero unos dedos largos se cerraron delicadamente sobre su muñeca. Se volvió para mirarle.
—Espera. —Su voz sonaba profunda, tajante, determinante, como si quisiera protegerla—. ¿Seguro que quieres entrar?
Ella asintió.
—Vamos.
Sin esperar respuesta, comenzó a correr hacia la puerta. No estaba cerrada con llave, así que era una pista más para tener esperanza. No tardó en ser iluminada por las luces del fondo; Dorian acababa de encenderlas desde el monitor de pared. Siguió mirando rápidamente en todas direcciones, pero algo la instaba a caminar más lentamente, consciente de que no sabía con qué podía toparse.
—Eh, Angy —susurró él, cuando terminó por alcanzarla—. Voy contigo.
Entrelazaron sus manos pero acto seguido Angy retiró la suya. Eso estaba mal; no podía comportarse de esa forma cuando lo único que deseaba era encontrarla.
—Lo siento, pero este no es el momento.
Dorian asintió, cabizbajo.
—Tienes razón, lo siento.
Retomaron sus pasos y entraron en la biblioteca; estaba en silencio, a oscuras, pero por si acaso, miraron bien para asegurarse. No sabía la razón, pero Angy estaba inquieta. Era como si su mente aplaudiera su decisión de haber ido a la casa, como si de verdad pudiera estar ahí.
—Ha estado aquí…
Dorian se la quedó mirando, sin comprender.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque lo sé… —Ahogó un sollozo—. Sencillamente lo presiento.
—De acuerdo, entonces. Miremos en otra parte. Aquí no está.
Dieron media vuelta y accedieron al pequeño pasillo que conducía al salón. Cuando entraron, sus sospechas se confirmaron. Sus caras adoptaron una mueca de asombro y perplejidad, al observar con estupefacción que todo estaba hecho añicos, con las lámparas tiradas por el suelo, así como las fotografías, todo movido, deshecho, destrozado y… roto.
—Maldita sea… —susurró Dorian.
—¿Ahora me crees? —Dio un paso hacia delante y se tapó la boca con las manos—. ¿Lo ves?
Dorian se estremeció. Estaba asustado, parecía haberse vuelto de cristal. Lanzó una pregunta al aire.
—¿Crees que todavía puede estar aquí?
Angy le miró con miedo contenido.
—No lo sé, pero tenemos que averiguarlo.
Inspeccionaron el resto de la planta de abajo, cerciorándose de que el alcohol presente en la casa había desaparecido, con restos de vino manchando algunos puntos.
—Vamos arriba —señaló Dorian—. Por aquí abajo ya no puede estar.
Angy le siguió escaleras arriba, con una sensación de sangre en la boca. Estaba agotada, pero no podía rendirse. Estaban más cerca que nunca, al menos tenían una pista.
—Yo miraré en el dormitorio principal, en el vestidor y en las terrazas —señaló Dorian en voz baja—. Tú mira en el resto de las habitaciones.
Angy asintió y comenzó a tantear cuidadosamente. Accedió a una habitación individual desmesuradamente grande, pero el simple hecho de encender la luz del cuarto le supuso un aumento en la presión sanguínea. Estaba atacada, y por una vez, deseaba profundamente equivocarse; no quería encontrarla allí, sobre todo porque desconocía por completo el estado en que podía encontrarla. Por suerte, allí no había nadie; todo estaba en silencio. Salió de allí y rápidamente miró a su alrededor. Cerca de allí, había otra puerta; se dirigió hacia allí y el pulso se le aceleró cuando percibió un ligero matiz de luz desde debajo de la puerta. Dejó escapar el aire entre los dientes. Sabía que no podía tratarse de Dorian así que las posibilidades se reducían. Rezó todo lo que supo, todo lo que se le ocurrió en ese momento. Tenía la mano aferrada al pomo, pero era incapaz de hacerlo girar, ya que no estaba preparada para volver a verla, a pesar de querer desearlo intensamente. Cerró los ojos, y lo intentó. Consiguió que la puerta se abriera, que la luz fuera iluminándola progresivamente con su entrada en lo que parecía ser un cuarto de baño de aspecto aséptico…
Y al final, consiguió lo que pretendía; después de estar infinitas horas tratando de dar con su paradero, milagrosamente había conseguido encontrarla, pero lo que vio allí le proporcionó la visión más espantosa de toda su vida, algo de lo que mentalmente había estado huyendo…
Gritó; gritó muy fuerte, tanto, que la garganta se le adormeció. Salió disparada hacia delante, situándose al lado de la bañera, hincando las rodillas en el suelo salpicado de cristales y hundiendo los brazos en el agua, ese líquido envenenado, destilando sangre pura, aferrando ese cuerpo inmóvil, reflejo de su hermana pequeña.
—¡Oh, Dios mío! ¡Nora! —Los ojos se le salían de las órbitas—. ¡Nora!
Cada centímetro de su integridad física se bloqueó. Su sistema nervioso sencillamente se había colapsado, incapaz de asimilar lo que tenía delante.
—¡Háblame, por favor! —chillaba—. Abre los ojos.
Deseaba que no fuera real, intentando desesperadamente despertarse de esa pesadilla que había tomado forma de la peor de las maneras. Hasta se olvidó de respirar y de mantenerse con vida, pues centró sus energías —o lo poco que quedaba de ellas— en sacarla de allí, de esa bañera que se había convertido en una especie de tumba improvisada… Tiró de su cuerpo inmóvil, de sus extremidades adormecidas y tan frías que el mero contacto con ellas provocó que soltara un grito de baja frecuencia, con las sienes acribillando su pulso. Cuando consiguió que su hermana estuviera fuera del agua, la colocó con cuidado sobre su regazo, acunándola, sujetándole la cara con manos temblorosas; sus ojos derramaban ríos de lágrimas, y desde luego tenía una buena razón para hacerlo.
—¡Despierta, vamos!
Imploraba que se despertara, que abriera los ojos o cualquier otro insignificante detalle que indicara que estuviera al menos consciente, pero nada. Seguía inmóvil, como un maniquí. Le daba ligeros toques con las yemas de los dedos sobre sus destempladas y ahora acromáticas mejillas, pero todo intento por hacer que reaccionara resultaba en vano. Peor todavía, cuando de una vez se atrevió a mirar directamente todo ese feo arsenal de cortes en las muñecas de Nora, con un color rojo carmesí. Le dieron nauseas desde el primer instante. Observar de cerca algo así era sencillamente inconcebible, con todos esos diminutos senderos de sangre marcados sobre su piel, al dejarse caer por los lados debido al efecto de la gravedad.
La llamaba una y otra vez, desesperada. Sacudía aquellos hombros, pero parecía que iba a ser necesario un milagro para que su hermana pequeña abriera los ojos.
—No puede ser… —se escuchó.
Ante el sonido de una voz distinta a la suya, Angy se dio la vuelta y pudo ver a Dorian allí de pie, justo en la entrada, con los ojos abiertos de par en par, la mandíbula desencajada, el terror más vivo existiendo en sus pupilas y su cuerpo resquebrajándose por la mitad.
—Oh, Dios...
Estaba en shock, de eso no había ninguna duda, pero quizás fuera esa indeterminación por parte de él lo que ayudó que esa mujer de mirada verde reaccionara.
—¡No te quedes ahí parado y haz algo, Dorian! —exclamó, totalmente fuera de sí—. ¡Llama a una ambulancia!
Fue como hablarle a una pared. Siguió allí plantado, con los puños apretados y pegados al cuerpo.
Sucumbida ante ese nuevo impacto emocional, Angy no pudo evitar pensar en lo que ocurrió meses atrás, cuando tuvo que salvar a Dorian de morir ahogado. Esta vez era totalmente diferente. Eso no era un accidente, si no el detonante más obvio: Nora había estallado, incapaz de tolerar la pena, y por eso quería destruirse a sí misma. Por ello lloraba desesperadamente; lo peor de todo era saber que ella era la única culpable. Había empujado a su única hermana a cometer una locura. Ya no podía sentirse más detestable.
—Dorian, por favor… —Su voz apenas resultaba audible debido al nudo exagerado en su garganta—. Tenemos que hacer algo.
Él, atreviéndose a dar un paso y luego otro, se acercó a la velocidad mínima para ver de cerca. Se puso pálido en cuestión de segundos. Se dejó caer de rodillas junto a esas dos mujeres, derrumbado. Le acarició la mejilla a Nora, y se estremeció.
—¿Está…?
—¡No! —exclamó, Angy, tapándose los oídos con las manos—. ¡No lo sé! ¡No lo sé, maldita sea!
Acto seguido, él colocó dos dedos sobre el cuello de Nora para comprobar que tenía pulso. Durante un instante que se hizo eterno, quedó en silencio, pero después asintió brevemente con la cabeza; suponía una mínima esperanza. Se la arrebató cuidadosamente a Angy de los brazos y la levantó en el aire.
—Vamos —susurró, intentando no llorar—, tenemos que llevarla al hospital. Todavía puede salvarse.
Para Angy, ver esa otra escena, el cuerpo prácticamente inerte de Nora flotando sin dificultad sobre los brazos de Dorian, era demoledor. Intentó levantarse del suelo pero no pudo, le faltaba el aliento, como si hubiera recorrido una maratón de golpe. Lo único que podía hacer era seguir llorando.
—Por favor, Angy.
Cuando quiso responderle, se dio cuenta de que acababa de salir de allí. Estaba sola en el cuarto de baño. Soltó un grito, ahogándolo con las manos tapándose la boca. Dio golpes al lateral de la bañera, haciéndose bastante daño. Las cuencas de los ojos le ardían de tal manera, que era como si hubieran sido rociados con alguna especie de espray de pimienta.
Reaccionó; de golpe, de sopetón. Se levantó de ese suelo helado salpicado de diminutos cristales y se dio la vuelta para salir a toda velocidad de esa estancia. Escuchó con atención y bajó esas interminables escaleras. Cuando consiguió salir a la calle, vio a Dorian acercarse al coche, con Nora todavía en brazos, igual de inerte que antes.
—Espera —gimoteó.
Él se dio la vuelta, con la cara demacrada; había envejecido muchísimos años a la velocidad del rayo.
—Te necesito conmigo —murmuró—. No puedo hacer esto yo solo.
Teniendo como referencia ese mensaje de inminente desvanecimiento, ella por fin encauzó su determinación para actuar. Se acercó con paso decidido y, borrando las lágrimas de su cara con el dorso de la mano, abrió la puerta del coche y se introdujo dentro.
—Dámela —murmuró—. Con cuidado.
Dorian hizo lo propio y cuando estuvo seguro del todo, cerró la puerta con precaución y en seguida encendió el motor, arrancando con violencia las ruedas del suelo.
—¿Y si no llegamos a tiempo?
La pregunta de Angy llenó todo el espacio interior del vehículo, colisionando con la mirada estéril de Dorian que se reflejaba en el espejo retrovisor.
—Lo conseguiremos, sólo asegúrate de que los cortes no vuelven a sangrar.
Ella bajó la mirada hacia las muñecas de Nora, los cortes coagulados. Parecía que la sangre no se derramaba, pero eso no implicaba que la cantidad irremediablemente perdida no hubiera sido excesiva. Le apartó el pelo rubio de la cara y rompió a llorar por infinita vez. La estrechó con fuerza, sabiendo que aunque Nora hubiera podido corresponderla no lo hubiera hecho; ahora la odiaba y con razón. La había traicionado, y la única responsable era ella, aquella hermana mayor que se suponía que nunca haría nada que pudiera hacerla daño. Ni siquiera Dorian podía ponerse a su altura. Ella y sólo ella había sido la desencadenante de todo lo demás. Tenía que haber sido al revés, se dijo, contemplando desde dentro esa escena. Se suponía que no debía haber sido así, que las cosas tendrían que haber acabado de otro modo; ojalá el tiempo hubiera podido dar marcha atrás, porque entonces tal vez, y sólo tal vez, el rumbo de los acontecimientos hubiera tomado otro camino, y no tendría que ver como su hermana se debatía entre la vida y la muerte, estando realmente más cerca de ésta última. Si ocurría lo impensable, sería la responsable. Era culpable, porque ella le había hecho eso.


168


Habría podido jurar alguna vez que ya estaba preparado para todo, pero desde luego se equivocaba; se había llevado uno de los golpes más fuertes de toda su vida al ver a la que era su mujer tirada en el suelo, con las muñecas cortadas y petrificada, tan grave, que de verdad parecía como si ya fuera demasiado tarde. Por suerte, habían podido dar con ella antes de que fuera tarde, y aunque el camino al hospital se hizo angosto, insufrible y frenético, consiguieron ponerla medianamente a salvo cuando llegaron. Sí, era cierto que había perdido mucha sangre y seguía inconsciente, pero su pulso había estado latente, presente de forma automática debajo de la piel, como una silenciosa alarma que indicaba una leve fluctuación de aquella vida prácticamente arrancada de cuajo de sus cimientos, pero que se aferraba con énfasis casi a cualquier cosa; su cuerpo no se rendiría sin antes luchar.
La atendieron en seguida, llevándosela a un quirófano de la planta superior, pero la cosa no acabó ahí. Él se fue recuperando poco a poco de la gran conmoción, pero Angy no tuvo la misma suerte. En cuanto se aseguró de que a su hermana pequeña se la llevaban para cuidarla, ella sufrió un fortísimo ataque de ansiedad, dejándola reducía a un cuerpo de nervios, nudos y estado alterado de conciencia. Acabó desmayándose, pero también fue atendida sin espera.
Así que allí estaba él, en mitad del pasillo del hospital, dividido por dos mujeres que le habían compartido involuntariamente. La cabeza le daba vueltas y no tenía ni idea de cómo acabaría aquello, pero lo único que sabía es que quería alejarse de una vez por todas, empezar de cero en otro sitio, un nuevo lugar al que poder llamar hogar y tener a la mujer que de verdad quería para compartirlo. Se masajeaba las sienes y el pecho se le movía con cierto alboroto. Estaba destemplado y asustado, sin ser realmente capaz de enfrentarse al hecho de que una joven que ni siquiera había llegado al cuarto de siglo hubiera intentado acabar con su vida ya que la persona que amaba no le correspondía. Se afanaba en observar el problema desde diferentes perspectivas, pero no lograba comprenderlo. Nora se había pasado de la raya, aunque también era cierto que había descubierto un engaño descomunal, además del incentivo doloroso de saber que su hermana estaba esperando un hijo precisamente de él. Sí, demasiados golpes bajos en tan poco tiempo habían significado la gota que colmaba el vaso…
Probablemente serían las cuatro o cinco de la mañana, no lo tenía claro. Se iba desinflando y estaba muy cansado, pero todavía hacían falta muchas cosas por hacer, cabos sueltos que atar. Pero lo primero era lo primero. Estaba delante de la puerta de la habitación en la que Angy estaba. Desconocía por completo cuál sería su estado, pero el hecho de no saber qué pensar le desarmaba. Los nervios le tenían fuertemente atrapado, preocupado, pero decidió que lo mejor era despejar las dudas. Abrió lentamente la puerta y entró con paso lento, indeciso, sin saber muy bien cómo comportarse. Tenía muy presente que estaría sufriendo lo indecible, así que lo mejor que podía hacer era andar con pies de plomo.
El corazón se le rompió literalmente al verla allí, en esa cama tan insípida, con el cuerpo delicado cubierto con un camisón de papel y la cara magullada por sentirse una traidora. Apenas podía reconocerla. Tragó saliva y cerró la puerta tras él. Se quedaron mirándose el uno al otro durante algún tiempo, intentando encontrar algo que decirse.
—¿Cómo estás? —Ante la pregunta tan absurda y el tono casi agonizante empleado, se mordió la lengua—. Lo siento, sólo quería asegurarme de que estabas… bien.
Ella soltó un sollozo desmedido, con la cara medio escondida entre los brazos, apoyando el peso de los codos sobre las rodillas. Tenía las piernas recogidas, con la espalda echada hacia atrás.
—¿Bien? —repitió—. ¿Crees que puedo estar bien después de esto?
—Bueno, ya sabes a lo que me refiero…
—No, ya no sé nada, ése es el problema —espetó—. No sé nada de mi vida ni de las personas a las que hago daño sin remedio… —Endureció la mirada—. A todas.
Dorian captó en seguida el mensaje. Angy no se estaba refiriendo únicamente a Nora, si no a sus padres, que tenían derecho a enterarse de lo ocurrido.
—Todavía no tienen por qué saberlo —susurró—. Pueden esperar.
Los enrojecidos y lastimeros ojos de Angy le observaron con descaro, propio de alguien que ya había perdido el juicio. Tenía la boca esculpida en una finísima y apretada línea horizontal. Sus rasgos se habían empequeñecido, y hasta el simple hecho de respirar la dejaba fuera de combate. Tenía un aspecto endeble, con las manos temblando sobre las sábanas blancas de la cama, las mejillas húmedas por tantos lloros, y la expresión más agonizante que pudiera verse por allí.
—¿Esperar a qué? ¿A que empeore, a que no se recupere? ¿A que se despierte y les cuente por qué lo ha hecho? —Se tiraba del pelo con fuerza—. No puedo impedir que vengan. Es su hija, y todavía estarán buscándola como auténticos locos. No puedo alargarles el sufrimiento, por muy terrible que sea esto.
Se había imaginado la escena de otra manera, por eso estaba tan desconcertado. Esa mujer que tenía justo delante no era la misma, estaba herida consigo misma, enfadada, desdichada, despechada por sus errores.
—Tú no tienes la culpa.
—¿Cómo puedes seguir defendiéndome después de lo que ha pasado? —reprochó duramente—. Prácticamente la he obligado a hacerlo.
Dorian se atrevió a dar un paso al frente para acercarse.
—No, no ha sido así. Ha sido su decisión.
Angy volvió a negar con la cabeza.
—Yo le he hecho esto.
—Te equivocas, en todo caso hemos sido los dos.
—No. —Se tapó los oídos con las manos, como si no quisiera escuchar sus réplicas verbales—. Yo soy la única responsable, porque si hubiera sido sensata, si hubiera sido justa en vez de volverme totalmente egoísta, no habría provocado este caos. —Cerró los ojos—. He estado a punto de perderla y todavía me comporto como si fuera la estúpida protagonista.
—Se recuperará.
—Eso tú no lo sabes —gruñó, elevando la voz—. Y en el caso de que despierte, no volverá a ser la misma. —Guardó silencio y después se llevó las manos a la cabeza, balanceándose—. ¿Y ahora qué? ¿Se acabó? ¿Huimos por la puerta de atrás y la dejamos tirada? ¿Éste era nuestro plan? ¿Fugarnos cuando ya lo supiera, así sin más?
Dorian tragó saliva y acabó por dar otro paso, pero esta vez para mirar por la ventana, dándole la espalda.
—No sabíamos que podía actuar así. No teníamos ni idea y no hubiéramos podido impedirlo.
—Eso no es cierto. Yo habría podido evitarlo. Sólo tenía que quitarme de en medio y no volver a verte.
Él pegó la frente sobre el frío cristal.
—Ya, pero no fue eso lo que pasó.
—Pues no tienes idea de lo mucho que me arrepiento.
Eso le hirió en lo más profundo del alma. Apretó la mandíbula y se volvió lentamente para mirarla. Eso había sido demasiado cruel, y ambos lo sabían.
—Lo siento —se apresuró a decir, sabiendo que se había pasado de la raya—. Es que… —Frunció el ceño—. Maldita sea, todavía no puedo creer que esto esté pasando. No sé qué demonios hacer, no sé qué va a pasar… —Soltó un suspiro—. Ya ni siquiera sé quién soy.
—Pues yo sí lo sé. Y tú no deberías olvidarlo.
La tensión era inestable, pesaba en el aire como una tonelada.
—El pasado ya no puede cambiarse.
Angy volvió a encenderse.
—¿Eso es todo lo que vas a decirme? —Se incorporó de la cama—. ¿Y qué pasa con su futuro? ¿Crees que de verdad va a poder superarlo sabiendo que nosotros estaremos juntos?
—Creí que era eso lo que querías.
—Pero no así —lloró, con densos lagrimones mojando su camisón—. Jamás hubiera seguido adelante de saber que esto pasaría.
Dorian sintió un escalofrío. Detestaba verla de aquella forma, y además no sabía cómo hacerla sentir mejor, porque ni él mismo lo estaba.
—Lo que le ha ocurrido a Nora ha sido terrible, una desgracia, pero es la opción que tú elegiste, Angy. La que ambos escogimos. Ninguno quería que sufriera más de lo necesario pero por desgracia eso no estaba bajo nuestro control… —Paró de golpe cuando se dio cuenta que para Angy resultaba insoportable escucharle.
Ella se removió al cabo de un minuto y se mordió el labio con resignación, reprimiendo sus fuertes deseos por desahogarse con algo.
—Debería habérselo dicho cuando tuve la oportunidad. —Aferró un palmo de la sábana con ira—. Ahora, cualquier cosa que diga no cambiará el hecho de que mi hermana está destrozada por dentro y por fuera. No cambiará absolutamente nada.
—Te hará sentir en paz contigo misma.
—No, Dorian. No podré aceptar esto como si no importara. No se trata sólo de contarle la verdad y esperar que lo acepte así sin más. Lo que ha pasado marca un antes y un después que nos separará todavía más. Sabía que iba a odiarme, que probablemente no querría saber nada más de mí, pero permitir que acabara enterándose de esa manera…
—Escucha, algo así no se puede soltar a bocajarro. No iba a resultar nada fácil, ¿me oyes? —Estaba irritado—. Necesitabas tiempo para asumirlo y confesarlo, y para ser del todo sincero, yo también lo necesitaba, porque en el fondo estaba tan asustado como tú.
—Pero no te correspondía a ti, si no a mí. Yo fui la que me metí por medio, la que rompió todas las reglas, la que destruyó todo lo que la hacía feliz…
Dorian apretó los puños y la miró con odio; no quería ser un don nadie en esa conversación.
—¿Cuándo entenderás que para mí nunca dejaste de existir? —Bajó la voz—. No rompiste nada, no te interpusiste entre ella y yo porque lo nuestro nunca se terminó. Debí haber hecho las cosas de otro modo, no haberme casado con ella porque en el fondo sabía que no quería hacerlo, sabiendo que la madrina debería haber ocupado su lugar. —Su tono se volvió áspero—. He cometido un millón de errores, pero ya no pienso echarme atrás, porque aunque lo hiciera nunca volvería a ser lo mismo. Nora debe de odiarme casi tanto o más que a ti, y lo único que podrá darle un poco de respiro será que tú y yo desaparezcamos de su vida para que no podamos volver a hacerla daño.
—El daño ya está hecho. No podrá recuperarse, o tardará años en hacerlo. Por Dios, se estaba muriendo cuando la encontramos, quería irse, Dorian… —Los ojos le brillaban—. Se ha desestabilizado por completo. Ya no tiene nada, para ella es como haberse quedado totalmente sola en el mundo y yo he conseguido que se sienta así. Soy su peor enemigo. No puedo desentenderme como si no fuera asunto mío.
—Pues tendrás que dejarlo a un lado si quieres vivir.
—No puedo creer que hables de esa manera. ¿Acaso no te importa? ¿De verdad no te ha impactado verla de aquella manera?
—Por supuesto que sí, pero sólo estoy tratando de superarlo.
—Aquí no estamos hablando de la ley del más fuerte.
—¿Y de qué hablamos exactamente? —La ira le invadía—. Porque ya no sé qué es lo que quieres, Angy. —Se pasó una mano temblorosa por la frente—. Entiendo lo desesperada que puedes estar, pero métetelo en la cabeza: no ha sido culpa tuya.
—¿Y de quién, entonces? ¿Estás tratando de decirme que esto hubiera ocurrido de todos modos? ¿Es eso? Porque no te creo. No puedo, así de sencillo. No voy a quitarme de en medio intentando creer que yo no he tenido nada que ver, porque sería absurdo. Estamos metidos hasta el cuello.
—Pues en algún momento tendremos que salir a flote, porque hundirnos no es una opción.
Ella se desplomó con pesar.
—Siento decirte que yo ya me he hundido. Mi mundo se ha ido a pique.
—El mío no.
—¿Y cómo? ¿Por qué no lo ha hecho ya?
—Porque mi mundo, todo aquello en lo que creo, se resume en ti. Y no voy a permitir que desaparezcas. No estoy dispuesto a perder.
—Pero ¡mírame! —exclamó de pronto, levantándose de la cama y acercándose a él—. Mírame, soy un monstruo. No me digas que puedes ver algo bueno en mí porque entonces no soy capaz de seguirte.
—Puedes volver a empezar.
—¿Empezar? ¿Cuántas veces tendré que oírte decir lo mismo para que pueda llegar a creérmelo? He intentado imaginarlo miles de veces y resulta que retrocedo en lugar de avanzar. Eso no puede ser bueno, y ya has visto las consecuencias.
—Todo esto pasará. Sé que ahora resulta imposible de creer, pero sé de lo que hablo…
Ella le tapó la boca con los dedos, en un gesto que despuntaba hostilidad, mandato e imperativo inmediato.
—No lo sabes. No sabes por lo que estoy pasando en estos momentos. He destruido a mi propia familia. Por nuestra culpa, por mi error, mi hermana está en quiebra, debatiéndose entre la vida y la muerte y yo soy la única que la ha puesto contra la espada y la pared. Está aquí, en el mismo hospital, al alcance de la mano, pero a la vez estamos tan lejos que me desespero, y no puedo acercarme porque si lo hago, la mataré. La he destruido con simples palabras, por algo que vio, y ni siquiera ha sido necesario chasquear los dedos. Ha sido un efecto dominó. Primero tu llamada, mi promesa incumplida de alejarme de ti y después, todo lo demás. —Se alejó, apoyándose contra la pared, sollozando—. Las personas decentes no hacen eso. —Le miró a los ojos—. Soy… lo peor. Le he proporcionado el dolor más intenso que puede experimentar por no aceptar lo que hice años atrás. Si hubiera entendido que no volverías a ser para mí, esto no habría pasado. Ya no puedo sentirme más detestable, porque esto no es ganar. No hemos salido ganando. Acabamos de perder una parte imprescindible en nuestras vidas y seré una mujer incompleta por lo que he hecho. Esto no es lo que yo imaginaba. No esperaba un cuento de hadas, pero ha sido demasiado y no puedo con ello. No puedo soportarlo.
El pavor le invadió. No quería entender. ¿Acaso estaba tratando de despedirse?
—Angy…
Con gesto demoledor, Angy negó con la cabeza al mismo tiempo que alzaba una mano en su dirección para dejarle claro que no quería que se acercara.
—Vete —susurró.
Dorian se sintió herido ante esa petición, que más bien sonaba a una orden.
—No puedo dejarte aquí.
Angy aguzó la mirada. No quería seguir discutiendo.
—Necesito estar sola.
Reprimió los deseos de consolarla y se dio la vuelta para salir de allí. Una vez en el pasillo, pegó la espalda en la pared y, muy lentamente, se dejó caer al suelo, con su magullado ego posicionándose a la misma altura.


169


Tenía la vista puesta en su vientre, con las manos apoyadas sobre él, intentando descifrar algún mensaje de ese diminuto ser que palpitaba ininterrumpidamente dentro de ella. Ni siquiera era consciente de ello, pero aún sin haber nacido, ya había sido testigo accidental de peleas, gritos y actos tormentosos. ¿Ésa iba a ser el tipo de vida que le esperaba?
Volvía a estar vestida con su ropa, pero el malestar por estar en el hospital y el motivo que la había llevado hasta allí, le arañaba las entrañas. Se odiaba; se odiaba con fuerza, como nunca antes lo había hecho. Estaba encolerizada, humillada por su deshonra. ¿Cómo iba a ser capaz de encauzar su vida si ya no se podía caer más bajo? Hasta temía mirarse en el espejo y comprobar que su reflejo ya no le era fiel. Tenía el estómago abrumado, reclamando algo que comer, pero no tenía fuerzas para eso. Se avecinaba tormenta, la más abrumadora hasta la fecha. Los nervios de punta se le clavaban hasta en la médula. No veía fin por ninguna parte, se ahogaba en sus pensamientos más hostiles.
Observaba con detenimiento el exterior. Al otro lado de la ventana, la mañana se abría paso a través del cielo abierto, con el alba despuntándose a lo lejos, y una explosión de colores, desde el azul más claro y divino hasta el violeta más persuasivo, que adornaban ese escenario improvisado para el estallido inminente de la locura. Mientras movía los ojos de un lado a otro, divisando débiles nubes esponjosas con formas indefinidas, sentía el trascurso inevitable de los segundos, cada constante aleteo en su reloj y con ello, la noticia de saber que todo saldría a la luz sin que pudiera hacer nada por impedirlo…
Un débil golpe en la puerta acabó con su letargo cansino. Se dio la vuelta, cruzada de brazos, y observó a Dorian justo allí, en el resquicio de la puerta. No se acercaba, ni se movía, quizá esperando una señal por su parte, ya que era ella la que se había mantenido distante, sin querer saber nada de él debido al peso legítimo de la culpabilidad. Se miraron, se hablaron en silencio, compartiendo un mismo dolor por lo sucedido. Estaban atrapados en un laberinto, y quedaba demostrado que para poder salir de él, no tenían más remedio que arrasar todo a su paso.
—He hablado con los médicos y me han dicho que no tienes nada de qué preocuparte —dijo Dorian—. Puedes irte.
Ella no contestó. No podía; no sabía qué decir.
—Quería verte una última vez, por si acaso decidías irte… sin avisar. —Miró al suelo—. Creo que estás en tu derecho de hacerlo si lo consideras oportuno.
Ella se desesperó internamente al verle así. Hacía unas horas se había comportado como un hombre fuerte, determinado ante su causa, sin querer caer vencido, y ahora en cambio se había rendido, y todo por su culpa. También le había hecho daño con todo lo que había dicho.
—Te dejaré a solas…
—Espera. —Dio un tímido paso al frente—. No te vayas.
Él vaciló.
—Creo que tengo que darte algo de espacio. Tú tenías razón. No sé por lo que estás pasando. Puedo hacerme una idea, pero eso es todo. —Ladeó la cabeza—. No quiero complicarte más la vida.
Angy rompió a llorar inevitablemente.
—Todavía no sé cómo puedo mantenerme en pie… —Los labios le temblaban como si tiritara de frío—. Estoy partida justo por la mitad. Porque estás tú pero también está ella justo al otro lado. Y es como si una parte de mí se hubiera ido, y sé que ya no va a volver.
Los ojos de Dorian también se humedecieron.
—Sabes que pase lo que pase, suceda lo que suceda… Cuentas conmigo. Sin condiciones, sin restricciones. Siempre.
Angy no lo soportó más y fue directa hacia él, abrazándole para pedirle perdón.
—Lo siento —sollozó a la altura de su cuello—. Siento todo lo que te dije. No quería hacerte sentir de esa manera. Tú sólo pretendías animarme y no quería ser consciente de ello…
Dorian le acarició la nariz con la suya, pidiendo silencio con un susurro breve.
—Nunca pidas perdón. Tenías tus motivos para comportarte así. No importa, nada de eso importa ahora. —La estrechó con más fuerza—. Tenemos que ser fuertes.
Angy le entendió perfectamente. Era una forma sutil de contarle entre líneas que lo peor estaba por venir, en un futuro inmediato. Le miró con miedo.
—Mis padres…
—Les he llamado —anunció, apartándole el pelo de la cara—. Llegarán de un momento a otro.
Angy se estremeció al oír aquello, a pesar de saber que era inevitable.
—¿Saben que…?
Él negó con un movimiento ligero de cabeza.
—Aún no. No les he dicho lo que ocurre.
—De todas formas ya no importa. Van a enterarse de todos modos.
Dorian, abatido por la fragilidad de la mujer a la que tanto amaba, le acarició la mejilla.
—No tienes por qué quedarte.
—¿Y qué me sugieres que haga? ¿Qué me esconda? Ya lo he hecho demasiadas veces. —Le sujetó la mano con la suya—. Además, no tengo adónde ir.
Dorian apretó la mandíbula.
—Esto va a ser duro, y no quiero que te expongas a ello si tienes dudas. Si lo afrontas y aguantas hasta el final, debes tener presente que todo a nuestro alrededor va a cambiar de golpe. No me estoy refiriendo a que sepan lo nuestro, si no al hecho de que Nora ha intentado suicidarse.
Angy sintió un latigazo que le recorrió toda la curva de la espalda. Era terrible escucharlo de los propios labios de Dorian.
—¿Cómo vamos a decírselo?
—Lo haré yo. Al fin y al cabo, estoy casado con ella.
—Saberlo les va a matar —susurró, metida de lleno en la angustia.
—Lo sé, pero no podemos hacer otra cosa. Ojalá las cosas hubieran salido de otro modo, pero estamos aquí, y tenemos que estar preparados.
—Esto no es justo para ninguno de ellos.
—Tampoco lo es para nosotros, Angy.
Ella se separó lentamente, cruzándose de brazos.
—Me gustaría creerte, pero sabes que no llevas razón. Estamos aquí porque…
—Sé por qué estamos aquí, pero yo lo veo a mi manera —interrumpió él.
Se quedó callada durante demasiado tiempo, reuniendo valor para disparar el siguiente cartucho.
—¿Has podido verla? —murmuró—. ¿Sabes cómo está?
Dorian se tomó unos largos segundos para responder.
—Por el momento se mantiene estable. Perdió mucha sangre pero han podido salvarla. Tienen que seguir haciendo pruebas para asegurarse de que la falta de sangre en su cuerpo no ha dañado ningún órgano. En cuanto sepan algo más, nos lo dirán.
Ella se escondió en el pecho de Dorian, palpando su agitación masiva y silenciosa.
—En cuanto se despierte, recordará todo de golpe. —Tragó saliva forzosamente—. Se le caerá el mundo encima.
Dorian iba a contestar pero algo se lo impidió. Su móvil, escondido en el bolsillo delantero de su pantalón, cobró vida.
—Deben de ser…
Angy soltó un suspiro.
—ellos.
Él asintió antes de contestar. La conversación fue breve, de apenas un minuto. Cuando colgó, el rastro de seguridad en sus ojos había mermado notablemente.
—¿Y bien? ¿Qué te han dicho?
—Están a punto de llegar. —Frunció el ceño—. Tu madre está… —Se pasó una mano por el pelo—. Está muy nerviosa.
Angy se derrumbó, sabiendo que aquello no era nada comparado con lo que vendría después.
—¿Cómo no va a estarlo? —Quería llorar de nuevo—. Sabe que no puede ser nada bueno cuando su hija está en el hospital y no has querido decirle todo lo que sabes.
—No podía decírselo por teléfono. No habría podido. ¿Cómo iba a ser capaz de…?
Angy le miró con pesar.
—¿Vas a ser capaz de decirle cara a cara que su hija tenía la intención de quitarse la vida porque la hemos traicionado?
Dorian guardó silencio.
—Y lo peor es que esto te afecta a ti también, Dorian. Mis padres van a culparte por lo que ha pasado…
—No me importa.
—Pero a mí sí. No es justo que cargues con este peso tú solo.
Él le acarició la mano.
—No lo hago. Sé que estás de mi lado, y eso me da fuerzas.
—Sí, pero no sabes lo que se nos viene encima.
—Sí que lo sé. —Le dio un beso en la frente—. Soy más fuerte de lo que crees.
Se quedaron refugiados mutuamente en los brazos del otro, acariciando esos últimos minutos de relativa paz antes de que el estallido diera comienzo.
—Tienes que darme algo de tiempo ahora —pidió Angy—. Quiero estar presente cuando llegue la hora de decírselo, pero necesito estar sola para pensar en lo que voy a decirles…
—Lo comprendo. —La miró con devoción y sonrió de medio lado—. Estaré en el pasillo.
Ella asintió.
—Pase lo que pase —susurró él.
Movida por una carencia de sus besos, se acercó a su boca para besarle y tomar fuerzas, pero no llegó a hacerlo. Se quedó allí, tan cerca que podía sentirle, pero sin llegar a tomar contacto. Lo intentó, de verdad quería hacerlo, pero en el último momento se negó. Más bien su moral fue la que se negó. Se echó para atrás, avergonzada.
—Lo siento —susurró—. No puedo. Todavía es demasiado pronto.
—Ya te he dicho que no quiero que te disculpes. —Le rozó la mejilla con los nudillos—. Ya tendremos la ocasión de recuperar el tiempo perdido.
La habitación se volvió incomprensiblemente más grande cuando Dorian desapareció, y en ese momento deseó con todas sus fuerzas desaparecer; irse de allí y no volver.


No supo cuánto tiempo transcurrió, pero con cada segundo pasado, su ansiedad florecía dando rienda suelta a todo su miedo, el mismo que había estado intentando refrenar. Quería salir huyendo, correr indefinidamente y no parar hasta estar segura de estar a salvo, pero no le quedaba más remedio que permanecer allí, teniendo presente que sería embestida por un oleaje inmenso e implacable.
El corazón se le paró de repente cuando percibió unas voces particulares al otro lado de la puerta, en el pasillo. Dio pasos de gigante para escuchar mejor y hasta se atrevió a girar el pomo para abrir una pequeña apertura desde la cual poder observar. Sí, la verdad es que no se había equivocado. Era buena idea permanecer allí un poco más, para hacerse a la idea de que sus padres habían llegado; estaban en el pasillo, a unos cuantos metros, moviéndose con pasos desiguales y las caras muertas de preocupación. Hacia un extremo, estaba Dorian, intentando mantener la situación a raya, pero era demasiado hasta para él. No podría hacerles frente a ambos, y Angy lo sabía. Tenía que echarle una mano en lugar de esconderse.
Observó la escena desde detrás de la puerta, con todo el cuerpo serpenteándole, temblando de la cabeza a los pies. Las voces iban subiendo de tono, y entonces supo que tenía que entrar en escena. Así al menos la tensión sería la mitad para Dorian. Abrió del todo la puerta y se dirigió allí forzándose a no ir en dirección contraria. Cuando sus padres se dieron cuenta de que era ella, se mostraron algo más contenidos.
Su madre se aproximó, totalmente fuera de sí. Tal y como era de esperar.
—Oh, Angy. —Julia estaba cambiadísima, estropeada por no saber nada. Las pronunciadas ojeras afeaban su rostro—. ¿Cómo está mi pequeña? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde la habéis encontrado? ¿Está bien? ¿Dónde demonios estaba?
Fue Dorian quien habló.
—Estuvimos buscando por todas partes pero no fue suficiente. Entonces Angy tuvo la idea de ir a casa, para asegurarnos de que no estaba. Yo no quería porque creía firmemente que no la encontraríamos allí. Pero no fue así. La encontramos. —Su rostro se tensó, adquiriendo el mismo color de las paredes que les rodeaban—. La encontramos y la trajimos al hospital tan rápido como pudimos.
Los ojos claros de Julia se volvieron puro hielo.
—Dímelo de una vez. ¿Cómo está? ¿Sabes algo? Sé que sí, pero no quieres decírmelo.
—Está… grave.
—¿Cómo que grave? Oh, Dios mío, ¡¿qué quieres decir?!
—Dínoslo, chico —exigió Vladimir, con los ojos verdes tan saturados de preocupación que tenían vida propia—. Por favor.
Dorian miró de reojo a Angy, como si esperase algún tipo de señal.
—Cuando la encontramos estaba inconsciente, había perdido mucha sangre y…
Julia soltó un grito ahogado, con los ojos desorbitados.
—¡¿Qué estás diciendo?! —Le zarandeó por los hombros, derramando finas lágrimas—. ¿A qué te refieres?
—Mamá —dijo Angy, interviniendo por primera vez—, es mejor que te sientes. Tienes que tratar de calmarte. No es bueno que…
—¿Calmarme? ¿Cómo diablos voy a poder calmarme si nadie quiere decirme cómo está mi hija?
—No es sencillo —apuntó Dorian—. Es más complicado de lo que parece.
—¿Ha tenido un accidente?
—No exactamente.
—Maldita sea, Dorian —estalló Julia—. Eres el marido de mi hija pero yo soy su madre, y tengo derecho a saber qué ha pasado aquí. Nos dices que está grave, que ha perdido mucha sangre y eso es todo. ¿Cómo debo tomarme eso? ¿Qué es lo que ha hecho? —Se revolvió y se tiró del pelo, tal y como habría hecho Nora. Se volvió hacia su hija mayor—. Angy, por favor. Te lo ruego. Ponte en mi lugar, piensa en tu padre y en mí. No lo soporto más. Dime qué le ha sucedido a Nora. —Comenzó a tambalearse—. No me digas que…
Temiendo lo peor, sabiendo que era muy probable que su madre se desmayara allí mismo debido al impacto de la noticia, Angy abrió la boca para dar el golpe de gracia.
—Intentó… —Las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta, brotando lágrimas de sus pupilas—. Mamá, Nora ha intentado…
El silencio entre los cuatro fue brutal, decepcionante y al mismo tiempo atronador. En el fondo ya sabían la respuesta, pero esperar a oírla era la tortura definitiva.
Dorian terminó por completar esa horrible frase, dando un paso hacia el frente sabiendo lo que vendría justo después, cayendo todo el peso sobre él.
—Nora ha intentado suicidarse.
La histeria fue tan atroz por parte de esa madre hecha pedazos, que pareció que todo el hospital fue testigo directo de su derrumbamiento.
—¡Nooo! —chilló, alargando la palabra, como si así pudiera contrarrestar su efecto—. ¡No, Dios mío!
Angy hubiera dado cualquier cosa para no tener que ver aquello; su madre se volvió loca al contacto con esa realidad que no estaba premeditada. Su llanto se volvió insoportable, como un aullido precoz, un desgarramiento descarado del silencio y una rabia desatada.
—¡Oh, Dios! —exclama repetidamente—. ¿Por qué? ¡¿Por qué lo ha hecho?!
Angy la abrazó sin pensar demasiado, procurando evitar esa pregunta, aunque sabía que era cuestión de tiempo. La estrechó para adormecer su estallido, que había conseguido alterar el ritmo pausado del hospital, despertando la atención de todo aquel que pasaba cerca.
Cuando quiso darse cuenta, fue tarde para reaccionar. Apenas alcanzó a ver que su padre, petrificado en un primer momento por el shock, se abalanzó justo después hacia Dorian, propinándole un golpe tan brusco en la cara que le hizo caer al suelo sin esfuerzo.
—¡No! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
Fue como no decir nada. Su padre estaba cegado por la ira. Volvió a repetir el golpe una y otra vez.
—¡Papá, no! —Consiguió meterse en medio de los dos, tratando de parar la pelea, porque sabía que Dorian no trataría de defenderse en ningún momento—. ¡Para, le vas a matar!
—¡Quítate de en medio! —exigió Vladimir.
—¡No!
—¡Hazlo!
Angy se adelantó y se posicionó cara a cara, tan cerca que podía sentir su aliento agitado.
—He dicho que no —lloró.
Dorian seguía en el suelo, quieto, con el labio inferior sangrando al igual que su ceja izquierda.
Angy le dio la espalda a su padre y se arrodilló justo al lado de Dorian.
—Eh, mírame —susurró, acariciándole la cara—. ¿Estás bien?
Apenas logró asentir con la cabeza pero fue suficiente para ella. Se puso de pie y se volvió hacia su padre, hecha una furia debido a ese acto de injusticia.
—¡¿Por qué lo has hecho?!
—¿Y tú me lo preguntas? ¡Él es el responsable! —bramó, con los ojos completamente abiertos—. ¡Por su culpa tu hermana ha estado a punto de morir!
—¡No, papá! —chilló—. Te equivocas. La culpa es mía.
—¿De qué estás hablando?
No pudo contestar. El llanto lamía sus mejillas sin intención alguna de cesar.
—Angy… —La voz de su madre era apenas un susurró—. ¿Por qué dices eso?
Fue el momento oportuno para reaccionar. La joven mujer de ojos verdes ayudó a Dorian a levantarse y, sin cruzar ninguna palabra más con sus padres, desapareció al fondo del pasillo junto a él, intentando olvidar la quemazón por saber que la media verdad ya relucía en la superficie.


170


El mal aspecto de Dorian por culpa de los golpes recibidos no había sido nada en comparación con lo que sucedería una vez que Nora recuperase el sentido para hablar. Era una tarde agradable en el mundo exterior, pero no era lo mismo desde dentro, desde esa cámara aséptica y funeraria llamada hospital. Angy no soportaba permanecer allí ni un minuto más. Ya comenzaba a ser hasta familiar; primero Dorian, luego ella misma y ahora, Nora. Era como un círculo vicioso, pero la perfección de la clandestinidad se había esfumado.
Tras varios intentos por parte de Julia para aplacar la furia desatada de su marido, consiguieron hablar con Dorian para averiguar más sobre el estado de Nora. No había despertado, ya que la tenían sedada para que se recuperase del todo, pero al menos habían podido verla. Cuando Vladimir y Julia abandonaron el pasillo para ir a hablar con los médicos, Angy se acercó un poco más a la habitación en la que su hermana intentaba recuperarse. La tensión se le disparaba solo de pensarlo. Estaba allí, justo al otro lado, pero tan insípida y transparente que no quería aceptarlo.
Dorian salió de la habitación minutos después, con el ceño fruncido pero con la mandíbula relajada; era una rara combinación. Se le acercó poco a poco, tratando de determinar lo que le estaría pasando por la cabeza.
—¿Cómo está?
La pregunta de Angy le dio de lleno. Se apoyó sobre la pared y resopló.
—Sigue igual. Su estado no ha cambiado, pero al menos ya no es crítico. —Se pasó una mano por la barbilla—. Lo está intentando con todas sus fuerzas.
—No, Dorian. Es su cuerpo quien está intentando recuperarse. —Bajó la cabeza, avergonzada—. Ella quería… irse.
Él no lo pensó dos veces y la estrechó levemente entre sus brazos, intentando una vez más consolarla.
—Deberías entrar —dijo él.
Angy se le quedó mirando con frustración.
—No puedes pedirme eso. Es demasiado. Me cuesta una barbaridad permanecer aquí sabiendo que ella ocupa esa habitación… —Cerró los ojos—. No quiero ni imaginarme lo que sentiría viéndola en una cama que no es la suya, tan pálida y tan quieta que…
Dorian levantó la mano para pedir silencio.
—Está bien, no tienes que hacerlo si no quieres, pero intenta tranquilizarte.
—Te he oído decir lo mismo tantas veces que ya me resulta imposible hacerlo. Y tú… —Le observó las heridas de la cara—. Te has llevado la peor parte. Mi padre no debería haberte tocado.
—No tiene importancia. Me pongo en su lugar y yo habría hecho exactamente lo mismo.
Guardaron silencio durante unos segundos porque un médico pasó justo a su lado, atravesando el pasillo.
—¿Sabes? —suspiró Angy, perdiéndose en sus recuerdos—, jamás les había visto de esa forma, tan asustados como para ser capaces de comportarse de una manera totalmente diferente a como son en realidad. Estaban indefensos, y se estaban volviendo locos porque lo único que querían era saber la verdad. Y nosotros no queríamos hablar...
—Lo siento —dijo de repente él—. Sé que no debería haberlo dicho de esa forma tan fría y directa, pero no se me ocurría una manera adecuada para anunciar una cosa así...
—No te disculpes por eso, Dorian. Lo que ocurre es que no hay ninguna manera decente para confesar un acto tan horrible. De no ser por ti, creo que las cosas hubieran acabado mucho peor. Es decir, si hubiera sido posible. —Dejó caer los hombros—. Ya lo viste, ni siquiera pude decirlo, las palabras literalmente se me quedaron en la garganta, siendo incapaz de decirles lo ocurrido...
Angy se acercó a una de las ventanas del pasillo; veía tanta vida en el mundo exterior que la simple comparación con el rumor perecedero que había en el hospital le provocaba un fuerte desatino emocional.
—Tengo tanto miedo...
—No debes tenerlo. —Suavizó la mirada—. Estoy contigo.
Ella siguió dándole la espalda.
—A veces siento que no es suficiente. —Giró sobre sus talones—. ¿Te das cuenta de la magnitud de todo esto? ¿Puedes hacerte una idea de lo que hemos destruido?
Dorian ni siquiera parpadeó para responder.
—Pienso en la parte negativa, pero procuro centrar todas mis energías en lo bueno, porque lo creas o no, existe.
—Pues ayúdame a encontrarlo porque hace mucho que me he perdido.
Él tembló ligeramente, con esa nueva mirada adquirida a base de indecisión, duda, tensión e inseguridad referido a lo que ella podía sentir.
—¿De verdad crees que no ha merecido la pena arriesgarnos?
—Sí, pero, ¿a qué precio? Ha sido demasiado. Es como haber querido jugar a ser Dios. Y no ha salido nada bien. Lo sabes.
—Más bien ha salido totalmente diferente a como esperabas.
—¿Acaso tú esperabas que esto terminara de semejante manera?
—Por supuesto que no, pero había riesgos, y los dos los asumimos porque no podemos estar el uno sin el otro.
—Te quiero, Dorian. —Bajó tanto la voz que apenas se percibió un susurro—. Sabes todo lo que siento por ti, pero a veces no puedo evitar preguntarme qué hubiera pasado si aquella maldita noche hubiera cogido un avión en lugar de quedarme contigo.
Ahora fue él quien se aproximó a la ventana.
—No hubiera cambiado absolutamente nada porque ambos sabemos lo que ocurre cuando dos personas están tan conectadas entre sí que es imposible separarlas a pesar de la distancia. —La miró con ojos tristes pero a la vez enamorados—. Eso es lo que somos, y no pienso cambiarlo. Porque todo lo que soy, es por ti. Soy todo lo que ves porque tú eres como eres.
Angy hubiera querido responderle pero algo, o más bien alguien, se lo impidió. Su madre se acercaba a ellos a una velocidad lánguida, con pasos de una lentitud vigorosa, arrastrando los pies como un alma en pena, con los grilletes bien sujetos y una cara tan larga y desprovista de matiz que era la misma personificación de la muerte, siendo portadora de malas noticias.
Dorian se alejó unos pocos centímetros de Angy y ella se lo agradeció mentalmente.
—Dorian… —La voz de aquella pobre mujer apenas le salía del cuerpo—. ¿Cómo estás?
—Mejor. No se preocupe.
—No sabes cuánto lo siento. Mi marido se ha pasado de la raya… —Mantenía las manos enredadas, entrelazadas y nerviosas—. Espero que puedas perdonarle.
—No hay nada que perdonar, Julia. Está olvidado.
—Aun así... No ha debido hacerlo. —Se pasó una de las manos cerca de los ojos llorosos—. Angy —murmuró, dirigiéndose hacia ella—, ¿y tú cómo estás?
Era la pregunta más obvia pero a la vez la más difícil de responder. No tenía término medio.
—A decir verdad no lo sé —dijo con un hilo de voz—. No puedo creer que estemos aquí.
—Lo que yo no puedo entender es por qué mi pequeña se ha hecho daño deliberadamente —murmuró, más para sí misma que para los demás—. No puedo imaginar...
Como si hubieran conectado mentalmente, Dorian y Angy se miraron justo en ese preciso momento, alargando la agonía y escondiendo durante un poco más de tiempo la verdadera explicación.
Tras secarse las lágrimas, Julia volvió a hablar, sin quitarle los ojos de encima a su hija mayor.
—¿Podemos hablar un momento? Es muy importante.
Como si lo hubiera estado temiendo, la joven mujer de ojos verdes dio inconscientemente un paso atrás, intentando protegerse de algo que de todas formas ya la estaba matando.
—Mamá, ahora no es un buen momento...
—Por favor, cielo —insistió amablemente—. Sabes que no te lo pediría si no fuera importante.
Sintiendo como si el mismo techo se le hubiera caído encima, Angy no tuvo más remedio que aceptar. No podía huir.
—Está bien, pero dame un minuto.
—De acuerdo —corroboró Julia—, te esperaré en la sala del fondo.
El silencio les embrujó como si pudieran oírse los pensamientos, como si Angy hablara involuntariamente.
—Por favor, no me dejes sola con ella —imploró—. Te lo suplico…
Dorian le dio un rápido beso en la frente, colocándole una mano sobre el hombro derecho.
—No es a mí a quien busca. Necesita hablar contigo, Angy. Sólo eso. Mantén la calma, todo irá bien.
—No puedo, no estoy preparada… —Le rogó con la mirada—. Acompáñame, ven conmigo.
—No puedo hacer eso.
—Pero le has visto la cara, está claro que sospecha algo...
Él no se inmutó.
—No lo creo, pero de todas formas es algo que no podemos impedir. —Tomó una bocanada de aire—. Vamos, ve. Te estaré esperando, no me moveré de aquí.
—Eso no es lo que me preocupa —murmuró ella—. Lo que me aterra es que después de hablar con mi madre sienta la necesidad urgente de salir corriendo.
—Sé que no lo harás. Recuerda por qué estás aquí.
—Créeme, aunque lo intentara con todas mis fuerzas, no podría olvidarlo. —Y salió del pasillo rumbo a la sala de espera.
Cuando llegó a la puerta, era como si hubiera caminado durante horas. El pulso se le movía frenético bajo la piel y los músculos, rogando oxígeno. La cabeza se movía por impulsos internos, percibiendo claramente el golpeteo de la sangre en las sienes y la garganta totalmente seca.
Se sintió algo más cómoda al saber que allí dentro no había nadie más que su madre, sentada en una de las sillas oscuras del fondo, sujetándose la misma compostura tan bien como podía. En una mesita cercana, había dos cafés, pero Angy no tenía ganas de beber nada.
—Ya estoy aquí —murmuró, como si su sola presencia no resultara ser suficiente.
—Siéntate a mi lado, Angy. —Le indicó con la mano que se acercara, mientras que con la otra le ofrecía uno de los cafés.
De mala gana obedeció, sentándose y dando un ligero sorbo a la bebida, pero de nuevo lo dejó en la mesa.
—Mamá, no te imaginas lo mucho que siento que estéis pasando por esto. —Se acordó de su padre—. ¿Dónde está papá?
Julia endureció el rostro.
—Necesitaba estar solo. Está muy arrepentido por lo que ha hecho, pero también es lógico. Está destrozado y lo ha pagado con Dorian. —Ahogó un suspiro lastimero—. He intentado por todos los medios que se calmara, pero no puede estar cerca de él. Está empeñado en echarle la culpa. Cree firmemente que él es el responsable de lo que le ha ocurrido a Nora.
El fuerte latigazo que recorrió la cintura de Angy fue tal, que creyó que se había partido en dos.
—Lo sé, pero eso no es...
Julia le acarició la mejilla a su hija, en un intento de acortar distancias.
—A decir verdad, yo también lo creía, pero lo que dijiste...
La respiración se volvía más inestable y difícil de soportar.
—¿Lo que dije? —Sabía que la táctica de hacerse la loca no resultaría eficaz con su madre, pero tenía que intentarlo.
—Dijiste que la culpa había sido tuya. ¿Por qué dijiste algo así? ¿Tratabas de defenderle?
—Sí...
—¿Por qué? Nunca te has mostrado demasiado cómoda en su presencia.
—Pero esto no tiene nada que ver. No podía quedarme cruzada de brazos mientras permitía que papá le destrozara. Porque Dorian no se iba a defender.
Su madre asintió.
—Si no iba a hacerlo, quizá tuviera un motivo —alegó—. Quizá se sentía responsable.
—Claro que se siente responsable, pero él no tiene la culpa. Ninguno de nosotros sabíamos lo que iba a pasar. —Tuvo que parar porque los ojos se le llenaron de grandes lágrimas. Había llorado tanto en las últimas horas que temía deshidratarse.
Se derrumbó sobre la silla y escondió la cara entre las manos, sollozando, siendo incapaz de actuar frente a su madre.
Julia le agarró las manos para que dejara su cara al descubierto. La besó en la frente y tomó sus siguientes palabras con cuidado y esmero.
—Cariño, tienes que ser sincera conmigo.
Era como pedirle que no respirara.
—No puedo.
—Por favor, tienes que decirme todo lo que sabes. Hay algo que no me estás contando, Angy. Te conozco, y sé que no te habrías interpuesto entre tu padre y Dorian si no hubieras tenido una buena razón para hacerlo. —Le apartó el pelo de la cara—. Cuéntamelo, cariño. ¿Qué ocurre?
—Es demasiado complicado.
—Sabes que podría entender cualquier cosa.
Angy se levantó de su asiento y le dio la espalda, temblando y tiritando inesperadamente de frío.
—No, mamá. No puedes. —La miró con terror, preocupación y una culpa aplastante—. No podrías entender todo lo que hay detrás...
—¿Lo que hay detrás?
Su hija ahogó un sollozo.
—Déjame intentarlo. —Le dedicó una mirada de ternura—. Dame una oportunidad para ayudarte a llevar esta carga. No tienes que hacerlo tú sola.
—De eso se trata. Es lo que tengo que hacer, porque si supieras que yo... —Se contuvo, incapaz de confesar—. No soy una buena persona.
Julia frunció el ceño.
—¿Por qué dices eso? Pues claro que lo eres.
—Te equivocas. No me conoces —aseguró—, no sabes de lo que soy capaz. Las cosas terribles que he hecho...
—Cariño, me estás asustando. ¿Qué intentas decirme?
—Mamá, yo... —Su subconsciente la mantenía a raya, pues sabía que si confesaba en aquel instante, sería el final—. Por mucho que te explicara, por mucho que me esforzara para que papá y tú lo entendierais, sería inútil. No lograrías entenderme, no podrías.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque si yo estuviera al otro lado, tampoco lo entendería.
Julia se levantó de su asiento y se acercó a su hija mayor. Le pasó una mano por la espalda para darle ánimos.
—No tengo ni idea de qué escondes, ni de lo que tratas de evitar, pero sea lo que sea, debes decirlo. No puedes encubrir a Dorian. Si ha hecho algo grave, no puedes protegerle. Tiene que pagar por lo que ha hecho.
—Es que no se trata sólo de él, mamá. ¿No lo entiendes? —Se llevó las manos a la cabeza—. Yo soy la pieza fundamental. Si no hubiera sido tan débil, esto no habría pasado. Hubiera podido impedirlo...
—¿Qué has hecho?
Angy la miró directamente, ojos verdes contra azules. Se parecían tanto a los de Nora...
—Yo soy la responsable. Por mi culpa, Nora está ahí, tumbada en una cama y tratando de sobreponerse. —Pegó un puñetazo en la pared—. Yo le he hecho esto.
—Pero ¿cómo? —La sujetó de los hombros—. ¿Por qué?
Angy se zafó de esos brazos que aprisionaban su cuerpo y se marchó rumbo a la puerta.
—Porque le he arrebatado su posesión más valiosa.


171


El tiempo le parecía demasiado cruel, innecesario y por ironías de la vida, una total y absoluta pérdida de tiempo en sí mismo. Ya no distinguía el transcurso de las horas, ni sabía a ciencia cierta si sería de día o de noche; permanecer allí encerrada no hacía más que nublarle los sentidos. Lo peor para su desanimada moral había sido hablar con su madre. Había permanecido ausente, tomando la decisión de permanecer callada una vez más, pero quizá habría levantado sospechas y dejado demasiadas pistas a la vista. De todas formas, si no acababa confesando ella misma, lo haría Nora. De una manera o de otra, la historia saldría a la luz. Es lo único que quedaba por saberse. Así de una vez por todas sus padres entenderían que la responsabilidad absoluta de lo acaecido sería suya.
Angy había permanecido apartada, aislada durante algunas horas, sin tomar contacto con sus padres, y tampoco con Dorian. Se había asegurado de ello, pues no quería ser encontrada. Ya no soportaba la idea de hablar constantemente del mismo tema, pero tampoco podía huir de él. Estaba literalmente dentro de ella. Había conseguido comer algo en la cafetería del hospital, y luego no hizo más que deambular por los pasillos, como un alma errante, arrepentida por sus actos pero sin remedio. Era tal la claustrofobia que la invadía, que tuvo que salir al aire libre al menos durante un rato, calmando la ansiedad con un poco de aire fresco. Todo iba bien, sobre todo porque su cuerpo se estaba recuperando, hasta que la paz de su silencio se quebró debido al gorjeo sonoro de su móvil. Posó los ojos en la pantalla y vio que era Dorian. No quería cogerlo, pero por otra parte, sabía que le necesitaba. Era su pilar de apoyo más importante e imprescindible.
—Hola —dijo levemente, con el móvil pegado a la oreja.
—Angy. —El suspiro al otro lado de la línea fue notable—. ¿Dónde estás? Te he estado buscando por todas partes pero no te encuentro. ¿Estás... bien?
—Sí. —Cerró los ojos—. Escucha, no te preocupes por mí. No me busques, porque no estoy en el hospital.
—¿Cómo? —La voz de Dorian se elevó—. ¿Dónde estás?
Sabía que no podía ocultarse de forma indefinida, además de que él no se merecía ese trato.
—Necesitaba tomar un poco el aire y he salido fuera. —Se mordió el labio—. Ya estoy mucho mejor.
—¿Has comido?
—Sí, no te preocupes.
Dorian carraspeó.
—Es inútil que me pidas eso. Sabes que no puedo controlarlo.
Las fuerzas le fallaban; se pasó una mano por la frente para tratar de despejarse.
—¿Has sabido algo más de Nora?
—No, todo sigue igual. —Tomó aire—. Escucha, Angy...
Como sabía lo que iba a decirle, Angy optó por interrumpirle.
—¿Y mis padres? ¿Has hablado con ellos?
—Julia ha vuelto a pedirme perdón otra vez, pero tu padre... —Alargó la frase todo lo que pudo—. Bueno, digamos sencillamente que no quiere ni verme.
—Lo siento mucho, Dorian. Yo te he metido en este lío...
—Te aseguro que hace falta algo más que unos golpes para hacerme cambiar de idea.
Eso al menos la alivió por un momento. En momentos así descubría lo fuerte que ese hombre podía ser.
—Voy a colgar —anunció, no demasiado convencida—. Cuando me encuentre preparada, te llamaré.
—No me hagas eso, Angy. Necesito estar cerca de ti, asegurarme de que te recuperas... —Soltó un sonoro suspiro—. ¿Dónde estás exactamente?
Acabó por confesarlo de manera involuntaria.
—En la entrada del hospital... —Se mordió el labio, indecisa—. Por favor, no vengas —rogó—. Necesito estar sola.
—No, lo que necesitas es otra cosa. Debes desahogarte. Llevas horas por ahí tú sola. No es bueno para ti. Y por si no te has dado cuenta, no has mencionado en ningún momento la conversación con tu madre.
Un escalofrío le recorrió la cara.
—No quiero hablar de eso.
—Precisamente —insistió—. Sé que no te ha sentado nada bien, que has salido huyendo tal y como temías. Pero no huyas de mí.
—No lo hago.
—Sí lo haces, al menos inconscientemente. —Estaba tan preocupado por ella que la voz le temblaba—. Por favor, espérame ahí.
—Pero...
—Por favor —susurró una vez más.
Angy dejó caer los hombros y agachó la cabeza.
—De acuerdo, te esperaré aquí.


El corazón le bombeó más fuerte cuando creyó percibir a lo lejos la figura alta y portentosa de Dorian, atravesando las puertas acristaladas de la entrada. Habían pasado nada más que unas pocas sin verle, pero era suficiente para alegrarse. Se le secó la garganta, pensando en lo egoísta que era; su hermana trataba de estabilizarse y ella en cambio no dejaba de sentirse enamorada de él.
Iba a decirle algo que tenía en mente pero no pudo; su cerebro se quedó en blanco y en silencio cuando todo su cuerpo se elevó sin esfuerzo debido al abrazo que Dorian le dio, estrechándola contra su pecho, acunándola y calmándola como sólo él podía hacer.
—Nos pueden ver...
—Me da igual —susurró en su oído, sin soltarla—. Necesito saber que estás bien.
Le respondió al final con la misma intensidad. Respiraba su aroma, su palpitación nerviosa debajo de la camisera. Se moría por él, a pesar de todo lo ocurrido, nada cambiaría eso.
—Ahora sí. —Le dio un beso en la mejilla—. Gracias.
Dorian esbozó una sonrisa inesperada pero magnética al mismo tiempo que la posaba de nuevo en el suelo.
—No, gracias a ti por dejar que te encontrara.
Tras un momento de embelesamiento mutuo, como uno de tantos, decidieron que lo mejor era volver al interior del hospital. Había un gran número de personas por todas partes, inundando pasillos, ascensores y escaleras.
—Mi madre sabe que le oculto algo.
Dorian la miró con atención.
—No has podido decírselo, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Sería como arrancarme el corazón y entregárselo en una bandeja de plata. —Se tocó la garganta como si se asfixiara—. Sé que esto acabará conmigo, pero aún así, soy incapaz de decirlo. No se enterarán por mí.
—Tampoco lo harán por mi parte.
Angy bajó los ojos al suelo.
—Pues eso es precisamente lo peor que puede ocurrir. ¿Te das cuenta? Estamos cometiendo el mismo error por segunda vez. En lugar de asumir lo que hay, tratamos de escondernos. Permitimos que Nora se enterara de la manera más injusta, y ahora mis padres pasarán por lo mismo.
Dorian le acarició la mejilla.
—Sólo tendrías que decírmelo —murmuró—. Podría hacerlo yo. Creo que sería lo más conveniente.
—No, desde luego que no lo sería. Es mi deber; se supone que debería ser yo la que lo confesara todo, pero me es imposible.
—Deja que te ayude.
—Ya lo estás haciendo, pero si te pidiera que hicieras eso, sería demasiado.
—Yo no lo veo de esa manera.
—Pero yo sí —insistió—. No puedo explicártelo, pero de la forma en que yo lo veo, no hay otra alternativa.
Dorian la besó en la frente, asintiendo.
Caminaron un par de minutos en silencio pero la atmósfera relativamente despejada desapareció: el móvil de Angy sonaba de nuevo, y esta vez estaba claro quién podría ser.
Dorian se inclinó sobre ella.
—¿Quién es?
—Mi madre —anunció Angy, con presión en el pecho—. Seguramente querrá saber dónde estoy. He desaparecido justo después de hablar con ella.
Dorian frunció el ceño, pensativo.
—Quizá deberías contestar, o ir a verla para que sepa que estás bien.
—No sería una buena idea, créeme. Está tratando de encontrarme para retomar la conversación justo donde la hemos dejado. —Sacudió la cabeza—. No quiero pasar por eso. Otra vez no.
—¿Y qué propones que hagamos?
La verdad es que no lo sabía, pero cualquier cosa era mejor que eso.
—Quedémonos aquí —propuso—. Es mejor que crea que nos hemos ido para que nos dé un poco de tiempo y así desista. Es igual que Nora. —Apretó los labios—. Cuando sospecha algo...
—Lo sé —apuntó Dorian—. De eso he podido darme cuenta.
Las paredes blancas parecían no tener fin. Se alargaban hasta el extremo del fondo para luego desaparecer por los laterales. Un laberinto aséptico y acromático. Por desgracia, precisamente esos muros idénticos entre sí se habían convertido en su refugio; eran dos personas huyendo de su destino, del cual, desgraciadamente para ellos, no se podía escapar.
Las tripas le sonaban descaradamente cada poco tiempo, pero Angy lo ignoraba por completo, aunque la cara de desaprobación de Dorian lo decía todo.
—Tienes que comer un poco más. Te estás quedando sin fuerzas.
—Estoy bien, de verdad. No tengo hambre.
—Pues si no quieres comer, tendrás que dormir. —Le levantó la barbilla—. ¿Hace cuánto que no duermes?
Angy tragó saliva.
—Yo podría hacerte la misma pregunta.
—Yo estoy bien, Angy.
—Pues no es lo que yo veo. —Le pasó un dedo cerca de los arañazos de la cara que iban dejando de ser tan visibles.
—Ambos sabemos que no podemos continuar indefinidamente así. Tienes que descansar. Necesitas dormir. —Le pasó una mano por la frente—. Vete a casa.
Angy se apartó de él, de su contacto.
—¿A casa? —El simple hecho de pronunciar esas palabras hería su interior—. Ya no tengo casa; no tengo hogar.
—No digas eso, sabes que no es verdad.
—¿Y qué lo es, Dorian? —Se alborotó el pelo con las manos, tirando de él hacia atrás, desesperada.
—Estás asustada y lo comprendo, pero debes entender que si no haces un esfuerzo por mantenerte sana, esto acabará matándote. Tienes que recuperarte, ahorrar energías...
—Y mientras yo lo haga, ¿qué le espera a Nora? —lanzó—. Ni siquiera sé si ha vuelto a abrir los ojos; no sé nada.
—Pues en algún momento tendrás que saberlo. Tienes que concienciarte para ser capaz de decirle lo que pretendes, a no ser que hayas cambiado de opinión...
—No, claro que no. Estoy decidida a contarle la verdad, aunque sinceramente no tengo ni idea de cómo demonios voy a hacerlo.
Dorian colocó su mano sobre la de ella.
—Podríamos hacerlo juntos.
—Eso sería demasiado, como demostrarle que no nos importa. Tiene que verme a mí. Soy su hermana, tienes que entenderlo.
—Ya lo hago, pero intento ofrecerte otras posibilidades.
—No quiero otras; tiene que ser así.
Dieron por acabada la conversación; estaban mentalmente agotados y físicamente sus respectivos aspectos no eran precisamente mejores. Se sentaron en dos de las sillas que conformaban una larga hilera pegada a una de las paredes. Apenas pasaba gente por allí, lo que era una suerte.
—¿Cómo crees que acabará todo esto?
Él se la quedó mirando, concentrado en las palabras que saldrían de su boca justo después de pensarlo bien.
—Acabará tal y como debe: tú y yo juntos. No será precisamente un final fácil, pero será feliz.
Esa respuesta no le agradó demasiado, una idea demasiado bucólica para ser cierta.
—Hablo en serio, Dorian.
—Y yo también.
Los ojos verdes le brillaban; no recordaba lo frágil que podía convertirse en cuestión de segundos; ya ni su máscara teatral podía ayudarla a salir del atolladero.
—No voy a ser capaz de superar esto, lo sé. —Dobló la espada hacia delante, con las manos sobre las rodillas—. No sé en qué diablos pensaba cuando me permití creer que esto podría salir bien. Alguien iba a sufrir irremediablemente; que fuera Nora o nosotros, era lo que menos importaba. El dolor está presente.
—Si no existiera el dolor, las decisiones serían tan fáciles de tomar como el simple hecho de respirar. Esto conlleva repercusiones, pero también profundos cambios y ajustes en nuestras vidas. Puede que haya dolor y sufrimiento, pero sé que también hay algo más; de la misma manera que hay castigo, también hay recompensa. —Bajó la voz—. Yo tengo la mía cada vez que te siento cerca.
Angy sintió un fugaz sentimiento de eterna gratitud hacia él, pero de repente también se dio cuenta de que ocurría algo más; una sensación extraña dentro de su cuerpo, como si su sistema estuviera a punto de revolverse contra sí mismo y expulsar algo que no debía estar allí.
Dorian lo percibió enseguida.
—¿Qué ocurre? —quiso saber—. ¿Te encuentras bien?
Angy negó con la cabeza al mismo tiempo que se doblaba exageradamente hacia delante, colocando las manos sobre las rodillas y respirando a intervalos forzados. Estaba pálida.
—No. —Sentía nublarse la vista—. Estoy mareada, tengo el estómago revuelto.
—Voy a llamar a una enfermera —anunció, levantándose rápidamente.
Angy alzó el brazo para detenerle.
—No —balbuceó—. Estoy bien.
—¿Cómo vas a estar bien?
La sensación de malestar iba en aumento. Era muy desagradable, y tenía que hacer algo.
—Angy, háblame.
Aunque hubiera querido, no habría podido hacerlo. Ya no podía pensar en hablar, ni en quedarse allí, lo tenía claro. Se levantó a la velocidad del rayo y con grandes zancadas tomó distancia.
—Espera, ¿adónde vas?
Angy no contestó, no pudo hacerlo. Salió corriendo de allí en busca de un servicio. Ya sabía lo que le ocurría. Tenía nauseas, repentinas pero constantes. Corrió todo lo que pudo, girando sobre las esquinas a toda velocidad. La quemazón en la garganta era asquerosa, pero no podía vomitar en mitad del pasillo, así que se concentró en aguantar.
Con un poco de suerte, logró encontrar la puerta del baño de mujeres y no se lo pensó dos veces; entró como una exhalación y se coló en uno de los cubículos, lanzándose sobre la taza del váter y derramando con fuerza el vómito de su interior. Lo dejó salir, así sin más, sin que apenas tuviera que hacer esfuerzo. El líquido era repulsivo, viscoso, con mal olor. Cuando terminó, tiró de la cadena y se sentó sobre el suelo. Estaba muy mareada, con el cuerpo frío y una mala sensación general por todo el cuerpo; no tenía ni idea de que estar embarazada supusiera tantas molestias que llegaban sin avisar.
Se quedó en silencio, muy quieta, dándose cuenta que en ese momento estaba allí sola; respiró algo aliviada.
—¿Angy?
Se tensó cuando escuchó su nombre en mitad del silencio. Dorian acababa de entrar en el servicio, intentando encontrarla.
—Márchate.
Hubiera querido ser escuchada, obedecida, pero de nada sirvió su petición excepto para que la puerta que la ocultaba se abriera lentamente.
—Angy... —Dorian se acercó, poniéndose a su lado.
—Vete, no quiero que me veas así.
Dorian se arrodilló a su lado.
—Eh, no pasa nada. Tranquila.
Angy ladeó la cabeza para que no la viese.
—Por favor, sal de aquí. —Se sentía ridícula, inexplicablemente avergonzada por lo ocurrido—. Me sentiré mejor si te vas.
—De acuerdo, te esperaré fuera.
Otra vez volvía a estar sola. Con esfuerzo, logró ponerse de pie y fue a los lavabos. Abrió uno de los grifos y se mojó las manos, pasándose los dedos por el cuelo, las mejillas y la frente. El frescor la inundaba poco a poco. También se llevó agua a la boca y tras enjuagarse la cavidad oral, escupió el agua con alivio. Cerró los ojos y al abrirlos, se topó con su persona al otro lado del espejo. Había tantas cosas en ella que habían cambiado, que definitivamente era otra persona; no sabía si mejor o peor, pero tampoco tenía intención de averiguarlo porque en su fuero interno temía encontrar la respuesta equivocada.
Salió de nuevo al pasillo y observó a Dorian a un par de metros, observándola con cautela, como si tuviera miedo de que fuera a hacerse pedazos de un momento a otro.
—Sólo eran nauseas...
Dorian se adelantó.
—Eh, mírame. —La atrajo hacia él y le colocó dulcemente una mano sobre el vientre—. ¿Estáis bien?
Esa pregunta le llegó al alma. Se dio cuenta de que no sólo se refería a ella, también al bebé, su pequeño e indefenso bebé, ese ser intransferible de los dos.
—Sí. —Colocó su mano sobre la de Dorian.
—Mucho mejor. Vamos, tienes que sentarte.
Angy ladeó la cabeza.
—Preferiría andar un poco, si no te importa.
—Claro.
En silencio, con pies de plomo, dieron un largo paseo por todo el laberinto de pasillos. A veces se cruzaban con pacientes, familiares de éstos, o enfermeros; otras en cambio, no había nadie más.
Angy le miraba en silencio, tratando de pasar inadvertida. Rompía en canal al pensar en todo lo que había sido capaz de hacer por él. También sabía que lo volvería a hacer si fuera necesario, pero el arrepentimiento volvía a ella cada vez que deseaba que las cosas hubieran salido de otro modo, de otra forma en la que el daño colateral no hubiera sido tan inmenso.
—Eh, ¿me estás escuchando? —La voz de Dorian le hizo sacudir la cabeza.
—¿Qué?
Él sonrió de medio lado.
—No me escuchabas, ¿verdad?
—Sí… —Se mordió el labio—. No, la verdad es que no. Tengo la cabeza en otra parte.
—No importa.
Se sintió como una niña pequeña al ser regañada por su padre.
—Lo siento.
—De verdad, no tiene importancia. Es buena idea evadirse.
Ella le dio toda la razón.
—Sí, pero ojalá fuera de manera permanente…
Dorian se volvió completamente hacia ella y le cogió los dedos, besándole los nudillos.
—Esto no va a ser para siempre —prometió—. Tarde o temprano pasará.
—Y hasta que eso llegue, ¿qué haremos?
—Resistir. Somos unos auténticos supervivientes.
Angy sintió crecer su nudo emocional de remordimientos.
—No lo digas de esa manera —reprochó—. Haces que parezca que nosotros somos los buenos.
—En esta historia no hay ni malos ni buenos, tan solo víctimas.
—Sí, y Nora lo es…
—También nosotros, Angy. También lo somos. No ha sido fácil.
—Pudimos haberlo evitado, y eso nos convierte en verdugos.
Dorian resopló, seguramente cansado de discutir siempre desde la misma perspectiva, intentando que ella comprendiera su punto de vista.
—¿Crees que el hecho de permanecer callados, tú tan lejos y yo al lado de Nora, nos hubiera hecho mejores personas? Yo creo que no. Habríamos continuado con la mentira.
—Pero al menos ella no sufriría… Tampoco mis padres.
—¿Cuándo dejarás de pensar únicamente en los demás? —Miró hacia el techo—. Tú también importas.
—Pero no más.
—Tampoco menos que el resto.
Se tomaron un descanso antes que permitir seguir con esa conversación. Siguieron andando, poco a poco, con un ritmo lento, casi agónico, hasta que los pies de Angy, o seguramente su cabeza, dijo basta. Se quedó parada, tratando de respirar con naturalidad, reprimiendo el estruendo inminente por su llanto, mientras observaba a Dorian seguir caminando, sin haberse dado cuenta de que ella se había rezagado.
Se tapó la boca con las manos, pero el sollozo triste salió antes de tiempo, antes de que pudiera impedirlo. Las lágrimas mojaron sus mejillas y de nuevo la visión se emborronaba.
—Angy… —Esta vez Dorian se había dado la vuelta, pero les separaban al menos tres o cuatro metros; sospechaba algo—. ¿Por qué te has parado?
Intentó contestar.
—Porque...
—Dímelo.
Sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies.
—Ya no puedo más.
Era una señal, como si hubiera alcanzado el punto máximo de ebullición.
—¿A qué te refieres? —Se acercó con cautela, vigilando sus pasos, manteniendo en todo momento el contacto visual.
—No puedo más —repitió—. No puedo vivir con esto, sencillamente no puedo. Es insoportable. La culpa me quema; no puedo respirar sin sentir que no lo merezco. No merezco estar bien, de una sola pieza, mientras otra persona de mi propia familia está tan mal… —Se cubrió la cara—. No es justo, no es justo para ella…
Al cabo de dos segundos, tal vez tres, se sintió de nuevo rodeada por él, por sus fuertes y a la vez delicados brazos, acunándola, haciéndola sentir todavía más responsable… Dorian era el catalizador, el origen de todo lo que había hecho, de todo lo que nunca debería haber hecho…
—No te rindas…
Angy le acarició las mejillas, llorando, con la boca seca y ligeramente abierta, dejando escapar gruñidos de impotencia. Estaba más que deshecha.
—Cada vez que te miro no puedo evitar recordar lo cobarde que fui al abandonarte.
Su rostro tan masculino se ensombreció.
—¿A qué viene eso?
Angy se sentía incapaz de controlar esa oleada repentina de evocación de tormentos pasados.
—Es lo que ocurrió. Te dejé, te dejé por el teatro y nunca fui capaz de volver a buscarte.
—Eso ya no tiene importancia.
Ella no le escuchaba, y seguía hablando.
—Si hubiera sido valiente, si hubiera luchado por lo que teníamos ahora no estaríamos aquí, esto no habría pasado...
Dorian sujetó sus quebradizos hombros.
—No puedes vivir en el pasado; no puedes anclarte en él. Tienes que avanzar, Angy. Retroceder y hundirte en los errores no te hará ningún bien.
—El problema es que siempre hay errores. Siempre los habrá mientras yo esté presente.
—Deja de hacerte daño. No puedes echarte toda la culpa. Yo también formo parte de esto. ¿Por qué no lo haces de una vez? —Elevó la voz—. ¿Por qué no me echas la culpa a mí?
Angy se quedó sin aliento.
—Porque tú no has destrozado un matrimonio. No has sido tú quien se ha metido de por medio y lo ha roto.
—No me refiero a eso. Tú no lo habrías hecho de no ser por mí, por mi continua obsesión por volver a recuperarte. —Soltó el aire, con los ojos llenos de dolor—. Si no hubiera insistido, si hubiera tenido agallas para dejarte ir, no le habríamos partido el corazón a tu hermana. Soy igual o más culpable que tú.
—No, Dorian. ¿No te das cuenta? —Le abrazó, susurrándole al oído—. Esto comenzó hace algo más de dos años, cuando decidí abandonarte a tu suerte y creer que podría con ello. Me arrepentí un millón de veces y aun así continué con el teatro. Le di prioridad a mi trabajo en lugar de darte el lugar que te correspondía. Me mentí a mí misma creyendo que sería tarde, que mi tiempo ya habría pasado, pero cuando volví a verte, cuando entraste otra vez en mi vida de forma tan inesperada me di cuenta que lo nuestro no había acabado; que lo que sentía por ti no murió cuando me marché. Había estado ahí, paciente, esperando un milagro y al final sucedió. —Apretó los puños en el pecho de él, sin llegar a golpearle—. Todo hubiera sido perfecto si no hubieras vuelto de la mano de nadie, o incluso si la otra mujer no hubiera sido Nora, pero después de tratar de apartarme, viendo cómo te trataba, te tocaba o simplemente te hablaba, me hizo darme cuenta de que yo quería ser ella, de que tenía que volver a ocupar mi lugar. Pero no debería, porque me salté todas las reglas. Fui la persona más egoísta de todas y reclamé lo que en su momento fue mío, sin querer aceptar el hecho de que mi tren ya pasó…
Dorian le dio un beso en la mejilla, rodeando su cintura con sus largos brazos.
—No me arrepiento de lo que ha pasado.
—Pero yo sí... —Apretó los párpados sobre sus ojos—. No debería haber sido así. No tenía derecho a meterme nuevamente en tu vida porque fui yo la que decidió salir de ella. He matado a mi propia hermana, le he arrancado todo lo que tenía sentido en su día a día.
Como ambos ya no sabían continuar, se quedaron abrazados mucho tiempo, tal vez más del adecuado, pero resultaba ser reconfortante, la medicina para sus cuerpos, el alivio para sus mentes. El mero contacto les hacía más vulnerables pero también más resistentes, un loco acertijo que sólo podían resolver si permanecían juntos el tiempo suficiente como para averiguar adónde les llevaría.
Al cabo de una eternidad, camuflado bajo la brevedad de un suspiro, Angy le dedicó toda su atención, toda su flaqueza y gratitud. Todo lo que era ella, se lo daba.
—Lo he intentando con todas mis fuerzas, pero ahora sé que no puedo hacerlo yo sola. —Le contempló embelesada, sabiendo que dependía totalmente de ese hombre maravilloso—. No tiene ningún sentido que te lo pida, pero no puedes dejarme, Dorian. Ahora no.
—No pienso hacerlo. —La besó peligrosamente en la comisura derecha—. Nunca.
Prácticamente no recordaba cuándo había sido la última vez que le había besado, pero presentía irremediablemente que aquella sería la siguiente. No podía controlarlo; le quería, le adoraba, le tenía frente a frente, a un palmo de distancia, sabiendo que la protegería de todo lo malo… Tenía presente que estaba mal, que el hecho de besarle sería como volver a abrir la herida en el pecho de Nora que ni siquiera habría llegado a cicatrizar, pero era humana, de carne y hueso, y sentía que no podía demorarlo durante más tiempo. Le necesitaba por completo, cada parte de él, cada parte de su voz, de su tacto y de su cuerpo la llamaban.
—Si he sido capaz de hacer todo esto es porque te quiero. —Le devolvió el beso en la comisura de su boca—. Eres el hombre de mi vida, de mis sueños. Todo a la vez. No tengo ni idea de cuánto ha podido quererte Nora, pero te garantizo que lo que yo siento no puede compararse con… nada.
Se acabó, fue suficiente, la agonía no se hizo derogar más. El gesto más inapropiado pero sincero acabó por hacerse presente, materializarse y unirles del todo. Se besaron; se besaron en silencio, pero con un amor que lo decía todo, con ganas, con pasión, con dulzura, con añoranza… No había cabida para nada más. No había nadie más en sus corazones salvo las representaciones más fidedignas de uno y de otro, recordándose lo dependientes que eran de ese sentimiento que no se apagaría nunca, pasara lo que pasase.
El tiempo real pareció pararse, o al menos volverse progresivamente más lento mientras ellos seguían juntos, sintiendo sus mutuas y entrecortadas respiraciones. Eso al menos parecía perfecto, un diminuto y escaso intervalo de tiempo sacado del mismo paraíso, pero no fue así. Algo se rompió desde ese instante, incapaz de volver a subsanarse, incapaz de suturar la tremenda herida que acababa de crearse. Ese minúsculo principio de cuento de hadas se vino literalmente abajo con el inesperado ruido que se produjo cerca de ellos, como si algo metálico hubiera impactado contra el suelo. Inmediatamente se separaron y pudieron comprobar con horror —especialmente Angy— de qué se trataba; más bien, de quién. Temblorosos, exhaustos y totalmente cegados por la sorpresa, observaron con pavor a la figura femenina que les devolvía la mirada con reticencia, frustración, perplejidad, incertidumbre, acongojo y locura. No se trataba de ninguna desconocida; tampoco podía ser Nora, claro. Pero la conocían. Por supuesto que la conocían. Contemplaron atónitos el rostro desencajado y bruscamente magullado de Julia, la madre de Angy. El ruido lo había provocado ella, al dejar caer al suelo la bandeja de metal llena de comida que llevaba en las manos justo antes de encontrarles allí, haciendo algo que se suponía que no estaba permitido.
—Oh, Dios mío…
Angy no pudo sentirse más destrozada y apartada del género humano. Lo había vuelto a hacer; había logrado destrozar un corazón por segunda vez, y no era el suyo. No entendía lo que sus ojos estaban viendo, no lo podía creer. ¿Es que ya no podía hacer otra cosa que destrozar del todo lo poco que quedaba de su núcleo familiar?
—¿Qué estáis haciendo? —La voz de Julia apenas fue un murmuro silenciado por el eco de su miedo. Tenía los ojos abiertos de par en par, con las manos temblando y el resto del cuerpo convertido en un trozo de hielo. Se había quedado pálida, del mismo color que el de las paredes, y sus ojos ya no desprendían ni chispa de intensidad, se habían quedado ausentes, en coma…
Dorian se separó de Angy todavía más para tratar de evitar el hecho innegable de que había besado a su cuñada, mientras que su mujer seguía inconsciente.
—Julia, espere. Tenemos que explicarle esto. —Trató de sonar calmado—. No es lo que cree…
Ella dio un paso adelante, con la boca abierta.
—¿Que no es lo que creo? —Le apuntó con el dedo—. ¿Crees que no sé lo que he visto?
Angy se dejó caer contra una de las paredes, abatida, como si hubiera recibido el impacto de una bala, cosa que su madre aprovechó para dirigirse a ella, incapaz de concebir todavía lo que acababa de presenciar.
—¿Qué has hecho, Angy? —Su voz sonó a reproche, pero también a incomprensión; mucha incomprensión y desconsuelo—. ¿Qué diablos pasa aquí?
En ese momento excedió su límite. El cuerpo le pedía huir una vez más, y estaba dispuesta a obedecerle. Soltó un gemido agonizante por la culpa y echó a correr en dirección opuesta, dándoles la espalda a ambos. La visión se le emborronó enseguida, con denso lagrimones inundando toda su cara. Apenas veía lo que tenía a un par de metros, lo que provocó que chocara contra varias personas antes de conseguir encontrar la salida.
No llegó demasiado lejos, ya que al poco de respirar el aire del exterior, alguien tiró de ella hacia atrás, intentando que no llegara a desaparecer. Se dio la vuelta y comprobó que era Dorian, con el rostro perturbado, insano y compungido.
—Espera, por favor…
Le ignoró por completo, moviéndose frenéticamente como si fuera un animal enjaulado.
—¡Eh, Angy! Vamos, vamos… —Le agarró de las muñecas, intentando en vano calmarla—. Cálmate. No huyas.
—¡Suéltame! —chilló—. Por el amor de Dios, ¡nos ha visto! —Sólo al pronunciarlo se le ponía la carne de gallina—. ¡Se acabó! ¡Lo han descubierto!
—Para, para… No sigas, deja de moverte, vas a hacerte daño.
—¡Suéltame, Dorian!
Él no cedía, intentando doblegar a un potro desbocado.
—No hasta que te calmes.
La furia en ella se incrementaba a la velocidad del rayo. Por ese instante, se permitió odiarlo. Le miraba como si eso fuera a servir para proyectar toda su furia.
—¡No sabes lo que hemos hecho!
—Sí que lo sé. —La vena del cuello se le marcaba, al igual que su fruncido ceño—. ¿Crees que para mí ha sido fácil? ¿De verdad crees que no sé lo que va a pasar ahora? —Torció la cabeza—. Pero tarde o temprano tenían que enterarse.
Angy no daba crédito a su despreocupación.
—¿Es que te has vuelto loco? —bramó—. ¿Sabes lo que estás diciendo? ¡Lo hemos complicado todo aún más!
—Te equivocas, esto no cambia nada. —Cedió un poco en la presión que ejercía sobre las muñecas de ella—. Seguimos en la misma posición.
Angy ya no quería escucharle. Quería desaparecer. No podía tolerar el hecho de que lo único que quedaba en secreto hubiera sido revelado en un descuido. Se odiaba a sí misma, por haberse dejado llevar por un momento de sentimentalismo que había acabado por ser nefasto, fatídico e irremediablemente trascendental.
—¡Déjame!
—¡No!
—¡He dicho que me sueltes!
Como única opción, Angy acabó por darle una fuerte bofetada en la mejilla para conseguir que la soltara. Lo consiguió, y al segundo después observó a Dorian, cuya parte derecha de la cara comenzó a ponerse roja.
—Lo siento —dijo al instante, arrepentida—. Yo… Lo siento mucho.
Dorian seguramente iba a responderle pero no pudo hacerlo, ya que Angy salió corriendo tan rápido como pudo, como si huyera de la misma muerte.


172


Era como haber cavado su tumba… otra vez. Ya no le quedaba nada entre las manos. Con la esperanza vacía, la mente desequilibrada y el estado de ánimo a la altura del suelo, Angy había sucumbido a la debilidad. Su cuerpo se había corrompido del todo, ya que había sido la propia esclava de su cabeza, o tal vez de su corazón; quién sabe si de ambos a la vez. No podía dormir, no podía comer, y mucho menos descansar en paz. Se veía sola, terriblemente sola; Dorian no podría nunca llenar ese vacío inexorable que se acababa de originar al saber que lo poco que quedaba de estabilidad y cordura, de sentido común, se había desbaratado en unos pocos segundos. Saber que un simple beso había sido el detonante le hervía la sangre. Un descuidado beso se había convertido en el peor de los enemigos.
Pasó dos días total y absolutamente incomunicada con el resto del mundo. No quería saber nada; no podía. Tener presente en todo momento toda la cantidad infinita del daño causado de forma casi deliberada era humillante. No le quedaban principios, y si lo tenía, desde luego se había esforzado mucho por no dejarlos salir a flote, generando a su vez un torrente incontrolable de actos impensables, que seguramente en otro tiempo ni siquiera hubiera sido capaz de concebir.
Había vuelto al hotel de la ciudad que le había servido como escondite durante sus encuentros con Dorian, pero eso no lograba que se sintiera mejor. Respiraba por inercia, parpadeaba porque era un acto involuntario y se movía para evitar el adormecimiento de las extremidades; por lo demás, era una tumba, tan fría y desolada que el simple hecho de echarle un vistazo suponía una incomodidad palpable. No hablaba desde hacía dos días, ni siquiera se comportaba como un auténtico ser humano, y en el fondo le preocupaba que comenzara a pasarle factura.
Se moría por dentro al imaginarse a sus padres. Desde luego estaba segura que Julia no habría esperado ni un minuto para contarle a su marido lo ocurrido. Se le helaba la sangre al visualizar a su padre con gesto abatido, encolerizado y como loco por ponerle las manos encima a Dorian. Sobre todo, saber que le había decepcionado era el peor golpe, porque le adoraba, y ella le había traicionado. Su hija mayor, su preferida, la que siempre fue la niña de sus ojos, se había revelado de la peor forma posible.
Unos sonidos en la puerta de entrada de la habitación la sacaron de su nube de pesimismo. Ni siquiera se molestó en barajar las posibilidades; tan solo había una, y no había duda de que era Dorian. No tenía ni idea de cómo, pero de nuevo había vuelto a encontrarla. Se acercó sigilosamente a la puerta tratando de mantener constante su respiración, pero se dio cuenta de que no podía controlarlo. Estaba furiosa, porque a pesar de no querer hablar con nadie, también necesitaba un abrazo, una palabra de consuelo, y él era el mejor.
—Angy, abre la puerta —entonó—. Sé que estás ahí.
Se mordió el labio con resignación y cerró los ojos. Se acercó todavía más y esperó a que ocurriera algo diferente, pero el golpeteo de insistencia no cesaba.
—Vamos, abre. No me hagas esto.
La verdad es que no sabía ni qué hacer. Estaba difícilmente dividida.
—No te escondas de mí, sólo quiero hablar. —Su voz sonaba áspera, irritada y disonante—. Echaré la puerta abajo si no me abres ahora mismo. —Dio un golpe más fuerte—. Lo digo en serio.
Otra vez, como una de tantas, se sintió acorralada, sin posibilidad de elegir. Por eso abrió la puerta de golpe, dejando a Dorian sorprendido.
El contacto visual fue frío por parte de Angy. Se dio cuenta de que él llevaba ropa limpia y que en una de las manos llevaba una pequeña bolsa de deporte.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Dorian intentó avanzar un poco pero vaciló.
—Quería verte. Quería asegurarme de que estabas bien.
—No te he pedido que lo hagas.
—Lo sé. —Miró al suelo—. Pero lo necesitaba.
Angy no sabía ni qué pensar. Ya no era valiente. Habían sido tantas las veces que había huido en lugar de enfrentarse a la verdad, que le resultaba imposible llevar a cabo la determinación por contarle a su hermana todo lo que debía saber.
—¿Vas a dejarme pasar?
—¿Acaso puedo negarme?
—Sí. —Su voz se atenuó—. Me iré si es lo que de verdad quieres.
Derrotada, ella dejó caer los hombros y cerró los ojos, al mismo tiempo que se hacía a un lado para dejarle la entrada libre. Una vez dentro, cerró la puerta con brusquedad mientras le miraba con gesto neutral. Estaba deshecha.
—¿Por qué has venido?
Dorian dejó la bolsa en una silla, después, se giró para mirarla frente a frente.
—Llevas dos días desaparecida. Dos días sin saber de ti. Sin contestar al teléfono, sin tener noticias tuyas. Era demasiado.
—Pues lamento decirte que así va a seguir siendo.
Dorian endureció la mirada.
—Dijiste que ya estabas cansada de huir.
—Esto es diferente.
—El problema es que siempre lo es. Todo cambia continuamente, y lo ha vuelto a hacer. Tienes que aceptarlo.
Angy le dio la espalda. Estaba cansada de discutir por lo mismo de siempre; él nunca sería capaz de entenderlo, de verlo a su modo.
—No puedo aceptar todo lo que ha pasado, todo lo que se me viene encima. Lo de Nora es insoportable, pero ahora que mis padres saben la verdad, sencillamente se ha acabado. Al menos para mí lo ha hecho. No puedo volver.
Dorian se acercó un paso, pero manteniendo las distancias.
—No es eso lo que quieres y lo sabes. Me pides que te deje ir de nuevo porque crees que no puedes enfrentarte a esto, pero te equivocas. El mayor error sería abandonar ahora, porque si permites que el miedo te venza, el día de mañana será demasiado tarde para pedir perdón. —Tragó saliva—. Si te vas ahora, no podrás volver para tratar de darle a tu hermana una explicación. Debes hacerlo ahora, en este instante, porque en un futuro no sería aceptable rasgar el surco de viejas heridas. Así que tú decides, pero ambos sabemos que esto no puede quedarse así, tú misma me lo has dicho un millón de veces. Merecen saber la verdad; merecen que seas tú quien se la diga.
Angy se pasó las manos por el pelo.
—¿Cómo? —dejó escapar—. ¿Cómo voy a decírselo? ¿Cómo explicarles algo tan inesperado? —Se tapó la boca—. ¿Cómo voy a ser capaz de mirar a mi madre a los ojos y tratar de convencerla de que lo que ha visto es lo correcto?
—Para ella no lo será, pero puedes valerte de nuestra historia. No está en ti la posibilidad de que te crean, pero sí lo está el valor para contárselo. Para que lo hagamos juntos. Por eso estás aquí, por eso no has abandonado del todo; aún queda algo por hacer. Es lo más difícil, lo sé, pero después podremos irnos tal y como te prometí. Puede que lo veas como algo lejano, como algo que nunca llegará a ocurrir, pero… no te rindas. —Endulzó la mirada—. Está más cerca de lo que crees.
—Basta —gruñó—. No puedo oír ni una palabra más. No quiero tus discursos; ahórratelos, Dorian.
Él se sintió ofendido.
—Si ya has terminado, puedes irte. Necesito estar sola.
Fue como hablar con las paredes, ya que no se movió.
—Tengo que decirte algo.
Angy le acribilló con el fulgor de su mirada verde.
—No quiero escucharte más.
—Créeme, esto sí. Es una buena noticia…
Ella cedió.
—¿Qué ocurre?
—Se trata de Nora —anunció—. Ha despertado.
El corazón le dio un vuelco dentro del pecho.
—¿Qué?
—Está bien, recuperándose poco a poco. Tus padres ya han podido verla.
—¿Y tú? ¿La has visto…? —Apartó la mirada. Era una pregunta ridícula.
Dorian apretó la mandíbula.
—A decir verdad, me ha resultado imposible. Tus padres no permiten que me acerque a menos de dos kilómetros de su habitación.
—¿Y entonces cómo te has enterado? ¿Cómo lo sabes?
—He hablado con los médicos. Al parecer la han mantenido sedada todo este tiempo porque su cuerpo lo necesitaba. Ahora ya está… mejor.
Angy soltó un suspiro.
—No lo creo.
—Algo es algo.
—No para ella. Haber despertado en el hospital y recordar todo de golpe no creo que haya sido precisamente alentador.
Él arrugó los labios.
—Al menos ya está fuera de peligro. Deberíamos estar agradecidos.
—¿Agradecidos con qué? Fue simple casualidad y azar. Si no hubiéramos ido a tu casa no habría podido salvarse… —Se paralizaba de terror al imaginarlo.
—Pero lo hicimos, ¿vale? Fuimos. Deja de pensar en ello.
Angy le culpó con la mirada.
—Como si fuera tan fácil…
—Angy, escucha…
—No, escúchame tú a mí. —La voz le salió sin pensar—. Estoy viviendo el peor momento de toda mi vida, y lo último que necesito es tenerte cerca para recordarme lo ocurrido una y otra vez. No sé si no te das cuenta o si no quieres percatarte de ello, pero cada vez que estamos juntos algo se rompe. Lo he perdido prácticamente todo en un abrir y cerrar de ojos y necesito estar sola para replantearme la situación actual. —Tragó saliva—. Si quieres hacerme un favor, vete ahora mismo. Si tanto deseas ayudarme, márchate y espera a que tome una decisión. Pero no te entrometas; te agradecería que no lo hicieras porque no quiero volver a discutir contigo. Sabes que te quiero, pero también sabes que hasta que me atreva a dar el paso definitivo pueden pasar muchas cosas, y no quiero que una de ellas sea el hecho de separarme definitivamente de ti, así que hazte a un lado y no interfieras. Cuando llegue el momento de irnos, lo sabrás; cuando llegue la hora de abandonar todo este infierno seré yo la que vaya a buscarte, pero hasta entonces déjame respirar, sólo eso. Déjame hacerlo a mi manera, déjame que crea que soy realmente capaz de hacerlo. Tú sólo espera. Espera a que sea capaz de cerrar una parte de mí que nunca más voy a volver a recuperar.
Dorian se quedó estupefacto, con las pupilas dilatadas.
—Está bien —susurró—. Haré lo que pides. —Miró a la bolsa—. Te he traído ropa nueva y unos sándwiches. —Se dirigió hacia ella sin pedir permiso y la abrazó tiernamente, dándole un beso de despedida y de ánimo en la frente—. Si necesitas cualquier cosa, en cualquier momento, ya sabes cómo encontrarme. —Y dicho aquello, se fue.


173


El trascurso de otros dos días resultó ser suficiente para engañarse medianamente bien. Se había preparado a conciencia, retorciéndose de dolor, imaginando la situación hasta el cansancio, hasta la saciedad más exorbitante. No le quedaba más remedio que acudir a la que seguramente sería su sentencia de muerte como miembro de su propia familia, pero ya no podía hacer otra cosa. Le había dejado claro a Dorian que lo haría ella sola, así que no podía deshacer lo andado y marcharse. Eso llegaría después. Antes o después, lo haría.
El cielo comenzaba a clarear, era todavía demasiado temprano pero no notaba la diferencia; no había sido capaz de dormir. No por ello estaba cansada, al contrario, las horas destinadas a dormir le habían servido para masacrarse de nuevo, para tratar de trazar alguna especie de plan, un discurso o al menos una simple oración que pudiera tener sentido para los demás, pero nada. Todo había sido en vano. Lo que escondía detrás de su otra cara no era fácil de ser contado. Habían pasado años llenos de discreción y secretos, y tratar de desvelarlos todos en una simple conversación era como prender chispa a una hierba seca y pretender que se mantuviera intacta. Para colmo de males, vomitó dos veces; era una mezcla explosiva estar esperando a un bebé y tener unos nervios catatónicos. La estaban dejando fuera de juego; le daba la razón a Dorian. Se miraba al espejo y tenía mal aspecto, con una débil silueta. Se consumía de nuevo, como un fénix que moría para volver a renacer, sólo que en su caso, ya había muerto demasiadas veces y el hecho de volver a respirar de alivio le sabía a tan poco que en el fondo era como no sentir nada, quieta y muerta en vida.
Como última oportunidad para permitir que su cuerpo se hiciera a la idea de lo inevitable, salió al exterior, abandonando la seguridad del hotel. Dio tantas vueltas sobre esas calles que le resultaban tan poco familiares, que perdió la noción del tiempo. Veía a demasiada gente a su alrededor y la soga imaginaria echada sobre su cuello comenzaba a apretar demasiado. Cualquiera escusa era buena para evadirse, pero tenía que asumir el hecho de que aquel era el día; por mucho que deseara despertar en su cama creyendo que sólo era una pesadilla, era más real de lo que lo había sido nunca. Lo que jamás se hubiera imaginado, estaba sucediendo delante de sus ojos. Lo malo era saber que no era una obra de teatro; cuando el telón cayera, todo seguiría igual, salvo por el hecho que ella dejaría de ser quien era para convertirse en otra persona que tendría que empezar de cero porque era lo que había elegido. Había escogido a Dorian por encima de su familia, y su elección no podía quedar indemne.
El calor apretaba pero las manos parecían auténtico hielo. El sudor de su frente se tambaleaba y creía estar a punto de entrar en pánico. Por suerte, algo llamó su atención, un coche amarillo que no andaba demasiado lejos. Corrió en su busca para que el taxi no se le escapara.
—¡Espere!
El taxista frenó cuando se dio cuenta de que tenía otro cliente. Dio marcha atrás y Angy soltó un suspiro. Se sentó en la parte de atrás en silencio.
El conductor usaba grandes gafas de sol.
—Buenos días, señorita.
—Buenos días —dijo, sabiendo que para ella no lo eran en absoluto.
—¿Adónde quiere que la lleve?
Con un pesar tremendo en el alma, como si estuviera a punto de firmar su propia sentencia de muerte, Angy le dio las indicaciones oportunas al conductor.
—De acuerdo, pero lamento tener que decirle que hoy hay más tráfico del habitual. Tardaremos en llegar.
Ella suspiró. Le era indiferente. Iba a llegar de todos modos.
—No se preocupe —murmuró—, no tengo ninguna prisa.
Se dejó caer sobre el asiento, hundiéndose en él. Preferiría estar en cualquier otra parte, pero la verdad es que no tenía escapatoria.
El taxi empezó a moverse a intervalos cortos y rápidos. Había zonas en las que avanzaba sin dificultad y otras en las que la paciencia se agotaba razonadamente. El jaleo público se hacía notar con creces, con pitidos, palabras malsonantes y todo un festín de peatones atravesando sin descansos las calles. Todos parecían felices, o al menos conformes. Angy hubiera dado cualquier cosa por cambiarse por alguno de ellos, para tener el placer de averiguar lo que era ser dueño de tu propia vida.
Jugueteaba de vez en cuando con sus manos, con aquellos escurridizos dedos que se volvían locos, nerviosos. Era como si tuvieran vida propia, cosa que no le agradaba en absoluto. Sin querer, y sintiéndose por ello insultantemente cobarde, observó con detenimiento el dedo anular de su mano derecha, pensando en lo que debía sentir una mujer casada al llevar continuamente esa señal en forma de anillo que proclamaba delante de todo el mundo que su corazón ya estaba ocupado. Ojalá hubiera sido ella la que se casara con Dorian; sabía que aunque su vida junto a él pronto volvería a ponerse en marcha, lo cierto es que jamás podría pasar por el altar. En ese aspecto, siempre sería la segunda, nunca dejaría de serlo porque el pasado no se iría a ninguna parte y en ese sentido, siempre tendría en la memoria el recuerdo de Nora, logrando haber sido más que ella en un primer momento.
Su cuerpo se percató antes de que ella misma pudiera hacerlo. El vehículo disminuyó la velocidad, y lo había hecho por un motivo.
—Ya hemos llegado.
Con pesar, un torrente de miedo implacable selló sus venas y el rostro carente de toda emoción cándida se reveló. Levantó la cabeza y miró a través de la ventanilla. Efectivamente, había vuelto al lugar del que escapó hacía dos días. La angustia jugueteaba descaradamente con su sistema nervioso, aplacándola hasta lo indecible.
Angy le abonó la cantidad correspondiente de dinero y salió lentamente del coche. Cuando estuvo de pie, incapaz de moverse, aun estaba apoyada contra la puerta del vehículo, replanteándose su lugar allí.
—Eh, señorita, ¿se encuentra bien?
Fue lo que necesitaba para apartarse.
—Debería entrar —aventuró el hombre—. Está muy pálida.
Angy levantó la mano en señal de negación.
—Gracias, pero no se preocupe. Estoy bien.
—Como quiera. —Se encogió de hombros—. Que pase un buen día.
Con pesar, Angy le dijo adiós con la mano, sabiendo perfectamente que lo que le aguardaba ese día no iba a ser precisamente bueno o alentador, más bien el final de una historia que había permanecido a su lado durante toda su vida. Tenía que ajustar cuentas pendientes, hablar más de lo debido para explicar lo inexplicable, y rezar para que al final de todo ese suplicio pudiera seguir intacta para contarlo. Se decía a sí misma que después de aquello podría volver al lado de Dorian sin tener que separarse de él nunca más, pero por desgracia, eso no resultaba ser suficiente. El vacío que la llenaba disipaba cualquier intento por sacar fuerzas de donde no las había.
Se tambaleó cuando se fue acercando a la entrada del hospital. Había gente por los alrededores, por todas partes, pero lo cierto era que se sentía muy sola. Estaba metiéndose en la boca del lobo y la única persona que podría aportarle un poco de serenidad no estaba, y todo porque se lo había pedido; le pidió a Dorian que se mantuviera al margen.
Atravesó esas puertas de cristal y automáticamente fue a parar a otro mundo. Las voces se hicieron menos prominentes y entonces su cabeza cobró vida propia, con sus pensamientos sonando tan fuerte que podía escucharlos con la misma claridad que su respiración. Caminó un par de minutos y, después, comenzó a subir poco a poco todo el arsenal de escalones que la llevaban a las plantas superiores; era demasiado, pero no estaba preparada para enfrentarse a su miedo irrefrenable a los ascensores. Eso podía esperar. Mientras iba ascendiendo, la bola de fuego que estallaba continuamente en su estómago se iba convirtiendo en una supernova; la desestabilizaba por completo. Tenía las manos temblando y frías, la garganta sellada y un ligero mareo en las sienes. Para colmo de males, seguía muda. No había sido capaz de elaborar una idea estable que le sirviera de apoyo. Cuando localizara a sus padres, tendría que empezar de cero, y nunca, a pesar de ser actriz, se le había dado demasiado bien el arte de la improvisación.
Contuvo la respiración durante un momento cuando llegó a la planta adecuada, donde todo se resolvería de un modo u otro. Aletargó el paso y percibió su corazón, frenético. Sabía que no podía dar marcha atrás. Había entrado en zona de peligro, y sabía que su decisión de girar hacia la derecha, de dar unos pasos más, o aguardar para lo inminente, supondría el encuentro que tanto había estado temiendo. Hiciera lo que hiciese, el enemigo estaba a las puertas. Por eso cerró los ojos y rezó; lo hizo con la esperanza de no perder el aliento, de no desfallecer, para ser capaz de soportar las embestidas que el oleaje azul de los ojos de su madre le provocaría. No quería ni pensar en el infierno que ellos habrían vivido durante los últimos dos días. Era demoledor. Las fisuras finalmente se habían resquebrajado del todo para dar paso a un nuevo origen, una venda caída de los ojos. Una realidad que siempre había estado ahí, paralela a la fantasía que se había desatado para adornar el engaño más prominente y desastroso.
Echó a andar hacia el pasillo lateral, percibiendo que al final el camino se perdía hacia la izquierda. Todas las puertas que dejaba atrás le resultaban familiares; por eso sabía que estaba increíblemente cerca. El golpeteo de la sangre en los tímpanos servía como música de fondo. Su cerebro se paralizó una vez que llegó al final del pasillo y tuvo que girar. Cuando lo hizo, su visión de lo contemplado se enturbió. No, no era ningún fallo de su cabeza, si no las propias lágrimas que había dejado salir sin permiso. Lloraba por algo, por un motivo, por alguien… Acababa de entrar en escena, y unas pupilas hostiles la encontraron. El mensaje que rezumaba de ese ambiente estaba claro: no era bienvenida. Fue entonces como si el tiempo se hubiera detenido. No había nadie más allí, nadie para ser testigo de la colisión directa que iba a tener lugar sin que nada pudiera impedirlo.
Ya lo había hecho, ya había cruzado el límite otra vez. Jamás en toda su vida había tenido tanto miedo. Incluso lo que le había pasado a Nora no era nada comparado con esto. El pavor que la aterrorizaba por tener que confesar forzosamente era el peor castigo para alguien que habría preferido seguir oculta indefinidamente. Cesó de caminar y, aun sabiendo que les separaban unos cuantos metros, le dedicó la mirada más directa que pudo encontrar.
—Mamá, tenemos que hablar.
La bomba estalló. Los ojos azules de Julia se retorcieron en sus cuencas como si hubieran sido rociados de pimienta. La cara se le desencajó por completo y su cuerpo tomó otra forma, transformándose en un arma, en algo peligroso. Frunció el ceño y soltó un gemido, parecido al de un predador justo antes de saltar sobre su presa, y así fue.
Fue directa hacia ella, hecha una furia.
—¡Tú! —chilló—. ¡¿Qué haces aquí?! ¿Cómo te atreves a venir? —Le dio una bofetada tremendamente fuerte, lo que le recordó lo mucho que Nora se parecía a su madre—. No tienes vergüenza. No tienes compasión. ¿Cómo puedes aparecer de la nada como si no tuvieras nada que ver con esto?
El primer impacto ya había tenido lugar, pero tan solo acababa de empezar. Julia estaba fuera de sí, con los ojos bien abiertos y llenos de asco, repulsión y rabia. Se comportaba como lo que era, una madre protegiendo a su cachorro más indefenso.
—He venido a hablar. —Se esforzó por mantenerle la mirada.
—¿Qué te hace pensar que voy a querer hablar contigo? No te lo mereces. Ni siquiera deberías estar aquí. —Ahogó un grito de rabia, tirándose del pelo—. Qué decepción. No puedo creer que seas mi hija.
Eso le dolió en el alma, pero sabía que su madre tenía razón.
—No tienes por qué escucharme, pero me gustaría que lo hicieras. —Se enjugó las lágrimas—. Tengo que explicarte lo que viste hace dos días…
—¿Explicarme? ¿Qué demonios vas a explicarme? —reprochó. Su voz era tremendamente grave, salpicada de multitud de sentimientos negativos—. Sé lo que vi. Por el amor de Dios, vi cómo le besabas. ¡A él! ¡Al marido de tu hermana! ¿Qué vas a decirme, Angy? ¿Que no sé lo que vi? ¿Que fue un accidente? ¿Que sucumbiste ante un momento de debilidad? —Estaba realmente fuera de sí, encolerizada, como si hubiera olvidado que aquella con la que hablaba también era su hija—. Me da igual lo que digas. No va a cambiar nada. Eso se llama traición. Eres una egoísta. Te has vuelto completamente loca. —Levantó las manos—. ¿Cómo has podido encapricharte de alguien que no es para ti justo cuando tu hermana nos necesita más que nunca? ¿Cuándo demonios has perdido el juicio? ¿Qué ha pasado en este tiempo?
—He tratado de impedirlo. No quería que sucediera…
—¿De verdad? Porque no es eso lo que yo vi. —Sus ojos claros también comenzaban a empañarse—. Vi cómo le besuqueabas, como si no te importara nadie más, como si hubieras olvidado el sitio en el que estabas…
Angy se había convertido en una presa fácil. Tenía la mente en blanco, incapaz de decir dos frases seguidas. Estaba atrapada.
—Es más complicado de lo que parece.
—Sí, desde luego. En eso tienes toda la razón. —Dio un paso atrás—. Me engañaste, nos has engañado a todos. A tu padre, a mí, a Nora... Has jugado a dos bandas. Pero ¿qué te ha pasado? ¿Qué creías que estabas haciendo?
—Hacía… —La voz le temblaba tanto que apenas resultaba comprensible lo que decía—. Hacía lo que sentía.
Su madre arqueó las cejas, confusa.
—¿Lo que sentías? —repitió—. ¿Pero qué estás diciendo? ¿Desde cuándo sientes algo por el marido de tu hermana? Siempre le has odiado.
Angy bajó la mirada.
—Eso no es cierto.
Julia volvió a acortar distancias. Su respiración era fuerte, el pecho se le movía con desequilibrada soltura. Era la primera vez que perdía los papeles. Ya no era la mujer dulce y agradable que solía ser. El engaño la había cambiado por completo.
—Dime por qué, Angy —exigió—. Dime por qué has hecho algo tan descabellado... —Estaba perdiendo la compostura; era desesperante observar lo mucho que se parecía a Nora; sus mismos gestos, su mismo dolor y su misma rabia—. Dios mío, es tu hermana, no se trata de una desconocida. Le has partido el corazón. ¡¿Y para qué?!
Angy apretó los dientes justo antes de decir lo que pensaba.
—Sé que no lo entiendes, pero era lo correcto.
Fue sacudida por otra bofetada.
—¿Cómo tienes la desfachatez de decir algo semejante? ¿En qué te has convertido? —Su voz se había vuelto de escándalo, atravesando las paredes y llamando la atención de alguna persona que osaba asomarse por allí—. ¿Tienes idea de lo que has hecho? ¿Sabes los daños tan graves que has causado?
—Sí…
—Pues yo digo que no. No tienes ni idea. —La apuntó con un dedo—. Eres una mujer adulta; tomas tus propias decisiones y siempre te hemos respetado. Nora siempre te ha visto como el ejemplo a seguir, ¿y es así cómo se lo agradeces? ¿Metiéndote en su vida y destrozándola?
—Lo siento.
—¿Que lo sientes? —La agarró por los hombros—. ¿Eso es todo? ¿Crees que es suficiente? —Se apartó bruscamente—. No puedo creer que digas eso con la esperanza de que todo se arregle.
Angy la miró perpleja, abatida.
—Sé de sobra que esto no tiene arreglo.
—¿Y entonces para qué has venido? —Se cruzó de brazos—. ¿No te basta con lo que has hecho? ¿Acaso quieres más?
Angy se mordió el labio, catatónica. Era incapaz de apartar la vista del suelo.
—Lo que quiero es explicar todo este desastre.
—No puedes. Esto no tiene explicación. Es un delito muy grave.
—Mamá, por favor…
—Mírame cuando te hablo. —La obligó a levantar la cabeza—. Podría haber sido capaz de imaginarme cualquier cosa menos esto. La habéis roto por la mitad. Podría habérmelo esperado de Dorian; en definitiva es un desconocido y no sabemos nada de él, pero tú… —Se contuvo para no abofetearla de nuevo—. Tú eres su hermana. Si has sido capaz de hacerle esto, ¿qué puede esperar de los demás?
—No pretendía herirla, mamá. Nunca quise hacerle esto.
—Pero lo has hecho, has destrozado un matrimonio que ni siquiera había empezado del todo. —Negaba con la cabeza, incapaz de creérselo todavía—. Hay millones de hombres ahí fuera. ¿Por qué has tenido que fijarte precisamente en Dorian? ¿Por qué te has encaprichado de él?
—No es un capricho. —Las lágrimas le caían con estrépito—. Yo le quiero.
—¿Qué?
—Le quiero —repitió—. Estoy enamorada de Dorian.
La cara descompuesta de Julia no podía ser más evidente.
—No me mientas…
—No lo hago —aseguró Angy—. Es la verdad. Es la razón que me ha llevado a cometer esta estupidez. Lo he hecho porque lo necesitaba. Porque me enamoré de él.
La cara de Julia estaba encendida, como si el simple hecho de escuchar aquello le doliera en lo más profundo de su ser.
—¿Cuándo? —preguntó—. ¿Cuándo ha ocurrido?
—Hace demasiado.
—¿Y cuánto tiempo es eso? ¿Cuánto?
—Eso no importa. Lo que intento decirte que no me he enamorado del marido de Nora, si no de Dorian. Del hombre que es. Él me quiere.
—Basta —rugió—. No quiero escucharte más…
—Tienes que hacerlo, mamá. Necesito que me escuches.
—¿Es que no te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿No crees que ya has llegado demasiado lejos? —Le arrinconó contra la pared—. ¿Es que te has vuelto loca? No hay nada que puedas decirme que no sepa. Te has delatado tú sola. —Se acercó a su cara, separadas sólo por unos centímetros—. ¿Cómo se te ocurre? Tú, has sido tú. —Apretó los labios para no sollozar—. Tú has provocado este desastre. Ahora lo entiendo todo. Por tu culpa tu hermana ha intentado quitarse la vida. Por eso te interpusiste entre Dorian y tu padre, por eso le defendiste. Por eso nos dijiste que tú eras la culpable. Por eso no podías decirme la verdad cuando intenté hablar contigo. Todo se resume en ti. Eres el factor común. —Chasqueó la lengua—. Dímelo, ¿dejaste que lo descubriera ella sola? ¿Permitiste que Dorian le fuera infiel contigo mientras ella se rompía en dos? ¿Cuántas veces te encontraste con él? ¿Hace cuánto que sois amantes? —Su cara reflejaba la más grande de las decepciones—. Todo este tiempo has estado fingiendo ser alguien que no eres, comportándote de manera diferente para que nada saliera a la luz. ¿Creíste que no nos enteraríamos? ¿Confiabas en poder salirte con la tuya mientras Nora intentaba no perder lo único que tenía sentido para ella? Por Dios, no puedo concebir algo así. ¿Cuándo se supone que os enredasteis por primera vez? ¿Cuándo comenzó? ¿Cómo fuisteis capaces de ir más allá sabiendo lo catastróficas que serían las consecuencias?
—Lo he intentado todo —empezó Angy—. A cada instante, a cada momento. Me aparté de su lado siempre que podía, pero al final, de un modo o de otro, siempre aparecía. No podía luchar contra eso.
—No, claro que no, se suponía que no tenías por qué hacerlo. Se suponía que tú nunca pondrías los ojos en alguien como él. Mírate, siempre nos has hecho creer que no había nadie en tu vida y cuando menos lo esperaba descubro que no es así. Cuando ya creía que no podría sorprenderme más, tú has dado el golpe de gracia. —Apretó los dientes—. Después de que Nora volviera de la exposición del invernadero, nos hiciste creer que te habías ido, pero nunca llegaste a subir a ningún avión, ¿no es cierto? —Estaba hablando precipitadamente, no podía parar—. No te fuiste para poder estar con él, para ser su amante sin que nadie pudiera sospechar de ti… Por eso apareciste con Dorian en la isla para decirnos que Nora había desaparecido, ¿verdad? Ni siquiera podías mirarnos a la cara, porque sabías lo que de verdad estaba pasando. Nos dijiste que habías vuelto porque él te lo había pedido, pero eso tampoco era cierto. Has estado aquí todo este tiempo.
—Eso no es del todo cierto…
—¡Claro que lo es! ¡Ahora todo encaja! —Se pasó una mano por la frente, presa de la ansiedad—. ¿Creías que sería más fácil para los dos aparentar que no os soportabais? ¿Así podríais tener el camino libre? —espetó—. ¿Pensabas que Nora nunca sospecharía nada?
—¡Eso no es así! —saltó Angy, elevando por primera vez la voz—. Tú no sabes nada.
Julia tragó saliva.
—No, claro que no sé nada. Ya no sé quién eres. No entiendo cómo has podido llegar hasta aquí. ¿No tienes remordimientos? ¿No has pensado en lo que podríamos sentir tu padre o yo? ¿Qué pasará con Nora a partir de ahora? ¿Crees que le has puesto las cosas fáciles?
—¡Ya basta! —chilló Angy, apoyándose en la pared—. Es suficiente, no puedo más.
Julia se encaró de nuevo.
—¿Y qué esperabas? ¿Pretendías que tus acciones no tuvieran consecuencias? Le has arruinado la vida a alguien de tu propia familia. ¿Cómo puedes vivir con ello?
—No puedo.
—No me vengas con esas. ¿Crees que de no ser por mí te hubieras atrevido a confesar la verdad? No, por supuesto que no. Si no os hubiera encontrado por accidente, lo habríais mantenido en secreto Dios sabe cuánto tiempo más; os hubierais comportado de forma normal, fingiendo estar preocupados por ella y nunca nos hubiéramos enterado porque tu hermana es incapaz de hablar de ello. —Apretó los puños—. Yo no comprendía lo que había visto. Te conozco lo suficiente como para saber que no lo hiciste por un impulso. Tenía que haber algo más, algo que te hubiera dado la determinación para atreverte a hacer algo así sabiendo la gravedad de la situación. Tuve que plantearme la posibilidad de que fuera cierto, de ir más allá. De suponer que tuvierais una aventura. Entonces, lo deduje. Al principio no quise creerlo pero era la única manera de explicar tu comportamiento. Cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que todo lo que has estado haciendo tenía otros motivos. No soportabas estar cerca de él no porque le odiaras, si no todo lo contrario. Sólo has pensado en ti y en él. —Cerró los ojos—. Y la espera por no saber qué iba a pasarle a mi hija me mataba. Quería que abriera los ojos para que fuera capaz de decirme por qué intentó suicidarse, pero cuando os vi, todo cobró significado. Nora siempre ha tenido problemas; nunca ha llegado a ser del todo estable, pero jamás hubiera sido capaz de hacer algo así si no hubiera tenido una razón de peso. ¿Sabes qué? La entiendo. Tú fuiste esa razón. Os descubrió, ¿no es así? —Se tapó la boca con ambas manos, sollozando—. Mi pequeña, mi pobre niña… —Se enjugó las lágrimas—. Cuando se despertó y nos vio a tu padre y a mí, lo primero que hizo fue llorar. No podía parar. —Su tez estaba pálida—. ¿Tienes idea de lo destrozada que está? La has humillado. No quiere comer, no quiere moverse… —Su labio inferior tembló—. Está tan avergonzada que ni siquiera puede articular palabra, no es capaz de mirarnos a los ojos. Intuye que lo sabemos pero no se atreve a confesar lo que ocurre por miedo a sentirse inútil. La has reducido a la nada más absoluta. Le has quitado todo lo que era. No es capaz ni de levantarse de la cama. Se le han ido las ganas de vivir.
—No…
—Oh, sí, claro que sí. ¿Qué te ocurre, Ángela? ¿No es agradable? ¿No es lo que esperabas? ¿No te gusta oír la verdad? ¿No querías que te escuchara? —reprochó—. Pues ahora me vas a escuchar. —Le tocó el hombro con el dedo, golpeándola ligeramente—. Eres una hipócrita, una descarada. ¿Qué hemos hecho para que nos pagaras así? ¿En qué nos hemos equivocado? ¿Cuándo perdiste el sentido de lo que está bien y de lo que está mal? Mírate, ni siquiera te arrepientes por lo que has hecho. Sólo insistes en decir que le quieres. ¿Y ya está?
—No, todavía no he terminado. No sabes todo lo que hay detrás.
—¿Qué más puede haber? ¿Crees que lo que digas puede salvarte?
—Ella tiene derecho a saber la verdad, mamá.
Julia se pasaba las manos por la cara, tratando de no romperse.
—¿Qué verdad? Ella ya lo sabe, Ángela.
—No, sólo sabe una parte, al igual que tú.
—Créeme, no necesito saber nada más, y ella tampoco.
Angy estaba destrozada. Oír la historia desde la perspectiva de su madre la catapultaba a ella misma a los infiernos. Era la antagonista. Lo había destruido todo.
—Tienes razón en lo que has dicho. Me equivoqué, no tendría que haberlo hecho, pero me conoces. Sabes que si tengo algo con él es por una razón, por algo importante. Esto no ha ocurrido de la noche a la mañana. Esto va más allá de lo que puedas imaginar. Es cierto que dependo de él. —Hizo una pausa—. Ahora sabes lo que ocurre, pero no sabes el por qué.
—¿Y vas a decírmelo?
—¡Sí! Pero ella tiene que saberlo.
Le cerró el paso.
—No, ni se te ocurra. No vas a acercarte a ella.
—Tengo que hacerlo. Por eso he venido.
—No, has vuelto para tratar de disculparte, pero esto no te salvará. Nada puede hacerlo.
Rompió su silencio.
—¡No se trata de salvarme ni a él ni a mí! —chilló—. Se trata de que entienda por qué lo he hecho.
—¿Crees que va a soportar verte de nuevo? Te odia, os odia a los dos. —Frunció el ceño—. Lo último que quiere es tener que enfrentarse cara a cara con alguno de vosotros.
—Sólo tendría que escucharme un par de minutos y luego me iría de aquí. —Sintió un escalofrío—. Me iría para no volver.
—¿Lo ves? Incluso llegados a este punto eres incapaz de ponerte en su situación. Lo dices como si fuera fácil… Para Nora el simple hecho de escucharte sería como devolverle las ganas de morir.
Ya había sido demasiado. Angy no lo soportó más y sus piernas le fallaron. Se arrastró hasta el suelo, llorando.
—No, no hagas eso. —Julia se encargó de enderezarla de nuevo—. ¡Levántate! Acepta lo que has hecho. No llores. No te atrevas a sentirte mal porque tú eres la que ha causado esto… —La zarandeó—. ¡Tú eres la responsable de que Nora haya estado a punto de morir! —chilló—. Os descubrió y por fue capaz de hacerse eso.
Angy se tapó los oídos con las manos. No aguantaba el dolor emocional. Era mucho peor de lo que había imaginado.
—No quiero verte, no puedo soportar saber que por tu culpa Nora está aquí. La has apuñalado por la espalda. —Comenzó a dar vueltas—. ¡No puedo entenderlo! Me he pasado dos días intentando comprender lo que vi y es insultante. ¿Has creído que tenías derecho a hacerlo? ¿Cómo has podido hacerle esto a tu propia hermana?
Unos pasos cercanos se escucharon perfectamente.
—Angy… ¿Qué estás haciendo aquí?
Tanto Angy como su madre se giraron en dirección a esa voz. Era Vladimir, cuyo aspecto era desmesuradamente negativo.
—Dile que se vaya —espetó Julia—. No tiene por qué estar aquí. Ya ha causado suficiente dolor.
Sin embargo, su marido no fue capaz de decir nada. Estaba perturbado.
—Vete —exigió Julia.
Angy dio un paso adelante, estaba dispuesta a enfrentarse a ella porque ya no tenía nada que perder.
—No —susurró—. No hasta que hable con ella.
Su madre se abalanzó sobre ella, perdiendo el control. Le dio varias bofetadas, sacudidas y golpes hasta que Vladimir intervino.
—¡Suéltame! —gritó Julia.
—Para —rogó su marido—. La vas a destrozar.
Los zafiros de su madre se clavaron en ella.
—Es lo menos que se merece. Es una asesina.
—No digas eso…
—¡No trates de defenderla! ¡Ya sabes lo que ha hecho! —Logró zafarse de los brazos de su marido—. No tiene perdón.
Horrorizada, Angy veía a sus padres enredados, todavía perplejos.
—Papá, ayúdame —imploró.
Su padre la miró con el gesto abatido.
—Vete de aquí, Ángela.
—Papá, yo…
—¡Vete!
Agonizando, no tuvo más remedio que salir de allí. Echó a correr, y lo último que pudo escuchar fue el llanto desconsolado de su madre.


174


El efecto postraumático fue sobrecogedor. Le temblaba hasta el último rincón del cuerpo. Había sido mucho peor de lo esperado, había acabado con su autoestima y lo poco que le quedaba de seguridad. Haber tenido que ver a su madre de semejante guisa no era algo que podría olvidar fácilmente, de eso estaba segura. Estaba sumida en una especie de shock. Sus labios estaban sellados y por más que intentaba sentirse mejor, el esfuerzo se reducía hasta el tuétano, en un gran fiasco. Le dolía la cabeza; las entrañas le ardían con énfasis y no lograba ubicarse. Había dado tantas y tantas vueltas para asegurarse de que se alejaba lo suficiente que cuando quiso darte cuenta, estaba a demasiada distancia. El hospital le quedaba lejos, y para volver a él no tenía más remedio que deshacer sus pasos.
Eso hizo. Al cabo de unas cuantas horas después de la gran pelea, volvió, pero prefirió quedarse merodeando en la entrada, sin atreverse todavía a dar el paso de volver a tenerles cerca. No dejaba de llorar; la gente a su paso la miraba con asombro, pesar, y toda una gran variedad de sentimientos. De todas formas, verla tan frágil y desconsolada descolocaba a cualquiera. Sabía que nunca volvería a pasar por algo como eso, que era un paso gigantesco y definitivo; había abierto la brecha correspondiente y todo lo liberado resultaba ser humillante, tanto para unos como para otros.
Pensaba en lo que su madre le había dicho. Imaginar el dolor y la impetuosa soledad que Nora habría experimentado nada más abrir los ojos debía de haber sido claustrofóbica y, por qué no decirlo, muy humillante. Eso no podría perdonárselo jamás. No importa lo que hiciera, no tenía salvación posible.
Estaba intentando recuperar la compostura cuando percibió algo diferente en su campo de visión. Se le aceleró la respiración antes de percatarse de que era ella; veía a su madre a lo lejos, saliendo por una de las puertas, sollozando. Tenía mal aspecto. Se le encogió el corazón y decidió seguirla a una distancia prudente. No llegó a ir muy lejos, pues la vio sentarse en uno de los muchos bancos de piedra situados en los laterales. La vio llorar. Estaba rota, hundida. Podía entenderla, pero todos esos golpes que le había infligido no eran nada comparados con la angustia emocional que Angy había sentido. Quería ir a su encuentro y abrazarla, consolarla, pedirle perdón un millón de veces, pero sería igual de efectivo que quedarse en silencio.
Entonces se le ocurrió algo. Podría aprovechar ese breve espacio de tiempo para intentar llegar hasta Nora y hablar con ella. Su madre estaba lo suficientemente lejos y su padre no representaba ninguna amenaza. Podría sortearle o, en el mejor de los casos, intentar hablar con él, ya que antes no había tenido la oportunidad. No se lo pensó dos veces y, tratando de pasar desapercibida, entró corriendo en el hospital. Accedió sin descanso a las interminables escaleras y cuando llegó a la planta adecuada, tomó aliento. Estaba mareada e indecisa. Si tenía la oportunidad de hablar, no sabría qué decir.
Ni siquiera tuvo tiempo de pensarlo. La buena suerte se le había acabado. Vladimir estaba en el pasillo, con las manos en la espalda y aparentemente sereno, pero se volvió paranoico cuando la vio. En cuanto la reconoció, se puso a la defensiva, dando un paso, preparado y a la espera. Fue como si hubiera visto un fantasma.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Angy le estudió con la mirada. Compartían los mismos ojos, con igual verdor e intensidad, pero en ese momento eran diferentes. Los de ella pedían clemencia; los de él, una explicación.
—Tengo que verla.
Vladimir apretó la mandíbula, negando con la cabeza. No estaba dispuesto a ceder.
—Nora no quiere verte, así que ya puedes irte. —Frunció el ceño—. No hagas esto más difícil.
Tampoco estaba dispuesta a tirar la toalla antes de tiempo, tenía que intentarlo hasta conseguirlo. Por ello dio un paso hacia delante, acortando distancias.
—Papá, por favor, déjame hablar con ella.
—No puedes, Angy. No puedo dejarte pasar. —Movía las manos en el aire, en un intento de dar credibilidad a sus palabras—. Tienes que irte.
—Pero lo necesito. —Se le acercó con expresión de súplica—. Es muy importante, por favor. Confía en mí.
Su padre dio un paso atrás y dejó caer los hombros, derrotado.
—Ya no puedo hacerlo. —Sus ojos verdes desprendían demasiados sentimientos, sobresaliendo de entre todos ellos la decepción—. Es tarde para eso.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, incapaz de contenerse. Era desesperante, algo desquiciante. Había prometido no llorar, pero ver a su padre bajo tal presión, dividido y partido por la mitad, le desgarraba el pecho. Por supuesto que le comprendía, pero faltaba la otra cara de la moneda.
—Si pudieras entenderme, si me dieras tan solo una oportunidad...
—Basta —murmuró—. No sigas con esto, porque acabarás destruyéndonos a todos. Haz caso a tu madre, y vete de aquí. No vuelvas. —Apretó la mandíbula y su mirada se entristeció aún más—. Lo hecho, hecho está. No hay segundas oportunidades. No puedes arreglar lo que has hecho. Me da igual la razón, no me importa el motivo que te ha empujado a cometer esta locura, pero no quiero saberlo. Ya es demasiado doloroso. No puedo mirarte de la misma manera que antes, como solía hacerlo, porque has cambiado demasiado. —Frunció el ceño y la línea de la boca se emborronó—. Has cruzado límites que no deberías. Le has arruinado la vida a tu hermana, y también a nosotros. ¿Y para qué? Dorian no era para ti.
Angy sintió la necesidad urgente de hablar, de trazar una línea mínima para asentar las bases de lo único que era cierto.
—Sí lo era, papá. Lo es.
Vladimir le puso una mano sobre el hombro.
—¿Por qué tuviste que fijarte precisamente en él?
—No pude evitarlo.
—Pues deberías haberlo hecho. —Se separó—. Es el marido de tu hermana.
Se moría por contarle la verdad. No era tan mala como pensaban todos.
—Escúchame, no es lo que crees.
—¿Y qué es entonces? ¿Pretendes que esto tenga una explicación lógica? —Hizo un gesto envolvente con la mano—. Porque te aseguro que no la tiene, Angy.
—Te garantizo que sí la tiene, pero ella debe saberlo antes. Se lo debo.
La mirada de su padre se oscureció todavía más.
—Le debías respeto, y no lo has hecho. Después de eso, lo demás no importa.
Ahogó un grito de impotencia. No lo entendía.
—Maldita sea, esto sí importa. —Bajó la voz—. Tengo que contarle la verdad.
—¿Qué verdad?
—Yo llegué antes…
Vladimir ladeó la cabeza, muy confundido.
—¿Qué has dicho?
Se mordió el labio.
—Papá, las cosas no son como parecen. Yo jamás me hubiera interpuesto entre ellos dos si no fuera porque…
—Lo has hecho de todos modos —espetó, interrumpiéndola—. No tienes perdón. Se honesta contigo misma. ¿De verdad crees que va a poder perdonarte después de lo que le has hecho?
Eso fue un duro golpe para ella, sobre todo viniendo de su propio padre.
—No busco su perdón porque no lo merezco —gimoteó—. Lo único que pretendo es que sepa todo lo que hay detrás.
Su padre cerró los ojos, soltó un suspiro y se pasó la mano por la frente.
—Digas lo que digas, no arreglarás nada. Así sólo conseguirás hacerla más daño. Eres mi hija pero ella también, y no pienso permitirlo. —La señaló con un dedo acusador—. No voy a dejar que la utilices a tu antojo.
Angy resopló, molesta.
—No es esa mi intención.
—Lo sea o no, ya lo has hecho. Confiaba en ti y tú la has traicionado.
Angy se tiró del pelo.
—He cometido un error, pero si me escucharas, comprenderías que no podía traicionarme a mí misma. No puedo cambiar lo que siento.
—No, claro que no, ya es tarde para eso. No puedes tirar la piedra y esconder la mano.
—Ya no quiero seguir fingiendo, papá. Podría haberme ido sin tener que pasar por esto y he decidido quedarme para hablar con ella. —La garganta le quemaba por todo lo que quería decir—. Nunca habría hecho nada que la perjudicase, pero esto era demasiado. No podía quedarme cruzada de brazos mientras permitía que el hombre que amo estuviera con ella. No podía. —Entrecerró los ojos—. No podía sabiendo que él siente lo mismo por mí.
—Déjalo ya, Angy. No soporto escuchar todo eso. —Apretó los labios con resignación—. Vete.
—No.
—He dicho que te vayas —insistió, mirando a su alrededor—. Tienes suerte de que tu madre no esté aquí, pero volverá enseguida. Más te vale que no te encuentre cerca porque si lo hace, ya sabes lo que pasará, y no podré interponerme de nuevo. —Se llevó una mano al pecho—. Si aún tienes un poco de decencia, vete ahora. Yo procuraré no olvidar todo lo bueno que has hecho siempre.
Angy sentía que era una especie de despedida.
—¿Me estás diciendo adiós? —lloró, desconsolada.
—Sólo trato de hacer lo que es mejor para todos.
—Esto no es lo mejor para mí.
—Lo sé, cielo, y lo siento en el alma, pero lamentablemente no hablamos de ti. Ahora Nora nos necesita a tu madre y a mí. Por lo que respecta a ti y a ese desgraciado… —Los puños le temblaban—. No tenéis nada que hacer aquí. Ya no.
—Pero pará, yo…
—Escucha, pase lo que pase, hagas lo que hagas, siempre vas a ser mi hija, pero ahora no puedes pedirme que tenga compasión porque no puedo ceder. Tengo que hacer lo correcto.
Angy estalló en un susurro.
—¿Y lo correcto es no dejarme confesar?
—No, Angy. Lo correcto es dejar que te vayas. —Le dio un beso en la frente—. Debes irte. Ahora.


175


A pesar de todo, de la despedida forzosa de su padre y del choque tan brutal con su madre, Angy no cedía. No podía irse, todavía no. Estaba dispuesta a jugar hasta las últimas consecuencias, porque por nada del mundo se marcharía con la cabeza agachada; puede que hubiera cometido un millón de errores, cada cual peor, pero no estaba dispuesta a ceder en el último momento. Eso al menos se lo debía a sí misma y a Nora. Tenía que hacerlo bien, dejando bien claro que su historia con Dorian empezó antes de que nadie lo supiera, antes de que ese triángulo amoroso que no había hecho más que infligir daño se formara de manera inesperada.
Siguió la misma pauta y, escondiéndose detrás de cada pared, esquina y muchedumbre, invirtió el tiempo de la mejor manera que pudo, pensando en Dorian. No sabía nada de él desde hacía dos días. Esperaba verle aparecer por el hospital, pero nada. Estaba cumpliendo su promesa de no interponerse, y la verdad es que se lo agradecía. Él no merecía sufrir más de lo que lo había hecho.
Ahora tenía que pensar en algo; seguramente su padre habría corrido la voz de alarma para decirle a Julia que su hija mayor ya se habría marchado, pero no las tenía todas consigo. Iba a ser prácticamente imposible encontrar un momento a solas, en el que la habitación de Nora estuviera disponible para colarse como un ladrón y tratar de conseguir que la escuchara. La verdad es que eso también sería un problema. Si en el mejor de los casos accedía a la habitación y ella estaba dormida, el simple hecho de despertar y verla allí sería como una pesadilla, y de seguro comenzaría a gritar para que alguien se llevara a ese fantasma que no había hecho nada más que causar problemas. Un profundo dilema, un tremendo galimatías. Había caminos sin salidas por todas partes. Tenía la soga al cuello, pero sabía perfectamente que si no era capaz de hacerlo en ese día, las probabilidades de volver a intentarlo días después resultaban nulas.
Pasó tanto rato vacío y tantas horas que la cabeza le daba vueltas. Por fin, cuando estuvo espiando el tiempo suficiente para darse cuenta de que sus padres estaban agotados, rezó para que la oportunidad llegara. Primero se marchó su padre, pero Julia, aún entraba de vez en cuando y salía con la cara tan larga que le llegaba al suelo. Ya estaba perdiendo la esperanza cuando la vio hablando con uno de los médicos; a juzgar por su cara, estaba algo más tranquila. Después, cuando se quedó sola en el pasillo, comenzó a alejarse. Para asegurarse, Angy la siguió. Le costó bastante creer que su madre por fin se fuera. Cogió un taxi y desapareció de allí. Era un tremendo golpe de suerte, aunque sabía de buena tinta que no la dejaría sola durante mucho tiempo.
Se quedó tanto tiempo delante de la puerta sin saber qué hacer, qué decir o cómo comportarse, que temió por un instante salir corriendo. Pero al final no se movió de allí. Para empezar, ¿cuál era la mejor opción, entrar directamente o llamar con los nudillos? Ahogó un suspiro. Estaba aterrada. La última vez que la vio estaba inconsciente, con un montón de cortes y sangre salpicada en la piel. Eso jamás podría olvidarlo.
Finalmente se obligó a girar el pomo y a empujar suavemente la puerta hacia delante. Cuando entró, hubo un tremendo silencio que la embargó hasta la médula. Se quedó sin respiración por contemplarla allí, echada sobre la cama, con una fina tela cubriendo su cuerpo y todo un arsenal de equipo médico rodeándola.
Se quedó muy quieta cuando Nora, medio dormida, comenzó a moverse y a gruñir, gesticulando aun con los ojos cerrados.
—Mamá… —gimoteó—. Creí que te habías ido a casa… —No pudo completar del todo esa frase porque cuando abrió los ojos, no fue su madre a la que vio, si no a Angy, absolutamente petrificada.
Ahogó un grito y también se quedó paralizada. Sus ojos azules despuntaban terror, como si hubiera visto al mismo demonio. Sus extremidades comenzaron a retorcerse por la cama, como si quisiera huir, pero a juzgar por su demacrado aspecto, estaba demasiado débil.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Su voz denotaba un profundo dolor, teñido de rabia, incomprensión, incertidumbre e impotencia.
Angy sabía que tenía que andar con pies de plomo para tener alguna posibilidad de salir ilesa emocionalmente de aquello. Lo que tenía claro es que Nora tenía que saberlo todo.
—He venido a hablar.
Los centelleantes ojos de su hermana pequeña ardían. Se incorporó levemente de la cama. De su cuerpo podía desprenderse la idea de que todavía estaba algo indefensa. Las máquinas dispuestas alrededor de la cama y el suero inyectado en vena eran pura evidencia de ello.
—¿Hablar? —repitió con un murmullo—. No, claro que no. No vas a hacerlo. —El labio superior le tembló ligeramente—. ¿Quién te ha dejado entrar? ¿Saben que estás aquí?
Angy negó con la cabeza.
—No saben que he venido. Nadie lo sabe. —Bajó la mirada al suelo para después volver a mirarla directamente a los ojos—. Si he vuelto para verte es porque necesito que hablemos.
Nora se dejó caer de nuevo sobre el colchón.
—¿Y qué hay de lo que yo necesito? Porque me parece que se te ha olvidado mencionarlo. —Levantó un poco las manos para mostrar con más detenimiento los pequeños tubos introducidos en ellas—. ¿Crees que esto es lo más justo? Porque yo ni siquiera quería acabar aquí. No quería que nadie me salvara, y mucho menos tú… —Entrecerró los ojos—. ¿Creías que así ibas a conseguir que te perdonara? ¿Piensas que con tu patética actuación puedes desentenderte de todo esto? —Los ojos se le humedecieron—. No hay nada que puedas hacer para arreglarlo. Es mejor que no hubieras aparecido por allí, así sería mejor para todos, sobre todo para mí.
—No digas eso —lloró Angy—. Es algo horrible.
Nora arqueó las cejas.
—¿Y a esto cómo lo llamas? ¿No te parece lo suficientemente horrible? ¿Y qué hay de mí? —Se pasó una mano por el pelo revuelto—. Vamos, admítelo. Me salvaste únicamente para que mi muerte no pesara en tu conciencia, de lo contrario no hubieras movido ni un dedo para tratar de salvarme.
—Eso no es cierto —se defendió Angy—. No quería perderte.
—¿Cómo? ¿Que no querías qué, Angy? —Su temperamento ya volvía a dejarse ver—. No lo repitas, porque no soporto que digas tantas mentiras.
—No es ninguna mentira.
—¡Oh, cállate! —exclamó—. Cállate de una vez.
Angy decidió dar un paso.
—No hagas eso, te lo advierto. —Sus ojos azules prendían como la lava—. No te acerques…
—Por favor, dame un minuto.
—¡No! ¿Es que no lo entiendes? ¿Cómo se te ocurre aparecer? ¿Acaso quieres terminar lo que empezaste? ¿Quieres matarme?
Angy sintió un latigazo.
—¡No!
—Vete ahora mismo. —Su corazón había incrementado sus pulsaciones; uno de los aparatos lo indicaba—. Márchate.
—No puedo.
—Sí que puedes. ¡No pintas nada aquí! —Acabó por derramar las lágrimas—. ¡No quiero tu compasión! No puedes humillarme más, no puedes hacerme caer más bajo. Ya lo has conseguido. Vete…
—No me iré de aquí hasta que me escuches…
En un abrir y cerrar de ojos, Nora se movió con agilidad y le arrojó sin dudar la bandeja de comida, que acabó por estrellarse en las paredes, originando un ruido muy molesto.
—¡Lárgate de aquí! —chilló.
—¡Nora, por favor! —No la reconocía, estaba fuera de sí, por su culpa—. No hagas eso…
—¡Déjame en paz! —Se retorcía de la angustia, con todas esas vías moviéndose dentro de su piel.
—¡Para! —imploró—. Vas a hacerte daño…
Nora finalmente cesó de patalear. Fue reduciendo sus movimientos hasta que lo único que hizo fue llorar amargamente, con los ojos hinchados y el alma triste. Estaba deshecha, como si la hubieran roto por la mitad, como si alguien le hubiera arrancado el corazón.
—¿Sabes lo mal que me siento? —sollozó, presa de la rabia y del dolor que invadía su débil cuerpo—. ¿Tienes idea de lo estúpida que me sentí al descubrir que la mujer con la que mi marido me engañaba era mi propia hermana?
Angy bajó la mirada al suelo. Era tanto lo que sentía, que no podía ponerle nombre.
—Nunca tuve nada demasiado bueno entre las manos y cuando por fin logré dar con ello, cuando por fin supe lo que era estar feliz y enamorada, darlo todo por otra persona, tú me lo arrebataste. ¡¿Por qué?! —Golpeó el colchón con el puño cerrado—. Jamás habría podido pensar que Dorian sería capaz de engañarme, y cuando me atreví a dar el paso de descubrir todo lo que había detrás, apareciste tú. —Sus lágrimas recorrieron las mejillas y fueron a parar a la bata que la cubría, mojándola—. Y pensar que la respuesta siempre estuvo delante de mí. ¿Cómo has podido hacerme esto? ¡Tú! —chilló—. Siempre fuiste mi punto de referencia, mi modelo, el ejemplo a seguir. ¿Por qué lo has hecho?
Angy se volvió de papel al contemplarla. No soportaba estar allí; cualquier sitio, incluso el mismo infierno, era mejor.
—No pretendía, yo no quería… —Se llevó las manos a la cabeza—. No quería hacerte esto, Nora. Lo siento muchísimo.
—¿Que lo sientes? —Se incorporó aún más—. ¿Crees que con una disculpa puedes arreglar lo que has hecho? ¿Crees que puedo perdonarte el hecho de que te hayas acostado con mi marido?
Angy volvió a pensar en aquella noche en la que acabó cediendo ante sus sentimientos. Quizá todo habría sido diferente de haber cogido el avión, pero ahora estaba ahí, no podía cambiarlo.
—¿Y qué hay de lo otro? —prosiguió Nora—. ¿Se lo vas a decir a papá y a mamá o dejarás que lo haga yo? —Su rostro reflejaba tanto odio, que si hubiera podido levantarse de la cama para darle una bofetada, lo habría hecho—. ¿Tendré que decirles que van a ser abuelos gracias a ti?
Un miedo vivo e intenso la acunó. Se tambaleaba de la cabeza a los pies.
—No puedo —logró decir—. No puedo decírselo…
Nora la miró con repulsión. Sus dientes castañeaban, su pecho se agitaba y todo en ella se reducía en una sola cosa: impotencia.
—¿De verdad podrás ser una buena madre? ¿Llegarás a quererle sin condiciones? —Esbozó una sonrisa fría, irónica—. ¿Podrás soportar la culpa cada vez que le mires a los ojos y recuerdes que fue fruto de una infidelidad?
Angy soltó un suspiro.
—Para mí fue algo más que eso.
Nora arqueó las cejas.
—Cierto, casi lo olvido. Para ti es como un cuento de hadas. Sigues viviendo en tu mundo.
—No es eso…
—¿Entonces qué es? ¿Lo tenías todo planeado? —Agitó el puño en el aire—. ¿Lo hiciste a propósito?
Angy abrió los ojos todo lo que pudo, deseando haber entendido mal.
—¿De verdad crees que sería capaz de algo así?
—Esto es el colmo. —Frunció el ceño—. ¿Cómo puedes ser tan hipócrita? Por supuesto que te creo capaz. ¿Qué diferencia hay? Te metiste en mitad de mi matrimonio y lo destruiste. ¿Acaso me paso de la raya por suponer que te quedaste embarazada deliberadamente para asegurarte de que Dorian no te abandonaba?
—Fue un accidente. —Se tocó instintivamente el vientre, pensando en su pequeño e inocente bebé.
—Para ti todo es un accidente, pero pudiste haberlo evitado; podrías haber evitado todo esto si hubieras querido, pero tu egoísmo está por encima de todo.
Angy se pasó las manos por el cuello.
—Traté de evitar que pasara. Yo no quería esto; no quería hacerte daño, pero no puedo huir de mi pasado.
Nora alzó las cejas, confusa. Ladeó la cabeza.
—¿Qué has dicho?
Angy se llevó una mano a la frente y comenzó a dar vueltas por la habitación.
—Tienes que saber la verdad. —Paró en seco y la miró sin titubear—. Hay algo que tienes que saber; algo que debería haberte contado hace mucho.
—¿De qué estás hablando? —Se removió sobre la cama—. Ni siquiera sé por qué estás aquí. No soporto tenerte cerca, no después de haber estado jugando conmigo todo el tiempo.
—No es lo que crees.
—¿Cómo tienes la desfachatez de decirme a la cara algo así?
—Porque es la verdad.
—Verdad o no, no me interesa. —Se secó las mejillas—. Cada vez que abres la boca me destrozas. No te haces idea de lo que esto significa para mí. Ya tienes lo que tanto querías, ¿no? Pues lárgate. Aquí pierdes el tiempo.
—Escucha, no he venido para herirte. He venido para que entiendas por qué lo he hecho.
—¿Intentas decirme que hay una explicación?
—Sí —susurró—, la hay.
—Mientes…
—¡No! —gritó—. Siempre la ha habido, siempre ha estado delante de ti, pero era imposible que lo supieras.
Nora entornó los ojos, nerviosa.
—No entiendo lo que dices.
—Entonces dame un minuto para hacer que lo comprendas.
Nora relajó los músculos, lo que indicaba en cierta forma que estaba dispuesta a escucharla.
—Todo esto viene de atrás —comenzó—. Todo el mundo me dijo que había cambiado desde tu boda. Mamá, papá, tú… Todos me decíais que no era la misma de siempre, y teníais razón. No podía serlo, porque no podía actuar fuera del escenario. Fue algo que me superó, rompió todas las expectativas. Toda mi vida se complicó desde el instante que volví aquí después de tanto.
—¿Por qué?
—Porque descubrí algo terrible. —Los nervios en el estómago apretaban como acero—. Algo que nunca hubiera podido imaginar. —Su voz se alteró—. Porque a partir de ese momento supe que no podía estar cerca de ti, de vosotros. Tenía mi vida asegurada en otra parte y cuando me di cuenta de lo que ocurría supe que tenía que mantenerme lo más alejada posible. No aparecer.
—¿Por qué, Angy?
—Porque mis mayores miedos volvieron a despertar en la isla después de haber permanecido enterrados los dos últimos años de mi vida. Algo… alguien que volvió a mí sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.
Nora negaba con la cabeza, estaba confusa.
—No entiendo qué tiene que ver con esto. ¿Por qué hablas del pasado?
Angy se acercó un poco más.
—No hace mucho me dijiste que a veces las segundas oportunidades funcionan. Yo estaba empeñada en ignorarlo pero tenías razón. A pesar de herirte directamente, diste en el clavo, aunque no podías imaginarlo. Acertabas cada vez que insistías diciéndome que no podía dejarlo correr, que no podía dejar escapar al hombre que quería. Tenías razón. Siempre lo has hecho. No podías saberlo, claro; nadie podía.
Nora la miraba en absoluto silencio.
—¿Qué habrías hecho tú si el pasado hubiera vuelto a encontrarte? ¿Qué camino habrías elegido? ¿Qué decisión habrías tomado? —El corazón se le salía del pecho—. ¿Hubieras sido egoísta o habrías preferido olvidar de una vez por todas?
—Sigo sin entenderte.
Angy no quería rendirse tan fácilmente. Se acercó a los pies de la cama, mirándola con veneración, arrepentimiento, culpa, y un profundo deseo de que pudiera ponerse en su lugar.
—¿Qué habrías hecho si lo único que alguna vez hubiera tenido sentido para ti hubiese vuelto a aparecer? ¿Lo habrías rechazado, lo habrías dejado ir?
—¿A qué viene esto, Angy?
Ella ya no la escuchaba. Tenía que seguir hablando, porque si paraba, no podría retomar el hilo de su discurso; no sería capaz de empezar de nuevo.
—¿Recuerdas todas esas veces en las que querías saber si amaba a alguien? ¿Recuerdas cuando estuve en vuestra casa? ¿Recuerdas cuando me preguntaste si yo llegué antes o si en cambio esa otra mujer lo hizo después? —Se atrevió a dar un diminuto paso—. ¿Recuerdas todas esas veces en las que me decías que tenía que luchar por lo que quería sin que importaran los demás? —Se mordió el labio con resignación—. ¿Te das cuenta que siempre te decía lo mismo, que lo mío con ese hombre no podía ser? ¿Entiendes por qué no podía hacerlo? ¿Puedes entender que esa mujer era alguien tan importante para mí hasta el punto de intentar rechazar al que era el amor de mi vida solo para no herirla?
La cara de estupefacción de Nora era mayúscula. Se había quedado helada.
—Tú misma me dijiste que habrías luchado por amor, que habrías ignorado el hecho de que hubiera otra mujer sabiendo que serías correspondida. —Ahogó un suspiro—. Yo me resistí hasta el último momento por ser quien era, por no traicionar a quien no se lo merecía, pero fui débil y egoísta, y acabé por reclamar lo que consideraba que seguía siendo mío.
La fina línea de la boca de Nora se había vuelto invisible. Ni siquiera parpadeaba.
—Todo el mundo se dio cuenta que después de tu boda no volví a ser la misma. Tenía una buena razón, del mismo modo que tenía mis motivos para tratar por todos los medios de no verte a ti, de no verle a él. Era demasiado para mí, y tú seguías una y otra vez insistiendo, intentando que me comportara como alguien que no soy, tratando de acercarme a tu marido y ser condescendiente. Pero nunca he podido serlo. Todos lo sabéis. Nunca he podido dar mi brazo a torcer y fingir que podía llevarme bien con él, sencillamente porque no podía permanecer cerca de ninguno de vosotros. No conseguía hacerme a la idea de que tuvieras una nueva vida, y no porque no lo merecieras, si no por mí, porque no era lo que yo esperaba. Nunca podría serlo porque no lo aceptaría jamás. —Hizo una larga pausa—. No he vuelto a ser la misma desde que me llamaste para decirme que te casabas; no he sido capaz de encontrarme desde que descubrí que tenías a alguien a tu lado, sabiendo que ese desconocido con el que te habías comprometido era Dorian. Todo se fue al traste cuando aquel maldito día en la isla descubrí que se trataba de él, cuando le trajiste por primera vez para que le conociéramos. Os bajasteis del coche mientras papá y mamá os esperaban en la entrada. Vosotros estabais indecisos. —Se tapó la boca con las manos—. Lo sé porque yo estaba allí, Nora, en mi antigua habitación. Lo vi todo desde la ventana, y cuando me di cuenta de quién era en realidad ya estaba corriendo. Sencillamente escapé de casa porque no podía creer que fuera cierto. Te hice creer que me fui por motivos de trabajo pero no fue así. No me quedó otra opción. A partir de ahí supe que lo que sentía no llegó a morir del todo, esa es la razón por la que después traté de retrasar nuestro inevitable contacto. Por la misma razón siempre quise evitarle, por la misma razón traté de huir de esa cena en la que nos presentaste, el mismo motivo por el que le salvé de morir ahogado y por lo mismo traté de evitar quedarme con él en vuestra casa mientras tú estabas fuera.
—Pero…
Angy volvió a la carga.
—Intenté decírtelo muchas veces, pero no había una manera de hacerlo sin que todo se viniera abajo. Sabía que si lo confesaba, no te casarías, por eso decidí guardar silencio. —La quemazón en el pecho era insoportable pero a la vez un alivio—. Sé que fue un error, que debí haber hablado cuando tuve la oportunidad, pero no quería interponerme entre vosotros dos. Porque quería lo mejor para ti. Porque fui yo la que le abandonó, sin tener ni idea de que tiempo después volvería a entrar en mi vida a través de ti.
Un diminuto pero necesario espacio de silencio se metió en sus cuerpos antes de que continuara.
—Nunca pude confesarlo abiertamente, no me atreví, pero en cierta manera acabé por hacerlo antes de que te casaras con Dorian.
—¿Qué? —El alma se le había caído a los pies.
—Cuando os conté a ti y a tus amigas toda aquella maldita historia antes de la boda cambié los nombres, pero lo demás era real, todo lo que dije fue verdad. Mi historia, lo que pasó, mi marcha, mi error… Todo eso volvió de golpe cuando me di cuenta de quién era tu futuro marido.
Nora abrió los ojos hasta el extremo, incapaz siquiera de parpadear.
—¿Quieres decir que…?
Angy se cubrió la boca con ambas manos, sabiendo que ya no había otra salida nada más que confesar el mayor secreto de todos.
—Nunca hubo ningún Ulises. —Lloró desconsoladamente—. Compartí mi vida con un hombre maravilloso durante siete años hasta que decidí abandonarle por el teatro. Pero ése no era su nombre. —Cerró los ojos—. Era Dorian. Fue él todo el tiempo.


176


Había tratado de ser paciente, aguantar todo lo meramente soportable e incluso más, pero a fin de cuentas ya conocía la historia, y por tanto el final ya estaba escrito, con su propio nombre junto al de la mujer que tanto amaba; esa misma que le había pedido no interferir, pero ya había esperado suficiente. Unos cuantos días manteniéndose al margen significaban una auténtica eternidad tratándose de no perder ni un segundo para empezar su verdadera vida. Se estaba volviendo loco; el simple hecho de no tener noticias suyas no podía presagiar nada bueno. No dejaba de preguntarse si finalmente Angy habría reunido el coraje suficiente para confesarle a Nora todo lo que habían mantenido en secreto. Suponía que así habría sido, pero no tener noticias de ellas era desquiciante. Quería cuidarla, y también a su pequeño bebé. Todo daba vueltas hasta perder la compostura.
Entonces lo decidió en un segundo. Supo que tenía que hacerlo; supo que tenía que volver al hospital y enfrentarse a la situación del mismo modo que ella lo había hecho. No iba a ser fácil, pero al menos averiguaría de una forma o de otra dónde demonios estaría Angy.
Circuló con ansiedad durante todo el camino, con las sienes sudorosas y las manos heladas frente al volante. Cuando llegó y atravesó ese oleaje de gente, paredes y pasillos, fue divisado por tres personas. Sí, por increíble que pareciera, Nora ya estaba de pie, fuera, en el pasillo, acompañada por sus padres, dando un paseo para fortalecer las piernas.
Sus caras de sorpresa fueron mayúsculas. Había un par de personas desconocidas por allí cerca, y todos acordaron no elevar las voces demasiado para no llamar la atención.
Julia se acercó a él manteniendo una actitud hostil.
—No deberías estar aquí. —Sus ojos irradiaban odio—. Ya no eres bienvenido.
Dorian trató de evitar ese primer contacto y puso toda la atención en Nora, que le miraba como nunca antes lo había hecho, como si se tratara de una muñeca rota en mil pedazos, como si el simple hecho de respirar le costara todo un mundo.
—¿Qué haces aquí?
Se sintió ridículo; tenía que haber preparado algún tipo de escusa, pero ya era tarde. No le quedaba más remedio que improvisar.
—¿Dónde está? —preguntó, refiriéndose a Angy.
Vladimir torció la cabeza, comprendiendo lo que quería decir.
—Se ha ido.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Cómo que se ha ido?
—Ya no tenía nada que hacer aquí, y tú tampoco. —Dio un paso adelante.—. Ha vuelto a su vida. Se supone que tú deberías saberlo, ¿no?
No dijo nada. La presión en la cabeza aumentó. ¿Cómo era posible que se hubiera ido sin él?
—Me he mantenido al margen porque ella me lo pidió.
—¿A esto lo llamas mantenerte al margen? —espetó Julia—. Eres un desgraciado, un maldito…
—Mamá —interrumpió Nora—, ya basta. —Se acercó varios pasos para verle de cerca—. Dadnos unos minutos. Tengo que hablar con Dorian.
Julia, desconcertada por lo que acababa de escuchar, se acercó a su hija y le acarició la mejilla.
—Cariño, no tienes por qué hacerlo.
—Mamá, estoy bien. —No apartaba los ojos de su todavía marido—. Dejadme a solas con él.
—No, de ninguna manera.
—Por favor. —Su voz se elevó un poco—. Lo necesito.
Esta vez fue su padre el que se acercó, reacio.
—¿De verdad es eso lo que quieres?
Nora dejó escapar el aire entre los dientes.
—Sí, es lo que quiero. Sabes que ya no tengo nada que perder.
Anonadados, perplejos y confusos, los padres de Nora se alejaron lentamente por el pasillo hasta desaparecer.
Nora abrió la puerta de la habitación y le indicó a Dorian que entrara, cerrando tras ella. Él estaba confuso por el ambiente que veía, máquinas y más máquinas a su alrededor. Debía de haber estado muy grave.
Se volvió hacia ella y no pudo evitar sentir una profunda lástima. Estaba tan débil, muy lejos de la persona que solía ser.
—¿Cómo te encuentras?
Nora torció los labios ante esa pregunta tan inadecuada, ofendida.
—Estoy viva, que no es poco. —Se pasó una mano por el brazo magullado—. ¿Por qué me salvasteis?
Dorian se sorprendió por esa primera pregunta tan categórica y directa. Guardó silencio hasta que no pudo evitar su sorpresa.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Porque no lo comprendo. Hubiera sido más fácil para vosotros no hacer nada. Así al menos os habría dejado el camino libre.
—No era eso lo que queríamos.
—No me vengas con esas —reprochó—. No seas hipócrita hasta el último minuto.
—No pretendo serlo, pero te aseguro que no podíamos dejarte… ir. Buscamos hasta en el último rincón que te puedas imaginar, hasta que Angy insistió para que fuéramos a casa. Entonces, cuando ella entró en el cuarto de baño y te encontró… —La pie se le erizó—. ¿Recuerdas algo de eso?
—No, la verdad es que apenas recuerdo nada. Había bebido demasiado, una cosa llevó a la otra y… —Apartó la mirada—. Cuando quise darme cuenta, estaba en la bañera, llena de cortes y un montón de sangre a mi alrededor. Apenas era capaz de sentir nada, ni siquiera el dolor.
—No debiste hacerlo —murmuró Dorian.
—Y vosotros no deberíais haber hecho todo lo demás, pero supongo que ya es tarde. —Se pasó las manos por el pelo, revolviéndolo hacia atrás—. Si acabé en esa situación, fue por vosotros. No finjas que no eres capaz de entenderlo. A lo mejor tú habrías hecho exactamente lo mismo.
Dorian no podía creer que Nora se estuviera conteniendo tanto; la última vez que la vio consciente estaba fuera de sí, propinando golpes. Ahora en cambio, estaba como sedada.
—No sé cómo tienes fuerzas para volver a hablar conmigo —admitió él.
Nora se acercó a la ventana, poniendo una mano sobre el cristal. Respiró hondo y despacio.
—Como le he dicho a mi padre hace tan solo un momento, ya no tengo nada que perder, así que supongo que después de sobrevivir a mi patético intento de suicidio, hablar contigo no me matará. —Se volvió hacia él, apoyando la espalda en la superficie transparente—. Además, tengo que decirte que ya lo sé. Lo sé todo. Absolutamente todo. Me refiero a todo lo que había detrás, todo lo que Angy y tú intentabais ocultar. Ella misma me lo dijo. Apareció por aquí y lo confesó todo.
Dorian palideció. Entonces supo que Angy lo había logrado.
—¿No lo sabías? —preguntó ella.
—Sí —se apresuró a decir—, pero…
—¿Sabes? La verdad es que fue muy convincente. Al principio no podía entender lo que intentaba decirme pero luego… —Hizo una pausa—. Todo lo que dijo resultó ser tan persuasivo, contundente, determinante y preciso. Jamás la había visto tan rota por nada ni por nadie. Ahora empiezo a entender lo mucho que te… quiere. Bueno, aunque creo que es algo mutuo por tu parte.
Dorian dio un paso para acercarse.
—Y ahora que ya sabes lo que ocurre, ¿qué es lo que piensas?
Nora le apuñaló con los ojos.
—No creas ni por un instante que voy a ser capaz de perdonaros. Algo así no va a ocurrir, ni ahora ni nunca. No cambia nada. Ha resultado ser completamente diferente a como esperaba, pero sigue siendo una traición en toda regla, una auténtica infidelidad. —Los ojos se le humedecieron, pero su voz no cedió ni un ápice—. Te obsesionaste, te acostaste con ella, se quedó embarazada y no estabais dispuestos a abandonar lo que teníais, y está claro que lo hubierais seguido haciendo a escondidas si yo no me hubiera enterado, esa es la única verdad. No puedo con eso. No puedo tolerar todo lo que habéis hecho y apartarme para daros el visto bueno. —Le señaló con el dedo—. No creas que puedo soportar fácilmente tenerte tan cerca sin tener deseos de matarte con mis propias manos. Te odio, te odio como nunca pensé que podría hacerlo, y lo has logrado tú solo.
Dorian tragó saliva, sintiendo todavía más pena y compasión. Lo peor era saber que tenía toda la razón.
—No sé qué puedo decirte. —Se le había secado la garganta—. He sido un farsante, un hipócrita, un embustero y un completo desgraciado, pero por encima de todo eso, hay algo que se escapa a mi control. No se puede elegir a quién querer, y aunque tuve la inmensa fortuna de conocerte, no podía cambiar quién soy.
Nora derramó en silencio esas pequeñas lágrimas de filigrana. No sollozaba, no hacía ningún ruido, hasta parecía no respirar; simplemente se limitaba a llorar, quieta y fragmentada en todos sus trozos.
—A sí que durante todo este tiempo lo sabías… —Se secó las mejillas—. Estabas enamorado de ella y aun así no fuiste capaz de decírmelo.
—No era algo sencillo.
—Eso ya lo sé, pero tenía derecho a saberlo. —Apretó los labios—. No tenía ni idea de que pudieras estar enamorado de dos mujeres al mismo tiempo.
—Sinceramente, yo tampoco. Pero todo ocurrió tan deprisa que no pude hacerle frente. Sencillamente seguí hacia delante.
—¿Y ya está? ¿Lo dejaste correr con la esperanza de que todo mejorara por sí solo? ¿Cómo podías ser tan iluso?
—Estaba desesperado, Nora.
—Permítame que lo dude —espetó—. Parecías muy seguro. Nunca pensé que fueras capaz de ocultarme algo así. Tenías una doble vida…
Él se iba sintiendo cada vez peor. Nada concordaba, no sabía qué demonios hacía allí. Era una despedida, por supuesto, pero no era lo que habría querido si hubiera tenido la oportunidad de elegir.
—Todo ha sido por ella —insistió Nora—. Cada cosa que hacías, cada gesto o cada motivo la implicaban directamente. ¿Cómo no he podido darme cuenta antes? Lo hacías todo con el propósito de tenerla cerca, ¿no es así? Por eso hablaste con mi jefa, por eso me convenciste para que fuéramos a verla, excusándote, diciéndome que era por mi bien, que querías que no dejara de verla y sin embargo…
—Lo siento mucho.
Nora se le acercó peligrosamente, a un palmo de la cara. La altura que les separaba, el conflicto de sentimientos y la tensión punzante hacía agonizar cada átomo de esos cuerpos.
—Dime una cosa. —Estaba claro que lo que iba a decir le resultaba tremendamente difícil, como una puñalada a sí misma—. ¿Te casaste conmigo solo para poder estar cerca de ella? ¿Ha habido algo que fuera cierto en nuestro matrimonio? —Su voz se quebró—. ¿Alguna vez me has querido?
—Nora…
—Contéstame, Dorian. ¿Llegaste a quererme aunque fuera por un instante?
Él cerró los ojos, dejando caer los hombros.
—Sí, la respuesta es sí. Te quise, aunque no de la misma manera.
Nora se separó con lentitud, arrastrando los pies, volviendo a su ubicación junto a la ventana.
—Nunca fuiste capaz de olvidarla. —Tenía la mirada perdida, la piel blanquecina y los labios morados—. Hasta en nuestra boda seguías pendiente de ella. Todo ha sido una mentira, todo lo que he vivido en este tiempo no ha sido real. —Se llevó las manos a la cabeza—. ¿Qué hice para merecerme algo así?
—Tú no hiciste nada.
—Ya, y vosotros tampoco, y ahí está el error. Os limitasteis a dejar correr el tiempo. Pudisteis haber impedido que me casara contigo, haber impedido toda esta farsa, pero decidisteis guardar silencio para que nada se descubriera.
—Hicimos lo que creímos que era correcto.
Nora frunció el ceño.
—Pues os equivocasteis. Tú, ella, los dos. —Se abrazó el cuerpo—. Se suponía que podía confiar en vosotros, y me la jugasteis desde el principio.
—Eso no fue exactamente así. —Se desabrochó un botón de la camisa—. Antes de la boda, Angy se presentó en el estudio para asegurarse de que te quería. Quería saber si mis intenciones respecto a ti eran honestas.
—¿Y qué le dijiste?
—Que sí, que lo eran. Le dije que te quería y que me iba a casar contigo, que no había nada que ella pudiera hacer por impedirlo.
Pareció sorprenderse, pero no dijo nada.
—¿Qué habrías hecho tú? —quiso saber Dorian.
—No lo sé, pero desde luego no habría permitido que las cosas llegaran tan lejos.
—Lo siento.
Nora apretó los puños.
—Nunca he entendido para qué diablos sirven las disculpas. He oído eso tantas veces que ya me cuesta creerlo. No puedo creerte. Para mí te has convertido en todo lo que odio en un hombre. Mentiras, infidelidad, traición, egoísmo… Todo eso eres tú.
Dorian tragó saliva.
—Sí, tienes toda la razón. Soy eso y mucho más.
Nerviosa, se colocó el pelo detrás de la oreja.
—¿Qué me sugieres que haga, Dorian? Porque está claro que en cuanto salgas de aquí te irás corriendo a buscarla y es probable que no vuelva a verte nunca más. Dime qué puedo hacer cuando hayas desaparecido. ¿A qué debería aferrarme?
—A tus padres —dijo en un murmullo—. A tu trabajo, a tus amigas, a todo lo que puedas. Todo aquello que pueda aportarte felicidad.
Los ojos azules se le inundaron otra vez.
—En cuanto salgas por esa puerta todo lo que ha estado teniendo sentido para mí habrá dejado de existir. No podré tener felicidad nunca más.
—No digas eso, tú no lo sabes. —Refrenó los deseos de consolarla—. Volverás a querer. Algún día encontrarás un buen hombre que te quiera sin medida y volverás a amar.
—Sí, pero ése no serás tú.
Por primera vez, Dorian no reprimió su deseo de llorar.
—Lo intenté, Nora. Intenté serlo pero no puedo ser el hombre adecuado para ti. Le pertenezco a Angy, y eso es algo que nunca podré cambiar. No espero que lo entiendas, pero es lo que hay. A veces las cosas no salen como esperamos, y aunque nunca puedas perdonarnos ni a ella ni a mí, ten por seguro que no voy a olvidarte. Me hiciste mucho bien, más del que puedas imaginar. En algún momento fuiste alguien muy importante para mí, pero no puedes ser nada más, lo siento. Sólo espero que puedas empezar de nuevo, tener otros objetivos y ver la vida como la veo yo. No siempre es fácil, pero merece la pena. Ahora no puedes darte cuenta de lo que quiero decir, pero cuando vuelvas a enamorarte, lo entenderás.
La conversación debía terminar allí, ambos lo sabían. Nora corrió a sus brazos y Dorian la estrechó con fuerza, hundiendo su cara en el cabello dorado. Derramó las lágrimas más amargas de su historia y le dijo una vez más lo mucho que lo sentía. Ella por su parte, le miró de cerca como si tratara de fijar aquel rostro de forma inmortal en sus recuerdos, porque a partir de ahí sería lo único que tendría.
—No quiero que te vayas —murmuraba ella contra el pecho de Dorian, sollozando—. A quién pretendo engañar, todavía te quiero; te quiero muchísimo, Dorian.
—Tengo que hacerlo. Tienes que dejar que me vaya. Si me quedo, seguiré haciéndote daño, y no quiero eso. Deseo que tengas una segunda oportunidad, y cuanto antes me vaya, antes podrás comenzar.
Quizá fuera un mareo o una pérdida súbita de las fuerzas, pero Nora flexionó las piernas y se dejó caer al suelo, aunque él logró sostenerla para evitar el golpe. Se quedaron agachados en el suelo durante unos momentos. Después ella se acercó a esos labios que se irían para no volver.
—Déjame intentar una última cosa…
Dorian, sabiendo a lo que se refería, se tensó.
—Nora, por favor…
—Es lo último que te pido, después no volveré a verte. Déjame despedirme tal y como quiero. —Le besó en la mejilla—. Por favor, por favor…
Dorian supo que no tenía alternativa. Después de todo el dolor que le había infligido, le debía al menos eso.
—Está bien. —Le borró las lágrimas con los pulgares—. Hazlo.
Nora le miró con unos ojos inocentes, puros, que aunque destilaban algo mucho más fuerte que la pérdida involuntaria de lo más querido, despuntaban una soltura suprema. Había hecho de tripas corazón, y estaba preparada para hacer lo que su cuerpo necesitaba.
Le besó; le besó con amargura, sabiendo que era el final; le besó para dejar una huella que seguramente no duraría ni una hora, puede que ni un minuto, pero se esforzó por sentir algo en ese perecedero contacto que se haría añicos en cuanto se separasen. Pero lo hizo, lo estaba haciendo porque Dorian había cedido. Lo hizo porque estaba desesperada, pero sobre todo, lo hizo porque a pesar de todo, le quería.
El tiempo pasó y, después de despegarse de ese toque de labios, su vida en común, su vínculo, había desaparecido definitivamente. Estaba hecho. Acababan de decirse adiós.


Después de mucho, la puerta de la habitación se abrió lentamente y Nora y Dorian salieron al pasillo, al encuentro de Julia y Vladimir.
—¿Qué ha pasado? —gruñó Julia, percibiendo que Nora aún tenía los ojos acuosos—. ¿Qué le has hecho ahora, miserable?
Dorian no contestó. Deseaba irse de allí inmediatamente.
—¿Es que no piensas decir nada? Eres un cobarde.
Nora, cual fantasma vestida de blanco, le puso una mano en el hombro a su madre y negó con la cabeza.
—Mamá, déjale. —Contuvo el aliento—. Deja que vaya.
Julia abrió la boca, arqueando las cejas y mirando a su marido, sin comprender.
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? ¿Pretendes que le deje ir, así sin más?
Nora le dedicó una mirada a Dorian, llena de odio, pero también de amor, una mezcla de ambos.
—Sí, te estoy pidiendo precisamente eso. —Dio un paso atrás—. Que se vaya.
—No puedes hablar en serio…
—Nunca he hablado tan en serio.
Dorian salió de allí como alma que lleva el diablo; sin detenerse, sin volver la vista atrás. Pero de una cosa estaba seguro, no la olvidaría. Nora había sido capaz de darle una valiosa lección.


El corazón se le desbordaba sabiendo que quizá podría encontrarla allí. Se había dirigido al hotel de Angy, con la esperanza de no llegar tarde, pero no tenía nada asegurado. Corrió todo lo que pudo y entró como un huracán en la recepción. Se tranquilizó y se acercó a una de las jóvenes que había detrás del mostrador. Tenía la tez oscura, al igual que los ojos. Le miraba con curiosidad.
—Disculpe… —murmuró Dorian.
—¿En qué puedo ayudarle, señor?
—Estoy buscando a una mujer que se aloja aquí. Bueno, en realidad no sé si lo sigue haciendo, pero…
—¿Podría decirme su nombre?
—Angy. Quiero decir, Ángela. La última vez, hace unos días, estuvo alojada en la habitación 219.
La chica tecleó en el ordenador unas cuantas palabras pero de repente cesó de golpe. Le miró extrañada, desviando la vista como en un partido de tenis, del ordenador a él, y de él al ordenador, como si tratara de descifrar o recordar algo.
Dorian frunció el ceño.
—¿Qué ocurre?
La chica vaciló, pero acabó por preguntarle lo que le estaba rondando por la mente.
—¿Por casualidad no será usted Dorian?
—Sí... ¿Cómo sabe mi nombre?
—Oh, disculpe, señor. No pretendía… —Se puso nerviosa—. Verá, la señorita a la que se refiere ya no está aquí. Se fue.
La bofetada metafórica que recibió fue monumental.
—Se fue… —Lo repitió él mismo tratando de procesarlo—. Se ha ido… —Se dio la vuelta y comenzó a andar—. Gracias de todas formas.
No llegó muy lejos.
—Eh, señor, ¡espere!
Dorian se dio la vuelta, mientras la joven sudafricana dejaba algo sobre el mostrador de mármol negro.
—Dejó esto para usted.
Los ojos volaron directamente al papel; parecía una nota. Se acercó rapidísimo, y la cogió con cuidado, temiendo lo peor.
—Gracias.
Ella le sonrió.
—Buena suerte.
Se alejó unos cuantos metros, volviendo a salir al exterior, fusionándose con la calle. Desdobló el papel con lentitud y una vez preparado, se deslizó por esas líneas escritas del puño y letra de Angy:


Probablemente esté cometiendo otro error al marcharme sin ti. Te dije que iría a buscarte y no ha sido así. He vuelto a hacerlo, he vuelto a huir, pero esta vez es distinto. No tengo ni idea de lo que has podido hacer durante este corto intervalo de tiempo en el que te has apartado, pero te agradezco profundamente que lo hayas hecho. Puedo decirte que finalmente lo he logrado; he logrado plantarme delante de Nora y confesarle todo lo que me une a ti, aunque no me ha hecho sentir mejor. Seguramente me he convertido en la persona más detestable de toda la historia, pero me queda el consuelo de saber que el final lo he escrito yo, porque esconderme no ha sido nunca una opción y ambos lo sabíamos.
Sabes dónde encontrarme, así que no considero que me hayas perdido. Tengo la sensación de que no volverás a hacerlo nunca más, así que no tengo nada más que decirte. Probablemente te diría un te quiero, pero a estas alturas se queda demasiado corto, nada alcanza a compararse con lo que hay entre tú y yo, así que aquí me despido. Aunque parezca un adiós, sé que no dejarás que lo sea. Es un simple hasta luego.
Completamente tuya, A.


177


Tenía la sensación de haber vivido en el exilio durante años, demasiado tiempo. Todo en su hogar —su auténtico hogar— tenía una atmósfera cálida y nueva. Era como desempaquetar algo por primera vez, sólo que en aquella ocasión, todo era conocido, un viejo amigo. Había vuelto, y eso era lo único que importaba. Estaba en el sitio que le brindaba una auténtica identidad, el lugar que le correspondía. No podía pedir nada más, porque ella se lo había buscado. Tal vez no fuera precisamente euforia lo que recorría la mente de Angy, tal vez ni siquiera alivio, pero el peso de sus hombros se había reducido considerablemente.
Lo supo organizar todo como es debido, aprovechando cada segundo, y cuando quiso darse cuenta, experimentó la agradable sensación de vivir un engaño, como si nunca se hubiera marchado, como si su vida no hubiera dado un giro de trescientos sesenta grados. Se mantenía a la espera, sabiendo que todavía la historia no podía acabarse, que literalmente le faltaba su otra mitad para poder sobrevivir a ese estío tan desagradable que definitivamente le había dejado marca.
Se puso en contacto con Evan a través de un correo. No sabía a ciencia cierta dónde demonios podía estar, pero por lo que había podido averiguar, la compañía estaba teniendo un éxito rotundo en su gira con la nueva obra, esa misma de la que ella había formado parte durante tan poco tiempo, siendo la estrella en el estreno pero evaporándose como el rocío al amanecer. Al principio, no obtuvo respuesta. Era lógico, y se había preparado a conciencia para el estallido de su mejor amigo. En ese aspecto, nunca se sabía si Evan podía morderse la lengua y actuar como un gran hombre contenido, o explotar emocionalmente y decir abiertamente todo lo que pensaba. Personalmente, no sabía por cuál de los dos disfraces decidirse. De todas formas, no tener respuestas era la peor de las noticias.
Se tomó el atrevimiento de volver al teatro, a ese edificio escondido y enmudecido del que no había vuelto a saber nada. Se sintió como en casa nada más entrar. Sonrió, levantó la vista al techo y suspiró. Sabía que no podía haber nada en el mundo mejor que aquello, era su vida, lo que le daba fuerzas, lo que le proporcionaba puro oxígeno. Era una maravilla y nunca, jamás, dejaría de ser actriz. Era como una segunda capa de piel, algo suyo, algo definitiva y maravillosamente suyo.
Accedió a la parte de atrás, recorriendo sin prisa las instalaciones, cada peldaño de las escaleras, cada barandilla, cada ventana… Lo admiraba todo con ojos nuevos. Llegó a la zona de las oficinas y contuvo el aliento. Miles de recuerdos asaltaron su cerebro, y en todos ellos aparecía Evan. ¿Dónde estaría? ¿No iba a volver a dirigirle la palabra? ¿La ignoraría deliberadamente de la misma forma que ella lo había hecho con él?
Abrió la puerta del despacho y supo que hacía tiempo que nadie entraba allí. Eso suponía un grado más de ausencia. Posó las manos por cada superficie: el escritorio, la estantería, el sillón, los libros, los papeles, el ordenador de mesa, la lámpara… Fue a parar a la ventana y apartó la cortina. Un rayo de sol inundó la estancia, dejando a la luz varias motas de polvo flotando en el aire. Suspiró; apoyó la cabeza en el cristal y cerró los ojos. Al menos, ya estaba como pez en el agua, en su ambiente. Tenía la esperanza de ir encauzando su vida poco a poco, o al menos lo que quedaba de ella.
Deseosa, tuvo la idea de subir a la azotea. Corrió como una niña y respiró hondamente ese aire menos contaminado. El día era precioso, con el cielo despejado y un gran sol llenándolo todo de color. Caminó hacia su esquina favorita, apoyando las manos sobre el hormigón. Cerró los ojos y se concentró en no pensar en nada. Era agradable, una armoniosa forma de contraste, de darle un respiro a su asqueado encéfalo: se lo había ganado.
Sus pensamientos quedaron reducidos a la nada cuando escuchó la puerta de la azotea abrirse con lentitud. Se dio la vuelta y no pudo ver… nada. El sol la cegaba, así que estaba en merced de ese desconocido, fuera quien fuera, aunque a decir verdad tenía una ligera idea de quién podía ser, así que decidió no perder la esperanza.
Aguardó pacientemente mientras los pasos se le acercaban, pero todavía no distinguía nada; entrecerraba los ojos pero no funcionaba. Sólo cuando el hombre en cuestión se plantó delante, interponiéndose entre ella y la luz cegadora, entendió que sus llamadas habían tenido por fin una respuesta. Allí, tan callado y reservado como siempre, con su impecable aspecto de hombre atractivo, con sus vivos ojos y su expresión de perpetua vigilia, Evan había aparecido. Había vuelto porque ella se lo había pedido.
Angy experimentó tanta alegría que estuvo a punto de llorar. Quería abrazarle, pero algo en su mirada le advertía que era mejor no hacerlo. Así que se quedaron próximos, observando, expectantes, decidiendo quién sería el primero en hablar. Al final, fue él quien rompió el hielo.
—Has vuelto —murmuró—. Después de tantos meses de ausencia, de no saber absolutamente nada de ti, has vuelto.
Angy sintió una leve punzada.
—Sí, Evan. He vuelto.
—Has tardado demasiado, pero supongo que has estado muy ocupada.
—Te lo contaré todo.
—No es necesario, Angy. —Levantó una mano—. Sé que a tu entender, habrás hecho lo correcto.
La situación era incómoda. Angy quería pedirle disculpas un millón de veces si era necesario, porque como amigo, como íntimo amigo, no deseaba perderle. Se acercó con cautela.
—Sé que estás molesto, y lo entiendo, de verdad que sí, pero…
—¿Molesto? —pronunció, interrumpiéndola—. Esa no es la palabra. Sencillamente no hay una descripción posible para todo esto. —La atravesó con la mirada—. Hubo momentos en los que creí que no volvería a verte —masculló, medio enfadado, medio aliviado.
—Lo siento, Evan. Siento haberte hecho creer que me había olvidado de ti, pero han pasado tantas cosas que ni te imaginas…
—¿En serio? —Se acercó a ella, examinándola, sin rastro de su sonrisa—. ¿De verdad piensas que no puedo hacerme una idea de todo lo que te ha pasado? Lo llevas escrito en la cara. —Le sujetó la fina barbilla—. Al fin y al cabo, te avisé, te dije lo que pasaría si decidías correr riesgos.
Angy acabó por abrazarle.
—Ha merecido la pena.
—No creo que todos opinen lo mismo, ¿verdad?
Se sintió avergonzada porque su amigo tenía razón. Se separó un poco.
—He tenido que asumir pérdidas para volver a tener lo que siempre he querido.
—¿Y ya lo tienes? —preguntó Evan—. ¿Ya tienes todo lo que quieres?
Ella retrocedió un paso, desviando la mirada.
—Más o menos…
Evan torció la cabeza.
—¿Dónde está? Creí que…
—No ha venido conmigo si es a eso a lo que te refieres. —Se cruzó de brazos—. He vuelto. Sola.
—¿Y qué querías conseguir con eso? Sabes que llegados a este punto, nada ni nadie le impedirá venir aquí a por ti.
—Lo sé, Evan. Pero después de quitarle a Nora a su marido no podía irme con él de la mano como si nada importara. Sé que esto no cambia nada porque sé que vendrá, pero al menos puedo decir que he hecho todo lo que he podido.
Evan la agarró de los hombros y la estrechó con fuerza.
—Bueno, sea lo que sea lo que hayas hecho, no me importa. —Le dio un beso en la frente—. Me alegro de que hayas vuelto.
Angy sonrió con énfasis.
—Y yo también, no sabes cuánto.
Evan se dirigió a la puerta de la azotea y la mantuvo abierta.
—Vamos, tenemos que celebrar tu regreso.
Angy se mordió el labio.
—¿Tienes algo en mente?
—Angy, yo siempre tengo un as en la manga.


Retomaron su buena relación de amistad comiendo en un carísimo restaurante. Todo corría de parte de Evan, que estaba encantado. Había intentado parecer distante, pero al final había sucumbido. Eran como uña y carne y volvía a quedar demostrado.
Inmediatamente se pusieron al día, contándose sus respectivas experiencias vividas de los últimos meses. Sus caras reflejaban entusiasmo, asombro y por qué no decirlo, poco sentido común. Acabaron de comer y estuvieron el resto del día de un lado para otro, recuperando el tiempo perdido. Hablaron de nuevos proyectos, sugerencias e ideas. Volvían a formar ese vínculo irrompible.
Al finalizar las horas de luz, cenaron en una pizzería y luego fueron a un bar para seguir celebrándolo. Angy se resistió en un principio, pero fue incapaz de decirle que no a Evan. Entraron y se sentaron en una mesa algo apartada. Estaban cansados, pero muy contentos. Al fin y al cabo, no se regresaba a cada todos los días después de haber pasado por tanto.
Evan se rascaba el mentón mientras le contaba a Angy todo acerca de la última obra, el éxito que había tenido su sustituta. Ella prestaba atención, pero de vez en cuando pensaba sin querer en quien no debía.
Un camarero pelirrojo se les acercó.
—Buenas noches. ¿Qué van a tomar?
Evan se supo las manos en la nuca.
—¿Qué quieres tomar? —preguntó, dirigiéndose a Angy—. ¿Cerveza?
Angy negó con la cabeza.
—Para mí no, gracias. —Se acarició el vientre—. Un vaso de agua, por favor.
Evan frunció el ceño.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Está bien, entonces que sea una cerveza y agua, por favor.
—En seguida, señor —apuntó el camarero.
Angy fijó la vista en Evan. Era sencillamente encantador. Ojalá pudiera encontrar una buena mujer. Se lo merecía.
—¿Qué te preocupa? —le preguntó.
Él se encogió de hombros, sonriendo de medio lado.
—Oh, nada, es que no me puedo creer que por fin te tenga delante.
—Pues hazlo, porque no pienso volver a irme.
Evan fingió enfadarse.
—Te sugiero que no hagas promesas que no puedas cumplir…
Angy le dedicó una mirada envolvente, tranquilizadora.
—Hablo en serio, esta vez será diferente.
—¿Y qué pasará con el teatro, lo has pensando? —Hizo sonar los dedos sobre la superficie de la mesa—. ¿Te retiras?
—No —espetó apresuradamente, atropellándose la lengua—, de ninguna manera. Es decir, no a menos que lo consideres oportuno…
Evan rió y se pasó una mano por el pelo.
—¿Estás de broma? Llevo meses deseando que vuelvas. No te lo tomes a mal, pero tienes mucho trabajo atrasado. Es mejor que empieces a hacerte a la idea de tu inminente regreso, señorita.
Angy se relajó por escuchar aquello.
—Eres todo un caballero —bromeó.
Guardaron silencio mientras el camarero les traía las bebidas.
—Ése es mi segundo nombre.
Angy dio un sorbo al vaso de agua.
—No lo creo.
—¿No? Pues lo soy, Angy. Soy todo un caballero. ¿Acaso habría podido soportar tus abandonos cada dos por tres de no haberlo sido?
Angy sonrió, levantando la copa para que brindara con ella.
—En eso tienes razón. Brindemos.
Evan vaciló.
—Dicen que da mala suerte brindar con agua.
Angy puso los ojos en blanco.
—Creo que después de todo esto, me trae sin cuidado la mala suerte.


Estaban en la casa de Evan, cuidadosamente ordenada, lo que era algo nuevo. Estaban en el dormitorio, preparando la cama. Evan estaba empeñado en que él dormiría en el sofá.
—Insisto —entonaba—, tú dormirás aquí.
Angy ponía los ojos en blanco.
—Por Dios, Evan, somos adultos. Se supone que somos capaces de dormir en la misma cama.
Él frunció el ceño.
—Lo sé, pero resulta algo pequeña…
—Es suficiente para los dos.
—No sé, creo que el sofá estaría bien de todos modos.
—Pero es tu cama, idiota. —Apretaba los labios—. No me hagas suplicar porque sabes que no lo haré. Duerme conmigo.
Él levantó las manos.
—Bueno, si insistes…
Angy le tiró una de las almohadas a la cabeza.
—Eso se llama agresión —gruñó, apartándose.
—No, eso se llama hacerte callar. —Sonrió—. Anda, ven aquí, no voy a morderte.
Se quedaron en silencio y acostados, en la oscuridad. Las respiraciones eran tranquilas, pero Evan conocía muy bien a la que tenía al lado. Se la quedó mirando en la penumbra; apenas alcanzaba a vislumbrar su perfil, pero era suficiente.
—Oye, ¿estás bien?
Angy se volvió hacia él.
—Claro.
—A mí no tienes que mentirme.
—Evan, no lo hago. Estoy bien.
—No lo suficiente. Te falta algo, o alguien…
Ella suspiró, encendiendo la luz.
—No es necesario que hablemos de ello. —Se sentó en la cama—. De verdad, lo llevo bien.
—¿En serio? Porque creo que estás más ausente de lo habitual.
—Bueno, concédeme algo de tiempo, apenas acabo de volver…
Evan sonrió descaradamente, a lo que Angy no tardó en responder.
—¿A qué viene esa sonrisa burlona?
—¿Sabes? Al menos espero que no tarde demasiado en aparecer. Se nota que te mueres por verle.
Angy no pudo evitar sonrojarse y Evan se percató.
—Angy, Angy, Angy… —Se apoyó sobre un codo—. Tú, ¿sonrojándote? Me cuesta creerlo.
Ella se mordió el labio, aguantando la risa.
—Lo cierto es que… tengo las hormonas algo revolucionadas.
—Vaya, eso sí que es nuevo. ¿Y se puede saber por qué?
Angy se colocó el pelo detrás de la oreja.
—Sí, creo que deberías saberlo. A decir verdad, ya va siendo hora. Supongo que también tienes derecho.
Él frunció el ceño; elevó los hombros.
—No me gusta cómo suena eso.
—Escucha… —Se puso inesperadamente seria—. Hay algo más que tienes que saber.
Evan se acarició el mentón, dudoso.
—No sé si quiero saberlo. —Arrugó los labios—. No sé si estoy preparado.
—Pues necesito que lo estés, porque no pienso andarme con rodeos.
Evan levantó las manos, con las palmas visibles, en un gesto de rendición.
—Está bien, Angy, sorpréndeme. Vuelve a hacerlo. —Se incorporó y se sentó—. De todos modos siempre lo haces.
Angy supo que había llegado la hora de decirle la otra… verdad.
—Sabes lo importante que eres para mí —comenzó—. Nunca me has fallado, nunca has dejado de apoyarme en todas mis decisiones, por eso deseo que lo que tenemos nunca cambie, ni siquiera ahora.
—¿Sabes? Nunca has sido demasiado afable para mostrar tus sentimientos de forma tan abierta. —Chasqueó la lengua—. ¿Adónde quieres ir a parar?
Angy deslizó la mano sobre el colchón hasta tener contacto con la de Evan. Le dedicó una mirada dulce pero ansiosa.
—Sabes lo mucho que te quiero, tanto, que te considero como de mi propia familia. Te miro y lo que veo es el hermano que nunca he tenido…
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué implica?
Angy sonrió ligeramente.
—Evan, vas a ser tío.


178


Semanas después, todo parecía haber vuelto a la normalidad. Evan había decidido descolgarse de la gira para mantenerse cerca de Angy. Pasaban juntos todo el día, de un lado para otro, poniendo un poco de orden al destartalado teatro. Las cosas iban de maravilla, aunque era imposible que Angy se recuperara tan pronto. Sabía todo el daño que había causado, que por su culpa su hermana nunca más podría ser la misma, pero al fin y al cabo, no todo salía como lo planeado. Había escogido, y le había elegido a él, solo que por el momento, no había aparecido. Suponía que dejarle una nota no había sido lo más adecuado, pero confiaba en que Dorian hiciera lo correcto y fuera a buscarla, de lo contrario, perdería la cabeza, porque ya le era totalmente imposible concebir su vida si no le tenía cerca.
Las continuas nauseas matutinas solían cambiarle el humor, pero por primera vez era consciente de ese pequeño milagro que brotaba en su interior; podía sentirlo en sus entrañas, y ya le pertenecía. Se lo imaginaba de múltiples maneras, pero a decir verdad la apariencia le era totalmente indiferente, porque ya sentía que le quería como si su vida dependiera de ello. Por eso experimentaba algo de miedo por no saber a ciencia cierta con lo que se enfrentaría llegado el momento, pero no estaría sola.
No dejaba de sorprenderse con el increíble corazón que tenía Evan. La trataba como a una auténtica reina; hasta se atrevía a cocinar exclusivamente para ella, cosa que resultaba ser todo un milagro. Se le notaba de buen humor, con un aspecto impecable, refrescante; sus canas le hacían igual de atractivo que antes.
Esa mañana en particular, había amanecido con ellos dos agotados en el sofá, quedándose dormidos la noche anterior mientras trabajaban en unos temas de posibles contratos. Angy preparó el desayuno mientras Evan se duchaba; luego, desayunaron juntos mientras veían la tele. Había la misma confianza entre ellos que siempre, puede que incluso más. Angy tenía que reconocer que la noticia de estar esperando un bebé le había dado de lleno a Evan, pero luego estuvo entusiasmado con la idea, ya que era un enamorado de los niños.
Después de otro par de horas de trabajo sin descanso, y de haber provocado que el tiempo pasara volando, estaban agotados. Se dejaron caer en el sofá.
—¿De verdad no quieres tomar nada? —insistió Evan.
—No, en serio. Ahora más que nunca, no puedo perder los papeles.
Él se encogió de hombros mientras iba a la cocina a buscar una cerveza.
—Bueno, en ese caso, beberé a tu salud.
Cuando volvió, Angy le miró con gracia mientras le agradecía en silencio todo lo que había hecho por ella. Era un pilar fundamental e irremplazable.
—Oye, no deberías beber tanto —gruñó graciosamente.
—¿Yo? No exageres, sabes que apenas pruebo el alcohol.
—Más te vale, de lo contrario no podrás conocer a mi futuro retoño.
Evan frunció el ceño.
—No juegues con eso. Sabes que no sería lo mismo sin mí.
Ella aguantó la risa.
—¿Por qué estás tan seguro?
—No lo sé, pero es la verdad. Además, sabes que soy totalmente responsable.
—Más te vale.
Pasaron el rato mientras disfrutaban de su compañía.
—¿Sabes? —entonó Evan—. Aún no te he oído mencionar nada sobre antojos.
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, supongo que todavía es demasiado pronto. Además, creo que no te agradaría demasiado.
—Al contrario. —Le guiñó un ojo—. Estaría encantado de ver a Dorian haciendo de marido ejemplar.
Angy frunció el ceño.
—Me temo que no lo verás. No pienso casarme con él.
Se hizo un breve silencio para procesar aquello.
¿Ni aunque te lo pida?
—No, Evan. Eso no es para mí.
Su amigo le posó la mano encima de la rodilla.
—Te aseguro que no hay nada de malo en ello.
Esos ojos verdes parecían opinar lo contrario.
—No lo sé, es algo en lo que no quiero pensar. —Recogió las piernas y las rodeó con los brazos—. Le quiero, deseo pasar el resto de mi vida con él, y para mí es mucho más que suficiente. No necesito ningún anillo ni nada de eso para aumentar nuestro compromiso. Después de pasar por todo este infierno, creo que le he demostrado mucho más que si accediera a vestirme de blanco.
Evan se rascó la nuca.
—Bueno, quizá tengas razón…
—La tengo, sabes que la tengo. Nunca he sido propensa a cumplir las normas establecidas, ¿crees que ahora cambiaría de opinión?
—No, por supuesto que no. Eres absolutamente incorregible. —Se pasó un dedo por la barbilla, pensativo—. Aunque hay algo que me preocupa…
—¿A qué te refieres?
—¿Estás dispuesta a condenar tu alma? —Se moría por echarse a reír—. ¿Vas a vivir en pecado?
Angy puso los ojos en blanco.
—Evan, después de todo lo que he hecho, tengo claro que para mí no existe salvación.
—Te gusta vivir al límite.
—No, sencillamente los he traspasado… —En su timbre vibró la angustia por el recuerdo reciente de su huída definitiva y se tambaleó por dentro. Él, por supuesto, lo percibió instantáneamente.
—Escucha, no niego que jamás podré llegar a entenderlo del todo, pero es lo que debías hacer. Tú, él… Todo tiente sentido ahora. Tu hermana lo pasará mal durante un tiempo, eso es innegable, pero es joven, fuerte, y estoy convencido de que lo superará. Sólo es cuestión de tiempo.
Angy se mordió el labio.
—No me hables de tiempo; ojalá no existiera.
—Venga, gruñona, relájate. Piensa en el presente a partir de ahora. Sé que para ti ha merecido la pena, ¿no? Tú misma me lo dijiste.
—Sí, tienes razón.
—Lo sé, siempre la tengo. —Elevó el pecho, simulando orgullo—. Ay, ¿se puede saber qué harías tú sin mí?
Angy le golpeó cariñosamente con el pie.
—Qué bobo eres… —Sonrió de oreja a oreja—. No me obligues a decirlo. Sabes lo que hay.
—Lo sé, pero me gusta saber lo importante que soy.
—Pues lo eres. Mucho. Eres…
Alzó las manos.
—Bueno, basta, no quiero que acabes llorando…
Comenzaron a golpearse con los cojines como si fueran dos pequeños adultos inmaduros. Las sonrisas eran evidentes, pero el breve juego cesó de repente. Alguien había llamado a la puerta.
Escucharon expectantes, atentos.
—Qué raro —murmuró él—, no espero a nadie.
—¿Quién puede ser a estas a horas? —preguntó Angy, haciendo el amago de levantarse.
—Eh, alto ahí, señorita —gruñó graciosamente Evan—. En tu estado, es mejor que no te excedas.
Angy frunció el ceño, sonriendo.
—¿Que no me exceda? Por Dios, estoy embarazada, no tetrapléjica.
Evan se levantó de un salto.
—No pienso discutir contigo, Angy. —Colocó las manos sobre su cintura—. Yo abro.
Angy, posicionada todavía sobre el sofá, escuchó perfectamente abrirse la puerta de entrada, sin embargo, luego no distinguió absolutamente nada. Un inesperado y alargado silencio que resultaba extraño. Largos segundos después, las pisadas de su amigo recorrieron el sentido contrario, volviendo al salón. Su actitud había cambiado drásticamente.
—Evan. —Se incorporó de repente, poniéndose de pie de un salto, preparada para algo malo. Por la cara de él percibió que algo iba mal—. ¿Qué ocurre?
Él se mantuvo a la espera, con una mirada peculiar.
—Hay alguien que quiere verte.
A Angy se le paralizó el corazón. Era lo que había estado esperando desde las últimas semanas, sin embargo, había bajado la guardia, imaginando que podría tratarse de cualquier menos de… él. ¿Cómo habría conseguido la dirección? ¿Cómo sabía que estaría allí?
Evan se hizo a un lado y entonces la magia se hizo patente. Allí, aparecido como en un sueño, Dorian se convirtió en alguien completamente real, pisando el mismo suelo que ellos. Respiraba tranquilamente, vestía con pantalones de traje de color oscuro y una elegante camisa blanca con los botones de más arriba desabrochados. Estaba impecable, seductor y… a la espera. La atmósfera era cargante, pesada.
Evan fue el primero en reaccionar.
—Bueno, supongo que es mejor que me vaya…
Los ojos verdes de su mejor amiga le miraron con asombro y súplica.
—Evan, no es necesario…
—Tranquila. —Le guiñó un ojo—. No hay problema. Volveré más tarde. —Se volvió hacia Dorian, tendiéndole la mano para saludarle—. Me alegro de volver a verte, Dorian. Lo digo en serio.
—Gracias, Evan. —Sonrió levemente—. Gracias por cuidar de ella.
Evan negó con la cabeza.
—Al contrario, ha sido al revés. A propósito… —Le dio un dulce apretón en el hombro—. Felicidades.
Evan desapareció del apartamento, dejándoles solos, frente a frente, y con un millón de preguntas por hacerse.
—¿Se lo has contado?
Angy asintió, cruzándose de brazos.
—Creo que tenía derecho a saberlo. —Arrugó los labios—. ¿Te molesta?
—No, en absoluto —aseguró él—, pero esperaba poder mantenerlo en secreto durante un poco más.
Angy suspiró.
—Se acabaron los secretos, Dorian. Ninguno más, nunca más. Deseo empezar mi nueva vida tratando de cometer el menor número de errores.
—¿Todavía quieres que yo forme parte de ella?
No fue la pregunta en sí misma si no el tono tan frío y distante utilizado lo que dejó a Angy confusa.
—¿Por qué no iba a querer que lo fueras? Te he estado esperando toda mi vida…
Dorian se adelantó y expulsó el aire de manera sonora.
—¿Por qué? —Sonaba herido, y aunque estaba más que complacido por tenerla de nuevo frente a frente, se mostraba resentido al haber sido dejado involuntariamente en tierra—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te fuiste sin decirme ni una palabra?
Ella se abalanzó contra su cuerpo y le abrazó todo lo fuerte que pudo. Era una manera de pedirle perdón.
—Sé que no era lo que esperabas, pero no tenía opción…
Dorian le sujetó la cara entre las manos.
—Prometiste que vendrías a buscarme —susurró en su oído—, prometiste que nos iríamos juntos…
—Tienes que entenderlo —interrumpió ella, reprimiendo las lágrimas—. No podía hacerlo por ella, por respeto a…
—Eso no cambia nada.
—Por favor, escúchame. Logré contarle toda la verdad, pero eso no me daba derecho a humillarla hasta el último momento. —Tragó saliva—. Sabía que me buscarías, por eso te dejé aquella nota en el hotel. No ha sido lo correcto, sé que me he vuelto a equivocar, pero me hubiera sentido infinitamente peor si hubiera cumplido mi promesa de marcharme de tu mano.
Dorian la besó en la frente.
—Me diste un susto de muerte —susurró—. Por un segundo creí que había vuelto a perderte…
—Eso es imposible. Nunca me has perdido, y mucho menos ahora.
Se quedaron abrazados, juntos, durante unos minutos, sin tener la necesidad de decir nada, únicamente disfrutando de la sensación del otro.
Angy acabó por escrutar su mirada.
—Has tardado en venir.
—Bueno, las cosas no han sido sencillas —apuntó él—. Tenía que arreglar todo: la casa, el trabajo… Lo he dejado todo. Se acabó. —Le colocó el pelo detrás de la oreja—. Ahora estoy aquí, y te garantizo que no volveremos a separarnos.
—Eso ya lo sé —replicó Angy, totalmente encandilada—. Pero…
—¿Sí?
—¿Pudiste despedirte de ella?
La pregunta le pilló totalmente desprevenido. Sus pupilas se dilataron.
—¿Qué?
—Dime la verdad, Dorian. Sé que ocultas algo. Es por Nora, ¿no? —Se mordió el labio—. ¿Pudiste verla por última vez antes de irte?
Él cerró los ojos, asintiendo.
—Sí, lo hice. Me despedí de ella. Ha sido una de las cosas más duras de toda mi vida. Hasta el último minuto me suplicó para que no la abandonara.
A Angy se le encogió el corazón.
—¿Crees que se recuperará?
Dorian titubeó.
—A decir verdad, nadie puede saberlo, ni siquiera ella, pero tengo la sensación de que al menos lo intentará.
—¿Y qué pasará si no lo supera, si todo se queda en un simple intento?
Él la abrazó con más fuerza.
—Estamos fuera de su vida; ya no podemos hacer nada por ella.
Angy lloró en silencio, sabiendo que aquello era verdad.


179


El mundo original se quedó apartado, con ellos dos volviendo a retomar su relación como años atrás. Las sonrisas habían vuelto a sus caras, y sus respectivas inseguridades, aunque todavía patentes, se trastabillaban progresivamente para dejar paso a una nueva oportunidad llena de promesas que no se romperían jamás.
Se perdieron durante el resto del día, de un lado para otro, sonriéndose, mirándose mutuamente, admirándose, derritiéndose por ese amor que había vuelto a renacer. Caminar juntos de la mano fue para Angy como un salvavidas, como una redención a sus pecados del pasado. Le observaba y descubría de nuevo lo tan y alocadamente enamorada que estaba de ese hombre tan exquisito en todos los aspectos. Era una delicia para los cinco sentidos tener conciencia de que no habría nada en el mundo que consiguiera separarles de nuevo, ni siquiera el teatro. Ahora su punto de partida, su referencia, su eje vital era ni más ni menos que Dorian, el mismo chico del que se enamoró cuando sólo era una cría, el mismo que había cuidado de ella en todo momento, y el mismo que no se rindió para poder recuperarla a pesar de todo lo demás. Ése era el hombre definitivo para comenzar, para despertarse, para soñar con los ojos bien abiertos, y sobre todo, para considerar la vida justo como lo que era: una posibilidad entre un millón de tener lo que se desea. Ella había sido la escogida. No volvería a echarlo a perder.
El sol de la tarde pegaba con fuerza, y no había momento más apetecible que ése para darse un baño. Ellos dos estaban en la bañera de Angy, juntos, calmados, con el agua a una temperatura perfecta, enredados, enroscados y serenos. Estaban felices, no hacía falta decir nada más. Llevaban allí cerca de dos horas cuando Dorian se movió ligeramente y Angy se volvió para mirarle.
—¿Estás bien?
—Sí, pero creo que deberíamos salir ya. No querrás que no salgan escamas, ¿verdad?
Ella sonrió y le besó tiernamente. Había rejuvenecido.
—Sólo un poco más, por favor —pidió—. Echaba tanto de menos todo esto…
—Tranquila, podemos hacerlo todos los días.
—Prométemelo. —Le rodeó el cuello con los brazos húmedos por el agua—. Prométeme que esto será siempre así.
Dorian le dio un beso en la nariz.
—Te lo juro.
Después del baño, se quedaron juntos en la cama, incapaces de despegarse, incapaces de dejar de mirarse, de perder el mero contacto visual. En comparación, parecía que el aire ya no les resultaba tan necesario para respirar.
Dorian acabó por levantarse lentamente para no despertar a Angy, pero no resultó ser eficaz.
—Eh —musitó—, vuelve a la cama.
Dorian le sonrió y se sentó en el borde, poniéndose los zapatos.
Angy se despertó de golpe y se acercó a él.
—Eh, espera, espera… —Se puso a su lado, mirándole a los ojos con una mirada de incertidumbre—. ¿Qué estás haciendo?
Él le dio un beso rápido en la mejilla y se puso de pie.
—Me voy.
El corazón se le aceleró. Creyó haber entendido mal. No tenía sentido. ¿A qué venía algo así?
—¿Por qué? —quiso saber—. ¿Qué ocurre? ¿Algo va mal?
Dorian se apresuró a tranquilizarla.
—No, claro que no. —Se pasó una mano por el pelo—. Todo va de maravilla. No podría ir mejor.
—¿Entonces por qué te vas? ¿Me dejas aquí sola, así sin más?
Él la besó tiernamente en la frente.
—Tengo algo que resolver. No puedo decirte nada. Vendré a buscarte esta noche.
Angy también se puso de pie.
—¿Por qué esta noche? ¿Por qué no puedo ir contigo?
—Es una sorpresa.
Eso la tranquilizó algo más.
—¿Qué clase de sorpresa?
—No insistas, sabes que no te lo diré. —Sonrió de nuevo—. Créeme, merecerá la pena, pero tienes que quedarte aquí. Vendré a buscarte a eso de las diez.
Angy se mordió el labio, nerviosa e impaciente.
—Pero no tengo nada que ponerme —susurró—, ningún vestido demasiado elegante ni nada que…
Dorian la levantó del suelo y la besó para hacerla callar. Después posó sus labios en su oído.
—Angy, el mejor vestido que puedes tener es tu piel. No necesitas más que eso.


Era prácticamente la hora; faltaban apenas diez minutos par que Dorian llegara, y se sentía como una adolescente esperando a su acompañante para el baile de fin de curso. Las manos estaban frías, los ojos verdes encendidos y toda ella sumergida bajo una burbuja imponente de renacida sensualidad, y todo porque se había preparado a conciencia.
Después de que Dorian se fuera de su casa, Angy estuvo debatiendo entre las distintas posibilidades, y a pesar de que nunca sería una gran aficionada a la moda, decidió emplear el tiempo que le quedaba para salir por ahí y encontrar un vestido que fuera perfecto para la ocasión, además de unos tacones atractivos. Lo encontró todo antes de lo previsto, dejándose aconsejar por las expertas más curtidas, y al final logró lo que se propuso. No podía estar más elegante, más encantadora, cautivadora y desde luego, única.
Llamaron a la puerta y el pulso se le aceleró. Corrió con esperanza juvenil y al abrir la puerta se encontró con un Dorian perfectamente adecuado. Vestía con traje, una camisa blanca inmaculada y una bonita corbata negra azabache. La sonrisa que le surcaba el rostro era impecable y deseable. Dio un paso y le dio un beso en la mejilla.
—Estás absolutamente perfecta.
Angy se sonrojó y le dedicó una mirada llena de complicidad.
—Gracias. —Se acarició uno de los pequeños pendientes de plata—. Has llegado antes de lo previsto.
—Lo sé —admitió—, pero no podía esperar más. Llevo horas queriendo verte.
Ella se mordió el labio.
—Y yo llevo horas deseando saber adónde vamos.
Dorian la agarró de la mano.
—Entonces, vamos, no quiero hacerte esperar más.
Cuando salieron del portal y la calle les engulló, algo había allí que no estaba previsto, al menos desde el punto de vista de Angy, que no pudo evitar abrir la boca, totalmente sorprendida. Y es que justo a unos cuantos metros de donde ellos se encontraban había aparcada una espectacular limusina negra, con el conductor manteniendo la puerta trasera abierta y sonriendo de buena gana.
—No me lo puedo creer. —Miraba a Dorian desconcertada y perpleja—. ¿Has alquilado una limusina?
—¿Qué tiene de malo?
—Supongo que nada, pero no era necesario. —Se llevó una mano a la sien—. Es demasiado, no tenías por qué haber…
—Angy, tratándose de tu felicidad, nada es demasiado. No quiero escatimar en gastos. Quería hacerte sentir como una princesa al menos durante una noche.
—Te equivocas. —Comenzó a andar hacia esa maravilla con ruedas y antes de meterse dentro, se volvió para mirarle—. Haces que me sienta como tal en todo momento.
Una vez dentro del inmenso y elegante vehículo, la sensación era deliciosa, como flotar en una nube de sensaciones y emociones profundas. Había música relajante de fondo, tenían intimidad gracias al cristal que les separaba del conductor y esas miradas cómplices que lo decían todo.
—Podría mirarte toda la noche sin cansarme —susurró Dorian, abrazando a Angy—. Eres preciosa.
Ella se acurrucó ligeramente contra su pecho.
—Gracias —murmuró—. Gracias por todo esto, por todo lo que has hecho por mí. No tengo ni idea de lo que has preparado, pero seguro que me gustará.
—Eso espero.
—Vamos, Dorian. Me conoces mejor que nadie. Siempre apuestas por lo seguro.
Dorian le mordió tiernamente el lóbulo de la oreja.
—Sí, por esa misma razón no dejé de insistir para poder recuperarte.


Llevaba años viviendo en aquella ciudad, pero Angy todavía no había tenido la suerte de conocer ese magnífico restaurante que quedaba algo apartado de la vida urbana. Era de aspecto minimalista, con todo tipo de detalles, con una decoración envolvente y salpicada de tonalidades blancas y negras. El servicio era impecable, y la comida un sinfín de manjares suculentos que le hacían la boca agua.
Después de aguantarle la mirada durante un par de ocasiones, y acabar por sonrojarse involuntariamente, Angy le dio un ligerísimo toque a Dorian con uno de tus tacones por debajo de la mesa.
—Oye, pervertido —murmuraba graciosamente—, será mejor que dejes de mirarme de esa forma. Pareces totalmente loco.
Dorian se mojó los labios con la copa de vino que sujetaba entre los dedos.
—Oh, desde luego. Ya sabes que lo estoy.
—¿Sí?
—Claro. —Mostró su dentadura impoluta—. Estoy loco por ti, Angy.
En ese momento, alguien tosió intencionadamente y ambos levantaron la cabeza. Era el camarero que les traía el segundo plato. Mantenía su sonrisa, pero era evidente que intentaba disimular sin mucho éxito su incomodidad.
—Gracias —apuntó Dorian.
—De nada señor. —Se irguió exageradamente—. ¿Está todo a su gusto?
—Completamente.
Hizo una especie de reverencia con la cabeza y se alejó, perdiéndose de vista.
Angy le escrutó con la mirada.
—Mira lo que has hecho. —Fingió enfadarse—. Le has incomodado.
—No era mi intención.
Ella levantó una ceja mientras bebía agua.
—¿Y cuál es exactamente? ¿Cuáles son tus expectativas esta noche?
—Lograr que recuerdes todo esto.
—¿Qué te hace pensar que sería capaz de olvidarlo? Es imposible.
Siguieron la velada conversando animadamente de miles de temas, riendo, brindando, sonriendo y sintiéndose como auténticos enamorados. Eran reales; sus gestos, sus movimientos, hasta los más imperceptibles pensamientos. No tenían que fingir, no tenían que actuar. Estaban uno frente al otro, diciéndose de todas las maneras posibles que se adoraban, hasta el punto de perder la noción de todo lo que les rodeaba.
Angy se pasó la servilleta por la comisura de los labios y deslizó silenciosamente su silla sobre el parqué.
—Voy al baño.
Dorian se puso en alerta enseguida.
—¿Estás bien? —Bajó la voz—. ¿Tienes nauseas?
—No, tranquilo. No es nada de eso. Enseguida vuelvo. Espérame.
Dorian le dedicó una especie de reverencia con la mano.
—Siempre.
Con fingidos pasos de normalidad, que trataban de camuflar esos nervios de colegiada recién graduada en la vida, Angy atravesó la puerta de los baños y se quedó mirando el espejo. A decir verdad estaba irreconocible; no sólo era por el vestuario que le sentaba como un guante, si no por su buen estado de ánimo. El corazón ya no le pesaba tanto como antes, y estaba aprendiendo a asumir sus errores y a aceptar la nueva vida que se le había concedido.
Se retocó el maquillaje y soltó el aire. Los nervios le bailaban. Era realmente asombroso poder sentirse de esa manera, como si se tratara de su primera cita. Todo estaba saliendo tan bien, que no podía pedir nada más. Resultaba un sueño pletórico y desde luego a todas luces platónico. Volvió a la mesa y cuando se sentó, esos ojos la miraban con auténtico idilio.
—Te he echado de menos.
Angy se colocó el pelo detrás de la oreja.
—No seas tonto, no han pasado ni cinco minutos. Creo que empiezas a perder la cabeza.
—Sí, ¿y sabes qué? Tú tienes la culpa.
Angy cogió su vaso y lo levantó en el aire. Había sido un gesto automático.
—Me gustaría hacer un brindis.
Dorian también levantó su copa, despuntando un porte y una elegancia propios de un caballero del siglo pasado.
—Adelante, pues.
Se quedaron en silencio unos cuantos segundos hasta que por fin se decidió.
—Quiero brindar por ti, por mí, por nosotros. Por este pequeñín que tengo dentro... —Sonrió dulcemente—. Quiero brindar por las segundas oportunidades, que a veces resultan ser mucho mejores que las primeras.
Dorian inclinó su copa y la hizo sonar contra el vaso de Angy. Se podía deducir que tenía cientos, tal vez miles de mariposas revoloteando a destiempo en el estómago.
—Brindo por lo mismo. Sería imposible añadir nada más, salvo una declaración sencilla. —Ladeó la cabeza—. Te quiero, Angy.
Volvió a sonrojarse. Para ella no existía melodía tan maravillosa como esa afirmación tan categórica y armoniosamente rotunda.
—Yo también te quiero.
Justo en ese preciso momento, y como si se tratara de un golpe fortuito y magistral de buena suerte, la música comenzó a sonar, y Dorian no pudo evitar sonreír y encogerse de hombros. Era un claro mensaje.
—Dame la mano —dijo, extendiendo la suya.
Angy se mordió el labio.
—Hace mucho que no bailo.
—Yo tampoco, pero sé que lo haremos bien. Las cosas siempre se nos dan mejor cuando estamos juntos.
Le encantó tanto aquello que Angy optó por levantarse directamente y sacarle a bailar. Pegó su cuerpo al de él y sintió que sus pies dejaban de tocar el suelo. La magia era incalculable, el deseo de felicidad era categórico. La sensación más perfecta de todas. Una combinación múltiple de todo aquello que siempre había deseado y que ya era suyo por derecho.
—¿Te he dicho alguna vez lo especial que eres?
Angy levantó la mirada buscando sus ojos.
—Sí, pero no es necesario que lo hagas. Con mirarte es suficiente.
Él sonrió galantemente y pegó su boca a la sien de Angy. El contacto era delicioso.
Daban vueltas y más vueltas, siendo analizados de vez en cuando por el resto de comensales de las mesas cercanas. Quizás en otro momento se habrían sentido incómodos, pero después de todo el delirio pasado, las cosas insignificantes como aquellas se quedaban en un apartado y secundario plano.
—¿Podrías hacerme un favor? —susurró Dorian en su oído—. Imagina tu vida dentro de veinte años. ¿Crees que todavía querrás bailar conmigo?
La sonrisa de Angy fue silenciosa, pero tuvo la virtud de decir un millón de palabras.
Dorian le dio un beso en la frente y volvió a hablar.
—Quiero que seas mi pareja en este eterno baile.
—¿Me estás proponiendo que nunca dejemos de bailar?
Dorian apretó ligeramente el brazo que tenía alrededor de la cintura de ella.
—Sí, algo así.
—Pues espero que no te canses, porque ya no pienso soltarte.
—¿Nunca?
Angy le dio un beso antes de responderle.
—Nunca.
—Me alegra oírte decir eso.
—Y a mí me alegra que estés aquí para poder escucharlo.
Se abrazaron. Dejaron de bailar y se quedaron fusionados el uno con el otro. Las luces se habían atenuado y era como si el mundo se hubiera puesto de acuerdo para ser testigo mudo de ese silencio que emanaba complicidad hasta el extremo.
Dorian volvió a dar unos simples pasos y decidió posicionar su mano sobre el vientre de Angy.
—¿Cómo te lo imaginas?
Angy se sorprendió por la pregunta; no se lo esperaba, pero el cálido contacto era agradable.
—No lo sé, pero todo lo que se me ocurre decir es que será perfecto.
—O perfecta…
Angy le rodeó el cuello con los brazos.
—¿Prefieres que sea niña?
—Eso no me importa. Lo único que quiero es que todo salga bien. Teniéndote a ti como madre, el resultado será inmejorable.
Angy suspiró.
—No olvides el otro cincuenta por ciento. Eres exactamente la mitad de este bebé... —Cogió la mano de Dorian y la apretó suavemente contra su vientre utilizando su propia mano—. Y eres todo en mí.
Dorian la besó con intensidad, saboreando esos labios que le pertenecían.
El ambiente era distendido y relajado, con más parejas añadiéndose a ese baile colectivo e individual, pero ella no podía pensar en nada de eso, sólo en él. Quería llorar, saltar de alegría, gritar, alzar las manos, respirar y soltar el aire. Una mezcla explosiva de sensaciones que le abarcaban hasta el último rincón de piel.
—¿Qué ocurre? —preguntó Dorian—. ¿Por qué me miras de esa forma?
Angy suspiró.
—Sencillamente no puedo creer que al fin haya llegado. Todo esto… —Hizo un gesto envolvente con los dedos de la mano—. Es un sueño.
—No, es algo más. Es nuestra vida.
—Pues es preciosa.
Dorian exageró su sonrisa.
—Porque tú estás en ella. —Giró la cabeza hacia un lateral—. Ven, quiero que veas una cosa.
Atravesaron el remolino del resto de los bailarines y se hicieron paso hasta unas puertas abiertas que daban a una especie de balcón. El aire fresco inundaba sus pulmones y la vista nocturna era inigualable.
Dorian abrazó a Angy por detrás.
—Fíjate. —Le indicó que mirara hacia arriba—. La luna está llena.
Angy parpadeó varias veces.
—Es preciosa.
—Creo que a tu lado todo se queda obsoleto. No hay nada igual; definitivamente no hay nadie como tú, Angy.
Ella sonrió de nuevo. No recordaba haber sonreído tantas veces en un mismo día. Se volvió hacia él, acariciándole el cuello, el mentón, las mejillas, los pómulos y finalmente las sienes. Adoraba todo en él; por más que lo intentara, vislumbrar alguna minúscula tara era imposible. Estaba hecho a su medida.
Le conocía muy bien, cada nota y cada pieza de su estructura emocional, y el silencio que procesaban sus labios no resultaba demasiado habitual. Esos ojos avellana desprendían serenidad, pero había algo en todo el conjunto que no llegaba a entender.
—Sabes que es prácticamente imposible que puedas engañarme —susurró ella, medio en serio, medio en broma.
—¿Qué…?
—¿Qué ocurre? —insistió, cogiéndole de las manos—. Te has quedado muy callado.
Dorian ni siquiera parpadeó.
—Verás, Angy, tengo que decirte algo…
—¿De qué se trata?
Su esbelto cuerpo de atleta se tambaleó ligeramente, manifestando sus dudas.
—Bueno, no he sido del todo sincero contigo.
Esos ojos verdes centellearon. La verdad es que no sabía muy bien cómo tomarse esa inesperada revelación.
—¿A qué te refieres?
Dorian entrelazó con más determinación su mano con la de ella.
—Escucha, todo esto, todo lo de salir a cenar, estar contigo, es maravilloso, deseaba poder hacerlo de una vez por todas, pero en realidad hay otro motivo. Hay una razón totalmente diferente por la que estás aquí…
Angy sintió un temblor nervioso y repentino en las yemas de los dedos y en el estómago. Tragó saliva y volcó toda su atención en escuchar detenidamente.
—Dorian, me estás asustando. ¿Qué pasa?
—No sé cuál es la manera de decírtelo…
Le sujetó la cara, haciéndole saber que ella era la persona adecuada para escuchar tanto lo bueno como lo malo.
—Vamos, soy yo. Nada de secretos, ¿recuerdas?
Él asintió.
—Tienes razón, por eso estamos aquí. —Se separó ligeramente y tras un suspiro le dedicó una mirada particularmente extraña, como si en ese intercambio visual pudiera adivinarse el matiz presuntuoso de sus intenciones—. Llevo queriendo hacer esto desde hace mucho, pero no he tenido valor. —Miró un segundo hacia el cielo nocturno despejado de nubes—. Angy, ahora sé que todo esto tiene sentido. Hemos perdido muchas cosas pero también hemos ganado otras. Siempre has sido mi elección, mi media mitad, mi alma gemela… —Sonrió—. Puedes llamarlo de mil maneras, pero el resultado seguirá siendo el mismo, y lo es gracias a ti. Te has convertido en mucho más de lo que puedo pedir y desear, eres mi mundo, mi vida… Soy tu sombra, porque no importa a donde vayas, yo estaré contigo. El tiempo a veces me llenó de dolor, pero ahora es diferente. Por eso quiero hacer esto cuanto antes, y sé que esta noche es ideal para ello, para hacerlo realidad. —Se inclinó hacia delante y, tras un lento movimiento de progreso, hincó una rodilla en el suelo, todo sin dejar de mirarla—. Te ofrezco todo lo que soy, tal y como me ves, todo lo que represento y todo aquello que pueda darte…
El atisbo de seguridad y estabilidad que la había acompañado durante la velada se resquebrajó. Se le llenó el pecho de una presión incandescente que le quemaba todo. Su garganta se cerró herméticamente y el pánico expulsó las palabras de su boca.
—Dorian, no… —Sus manos comenzaron a temblar. Dio un diminuto paso hacia atrás—. Dios mío, no. ¿Qué estás haciendo?
—Lo correcto.
—No, no digas eso. —Le puso las manos encima e intentó hacer que abandonara esa postura—. Vamos, levántate, por favor…
Sin embargo, y para su temor, Dorian no se movió ni un ápice. Parecía que estaba decidido a dar un paso de gigante en su relación.
—No me hagas esto, por favor. —Sacudía la cabeza, implorando que no siguiera con esa locura—. Ahora no, vas a estropearlo todo…
Él pidió silencio con la mano.
—Necesito que me escuches atentamente, Angy. Sólo será un minuto.
Ella no podía creer que algo así estuviera pasando. No tenía sentido, acaban de volver, era demasiado pronto para planteárselo, una locura que ni siquiera debería tener una oportunidad.
—No puedo aceptarlo, no puedo…
Dorian alargó el brazo y tocó la mano de ella.
—Confía en mí, no es lo que crees.
Angy frunció el ceño, con el corazón galopando sobre su pecho. ¿Es que no resultaba suficientemente claro? ¿Qué más podía ser?
—¿Cómo que no? Te has puesto de rodillas. —El labio inferior le tembló. Movía las manos en todas direcciones, posándolas sobre sus sienes—. Me estás pidiendo… Me estás pidiendo que me…
Dorian escondió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó una pequeña caja. Después, se preparó para hablar.
—No te estoy pidiendo que te cases conmigo, te pido que des sentido a mi vida, a lo que me queda de ella tal y como lo has hecho siempre. No te pido cosas imposibles, sólo te pido aquello que ya hemos conseguido. No te pido que seas perfecta, sólo te pido que aguantes todos los vaivenes. No te pido que estés cerca sin condiciones, te pido que vuelvas cuando pase la tormenta. No te pido la mano, te pido el corazón. —Puso énfasis en su sonrisa, demostrando lo enamorado que estaba—. No te pido que seas mi mujer, te estoy pidiendo que seas la mujer que me sustente, que me proteja, que me aliente y que me haga sentir vivo. Te pido que seas la madre de ese milagro que viene en camino. Te pido que no me cambies por ningún otro, te pido que me perdones si alguna vez te hice daño. Te pido que me dejes amarte como te mereces. Te pido que nunca dejes de ser ese ángel que me enseñó todo lo que tiene sentido en esta vida y en la otra. Sólo te pido que sigas siendo tú.
Incapaz de articular palabra, la única respuesta por parte de Angy fueron sus lágrimas involuntariamente sinceras. Rompió a llorar sin susurrar, sin murmurar, sin tan siquiera sollozar. Le miró de la manera que sólo sabe hacer la gente que se enamora, y desde luego ella había acabado por volver a hacerlo de nuevo, justo en ese instante.
—Dorian…
Él volvió a entonar su discurso.
—Se supone que el para siempre nunca se cumple, pero ése no es nuestro caso. —Levantó con cuidado la tapa de la caja y dejó al descubierto el contenido—. Por eso esta noche te pido exactamente eso. Te pido que esto sea para siempre.
Era un finísimo colgante de oro blanco con el símbolo de lo eterno, un ocho tumbado. Era el detalle más bonito que había visto en toda su vida.
—¿Qué me dices? ¿Quieres hacerlo posible? ¿Quieres estar conmigo el tiempo que nos quede?
Lo tenía claro, tenía claro justo lo que quería decir, aquello que pretendía expresar con palabras, pero de nuevo se había quedado muda. En su lugar, se arrodilló junto a él y le besó con la mayor de las pasiones, con la mayor de las inquietudes y sobre todo, con la mayor de las gratitudes.
Se hizo el silencio y pareció transcurrir un siglo antes de que volvieran a separarse. Entonces, la satisfacción de Dorian no podía ser mayor.
—Lo tomaré como un sí.
Ambos se levantaron y, con delicadeza, Dorian le puso el colgante, que relucía en el cuello de Angy gracias a la luz de la luna.
Ella le rodeó con los brazos y Dorian la sujetó en el aire contra su pecho.
—Te quiero —logró decir ella—. Te quiero, te quiero… —Le besó en las mejillas y en los labios—. Te quiero conmigo para siempre. Te quiero de todas las formas posibles.
Se dio cuenta de que esa era la definición perfecta de la felicidad. Tenía nombre propio, y no podía ser más que el de él. Era definitivo, para siempre.


180


Habían pasado más de tres meses desde su nuevo comienzo. El resurgir de sus cenizas cada día se hacía más evidente, con ese futuro recién nacido desarrollándose en su interior. Era una mujer nueva, completamente diferente, agradecida por cada segundo que la vida le brindaba. Todo era perfecto, inigualable; habían cambiado totalmente de registro, con una nueva casa más grande y acogedora, una nueva vida y un proyecto en común. No se podía pedir nada más.
Esa idílica mañana habían despertado el uno al lado del otro, justo como deseaban. El sol se colaba por la ventana y el ambiente era utópico pero al alcance de la mano. Sus respiraciones seguían el mismo ritmo; sus sonrisas, eran causa y efecto de ese envoltorio de oasis terrenal.
Angy estaba tumbada bocarriba, cubierta por una gigantesca camisa de algodón que le llegaba hasta los muslos. Presentía cada mínimo ápice de vida en su alma. Veía encantada el progreso de su retoño a través del desarrollo de su tripa. Más allá de las molestias, nauseas y demás complicaciones leves, se sentía mejor que nunca.
Dorian estaba allí, a un palmo de ella, embelesado con esa visión que le embriagaba de pura felicidad. Le besó el vientre con la mayor de las pasiones.
—No puedo creer lo rápido que crece —susurró.
Angy sonrió de ternura.
—Dímelo a mí. Es como tener una réplica exacta conectada todo el tiempo. Tengo dos corazones dentro de mí.
Dorian posó la mano sobre el vientre de Angy.
—Para ser exactos, tienes tres. No te olvides del mío.
Iba a volver a responder pero se quedó callada. Su bebé se había movido; un gesto breve, pero habría podido sentirlo aún estado dormida. Por la cara que puso Dorian, también lo había notado.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó, muerto de curiosidad y expectación—. ¿Ha sido…?
Angy sonrió con énfasis y se acarició el vientre.
—Ha sido una patada. Nuestro pequeñín se mueve.
Ese hombre que tanto adoraba emitió la sonrisa más entusiasta que había visto nunca. Era un niño con zapatos nuevos.
—¿Cómo es? —preguntó—. ¿Qué sientes?
—No sé cómo describirlo. —Sus ojos verdes intentaron vislumbrar lo que todavía era un secreto a voces—. Es una sensación maravillosa, muy reconfortante.
Dorian se quedó embelesado contemplando el vientre de Angy.
—Ojalá pudiera sentirlo igual que tú.
—No seas tonto, claro que puedes. —Le cogió la mano y la puso en su vientre curvado otra vez, haciendo una ligera presión—. ¿Lo ves? Es tu hijo. —Cerró los ojos para concentrarse—. ¿Sabes una cosa? Le gustas.
Dorian ladeó la cabeza, nervioso y contagiado de esa alegría desbordante.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sé. Supongo que es parte de mi instinto maternal.
Dorian acercó a la cama la bandeja del desayuno y se la ofreció a ella.
—No debes acostumbrarme a esto —murmuró Angy, adornando sus palabras con una galante sonrisa—. Me estás mimando demasiado.
—No veo qué tiene de malo. Es justo lo que te mereces. —Se pasó una mano por el pelo—. Anda, come un poco.
Aunque no tenía demasiado apetito, Angy decidió hacer un esfuerzo. Tomó la decisión de empezar por el apetitoso zumo de naranjas recién exprimido que tenía un intenso color naranja, muy vivo. Se lo llevó a los labios y el sabor le llenó la boca. Estaba delicioso y no pudo evitar saborearse los labios.
—¿No sientes curiosidad? —murmuró él.
La pregunta la pilló desprevenida. Dejó el vaso de zumo sobre la bandeja y prestó atención.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, aún no sabemos si es niño o niña. ¿Por qué quieres esperar?
Angy suspiró, encogiéndose de hombros.
—Quiero que la primera vez que le tenga en brazos sea especial en todos los sentidos, y presiento que será irrepetible descubriendo en ese preciso momento si se trata de un niño o una niña. —Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Será la revelación suprema.
—Vaya, acabas de convencerme del todo. —Entrelazó su mano con la de ella—. Esperaremos. Pero hay un problema.
—¿Cuál?
—¿De qué color pintaremos su habitación? —Levantó una ceja de modo juguetón—. Tendremos que preguntárselo cuando le traigamos.
Incapaz de contenerse, Angy soltó una pequeña carcajada. A pesar de la constante fluctuación de las hormonas, estaba alegre. Le agarró del brazo y tiró de él.
—Anda, ven aquí. —Le enmarcó la cara con sus manos, acariciándole la barbilla, suspirando de nuevo por él—. Nunca he sido tan feliz.
—Lo sé, yo me siento igual. —La besó en la punta de la nariz, las comisuras de los labios y luego en ellos, alargando ese beso que sabía a gloria.
Se quedaron callados un buen rato hasta que Dorian desplazó la mano hasta las costillas de Angy. Ella ya sabía lo que planeaba hacer.
—Ni se te ocurra.
—¿Qué? —entonó intentando parecer inocente.
—Sabes que no soporto las cosquillas…
Dorian pronunció su sonrisa.
—Es bueno reírse de vez en cuando…
—No, no, no… —Intentaba agarrarle las manos pero se movía con agilidad—. Por favor, sabes que no es justo. Es mi punto débil…
Ignorando sus palabras, Dorian movió sus dedos delicadamente y Angy se devanó los sesos por intentar controlar esa extraña sensación que le recorría toda la espalda, haciendo que se moviera sin parar. La risa salía de su boca.
—¡Para! —murmuraba—. ¡Basta! ¡Me rindo!
—¿Qué? —Su voz era suave y distendida—. No lo he oído bien…
—¡Dorian, por favor! ¡Para!
El intenso hormigueo cesó de repente. Angy tenía las lágrimas casi al borde de los ojos. Soltó un suspiro y cerró los ojos.
—¿Estás bien?
Prefirió no contestar. Se tapó la cara con las manos.
Dorian se quedó callado un segundo.
—¿Angy? ¿Te has enfadado? ¿Te he hecho daño…?
Esta vez fue ella la que se anticipó. Encontró su boca y le pilló por sorpresa, mordiéndole el labio inferior con fuerza pero sin llegar a hacerle daño.
Él frunció el ceño pero no se retiró. La tensión había desaparecido de su cuerpo.
—Supongo que esa es tu venganza —dijo después—. Creo que me lo merezco.
—No lo pongas en duda. Te lo tienes bien merecido.
El teléfono sonó a lo lejos, pero se quedaron quietos.
—No lo cojas —susurró Angy—. No muevas ni un músculo o de lo contrario…
—¿Es una amenaza? —Dorian la besó en la frente—. No te tengo miedo.
—Pues deberías.
El sonido difuso dejó de escucharse pero a los dos minutos volvió a la carga.
—¿Quién demonios será?
Dorian se levantó de repente.
—No lo sé, pero ya se cansará de llamar.
Angy se mordió el labio.
—¿Adónde crees que vas? No te he dado permiso para levantarte.
Dorian se encogió de hombros, satisfecho.
—He tenido una idea. —Le guiñó un ojo—. Enseguida vuelvo.
—Pero… —La dejó con la palabra en la boca. Estuvo buscando algo al otro lado de la casa pero hacía el suficiente ruido como para oírlo a un kilómetro. Volvió minutos después con algo entre las manos.
Angy frunció el ceño.
—Espero que sea una broma.
—Me parece que no.
Se mostraba inesperadamente incómoda porque Dorian sostenía una cámara, a la espera. No tenía intención de mirarse en un espejo y comprobar su aspecto desaliñado y matutino.
—Vamos, dedícame una de tus sonrisas.
Angy titubeó, cerrando los ojos.
—Por favor, Dorian. No me saques ninguna foto. —Se pasó los dedos por la frente—. Estoy horrible.
Él frunció el ceño, divertido.
—¿Horrible? —repitió—. Te aseguro que nunca has sido más perfecta.
—Buen intento, pero no lograrás convencerme.
Dorian sonrió. Estaba cómodo, en su terreno, como pez en el agua.
—Conozco la manera de hacerte cambiar de opinión. Espera aquí.
—¿Vas a desaparecer otra vez?
—Sí, pero esta vez traeré algo mejor.
Angy se pasó una mano por el pelo y se incorporó. Tenía las sensaciones a flor de piel, que no tardaron en dispararse cuando Dorian apareció en la habitación con su vieja guitarra.
—Me temo que ese también es otro de mis puntos débiles.
—Lo sé, y pienso utilizarlo contra ti.
Se sentó al borde de la cama y acarició las cuerdas de su guitarra. Era una de sus pasiones, siempre lograba hacerse con el control. Se volvió hacia ella.
—¿Crees que puede oírlo?
—No lo sé, quizás es demasiado pronto, pero no pierdes nada con intentarlo. —Se puso de rodillas sobre el colchón y le abrazó por detrás—. Si pudiera hablar, seguramente te pediría que no esperases ni un segundo más.
Complacido por aquello, Dorian comenzó a tocar ese instrumento lleno de una melodía incomparable. La música le llenó el corazón y sus ojos verdes estuvieron a punto de emocionarse. Fue invadida por multitud de recuerdos que creía que nunca más volvería a revivir.
—Dios mío, había olvidado lo precioso que era…
—Si suena tan bien, es por un motivo. Vuelvo a tener a mi musa. Tú me inspiras.
Angy le besó en la nuca y le abrazó con más fuerza.
—Ahora tienes un doble motivo.
—¿Y si no le gusta?
—Dorian, eso es imposible. Es lo más bonito que oirá en toda su vida.
Él sacudió la cabeza.
—Exagerada…
—Pesimista…
—No, más bien soy realista. —Dejó la guitarra a un lado y cogió a Angy en brazos, sobre su regazo. Podían sentir la respiración de ambos—. Me haces sentir vivo.
Ella se pegó a su pecho, sintiendo la fuerza de sus músculos y su embriagador aroma.
—Yo podría decir exactamente lo mismo.
Angy estaba pletórica, reluciente. Era como si nunca hubiera experimentado nada igual, hasta lo más sutil e ínfimo resultaba una pieza de museo, un instante irrepetible. Hubiera podido seguir así hasta la saciedad pero algo dentro de su cerebro se activó silenciosamente. Su buen sabor de boca se volvió amargo al pensar en lo que había dejado atrás. No había pasado ni un solo día en el que no pensara en ella, pero era diferente. Nunca dejaría de atormentarla. Se tensó y se separó de Dorian, volviendo a tumbarse sobre las sábanas.
Dorian enseguida se dio cuenta.
—Eh, Angy. —Se apoyó sobre un brazo, quedando de lado, observándola con detenimiento—. ¿Qué ocurre? ¿Algo va mal?
—Sí. —Estaba tan desanimaba súbitamente que no intentó disimular—. Por supuesto que algo va mal.
—¿De qué se trata? ¿Qué es lo que te preocupa?
Angy se incorporó lentamente, con su boca traslúcida y apagada.
—¿Crees que esto será suficiente?
—¿Qué quieres decir con eso?
—Vamos, piénsalo bien, Dorian. —Apartó la mirada, indecisa—. Traer al mundo un hijo conlleva responsabilidad, tener todas las opciones bien cubiertas. Tenemos que ser realistas. Somos lo único que tiene, lo único que tendrá el día de mañana. ¿Seremos lo suficientemente capaces para nuestro hijo?
—Por supuesto que sí —contestó sin dudar—. ¿Qué te hace pensar que no lo seremos?
Ella se derrumbó emocionalmente otra vez.
—¿Qué ocurrirá si un buen día le faltamos? —El hecho de pensarlo era como clavársele una espina en el corazón, haciendo que recordara a sus padres, a su familia inevitablemente perdida e irrecuperable—. ¿Y si nos ocurre algo?
—Eso no pasará.
—No puedes asegurarlo.
—No, es cierto, pero tampoco puedes vivir con medio. —Trató de tranquilizarla con el contacto de sus dedos—. Somos sus padres. No puede pedir nada más. No… necesita a nadie más.
Angy le miró con cierto resentimiento.
—Te equivocas. Necesita a su familia.
—Ya la tiene.
—A toda —insistió, elevando sin querer el tono de voz.
Dorian suspiró.
—Ya lo hemos hablado, Angy. No va a estar solo. Seremos su referencia, su término medio.
—Eso ya lo sé, pero no puedo evitar pensar en lo que no podemos ofrecerle, en todo lo que no llegará a conocer. —Arrugó los labios, molesta—. Trato de ser objetiva, de verdad lo intento, pero no quiero que le falte de nada.
—Y no lo hará, ¿de acuerdo? Tendrá todo lo que necesite. —Intentó sonreír—. Nos tendrá a nosotros. Le daremos todo el amor que podamos.
Angy terminó por dejarse caer.
—Eso espero. No quiero que se sienta aislado, el simple hecho de imaginármelo solo...
Dorian la atrajo hacia él y besó su frente. Era un tacto armonioso y en aquel momento muy urgente.
—Escúchame bien. —Pegó sus labios a la sien de ella—. No estará solo, nunca lo estará. No mientras nos tenga a nosotros.
—¿Lo prometes?
Besó su sien.
—Lo juro.
Angy sintió la obligación dulce de agradecerle esas palabras. Le envolvió con sus brazos y el resto de su cuerpo y le abrazó tiernamente, cerrando los ojos y deseando que aquel fuera en efecto un mundo mejor. No sólo para ellos, si no para el ser más importante que tarde o temprano tendrían que cuidar.
181


Era una noche especial al igual que todas las demás. Era un nuevo hombre desde que Angy por fin había vuelto a su lado sin condiciones, siendo ella misma, dándole de nuevo esa estabilidad e infinidad inquebrantable que creía perdida. Su sonrisa hablaba por él, y todo lo referente a ese diminuto ser que ya empezaba a cobrar vida con ligera intensidad era el detonante perfecto para que se sintiera absolutamente completo y satisfecho. Por fin su sueño iba a hacerse realidad. Iba a ser padre, y no había en el mundo nada más gratificante. Tenía muy claro la clase de hombre que quería ser, y ahora tenía dos buenos incentivos irrefutablemente reales.
Había insistido para que todo saliera a pedir de boca. Había hablado con Evan sin que ella lo supiera días antes y había conseguido las llaves del teatro. A fin de cuentas, se daba cuenta de que Evan era un buen hombre, y que de alguna forma siempre iba a formar parte de la vida de Angy. Ya no lo consideraba un enemigo, más bien un aliado al que poder acudir, y esa era la ocasión.
Se había pasado aquel día decorándolo todo con flores rojas, con un sendero de pétalos esparcidos por el suelo, música de fondo agradable, incienso en el ambiente, y lo que más le gustaba: esa pequeña mesa para dos preparada encima del escenario, con esas luces suaves proyectando sombras incandescentes. Desde luego era una visión agradable, y esperaba con todas sus fuerzas acertar. Estaba decidido a convertir cada día en un detalle inolvidable, y ése no era más que el principio.
Conducía ciertamente nervioso con Angy al lado. Había usado aquella mirada indefensa y tácticamente débil para convencerla y así poder vendarle los ojos. Quería que la sorpresa fuera sublime en todos los sentidos, por eso no cedió a la hora de mantener el absoluto anonimato de su destino.
—No puedo con esto —murmuró Angy, con los dedos entrelazados y nerviosos—. Me mata la curiosidad. Te tomas muchas molestias pero esto es demasiado, hasta para ti.
—No vas a conseguir que cambie de idea. La respuesta es no. —Tosió descaradamente—. No voy a revelarte nada. Es confidencial, alto secreto.
—¿Alto secreto? —se burló ella, sonriendo bajo esa venda oscura que conseguía que su sonrisa se volviera más luminosa—. En cuestión de minutos lo averiguaré.
Dorian rió.
—Pero hasta entonces, señorita, lo mejor es que tengas un poco de paciencia.
—Con las hormonas revolucionadas y actuando por su cuenta, paciencia es lo último que debes pedirme.
—Te lo pido —insistió cariñosamente—, porque es necesario y de vital importancia. —Le colocó la mano derecha a la altura de las rodillas y le dio un dulce apretón—. Cuando abras los ojos me darás la razón.
El trayecto en coche apenas duró unos quince minutos más y aparcaron en una calle próxima al teatro. Dorian se adelantó para abrirle la puerta del coche y ayudarla a salir. Estaba preciosa con ese vestido en color ciruela, anunciando ese creciente vientre. Llevaba el pelo suelto, más largo de lo habitual, con el collar que le regaló adornándole el cuello. Para él era, sencillamente, la única mujer en todo el mundo.
—Ven —dijo suavemente Dorian, cogiéndola por la cintura—. Todavía no hemos llegado. Hay que caminar unos cuantos pasos.
Ella suspiró y se dejó dirigir.
—¿Falta mucho?
—No demasiado.
—Ya, ¿y se puede saber cuánto es eso?
—El suficiente. —Le dio un beso en la nuca—. No te impacientes.
Angy refunfuñó, divertida.
—Lo intento. —Chasqueó la lengua—. Sabes que me vengaré —dijo, mostrando una voz de mujer fatal.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas hacerlo?
—Si te lo dijera, ya no sería una sorpresa.
Dorian rió por lo bajo.
—Tengo entendido que no te gustan las sorpresas.
—Razón demás para pagarte con la misma moneda.
Una vez que estuvieron delante de las puertas de entrada del edificio, Dorian introdujo las llaves en la cerradura y abrió con cuidado, procurando no hacer ruido para no dar pistas.
—¿Ya?
Dorian sonrió.
—Todavía no —insistió—. Aguanta un poco más.
—Dorian, por favor… No me gustan las encerronas.
Él la agarró de la cintura desde atrás para guiarla con cuidado.
—Créeme, esta vez sí.
Caminaron un par de pasos sobre el suelo teatral y entonces Dorian concluyó que estaban justo en el sitio perfecto. Le quitó la venda de los ojos y pegó sus labios a la sien de Angy y susurró:
—Ya puedes abrirlos.
Con cautela, teniendo presente que no sabía lo que podría encontrarse, Angy abrió los ojos. Cuando percibió todo en conjunto, en perfecta armonía, su rostro tomó la delantera para acentuar lo que pensaba. Dio unos cuantos pasos, admirando, saboreando cada centímetro de ese lugar que tanto amaba. No se lo podía creer. Seguía siendo el mismo sitio pero con un aire totalmente diferente y romántico.
Se dio la vuelta y le contempló, mientras Dorian aguardaba sus palabras.
—¿Por qué me has traído aquí?
Dorian se encogió de hombros, animado. Estaba pletórico, de muy buen humor.
—Bueno, adoras el teatro. Y yo te adoro a ti, así que se supone que debería empezar a recuperar el tiempo perdido y dejar atrás el pasado. —Se pasó una mano por el pelo, pensativo, inspeccionando con la vista cada centímetro cuadrado que estaba a su alcance—. Esta es tu vida, Angy. Te encanta lo que haces, y no hay nadie que sepa hacerlo mejor que tú. —Los ojos le brillaban tanto o más que su sonrisa—. Estoy muy orgulloso de ti.
Angy dejó escapar un suspiro repentino.
—Prometo no volver a fallarte.
—Nunca lo has hecho…
—Ya sabes lo que quiero decir. —Dio un paso hacia delante y se acercó a él, acariciándole la mejilla—. Eso se acabó. Nunca más. No volverá a suceder nada parecido. Esto no es lo que soy, no me define. Tú eres lo más importante. Mi prioridad en esta vida se resume en ti. No necesito nada más.
—Lo sé, pero esto es una parte de ti, y no quiero que lo dejes. No me importa si tengo que pasar toda mi vida de un lado para otro o si tengo que esperarte a que regreses. Lo haré encantado. Creo recordar que lo bueno se hace esperar.
Ella le sonrió con un matiz tan vivo que le atravesó el cuerpo.
—Apuesto a que has tenido ayuda de Evan.
—Bueno, digamos que me prestó las llaves para organizarlo todo.
Angy se mordió el labio.
—¿Crees que podrás llevarte bien con él a partir de ahora?
—Por ti estoy dispuesto a intentar lo que sea, Angy. —Le dio un beso en la frente—. Y sí, te garantizo que seremos amigos.
Ella rió por lo bajo.
—Eso me gustaría verlo.
—Y lo verás… —Le guiñó un ojo—. ¿Acaso te mentiría?
Sin pensárselo dos veces, Angy le atrapó con su cuerpo, abrazándole con una fuerza vital irresistible.
—Estás loco —susurró, con ese brillo especial en sus ojos—. Siempre acabas sorprendiéndome. No sé cómo lo haces. Ni siquiera sé cómo agradecértelo.
—Sí que sabes. No dejes de respirar.
Subieron al escenario y entre luces y sombras comenzaron esa velada propia de las utopías. La música se les colaba en los tímpanos y retumbaba en sus respectivos corazones. Se movían rítmicamente al son de sus latidos.
A pesar de que la comida estaba deliciosa, Dorian sentía un cosquilleo interno, mariposas revoloteando que le dificultaban el hecho de probar bocado. Era como un renacido adolescente, pero con las ideas muy claras.
—¿Qué? —preguntó Angy, interesada por ser objeto de esa mirada que decía todo—. ¿Qué significa esa mirada?
—Nada, solo que esa silueta maternal te sienta de maravilla.
Ella sonrió de medio lado, dándole a entender que no estaba de acuerdo.
—Eres un pequeño mentiroso…
—Para nada. Digo verdades como puños, y me encanta ver como tu tripita crece cada día más. Es completamente fascinante.
—Los mareos y los dolores no lo son tanto.
—Bueno, merecerá la pena, ya lo verás.
—De eso no me cabe duda. —Suspiró y sus ojos verdes se volvieron típicamente felinos—. Creo que esta noche tengo un antojo.
—¿De qué?
Ella deslizó la mano sobre el fino mantel para encontrar la de él.
—De ti.
Dorian sonrió como un pasmarote.
—Espero que no me aborrezcas. Me vas a tener durante los próximos cuarenta o cincuenta años.
—Pues voy a tener ganas de ti durante todo ese tiempo.
—¿Estás segura de lo que dices? —Elevó una ceja—. Es mucho tiempo…
—Dorian —interrumpió delicadamente—, contigo una eternidad me parecería corta.
Entre risas, miradas, confesiones a media luz, caricias, murmullos y delirios pasionales, el tiempo pasó volando. De repente, Angy se puso en pie y se deshizo de los zapatos, mostrando unos pies decididos.
—Esta vez yo daré el primer paso —apuntó—. Venga, levanta de ahí y baila conmigo.
Él sonrió kilométricamente.
—¿Es una proposición decente?
—Todo lo decente que puede ser, sin duda. —Apretó los labios y le tendió la mano—. Vamos, ahora no te hagas el tímido conmigo.
Dorian se levantó sin dudar.
—Desde luego que no. —La asió con una fragilidad deliciosa, propia de los que se enamoran—. Soy el candidato perfecto para sacarte a bailar.
—No te marques otra victoria —dijo, poniéndole un dedo sobre los labios—. Este baile es cosa mía.
Dieron vueltas pausadas, elípticas, envolventes y de carácter soñador. Sus cuerpos eran la partitura y los movimientos el proceso que hacía sonar la música de sus almas envidiablemente interconectadas.
Con un poco de picardía, Dorian la fue llevando hacia la parte de atrás del teatro. Después, la cogió en brazos y subió las escaleras. Segundos después estaban en la azotea, con un detalle luminoso que saltaba a la vista: había un montón de velas dibujando la silueta de lo infinito, ese ocho tumbado que para ellos representaba precisamente su compromiso más allá del tiempo.
Él la dejó en el suelo pero no llegó a soltarla. Angy escondió la cara en su pecho.
—No puedes imaginar todo lo que siento en este momento, Dorian. Me lo das todo sin condiciones.
—Es imposible que no lo hiciera. Tú también me lo das todo. Tengo que mantenerte a mi lado cueste lo que cueste. Lo que haga para conseguirlo no tiene importancia.
Angy se llevó una mano al vientre y lo acarició con una delicadeza extrema.
—Estoy deseando tenerlo en mis brazos. Cuando ocurra, todo será…
—Perfecto —apuntó él—. Seremos tres. Un buen número.
Ella le dio un beso en la comisura de los labios, hechizada por tanto bienestar emocional.
—No estés tan seguro de eso —susurró entre grandes sonrisas—. Podríamos tener más.
—Todos los que tú quieras. —Le colocó el pelo detrás de la oreja—. Mientras se parezcan a ti, no habrá problema.
—¿Quién dice que los habrá si se parecen a su padre? —Se mordió el labio, evitando suspirar por tenerle tan cerca y a su entera disposición—. A mí me pareces un hombre excelente.
—Tú, que me ves con buenos ojos...
Angy sonrió al mismo tiempo que negaba con la cabeza.
—No es lo que ven mis ojos, si no todo lo que has hecho por mí. Por no dejarme marchar, por no abandonarme, por no renunciar… a mí.
Dorian dio varios pasos arrastrándola con él hacia la cornisa. El manto de estrellas resultaba embriagador. Una ligera brisa refrescaba la temperatura. Era un telón de fondo inigualable.
Angy se puso de puntillas y le abrazó durante tanto tiempo que se quedó sin fuerzas. Después, y sin tener la determinación para parpadear si quiera, lanzó al aire la pregunta que terminaría por convencerla del todo.
—¿Eres feliz?
Dorian se quedó embelesado al contemplar esos ojos tan verdes e incandescentes. Después de todo lo que había vivido, tenía claro cuál era la respuesta.
—¿Feliz? —Negó con la cabeza—. No, sencillamente soy el hombre más completo que puede haber en el mundo. Lo tengo todo. No puedo pedir nada más. Así que supongo que felicidad no es algo que se adapte a mí, no alcanza para describir esto. Probablemente tendría que inventar una nueva palabra, pero quizá en otro momento. Ahora me gustaría hacer otra cosa.
—¿El qué?
—Robarte un beso.
—No es necesario. —Se acercó a sus labios hasta casi rozarlos—. Puedes pedirme todos los que quieras. No te negaré ninguno.
Tomándose aquello al pie de la letra, Dorian la besó como si fuera la primera y última vez. Fue especial, mágico e irrepetible. La sensación fue doblemente gratificante al saber que podría besarla todos los días de su vida.
Se quedaron en silencio durante un rato, observando el cielo oscuro. Ese sería a partir de ahora su rincón elevado para evadirse del resto del mundo.
Convencida, Angy buscó el rostro de Dorian, atravesándole con la mirada más sincera y emotiva que pudo encontrar.
—He pasado mucho tiempo deseando tener una vida como ésta, alguien con quien poder compartir mis noches y despertar por las mañanas. Ya no tengo la necesidad de seguir buscando. Tú lo has hecho posible, y te garantizo que no hay nadie en el mundo a quien le importes tanto. No hay nadie que sepa quererte como yo lo hago, ni habrá nadie que pueda hacerlo. Nunca, eso puedo prometértelo. Estoy destinada a ti; cada suspiro y cada minuto me han llevado por el camino correcto para volver a encontrarte. No te apartes jamás.
—No lo haré. Soy todo tuyo.
Eso le llegó al alma.
—Te lo preguntaré por última vez. —Pasó su dedo índice por la mejilla de él, admirándole igual que siempre—. ¿Estás seguro de que es esto lo que quieres?
Dorian, incapaz de contenerse, la estrechó en sus brazos y la besó con más intensidad. Después, acercó sus labios al oído de ella y le susurró:
—Nunca en mi vida he estado tan seguro de nada.


Amaneció esa mañana tan esplendorosa al día siguiente. El azul del cielo era intenso, despejado de nubes, con esos indecisos rayos haciéndose un hueco para entrar a través de la persiana. Angy suspiraba por tanto revuelo hormonal en su interior. Tenía la capacidad para ver a través de sus ojos todo lo que le aguardaba, y desde luego era algo que le encantaba. Dorian había tenido que irse a trabajar, no sin antes cubrirla de besos y llevarle el desayuno a la cama.
Ella pronto comenzaría con los ensayos de la nueva obra. Volvía a ser uña y carne con Evan, y aunque su embarazado no se interrumpía por nada y a veces la dejaba agotada, deseaba poder ser madre de una vez por todas. Había descubierto que era una de sus pasiones, sólo que no lo sabía. A veces el miedo podía con ella, pero saber que no volvería a estar sola era de un grado tan consolador que sólo podía ascender.
No dejaba de juguetear con el colgante que Dorian le regaló. A pesar de tener cierta reticencia al compromiso matrimonial, estaba dispuesta al compromiso eterno, que iba mucho más allá de bodas, anillos y testigos. No hacía falta nada de eso. El fruto en su interior era la prueba irrefutable de que su historia de amor había traspasado cualquier barrera a priori infranqueable. Habían llegado a su destino. Había conocido el cielo en plena tierra firme.
Se deshizo de la ropa y se metió en la ducha. Observaba con tremendo respeto la piel tensa de su vientre curvado y redondeado. Lo sentía en su interior, haciéndose paso, abriendo un hueco en la vida. Se pasó las manos lentamente para tratar de sentirlo. La espera se hacía eterna, pero esa sensación era algo que no olvidaría nunca. El agua le calmaba los nervios y cerró los ojos, suspirando seguidamente. Experimentaba una gran paz, un ligero siseo en su mente. Sabía que estaba ahí, acunándola, ayudándola aunque todavía no fuera palpable.
Deseaba que pudiera oírla.
—Fíjate, aun no has nacido y ya me duele el corazón de tanto quererte. —Sonrió sin esfuerzo, sin pensarlo—. Vas a ser todo para nosotros. Nuestro pequeño milagro, nuestra salvación.
Dejó que el vapor la envolviera, y cuando estuvo conforme, salió de la ducha y se cubrió con una gran toalla blanca. Los ojos verdes eran auténticas esmeraldas esculpidas en sus escleróticas. Dos gemas engastadas en los globos oculares. Parecía que su matiz se había incrementado con su bienestar. Era la primera vez que se veía precisamente como la mujer que era: sencilla y preciosa.
Pasó de largo frente al gran espejo del cuarto del baño, pero algo la hizo cambiar de opinión y paró bruscamente. Una información inesperada cruzó su campo visual y le inundó las retinas. Esperó varios segundos para cerciorarse de que no se había equivocado. Juró que había sido tan solo una ilusión, pero cuando prestó más atención, percibió algo en la superficie. Un mensaje claro y directo. Las letras se iban volviendo visibles a medida que se acercaba al espejo. Cuando leyó el mensaje, se sintió infinitamente feliz, sabiendo que el único responsable de aquello era Dorian. No pudo evitar sonreír como nunca.

EL VERDADERO AMOR NUNCA DICE ADIÓS


Nunca había llegado a creer en los cuentos de hadas, pero comprendió que los finales felices podían volverse reales. Tenía a la persona más maravillosa del mundo a su lado, y por ello, entendió que las únicas palabras que la definirían para el resto de su vida eran dos: nunca y siempre.
Nunca le volvería a dejar; siempre estaría a su lado. Nunca renunciaría a su felicidad; siempre le amaría. Hasta el último aliento, puede que incluso después. En esta vida y en la otra.


Epílogo


Cinco años después, el teléfono volvería a sonar. Se lo debía; tenía que demostrarse a sí misma que lo había superado, al menos en parte. Lo había estado planeando durante mucho tiempo, pero le había faltado la determinación necesaria para superar sus miedos. Tenía claro que su deber era romper esa barrera infranqueable que le había hecho la vida imposible durante cinco años.
No todo había sido fácil; hubo veces en las que deseó no volver a abrir los ojos, porque el simple hecho de respirar le provocaba un dolor insoportable. Había intentado suicidarse una segunda vez, pero nada de aquello volvería. Eso era agua pasada, y ya no era la misma joven e insegura. Tenía veintinueve años, los mismos que tenía Angy cuando ocurrió todo ese caos que le arrebató su posesión más valiosa. Sin embargo, Nora se había transformado, siendo víctima de una metamorfosis completa. Su pelo seguía siendo brillante, sus ojos eran del mismo color azul, pero el mensaje que transmitían seguía siendo un misterio, como un alma en paradero desconocido. Pasó de ser alguien extrovertida a una mujer totalmente ausente, al menos la mayoría de las ocasiones. No hablaba demasiado, y era necesario que tuviera su espacio. Necesitaba tener cada minuto del día bajo supervisión, analizándolo para no perder los nervios. Era de vital importancia que tuviera la mente ocupada, que se sintiera realizada y se viera como alguien irremplazable. Merecía un sitio en el mundo, o eso era al menos lo que le habían intentado hacer creer durante todo ese tiempo. Había cambiado de trabajo, y si en su momento no llegó a llevarse bien con las plantas, ahora se pasaba el día limpiando en unas oficinas, y todo porque esa era la única manera para intentar obviar el hecho de que dentro de sí misma siempre habría esa mancha humana, que nada ni nadie podría erradicar. Estaba marcada, y no existía remedio posible.
Odiaba muchas cosas, pero había aprendido a controlar la furia que albergaba dentro. A pesar de la oposición de sus padres debido a la decisión de vivir sola, no cedió. Su apartamento era espacioso y luminoso, y aunque le habían aconsejado que no pasara demasiado tiempo sola, eso era lo que hacía. Sabía que podía controlarlo, que cada nuevo día era una batalla ganada, un alivio a sus heridas. Le habían roto el corazón, pero siempre podía volver a ponerse de pie. Nadie más lo haría por ella.
Se refugió en sus más fervientes amigas Cata y Vera, y de vez en cuando se permitía el lujo de salir a tomar una copa cuando la noche comenzaba. Había conocido a muchos hombres, pero no había sido capaz de pasar de ahí. Un par de nombres, números de teléfono pero luego nunca era capaz de contestar a las llamadas. Creía firmemente que no estaba hecha para ese tipo de cosas, eso había quedado demostrado. No obstante, y para sorpresa de todos, su vida se vio agitada por el encuentro fortuito con su antiguo compañero de trabajo en el invernadero, Oliver. Siempre le había caído bien, y al final, antes de que pudiera darse cuenta, le debía el motivo de su leve sonrisa. Había hecho posible que creyera que todo podía cambiar otra vez, solo que a mejor. Por eso hacía algunos meses que no dormía sola. Él se había convertido en su sombra, dispuesto a no dejarla caer. Llevaban juntos desde el último año y había sido aceptado por los padres de Nora. Se le veía alguien transparente, y desde luego estaba loco por ella. Se desvivía, la había acompañado a terapia, aguantado todas sus depresiones, altibajos y gritos. Era tenaz y sabía lo que quería. Era diferente, o al menos eso parecía. Al principio Nora le advirtió que no podría ser lo que él esperaba que fuera. Había dado a entender que no le daría la oportunidad de que pudiera acercarse lo suficiente como para poder verla tal y como era. Le consideró como un simple apoyo, alguien con quien poder mantener a raya la soledad, la persona con la que poder llenar ese otro lado de la cama, pero a medida que pasaron los meses él fue capaz de demostrarle todo: comprensión, cariño, afecto, entrega incondicional, paciencia infinita y sobre todo, algo que pensó que nunca más volvería a llamar a su puerta: amor. Claro que nunca podría ser lo mismo que experimentó con Dorian, pero decidió que lo mejor era darse una oportunidad, y desde luego Oliver había hecho hasta lo imposible para ganarse su corazón. Aun no estaba decidida a entregárselo sin condición, pero al menos ya era un comienzo, el principio de algo. Había aprendido a vivir al día, sin tener grandes expectativas de futuro. Era mejor no esperar nada bueno, así tendría el control de su mundo. Los compromisos a largo plazo eran un fraude, sobre todo los compromisos falsos. Nunca más volvería a ser una víctima.
Algo dentro de su cabeza se activó un día, y supo que tenía que hacerlo, no tenía más remedio. Era su forma de cerrar el círculo, de no dejar nada pendiente, de pasar página. Era consciente del peligro que corría, pues su estabilidad emocional estaba en juego y atreverse a abrir la puerta del pasado iba a suponer todo un reto. Por eso prefirió no decirle nada a Julia y Vladimir. Con cierto miedo se lo confesó a Oliver. Al principio, él se negó en rotundo, pero como no volvieron a sacar el tema, Nora dejó que él creyera que sólo había sido una simple idea, incapaz de llevarse a cabo. No obstante, se equivocaba. Ya lo había decidido.
Esa mañana llevaba despierta durante horas, antes incluso de que saliera el sol. Era la oportunidad perfecta para marcharse, para hacer lo que tenía que hacer, pero no podía irse sin decirle nada; Oliver se merecía una explicación, un mínimo aviso de sus intenciones. Pero antes de todo aquello, le observó mientras dormía, con el pelo revuelto y el rostro relajado sobre la almohada. Era muy atractivo, pero no llegaba a depender de él de forma obsesiva. Había querido intensamente una sola vez, y no se volvería a repetir.
Preparó una sencilla bolsa con ropa, documentación y todo lo necesario; no pensaba tardar demasiado en volver. Se miró en el espejo y percibió a una mujer decidida, con inseguridades pero sobre todo con coraje. En cierta forma su temperamento de antaño no la había abandonado del todo.
Estaba terminándose el café que sostenía entre las manos mientras miraba desde la ventana cuando percibió una silueta al otro lado del salón.
—Vuelve a la cama —dijo suavemente—, todavía es temprano.
—He tenido una pesadilla —susurró Oliver—. Me he despertado y he visto que no estabas.
Sonrió ligeramente.
—Pues aquí me tienes, ya puedes quedarte tranquilo. —Apuró el café y dejó la taza encima de la repisa de la chimenea—. Tienes que descansar.
Oliver se pasó una mano por la frente y suspiró. Tenía la cara medio dormida, al igual que sus ojos.
—¿No vas a ir a trabajar?
—No —respondió ella—. Me he tomado un par de días libres.
—¿Por qué? No me habías dicho nada…
—Porque lo necesito —se apresuró a decir—. Tengo un asunto pendiente.
—Ya…
Nora tragó saliva y se acercó a él con un par de pasos.
—Escucha, tengo que decirte algo.
Sin embargo, Oliver no pareció oír esa última frase. Tenía el ceño fruncido y los ojos puestos en la bolsa que descansaba sobre un sillón.
—¿Qué significa esto? —dijo, señalando a la bolsa.
Nora no titubeó.
—Creo que ya lo sabes.
Él apretó la mandíbula y se mantuvo callada durante algunos minutos. Parecía desconcertado, aunque para nada le era desconocido. Sencillamente había estado intentando evitar el tema, eso era evidente.
—Entonces es cierto —murmuró, con la línea de la boca emborronada—. Vas a hacerlo.
Nora soltó el aire contenido tras los dientes.
—Sí.
—Creía que no hablabas en serio, que nada más había sido una idea que ni siquiera…
—Pues te equivocas, Oliver. —Se alborotó el pelo—. Está decidido, me marcho en un par de horas. Tengo que coger un avión, así que te suplico que no me pongas las cosas más difíciles.
—Creía que al menos lo hablaríamos antes.
—Eso habría complicado más el proceso y lo sabes.
—¿Lo saben tus padres?
—No, y preferiría que siguieran sin saberlo. Así es mejor para todos.
—¿También para ti?
Nora había querido evitar precisamente eso. No quería discutir con él por su decisión de volver a ponerse en contacto con su hermana. Era cosa suya, nadie más podía entenderlo. Nadie había pasado por lo mismo que ella.
—A pesar de todo, sigue siendo mi hermana.
—Sí, ¿pero a qué precio? He visto lo que te ha hecho, todo el daño que te ha causado y ni siquiera ha estado presente. Ahora quieres tenerla cara a cara. No lo comprendo.
—No necesito que lo hagas, lo único que te pido es que me apoyes, que sigas haciéndolo como hasta ahora. Respeta mis decisiones.
Oliver le dedicó una mirada de cautela.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?
Nora le miró sin pestañear siquiera.
—Creo que ya va siendo hora.
—Nora, no tienes por qué hacerlo. No tienes que demostrar nada.
—Te equivocas. —Se cruzó de brazos—. He intentando dejarlo pasar pero sé que no podré seguir con mi vida si no hago esto antes. Sé que no lo entiendes, pero no te estoy pidiendo permiso. —Relajó el semblante—. Tengo que hacerlo.
—¿Y si no funciona? Lo único que conseguirás será hacerte daño. —Sus ojos estaban preocupados—. Ellos tienen su vida, y tú tienes la tuya.
Nora se le acercó y le acarició la mejilla. A veces veía en él a alguien del pasado, alguien que fue capaz de traicionarla, pero eso se lo reservaba para sus citas con su psicóloga.
—Tienes que confiar en mí. Sé lo que hago.
Él la agarró delicadamente de la muñeca y le dio la vuelta para que las cicatrices de los cortes quedaran a la vista.
—¿Quieres volver a pasar por esto? —murmuró, intentando disimular su miedo—. ¿Quieres revivir esa pesadilla otra vez?
—Claro que no.
—¿Y entonces por qué? ¿Por qué ahora? —Sujetó la cara de Nora entre sus manos—. ¿Por qué no puedes dejar atrás el pasado?
Ella envolvió las manos de Oliver con las suyas propias.
—Porque a día de hoy sigue siendo un asunto pendiente, y no quiero dejarlo a la mitad, no si puedo evitarlo.
—¿Y qué crees que arreglaras con eso? ¿Volver a aparecer hará que todo sea como si nunca hubiera existido?
—No, pero al menos no quedará en mi conciencia.
Oliver sacudió la cabeza.
—No le debes nada.
—Precisamente. Esto lo hago por mí. Además, tampoco será fácil para ella. Se quedó sin habla cuando volvió a tener noticias mías.
—¿Y qué esperabas? Claro que se sorprendió. Se suponía que nunca volveríais a estar en contacto.
—Y así va a ser, pero necesito hacer esto antes.
A pesar de todo, él se resistía a creerlo. Por su tensión corporal no aceptaba esa locura.
—¿De verdad eres consciente de lo que puedes encontrarte? —Buscó su mano y entrelazó los dedos con los de ella—. ¿Qué crees que sentirás cuando vuelvas a verle? ¿Qué sentirás?
Nora, tratando de calmarle, le besó en la sien y le atrajo hacia ella, envolviéndole con sus brazos.
—No tengas miedo —susurró—. El pasado no va a volver. Tengo claro cuál es mi presente. Sabes que ahora estás tú.
Oliver le devolvió el abrazo, pero se mostraba frágil.
—Saber que el recuerdo de Dorian continúa dentro de tu cabeza no es lo que me preocupa. Sé perfectamente el lugar que ocupo y también sé que nunca podrás quererme de la misma manera que le quisiste a él. —Escondió la cara en aquel pelo dorado que tanto le gustaba—. Lo único que me da miedo es que vuelvas a romperte, porque entonces todo lo que has conseguido se vendrá abajo, y no te mereces eso.
—Créeme, las personas no pueden romperse más de una vez —dijo serena, acariciándole la nariz con la suya, como un beso esquimal—. Yo ya lo hice, y te garantizo que no volveré a hacerlo.
—No puedes saberlo.
—Sí puedo. Confía en mí.
Oliver soltó un suspiro lastimero.
—¿De verdad estás preparada? ¿Lo estarás cuando llegue la hora y les tengas delante?
—Sólo podré saberlo de una manera, y no será quedándome aquí.
Él le dio un beso en la frente.
—Prométeme que estarás bien. Prométeme que lo soportaras. —La atrajo hacia él—. Prométeme que volverás sana y salva.
Nora, complacida por esas palabras, sonrió sinceramente. Le besó en un gesto de gratitud.
—Lo juro. —Le besó de nuevo—. Cuando todo esto haya acabado, no tendrás que volver a oír del tema. Estará olvidado y enterrado, te lo garantizo.
—Nora… —La miró con devoción—. Yo sólo quiero que seas feliz.
—Contigo empiezo a serlo, Oliver.
—Te quiero.
Ante esa declaración, Nora se estremeció. Sentía mucho por él, pero eso era diferente. Nunca se lo había dicho; Oliver le había confesado abiertamente miles de veces que la quería pero ella en cambio no había estado preparada para corresponderle del mismo modo, no con la misma intensidad. Sin embargo, dejó atrás los miedos.
Siempre había una primera vez para todo. Incluso las segundas oportunidades podían ser gratificantes.
—Y yo —susurró—. Yo también te quiero.
Totalmente sorprendido, Oliver sonrió de oreja a oreja y la estrechó en su pecho.
—Ahora si que no pienso dejarte ir.
Nora le puso un dedo en los labios, sonriendo.
—Volveré antes de que te hayas dado cuenta.
—Prométemelo.
—No hace falta, sabes que lo haré.
Nora se distanció poco a poco pero él todavía permanecía lo suficientemente cerca. Cuando ella cogió la bolsa, Oliver frunció el ceño.
—Todavía es pronto para que te vayas —murmuró—. ¿Adónde vas?
—Tengo que ver a alguien antes de marcharme.
Oliver pareció entender lo que quería decir.
—¿No quieres que te acompañe?
Negó con la cabeza.
—No, es mejor así. Necesito hacerlo yo sola.
—Está bien, lo comprendo. Pero ten cuidado, Nora. —Sus ojos brillaban—. Por favor.
Ella se dirigió a la puerta y, antes de desaparecer, le observó una última vez.
—Siempre lo tengo. —Y se fue.
Pidió un taxi y deseó que no fuera demasiado tarde. La mujer que la esperaba siempre era demasiado puntual y no le gustaba que la hicieran esperar.
Jugueteaba con mechones rubios de su pelo mientras miraba cada pocos minutos el reloj. Solo cuando llegó a su destino respiró con más calma.
Era el mismo sitio de siempre, donde solían hablar fuera de la consulta, un parque tranquilo con unas cuantas mesas dispuestas aquí y allá. Tal y como había imaginado, la doctora ya estaba allí. Kendra había sido su psicóloga durante los últimos tres años. Al principio no eran más que psicóloga y paciente, pero la confianza se incrementó entre ambas y se convirtieron en buenas amigas, sabiendo compaginar el ámbito de la terapia con una relación paralela de confidencias que no estaban prescritas a tratamiento. Era un hombro sobre el que poder llorar, y Nora lo sabía. Le debía muchas cosas: su estabilidad emocional, su salud mental… Todo.
Contuvo el aliento cuando se acercó.
—Llegas tarde, como siempre.
Nora arrugó los labios en un intento de sonreír.
—Lo siento, me he retrasado por culpa de Oliver. —Tomó asiento frente a ella—. No quería dejarme salir.
La mujer estilizada, de pelo oscuro y asimétrico, ojos verdes grisáceos, gafas finas, pendientes largos y con figura perfecta frunció el ceño.
—Escucha, si estoy aquí es porque me lo has pedido, pero te sugiero que no lo hagas. —Miró con desaprobación la mochila que Nora llevaba colgada del hombro derecho—. Aún no es tarde, puedes cambiar de opinión.
Nora apretó la mandíbula, teniendo muy presente que ese otro encuentro tampoco iba a ser fácil.
—Lo sé, pero no es eso lo que quiero. —Se pasó una mano por el pelo—. Estoy decidida.
—¿Estás segura de eso? Hemos progresado mucho. Cualquier ligero cambio supondría un error enorme. Es como atravesar un campo de minas; en cuanto encuentres una, se acabó. —Se ajustó las gafas—. No sería bueno para ti que entraras otra vez en crisis.
—Sabes que estoy recuperada. No soy la misma de antes. —Asintió como si así pudiera convencerse a sí misma—. No tengo nada que ver con la chica que era hace cinco años, ni siquiera me parezco a la persona que era hace un año. He cambiado a mejor, he progresado.
Kendra tragó saliva. No es que no estuviera de acuerdo, pero lógicamente tenía sus dudas. Lo veía todo desde una perspectiva diferente.
—No lo pongo en duda, pero dime en qué te convierte todo eso. No tienes una armadura dentro de ti. Puede que sea esa la imagen que intentas proyectar, pero ambas sabemos que sigues teniendo parte de lo sucedido dentro de ti. Lo asimilaste de tal forma que es imposible que puedas desprenderte de aquello. Formaste una conexión, una simbiosis increíblemente fuerte. Hemos intentado eliminarlo, y todavía no ha acabado, seguimos estando pendientes. —Endureció la mirada—. Puedes aceptar lo que ocurrió, establecer una auténtica separación entre pasado y futuro porque lo que viviste no te hace ser quien eres, pero la venganza no te llevará a ningún lado, no te hará sentir mejor, y tampoco te hará recuperar todo lo que perdiste.
—No trato de recuperar nada —murmuró Nora—. No puedo explicártelo.
—Pues vas a tener que hacerlo, porque no me pones en una situación precisamente cómoda.
—Por favor, estamos fuera de tu despacho. Olvídate de los formalismos. No me trates como a una más de tus pacientes.
—Eso intento, pero no me pones las cosas fáciles, Nora. —Se removió sobre su sitio—. Es normal que me preocupe por ti.
—Y te lo agradezco, lo digo en serio, pero ahora no necesito una psicóloga. Necesito una amiga. —Endulzó la mirada—. Por favor…
Kendra suspiró. Lo meditó en silencio durante largos minutos. Mientras tanto, Nora la observaba. Necesitaba que también estuviera de su parte, aunque para ello tuviera que saltarse algunas normas profesionales.
No soportó más tanta incertidumbre.
—¿Y bien? ¿Cuál es tu veredicto?
—Nora, no me pidas eso…
—Sabes que confío en ti. Haré todo lo que me digas.
Kendra se masajeó las sienes.
—Estoy literalmente dividida. —Jugueteó con su café, meditando concienzudamente—. Como psicóloga, te diría que se trata de una situación muy delicada que hay que manejar con sumo cuidado. Te desaconsejaría estrictamente que abandonaras esa idea. Pero como amiga… —La miró con ojos llenos de preocupación y al mismo tiempo de esperanza—. No puedo decidir por ti. No puedo tomar decisiones en tu lugar, y si estás aquí es porque ya has tomado una decisión, y lo harás con o sin mi consentimiento. Si es justo lo que quieres hacer, no voy a impedírtelo.
Nora sonrió inmediatamente después de procesar aquello.
—¿Eso significa que no hay peligro?
—Significa que debes tener dominio sobre ti, sobre tus sentimientos y conductas en cualquier momento, tal y como hemos estado practicando. Por mucho que me cuentes, no puedo meterme dentro de tu cabeza. Te conozco bastante, pero no puedo ponerme a tu altura. No puedo ser tú misma. Yo soy la que da una pauta para que la sigas, pero está en tu mano la decisión de continuarla o mirar para otra parte. Ya lo hemos hablado muchas veces. Te has anclado al pasado y eres incapaz de desligarte de él, haciendo que se mezcle con tu presente. Se supone que debes concentrarte en tu futuro, pero veo que sigues dependiendo de viejos recuerdos. Supongo que es tu manera de ponerle punto y final, pero no me parece lo más acorde con tu situación actual. —Ladeó la cabeza—. No puedo prohibirte absolutamente nada. Eres adulta y sabes lo que haces, pero mi deber es prevenirte. Puede que todo se venga abajo en cuestión de segundos, Nora. Debes tenerlo muy en cuenta. Tu mente está saturada de estados de ánimo antagonistas. Eres como un tiovivo. Ahora mismo eres completamente inestable. Tienes mucho carácter, has recuperado el control sobre tus expresiones y eso te da prioridad para desarrollarte en tu ambiente, pero lo que pretendes hacer es totalmente una locura. Es un dominio completamente ajeno. No lo conoces, no tienes idea de a qué te enfrentas. Lo habrás imaginado de un millón de formas, pero desconoces lo que puedes encontrar. Por encima de todo, tienes claro que es algo que no te va a gustar, y aún así me estás pidiendo consejo para decidir si es una buena idea o no. Prácticamente es un suicidio. —Chasqueó la lengua—. Sé que puedes hacerlo, pero no estoy segura de las repercusiones que pueden surgir a largo plazo.
Nora sintió un latigazo en la columna.
—Sé que es difícil para ti, pero tengo que hacerlo. No ha sido cuestión de un día. Lo he pensado mucho, cada minuto de cada hora durante los últimos meses. He sopesado los pros y los contras, y siempre llego a la misma conclusión. Tengo que ir.
Kendra apretó los labios.
—¿Tienes pensado qué vas a decir?
—Aun no.
—Pues te sugiero que tengas algo en mente, porque la improvisación no suele resultar efectiva en este tipo de casos.
Nora asintió.
—Lo tendré en cuenta.
—¿Cuánto tiempo pretendes estar fuera?
—El suficiente. Tal vez dos o tres días.
—¿Estás totalmente segura? Puede que una vez allí sientas la necesidad de alargar tu estancia, como si trataras de recuperar el tiempo perdido, y entonces no podré ayudarte.
Nora tragó saliva, indecisa.
—Sé lo que hago, ¿de acuerdo? Te prometo que volveré en seguida.
—Es mejor que no hagas eso. —Negó con la cabeza—. No prometas nada.
—¿No confías en mí?
—No al cien por cien. Hay una parte de ti que sigue siendo totalmente inaccesible. Tenlo presente.
Nora resistió la tentación de marcharse.
—Kendra, deja de mirarme así. No voy a romperme, no estoy hecha de cristal, ningún maldito pasado me hará desaparecer. Tengo mi propio presente y nada de esto me hará quebrarme. Durante cinco años he tratado de poner distancias entre lo que era y lo que soy, entre mis debilidades y mis puntos fuertes y, ¿sabes qué? Creo que lo he conseguido. Necesito cortar la conexión, desprenderme de todo aquello que aún no me permite vivir tal y como deseo. Sólo será un viaje de ida. Todo lo que pueda encontrarme no vendrá conmigo, se quedará allí, y entonces sabré a qué atenerme, pero ahora tengo que hacerlo, necesito hacerlo.
Kendra levantó una ceja, sorprendida por la repentina determinación de Nora.
—Está bien. Tú eres la única que decide.
Nora cerró los ojos.
—Bueno, creo que será mejor que me vaya. No quiero hacerte perder más tiempo…
—No se trata de eso. A mí no me parece una pérdida de tiempo. ¿A ti te lo parece?
—No, Kendra. Te agradezco que siempre acudas en mi ayuda.
La mujer sonrió.
—Bueno, para eso están las amigas.
Nora se levantó y se la quedó mirando.
—Tendrás noticias mías.
Kendra también se levantó.
—Sí, de eso estoy segura.
Nora rodeó la mesa y la abrazó con fuerzas. Después, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
—Espera.
Nora se volvió.
—¿Qué?
Kendra se acercó con gesto dubitativo.
—¿Y si se niega?
Nora no titubeó.
—Sé que no lo hará.
—Puede que te equivoques.
—Hazme caso, me lo debe.
—Eso no lo discuto, pero no significa que esté dispuesta a hacerlo. Puede que haya cambiado de opinión. Ha pasado mucho tiempo. No será la misma de antes. Ahora tiene su propia… familia. Sus prioridades han cambiado. No serás una desconocida, pero te tratará como si lo fueras. No va a ser precisamente fácil.
—Eso ya lo sé. Pero nada en mi vida lo ha sido desde que ella se marchó con él. He soportado lo indecible. Esto no me matará, sencillamente me hará más fuerte.
La psicóloga le dio un apretón en el hombro.
—Buena suerte.


A pesar de todo, aun no podía creer que hubiera sido capaz de dar el paso definitivo que la llevaría a verla de nuevo. No dejaba de preguntarse si su hermana mayor habría cambiado por fuera, aunque a decir verdad no le importaba; habrían podido pasar un millón de años, pero nada le habría hecho olvidar esos ojos verdes que una vez le hicieron tanto daño.
Desconocía si finalmente acudiría al encuentro, sencillamente presentía que lo haría. No había dado muestras de querer hacer lo contrario. Siempre había estado huyendo, pero Nora confiaba en que ahora fuese distinto. Tenía que serlo. De lo contrario, sería como dar un paso en falso. No conocía su posición exacta, desconocía dónde estaba ubicada su nueva residencia, así que técnicamente se lo jugaba todo en una carta. A pesar de todo, ya no tenía nada que perder. Angy tendría un gran trabajo y una gran familia, ella en cambio… Sencillamente ya no podía quitarle nada más, así que en cierto sentido partía con ventaja. De lo que no estaba tan segura era de poder contenerse si las cosas se torcían o si no salían según lo planeado. Se había prometido a sí misma que no sería débil, pero cuando bajó del avión todo el arsenal de recuerdos que había estado intentado evitar la asaltaron.
Reservó una habitación de hotel para dos días, y después dio un ligero paseo por los alrededores. No conocía la zona y no quería perderse. Era muy temprano y todavía faltaba tiempo para el esperado encuentro. Suspiró un par de veces y resignada, volvió al hotel. Se obsesionó por la ropa más adecuada que debería llevar. No quería dar una imagen de mujer débil. Eso había quedado atrás. Ya era adulta y tenía que actuar de acorde, así que los fallos no estaban permitidos. Pero era un lujo pensar así, sobre todo porque no podía controlar todo lo que pasara. Estaba en su mano el hecho de poder mantener la compostura, pero en cuanto al resto, no tenía más que rezar y cruzar los dedos, atándose a la suerte para ver si surtía efecto.
El miedo repentino la embargó al darse cuenta de algo. ¿Y si Angy se presentaba acompañada? ¿Qué pasaría si Dorian también acudía a la cita? ¿Podría soportarlo? ¿Podría siquiera permanecer allí de pie sin querer huir? Bueno, ya era tarde para echarse atrás, así que tenía que ser fuerte y seguir adelante; había sido ella la responsable de preparar todo eso, así que los riesgos debían asumirse. Por el bien de todos, en especial por su integridad emocional. Era fuerte, lo había demostrado durante todos esos años, en los que había luchado con uñas y dientes para sobrellevar la pérdida definitiva de ese hombre. Se había ido, hacía mucho que no le pertenecía. Se había vuelto un extraño y así iba a seguir siendo. En casa le esperaba alguien, puede que no fuera mejor, pero al volver seguiría allí, esperándola, porque Oliver la quería. Sólo esperaba que con el transcurso de los días, semanas y meses pudiera corresponderle con la misma intensidad, porque se lo merecía, así de simple.
Incapaz de demorarlo más, acudió al sitio elegido y estuvo esperándola allí. La poca gente que aparecía pasaba de largo, así que técnicamente era el lugar idóneo para que no fueran interrumpidas por nadie. Tenía unos profundos nervios serpenteándole en el estómago, y los dedos de las manos brillaban por el sudor. Se lo había imaginado de otra manera, pero aun así no estaba dispuesta a tirar la toalla antes de tiempo. Logró calmare un poco teniendo presente que volvería en dos o tres días como máximo, así que la agonía no duraría demasiado. Estaba segura de poder encontrar lo que andaba buscando.
Estaba intentando originar una especie de discurso dentro de su cabeza, siguiendo el consejo de Kendra de no dejarlo todo al azar y a la improvisación, cuando su cerebro se dio cuenta de que alguien estaba allí, antes de la hora señalada, antes de lo esperado, antes de lo previsto. Cuando procesó la información visual, contuvo el aliento. Ni siquiera tuvo la necesidad de preguntarse si realmente era ella; claro que lo era, no había ninguna duda. Era como si el tiempo no hubiera transcurrido para Angy. Seguía exactamente igual, al menos en apariencia, sin embargo Nora no lo estaba, no del todo, y por ello se sintió confusa. No podía creer que después de cinco años ella hubiera sido la única en cambiar, pero teniendo en cuenta las circunstancias, tenía cierta lógica. El dolor la había hecho envejecer ligeramente. La mujer que tenía justo delante, a unos cinco o seis metros había gozado de bienestar, de felicidad. No habían tenido precisamente las mismas oportunidades.
Angy estaba inmóvil, sin saber cómo actuar. Finalmente se había atrevido a ir, aunque su semblante denotaba inseguridad, quizá miedo. Su lenguaje corporal era claro: no estaba cómoda. Pero una vez allí, no podía darse la vuelta y marcharse. En cierta forma ella también quería cerrar esa parte de su pasado, y para eso tenían que hablar; que fuera fácil ya era otro asunto.
Decidida a romper el hielo, Nora se atrevió a ser la primera en recorrer la distancia que las separaba. Sentía el golpeteo de la sangre en las sienes, y su temperatura corporal había descendido de golpe, como si un jarro de agua fría le hubiera caído sobre los hombros. Nunca en su vida se había puesto tan nerviosa y tan accesible a la vez. Tenía que aprovechar esos instantes de indecisión mutua para apropiarse del papel dominante. No podía parecer que estaba muerta de miedo, no. Eso era un suicidio. Tenía que llevar el control, y eso era justo lo que iba a hacer.
Estaban a un metro de distancia cuando la joven rubia cesó de caminar. Mantuvieron presente el silencio durante un par de minutos, pero Nora lo cortó de golpe. Se desprendió de los nervios y tomó las riendas para encauzar ese impacto a gran escala. Se humedeció los labios y se dispuso a hablar.
—Ha pasado mucho tiempo.
Ya está, al menos ya lo había logrado. Sin embargo, Angy no dijo nada, pero estaba de acuerdo.
Era realmente una situación ajena a cualquier estándar normal. Se habían hecho daño la una a la otra y tiempo después volvían a reencontrarse.
—Has cambiado —dijo Angy.
Nora sintió una punzada de alivio al ver que le devolvía la palabra
—Tú, en cambio, sigues exactamente igual que cuando te fuiste.
No sabía si lo había dicho sin querer o con un firme propósito, pero no pensaba pedir disculpas, ya se había rebajado lo suficiente.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Angy, aunque inmediatamente después de formular la pregunta agachó la mirada, arrepentida.
—He tenido momentos mejores, pero estoy bien. —Levantó la cabeza, mostrando todavía parte de su antiguo orgullo—. ¿Y ti? ¿Cómo te trata la vida? ¿Tienes todo lo que quieres?
Su hermana mayor la miró con una mezcla de sentimientos. Tampoco se había preparado nada, así que literalmente iban a la deriva, a la espera de una mejoría inminente.
Otra vez Nora decidió cortar la tensión palpitante que las unía.
—¿Hay algún sitio en el que podamos sentarnos?
—Sí, claro.
Angy la condujo durante un minuto o dos por un camino secundario de asfalto, llegando después a una cafetería. Sujetó la puerta abierta y dejó que Nora entrara primero.
—Siéntate donde quieras —apremió Angy—. Voy a pedir un café. ¿Tú quieres otro?
—No, gracias. —Dirigió la mirada hacia una mesa perfectamente apartada de las demás, sobre el fondo—. Te espero en esa mesa del fondo. No tardes.
Cuando estuvo sentada, no sabía ni cómo definir el estado en el que se encontraba. Todo le daba vueltas, le era tan extraño que no se ubicaba. Pero al menos seguía teniendo el control. Su hermana mayor no estaba demasiado bien. La había observado, y cuando se acercó a la mesa, lo vio con claridad: las manos le temblaban. Cuando se sentó junto delante, la tensión se disparó de nuevo. Angy era incapaz de mirarla directamente. Movía los ojos en todas direcciones, menos al sitio adecuado.
—Por favor, deja de hacer eso. Necesito que me mires para poder tener una conversación normal.
Consiguió el efecto que quería, ya que Angy accedió y la miró, cara a cara.
—Esto no es normal…
—¿Qué?
—Que esto no es normal, Nora. Nada de esto lo es.
Nora suspiró y apretó los puños por debajo de la mesa.
—¿Te arrepientes de haber venido?
—No, es sólo que es demasiado. No sé si estoy preparada para…
—Créeme, si estás aquí es porque lo estás. Y te agradezco que accedieras a venir. Sinceramente, no sé qué abría hecho si no hubieras aparecido.
Angy bebió de su café, procurando no derramarlo, aunque con sus nervios aumentando, la situación se complicaba.
—Todavía te conozco lo suficiente —espetó Nora—. Sé que hay algo que te mueres por decir, así que no te reprimas. Sea lo que sea, suéltalo. Al menos por esta vez sé sincera.
—Nora, yo…
—Dilo de una vez —murmuró.
—Creo que no deberías haber venido. —Su rostro se suavizó por sincerarse—. Es decir, ¿por qué? Lo único que consigues con esto es hacerte daño.
Nora le clavó la mirada.
—Eso lo decidiré yo, Angy.
—Lo siento, no pretendía ser…
—Es igual, no importa. —Frunció el ceño—. Lo que sí importa es que ahora estamos aquí. Somos adultas, se supone que podemos hacerlo. No tienes por qué temblar, no tengo intención de causarte problemas.
—No tiemblo por eso —aclaró Angy.
—¿Y entonces por qué?
Una mueca de culpabilidad surcó sus ojos verdes.
—Porque te miro y no dejo de recordar todo lo que te hice. Y no ha pasado ni un solo día durante estos años en el que haya dejado de hacerlo. —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. Por eso me cuesta creer que estés aquí, a pesar de todo, a pesar de todo el dolor que te causé.
Intentó ignorar esas palabras.
—No quiero hablar de eso.
—Lo sé, y también sé que es tarde para pedir perdón, pero…
—No he venido para escuchar tus disculpas, no las quiero.
—¿Y qué es lo que quieres?
Nora, mordiéndose el labio, se metió una mano en el bolsillo de la chaqueta y jugueteó con algo antes de decidirse a mostrarlo. Soltó un suspiro y cogió el pequeño objeto. Lo sostuvo escondido en la palma de la mano y después lo dejó sobre la mesa, sintiendo como una parte de ella se estremecía por los recuerdos.
—Creo que esto es tuyo —susurró, al mismo tiempo que deslizaba la alianza del bolsillo sobre la superficie y se la ofrecía a Angy—. O al menos debería haberlo sido.
Angy estaba tan sorprendida que no se movió. Tenía los ojos abiertos como platos, y parecía haberse quedado petrificada.
—Vamos, cógela.
—¿Qué?
—Hazlo.
—No puedo…
Nora ahogó un suspiro.
—Ambas sabemos que sí. —Reprimió el lamento que le aprisionaba la garganta—. Te pertenece.
—Esto no tiene nada que ver con…
—Por supuesto que tiene que ver. Esto representa todo. —Frunció el ceño—. Si yo no me hubiera casado con él ahora no estaríamos aquí. Aquel día tú tendrías que haber ocupado mi lugar. Así nada de esto habría pasado.
De manera inminente, su hermana mayor rompió a llorar. De forma silenciosa, pero lo hizo de todos modos. Parecía ser sincera.
—No, por favor, no llores —masculló Nora—. No hagas que parezca que yo soy la única culpable. Sabías lo que hacías. Siempre lo supiste, Angy.
—Sabes que a pesar de todo, nunca podré perdonarme a mí misma.
—Creo que has demostrado que no lo necesitas. —Endureció la mirada—. No has necesitado hacerlo para vivir tal y como querías.
—Puede que no me creas, pero no ha sido nada fácil.
—De lo único que estoy segura es que para mí no lo ha sido en absoluto. —Ladeó la cabeza—. He pasado por cosas que ni te imaginas. Hasta el simple hecho de respirar me parecía insoportable. Creí que no lo superaría, que nunca podría recuperarme de todo eso pero veo que estaba equivocada. No me quedó más remedio que empezar de cero, aunque para ello tuviera que borrar de mi vida todo lo que tenía sentido para mí.
Angy se mordió el labio, aun con los ojos llorosos.
—Intenté ponerme en contacto contigo muchas veces, pero nunca supe qué decir. Y cuando recibí tu mensaje no me lo podía creer. —Abrió la boca para coger aire, como si fuera un pez atrapado fuera del agua—. Estaba convencida de que no podía ser cierto, que probablemente sería una equivocación, pero no fue así. Eras tú.
—Claro que era yo. No podía ser nadie más. —Sintió crecer el nudo de su garganta—. Sentía que no podía dejar las cosas así. No era la manera correcta, pero no tenía ni idea de si lo conseguiría; si aceptarías verme.
—Al principio creí que no podría —reconoció Angy—, pero luego no tuve más remedio que aceptar que era la única manera para tratar de atar los cabos sueltos, si es que algo así es posible. —La miró sin pestañear—. Te lo debía.
—Exacto, y este es el primer paso. No tienes que huir, ya lo hiciste. Desapareciste y no hemos vuelto a saber nada más de ti. Hay gente que ha sufrido por ello. Muchísimo. —Lógicamente se refería a sus padres—. ¿Sabes? No he tenido más remedio que acudir a miles de terapias, conversar con psicólogos que me observaban como una loca despechada con su pasado incapaz de afrontar lo que le ocurrió, pero nadie ha conseguido quitarme esta absurda idea de la cabeza. Era como una maldita canción que se repetía una y otra vez. Al principio no tenía sentido, pero a medida que me atrevía a ir un poco más allá, me daba cuenta de que todos mis pensamientos desembocaban en una única salida. Por eso he cogido un avión, por eso me tienes delante. Podría pasar cualquier cosa, pero jamás podré olvidar lo que me hiciste. He pasado todo este tiempo yendo a terapia, convenciéndome de que podía dar un nuevo significado a mi vida si lo intentaba, y ahora lo único que veo es que para poder lograrlo tengo que ser capaz de entender lo que pasó. Aceptarlo, y darme cuenta de que nada volverá a ser como antes. Vosotros dos fuisteis los responsables. —Se pasó una mano por la frente—. Puede que si hubiera hecho las cosas de otro modo, habría sido diferente, pero ya es tarde para arrepentirse. No vas a cambiar mi vida, y está claro que yo tampoco cambiaré la tuya. Imagino que eres feliz, pero yo también quiero serlo. Creo que me lo merezco.
Angy la había escuchado atentamente, con los cinco sentidos.
—¿Qué puedo hacer?
—Dime una cosa. —Se inclinó sobre la mesa, provocando que su melena rubia cayera sobre los hombros—. ¿Volverías a hacerlo?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Porque a día de hoy sigo sin entender cómo fuiste capaz de ignorar todo lo demás sólo para estar con él. Arriesgarlo todo por algo en lo que solamente tú creías. ¿Tan segura estabas de lo que hacías? ¿Tanto le quieres? ¿Tan importante era para ti hasta el punto de olvidarte de tu propia familia?
Angy se mordió el labio para impedir que le temblara. Habló sin mirarla a los ojos.
—Nora, él siempre ha sido mi familia. Es lo que siempre he querido. Incluso cuando no volví a verle durante aquellos dos años no fui capaz de olvidarle. No hice las cosas como debía, eso es algo que nunca podré olvidar, pero le necesitaba como nunca he necesitado a nadie. Rompí un millón reglas, las promesas que me hice a mí misma y todo lo que se suponía que nunca volvería a pasar. Pero ocurrió. No puedo cambiar quién soy ni lo que hice. Pedirte perdón no tiene ningún valor. Sé que no serás capaz de entenderlo nunca y no te pido que lo hagas, ni siquiera sé por qué te digo esto. No quiero volver a herirte.
—Pues tendrás que hacerlo para que logre curarme del todo.
—Nora, no sé qué quieres decir…
—Lo sabes perfectamente. Sabes leer entre líneas. Sigues siendo parte de mí.
Angy se echó para atrás
—No puedo soportar esto. —Tenía la espalda en tensión, sopesando la posibilidad de marcharse—. Se supone que me marché lejos para que nunca más tuvieras que verme, y ahora estás aquí, abriendo todas las heridas que te hice. No deberías hacerlo, es una locura. —Echó la vista hacia arriba—. Yo no lo haría.
—Pero no se trata de ti, ¿vale? —Dio un ligero golpe en la mesa—. Es mi vida, respeta mi decisión. Es un hecho que a día de hoy vives con el que fue mi marido, y si te hace feliz y tú le haces feliz a él no voy a interponerme. Nada de lo que tienes ahora está en peligro. No quiero nada, sólo pretendo ser consciente de lo que ha ocurrido mientras intentaba volver a ser una persona racional. He esperado mucho para hacer esto. He mirado hacia atrás, observando el presente desde una barrera de seguridad, pero ya no. Me cansé de todo eso. Quería comprobar por mí misma si sería capaz de tenerte cerca y no seguir odiándote. He pasado por muchas etapas, pero algo dentro de mí me dice que debo seguir odiándote porque te lo mereces, pero no puedo hacer nada al respecto. Ni siquiera puede controlarlo. Lo único que te estoy pidiendo es que seas fuerte y lo afrontes, que no huyas. Sé valiente y asume lo que hiciste. No te empeñes en mirar para otra parte porque eso no cambiará nada. —Hizo una pausa—. Si guardas el pasado en un rincón inservible de tu memoria, eso no significa que haya dejado de existir. Seguirá ahí hasta que decidas dejarlo ir. Pero no te atrevas a juzgarme por haber venido a verte, porque de los tres yo fui la única que lo perdió todo. No quiero tu compasión, y si en el hospital fuiste capaz de decirme toda la verdad, ahora no tiene por qué ser distinto. No quiero un trato diferente. Está claro que seguimos siendo hermanas, pero ya no puedo verte como tal. No obstante, he decidido hacer una breve excepción mientras estoy aquí. Nada de peleas, no más conflictos. Tan solo quiero hablar. Darle sentido a lo que tengo en mi mente. —Se alborotó el pelo—. Dame lo que necesito y me iré por donde he venido. No tendrás que volver a saber nada de mí.
—No puedo, Nora. —Estaba profundamente desconcertada—. No necesitas nada de esto. No necesitas saber cómo es mi vida. Necesitas concentrarte en la tuya y olvidar el resto.
—Es lo que más deseo, pero tú eres mi obsesión. No vas a desaparecer. Siempre apareces en mis sueños y huyes cuando abro los ojos. Ahora no, eres de carne y hueso, y necesito que me ayudes. Eres la única que puede hacerlo. ¿De qué me servirá volver y tratar de seguir adelante? Acudo a ti porque eres el origen. Es lo más peligroso que he hecho, pero era la única manera para enterrar toda esa historia que a día de hoy no me permite avanzar tal como me gustaría.
Angy negaba una y otra vez con la cabeza. Para ella eso no sería de ayuda, no sería la cura para Nora, si no todo lo contrario, su aniquilación. ¿Acaso quería sufrir exactamente lo mismo que tiempo atrás?
—Por favor…
Recurriendo a los instintos más viscerales, Nora se subió las mangas de la chaqueta.
—¿Recuerdas esto? —Le enseñó los cortes de sus muñecas y antebrazos—. Ya forma parte de mí. Volví a intentarlo una segunda vez, pero se acabó. Quiero olvidar, pero tengo que saberlo todo.
Angy soltó un pequeño grito y se llevó las manos a la boca. Se levantó de golpe, con el rostro desencajado.
—Se acabó —susurró—. Esto ha sido un error. No deberías haber venido. Ya te habré causado suficiente dolor sólo por el hecho de tenerme cerca y aun así intentas decirme que quieres saber más. No puede ser, no puedo ayudarte. —La voz le temblaba—. Vuelve a casa, Nora.
—No.
—Por favor…
—Angy, no voy a suplicarte. Ya no tengo nada que perder. Me he transformado, soy mucho más fuerte de lo que crees. No me subestimes, no trates de protegerme de la realidad. Sé lo que hay. He aprendido la lección y tú deberías hacer lo mismo. No cometas los mismos errores. No te desentiendas.
—Es que no logro entenderte. Dices que quieres seguir con tu vida pero esto te lo pondrá más difícil.
—Eso no es lo que yo pienso.
—De todas formas, ¿qué vas a conseguir? ¿De verdad crees que esto te ayudará?
Nora dejó salir el aire.
—Sí —dijo con una sinceridad aplastante—. Por favor, no salgas corriendo. No huyas. Ya lo has hecho demasiadas veces.
Dubitativa, Angy volvió a sentarse.
—No te haces ningún favor, Nora.
—Por supuesto que sí. ¿Es que no lo ves?
—No, claro que no. No puedo, es totalmente imposible.
Nora cerró los ojos y rogó tener algo más de paciencia. Creía que se encontraría con una Angy dócil y relativamente fácil de convencer, pero no era así. No se dejaba doblegar.
—Cálmate, Angy.
—No es fácil. No lo asimilo todavía.
—Pues hazlo de una vez. Eres una mujer adulta.
En ese momento, el teléfono móvil de Angy comenzó a sonar dentro de su bolso. Le dedicó una mirada a Nora, pero ella no tenía inconveniente en que contestara.
—Adelante, contesta.
Quizá agradecida por ello, Angy abrió la cremallera y metió la mano con brusquedad, buscando el móvil que sonaba insistentemente. Al hacerlo, y cuando sacó la mano de golpe para contestar la llamada antes de que se cortara, algo salió volando hasta acabar en el suelo, pero la única que pareció darse cuenta fue Nora. Disimuló todo lo bien que pudo y se agachó para cogerlo. Cuando lo tuvo entre los dedos, sin llegar a mirarlo del todo para no levantar sospechas, se dio cuenta de que era una especie de papel, algo más grueso de lo normal, de pequeñas dimensiones. Se figuró que tal vez podría ser una fotografía.
—Hola, Evan —contestó Angy secamente—. ¿Qué quieres? —Se mordió el labio mientras escuchaba a su interlocutor—. Escucha, ahora no es un buen momento. Te llamaré más tarde, ¿de acuerdo? —Colgó antes de obtener una respuesta.
Incapaz de resistirlo más, Nora decidió actuar.
—Se te ha caído esto —dijo, mostrando lo que en efecto parecía ser una fotografía de pequeñas dimensiones, manteniéndola a la altura de los ojos para que Angy no tuviera ninguna duda.
Angy se quedó pálida, abriendo mucho los ojos.
—¿De quién es la foto?
No tuvo respuesta.
—¿Acaso no puedes decírmelo?
Su hermana mayor tragó saliva y, tras meditarlo un poco, articuló palabra.
—Nora…
—Creo que a estas alturas sería demasiado humillante fingir como si no hubiera ocurrido nada. —Jugueteó con la imagen entre los dedos sin llegar a tomar contacto visual completo con ella, vislumbrando algunos pocos detalles que le daban una idea de quién podía ser—. Es tu hijo, ¿verdad?
Angy tragó saliva. El corazón se le había acelerado desmesuradamente mientras recuperaba la fotografía. La encerró en sus palmas, tratando de esconderla.
—Es una niña.
Nora asintió, sintiendo una curiosidad enorme. No le quitaba los ojos de encima. Era otra mujer. Deseaba saber más.
—¿Puedo verla? —sugirió, extendiendo la mano—. Enséñamela.
Angy vaciló. Sabía que no era una buena idea.
—Por favor —insistió—. Es lo último que te pido.
Al final no tuvo más remedio que ceder. Le tendió la fotografía para que la observara de cerca.
Nora se llevó una grata sorpresa; algo con lo que no había contado. Su enojo y decepción se eclipsaron al instante. Era como ver a un pequeño ángel, con el pelo castaño claro, muy vivo, y unos ojos azules intensos, una sonrisa maravillosa. Su gesto era delicado, una delicia. Era una niña que parecía sacada de un sueño. Perfecta.
—Es preciosa. —Verdaderamente lo era—. Tiene...
—Tiene tus mismos ojos —completó Angy.
—¿Cómo…? —La pregunta era evidente. Quería saber su nombre, pero las palabras se le atropellaron en la boca.
Angy dejó escapar un suspiro mientras la miraba con anhelo.
—Se llama Nora.
Se le paralizó el corazón de súbito impacto. ¿En serio? ¿Podía ser cierto? ¿Ese diminuto ser llevaba su nombre?
El nudo en el estómago se hizo más profundo.
—¿Hablas en serio?
Su hermana mayor asintió lentamente con la cabeza.
—Sí. —Esbozó una brevísima sonrisa—. Durante el embarazo, no quise saber si sería niño o niña, y cuando nació y la vi por primera vez, no fui capaz de encontrar un nombre mejor. Me recordaba tanto a ti cuando naciste…
Nora experimentaba sentimientos contradictorios. Se imaginaba a la niña de cerca y la invadía una sensación de extraña plenitud.
—¿Qué opina él? —se atrevió a preguntar—. Me refiero al nombre. ¿Estuvo de acuerdo?
—Lo cierto es que sí —admitió—. Al principio se sorprendió, pero luego no tuvo más remedio que admitir que es un nombre precioso…
—Un nombre precioso para una niña preciosa.
Se quedaron absolutamente en silencio durante un par de minutos. Era una experiencia surrealista, no tenía sentido después de tanto tiempo de ausencia. Podía sentirse la respiración entrecortada de ambas, pero al menos no existía hostilidad, no de la que hubo en su momento.
Nora hizo el intento de devolverle la pequeña fotografía pero no pudo. Algo se lo impedía. Quería seguir contemplando ese ser tan extraordinario que, si bien había nacido por un encuentro que resultó ser fatídico para ella, de todos modos esa Nora a pequeña escala se libraba de lo que sus padres habían hecho en el pasado.
—¿Puedo quedármela? —esbozó, levantando la fotografía entre los dedos.
Angy frunció el ceño por la pregunta, pero luego asintió.
—Claro.
Volvió a mirar la imagen con ensimismamiento, con veneración, como si en el fondo el daño pudiera repararse al contemplar los intensos ojos azules de esa criatura tan indefensa.
Su hermana mayor carraspeó.
—Estoy intentando asimilar todo esto, y quiero ser de ayuda. Si hay algo que quieras decir, cualquier cosa sobre lo que acabas de ver, te aseguro que tienes todo el derecho del mundo —apremió Angy—. Has hecho mucho viniendo hasta aquí, y no voy a ser yo quien te impida hacer todas las preguntas que necesites formular.
Nora suspiró.
—¿Sabe que existo?
Angy vaciló antes de responder.
—Sí. —Miró de reojo la fotografía—. A veces no lo recuerda con exactitud, pero sabe quién eres. Le he hablado de ti. También de papá y mamá.
Nora se guardó la fotografía con sumo cuidado en el bolsillo del pantalón.
—¿Qué sabe de ellos?
—Nada. —Se mordió ansiosamente el labio—. Apenas sus nombres y dónde viven. No he querido que sepa demasiado para que no interfiera en…
—¿Por qué haces esto? —lanzó, interrumpiéndola—. ¿Por qué te escondes y permites que tu hija también lo haga? —Se sintió con energías inesperadas, pensando en ese pequeño angelito—. No se merece crecer… aislada. Ellos ni siquiera lo saben. Yo jamás se lo conté. —Se revolvió el pelo—. Tienen derecho a saberlo.
Angy se entristeció, empequeñeciéndose.
—Sí, claro que tienen que saberlo, pero desde que me marché, no han querido saber nada más de mí. ¿Cómo habría podido decirles algo así sin esperar que todo se complicara aún más?
Nora se llevó las manos al cuello. Ya no sufría como antes, pero el hecho de recordar ya representaba toda una odisea.
—No quiero que suene arrogante, pero es mi decisión —continuó—, y tengo presente que algún día tienen que saberlo, pero no hoy. No hasta que ella haya crecido lo suficiente para ser capaz de entender todo lo que ocurrió, porque no pienso engañarla. No quiero cometer ese mismo error con mi propia hija.
—Pero se están perdiendo todo esto —gruñó Nora—. No tienen ni idea de que son abuelos, y mientras tanto hay una niña que se desarrolla, que va entendiendo cómo es la vida… No debe crecer apartada de su familia.
—Dorian… —Su cara enmudeció al pronunciar sin querer ese nombre que tanto daño le había hecho a Nora—. Su padre y yo somos su familia.
—Ya sabes lo que quiero decir. No es suficiente.
Angy entrelazó los nerviosos dedos.
—¿Crees que me perdonarían el hecho de haberles ocultado una noticia así durante tanto tiempo?
—Escucha, lo único que sé es que las cosas no mejorarán si decides dejar pasar más tiempo. —Frunció el ceño—. Conoces a mamá; sabes lo mucho que le encantan los niños. ¿Sabes cuánto bien podrías hacer por ella contándole que tiene una nieta?
—Sí, pero también conozco todo el dolor que podría causar revelándole la noticia.
—Entonces tienes que elegir.
Angy desvió la mirada.
—Ya lo hice, y por el momento prefiero que sigan sin saberlo. Tomaré una decisión llegado el momento.
—Si quieres mi consejo, te sugiero que no permitas que lo descubran por su cuenta. Es mejor aceptar los hechos tal y como son. —Se hundió en su asiento—. Yo lo hice.
Ambas sabían que tenía razón, pero pasar de la teoría a la práctica no era sencillo.
Nora se masajeó las sienes, visiblemente nerviosa.
Angy se inclinó sobre ella.
—¿Qué ocurre?
—Nada, es sólo que…
Angy se tomó la valentía de acariciarle la mano. Fue algo inesperado, ese contacto mínimo después de tanto.
—Dímelo, lo que sea.
Nora apretó los dientes. Por un lado lo deseaba, pero por otro experimentaba mucho miedo, sin saber demasiado bien lo que podría encontrarse.
—¿Crees que podría conocerla? —La pregunta sonó demasiado profunda, directa e imprevisible—. ¿Podría ver a… mi sobrina?
La cara de Angy lo dijo todo. Se transformó en un segundo. Su cuerpo se estremeció y sus ojos centellearon por la intensidad de la pregunta. Abrió la boca pero no pudo decir nada; no había planeado esa posibilidad.
—¿Estás… segura?
—Sí —mintió—. No quiero irme sin saber que he hecho todo lo que he podido. Sé que no lo entiendes, pero es justo lo que necesito. Aceptar el presente tal y como es, sin querer cambiarlo o interferir. Sería como mi propia liberación.
Los ojos verdes de su hermana parecían entender, pero a la hora de la verdad quizá resultaba ser demasiado.
—Para ser sincera, no sé qué puedo decirte. No me lo esperaba.
—Di que sí.
—No… —Suspiró—. No es tan sencillo.
—¿Por qué no? Soy yo la que ha decidido dar el paso. Puedo contenerme. Sé todo lo que puedo y lo que no puedo hacer. ¿Crees que sigo siendo la de antes? No, Angy. He cambiado. Para mal o para bien, he tenido que hacerlo. Todos estos años me han servido para darme cuenta de muchas cosas. Sé que soy capaz de soportar esto.
—¿Estás completamente segura? —murmuró Angy—. Porque no puedo correr riesgos. No puedo permitir que te acerques a ella sin tener la total confianza de que sabes a lo que te expones…
Nora arqueó las cejas, sorprendida. Claro que se ponía en el lugar de Angy, y como madre, seguramente se comportaría igual.
—¿De verdad crees que sería capaz de hacerle daño?
Angy tragó saliva, con el rostro ligeramente desencajado.
—A decir verdad, no estoy segura. Puede que no intencionadamente, pero quizá…
Nora levantó una mano para pedir silencio.
—Es una niña, no tiene la culpa. No es la responsable de lo que ocurrió. Jamás podría hacerle daño a alguien que lleva mi sangre. —Fue un golpe bajo, pero no estaba dispuesta a pedir perdón porque era justo lo que pensaba—. Entiendo que quieras protegerla de todo, incluso de mí, pero no puedes extralimitarte. Tienes que dejarme verla. Si no lo haces por mí, hazlo por ella. —Sintió una ligera punzada—. Es mi única sobrina.
Angy escondió la cara entre las manos, dividida. A juzgar por su apariencia, estaba dispuesta a ceder, pero necesitaba vencer la última barrera.
—No se trata sólo de mí —gimoteó—. Su padre también tiene que estar de acuerdo…
—Llámalo por su nombre —cedió Nora—. No lo evites.
—Está bien, Nora. —Tragó saliva—. No puedo hacer nada si Dorian se opone. También es su hija y hará lo que considere oportuno.
—Sabes tan bien como yo que si se entera, no lo permitirá. Sé que siempre quiso ser padre, y ahora que lo es, dudo mucho que me permita acercarme a su pequeña. Yo no lo haría —admitió.
—¿Y qué propones que haga? ¿Que no se lo cuente?
—No le avises —propuso Nora—. No le des la oportunidad de que la aparte de mí.
—Nora, no puedo hacer eso…
—Sí que puedes —interrumpió—. Puedes hacer mucho más de lo que imaginas, ya lo demostraste una vez. Ahora puedes hacer lo mismo.
Angy comenzó a respirar agitadamente, mordiéndose el labio. Verdaderamente se encontraba en una encrucijada.
—Tengo que pensarlo —dijo al fin.
—Pues no tardes. No tengo mucho tiempo —apuntó Nora—. Tengo que volver lo antes posible. Mi vida no está aquí y necesito respuestas.
—Lo sé, pero no puedo decidirme ahora. No es algo que se pueda tomar a la ligera.
Nora comenzaba a desesperarse.
—No tienes más remedio que confiar en mí. Estoy intentando hacerlo de la mejor manera que sé, Angy. —Se inclinó hacia delante, bajando la voz—. Al menos quiero saber que esto está bien.
—Dime una cosa —murmuró Angy—. Si accediera, si pudieras verla y conocerla, ¿qué pasaría después?
—Ya te lo he dicho, desapareceré y no tendrás que preocuparte nunca más por mí.
—¿Puedo confiar en que guardarás el secreto? ¿No se lo dirás a nadie? ¿Ni siquiera a papá y a mamá?
Nora no titubeó.
—Todavía sé guardar secretos. No tienes garantías de que lo haga, pero sí mi palabra. Debería bastarte con eso.
Angy se levantó de repente y caminó rápidamente hasta alcanzar la calle. Nora la siguió.
—Quiero que seas consciente de lo que haces —susurró Angy, mirando al frente, con los ojos perdidos y llenos de incertidumbre—. Me juego mucho y no sé si debería hacerlo, pero confío en que merece la pena correr el riesgo. —Le clavó la mirada esmeralda—. No hagas que me arrepienta.
Nora entendió que lo había conseguido.
—Entrar y salir —puntualizó—. Sin errores.
Cogieron un taxi y ambas se sentaron en la parte de atrás, cada una ocupando su respectiva esquina, con la mirada puesta a través de la ventanilla, intentando obviar esa presión muda que las atenazaba y las tenía contra las cuerdas.
Nora todavía no se lo podía creer, de la misma manera que tampoco podía dejar de preguntarse qué demonios estaba haciendo. ¿Realmente quería verla? Una cosa era observar una simple fotografía, pero tenerla delante iba a ser totalmente diferente. Supondría un gran impacto, y se suponía que no debía alterarse. Iba directamente a la boca del lobo.
—¿Estás nerviosa?
Nora volvió la cabeza, extrañada por la pregunta de Angy.
—No lo sé, tal vez un poco —admitió—. ¿Y tú?
—Sí, lo estoy. No puedo creer que esté haciendo esto. Nunca imaginé que volveríamos a estar tan cerca y menos para una cosa así.
Nora frunció el ceño.
—No soy ninguna ex-convicta ni tampoco me han encerrado en ningún manicomio. Sabes quién soy. Sabes que todo saldrá bien.
Aun así, ella no estaba del todo segura.
—Quizá debimos esperar más tiempo.
—¿Para qué? —espetó Nora—. ¿Para que pudieras arrepentirte?
—No, para hacerlo en condiciones. Esto no es lo mejor.
—Está claro que siempre se puede mejorar, pero hay que conformarse con las oportunidades que aparecen. Eso es precisamente lo que estoy haciendo en este momento.
Angy suspiró y dio la conversación por acabada, volviendo a mirar a través del cristal.
Mientras tanto, Nora sacó la fotografía del bolsillo y la miró con detenimiento. La verdad es que sí guardaban cierto parecido; desde luego, esos ojos eran innegablemente suyos y de Julia.
Tras un corto trayecto serpenteando por diversas calles, Angy dio la orden al conductor de que parara. Le pagó e inmediatamente se bajó del vehículo, seguida de Nora.
—Supongo que no seguirás viviendo en tu apartamento.
—No —reconoció Angy—. Lo vendí.
—Ya, supongo que necesitabais espacio…
Angy ignoró ese comentario.
—Vamos, tenemos que darnos prisa —instó.
Llegaron a un sofisticado portal y Angy abrió inmediatamente. El ambiente destilaba lujo y encanto. El enorme recibidor se retorcía en línea recta hasta acabar en los ascensores y respectivas escaleras.
—Vaya —murmuró Nora mientras comenzaba a andar—, estoy impresionada…
—Espera.
Ante el imperativo de su hermana, Nora se volvió.
—¿Por qué te has parado?
Angy se acercó a ella y la cogió por la muñeca.
—Tengo que estar segura. —Sus pupilas estaban dilatadas—. ¿De verdad quieres hacer esto?
Nora sintió tambalearse su estómago.
—Ya te he dicho que sí.
Angy se separó y dejó caer los hombros, dejándose ver ligeramente decaída.
—Escucha, sé que el pasado no puede borrarse. Fui yo la que te hizo todo aquello. Soy la única responsable. Pero por encima de cualquier cosa, de todo el daño que te he causado, la niña que estás a punto de conocer es lo que más amo en esta vida. Todo lo que pasó tiene sentido gracias a ella. Lo es todo para mí. —Sus ojos pedían clemencia—. No le hagas daño.
Nora asintió lentamente.
—Te lo prometo.
Caminaron lentamente. Nora se disponía a comenzar a subir por las escaleras cuando por el rabillo del ojo se dio cuenta de que Angy acababa de pulsar el botón incrustado en la pared para llamar al ascensor.
—Eh, espera, espera… —No daba crédito a lo que veía—. ¿Qué estás haciendo?
—Subiremos en ascensor —dijo—. No te preocupes por mí, estoy bien.
—Creía que no los soportabas.
—Eso era antes. He tenido que cambiar algunas cosas. Sacar el lado positivo de todo. —Las puertas metálicas se abrieron—. Vamos, entra.
Nora estaba sorprendida con ese inesperado acontecimiento. La había subestimado, pero que Angy superara su fobia a los ascensores era un milagro.
—Llevamos unas cuantas plantas…
—Vivimos en el ático —explicó Angy—. Tenemos sitio suficiente para todos nosotros.
Cuando estuvieron delante de la puerta oscura, Angy jugueteó con las llaves, dudando hasta el último minuto.
—¿Hasta cuándo vamos a seguir fingiendo que todavía no has decidido dejarme pasar? —lanzó Nora.
Dándole la razón, Angy introdujo la llave en la sofisticada cerradura e instantes después entraron. Nora se quedó sorprendida. Era un hogar, un verdadero hogar en todo el sentido de la palabra. No era nada con lo que tenía en mente, sencillamente superaba todas las expectativas. Una gran iluminación y suelos de madera cara, espacios abiertos.
Un minuto después una delgada chica de apenas diecisiete años apareció para recibirlas. Vestía completamente de negro, llevaba el pelo largo recogido en una coleta y algunas pecas despuntaban en sus mejillas.
—Hola —saludó alegremente—. Has vuelto demasiado pronto.
—Sí, lo sé —contestó Angy—. Olvidé decírtelo. Ha habido un cambio de planes. —Sonrió forzosamente—. Yo me encargo, puedes irte, gracias.
La chica asintió.
—Claro. —Asintió con la cabeza—. La niña está despierta, ahora mismo está jugando en su cuarto. Como siempre, se ha portado increíblemente bien.
Angy sonrió.
—Genial.
—Bueno, voy a ir a coger mis cosas, Angy.
—Claro, ve. Te espero aquí.
Nora, que había observado la escena desde el mutismo más absoluto, frunció el ceño.
—¿Quién es?
—Mia, la niñera —explicó Angy—. Se encarga de Nora cuando nosotros no podemos.
—Entiendo…
Mia volvió y se despidió, saliendo rápidamente por la puerta.
—¿Cuántos años tiene? Parece demasiado joven para…
—Es muy responsable, Nora. Confío en ella.
—De acuerdo, lo que tú digas…
Angy se quitó la chaqueta.
—Escucha, quédate aquí, voy a ir a buscarla a su habitación. Enseguida vuelvo.
—Vale… —Un pensamiento la invadió—. Espera. —Miró a su alrededor—. ¿Dónde está Dorian?
—En el trabajo. No tardará demasiado en volver. —Contuvo la respiración—. Te sugiero que te des prisa…
A Nora no le gustó nada esa sugerencia.
—No pienso esconderme, Angy. No voy a salir corriendo para evitar verle.
Angy resopló.
—Está bien, como quieras, pero no quiero discusiones. —Convirtió su voz en un susurro—. Delante de ella no.
Nora asintió.
—Te garantizo que eso no sucederá.
Angy desapareció por el pasillo y se hizo el silencio. Después, volvió de la mano del ser más extraordinario que había en el mundo. Parecía muy curiosa, con esos enormes y bonitos ojos queriéndose comer todo lo que veían.
A Nora le dio un vuelco cada parte de su ser.
—Cariño —entonó graciosamente Angy, poniéndose de cuclillas junto a su pequeña—, quiero que conozcas a alguien.
La niña miraba a su madre y luego a Nora, alternando los movimientos de su cabeza. Tenía el dedo índice metido en la boca.
—¿Quién es, mami?
Angy miró a su hermana y tragó saliva. De una forma u otra, iba a ser un momento inolvidable.
—¿Recuerdas a Nora, la mujer de la que te he hablado un millón de veces?
Entonces, su carita se iluminó.
—¡Sí! ¡La mujer de las fotos! —Sonrió a Nora—. ¡Eres la hermanita de mi mami! —Quería acercarse para observar su nuevo descubrimiento—. ¡Hola!
Nora sonrió de oreja a oreja. Nunca le habían gustado los niños, pero ahora no tenía más remedio que hacer una excepción.
—Hola, tesoro.
—Te llamas igual que yo. —Dio unos diminutos pasos y la observó de cerca, agarrándola por la tela de sus pantalones—. ¿Qué haces aquí? ¿Vas a vivir con nosotros?
La pregunta inocente surcó el aire, provocando cierta incomodidad.
—No, cielo. —Se agachó para ponerse a su altura—. Sólo he venido para conocerte. —Miró directamente a Angy—. Ha merecido la pena.
—¿Te vas a quedar? —insistió la niña.
—Un rato —dijo, apartándole un mechón castaño de la cara.
—¿Quieres conocer a Jenna?
Nora miró a su hermana, confundida.
Angy sonrió.
—Se refiere a su muñeca.
—Oh —murmuró Nora—, sí, por supuesto.
La niña cogió la mano de su tía y tiró de ella.
—Vamos, seguro que le caes muy bien.
Nora se volvió a poner en pie y dudó.
—Ve tú primero, enseguida voy. Antes tengo que hablar con tu mami.
Las dos hermanas se quedaron viendo como ese pequeño ser desaparecía por el pasillo con graciosos saltitos, mientras su pelo se agitaba.
—Parece muy… despierta —apuntó Nora.
Angy sonrió como una madre encandilada.
—Lo es. —Se colocó el pelo detrás de la oreja—. Le has gustado. No suele mostrarse tan cariñosa con los recién llegados.
—Bueno, al fin y al cabo no soy ninguna desconocida. —Se encogió de hombros—. Ya me conocía.
Angy le sostuvo la mirada, preocupada.
—¿Estás bien?
—¿Por qué supones que no lo estoy?
Los verdes ojos se le clavaron con pesar.
—Estás siendo muy valiente, Nora.
—A esto me refería, Angy. Aceptar el presente tal y como es. Sin querer interferir, sin querer cambiarlo… ¿Lo entiendes ahora?
Su hermana asintió.
—Te sienta bien —murmuró Nora, echando un vistazo a su alrededor.
—¿A qué te refieres?
—A todo esto. No hay más que ver cómo la miras. La adoras. Debes de ser una madre estupenda.
Angy se sonrojó por el comentario.
—Hago lo que puedo. —Se cruzó de brazos—. A veces no puedo pasar todo el tiempo que me gustaría con ella. El teatro exige demasiado…
Nora no disimuló su sorpresa.
—¿No lo dejaste?
—No. —Un tono orgulloso iluminó su voz—. Sigo actuando.
—¿Y Dorian? ¿Sigue con el negocio de la música?
—No. Ahora trabaja con ordenadores.
Se quedaron mirándose la una a la otra y fue como una conexión irracional.
—¿Quieres tomar algo?
—Sólo agua, gracias.
—De acuerdo. —Observó el reloj de su muñeca—. Puedes echar un vistazo, mira todo lo que quieras. Estás en tu casa…
Nora arqueó la ceja por ese comentario de Angy que aunque no había sido muy acertado, había sido sin querer.
—No exactamente.
—Quiero decir que…
—Relájate, no tiene importancia.
Angy desapareció rumbo a la cocina y Nora investigó un poco. Desde luego, era hija innegable de Julia. De ella había heredado su obsesión por un millón de fotografías decorando el inmenso salón.
Después de un minuto, Angy volvió con un gran vaso de agua.
—Aquí tienes.
—Gracias. —Lo bebió inmediatamente, calmando su sed.
—¿Quieres más?
—No, está bien así.
—¿Quieres sentarte?
Nora encogió los hombros.
—Está bien, sentémonos.
Actuando como si se trataran de dos robots, las dos se dirigieron al sofá de color claro que había más al fondo y se sentaron. Primero excesivamente lejos la una de la otra y luego acortando distancias.
—Gracias por dejarme venir —empezó Nora.
—No tienes por qué agradecérmelo. Te lo has ganado viniendo hasta aquí. He de admitir que yo no habría sido capaz de hacer lo mismo.
—Quién sabe, nadie se ve preparado para algo hasta que no tiene más remedio que hacerlo.
El silencio volvió a estar presente. Pasaron los segundos y luego los minutos.
Angy soltó el aire y una pregunta.
—¿Esto te parece tan raro como a mí o soy la única que no le encuentra sentido?
—Angy, esto es sin lugar a dudas lo más raro y extraño que nos ha pasado, pero no me arrepiento. Estoy impresionada. Lo digo en serio, admiro todo lo que tienes. Y esa niña es…
—Es única.
—Sí. Te atraviesa con sólo mirarte. Es muy emocionante. Jamás había sentido nada parecido.
—Entonces, lo que has dicho antes, cuando me has dicho que ha merecido la pena, ¿lo decías en serio?
—Totalmente. Ha sido como una… revelación. No sé cómo explicarlo, pero es increíble. Ahora entiendo tu insistencia de estar segura respecto a mí. No me sorprende que la adores. Creo que sería imposible no hacerlo.
Y sin querer, como por arte de magia, aparcando sus disputas, comenzaron a hablar y se olvidaron del tiempo. No había reproches, tan solo un paréntesis para conversar de forma natural, o todo lo meramente posible.
De repente, tras un enmudecimiento prematuro, Angy se levantó y prestó atención. Su cara lo dijo todo.
—Es él —murmuró—. Está a punto de llegar.
Nora frunció el ceño, levantándose también.
—¿Cómo lo sabes?
—Eso no importa. Ven, tienes que ir a la cocina.
Nora se negó.
—Ni hablar. Creía que eso había quedado claro. No pienso esconderme. No soy ninguna cobarde.
—Por favor, tienes que darme algo de margen. Hazte a un lado —suplicó—. Antes tengo que hablar con él. Antes de que te vea…
—Está bien, me apartaré, pero no iré a ninguna parte.
—Quédate ahí. —Salió al recibidor, esperando en la puerta.
Nora contuvo la respiración y el corazón se le aceleró. Después de todos esos años, iba a volver a verle. Sentía vértigo.
Angy tragó saliva cuando la puerta de entrada se abrió y Dorian apareció. Su sonrisa le delató cuando la vio. Fue directamente hacia ella.
—Hola. —La abrazó con veneración dándole un beso en la frente.
Angy le otorgó un beso rápido e indeciso en los labios, pero se delató a sí misma sin querer.
—Hola, Dorian. Hoy has llegado antes.
—Sí, he conseguido escaparme… —Se aflojó el nudo de la corbata.
—Genial.
Dorian frunció el ceño, intentando comprender lo que veía.
—¿Va todo bien?
—No exactamente…
—¿Qué ocurre? —Prestó toda su atención—. ¿Es por la niña? ¿Le pasa algo?
—No, tranquilo, no se trata de eso…
—¿Entonces? ¿Qué te preocupa? ¿Por qué me miras de esa forma?
Angy se le acercó con pies de plomo.
—Dorian, tengo que decirte algo…
Él la escuchaba, pero al mismo tiempo avanzaba hacia el salón, precisamente donde aguardaba Nora.
—Escúchame un segundo —insistía Angy, tratando de pararle los pies—. Tienes que saber algo.
—¿Qué ocurre? Estás muy pálida…
Angy se posicionó delante de él, tratando de impedir su entrada inminente al gran salón.
—Por favor, trata de controlarte…
—Pero ¿por qué…?
Entonces la vio, se quedó estupefacto, como si hubiera visto un fantasma. Avanzó un par de pasos más y las dudas se disiparon; entendió lo que Angy había estado intentando decirle.
—¿Qué diablos significa esto? ¿Es una broma? ¿Qué está haciendo ella aquí? ¿Por qué la has traído? —preguntó, con los ojos desorbitados—. ¿Por qué la has dejado entrar?
Angy intentó que se calmara, avanzando y cortándole el paso. Temblaba de la cabeza a los pies.
—Cálmate. ¿Podemos hablar un momento? —pidió.
—No —bramó—, por supuesto que no.
—Sé razonable, Dorian.
Él miraba a una y a otra, como si estuviera teniendo una alucinación.
—No pienso dejarla a solas con ella si es eso lo que pretendes.
—Ella estará bien…
—No estoy tan seguro.
Ante tantos gritos y voces, la pequeña Nora salió de su habitación y apareció de repente en una esquina del salón, lo atravesó y se acercó a su padre, mirándole desde abajo.
—¿Qué pasa, papi? —preguntó la niña—. ¿Te has enfadado con mami?
Dorian, tratando de contenerse para que su hija no se percatara de lo que estaba pasando, se agachó y le apartó el pelo de la cara a su hija.
—No, cielo, claro que no. —Intentó sonreír—. Mami y yo estamos bien, pero tengo que hablar con ella un momento. —Le dio un tierno beso en aquella mejilla sonrosada y tierna—. ¿Puedes irte a tu habitación?
—Vale… —murmuró la pequeña, sujetando en una de sus manos a su muñeca.
Cuando estuvieron los tres solos de nuevo, Angy tomó la iniciativa y volvió a acercarse a él.
—Dorian, por favor, escúchame…
—No. —Se alejó de su lado, muy molesto—. ¿Tienes idea de lo que has hecho? —Las venas del cuello se le habían hinchado—. Es una gran equivocación.
—Pero…
—Nada de peros, lo sabes tan bien como yo. —Atravesó el salón y se metió en su despacho, cerrando las puertas correderas tras él, originando un ruido molesto y seco.
Totalmente dividida, Angy se volvió a su hermana.
—Nora, por favor, espera aquí… —Se pasó las manos por el pelo, nerviosa—. Yo, lo siento mucho…
Nora, que lo había visto todo desde el más absoluto de los silencios, levantó una mano para intentar quitarle importancia, aunque a decir verdad estaba sorprendida por la reacción hostil de Dorian.
—No importa —dijo—. Ve a hablar con él. Te necesita más que yo.
—Por favor, no te vayas. Dame un minuto para convencerle.
—No me moveré de aquí, Angy. Te lo aseguro.
Con el corazón acelerado y los nervios de punta, Angy abrió rápidamente las puertas de madera del despacho de Dorian y las cerró a la misma velocidad. Él estaba de pie, frente a la ventana que había justo detrás de su escritorio. Su semblante era catatónico. No recordaba haberlo visto así antes
Angy avanzó con cuidado, hasta posicionarse a su lado. Intentó tocarle por la espalda, pero rechazó la idea.
—Dorian, escucha, entiendo que estés molesto, pero…
Ni siquiera le dio tiempo para que terminara la frase, ya que se giró bruscamente hacia ella y sus ojos desprendían rabia e impotencia.
—¿Por qué no me lo dijiste? —rugió—. ¿Por qué demonios no me has avisado? ¿Qué has hecho?
Suspiró, tratando por todos los medios que la expresión de sus ojos verdes pudiera serle útil.
—Lo correcto.
—No, Angy. —Su cara comenzaba a adquirir otra tonalidad—. Te aseguro que esto no lo es. Es una locura.
—Tenemos que ser flexibles.
—Esto no es ser flexibles, es pasarse de la raya.
Angy no lo comprendía. Si ella había sido capaz de ceder, ¿por qué él no podía hacer lo mismo?
—¿Por qué sientes odio?
Dorian se acercó más a ella, a tan solo un palmo de su cara.
—¿Odio? No, no es eso lo que siento. —Se quitó la corbata de forma brusca y la tiró sobre el escritorio—. Lo que tengo ahora mismo es miedo.
Angy se mordió el labio.
—Pues no deberías, sé lo que hago.
Dorian la miró con reproche.
—Creo que no, te has equivocado…
Angy avanzó con determinación y le sujetó la cara entre las manos, besándole la mejilla, rompiendo la barrera que les separaba.
—Confía en mí, por favor.
Dorian suspiró sonoramente, cediendo en parte. Cerró los ojos y apoyó la frente sobre la de ella.
—Ya lo hago, es de ella de quien no me fío.
Angy le besó.
—Tenemos que darle una oportunidad.
El rostro de su compañero sentimental palideció de inmediato.
—¿Una oportunidad? —repitió—. ¿A qué te refieres con eso?
Angy se separó para darle algo de espacio. Tenía un nudo en la garganta.
—Verás, apenas ha podido verla. Quiere estar con ella un rato…
Dorian se negó en rotundo, su rostro se volvió hostil de nuevo.
—Ni hablar.
—Por favor, deja que lo intente…
Dorian se llevó las manos a la cabeza.
—Esto no es una prueba, por el amor de Dios. Hablamos de tu hermana, de nuestra hija. ¿En qué diablos pensabas para traerla aquí? ¿No se te ha ocurrido pensar que no era buena idea?
Angy se acercó de nuevo a él y le cogió la mano.
—No quiere hacerle ningún daño.
—Eso tú no lo sabes.
—Dorian, es mi hermana. A pesar de lo que ha ocurrido entre nosotras, la conozco. Todavía sé quién es. —Se pasó una mano por el pelo—. Ha cambiado.
—Claro que ha cambiado, todos lo hemos hecho. Pero no pienso consentir que vea a nuestra hija. No tiene derecho.
Angy le reprochó con la mirada.
—No hables de derecho. Sabes que nosotros rompimos todas las reglas como si nada importara.
Él la miró con acongojo, como si nadie pudiera hacerle cambiar de idea.
—Precisamente. Le quitamos todo lo que quería… —Apretó la mandíbula—. ¿Por qué ha vuelto? ¿Qué quiere de nosotros?
—No lo sé, supongo que… comprensión.
Él arqueó las cejas.
—Pues ha venido al lugar equivocado. Aquí no podemos ayudarla. ¿No te das cuenta? Ya ha pasado mucho tiempo pero nunca será suficiente para que nos perdone. Venir aquí ha sido como arrancarse la piel a tiras. —Se hizo a un lado, desabotonándose el cuello de la camisa para respirar mejor—. No entiendo la razón. Es como volver a abrir viejas heridas.
—Quiere pasar página.
—¿Y no se le ocurre nada mejor que volver al pasado? —recriminó—. ¿Cómo crees que va a ser capaz de hacerlo si ha decidido vernos de nuevo? No tiene sentido.
La verdad es que Angy tenía que darle la razón, ya que ni ella lo llegaba a entender del todo bien, pero volvió a la carga.
—Quiere olvidar lo que ocurrió, pero para eso antes tiene que conocerla. Es parte de su familia, Dorian. Nuestra hija ya sabía quién es.
—Sí, pero eso es completamente diferente. —Se sentó sobre el borde del escritorio—. Nunca me he negado a que le hables de ella y de tus padres, pero hacer que viniera, es demasiado.
—Yo no lo planeé —espetó—. Se puso en contacto conmigo. Quería verme en persona y hablar. ¿Qué querías que hiciera?
—Negarte —gruñó—. Es lo que yo habría hecho, lo que cualquiera con un poco de sentido común habría hecho.
—No hables de esa manera.
—¿Y cuál es la manera? Porque ahora mismo no puedo pensar con claridad. —Se pasó una mano por la nuca—. Lo único que tengo en mente es que la mujer con la que me casé años atrás y a la que traicioné está ahora mismo en mi salón.
Angy se desesperaba. No sabía cómo podía continuar defendiendo su causa.
—Tienes que tranquilizarte. Todo está controlado.
Dorian se incorporó y dio varias vueltas al despacho, de un lado a otro. Se paró de inmediato y la miró.
—Han pasado cinco años, Angy. Cinco largos años desde que decidimos irnos para no volver jamás. ¿Acaso quieres que volvamos a huir de nuestro pasado?
—Eso no será necesario.
—Es que no logro entenderlo. Esto lo cambia todo.
—No, Dorian, esto no cambia nada. Merecía la oportunidad y yo se la he dado. Sé que tú no habrías permitido que viniera.
—No, por supuesto que no. —Frunció el ceño—. Mi hija está por encima de cualquier cosa. Yo la protejo.
Angy frunció el ceño y ladeó la cabeza, ofendida.
—¿Insinúas que yo no lo hago?
—En este momento no, Angy. La has expuesto al dolor de tu hermana. Está indefensa. Es una mujer despechada, quién sabe de lo que podría ser capaz…
—Basta —espetó ella, alzando por primera vez la voz—. No tienes ningún derecho a decir esas estupideces. Tú también la conoces. No tiene sentido nada de lo que dices porque Nora no es la misma chica que intentó suicidarse. —Se mordió el labio—. Sé lo que es bueno para nuestra hija, y te garantizo que le estamos haciendo un favor.
—¿De verdad lo crees?
—Sí, maldita sea, lo creo.
—Dime la verdad. —Se acercó a Angy y le acarició la mejilla—. ¿Confías plenamente en ella?
—Sí —dijo al fin—. Confío en Nora.
Dorian acabó por abrazarla y ella le respondió. Se quedaron así durante un minuto o dos.
—¿Qué crees que pasará después? —preguntó él, sin llegar a soltarla—. ¿Se irá, como si no hubiera ocurrido nada? —Le levantó la barbilla con los dedos—. ¿Lo dejará correr?
Angy suspiró.
—Ya lo ha hecho. Desde que intentó empezar de cero a partir de nuestra huida lo ha dejado correr. Ahora sólo intenta olvidar.
Él asintió, tratando de comprenderlo.
—¿Tú hubieras hecho lo mismo? —quiso saber—. ¿Te hubieras enfrentado a este tipo de dolor para intentar comenzar de cero?
—No lo sé, no tengo ni idea, pero de lo único que estoy segura es que no ha venido para herirnos. En ese sentido, no es como nosotros…
Dorian pegó sus labios a los de ella, muy de cerca.
—No sé si puedo hacerlo. No sé si puedo dejar que se acerque a ella…
—Claro que puedes, Dorian. Yo sé que sí.
—¿De verdad crees que esto puede ayudarla? La engañamos, Angy. Esto representa todo lo que le hicimos.
—Escucha, es lo único que podemos hacer por ella. Confío en su palabra, y sé que esto saldrá bien. Lo presiento.
—Está bien, Angy. Si tú estás segura…
Angy le dio un beso en la mejilla.
—Vamos a hacerlo juntos, ¿de acuerdo? Necesito saber que cuento contigo.
—Siento haberme puesto así, pero me preocupa que pueda herir a nuestra hija de alguna forma, no digo que lo haga intencionadamente pero a lo mejor…
—Yo también lo he pensado, pero creo que merece la pena. —Suspiró—. Huimos, la dejamos sola, y ahora es cuestión de tratar de remendar nuestro un error. Esta puede ser la oportunidad perfecta. —Se cruzó de brazos—. Si la hubieras visto, cuando ha visto a nuestra niña, se le ha iluminado la cara. Estoy segura de que sería incapaz de hacerle ningún daño.
—De acuerdo, puede verla. Puede quedarse un rato, ¿de acuerdo?
Angy sonrió y le abrazó.
—Gracias.
—De nada. —Le dio un beso en la nariz—. Sólo espero que sepas lo que haces.
Algo más calmados, salieron de nuevo al salón. Nora seguía allí, justo donde la habían dejado. Parecía nerviosa.
—Todo está bien —se apresuró a decir Angy—. Puedes quedarte, Nora.
—Gracias. Te prometo que será como si no hubiera venido.
Ante ese comentario, Dorian no pudo evitar chasquear la lengua; no estaba precisamente convencido de aquello.
Nora levantó la cabeza, intentando parecer segura. Veía en Dorian a un hombre hecho y derecho, aunque sólo fuera por la fachada.
—¿No piensas dirigirme la palabra? —lanzó.
Dorian pareció incómodo ante esa pregunta, pero se atrevió a mirarla.
—No si puedo evitarlo.
Nora arqueó las cejas.
—No te comportes como si fueras un crío. Se supone que eres un hombre adulto.
—No te atrevas a juzgarme en mi propia casa. Si permito que te quedes es porque Angy me lo ha pedido.
—Por favor —interrumpió Angy—, he dicho que nada de peleas.
—Lo siento —se disculpó Nora—. Tienes razón. No he venido por él.
Dorian dio un par de pasos.
—Escucha, Nora. —Intentó parecer sereno y tranquilo—. Si quieres ver a nuestra hija, de acuerdo, puedes hacerlo porque no voy a impedírtelo, pero lo que respecta a mí, no tengo nada que decirte. Hace mucho que no tenemos nada que ver.
—De acuerdo, como quieras.
Un ruido sordo e instantáneo se escuchó no muy lejos, en el pasillo, interrumpiendo su conversación.
—¡Ayyy! —exclamó la niña desde el otro lado, en su habitación.
Sin dudarlo, Nora salió precipitadamente a su encuentro, seguida de los otros dos. Cuando llegaron, la niñita lloraba desconsolada en el suelo, rodeada de sus juguetes. Al parecer, un cubo de plástico duro de gran tamaño había impactado contra su mano, roja y dolorida.
Nora, dudando en un primer momento, se acercó rápidamente a ella, sentándose en el suelo, a su lado.
—Eh, Nora. —Su voz sonaba increíblemente suave—. ¿Te has hecho daño?
La pequeña reprimía las lágrimas, frotándose las manitas.
—Sí… —gimoteó, derramando al final frágiles lágrimas—. Me duele mucho…
La cogió inesperadamente en brazos, pudiendo sentir su calidez, sus pequeños y graciosos movimientos, su dulce olor, todo…
—Tranquila, el dolor pasará. —La estrechó contra su pecho, acunándola—. Siempre lo hace.
—Pero me duele ahora…
Nora cogió la diminuta mano de su sobrina y se la llevó a los labios, besándole justo en la parte que se había golpeado.
—¿Sabes? —susurró, intentando distraerla—. Tienes un nombre muy bonito. ¿Te gusta?
—Sí, pero mi papá siempre dice que debería llamarme como mi mamá —dijo, enjugándose las lágrimas—. Dice que soy un ángel o algo así.
Nora por primera vez sonrió; estaba encandilada por la inocencia tan pura de esa niña tan despierta.
—Lo eres, de verdad lo eres.
Su sobrina se revolvió, escondiendo la cara, frunciendo el ceño, molesta.
—Eh, ¿qué te ocurre, cielo?
La niña se tapó la carita con sus manos.
—No me gusta llorar.
Nora le dio un tierno beso en la frente.
—No pasa nada. No tienes por qué esconderte.
La pequeña Nora se la quedó mirando y, tras pensarlo mucho, acabó por tocar con sus diminutos dedos el rostro de su tía.
—Tía Nora, ¿tú crees que soy un ángel?
Estuvo a punto de que el corazón se le parara. La había llamado tía, y había sido lo más maravilloso hasta la fecha. Ya la quería, desde aquel momento aceptaba a ese ser tan encantador.
—Por supuesto que sí, preciosa. —Le borró el resto de lágrimas con los pulgares—. Claro que lo eres. ¿Y sabes qué? —Acercó los labios a su oído—. Los ángeles también lloran.

* * * *


No estaba segura de si había podido encontrar todo lo que buscaba, pero al menos no quedaría en su conciencia. Aquellos dos días no perecerían en el olvido; esos momentos jugando, compartiendo sonrisas y conociendo a su sobrina habían sido un regalo inesperado y alentador. Consiguieron transformarla por completo, y aunque era comprensible y evidente que para el resto de su vida siempre estaría acompañada por un rastro ineludible de odio y venganza, el perdón también estaría presente, intentando hacerse un hueco en sus magulladas heridas y conseguir cerrarlas sin posibilidad de retorno, esconderse bajo su piel y darle el significado que creía perdido.
Ahora lo entendía, ahora era capaz de mirar desde otra perspectiva completamente diferente, aceptar los hechos tal y como eran. Tocaba mirar hacia delante, tener presente los pros y los contras y tratar de sobrellevarlo lo mejor posible. Probablemente no habría ni un solo día de su vida en el que no recordara todo lo acontecido, pero confiaba en poder ser capaz de tolerarlo, evocar el pasado sabiendo que no le haría daño. Al menos tenía que intentarlo, y estaba dispuesta, porque seguía teniendo una familia. Sus padres eran incondicionales, y siempre lo serían.
Deseaba con todas sus fuerzas llegar a casa, a su hogar. Por primera vez deseaba tener cerca a Oliver, a esa especie de ángel que había bajado del cielo tan solo para ayudarla a abrir los ojos y a cuidarla. Estaba segura de que lo haría. Ella tendría que devolverle el favor; comenzar a quererle de forma sincera constituiría el primer paso. Debería adorarle por quién era, sin querer transformarlo en alguien del pasado. Sería difícil, y en algún momento seguramente desearía abandonar, pero ahora lo sabía. Lo tenía claro. Sabía que si no le pedía que fuera suyo, se arrepentiría durante el resto de su vida.
El cielo se iba oscureciendo poco a poco, acrecentándose ese matiz anaranjado, con el sol escondiéndose en la línea alejada del horizonte. La vista era preciosa desde el avión. Era una curiosa sensación estar suspendida a tantos metros de altura, escondida entre las nubes y la pérdida inminente de la luminosidad del día.
El sueño la iba meciendo poco a poco, mientras sus centelleantes ojos azules miraban el paisaje desde la ventanilla. Su respiración se agitaba lentamente bajo la ropa. Estaba tranquila, en calma, como un mar sereno. De vez en cuando bajaba la vista a sus manos, cuyos dedos estaban más que atareados sujetando algo de gran valor. Esa pequeña fotografía de la preciosa niña que llevaba sus ojos. Probablemente ese ser inocente tendría que saber la verdad algún día, pero no sería ahora. El trascurso de los años iría allanando el camino hasta que la hora adecuada llegase.
Cerró los ojos y se imaginó un mundo mejor. Deseaba con todas sus fuerzas que un lugar así pudiera existir. Si lo intentaba, si tal vez lo deseaba con la determinación necesaria, tal vez podría volverse realidad. Sólo tenía que intentarlo. Tenía todo el tiempo del mundo, hasta que su corazón dejara de latir. No debía despedirse antes de tiempo; su suerte podía cambiar a mejor, sólo era cuestión de tener confianza.
No tenía sentido jurar que nunca más estaría dispuesta a amar. No era una cuestión que pudiera elegirse deliberadamente. Es más, ni siquiera era consciente de que volvía a hacerlo. Ya volvía a querer, sólo que aun no lo sabía. Tenía que despertar, abrir los ojos y saberse afortunada por quién era. Tenía toda la vida por delante, y un millón de motivos para hacerla inolvidable.

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Texte: Concepción Liébana García
Tag der Veröffentlichung: 18.02.2013

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